COLUMNA DE OPINIÓN
Covid-19: Seguimos ciegos
04.08.2020
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
COLUMNA DE OPINIÓN
04.08.2020
Los autores cuestionan que el plan de desconfinamiento sea seguro para los chilenos. Creen que estamos ciegos sobre la pandemia, como cuando creímos estar aplanando la curva en abril y apareció un volcán que ya lleva más de 13 mil muertos. Aquí expresan las dudas, todas referidas a políticas mal hechas o datos no transparentados adecuadamente. Argumentan que la ineficiencia del gobierno ha sido reconocida internacionalmente y hace imprescindible que el presidente delegue “la gestión y manejo de los datos a personas y entidades confiables”. Sugieren también dejar de hablar de “rebrotes”, porque eso solo es posible cuando se ha controlado la pandemia. “Hacerlo cuando aún hay regiones completas con un contagio en marcha es confuso y pareciera solo servir para alimentar la autocomplacencia gubernamental de la pandemia”, argumentan.
En abril de este año, en una columna que causó polémica y reacciones de rechazo, pero que estaba en lo cierto, Rafael González (coautor de este texto) y el premio nacional de ciencias exactas 2007 Miguel Kiwi, afirmaron que el gobierno no estaba aplanando la curva de contagios, como afirmaba, sino que la habíamos perdido de vista. Argumentaron que caímos en ese engaño porque estábamos haciendo pocos test y eso llevaba a detectar pocos enfermos. Sin embargo, cada vez que se realizaban más exámenes, aparecían más contagios. La conclusión era obvia: lo único plano en Chile era la cantidad de test. Sobre la expansión del virus, no teníamos ni idea. Estábamos a ciegas.
Hoy, cuando el gobierno nos propone un desconfinamiento “Paso a paso”, estamos igual que entonces: a ciegas, pese a que hacemos muchos más test que en abril. El plan del gobierno se basa en indicadores que adolecen de una serie de imprecisiones y vaguedades, como el porcentaje de positividad o la ocupación hospitalaria. En esta columna nos enfocaremos en mostrar por qué no sabemos cuál es el porcentaje de positividad en Chile, o al menos cómo interpretarlo, elemento clave para regresar en forma segura a la vida normal que todos queremos.
Para entender qué ocurre con ese índice es necesario recordar el concepto de positividad. Esta es la relación entre la cantidad de test que se hacen y la cantidad de contagiados que se detectan en esos exámenes. La positividad nos da una idea de lo que está ocurriendo con el virus porque nos dice cuán difícil es encontrar a un enfermo. Si hacemos 10 test y detectamos 10 contagiados, tenemos una positividad del 100% y eso nos sugiere que la enfermedad está muy expandida y también, que nos estamos quedando cortos en los exámenes para medir esa expansión.
Esto muestra algo importante que es difícil de entender a buenas a primera: la cantidad de test que necesita un país depende de su nivel de contagio. No es un número que se deba valorar por sí mismo. Dicho de otro modo, no sirve de mucho comparar a los países por la cantidad de test que hacen. Hoy, por ejemplo, estamos entre las naciones que realizan más exámenes; pero por nuestro nivel de contagio, deberíamos hacer muchos más, como mostraremos más adelante.
Dado que la positividad es lo importante, ¿cuándo podemos decir que tenemos controlada la epidemia? El 30 de marzo de este año en una conferencia de la OMS, la Dra. María Van Kerkhove sugirió que entre 3% y 12% sería adecuado de acuerdo a lo que se veía en algunos países en ese momento. Pero agregó una advertencia relevante para Chile: “si llegas a un punto donde solo un pequeño porcentaje de los test es positivo, entonces está el riesgo que estés buscando en el lugar equivocado… debes asegurar mantener alto el nivel de testeo” (ver transcripción de la conferencia, p 16).
El gobierno de Chile tomó el 10% de positividad como una recomendación certera de los expertos de la OMS. Pero la verdad es que el 12 de mayo la OMS actualizó sus criterios. Señaló que para considerar que la pandemia estaba controlada la positividad debía ser menor al 5% por al menos 2 semanas (el periodo de dos semanas corresponde al periodo de incubación del virus y es el periodo mínimo para evaluar los cambios de tendencias, según recalca la OMS). Una positividad del 5% significa reportar 5 casos nuevos por cada 100 test realizados, es decir, 1 caso por cada 20 test. Cuando el gobierno anunció el desconfinamiento, se dijo que cumplíamos con otro estándar de positividad, aún mayor, 15% de positividad regional (en el plan “Paso a Paso” el gobierno estableció los criterios de positividad regional para pasar desde cuarentena hasta la apertura avanzada. Las positividades asociadas a cada una de las etapas son: 15%, 10%,10% y 5%).
Con estándares más laxos que los de la OMS, el 27 de julio comité asesor COVID-19 ajustó los criterios de positividad para pasar de una a otra etapa. El comité asesor sugirió positividades de 10%, 5%, 3% y 1% para llegar a apertura avanzada.
El plan ‘Paso a Paso’ enfatiza una serie de recomendaciones para actividades comerciales, pero no se refiere a otras actividades ciudadanas (...) Es interesante notar, por ejemplo, que el toque de queda no queda supeditado a los criterios sanitarios.
¿Cuál es la positividad de Chile? Para responder a esto hay que aclarar un asunto clave: la positividad puede ser distinta dependiendo del periodo que se considere. Hay una positividad diaria, que relaciona la cantidad de exámenes hechos en un día con los contagiados detectados ese día. Así mismo se puede calcular una positividad promediada en 7 días (la que usa el Comité Asesor, por ejemplo) o mensual.
Hay evidencia de que el gobierno, en sus comunicaciones, usa una u otra positividad, se acuerdo a la conveniencia, es decir, dependiendo de cual cálculo muestra una positividad más baja. Por ejemplo, el 23 de marzo, el ministro de Salud decía que Chile había tenido una positividad del 3,2%: en este caso se refería a la positividad de las últimas 24 horas. El 19 de abril el ministerio dijo que la positividad era del 8% (lo que correspondía a la positividad total desde el inicio de la pandemia en Chile). El 11 de julio, en Arica, el ministro anunció una positividad del 16%: en este caso se refirió a positividad promedio 7 días.
La OMS recomienda observar la positividad a 14 días. Calcularla en este período de tiempo es importante porque corresponde al período máximo de incubación del virus y además da un margen de seguridad en caso de tener problemas en el testeo o por eventos que aumenten el contagio.
Volvamos a la pregunta: ¿qué positividad tiene Chile? Si consideramos el largo plazo, desde el primer caso reportado hasta el 31 de julio tenemos una positividad de un 22% (un caso confirmado por cada 4-5 test realizados, ver gráfico 1). Este indicador a largo plazo es preocupante porque significa un subrerporte de casos y, lógicamente, un subreporte en personas fallecidas confirmadas COVID-19.
El gráfico 1 muestra el total de casos confirmados y la cantidad de test realizados por millón de habitantes, en un grupo de países[1]. El eje vertical (casos confirmados) muestra que Chile reporta entre tres y cuatro veces más casos que España, Bélgica, Italia y Reino Unido, que son los que más casos acumulados por población reportan en Europa. Al mirar el eje horizontal (test por millón) se puede ver que, salvo Uruguay y República Checa, los países mencionados han hecho más test que Chile. Al relacionar ambos datos se obtiene el porcentaje de positividad acumulado: En Chile es superior al 20% en Estados Unidos, España y Bélgica la positividad es sobre en 5%, Australia, Uruguay y Dinamarca bajo el 1%.
Si examinamos ahora la positividad a 7 y 14 días (al 31 de julio) tenemos a nivel nacional una positividad de 10,4% y 11,5% a nivel nacional. Esto implica que en ambos cálculos estamos muy por sobre el 5% sugerido por la OMS. Esa positividad nos sugiere que estamos quedando cortos con los test, pese a los muchos que estamos haciendo; y además, que la enfermedad puede estar mucho más expandida. Pero eso no es seguro, pues hemos estado ciegos por más de cuatro meses.
El gráfico 2 indica, día por día, cuántos test hicieron seis países para encontrar un contagiado. Por ejemplo, el 20 de mayo los australianos debieron realizar más de mil test para encontrar a alguien con COVID-19, mientras en Chile, en esa misma fecha, aparecía un contagiado cada seis o siete test. En el círculo se indica un extraño efecto de la curva chilena, a mediados de junio: se debe a que el gobierno “olvidó” incluir 31 mil casos de contagios, lo que ensució las cifras y lleva a que la comunidad científica mundial haga un seguimiento impreciso de la pandemia.
De acuerdo con estos datos de positividad diaria -promedio de 7 días-, Chile hoy encuentra un contagio cada 8-9 test, mientras que Australia, Dinamarca, Reino Unido y Alemania tienen que hacer más de 100 exámenes para encontrarlo. El gráfico 3 muestra la positividad de Chile el 28 de julio cuando inició el desconfinamiento frente a la que tenían otros países europeos cuando empezaron a relajar medidas. Todos estos países empezaron a desconfinar con extrema cautela y mucha preocupación de la opinión pública.
Este no es el único problema que hace dudar de que tengamos controlado el brote y podamos avanzar hacia un desconfinamiento. La OMS ha sugerido que para que las mediciones de control sean válidas, tienen que haber sido hechas durante tres semanas, sin cambios importantes en las políticas y en las metodologías de testeo. Chile no cumple esos requisitos. Semanas antes de activar el actual plan de paso a paso, la cantidad de test cayó (especialmente en la RM). Además, cambiamos de ministro, y el 1 de julio se informó una nueva estrategia de testeo, trazabilidad y aislamiento (TTA) donde se anunció, por primera vez un plan sanitario nacional, el famoso “Paso a Paso”. De acuerdo a los estándares de la OMS, esos cambios de políticas pueden tener efectos en nuestro cálculo de la positividad y no nos permitirían saber cuán activo o controlado está el brote. Por lo tanto, no podemos siquiera hablar de posibles “rebrotes” si el virus está aún fuera de control.
Hoy Chile reporta más de 17 mil casos por millón de habitantes, es decir, más del doble que Suecia, el país europeo que está peor en este sentido. En cuanto a personas fallecidas por millón de habitantes, y sólo considerando los 9.478 confirmados por el MINSAL al 30 de julio, estamos peor que 31 países europeos con más de 1 millón de habitantes (solo nos “ganan” Suecia, Italia, España, Reino Unido y Bélgica). Si tomamos en cuenta los fallecidos informados por el DEIS -más de 13 mil-, estamos peor que 35 países europeos (sólo nos “gana” Bélgica, que reporta fallecidos probables).
Esta situación general, que es mala comparativamente hablando, esconde, además otras complicaciones, derivadas de la diversidad de nuestro territorio y de las fuertes diferencias sociales que cruzan nuestra sociedad. Nuestro promedio es malo, pero si abrimos ese promedio, las realidades regionales que aparecen son, en algunos casos, escalofriantes. Tal es el caso de las comunidades mineras donde la situación es especialmente preocupante.
Disminuir la positividad sólo como un ejercicio de testeo o diseñando estrategias de prevención y mitigación sin considerar tanto las necesidades como las capacidades de una diversidad de territorios es el preludio de otro fracaso.
Hoy es más importante que nunca analizar la estrategia de testeo más allá del promedio nacional de indicadores de contagio y positividad, porque el promedio invisibiliza las realidades comunales y regionales. La continua invisibilidad de las regiones las condena a intensificar su precariedad y, en muchos casos, su definición como zonas de sacrificio.
También es central entender que toda estrategia para enfrentar la pandemia es compleja e incluye medidas y acciones que van entrelazadas. Es necesario educar y preparar a la población para no contagiarse y cortar la cadena de contagio; detectar y localizar las personas contagiadas y los que han estado en contacto con ellos para así tener una trazabilidad precisa; apoyar tanto a las personas contagiadas como a la población general para hacer confinamiento cuando sea necesario y así evitar la propagación del contagio; y avanzar en el diseño de una estrategia de atención primaria y hospitalaria para atender a los enfermos.
Para todas estas acciones son necesarios altos niveles de transparencia, participación de todos los actores sociales, y una comunicación en crisis que se sustenta en la confianza y que desarrolla la resiliencia. Es una estrategia altamente compleja, por lo tanto, debe ser evaluada e implementada con expertos en crisis sanitaria de modo independiente de la política del gobierno de turno.
Hace semanas la Universidad de John Hopkins incluyó a Chile entre los 20 países más afectados por la pandemia tanto en casos confirmados como en cuanto a personas fallecidas. Chile lo ha hecho mal en la gestión de la pandemia, su actuar ha sido lento y torpe, y esto ha sido reconocido a nivel nacional e internacional. La positividad es todavía muy alta y la falta de desagregación de los datos impide orientar medidas de desconfinamiento informadas por la evidencia. Chile parece ineficiente y descuidado con sus habitantes frente a países que han enfrentado la pandemia con un foco en la salud y vida de las personas. Se han realizado gran cantidad de exámenes por millón de habitantes, pero a la vez es un país con una cantidad colosal de casos acumulados por millón de habitantes.
¿Por qué estamos en esta situación?
Un factor importante es que el MINSAL ha sido confuso en su comunicación. Lo fue al comienzo y lo sigue siendo hoy. Por ejemplo, el 22 de marzo, con Jaime Mañalich como ministro, tuvimos una positividad acumulada del 63% (desde el primer caso al 22 de maro), pero eso nunca se transparentó.[2] Tampoco, como habría sido mejor para cuidar a la población, se nos indicaba la positividad de los últimos 7 o 14 días. Al contrario, el 23 de marzo el ministro Mañalich destacó un 3,2% de positividad (posiblemente de las últimas 24 horas) y aseguró que esto era “extraordinariamente bajo en relación con lo que se reporta en otras naciones que está en el orden del 15, del 12%”. Esto apunta a una intencionalidad permanente de jugar con las cifras, sus interpretaciones y hace pensar en un engaño a la población.
Hoy, contra los estándares de la OMS, el ministro Paris ha dicho que se pueden tomar decisiones de desconfinamiento con positividades del 15 o del 10%. [3] De acuerdo con el ministro la RM cumplía con una positividad menor al 15% para avanzar al paso 2 de un esquema de desconfinamiento de 5 pasos. Sin embargo, los indicadores de la RM no parecen coincidir con eso ni necesariamente sirven de guía para saber qué hacer en regiones.
En segundo lugar, creemos que el manejo de la crisis sanitaria en Chile tiene una característica que comparte con Estados Unidos: ha sido irresponsable, ya que, teniendo una gran capacidad de testeo, no la aprovechó como parte de una estrategia integral de cuidado a la población, insistiendo en medidas laxas de protección de la salud, priorizando la actividad económica.
Dicho de otro modo, el control de la pandemia no depende sólo del testeo ni de la cantidad de ventiladores disponibles. Depende de cortar las vías de transmisión del virus. Ni Estados Unidos ni Chile han conseguido eso. Ambos países han optado por niveles de testeo elevados, en comparación con otros países, pero que no toman en cuenta el nivel de contagio interno.
Para entender la deficiencia de esta estrategia es bueno recordar un reporte de un grupo de científicos del Edmond J. Safra Center for Ethics en Harvard, en donde se propone una estrategia para reabrir la economía de Estados Unidos de manera segura. Con respecto a la cantidad de test necesarios indicaba: «Lo que necesitamos hacer es mucho más grande de lo que la mayoría de la gente piensa». De ese documento se concluye que abrir después de la cuarentena es un proceso bastante más complejo que requiere utilizar el principio precautorio. Requiere testeo a una escala masiva, trazabilidad de contactos precisa, aislamiento, y cuarentenas. Y, simultáneamente, proveer los recursos para todos los afectados.
No hace sentido después de más de cuatro meses de una pandemia descontrolada que sea el segundo piso el que gestione el día a día de la pandemia. Ni siquiera la vocería semanal debiera estar a cargo de la presidencia porque sus alocuciones son percibidas con alta desconfianza.
Ese informe indicaba que Estados Unidos debía hacer cinco millones de test por día en junio y llegar a 20 millones a fines de julio. Si traemos esos datos a Chile -considerando que tenemos una población 17 veces menor- por simple proporcionalidad Chile debía realizar 300 mil test en junio y llegar a 1,2 millones en julio.
A un número test inferior pero igualmente descomunal llegamos nosotros al estimar, a partir de los contagios que hemos tenido, cuántos exámenes deberíamos haber hecho para tener una positividad promedio en 14 días del 1 y del 5%.
El gráfico ilustra el número de test que se informó a nivel nacional cada día desde marzo hasta la semana pasada, como un promedio a 14 días. La línea verde oscura indica el volumen de test que tendríamos que haber hecho para que la positividad fuera de 1%. En el peak de contagios, debimos estar haciendo cerca de 600 mil test. El área roja muestra la cantidad de exámenes que efectivamente tomamos.
Para que se entienda bien, si consideramos que hoy tenemos 2.100 casos nuevos detectados, para salir a la calle tranquilos, esa cantidad debería representar una positividad del 5%; y para ello deberíamos estar haciendo 42.000 exámenes diarios, pero estamos haciendo la mitad (22.800). En tanto, para que la positividad fuera de 1%, tendríamos que encontrar 2.100 casos después de realizar 210 mil exámenes. Del mismo modo, a mediados de junio, cuando registramos 6.000 contagios diarios, habríamos necesitado hacer 600 mil test diarios para que esa cantidad indicara una positividad del 1%.
Por supuesto que 600 mil es un número de test colosal para Chile, pero era la cantidad mínima que se debía alcanzar para evitar miles de muertes habiendo tomado medidas de confinamiento laxas. [4] Si se quiere seguir adelante con medidas laxas de contención y camino a un desconfinamiento acelerado para hacer funcionar el país a toda costa -similar al mensaje de los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro- entonces, para que sea seguro para la población, debemos aumentar el testeo diez a treinta veces más.
Dado que aumentar el testeo a cientos de miles es inalcanzable de manera inmediata, lo razonable es cortar la cadena de contagio lo antes posible y así requerir una cantidad de test diario abordable por el país.
El caso italiano muestra cómo salir de la situación de calamidad en que estamos de manera razonable: cortando el contagio y aumentando el testeo tanto como sea posible.
Chile tiene tres veces menos población que Italia, pero llegó a un peak de casos muy similar al de los italianos. El gráfico ilustra lo que hizo Italia.
A comienzos de marzo Italia se enfrentó con un contagio fuera de control por lo que desde los primeros días de ese mes decretó cuarentena país y, al mismo tiempo, aumentó el testeo de manera decidida llegando a hacer unos 60 mil exámenes por día a mediados de junio.
Combinando el aumento de testeo progresivo y sostenido con una estrategia de cortar la cadena de contagio, se logró una positividad bajo el 5% nacional casi un mes después del peak de contagios que tuvieron a fines de marzo. A partir de ese momento Italia siguió con medidas de testeo masivo y eliminando el contagio del virus. Empezó a desconfinar los primeros días de mayo, cuando el país estaba alrededor del 5% de positividad a 7 días; y alcanzó una positividad bajo el 1% a fines del mes de mayo, momento en que recién se empezó a relajar el aislamiento. El 15 de junio, con una positividad del 0,5%, los cines y teatros volvieron a funcionar con medidas especiales.
En la siguiente figura se muestra la comparación del uso de camas UCI por enfermos de COVID-19 entre Italia y Chile. En enero del 2020 Italia tenía cerca de 5.300 camas UCI, mientras Chile alrededor de 850 con ventilación mecánica invasiva. Como es de esperar, tanto Italia como Chile hicieron el mayor esfuerzo por aumentar la cantidad de camas UCI disponibles. Pero es muy poco lo que se puede hacer en aumento de personal especializado en unidades críticas. Por eso es importante considerar la situación de los países antes de la llegada de la pandemia como referencia.
El contraste impresiona: Italia inició el desconfinamiento con un 28% de las camas UCI ocupadas por pacientes COVID-19 y Chile con 235% de ocupación (sin contar pacientes internados por otras causas).
Lo que le ha pedido gran parte de la comunidad científica y de expertos al gobierno (el @ColMed, @Los40delaCarta, y muchos más) desde el inicio de la pandemia es “dejarse ayudar”.
Una pandemia no es una guerra con secretos de estado. En un desastre es necesaria la transparencia, e invitar a participar y colaborar con transparencia. Como dijimos, el plan de desconfinamiento “Paso a Paso” que presentó el gobierno adopta criterios como el nivel de contagio, índice de contagio, la ocupación hospitalaria, y otros indicadores que tienen una serie de imprecisiones y vaguedades que pueden llevar a decisiones que prioricen necesidades políticas en vez de sanitarias. Es interesante notar, por ejemplo, que el toque de queda no queda supeditado a los criterios sanitarios.
El plan enfatiza una serie de recomendaciones para actividades comerciales, pero no se refiere a otras actividades ciudadanas. Es claro que el paso a paso enfatiza la actividad económica por sobre otras. El gobierno, por lo tanto, ha persistido en diseñar planes que muestran falencias severas, improvisación y deja una serie de conceptos sin definición clara, como la trazabilidad. Más importante aún, el plan no enfatiza el corte de la cadena de contagio. Por ello, parece ser que el plan aún se rige bajo el principio de la inmunidad de rebaño que ha sido criticada por la comunidad de expertos como ética y técnicamente insostenible.
Es evidente que, para el gobierno, la pandemia no es un problema sanitario, es parte de una política de mantener el liderazgo dentro de su coalición. Todavía prima una suerte de filosofía de la guerra con una estricta línea de autoridad que impide la retroalimentación de múltiples actores sociales.
Necesitamos un enfoque sanitario integral que incorpora no solo la atención de salud, pero también el apoyo social para que las personas en riesgo puedan confinarse cuando sea necesario. La trazabilidad, por ejemplo, no es solo una cifra que se contabiliza a través de una plataforma digital, que solo recién está comenzando a funcionar. La trazabilidad es una intervención para controlar la pandemia; es un proceso de detección asertiva de contagiados y todos los que han estado en contacto con estos pacientes, de modo de apoyarlos en la atención de salud física y mental, el apoyo social que habilita a las personas a confinarse por 14 días, resolver cuestiones laborales y cuidado de hijos e hijas, u ancianos o enfermos a cargo del contagiado.
Por ello la trazabilidad es un proceso complejo que debe atender a la inclusividad y los derechos de las personas más vulnerabilizadas, incluyendo las comunidades indígenas, las mujeres, niños y niñas, y las personas con discapacidades.
Implementar medidas de desconfinamiento requiere una política pública que se construye con una amplia participación. No se puede producir a la manera de la estrategia hospitalocéntrica diseñada por el gobierno desde antes de la detección de los primeros contagios. Los respiradores no detienen el curso de la pandemia y tampoco las cuarentenas dinámicas. El gobierno, por lo tanto, debe actuar como un facilitador de las capacidades del estado y la ciudadanía organizada en sus territorios. Disminuir la positividad sólo como un ejercicio de testeo o diseñando estrategias de prevención y mitigación sin considerar tanto las necesidades como las capacidades de una diversidad de territorios es el preludio de otro fracaso. La desconfianza ante ese approach releva una continua serie de rebrotes. Cuestión que puede suceder solo después de haber controlado la pandemia. Por el momento, la pandemia está descontrolada y eso hay que reconocerlo, pero aun así es necesario planificar participativamente como volver a actividades sociales, laborales, educativas, recreativas, y otras mientras prevenimos el contagio.
Los rebrotes se han comenzado a instalar en el discurso de la autoridad. Cuando el ministro sugiere que estamos preparados para los rebrotes se distorsiona la naturaleza restringida de un brote epidémico después de haber aplastado el contagio. El rebrote es la aparición del contagio en una zona geográfica específica para la cual la autoridad sanitaria está preparada para trazar el contagio en su origen y proceder a reducirla. El rebrote como discurso se puede utilizar cuando en el país esté controlada la epidemia. Siempre hay rebrotes después de eliminada la pandemia. Sin embargo, mencionar rebrotes cuando aún hay regiones completas del país con un contagio en marcha es confuso y pareciera solo servir para alimentar la autocomplacencia gubernamental de la pandemia.
No hace sentido después de más de cuatro meses de una pandemia descontrolada que sea el segundo piso el que gestione el día a día de la pandemia. Ni siquiera la vocería semanal debiera estar a cargo de la presidencia porque sus alocuciones son percibidas con alta desconfianza. Todo este tiempo se ha necesitado una comunicación empática, que permita que todos entiendan el rol que deben jugar en el control de esta pandemia, acompañada de un manejo transparente de los datos. Sin embargo, eso no ha ocurrido. Hoy, se hace necesario que el presidente delegue la gestión y manejo de los datos a personas y entidades confiables en un contexto político definido por una serie de elecciones y el proceso constituyente. La estructura de gobernanza de esta pandemia ha demostrado no conocer o tener las habilidades para entender o gestionar el corte de la cadena de contagio. Sabemos que su energía resultó en apuntalar las unidades de cuidado intensivo, pero ello no va a evitar el contagio continuo y la sucesión de muertes, una de las más altas del mundo. La falta de legitimidad y confianza más el desconocimiento ha llevado a una lentitud y torpeza en la gestión de este desastre que es destructivo. El pasado es un buen predictor del futuro en la conducta humana y en el desarrollo de modelos computacionales. El presidente ganaría puntos políticos sí reconoce que otros y otras tienen las competencias para manejar esta crisis. Es el momento de moverse a un distinto tipo de positividad, que requiere la renuncia de la estrategia que utiliza la pandemia para blindar al actual presidente. Para reducir la positividad necesitamos líderes capaces de construir un nuevo ethos de confianza y positividad que vaya en aumento para así disminuir el impacto del virus particularmente en los más vulnerables de este país.
[1] En el gráfico se muestran Total de casos y Total de test por millón de habitantes. Se indica líneas que muestran cuando un país cruza positividad acumulada mayor a 0,5%, 1%, 2%, 5%, 10% y 20%. Chile al 31 de julio registraba una positividad acumulada del 22%. Esto quiere decir que hemos hecho entre 4 y 5 test para encontrar 1 caso, muy lejos del mínimo que sugiere la OMS: 20 exámenes. Esto es ilustrativo y muestra la positividad acumulada desde el inicio de la pandemia. Chile hoy se acerca al 11,4% en 14 días, es decir, 9 exámenes para encontrar 1 caso positivo, aún muy alto.
[2] El 23 de marzo el MINSAL informó, por primera vez, 3.463 test PCR procesados en las últimas 24 horas. Al día siguiente se informaron 3.078 test procesados en las últimas 24 horas y un acumulado de 7.542 test. Con este último dato podemos calcular que el día 23 de marzo había 4.464 test acumulados. De igual manera que al 22 de marzo se habían reportado tan sólo 1.001 test PCR totales con 632 casos totales. Es decir, al 22 de marzo, luego de casi tres semanas desde el primer caso, teníamos una positividad acumulada del 63% y no fue transparentado.
[3] El día 1 de julio el ministro de Salud declaró “la OMS dice que hay que tener un 10% de positividad y no hemos llegado a ese promedio nacional”. De igual manera, en el documento “Protocolo de coordinación para acciones de vigilancia epidemiológica durante la pandemia covid-19 en chile: estrategia nacional de testeo, trazabilidad y aislamiento” se habla de un total de 5 etapas de control y se da como referencia comunal el 10% para una etapa 4 y bajo 5% para una etapa 5.
[4] Al proponer que hubiera sido seguro salir a la calle es bajo el supuesto que habríamos encontrado antes a una mayor cantidad de casos, incluyendo a personas con síntomas menos severos. Este ejercicio es para tener lecciones que sirvan en el futuro.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER/Académico recibe aportes de cinco centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales y el Observatorio del Gasto Fiscal. Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.