COLUMNA DE OPINIÓN
Pensar la política científica más allá de Becas Chile
30.07.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
30.07.2020
Como consecuencia de la Pandemia, seis programas de Becas Chile fueron cerrados. Entre ellos el magister en el extranjero, a través del cual se graduaron más de 5000 chilenos entre 2010 y 2016. Los autores no consideran que este cierre sea necesariamente un perjuicio para el desarrollo científico. Estiman que reorientar los fondos a las universidades chilenas “puede permitir mejorar la calidad de la formación de posgrado y de la producción científica local”.
En abril, el Ministerio de Ciencia anunció la suspensión de seis programas de becas para cursar estudios de postgrado en el extranjero (en adelante, Becas Chile) con motivo de la necesidad de financiar la respuesta a la pandemia generada por el Covid-19 (1). Estas becas incluyen diferentes modalidades para cursar magíster, subespecialidades médicas y postdoctorados en el extranjero, sin afectar el programa para financiar estudios de doctorado. Frente a esta controversial medida, diferentes actores han manifestado su rechazo, principalmente a través de columnas de opinión (2,3). En esta columna postulamos que buena parte de los argumentos en contra de esta medida son incorrectos. A su vez, argumentamos que, en lugar de una reposición acrítica de esta iniciativa, es necesario repensar la política científica para Chile. Nuestro propósito es mostrar que si bien el fondo del argumento de las críticas contra el recorte en Becas Chile, relativo a la relevancia de la ciencia para el desarrollo nacional, es razonable, este programa no necesariamente responde a tal objetivo.
No todos los programas de magíster en el extranjero están directamente enfocados a la producción de conocimiento científico y, en efecto, es posible cursar un programa de magíster en universidades altamente prestigiosas sin hacer investigación.
Se ha argumentado que, en el contexto actual, marcado por problemas como la pandemia o la calidad de la educación, se requiere más inversión en ciencias en lugar de recortes a programas como Becas Chile. Si bien estamos de acuerdo con la relevancia de la inversión en conocimiento científico, el que probablemente será útil para combatir la pandemia, esto no es equivalente a la necesidad de financiamiento de programas de magíster en el extranjero, al menos en la forma en que actualmente se hace a través de Becas Chile. El argumento de que toda forma de conocimiento podría ser útil para el combate de la pandemia es falaz y autocomplaciente. Por un lado, los programas de postgrado tienden a ser programas de especialización y, por lo tanto, hay programas más relevantes que otros para formar capital humano avanzado que pueda colaborar con situaciones como la pandemia (ya sea directamente, como en el caso de epidemiólogos o de las ciencias de la salud; o indirectamente, como en el caso de psicólogos o ingenieros). Por otro lado, es necesario distinguir entre la inversión de capital humano avanzado de la inversión en ciencia. No todos los programas de magíster en el extranjero están directamente enfocados a la producción de conocimiento científico y, en efecto, es posible cursar un programa de magíster en universidades altamente prestigiosas sin hacer investigación. Y, finalmente, cabe destacar que los concursos de doctorado internacional, que por definición se orientan a la producción de conocimiento científico, no fueron suspendidos y sus resultados fueron dados a conocer este 27 de julio (4). No todos los caminos conducen a Roma.
Estos argumentos no implican necesariamente que deban eliminarse todos los programas que financien estudios en el extranjero. Más bien, estas reflexiones constituyen un llamado a perfeccionarlos, en el sentido de dar prioridad a programas que realmente requieran ser cursados en universidades fuera de Chile.
El programa de Becas Chile se instala en 2008 (con el inmediato precedente de la Beca Presidente de la República que se ejecutó entre 1981 y 2007) con el objetivo de subsidiar la capacidad de los ecosistemas técnicos y científicos locales para mantenerse actualizados en conocimiento de punta. Esto llevó a un notorio incremento de la masa crítica científica desde 2010 al 2016, donde se contabilizaron 4.681 graduados de doctorado, 5.238 en magíster y 75 en subespecialidades médicas, todos provenientes de las universidades más prestigiosas a nivel nacional e internacional (5). A su vez, entre 2009 y 2015 la matrícula de doctorado en Chile aumentó desde 3.738 a 5.172, mientras que la de magíster desde 24.619 a 40.203 (6), al mismo tiempo que desde 2003 a 2016 la cantidad de programas de doctorados nacionales creció desde 109 a 266 programas (7). En otras palabras, desde el inicio del programa Becas Chile un número importante de académicos se formó tanto en Chile como en el extranjero, lo que fue acompañado también por una mejora importante en la infraestructura educacional chilena, expresado en el aumento de la oferta de posgrado y -aunque en menor medida- en sus niveles de acreditación (8). Cabe destacar que la evidencia disponible no permite comparar la calidad de los programas de magíster nacionales con aquellos impartidos en el extranjero. Sin embargo, creemos que estos datos muestran que hoy en Chile es cada vez más difícil argumentar sobre la escasez de líneas de investigación y competencias técnicas que sólo se encuentran en el extranjero[1].
Estos datos contrastan con un crecimiento insuficiente de plazas en universidades, industria, institutos privados sin fines de lucro y el Estado para los nuevos doctores y magíster formados tanto en Chile como en el extranjero (9), en su mayoría en ciencias sociales y humanidades (10,11), y de una relativa estabilidad de la cantidad de fondos científicos concursables como Fondecyt (12). Es decir, hoy nos encontramos en una situación de “cuello de botella”, donde los científicos cada vez tienen mayores dificultades para insertarse laboralmente, lo que redunda en el aumento de las condiciones precarias de empleo, subempleo o desempleo (13,14).
Se podría argumentar que el gasto en becas internacionales no es contradictorio con una expansión del gasto en ciencia en general, lo que permitiría aumentar el número de plazas académicas y laborales sin disminuir el financiamiento a programas como Becas Chile. Sin embargo, a nuestro juicio, este razonamiento es erróneo al no considerar una expansión orgánica de la inversión en ciencia. Y en este punto es muy relevante tener en cuenta el rol de los programas de postgrado nacional y sus desigualdades respecto a los postgrados internacionales.
Antes de la suspensión de las becas, por cada peso que se invertía en becas nacionales, un total de 2.5 pesos se invertían en becas internacionales (5). Esta desigualdad es más dramática si se considera que el Estado puede llegar a pagar un millón de pesos anual de arancel para un magister nacional (15), mientras que esa cifra se puede elevar a más de 25 millones anuales en arancel en una universidad extranjera (sin contar además costos de estipendio, materiales y viajes). Por otro lado, los programas de posgrado nacionales tienen la debilidad estructural de que son subsidiados por el pregrado, en términos de la remuneración basal de sus plantas académicas. Esto agrega una carga extra a los académicos universitarios, quienes deben incluir la docencia de posgrado a sus obligaciones de docencia de pregrado, extensión, investigación y, en algunos casos, de responsabilidades administrativas.
En este sentido, la suspensión de Becas Chile da una oportunidad para repensar el esquema de inversión de la política científica, otorgándole mayores recursos a universidades nacionales por la vía de financiamiento de postgrados. Esto implica, en primer lugar, mayores capacidades del ecosistema científico para retener talento nacional y atraer talento internacional. En segundo lugar, esto permitiría que las universidades chilenas tuviesen una mayor holgura financiera para contratar a más académicos y adquirir más equipos. Y, en tercer lugar, esto facilitaría potenciar la investigación vía tesis que se realicen en el país. Más de diez años de Becas Chile han permitido fortalecer el conocimiento científico a nivel local y contar con redes internacionales que pueden ser mejor aprovechadas si se tienen más recursos. En suma, apuntalar a Chile como un polo de desarrollo científico a nivel internacional.
Antes de la suspensión de las becas, por cada peso que se invertía en becas nacionales, un total de 2.5 pesos se invertían en becas internacionales. Esta desigualdad es más dramática si se considera que el Estado puede llegar a pagar un millón de pesos anual de arancel para un magister nacional, mientras que esa cifra se puede elevar a más de 25 millones anuales en arancel en una universidad extranjera (sin contar además costos de estipendio, materiales y viajes).
Cabe destacar que nuestra posición no implica una idealización de la producción científica chilena y la formación de posgrado a nivel nacional. Por una parte, reconocemos que pueden existir múltiples problemas en las universidades nacionales, tanto a nivel de pregrado como de posgrado, que influyen negativamente en la producción de conocimiento científico. Por otra parte, dada la situación actual, considerando el incentivo de financiamiento como Becas Chile y la debilidad estructural de muchas universidades chilenas, puede incluso resultar más conveniente para las y los estudiantes cursar un programa de magíster en el extranjero que en Chile. En ese sentido, nuestro argumento es que otorgar prioridad al fortalecimiento de las universidades chilenas, por sobre iniciativas como Becas Chile, puede permitir mejorar la calidad de la formación de posgrado y, al mismo tiempo, de la producción científica local. Esto, por supuesto, requiere una discusión más amplia que permita identificar los medios más apropiados para lograr dicho objetivo.
Asimismo, estos argumentos no implican necesariamente que deban eliminarse todos los programas que financien estudios en el extranjero (las subespecialidades médicas son un ejemplo de esto). Más bien, estas reflexiones constituyen un llamado a perfeccionarlas, en el sentido de dar prioridad a programas que realmente requieran ser cursados en universidades fuera de Chile. Es decir, los criterios debiesen ser más exigentes de lo que son actualmente para justificar la necesidad de que el Estado financie un programa de tales características, considerando además potenciar herramientas como las pasantías o posdoctorados para estudiar aspectos más específicos.
En definitiva, la demanda por el mero retorno de Becas Chile sólo mantiene el estatus quo de una política científica que hoy es insuficiente.
[1] A pesar de esto, reconocemos que no existe evidencia directa para este argumento y que nuestra posición se basa en los datos mencionados, debido a que las evaluaciones más recientes del programa de Becas Chile realizadas por la DIPRES se centran, principalmente, en cuantificar el aumento de personas con estudios de posgrado finalizados (5)
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