COLUMNA DE OPINIÓN
Derecha economicista y centroderecha política en Chile
04.07.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
04.07.2020
El autor desarrolla una profunda y detallada crítica a la mirada economicista que ha dominado en la derecha en las últimas décadas. Estima que su “estrechez ideológica es dañina para la construcción de una centroderecha amplia y renovada” que pueda comprender la sociedad chilena moderna. Sugiere que esta mirada le ha quitado capacidad de “conducción política a la derecha” y por ello el primer gobierno de Piñera, no pudo dar respuesta política al movimiento estudiantil de 2011, pese a tener cuadros competentes; y lo mismo pasó luego del estallido de octubre: “el gobierno careció completamente de impulso político, precisamente, porque seguía comprendiendo su papel desde el discurso economicista”. No logró ver la política sino “como gestión (…) como un ceñirse, de la manera más estricta posible, a las prescripciones económicas”. Cree que para los desafíos actuales es necesario rehabilitar las tradiciones ideológicas y culturales de una “centroderecha histórica y política; una centroderecha que es nueva de puro vieja, pues hunde sus raíces en la historia bicentenaria del país”.
Vivimos un tiempo de crisis y disputas. A la crisis política más importante en décadas se sumó una crisis sanitaria y otra económica. Se agrega el asunto territorial, que emerge de varias maneras como un problema agudo. En ese momento, surgen debates intensos entre el gobierno y la oposición, en la sociedad civil y en distintas alas de la izquierda. También consta una disputa relevante, que se ha intensificado, en la centroderecha. En los últimos años se han perfilado allí dos sectores importantes, de tal suerte que se altera, parcialmente, la cerrazón que la caracterizó por varias décadas.
A un lado consta un bando neoliberal, que sintetiza el economicismo de Friedman y un pensamiento de la despolitización y la subsidiariedad negativa. Al otro, se ha ido posicionando una centroderecha política, enraizada en la historia larga de ese sector y de sus diversas vertientes de pensamiento (liberal-laica, nacional-popular, liberal-cristiana, socialcristiana). Ella es caracterizable de distintas maneras y admite en su seno una amplia complejidad. Coincide, sin embargo, en entender a la tarea política como una que no se deja reducir a los límites abstractos de un partido económico.
La disputa es profunda y descansa en maneras distintas de concebir la vida social y política. El bando economicista no obstante que dotado de un discurso extremo y difícilmente presentable en los foros libres, cuenta, empero, con infraestructuras que aún poseen poder y que es menester develar. La centroderecha histórica y política tiene, en este contexto, una tarea ardua, pero también significativa: la de poner al sector a la altura de los desafíos de la época presente.
El asunto ideológico tiene relevancia en la praxis. La influencia del discurso de la derecha más extrema en los dos gobiernos de Sebastián Piñera ha incidido en sus dificultades para manejar el acontecer político y conducirlo de manera fructífera, dejando huella. El gobierno pasado del presidente Piñera no produjo un legado político manifiesto y existe el riesgo de que algo similar ocurra con el actual. La raíz honda de esta dificultad cabe pesquisarla en el apego a una visión reduccionista de lo político, que somete a esa dimensión a los criterios técnico-económicos de una ortodoxia determinada y opera como barrera en la captación e interpretación de los procesos políticos, especialmente los de más largo aliento.
La estrechez ideológica aún dominante en parte importante de la derecha, es dañina no sólo para la constitución de una centroderecha amplia y renovada, y sus pretensiones de influir en la trayectoria histórico-política del país (al fin y al cabo, los partidos y representantes de la centroderecha han de encarnar y expresar eficazmente las ideas y sentimientos de un electorado robusto y estable a lo largo del tiempo). Además, esa incapacidad es perjudicial para el proceso político en su conjunto. Los sistemas democrático-republicanos descansan sobre la premisa de que los sectores políticos principales protagonizan una disputa ideológica que asume la forma de un diálogo de posiciones justificables en la esfera pública. En la medida en que el sector de la derecha más extrema se encona en estructuras de poder, a la vez que se muestra inveteradamente desprovisto de herramientas conceptuales que le permitan comprender adecuadamente la situación y conducirla, el diálogo político se empobrece y con ello se compromete la viabilidad del sistema político como totalidad. En la época de la pérdida de legitimidad masiva de las instituciones y de las protestas más extendidas de nuestra historia, esa deficiencia ideológica en el sector político gobernante y, además, una de las dos alianzas políticas más relevantes del país, adquiere la más alta importancia.
La incapacidad política de la derecha ha sido tematizada por diversos autores[1] e incluso se hizo extendida en su momento, a partir de unas declaraciones de Pablo Longueira, la tesis de una ausencia de “relato” en el sector. Sin embargo, no se ha reparado suficientemente en el talante eminentemente hermenéutico o comprensivo de esa incapacidad.[2]
La centroderecha ha sido hegemonizada por una vertiente de pensamiento de matriz neoliberal. Uso el término en un modo parecido a aquel en el que lo emplea Milton Friedman, en “Neo-Liberalism and its Prospects”,[3] para referirme a una posición que se expresa en su libro Capitalism and Freedom y que es recogida por los economistas de la dictadura y, especialmente, más tarde, por una parte importante de la Unión Demócrata Independiente.
Ese pensamiento se instaló en Chile gracias a un convenio celebrado entre la Universidad Católica y la Universidad de Chicago, patrocinado por el gobierno norteamericano. En virtud de ese convenio, un numeroso contingente de chilenos fue a aquella universidad a cursar estudios de postgrado de distinta índole. Parte de ese contingente mantuvo niveles de articulación y relaciones de entidad; trabajó en el gobierno, durante la dictadura, y luego permaneció vinculado a la política, a través de diversas organizaciones y de un entramado político-económico difícil de pesquisar en todos sus detalles, pero de indudables alcances.
En la medida en que el sector de la derecha más extrema se encona en estructuras de poder, a la vez que se muestra inveteradamente desprovisto de herramientas conceptuales que le permitan comprender adecuadamente la situación y conducirla, el diálogo político se empobrece y con ello se compromete la viabilidad del sistema político como totalidad.
En el grupo de chilenos que viajó a Chicago, hay cabezas destacadas. Cabe, además, hablar incluso de una cierta hegemonía intelectual del grupo en su área específica, sobre todo en los primeros tiempos, cuando los estudios económicos nacionales no eran comparables a los de una universidad como Chicago y no existía un sistema extendido de becas y convenios con universidades extranjeras. Esa hegemonía estuvo, además, apalancada por lustros en el poder dictatorial y la capacidad empresarial de muchas de las cabezas formadas en Norteamérica. El peso discursivo es acreditado ya por el hecho de que, al interior de la dictadura, y en medio de una disputa de visiones económico-sociales, la concepción neoliberal fue capaz de prevalecer.[4]
Hoy, en cambio, con la perspectiva del tiempo y las aproximaciones a la historia económica nacional, los aportes de los discípulos de Friedman en el campo estrictamente económico pueden ser mirados con mayor distancia y sometidos a una evaluación.[5] A un crecimiento rápido (luego, hay que decirlo, de una crisis económica previa formidable), han seguido años de estancamiento de la productividad y hoy contamos con una economía que, según un consenso extendido de los estudiosos y análisis de la OCDE, persiste inveteradamente extractiva y pobre en la agregación de valor[6] En este contexto son aproximaciones más diferenciadas a la realidad económica y social del país las exigibles, para dar pasos decisivos hacia el despliegue económico nacional.
Es menester reparar, sin embargo, en un asunto que resulta de la mayor importancia para la comprensión política y la consideración de la crisis de la derecha instalada en Chile desde la dictadura. Los economistas familiarizados con la concepción de Friedman, permearon el pensamiento de la derecha. Todavía es posible constatar su influencia en el contexto de los partidos que conforman la derecha contemporánea. En la organización doctrinaria que culmina en esa influencia, un papel fundamental lo jugó Jaime Guzmán.
Cabeza egregia, desde los años sesenta, Guzmán venía elaborando una posición ideológica propia, a partir de una interpretación idiosincrática de la Doctrina Social de la Iglesia. El resultado fue el pensamiento “gremialista”. En lo fundamental, él propugna la despolitización de los cuerpos intermedios, y una concepción de la subsidiariedad entendida en un sentido eminentemente negativo: como la exigencia de la abstención estatal en todos aquellos asuntos que luzcan ser campo específico de las agrupaciones menores.[7]
La doctrina gremialista de Guzmán vino a operar como el ducto por el cual el pensamiento económico neoliberal se introdujo en la derecha nacional. En la medida en que el gremialismo propugnaba la despolitización de los cuerpos intermedios, asumía un recelo respecto de la “ideología” y un papel abstencionista respecto del Estado, abrió el campo político -despolitizado- al discurso económico neoliberal, que promovía, de su lado, una defensa estricta del mercado y una limitación al papel del Estado en los asuntos económicos.
Entonces pudo fraguarse una síntesis novedosa, que dio forma al especial tipo de derecha que se volvió usual en el Chile desde los setenta y hasta la segunda década de los 2000[8]. Nació el neoliberalismo político o, como lo llamó el luctuoso Jovino Novoa, el “Chicago-Gremialismo”.
Resulta relevante, entonces, hacer una consideración del pensamiento de Milton Friedman: del neoliberalismo político que se introdujo en Chile gracias al convenio de dos universidades y a la apertura de la derecha a aquellas ideas, favorecida por la doctrina gremialista de Guzmán.
Con la perspectiva del tiempo y las aproximaciones a la historia económica nacional, los aportes de los discípulos de Friedman en el campo estrictamente económico pueden ser mirados con mayor distancia y sometidos a una evaluación. A un crecimiento rápido (luego, hay que decirlo, de una crisis económica previa formidable), han seguido años de estancamiento de la productividad y hoy contamos con una economía que, según un consenso extendido de los estudiosos y análisis de la OCDE, persiste inveteradamente extractiva y pobre en la agregación de valor.
En el mencionado texto de Friedman, Capitalism and Freedom,[9] se dejan identificar dos posiciones fundamentales. La primera, es un atomismo social radical, en virtud del cual se entiende que la sociedad es una agregación de individuos, concebidos estos como entidades últimas e independientes, que toman decisiones según una razón instrumental. A ese mecanicismo primario se une una segunda posición (en cuya semejanza con un marxismo primitivo ha reparado Mario Góngora), según la cual un orden económico neoliberal es la mejor manera de coordinar los intereses individuales y la condición de un orden político adecuado.
Dicho de otro modo, para el neoliberalismo friedmaniano la sociedad es reducida a una aglomeración de seres humanos eminentemente económicos, que entran en la esfera social calculando su utilidad individual; y la sociedad es un dispositivo que está al servicio de la operación de esos agentes económicos. Expresiones como pueblo político o nación, bien común, solidaridad nacional, destino histórico, ora carecen de sentido, ora son ideas que, desligadas de la mera suma de los intereses individuales, devienen tretas por las cuales el Estado termina limitando la libertad de los individuos.
Respecto a la primera de las posiciones fundamentales del neoliberalismo político (atomismo social individualista), leemos en el libro de Friedman citado: “El país es la colección de individuos que lo componen, no algo sobre y encima de ellos”[10]. El liberal “considera al gobierno como un medio, como una instrumentalidad”[11]. “Él no reconoce otro fin nacional allende el consenso de objetivos a los cuales los ciudadanos sirven separadamente. No reconoce otro propósito nacional que el consenso de los propósitos a los cuales los ciudadanos tienden separadamente”[12]. Esta coordinación de consenso social e inclinación individual descansa en el supuesto de que los individuos no desearían más que la satisfacción del interés individual coordinada por el mercado. “La libertad es el fin último y el individuo es la entidad última de la sociedad”.[13] “Tomamos la libertad del individuo […] como nuestro ultimo fin al juzgar los arreglos sociales”.[14]
Respecto a la segunda de las posiciones fundamentales del neoliberalismo político (neoliberalismo económico como condición de un orden político adecuado), afirma Friedman: “El capitalismo” es “un sistema de libertad económica y una condición necesaria de la libertad política”.[15] “La libertad económica es […] un medio indispensable para la consecución de la libertad política”[16]. “El problema básico de la organización social es el de cómo coordinar las actividades económicas de grandes números de personas”.[17]
El pensamiento político neoliberal introduce una barrera hermenéutica formidable. Las condiciones bajo las cuales pretende colocar a la situación política concreta son principios altamente abstractos, incapaces de comprenderla sin reducirla.
El individuo tiene ciertamente un aspecto privado, de la cara hacia adentro. Está dotado de una espontaneidad que debe ser reconocida por los sistemas políticos, si ellos no han de volverse opresivos. Locke, Montesquieu y Kant han reparado en la importancia de la división y el equilibrio de poderes como maneras de garantizar la libertad individual. Puesto, además, que, con la revolución industrial y la masificación de la educación, el poder social se ha incrementado ostensiblemente, que mediante tecnologías que abarcan la producción, la educación, la difusión de contenidos, el poder se intensifica en todos los ámbitos de la vida social, la expansión de los dispositivos de poder plantea la exigencia política de considerar, también, ese poder social al momento de dividir y equilibrar el poder, y garantizar la libertad. Ha de existir división y equilibrio de poder entre el Estado y un campo civil sostenido en recursos económicos independientes; división y equilibrio del poder al interior del Estado; división y equilibrio al interior del ámbito civil. La defensa política de la libertad distancia, en este sentido, a un pensamiento republicano de centroderecha de las pretensiones de parte de la izquierda, que condena de antemano y moralmente al mercado como institución (“mundo de Caín”, lo ha llamado Atria[18]), y de marginarlo de áreas enteras de la vida social, idealmente de todas. Debe admitirse también, sin embargo, algo que el pensamiento político ha hecho parte de su acervo perenne: que el individuo se constituye social y políticamente. Él alcanza su consciencia gracias al lenguaje y sus aprendizajes intelectuales y afectivos dependen del entorno social y de vínculos tradicionales y colaborativos. El pueblo o la nación a la cual se pertenece, el lenguaje que se habla, las maneras de sentir y pensar ampliamente extendidas, están dotadas de una espontaneidad propia en virtud de la cual ellas definen las formas de entender el mundo y relacionarse con él. Hay una vida, una actividad colectiva de la que dependen los individuos, en la que están inmersos.[19]
En la medida en que las maneras de sentir y pensar, en que el contexto comunitario y nacional del cual los seres humanos forman parte, constituye su identidad, y en que él puede ser más o menos desplegante o frustrante, la consideración de ese contexto es un asunto político. Con su atomismo de aglomeraciones de individuos, el neoliberalismo pierde, en cambio, de vista la dimensión comunitaria y esos contextos colectivos, y es incapaz de tematizar adecuadamente sus problemas y sus posibilidades de despliegue.
La idea de que el orden económico neoliberal es la base de un orden político adecuado es altamente discutible. Parece ser la existencia de un orden político legítimo y respetado una condición previa de cualquier despliegue social pacífico: cultural, educativo, social, también económico. En cambio, un orden político ilegítimo, inestable, no reconocido, será una base insuficiente de la configuración de un despliegue colectivo.
Usualmente las crisis políticas socavan los órdenes económicos. La historia de nuestra República es una buena ilustración de este asunto. Rolf Lüders (alumno de Friedman) publicó en los años noventa un estudio sobre historia económica chilena. Allí muestra que el período más extenso de desarrollo que experimentó el país es el que va desde alrededor de 1830 hasta algún momento en torno al cambio de siglo. Durante ese período Chile creció más que el promedio de los países que después serían desarrollados. Esas décadas de crecimiento coinciden con la existencia de un orden político estable y reconocido[20]. Sin saber mucho de economía, Diego Portales, Andrés Bello, los militares penquistas, Manuel Montt y otros, lograron ir diseñando un orden institucional civilista que consiguió reconocimiento. Pueden criticarse, ciertamente, sus notas autocráticas. Pero también es cierto que no había entonces un pueblo en el sentido de una nación consciente de su unidad histórica y política, y de su poder de agencia; y fue, precisamente, ese orden institucional republicano el que favoreció un desarrollo cultural sostenido y la conformación de un pueblo político[21]. El crecimiento económico, en cambio, se modera, pese a los beneficios del salitre, en el cambio de siglo. Es menester hacer estudios más detallados, pero no es descabellado pensar que la disminución del ritmo de crecimiento haya sido un efecto de la crisis en la que entra el orden político luego de la Guerra Civil de 1891 y el predominio, en las décadas siguientes, de la oligarquía parlamentaria (todo lo cual decantó en la llamada “Crisis del Centenario” y la descomposición que vino después).
La idea de que el orden económico neoliberal es la base de un orden político adecuado es altamente discutible. Parece ser la existencia de un orden político legítimo y respetado una condición previa de cualquier despliegue social pacífico: cultural, educativo, social, también económico. En cambio, un orden político ilegítimo, inestable, no reconocido, será una base insuficiente de la configuración de un despliegue colectivo.
Un pensamiento tan abstracto como el neoliberal, es capaz de operar en contextos controlados. Fue ciertamente eficaz, imponiendo, en Chile, desde arriba un nuevo sistema económico. También sus ideas permitieron ordenar a la derecha, cuando ese sector estuvo en la oposición. En cambio, la ideología economicista ha sido manifiestamente inapta para la tarea de gobernar, de interpretar la sociedad y sus procesos más hondos, de comprender la situación y darle cauce y expresión política.
La institución de la presidencia de la república fue concebida por las cabezas fundadoras del orden político independiente como un centro de impulsión política. Desempeñar el cargo supone la posesión de una visión propositiva de la política, una lucidez sobre el papel simbólico y eficaz de la institución. En cambio, con principios económicos abstractos, la derecha gobernante ha tendido, repetidamente, a quedar sumida en una gestión sin capacidad de articulación política. Ahí, en el predominio de aquella ideología abstracta, cabe cifrar la razón de parte importante de la inhabilidad severa que ha tenido la derecha, cuando ha gobernado, de dirigir en un sentido político al país. El primer gobierno de Sebastián Piñera funcionó hasta 2011, cuando los estudiantes marcharon. Entonces, pese a contar con cuadros técnicamente competentes, fue, en lo fundamental, incapaz de comprender la situación y conducirla. ¿Qué legado dejó el primer gobierno de Sebastián Piñera? Esa pregunta aún permanece sin respuesta, allende la enunciación de medidas puntuales menores. Algo parecido ocurrió en octubre de 2019. Ante las protestas más grandes de nuestra historia, en la crisis más importante en décadas, cuando se requería una conducción política con nociones diferenciadas y nítidas sobre un camino de salida institucional, al cual los sectores republicanos pudiesen plegarse, el gobierno careció completamente de impulso político, precisamente, porque seguía comprendiendo su papel, eminentemente, desde el discurso economicista y no logró entender a la política sino como gestión, económica, policial, administrativa (ahora, sanitaria); y como un ceñirse, de la manera más estricta posible, a las prescripciones de su concepción económica.
Diversos autores, entre los más destacados, Hans-Georg Gadamer y Hannah Arendt, han ligado la comprensión política al arte. El saber político no es una ciencia. No puede serlo en el sentido preciso de que no es un ámbito que se deje tratar al modo en el que se consideran objetos. La política está afectada por un dinamismo de fuerzas y significados que viene desde la situación concreta del pueblo en su territorio. El pueblo es misterioso y excepcional. Se halla latente, pero los cambios en sus niveles tectónicos pueden producir irrupciones imprevisibles. No tiene sentido simplemente someterlo a un conjunto de reglas abstractas, sean las de una ortodoxia económica, religiosa o moral. La política es una actividad que debe lograr mediar entre polos que son heterogéneos: el polo más abstracto, de las instituciones y los discursos que les dan sustento, y el polo más concreto del pueblo en su territorio. Se trata de ir adecuando renovadamente la situación concreta en instituciones y discursos en los que el pueblo pueda sentirse expresado y reconocido, en los que sus pulsiones y anhelos vayan recibiendo articulación. Así como el artista es capaz de expresar lo que todos de alguna manera sentían, pero nadie lograba aún articular, y de tal suerte que, una vez que la obra es producida, todos pueden prestarle su asentimiento; así también, de los grupos y dirigencias políticas se requiere la capacidad de expresar las pulsiones y anhelos populares en instituciones y discursos a los que el pueblo pueda brindarles su reconocimiento, porque se siente acogido y reconocido en ellos.
En las labores de comprensión y articulación política es fundamental contar con los saberes de los que proveen la economía, las ciencias sociales y las humanidades. No es posible llevarlas adelante de manera pertinente y responsable sin los conocimientos que esas disciplinas procuran. En este sentido, debe discernirse fundamentalmente una crítica al economicismo de una crítica a la economía. Lo segundo es obviamente una torpeza[22]. Los conocimientos económicos sí deben ser considerados por una política responsable y es eso lo que permite discernir propuestas políticas responsables de un juego banal con las expectativas populares. El economicismo, en cambio, o sea, la reducción de la política a la economía en la particular versión de ella que prevaleció en Chile, pervierte la política. Las ideas de la sociedad como un conjunto de individuos calculadores que están simplemente agregados por los mecanismos del mercado y de un Estado que se limita a velar porque el mercado funcione, impiden realizar adecuadamente la tarea de la comprensión política. Bajo ese yugo, cedazo o tapón hermenéutico, la política ya no puede dirigirse al despliegue de todos los aspectos de los miembros de un pueblo, su faceta individual y comunitaria. Se pierden así de vista aspectos fundamentales para el despliegue humano, como la solidaridad nacional, el bien común y un ethos de respeto mutuo y colaborativo.
Las consideraciones anteriores podían ser, hasta hace un lustro, asunto de disquisiciones eminentemente académicas. Sin embargo, en poco tiempo (en las transformaciones culturales los procesos son lentos y un período de cinco años es poco tiempo), el asunto cambió. Pasó que ha vuelto a constar, junto a la derecha más abstracta y extrema, del economicismo de Friedman y la subsidiariedad negativa, la otra, la centroderecha histórica y política; una centroderecha que es nueva de puro vieja, pues hunde sus raíces en la historia bicentenaria del país.
En los últimos años, un amplio espectro de académicos ha venido efectuado una importante labor, que incluye estudios sobre la trayectoria política del país y la derecha, de crítica del pensamiento economicista, así como propuestas de interpretación de la situación actual. Esas labores, junto a la formación y la difusión cultural, han sido emprendidas también por centros de estudios nuevos, como el IES o Ideapaís. En las universidades más importantes destacan movimientos como Solidaridad, de la Universidad Católica, y a la Centro Derecha Universitaria, en la Universidad de Chile, que asumen una posición nítidamente política en sus planteamientos. Centroderecha política e histórica es la que encarnan hoy dirigencias más conscientes de los desafíos de la comprensión política, especialmente en Renovación Nacional y parte de Evópoli. También se percibe una consciencia más política que antaño en grupos que tradicionalmente estuvieron cercanos al neoliberalismo, en la disidencia de la UDI, en universitarios vinculados al gremialismo.
Esa centroderecha política, he señalado, es nueva de puro vieja. Hunde sus raíces en la historia larga de la República. No siempre ha predominado en ese sector la visión de “Guerra Fría”. Consta una historia en la que destacan momentos relevantes.
Al período fundacional o conservador, al cual me he referido, deben añadirse las contribuciones del liberalismo político, en la moderación de las pretensiones autoritarias del régimen político y en el desarrollo institucional que experimentó el país, también durante la segunda mitad del siglo XIX. Consta, asimismo, un extenso momento socialcristiano, al cual quedan ligados los nombres de Abdón Cifuentes, Enrique Concha (autor de Cuestiones obreras), Pablo Marín y Emilio Cambié (los fundadores de la Federación Obrera de Chile), Eduardo Cruz-Coke. También cabe destacar a los ensayistas del centenario: Tancredo Pinochet, Alberto Edwards, Francisco Antonio Encina, Luis Galdames y Darío Salas, quienes no sólo diagnosticaron la crisis de la oligarquía parlamentaria y le propusieron una salida política y cultural, sino que realizaron el primer ejercicio reflexivo colectivo en Chile sobre lo que significa la comprensión política y una crítica de la asunción eminentemente dogmática de fórmulas abstractas. En esa misma tradición de pensamiento nacional, debe mencionarse a Mario Góngora y su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, en el que se formula una temprana crítica al economicismo de la derecha de la dictadura.
Este brevísimo vistazo permite constatar que la centroderecha ha sido usualmente mucho más que el bando economicista. Ella ha estado dotada de herramientas comprensivas más amplias y diferenciadas que aquellas a las que nos acostumbró la derecha de la dictadura y la transición.
El renacer de una centroderecha más cercana a aquellas tradiciones -articulada en labores académicas y ensayísticas, en el esfuerzo de columnistas, centros de estudios, grupos universitarios, y en la conversación y el trabajo de políticos que han reparado en la envergadura y el talante de los desafíos que impone la época presente-, ha permitido que la hegemonía neoliberal sea, por primera vez desde la dictadura, puesta en cuestión. Se han configurado en el sector dos grupos con tesis fundamentales y modos de comprensión opuestos.
Por un lado, se halla la derecha neoliberal, con su concepción atomista de la realidad social y la afirmación de la preponderancia de la economía sobre la política. Por otro lado, la centroderecha histórica y política. Su tesis sobre la realidad admite que ni el individuo ni la sociedad y el Estado son entidades que puedan concebirse de manera separada. La sociedad y el Estado viven de los individuos que los componen, y el individuo lleva a la sociedad y al Estado dentro de él, con el lenguaje, la cultura, la mentalidad, la educación. De la plenitud de la vida de los individuos dependerá la plenitud de la vida social y política que conformen, y de la plenitud de esa vida social y política depende, a su vez, la plenitud de la vida de los individuos. La tesis operativa fundamental de esta posición es que un orden político legítimo o reconocido es la base inicial de cualquier despliegue nacional, incluido el económico. Su modo de comprensión busca conscientemente mediar entre la dimensión concreta del pueblo en su territorio y la dimensión más abstracta de las instituciones y los discursos, para brindarle al pueblo expresión en instituciones y discursos que favorezcan su despliegue y en los que el pueblo pueda sentirse reconocido.
La tarea de rehabilitación de una centroderecha política es de largo aliento. Requiere el cambio de hábitos mentales arraigados ya por décadas. Sin embargo, la superación de la anomalía de una visión extrema de la política, que termina reduciendo esa dimensión humana a los límites de una particular concepción económica, es condición no sólo del afianzamiento de un sector capaz de intervenir con prestancia en los foros libres y conducir las instituciones con consciencia de su significado histórico y existencial para la República. Además, ella es una condición para rehabilitar un alicaído debate público nacional, uno que logre ponerse a la altura de la época presente, del momento especialmente apremiante que vive el país.
[1] Entre otros, Daniel Mansuy, Pablo Ortúzar, Claudio Alvarado, Joaquín García-Huidobro.
[2] Para una consideración más amplia de este asunto, remito a dos trabajos previos: La derecha en la Crisis del Bicentenario. Santiago: Ediciones UDP 2015, y Octubre en Chile: Acontecimiento y comprensión política. Santiago: Katankura 2019.
[3] Cf. Milton Friedman, “Neo-Liberalism and its Prospects”, en: Farmand, 17 de febrero de 1951, pp. 89-93.
[4] Debe añadirse que, dado el carácter de institución universitaria de excelencia, Chicago es base de una diversidad intelectual que no se ciñe estrictamente a las tesis de Friedman, ni en materia económica ni en materia política.
[5] Cf. por ejemplo, Ricardo Ffrench-Davis, Economic Reforms in Chile. Nueva York: Palgrave MacMillan, 2010 (2ª ed.).
[6] Cf. OCDE-Chile, Estudios Económicos, Santiago (febrero de 2018), disponible aquí.; José Gabriel Palma, “The Chilean Economy since the Return to Democracy in 1990. On how to get an Emerging Economy Growing, and then Sink Slowly into the Quicksand of a ‘Middle-Income Trap’”. Cambridge Working Papers in Economics, 16 de octubre de 2019, disponible aquí.; Raphael Bergoeing, “Reflexiones sobre el modelo” (Santiago: CEP), Puntos de referencia 372 (mayo de 2014), disponible aquí..
[7] Sobre la interpretación que hace Guzmán del principio, remito a mi artículo “Notas preliminares para una lectura no-dogmática del principio de subsidiariedad”, en: Pablo Ortúzar (ed.), Subsidiariedad: Más allá del Estado y del Mercado. Santiago: IES 2015.
[8] Sobre esto, cf. Renato Cristi, “La síntesis conservadora de los años 1970” y “Claves conceptuales de la síntesis conservadora liberal de Jaime Guzmán: Bien común, subsidiariedad y propiedad privada”, ambos en: R. Cristi y Carlos Ruiz S., El pensamiento conservador en Chile. Santiago: Universitaria 2015 (2ª ed.).
[9] Cf. Milton Friedman, Capitalism and Freedom. Chicago: The University of Chicago Press 2002.
[10] Milton Friedman, Capitalism and Freedom, pp. 1-2.
[11] Milton Friedman, Capitalism and Freedom, p. 2.
[12] Milton Friedman, Capitalism and Freedom, p. 2.
[13] Milton Friedman, Capitalism and Freedom, p. 5.
[14] Milton Friedman, Capitalism and Freedom, p. 12.
[15] Milton Friedman, Capitalism and Freedom, p. 4; cf. p. 10.
[16] Milton Friedman, Capitalism and Freedom, p. 8.
[17] Milton Friedman, Capitalism and Freedom, p. 12.
[18] “[E]l mercado es el mundo de Caín, porque premia al que responde ‘¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?’, y castiga al que, como el samaritano, se preo- cupa genuinamente del bienestar ajeno”; Fernando Atria, “La verdad y lo político II”, en: Persona y sociedad XXIII/2 (2009), p. 61; cf. Neoliberalismo con rostro humano. Santiago: Catalonia 2013, pp. 152, 154.
[19] Véase, para esto, Benedict Anderson, Imagined Communities. Londres y Nueva York: Verso, 2006.
[20] Cf. Rolf Lüders, “The Comparative Economic Performance of Chile: 1810-1995”, en: Estudios de Economía 25, 1998, pp. 217-249.
[21] Cf. Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Santiago: La Ciudad, 1981.
[22] La aclaración no se dirige a especificar un asunto que parece obvio. Es necesario hacerla porque en el debate que se ha generado a propósito de estos asuntos en el campo de la centroderecha chilena, no son pocos los que han tomado la crítica al economicismo de Friedman como si fuese una crítica a la economía.
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