COLUMNA DE OPINIÓN
Precariedad, economía doméstica y microemprendimiento durante la crisis sanitaria
21.08.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
21.08.2020
Durante los últimos meses, la economía doméstica en muchos hogares ha empeorado dramáticamente ¿Cómo viven esta emergencia las familias? Los autores utilizan el concepto de “aguante” para analizar y documentar sus estrategias. La “política del aguante” alude a cualidades personales -perseverancia, creatividad, resiliencia- que despliegan fundamentalmente las jefas de hogar en un contexto donde el Estado es visto “como una entidad distante e incapaz de aportar soluciones”.
En un contexto de inestabilidad sanitaria y económica, en esta columna discutimos sobre la emergencia de una “política del aguante” en hogares golpeados por la crisis. La política del aguante alude a una forma de enfrentar las recesiones propias del neoliberalismo, en el que la perseverancia individual asume un rol central como estrategia de sobrevivencia no solo material, sino también afectiva; es decir, una sobrevivencia centrada en el mantenimiento de vínculos sociales y familiares debilitados por un discurso dominante que enfatiza la autorrealización personal. La frase “hay que aguantar” ha sido uno de los comentarios más recurrentes en estas últimas semanas y, expresado de distinta manera, emerge constantemente en nuestros trabajos de investigación sobre economía doméstica y microemprendimiento. El término “aguante”, tan común en la jerga chilena, es un concepto idiosincrático de larga data que revela el modo que los chilenos se perciben a sí mismos; autocomprensión centrada en la supuesta resiliencia del carácter nacional frente a la adversidad. Sin embargo, esta misma idea adopta un significado particular en el contexto histórico-político del neoliberalismo.
Al hablar de los efectos que tiene el proyecto neoliberal sobre las relaciones interpersonales, la antropóloga Elizabeth Povinelli (2011) ha enfatizado el rol del concepto de “aguante” (endurance).[1] Según su propuesta, el aguante sería la forma más típica de persistir y sobrevivir en un contexto neoliberal sin un horizonte concreto de crecimiento o de completa realización. Aguantar ocurre en un contexto general de indiferencia hacia el otro, con la única excepción de vínculos emotivos cercanos. En el caso específico de la sociedad chilena, la “política del aguante” se caracteriza por la comprensión general del Estado como una entidad distante e incapaz de aportar soluciones en momentos de crisis. De igual forma, la idea de “sociedad” como fuente de solidaridad interpersonal es puesta en duda. En ese marco, la relevancia de la responsabilidad personal, en tanto respuesta política al abandono del Estado y de la sociedad que perciben muchas chilenas y chilenos, no es equivalente a un mero individualismo, ya que la “política del aguante” se manifiesta en la activación de redes y relaciones sociales inestables, pero a la vez afectivas y materialmente relevantes. Con su énfasis en la autosuperación inter-personal, la “política del aguante” puede ser considerada a la vez como una expresión de los principios morales del neoliberalismo y como una reflexión crítica respeto a los fracasos de dicho modelo económico en tiempos de crisis.
En esta columna[2], argumentamos que la política del aguante nos puede ayudar a comprender la forma en que la relación entre individuo y sociedad es re-imaginada en el contexto de crisis actual. Para ello, nos enfocamos en cómo la precariedad agravada por la crisis sanitaria ha condicionado las economías domésticas y el desarrollo de microemprendimientos como una actividad que no simplemente refleja valores individualistas, sino que activa redes complejas de cooperación e intercambio en el núcleo familiar y afuera de éste. Mirar al microemprendimiento como una forma de “política del aguante” nos ayuda a ilustrar cómo la relación entre individuo, por un lado, y sociedad y Estado, por otro, es conceptualizada en tiempos de crisis. También nos permite caracterizar el microemprendimiento como un reflejo de principios neoliberales, en particular su énfasis en la superación y responsabilidad individual, y a la vez como un medio gracias al cual es posible “aguantar” las precariedades económicas y afectivas típicas de contextos neoliberales. Desde el punto de vista del aguante, la creación y desarrollo de emprendimientos de emergencia, la gran mayoría liderado por mujeres, se entiende como una estrategia material que busca generar ingresos, pero también como una estrategia afectiva, que busca mantener las lógicas de cuidado dentro de los hogares.
Durante los últimos meses, la economía doméstica en muchos hogares ha empeorado dramáticamente. Ello ha ido de la mano de una profundización en la brecha de género en el espacio privado, especialmente en lo que refiere al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. El confinamiento en el hogar que ha impuesto esta crisis sanitaria nos ha recordado la importancia cotidiana de tareas como criar, planchar, cocinar, limpiar, servir, atender, etc.; labores que resultan indispensables para la satisfacción de nuestras necesidades más básicas. La pandemia, en ese aspecto, ha visibilizado el carácter eminentemente feminizado de estos quehaceres, al tiempo que ha hecho notoria las desigualdades que aquejan a quienes viven en contextos de mayor precariedad. Un estudio de Comunidad Mujer realizado en 2019 estimó que 22% del PIB Ampliado en Chile proviene del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado.[3] No sería sorprendente que, en un contexto de reclusión por la cuarentena prolongada, dicho porcentaje aumente, visibilizando aún más las desigualdades de género dentro del hogar.
Pero las desigualdades de género trascienden ampliamente la distribución de tareas en el espacio privado. De acuerdo con la encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) de 2017, en Chile las mujeres son, en promedio, más pobres por ingreso que los hombres (9% versus 8,2%, respectivamente). Además, un tercio de ellas no cuenta con ingresos autónomos, versus el 12,9% en el caso de los hombres. Es decir, las mujeres no solo trabajan más en casa, sino que, cuando lo hacen remuneradamente, cuentan con peores condiciones que los hombres, desigualdad que se ha agravado durante la pandemia. No obstante, han sido ellas quienes han respondido creativamente a la crisis. Como en muchos otros periodos en la historia política de Chile, las mujeres pobres son quienes mayoritariamente han generado alternativas solidarias al hambre y la precariedad como las ollas comunes, el cuidado compartido de niños y la generación de sistemas colectivos de créditos para abaratar costos en la compra de alimentos (cf. Hardy 1987; Valdés y Weinstein 1993)[4]. Son estas iniciativas las que han reemergido con fuerza en barrios como La Victoria, Lo Hermida, Yungay y Bajos de Mena.
La crisis ha evidenciado el resurgimiento de una profunda precariedad económica hasta hace poco oculta por macroindicadores de crecimiento. Al mismo tiempo, ha demostrado el escaso alcance del sistema de protección social en Chile, el que, más allá de la consuetudinaria política de bonos para sectores vulnerables, se ha mostrado incapaz de ofrecer seguridad laboral y apoyo económico a sus ciudadanos en tiempos de austeridad (cf. Madero 2020)[5]. Frente a un Estado que responde a la crisis fomentando el crédito y el asistencialismo –como el del programa “Alimentos para Chile” –, muchos ciudadanos han recurrido a la informalidad laboral. Según un estudio elaborado por la Fundación Sol,[6] en el primer trimestre de 2018 en Chile existían 4.174.672 trabajadores con algún grado de informalidad o “inserción endeble”[7]. De este número, el informe indica que la mayor proporción corresponde a los trabajadores por cuenta propia.
La frase 'hay que aguantar' emerge constantemente en nuestros trabajos de investigación sobre economía doméstica y microemprendimiento.
Frecuentemente etiquetado como “microemprendimiento”, la informalidad emerge en una historia reciente de fomento de prácticas económicas entre individuos tradicionalmente excluidos de la posibilidad de transformarse en “emprendedor/a”, concepto que alude a un tipo de sujeto que encarnan valores tanto de innovación como de superación personal. El microemprendimiento ha sido parte de una política pública de género gestada a fines de la dictadura de Pinochet y continuada por los gobiernos democráticos (cf. Schild 2007).[8] Desde entonces, el concepto de microempresa ha reemplazado discursivamente las actividades comerciales tradicionales realizadas por mujeres que estaban fuera del mercado laboral.
La tensión interna del microemprendimiento como empoderamiento individual eficaz, y, a la vez, como una herramienta retórica para redefinir la precariedad del trabajo informal, se ha visto con claridad inusual durante esta crisis sanitaria. Según el informe publicado por la Fundación Sol en el mes de junio de 2020,[9] en Chile existen 2.057.903 microemprendimientos, lo cual corresponde alrededor de un 24% de las personas ocupadas en el país. Al considerar una definición ampliada de informalidad[10], el porcentaje de microemprendimientos bajo esta categoría es de un 74%. Esta caracterización de informalidad da cuenta de la existencia de un gran porcentaje de actividad emprendedora que se desarrolla a un nivel de subsistencia, y no a un nivel empresarial propiamente tal.
En un escenario general caracterizado por un incremento de la precariedad e informalidad laboral, distintos organismos públicos han impulsado medidas y programas que buscan reactivar la economía a un nivel local mediante el apoyo a microemprendimientos de emergencia, es decir, aquellos surgidos en respuesta a la crisis de empleo de los últimos meses. Tal es el caso de la Municipalidad de Peñalolén que, en los inicios de la pandemia, impulsó dos Programas de Reconversión Económica: una red de confeccionistas y una red de panaderos, ambos compuestos esencialmente por microemprendedores de la comuna. La red de confeccionistas tiene por objetivo la producción de mascarillas, elaboradas casi en su totalidad por mujeres dedicadas al rubro de la confección y la textilería. La circularidad de esta red se centra en el rol de mediador económico del municipio que se encarga de remunerar horas de trabajo y proveer materiales para la confección de mascarillas posteriormente distribuidas entre habitantes de la comuna. La red de panaderos funciona bajo el mismo mecanismo de circularidad, agrupando a hombres y mujeres del rubro, encargado de producir panes que luego son repartidos por los comedores populares de la comuna. Esta respuesta política a la crisis refleja la toma de conciencia por parte de las instituciones que la gran mayoría de los microemprendimientos son actividades informales con alta precariedad, que a la vez representan el sustento de una cantidad sustancial de hogares en Chile.
La ambivalencia del microemprendimiento como forma de empoderamiento económico y precariedad maquillada se ha hecho patente no solo en sectores sociales típicamente caracterizados por actividades económicas informales. La crisis actual ha revelado la precariedad del microemprendimiento también en la clase media, cuyo estatus social se basa, entre varios aspectos, en la identificación como emprendedor independiente y formalizado. Dos casos que hemos conocido recientemente son representativos de los efectos que esta particular estrategia económica puede tener al enfrentar la renovada precariedad que ha acompañado la pandemia.
Paulina, una mujer de alrededor de cuarenta años tiene un negocio de venta de insumos médicos y clínicos. Antes de emprender, trabajó doce años para una empresa multinacional de telecomunicaciones en Chile. Tras este empleo, decidió comenzar este negocio para ofrecer una ayuda a los cuidadores de enfermos y adultos mayores. Paulina emprendió durante 2019, con capacitaciones en el centro de emprendimiento y negocios de su municipalidad, aprendiendo nociones y herramientas básicas. Durante el desarrollo de la crisis social de octubre de 2019, Paulina se adjudicó un fondo de financiamiento para adquirir algunos insumos. Posterior a esto, sus ventas fueron bajas, pero al llegar marzo éstas se reactivaron dada la aparición de casos de coronavirus. Paulina, reconoce la libertad como uno de los principales beneficios de haber emprendido, pues ahora puede manejar sus tiempos de manera independiente, lo cual le permite principalmente compartir con sus hijos y dedicarse el cuidado de su casa.
“Yo creo que el manejo del tiempo, para las mujeres [es importante], la familia, la casa y los hijos, principalmente. (…) es lo que más nos complica a las que somos mujeres (…) Sentí libertad de tiempos, eh, que a lo mejor me acuesto a las dos de la mañana, pero haciendo algo para mí… y que soy yo misma la que me pongo mis tiempos, mis metas, yo me autoexijo (…) Como mamá… estoy, sí, estoy estresada igual, creo que a lo mejor más estresada porque los hijos cansan, la casa cansa, todo, pero, pero siento que he podido estar más presente yo como mujer y como mamá”.
A pesar de que el Estado chileno ha ofrecido créditos para que las pequeñas y medianas empresas puedan enfrentar la crisis, muchos de los emprendedores no pueden acceder, ya que no cumplen con los niveles de vulnerabilidad que se exigen como requisitos.
La experiencia de la pandemia para Beatriz, mujer de alrededor de 30 años, ha sido completamente distinta. Beatriz decidió emprender después de pasar un tiempo sin trabajar para dedicarse al cuidado de su hija recién nacida, período en el que sobrevivió gracias a sus ahorros. Ingeniera Comercial de formación, comenzó a producir y comercializar mantas para picnic. En el inicio del emprendimiento, Beatriz decidió asesorarse para “formalizar” su negocio, es decir, registrar la empresa en el Servicio de Impuestos Internos, lo que hizo bajo una figura en la que ella y la empresa compartían RUT. Con la crisis social de 2019, el panorama para su empresa se complejizó pues, las ferias de emprendimiento -el principal espacio donde se concretaban sus ventas- se suspendieron. Esta situación se mantuvo, haciéndose más evidente durante la crisis sanitaria:
“(…) ahora yo estoy buscando pega [trabajo], porque llevo demasiados meses con un desfase de lucas [dinero] gigantesco, (…) a mi como persona me agarró la máquina y en estos momentos los créditos de los bancos me están ahogando, (…) así que yo ahora, eh, estoy viendo tramitar la, la quiebra personal. El problema es que la empresa está asociada a mi RUT, por lo tanto, tengo que quebrar las dos cosas [ella y su empresa].”
Los dos casos ilustran el escenario al que se enfrentan las pequeñas empresas durante la actual crisis sanitaria. Según el estudio elaborado por la Fundación Sol sobre la situación del microemprendimiento en Chile, del total de micro emprendedores, sólo un 38,6% son mujeres. De este porcentaje, incluso antes de la pandemia, el nivel de informalidad alcanzado en los microemprendimientos liderados por mujeres era de un 75%. En esta línea, un 73% de las mujeres emprendedoras generan ingresos que no superan el salario mínimo ($320.500 brutos). Así, sólo 1 de cada 10 mujeres emprendedoras recibe ganancias que superan los $576.000 mensuales. En relación con el trabajo doméstico y los microemprendimientos informales, las emprendedoras dedican 25 horas semanales a realizar trabajo no remunerado dentro del hogar, mientras que los hombres -en iguales condiciones- dedican en promedio 9,86 horas semanales. Por otro lado, las microempresas informales lideradas por mujeres realizan en promedio 29,9 horas de trabajo remunerado a la semana. En contraste, las microempresas lideradas por hombres realizan en promedio 40.34 horas de trabajo remunerado a la semana. Según lo expuesto en el informe, las mujeres microemprendedoras invierten más horas en el trabajo no remunerado y, a la vez, dedican menos tiempo al trabajo remunerado. Esta división sexual del trabajo, y la asignación cultural de roles a hombres y mujeres, implica que para estas últimas las dificultades para insertarse en actividades productivas sean mucho mayores, lo que se suma a una alta carga de trabajo reproductivo. En consecuencia, este escenario repercute directamente en el nivel de ingresos de aquellos emprendimientos liderados por mujeres.
Algunos micro-emprendimientos han podido adaptarse de manera creativa en este contexto, ofreciendo productos y servicios altamente demandados, como es el caso de Paulina. Sin embargo, el escenario para muchos emprendedores es mucho más complejo, viéndose obligados a tomar decisiones drásticas como la quiebra personal para poder controlar su situación financiera. A pesar de que el Estado chileno ha ofrecido créditos para que las pequeñas y medianas empresas (PYMES) puedan enfrentar la crisis, muchos de los emprendedores no pueden acceder, ya que no cumplen con los niveles de vulnerabilidad que se exigen como requisitos. Esto, sumado a factores como el género y el nivel socioeconómico, han repercutido negativamente en la economía doméstica de los hogares durante los últimos meses de confinamiento.
La ambivalencia del microemprendimiento durante la crisis –esto es, como una forma de sobrevivencia y como un discurso gubernamental que normaliza la experiencia de la precariedad— permite examinar el concepto de “aguante” que discutimos en esta columna. En el Chile neoliberal, el microemprendimiento ha tomado la forma de una “tecnología de gobierno”[11] que, infundiendo una racionalidad centrada en la autonomía del individuo, busca construir sujetos que gobiernen responsablemente su conducta. Por otra parte, el microemprendimiento encarna valores neoliberales como la independencia económica y la aspiración -asociada principalmente a la movilidad social-, por lo que a través del discurso del gobierno y de acciones públicas se potencia la creación de estas unidades económicas y se les construye como “el motor de la economía chilena”[12].
Sin embargo, este tipo de racionalidad parece estar dando paso a relaciones sociales fundadas en la idea de aguante, en donde la persistencia individual ante la adversidad emerge como una estrategia de sobrevivencia material y afectiva. Mediante el aguante, las emprendedoras no solo conceptualizan sus precariedades, sino también dan sentido a una actividad económica cada vez más deprimida. En un contexto de recesión, es esperable que la política del aguante se consolide como un conjunto de disposiciones que, especialmente para los más vulnerables, les permita enfrentar una vida cotidiana cada vez más desigual. A través de la acción del aguante, las emprendedoras tratan de sobrevivir económicamente en el contexto de crisis pero, a la vez, se desenvuelven en el campo del emprendimiento como espacio precarizado donde las obligaciones culturales asociadas al género se profundizan y sirven, una vez más, para mantener el modelo económico. El microemprendimiento se transforma así, en una forma de sobrevivencia dentro y fuera del hogar, poniendo en juego los valores centrales de proyecto neoliberal, con los vínculos sociales y afectos invisibilizados por este mismo.
[1] Povinelli, Elizabeth. 2011. Economies of Abandonment: Social Belonging and Endurance in Late Liberalism. Durham: Duke University Press.
[2] Algunas de las ideas y datos que aparecen en esta columna figuran en un artículo publicado por la revista City and Society, titulado “Nueva normalidad, vieja precariedad: la crisis pandémica en Santiago de Chile”
[3] “Comunidad Mujer (2019) ¿Cuánto aportamos al PIB? Primer Estudio Nacional de Valoración Económica del Trabajo Doméstico y de Cuidado No Remunerado en Chile”
[4] Hardy, Clarisa. 1987. Organizarse Para Vivir: Pobreza Urbana y Organización Popular. Santiago de Chile: PET; Valdés, Teresa, and Marisa Weinstein. 1993. Mujeres Que Sueñan: Las Organizaciones de Pobladoras, 1973-1989. Santiago de Chile: FLACSO.
[5] Madero, Ignacio (2020). Crisis sociosanitaria y la oportunidad de transitar a un régimen de Estado de bienestar comprehensivo. CIPER.
[6] Fundación SOL. 2018. Informe Mensual de Calidad del Empleo (IMCE). An ́alisis de los microdatos liberados el 31 de mayo de 2018 correspondiente al trimestre m ́ovil Febrero – Abril 2018 (FMA 2018). Disponible aquí.
[7] Este concepto acuñado por la Organización Internacional del Trabajo hace referencia a las personas que se ocupan de la economía informal, es decir, actividades económicas desarrolladas tanto por trabajadores, como por unidades económicas, que no están cubiertas por las disposiciones formales -ya sea de manera legal o en la práctica. Este concepto incluye siete categorías de trabajadores: subordinados independientes, independientes encadenados, cuenta propia, empleadores, familiares no remunerados, asalariados subcontratados y asalariados desprotegidos. Fuente: Fundación Sol.
[8] Schild, Verónica. 2007. Empowering Consumer-Citizens or Governing Poor Female Subjects? The institutionalization of self-development in the Chilean social policy field. Journal of Consumer Culture, 7(2): 179-203;
[9] Fundación SOL. 2020. Emprendimiento y subsistencia: Radiografía de los microemprendimientos en Chile. Disponible aquí.
[10] Considera tanto a los microemprendimientos que no llevan contabilidad de su actividad, como a aquellos no registrados en el SII que no pueden separar los ingresos y gastos del negocio de los del hogar. Fuente: Fundación Sol.
[11] Ong, Aihwa. 2003. Buddha Is Hiding: Refugees, Citizenship, the New America. Berkeley: University of California Press.
[12] Presidente Piñera destaca el aporte de las pequeñas y medianas emprensas a Chile. Disponible aquí.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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