Daño, perdón, Antonia
27.07.2020
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27.07.2020
El dolor que sentimos cuando nos han hecho daño, es siempre doble dolor: uno por la persona que nos lo hizo, otro por el acto que nos hicieron. Hay ahí al menos dos rupturas: en un vínculo o la confianza y en la libertad.
El perdón por su parte, solo es uno, y solo puede darlo quien ha sido dañado, y a la persona que nos agravió. Es en realidad un regalo para la persona que nos hizo el daño, como decía Humberto Giannini respecto de Derrida. Si se llega a perdonar, nunca será al acto, ya que eso significaría justificar acciones que en el fondo no requieren de un perdón real. Por eso no es posible perdonar una violación. Perdonar a una persona, en cambio, es distinto. Podríamos -quizás- entender sus motivos, sus enfermedades, sus monstruos, incluso su arrepentimiento si lo sintiese. Pero ahora que Antonia no está, el perdón para su agresor tampoco es posible, porque solo ella podría haberlo perdonado.
Un daño, además de ser un doble dolor, genera un doble cambio. Cambia la relación (si es que había alguna) con quien hizo el daño o las relaciones con otros, el vínculo o la confianza en ellos y cambia también la relación con el mundo, la libertad. Y puesto que cambia al mundo, nos cambia a todos dentro de él, porque nos predispone a la defensa, nos pone en alerta, nos hace proteger a los que amamos de sufrir algo similar. Una violación no se borra nunca y deja huellas. La muerte de Antonia es la más dolorosa de ellas. Pero entre esas huellas estamos también nosotras, las que sentimos el sufrimiento de Antonia como propio porque su doble dolor es también nuestro, y acá quedamos las dispuestas a vigilar el mundo en su nombre y por su memoria.