COLUMNA DE OPINIÓN
A 40 años del plebiscito de Pinochet
08.08.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
08.08.2020
Usando como base su libro El Fraude (Hueders, 2013), el autor revive aquí el contexto violento, completamente irregular y muy opaco, en el que los chilenos fuimos convocados por Pinochet para votar por la Constitución del 80. Hace exactamente 40 años el dictador apareció en las pantallas vestido de militar e informó que había decidido hacer un plebiscito para resolver un dilema: él o el pasado. “Ha llegado el instante de decidir nuestro futuro, encontrándonos ante dos alternativas: volver paulatinamente pero inexorablemente a la noche de los mil días negros de Chile o tomar la ruta que patrióticamente estamos señalando”, dijo. Tras describir la enorme cantidad de irregularidades que rodearon esa votación, el politólogo concluye: “El engaño fue burdo y por lo mismo, a 40 años de este episodio, conviene volver a revisar la memoria de lo ocurrido para darnos cuenta del modo en que procedió una decisión que nos tiene anclados a nuestro pasado”.
La noche del domingo 10 de agosto de 1980, hace exactamente 40 años, no parecía muy distinta a otros fines de semana en Chile. Muy pocos automóviles circulaban en las calles y, como era de costumbre, el país se encontraba en estado de emergencia. Carlos Caszely seguía encabezando la tabla de goleadores y Cobreloa, la revelación del torneo ese año, había obtenido un magro empate. El locutor anunciaba los trece ganadores de la Polla Gol que recibirían dos millones de pesos.
De pronto, las transmisiones fueron interrumpidas por una cadena nacional. El general Pinochet apareció ante las pantallas luciendo su tradicional uniforme militar para informar que en un mes más, el 11 de septiembre, se realizaría un plebiscito para dar la oportunidad que la ciudadanía decidiera sobre una nueva Constitución. Para Pinochet el dilema era él o el pasado: “ha llegado el instante de decidir nuestro futuro, encontrándonos ante dos alternativas: volver paulatinamente pero inexorablemente a la noche de los mil días negros de Chile o tomar la ruta que patrióticamente estamos señalando. Declaro enfáticamente a la ciudadanía que el hipotético rechazo del proyecto aprobado por la Junta de Gobierno significaría el retorno a la situación existente en 1973”.
Ya habían pasado casi siete años desde el golpe. Eran días contradictorios. Fue un año donde se mantenía la expansión económica y se inauguraban nuevas construcciones como el edificio Santiago Centro y el Mall Parque Arauco. El régimen había disuelto la DINA hace un par de años y en su reemplazo había creado la CNI para controlar a la oposición. A fines de julio del 80 las fuerzas de seguridad del régimen secuestraron a Eduardo Jara y Cecilia Alzamora, estudiantes de periodismo de la UC. Eduardo fallecería el 2 de agosto luego de ser sometido a intensas torturas. Un día después de la convocatoria a plebiscito, Pinochet le solicitaba la renuncia al director de Investigaciones y al prefecto de la región metropolitana al conocerse que Jara y Alzamora fueron mantenidos en cautiverio en sus dependencias. Pinochet no quería enfrentar un plebiscito con este tipo de denuncias.
Pero volvamos a la cuestión de la Constitución. La Junta Militar venía preparando desde el mismo 1973 un texto en una Comisión que luego le entregó al Consejo de Estado. En aquella cadena nacional, el general Pinochet indic[o sin aspavientos que en este SI o NO a la Constitución se decidirían tres cuestiones: primero, aprobar un nuevo Constitucional que significaría un “nuevo concepto de democracia”; segundo, ratificar su permanencia en el poder por 8 años más “para emprender las tareas de largo plazo que requieren una voluntad firme y sostenida” y, tercero, después de ese tiempo, convocar a un nuevo plebiscito para definir su permanencia por otros ocho años más.
Al día siguiente, el 11 de agosto se informó de la creación de un comando 11 de septiembre por el Sí, que estaría encabezado por los jóvenes Andrés Chadwick y Juan Antonio Coloma. Ante la prensa ellos sostenían que se sentían “impactados y emocionados, porque nos vemos enfrentados a una etapa trascendental de nuestra patria”. Una extensa lista de empresarios hizo lo suyo, creando un Frente Cívico Patriótico 11 de septiembre. El secretario general de gobierno, general Sergio Badiola sintetizó la posición del gobierno: “es la Constitución de la libertad o el caos y la anarquía”.
A partir de ese día Pinochet comenzó una extensa gira por el país. Recorrería las ciudades más importantes del país donde era recibido por una masa de ciudadanos convocados por intendentes y alcaldes de cada región. Una comitiva cívico-militar lo acompañaba en cada viaje y que incluía a Alfonso Márquez de la Plata, Mónica Madariaga, José Luis Federici, Miguel Kast y los generales René Peri, Alejandro Medina Lois, y Rolando Ramos. En cada ocasión, Pinochet se dirigía a las multitudes, respondía preguntas de la prensa, e insistía en la relevancia de la decisión. En Temuco lo recibiría el alcalde designado Germán Becker y allí le preguntó al público que se congregaría: “¿No se dan cuenta que hoy estamos en democracia? ¿Se olvidan que no estuvimos en democracia en los mil días que tuvo que pasar el país durante el período de la Unidad Popular?”. Al terminar el acto, se le ofreció en esquinazo y se otorgaron títulos de propiedad a dos mil familias.
Los municipios se encargaban de congregar gente en cada lugar que pasaba Pinochet. Copiapó, Iquique, Valdivia, Osorno, Puerto Montt, Balmaceda, Punta Arenas, Valparaíso, fueron solo algunos de los sitios que visitaría en ese breve mes.
Ese mes el régimen se encargaría de realizar un sinnúmero de anuncios que incluyeron el aumento de los jardines infantiles, subsidios para trabajadores, becas de capacitación, aumento de las pensiones asistenciales, entrega de subsidios habitacionales y de títulos de propiedad. Pinochet tiraba la casa por la ventana para asegurar el triunfo.
El régimen realizó un sinnúmero de anuncios que incluyeron el aumento de los jardines infantiles, subsidios para trabajadores, becas de capacitación, aumento de las pensiones asistenciales, entrega de subsidios habitacionales y de títulos de propiedad. Pinochet tiraba la casa por la ventana para asegurar el triunfo.
La campaña del general implicaba también organizar cada detalle del acto eleccionario y el encargado de aquello fue Jovino Novoa, que para ese tiempo se desempeñaba como subsecretario general de Gobierno. En La Historia Oculta del Régimen Militar se reproduce el decreto confidencial de la época y que indicaba que los funcionarios públicos debían: “colaborar con los alcaldes proporcionando listas de personas confiables para que sean designadas presidentes de mesa y promover la inscripción de personas de sectores favorables al gobierno para que participen en el sorteo de vocales”. La Secretaría Nacional de la Mujer se encargaría de proveer nombres para las mesas de mujeres, mientras la Secretaría General de la Juventud y los Gremios empresariales contribuirían con nombres para las mesas de hombres.
Se trató de una cruzada cívico-militar en su sentido más explícito. Los alcaldes coordinarían un trabajo casa-a-casa entregando materiales y facsímiles del voto para “enseñar a votar”. Se organizaron además comandos de Acción Gremial por el Sí, Profesionales por el Sí e independientes por el Sí, en la que participaron Pablo Barahona, Roberto Pulido, Javier Leturia, Raúl Lecaros, Miguel Allamand, Patricia Matte, Francisco Cuadra, Carlos Bombal, Jorge Fontaine, Benjamín Matte, Alicia Romo, además de Chadwick y Coloma.
Jaime Guzmán, uno de los principales ideólogos del régimen, dio una extensa entrevista a El Mercurio el 24 de agosto para justificar la extensión del régimen que de acuerdo al cronograma alcanzaría como mínimo a 17 años. Allí se explayó sobre la necesidad de generar una transición gradual: “o dentro de un lapso que les ponga a cubierto de tales riesgos revanchistas”. Guzmán se sentía cómodo apoyando una dictadura: “para mi resulta perfectamente lógico, si se trata de un gobierno cuyo autoritarismo justo y eficiente es necesario e idóneo para crear las condiciones para esa democracia contemporánea estable”.
La justificación doctrinaria del plebiscito provino de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En un inserto en El Mercurio a mediados de agosto, los profesores de la facultad firmaron un inserto donde se justificaba doctrinariamente la nueva Constitución. El documento aparecía con el logo de Facultad y estaba firmado entre otros por los profesores Sergio Gaete, Hernán Larraín, Arturo Irarrázabal, Blas Belollio, Raúl Lecaros, Gonzalo Rojas, Jaime Guzmán, y Andrés Chadwick, entre otros.
Dicha declaración indicaba que establecer una nueva Constitución y convocar a un plebiscito era totalmente legítimo pues la Junta militar tenía “la potestad constituyente por haber advenido al poder en virtud de una revolución legítima y conservan y mantienen tal potestad mientras detenten el poder en aras del bien común. En consecuencia, reside en los nuevos gobernantes revolucionarios el poder constituyente originario.” Así, Pinochet y la junta se convertían de acuerdo a esa declaración en revolucionarios que venían a representar al soberano, al pueblo.
La declaración causó rechazo en una oposición que con muchas dificultades tenía acceso a los medios de comunicación. Recordemos que en ese entonces existía la censura previa y solo se permitía la circulación de algunas revistas y radios donde podían expresarse los opositores. El régimen solo permitió un acto público de la oposición que se realizaría el 27 de agosto en el Teatro Caupolicán.
La cita convocó por primera vez desde el golpe de Estado a partidos políticos de centro e izquierda en un mismo lugar. Genaro Arriagada se encargó de coordinar el acto. Hubo tres oradores, Manuel Sanhueza del grupo de los 24, el filósofo Jorge Millas y el ex presidente de la República Eduardo Frei Montalva. También se organizó un acto artístico con Roberto Parada, Ana María Palma y José Manuel Salcedo.
El teatro estaba repleto. Incluso hubo gente que no pudo entrar y se agrupó en las cercanías para escuchar el evento por las radios Cooperativa, Nacional y Santiago que fueron las únicas que pudieron transmitirlo. El discurso de Frei Montalva se constituía en la casi única oportunidad para que un opositor enfrentara al dictador.
La voz de Frei temblaba de emoción:
“Amigos míos, Amigos Míos… después de tantos años de nuevo nos encontramos aquí reunidos…”
El teatro estalló en gritos. La izquierda gritaba:
–“¡El Pueblo Unido, jamás será vencido!”
Jaime Guzmán se sentía cómodo apoyando una dictadura: 'para mi resulta perfectamente lógico, si se trata de un gobierno cuyo autoritarismo justo y eficiente es necesario e idóneo para crear las condiciones para esa democracia contemporánea estable'.
Los democratacristianos respondían:
-“Frei, Frei, Frei, Frei”
El ex presidente interrumpió. No quería dividir a la audiencia:
“La esperanza de Chile no tiene el nombre de una persona….”
En el auditorio se escucharon fuertes aplausos. Frei prosiguió explicando las condiciones en que se realizaría el plebiscito, restándole toda validez:
“No es válido porque no se puede llamar a plebiscito cuando el país vive bajo estado de emergencia; no es válido porque no existen registros electorales y han transcurrido prácticamente siete años desde su destrucción; no es válido, porque las mesas que recibirán los sufragios y harán su recuento están formadas por personas designadas por los alcaldes que a su vez, son nombrados por el jefe de Estado. No es válido porque no existe libertad de información ni de expresión”
Casi al final del discurso Frei Montalva planteó una propuesta de transición, que se establezca un gobierno cívico-militar de transición que en período de dos o tres años que “elija por votación popular una asamblea constituyente u otro organismo auténticamente representativo de todas las corrientes de la opinión pública, como fue en 1925, que tendrá a su cargo la elaboración de un proyecto de Constitución”. Tal proyecto, planteó Frei, sería sometido luego a plebiscito en un proceso con plena libertad de expresión.
Muchos jóvenes, pobladores, activistas, mujeres se atrevieron a desafiar al régimen. Algunos salieron a rayar las calles, otros a participar de manifestaciones de resistencia. Durante todo ese mes se organizaron pequeños actos de protesta en los principales centros urbanos, pero la mayoría de ellos fueron reprimidos por la policía. El día del plebiscito se verificaron protestas y detenciones en Talagante, Santiago Centro, Peñaflor y en la población La Bandera según el registro de la Vicaría de la Solidaridad. En esta última sucedió un hecho inusual. Un centenar de pobladores instalaron una mesa receptora y un WC en la capilla y comenzaron allí a depositar votos. Esta parodia de plebiscito levantó el ánimo entre los habitantes de la toma que estaban convencidos que se trataba de un circo electoral.
Así, el 11 de septiembre, 30 días después de anunciado por Pinochet, se verificó el fraude más grande que la historia electoral chilena hubiera conocido. Algunos de las inéditas y sorprendentes condiciones de tal proceso fueron:
40 años han pasado desde aquel fraude. Militares, civiles, abogados, empresarios, instituciones universitarias, funcionarios del régimen, profesionales, todos participaron en esta operación que establecería un cambio radical de las reglas de convivencia en materia de principios, derechos, y distribución del poder. Se establecería una nueva organización del poder, se legitimaría a Pinochet como Presidente de la República y se establecería un itinerario de entre 8 y 16 años para la transición a la democracia. Tan importante y trascendente era la decisión que la orden del general fue que había que ganar.
El engaño fue burdo y por lo mismo, a 40 años de este episodio conviene volver a revisar la memoria de lo ocurrido para darnos cuenta del modo en que procedió una decisión que nos tiene anclados a nuestro pasado.
*Este relato forma parte del libro del mismo autor El Fraude, Santiago: Hueders (2013).
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