COLUMNA DE OPINIÓN
Escuchando a los chilenos en la pandemia: ¿Qué pasó con las emociones que emergieron el 18/O?
16.08.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
16.08.2020
Aunque los grupos de poder hablan del estallido social sólo como desorden y destrucción, una investigación de los autores publicada en marzo mostró que el 18/O despertó en muchas personas la idea de que el futuro podría ser mejor. Sin embargo, al volver a hablar con esas mismas personas, tras meses de pandemia, los autores reportan que la esperanza se erosionó. Los de menos recursos se han visto “retrotraídos a una situación sin mucho futuro, oscilando entre el optimismo religioso de que Dios proveerá, hasta la angustia de sentir que todo va a empeorar”; la palabra “pueblo” que había emergido como identidad general en el 18/O, dejó de mencionarse; y entre las personas de estratos medios los autores observan fuertes temores de “desclasamiento”, que se expresan por ejemplo, en el miedo a “tener que escolarizar a los hijos en establecimientos gratuitos o más baratos”.
En este trabajo estudiamos los sentimientos e ideas de chilenas y chilenos durante la pandemia, abordando los cambios ocurridos desde la revuelta del 18 de octubre de 2019 hasta la crisis sanitaria. Cuando en el “estallido” se repetía “no es por 30 pesos, es por 30 años”, había convicciones fuertes y emociones intensas que estaban en juego y se expresaban en las protestas en la calle, a pesar de la violencia de la represión. Buscamos comprender si la pandemia atenuó, sustituyó y redefinió los sentimientos y opiniones de las personas en comparación con lo que expresaron durante la protesta iniciada en octubre de 2019.
Pero este empeño negaba las razones y emociones de las propias personas, lo que es de especial importancia en crisis sociales (Elster, 2010). Esto es lo que exploramos en este artículo, para analizar qué ocurrió con la pandemia, considerando el acelerado ritmo de cambios y crisis a la cual la sociedad chilena ha estado sometida desde 2019.
Este trabajo forma parte de una investigación sociológica basada en grupos focales que iniciamos en las semanas previas al estallido del 18 de octubre, continuó durante el 18/O y se prolongó en la pandemia. En mayo y junio del 2020, durante la emergencia del Covid-19, nos reunimos en forma virtual mediante la plataforma Zoom con grupos integrados por las mismas personas con quienes ya nos habíamos encontrado antes del estallido y durante la protesta social. Ello posibilita conocer la evolución de su situación, sus ideas y sentimientos, vinculando la expresión de sus vivencias personales con el complejo momento vivido por la sociedad chilena en su conjunto.
Los grupos estuvieron integrados por hombres y mujeres de estrato social alto, medio y bajo, de Santiago y Puerto Montt. La conversación sobre la pandemia estuvo referida a viñetas que representaban a personas reales en la sociedad chilena, como una trabajadora de casa particular, un taxista y un accionista de grandes empresas, de diversas edades. Esta metodología contribuyó a que los participantes se abrieran a una reflexión sobre la emergencia del Covid-19 en referencia a personas representativas de la sociedad, lo que facilita expresar puntos de vista personales en momentos complejos como los vividos en la pandemia.
En palabras de una educadora de párvulos que participó en uno de los grupos focales, frente a la pandemia “están todos con incertidumbre, todos estamos con miedo”. Efectivamente, el miedo fue la emoción que predominó en las conversaciones, en cuatro sentidos principales.
En primer lugar, el miedo también estuvo presente en la población durante la revuelta social, pero de una manera diferente. Hubo un miedo inicial ante eventos de violencia como los incendios y los saqueos de supermercados. En cambio, el temor a la represión, también expresado por los participantes, era contrarrestado por la masividad de las manifestaciones públicas y la sensación positiva de mover por fin las cosas. Sobre todo, a partir de nuestras entrevistas con los grupos, en un artículo en CIPER Académico publicado durante la protesta social, destacamos que la rabia manifestada especialmente entre los jóvenes contribuyó a una pérdida del miedo a protestar por parte de la población adulta. Esto quedó posteriormente constreñido por el miedo al coronavirus, según la opinión compartida por la mayor parte de los integrantes de los grupos.
En segundo lugar, desde la revuelta social a la pandemia, se invirtió la intensidad del miedo según clases sociales. Durante la revuelta del 18/O, la mayoría de las personas participantes en los grupos consideró que el accionista de grandes empresas representado en una de las viñetas tenía mucho miedo y según expresaban algunos incluso podría estar pensando en irse del país por la intensidad de las protestas. En cambio, durante la pandemia, los entrevistados señalaban que por sus mayores recursos económicos este personaje estaba mejor protegido de la amenaza del virus, mientras las personas de menores recursos eran las más vulnerables frente a la enfermedad.
Varias personas habían perdido su trabajo en el momento de la entrevista grupal, sobre todo mujeres, que fueron las primeras en ser despedidas o replegarse a su hogar para cuidar a los niños y personas dependientes por el desigual sistema de cuidados en Chile.
En tercer lugar, durante la revuelta social los participantes en los grupos apoyaron múltiples demandas sociales planteadas en el período. En la pandemia, con un sentido también múltiple pero más negativo para los participantes, el miedo se extendía más allá de la amenaza a la salud, pues temían al contagio, pero también a la pérdida de empleo, ingresos y estatus. Esto afectaba especialmente a trabajadores y trabajadoras de menores recursos enfrentados a la fuerte angustia de obtener el dinero indispensable para “llevar a la casa, poder comer y mantener a su familia”. Debido a la necesidad de movilizarse para trabajar, el temor a salir de la casa convirtió lo que antes era normal en un dilema de cada día sobre qué hacer ante el riesgo de contagio. Una temporera de Puerto Montt, al analizar la situación de la viñeta del conductor de taxi, expuesto al contagio con sus pasajeros, expresó: “llego a mi casa con la angustia de que puedo pegarle el virus a cualquiera”. El dilema entre supervivencia económica y ser foco de contagio en la familia era una de las mayores fuentes de angustia y culpa expresadas por los participantes.
Finalmente, la incertidumbre durante la pandemia cambió fuertemente la percepción del tiempo futuro. Si bien las protestas sociales abrieron la esperanza de un futuro mejor para muchos, expresada en aspiraciones compartidas, éstas ya no aparecieron en las conversaciones entre las personas integrantes de los grupos durante la epidemia. La amenaza del virus provocó la carencia de certezas incluso sobre el futuro inmediato, referido a la vida cotidiana y la subsistencia en el día de mañana, a diferencia de la proyección hacia un tiempo lejano en el período previo a la revuelta del 18/O. El estallido erosionó las expectativas y proyecciones de futuro de las personas, particularmente la idea muy anclada en las últimas décadas de que el futuro iba a traer una mejor situación para sí y sus hijos. Más allá de la sensación de una catástrofe impuesta a todos, las personas de menores recursos entrevistadas en los grupos se veían retrotraídas a una situación sin mucho futuro, oscilando entre el optimismo religioso de que Dios proveerá, hasta la angustia de sentir que todo va a empeorar. En cuanto a la clase media, la metáfora de que la rueda del tiempo dejó de girar fue utilizada por un arquitecto de Puerto Montt para dar cuenta de su percepción del tiempo presente y futuro: “Con el coronavirus la rueda dejó de girar y se empezó a taponear todo, a paralizar todo y lamentablemente el sistema sigue girando ¡y el único que no gira es uno! Los compromisos ya no se pueden cumplir, las deudas no se pueden asumir y empiezas a pasarlo muy pero muy mal, porque el riesgo de perder lo que te ha costado de por vida es altísimo. Eso genera un nivel de angustia muy grande”.
Participantes en los grupos manifestaron reiteradamente su temor a perder el empleo o a enfrentar el desempleo provocado por la pandemia considerando la dificultad de encontrar un empleo nuevo. Varias personas habían perdido su trabajo en el momento de la entrevista grupal, sobre todo mujeres, que fueron las primeras en ser despedidas o replegarse a su hogar para cuidar a los niños y personas dependientes por el desigual sistema de cuidados en Chile. Una de las participantes, secretaria en una empresa en Puerto Montt, estaba viviendo solo con el subsidio de cesantía y señaló que no salía a buscar empleo porque sabía que no lo iba a encontrar, una situación similar a la de varios participantes.
En las conversaciones en todos los grupos, la palabra “reinventarse” se repetía una y otra vez, resumiendo con algún grado de optimismo las esperanzas frente a la angustia por el empleo. Ante todo, la expectativa de subsistir día a día innovando mediante trabajos alternativos: un técnico eléctrico empezó a realizar trabajos de carpintería, para una mujer desocupada la opción era vender “pancito o algo que pueda ejecutar desde su casa”, un taxista pensaba en la entrega a domicilio como una alternativa ante la disminución de los pasajeros, una dueña de casa ante la cesantía de su esposo inició la costura de mascarillas arriesgándose a desplazarse de una comuna a otra para la venta de su producción.
Observamos en las conversaciones de los participantes en los grupos dos significados del uso de la palabra “reinventarse”: por un lado, en torno al tiempo vivido en el presente de la emergencia, pero por otro lado también una percepción acerca del tiempo futuro. En ese plazo más prolongado, “reinventarse” era visto como “empezar de cero”, “partir de nuevo” y la posibilidad de perder al menos algo si no todo de las condiciones económicas anteriores a la crisis. Carecer en el futuro de lo indispensable para subsistir por parte de personas de menores recursos era visto como una expectativa “oscura, triste y desoladora”, una “esperanza que a veces uno va perdiendo”, sin siquiera la ilusión de contraer créditos de consumo como en el pasado ni de contar con un apoyo del Estado calificado en los grupos como casi inexistente. Entre quienes habían experimentado un ascenso hacia la clase media en los últimos años, la probabilidad de disminuir ingresos fue apreciada como una pesadumbre intensa, “como volver a ser pobre de nuevo”. Según sentenció una arquitecta de Puerto Montt: “¡Porque no vamos a tener nada! Vamos a quedar súper pobres… Todo va a ser una cosa como terrible”. Participantes de estratos medios también expresaron temores muy fuertes sobre la posibilidad de tener que escolarizar a los hijos en establecimientos gratuitos o más baratos, traduciendo un intenso sentimiento de desclasamiento y angustia frente a la pérdida de estatus.
Así, las creencias en las posibilidades de “reinventarse” oscilaron en los grupos entre chispazos de ligero optimismo sobre la posibilidad de salir adelante durante la emergencia y un fuerte pesimismo sobre el futuro. Esto contrasta con el sentimiento positivo de esperanza colectiva durante la protesta social del 18/O y sobre todo la expectativa de que “si se logra algo, voy a ser beneficiada yo también”. Esta esperanza colectiva durante el estallido implicaba un cambio con respecto de la “normalidad” anterior a la revuelta, cuando predominaba la creencia en el mérito individual, aunque con críticas a la forma como operaba. Surge entonces la interrogante de qué efectos tienen esos nuevos sentimientos acerca las posibilidades de “reinventarse”, aunque sean transitorios como todas las emociones, sobre las motivaciones más permanentes de la gente para actuar frente a las desigualdades y en búsqueda de un bien común.
Durante el estallido emergió reiteradamente la expresión “el pueblo” como forma de nombrar una identidad compartida entre participantes de los grupos focales de diversos estratos sociales, principalmente del estrato bajo y medio. Esto marcó una diferencia con el período anterior a la crisis de octubre de 2019, cuando entrevistamos a los participantes por primera vez, sin que hubiera una forma homogénea de nombrarse. ¿Qué ocurrió con esta identidad en la contingencia de la pandemia? Una persistencia de esta identidad se podría vincular al significado que Butler (2017) atribuye a la expresión “nosotros el pueblo”, como una verbalización que trata de hacer existir un conjunto social plural y anuncia el valor de la igualdad frente a la desigualdad.
Una de las participantes en los grupos focales en los tres momentos sucesivos, reponedora en un supermercado, de 25 años y residente en Quilicura en la zona del norte de Santiago, participó en uno de nuestros grupos focales una semana antes del estallido. En ese momento hizo referencia a “de donde venimos nosotros, de Plaza Italia para abajo”, como un marcador que definía su identidad en base a la conocida segregación socioeconómica entre áreas de la ciudad de Santiago. Un mes después del 18/O, cuando volvimos a reunirnos, se refirió a “ellos allá para arriba”, incluyendo las dos partes en la dicotomía. Respecto de los de abajo, esta vez expresó una pertenencia a “el mismo pueblo de donde nosotros somos, todos humildes”. Surgió así una expresión referida a un “nosotros”, una sensación de pertenecer a una colectividad amplia que no había sido manifestada antes de la revuelta. Pocos meses después, frente al coronavirus, el modo de pensar de la reponedora de supermercado giró en otra dirección, al comparar la viñeta del gran empresario con otras dos viñetas, una trabajadora de casa particular y un taxista. Señaló que “los dos anteriores personajes son digamos más de pueblo, ya de sacrificio digamos, … pero tiene más posibilidades… porque claro, las lucas ayudan mucho”.
En base a percibir al accionista como alguien con más recursos económicos para hacer frente a la contingencia de la pandemia, lo relevante para ella seguía siendo esas condiciones aventajadas permanentes que lo separan del resto. Así, durante la pandemia, ella reiteró la distinción con respecto del gran empresario y además mantuvo la palabra “pueblo” como una forma de nombrar una identidad compartida entre quienes tienen menos recursos. En definitiva, su manera de pensar la identidad de “pueblo” fue permanente en los tres momentos estudiados, especialmente desde la protesta social, a pesar de las cambiantes circunstancias.
La palabra ‘reinventarse’ se repetía una y otra vez. Un técnico eléctrico empezó a realizar trabajos de carpintería; para una mujer desocupada la opción era vender 'pancito o algo que pueda ejecutar desde su casa'; un taxista pensaba en la entrega a domicilio como una alternativa ante la disminución de los pasajeros; una dueña de casa ante la cesantía de su esposo inició la costura de mascarillas arriesgándose a desplazarse de una comuna a otra para la venta de su producción.
Sin embargo, a diferencia de la reponedora de supermercado, los demás participantes en los grupos usaron la palabra “pueblo” en forma muy reiterada en el estallido, pero no durante la pandemia. La explicación se refiere a que se trata de una expresión con una connotación emocional y a la que se atribuye un valor social, más allá de una mera categoría socioeconómica. El hecho de que la expresión “el pueblo” fue dejada de lado durante la pandemia es un indicio de que disminuyó la intensidad de la emoción asociada a asignarle un mayor valor durante el período de la protesta, perdiendo fuerza como motivación para contribuir a una acción colectiva en el período posterior.
En cambio, lo que predominó en los grupos durante la pandemia fue la idea de que “todos” estaban enfrentados a la misma amenaza de enfermarse, sin distinción de condiciones sociales, retornando así a una condición de origen de igualdad como seres humanos en una situación de profunda crisis. A pesar de ello, especialmente los participantes de los grupos de estrato bajo enfatizaron que, aunque “todos” compartían con el accionista de grandes empresas el riesgo de enfermarse, el empresario tenía una situación distinta frente a la pandemia. “Si él se llega a enfermar se va a ir a una clínica y lo van a atender rápidamente”, señaló una dueña de casa de San Ramón, en el sector del sur de la ciudad de Santiago. Otro integrante del grupo complementó destacando que, en cambio, una persona de menos recursos debía recurrir a la atención de salud del sistema público “mucho más colapsado”. Personas del mismo estrato social expresaron que el accionista disponía de recursos económicos que le permitían permanecer en su hogar sin necesidad de desplazarse por razones de trabajo, un confinamiento con mayor “comodidad” y disfrutar la oportunidad de “pasar más tiempo con su familia”.
En referencia a sus condiciones más favorables para enfrentar la pandemia debido al monto de sus recursos económicos, una auxiliar de aseo de Puerto Montt concluyó: “¿De qué se va a preocupar?”. Incluso algunos expresaron la sospecha de que “se está aprovechando” de las circunstancias, en busca de su propio interés económico egoísta por sobre el resto afectado por la pandemia, con planes de negocios en marcha para sacar ventajas de la situación de pandemia. De este modo, la idea de “todos” enfrentados a la amenaza de la enfermedad abarcaba también al gran empresario, pero éste era considerado un privilegiado en los demás aspectos. En ese sentido permanecía el significado de la expresión “el pueblo” que lo excluía durante el estallido, especialmente desde el punto de vista de los participantes de bajos ingresos, quienes mantenían así una identidad diferenciada y opuesta también durante la pandemia.
Más allá de las distinciones que establecían un límite con otros, en los grupos escuchamos múltiples relatos sobre formas de sociabilidad que surgieron en la pandemia y que podrían dar contenido práctico más que político a una identidad compartida. Se mencionaron redes de trueque y compraventa entre vecinos, ayudas con alimentos a personas más necesitadas, redes de vigilancia y seguridad entre vecinos frente al temible aumento de la delincuencia. En general, se detallaron prácticas con un sentido de comunidad local mucho más intenso que durante el período de “normalidad” y también mayor en comparación con los meses de la revuelta del 18/O, incluso con respecto al fuerte temor a la delincuencia en esos meses.
A esto se agregó un sentido colectivo y normativo del cuidado frente al virus, enfatizando en una responsabilidad compartida. Para subir a un taxi colectivo en Puerto Montt, integrantes de los grupos de la ciudad señalaron que las personas tomaban precauciones como el uso de mascarillas, guantes y lavado de manos. “Pero no todos tienen esa misma precaución”, expresó con un tono de fuerte rechazo una dueña de casa de esa ciudad. Su sentencia era similar a la de otros participantes: la no cooperación con normas de cuidado era castigada informalmente con la desaprobación.
Entre los participantes esta cooperación constituía una respuesta inédita e inmediata a los problemas sanitarios y de subsistencia. Aunque está destinada a disiparse una vez acabada la pandemia, el carácter pragmático más que político de ese vínculo social podría permanecer más allá de lo contingente. Esa sensación práctica de pertenecer a una colectividad distaba del “sálvese quien pueda” exacerbado antes del estallido por el sentimiento de estar sin amparo en una sociedad neoliberal.
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo contó con el apoyo de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID), a través de los proyectos Fondecyt Regular N°1190436 y CONICYT/FONDAP/15130009.
Butler, Judith (2017). Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Barcelona: Paidós.
Elster, Jon (2010). La explicación del comportamiento social. Más tuercas y tornillos para las ciencias sociales. Barcelona: Gedisa.
Luna, Juan Pablo (2020). Anomia ABC1. CIPER Académico 30.06.2020
Mac-Clure, Oscar; Barozet, Emmanuelle; Conejeros, José y Jordana, Claudia (2020). Escuchando a los chilenos en medio del estallido: Liberación emocional, reflexividad y el regreso de la palabra “pueblo”. CIPER Académico 2.03.2020
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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Hasta el momento, CIPER/Académico recibe aportes de cinco centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales y el Observatorio del Gasto Fiscal. Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.