MADRE DE LA EX PRESIDENTA MICHELLE BACHELET FALLECIÓ A LOS 93 AÑOS
Los días de persecución y tortura de Ángela Jeria
02.07.2020
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MADRE DE LA EX PRESIDENTA MICHELLE BACHELET FALLECIÓ A LOS 93 AÑOS
02.07.2020
Ángela Jeria fue de ideas propias y carácter fuerte. Rompiendo el perfil de la esposa de un militar, a principios de los 70 entró a Antropología en el Pedagógico, un bastión de izquierda y en plena UP. Venía de una familia laica, con padre masón y parientes radicales, lo que influyó en su esposo, el general FACH Alberto Bachelet. Conoció a Salvador Allende, lo apoyó y estuvo de acuerdo con que su marido asumiera un cargo de alta exposición en el gobierno de la Unidad Popular. Luego del golpe, muchos en la Fuerza Aérea la culparon de la suerte que corrió el general, pese a que él falleció como preso político a manos de sus compañeros de armas. Fue detenida y torturada junto a su hija, la ex Presidenta Michelle Bachelet, en Villa Grimaldi. Hasta 1979 tuvo prohibición de ingresar al país. En los 80 se involucró en la defensa de los derechos humanos y fue el gran apoyo para que la futura gobernante mantuviera su compromiso político. Aquí, parte de su historia narrada en dos capítulos del libro Bachelet. La historia no oficial, de Andrea Insunza y Javier Ortega, investigadores del Centro de Investigación y Proyectos Periodísticos (CIP) de la Universidad Diego Portales.
Cuando el general Alberto Bachelet llega a recogerla a la Facultad de Medicina, la tarde del 12 de septiembre, Michelle tiene la sensación de que su mundo se cae a pedazos. Allende está muerto, la junta militar controla el país y la vía chilena al socialismo —con la que ella tanto se identificó— está tan liquidada como suspendidas las libertades democráticas. (1)
Su padre, hasta ayer un general de reconocido liderazgo en la FACH, ya no es parte de la institución a la que perteneció desde los 16 años. Acusado de «allendista», es mirado ahora como un paria por las nuevas autoridades y hasta por compañeros de armas de toda la vida. El propio Alberto Bachelet y su esposa palpan este ambiente hostil en la villa militar donde viven. De ahí que su idea es mudarse cuanto antes de domicilio. (2)
Al llegar a su casa de Las Condes, Michelle y su padre se encuentran con que el domicilio acaba de ser allanado por personal militar. Sin perder la calma, Ángela les explica que todo se debió al enojo de efectivos de la Escuela Militar por un incidente minúsculo. Su sobrina Carmen Neumann paseaba por el vecindario cuando fue piropeada por un grupo de cadetes a bordo de dos buses militares. La muchacha respondió con palabras de desprecio. Sólo eso bastó para que detuvieran los buses e irrumpieran en la casa, saltando la reja de acceso. Los efectivos revisaron el inmueble sin escuchar las protestas de Ángela, quien les advirtió que su esposo era el general Bachelet. Luego, se marcharon.
Una hora más tarde el personal militar regresa para una nueva inspección. El nuevo allanamiento se realiza bajo la mirada impotente del general Bachelet y su sorprendida hija. Al jefe de familia le queda claro que su nombre ya no es un aval de seguridad para los suyos.
Una vez que la calma retorna al hogar, la familia puede reunirse en el living, para compartir sus vivencias del día anterior. Juntos, tratan de digerir todo lo ocurrido, de darse ánimo y aventurar escenarios algo más tranquilizadores.
En la charla se menciona el rumor de que el general Carlos Prats marcha desde el sur, al mando de una columna de efectivos leales al gobierno. La versión, muy extendida a esas horas entre algunos partidarios de Allende, resulta falsa: todas las ramas castrenses se han alineado con el golpe, incluyendo a Carabineros. (3) La premisa básica de los planes de defensa de la UP —que algunas unidades defenderían al gobierno constitucional— ha probado ser un error de apreciación tan grande como la derrota misma.
Perfecto ejemplo de la debacle es el PS. La colectividad de Salvador Allende ha quedado desarticulada el mismo día del golpe y sus máximos dirigentes están detenidos o son intensamente buscados. Para los militares, la presa mayor es el secretario general, Carlos Altamirano, quien desde la mañana del 11 se oculta en una casa de seguridad, en algún lugar del sur de Santiago. (4) Para la confundida militancia, salvo replegarse y esperar no hay instrucciones claras sobre qué hacer en el nuevo escenario.
Horas después de que Michelle abandona el campus, soldados de la FACH irrumpen en el plantel y sacan a sus ocupantes con las manos en alto. Profesores, estudiantes y funcionarios son llevados a una cancha de fútbol vecina, donde un camión con altavoces comienza a llamar por su nombre a los dirigentes más buscados. La escena se repite a lo largo del país durante varios días. En menos de una semana, los detenidos sumarán miles. (5)
Como diputado y uno de los dirigentes más destacados de su colectividad, Carlos Lorca sabe que está entre los que corren peligro. La mañana del 11, al captar la gravedad del alzamiento, ordena desocupar la sede de la JS y, de acuerdo a un plan preestablecido, trasladarse a la Escuela de Artes Gráficas de San Miguel. Hasta ahí llegan dirigentes y amigos, como Jaime López, Mario Felmer y Luis Lorca, además de figuras más jóvenes como Camilo Escalona y Ricardo Solari. Con una amarga impotencia, el grupo ve desde los techos el bombardeo a La Moneda. (6) Cuando los helicópteros empiezan a sobrevolar la escuela, alguien da la orden de dispersarse y buscar refugio en las poblaciones del sur de Santiago. Una de ellas, La Legua, es uno de los pocos lugares del país donde los partidarios de Allende ofrecen una férrea resistencia antes del repliegue.
Un par de días después, los miembros del comité central de la JS que aún están a salvo son convocados por Carlos Lorca a un encuentro clandestino, en un inmueble de la céntrica calle San Francisco. A la cita concurren Mario Felmer, Luis Lorca y Jaime López, entre otros. Luego de informarles que la dirección de Carlos Altamirano ha sido completamente desmembrada, Lorca les plantea disolver la JS e intregrarse de manera urgente a la nueva dirección clandestina, que él encabezará con el dirigente sindical Exequiel Ponce y el contador Ricardo Lagos Salinas. (7)
Integrar la cúpula de relevo es en extremo arriesgado. El aparato represor de la junta militar se ha impuesto como una de sus prioridades golpear al PS, que debe implementar, a la carrera, una estructura de seguridad básica para la supervivencia de su nueva directiva.
A pesar de los riesgos y de un temor de piel que casi todos se esfuerzan por disimular, los convocados aceptan. Convencerse de que ya son hombres muertos será, para algunos, la mejor forma de funcionar en adelante.
***
Michelle no está entre los asistentes al encuentro de calle San Francisco. Si bien ha trabajado estrechamente con Lorca y su núcleo, no es una dirigente de primera línea en la JS. Además, la gran inquietud de la joven es la situación de su familia. En los días inmediatos al golpe la residencia de Las Condes es vigilada por el Ejército.
El 14 de septiembre, un automóvil se estaciona cerca de su domicilio. Al poco rato, un general vecino llega a golpear la puerta.
—Quieren hablar con Beto —le dice a Ángela Jeria—. Vengo yo para que esto no sea tan violento.
El general Bachelet es sacado de su hogar y llevado al Ministerio de Defensa por personal de la FACH, en calidad de detenido. Su esposa decide acompañarlo. El general está seguro de que todo se trata de un malentendido y que lo más probable es que podrá regresar a su casa ese mismo día.
En el Ministerio de Defensa, Bachelet se informa de los cargos que se le imputan, de boca del fiscal de Aviación Cristián Rodríguez: reuniones de tinte conspirativas con políticos de izquierda y entregar información reservada de la institución. (8) Posteriormente es trasladado a la Base Aérea de Colina. Junto a él van el comandante Ernesto Galaz y el coronel Rolando Miranda, acusados de cargos similares. Ninguno regresará a su casa ni esa noche ni en las siguientes.
Michelle se entera de la detención de su padre en la universidad, donde se han reanudado las clases. Inmediatamente, junto a su mamá inician la tarea de saber dónde y por qué está detenido. Ángela peregrina por los despachos de varios generales de la FACH, algunos conocidos de la familia. Pero se enfrenta con evasivas o excusas para no ser recibida. Para las viejas amistadas del jefe de la familia, incluso entre algunos amigos de años, el apellido Bachelet se ha transformado en algo incómodo y peligroso.
Sólo un consultado, el general Manuel Antonio Peralta, responde los llamados telefónicos de Ángela. Sin identificarse, le dice que su marido sigue detenido, pero que se encuentra bien.
Ayudadas por Carmen Neumann, Ángela y su hija se preocupan de «borrar» de su departamento cualquier vestigio que delate la militancia de Michelle o que pueda convertirse en excusa para comprometer a su esposo. Queman afiches alusivos a la izquierda, cancioneros, libros y otros papeles.
Michelle cambia su apariencia. Se viste más formal, reemplaza los blue jeans que tanto le gustan por faldas de corte tradicional. En el fondo de un baúl queda la camiseta verde oliva de las JS.
La joven prefiere quedarse en el departamento. Cuando su madre camina por la villa militar en la que viven siente la mirada reprobatoria de algunos vecinos y debe contenerse cuando algunos niños gritan que «van a matar al comunista Bachelet».
En una ocasión en que Ángela va a saludar a la esposa de un militar, un pariente suyo que vive cerca, se topa en la calle con algunas vecinas.
—¿Y tú ya no saludas? —la detienen.
—No tengo ganas de hablar cuando en este país están matando gente como locos.
—Si no se hiciera esto nos matarían a nosotros.
Una semana después del golpe, Michelle y Ángela pueden por fin cambiarse de domicilio.La nueva residencia es un departamento que la familia posee en otro condominio militar, un complejo de edificios ubicado en Américo Vespucio con Apoquindo. (9)
A pesar de que su esposo aún está detenido y no hay noticias sobre su paradero, Ángela desafía al alto mando de la FACH con un gesto: solicita un camión de la institución para el traslado. Para su sorpresa, el vehículo llega.
Pero el recibimiento en el nuevo domicilio no es grato. Al percatarse de que hay una mudanza, una vecina pregunta quiénes son los recién llegados. Cuando le responden que se trata de la familia del general Alberto Bachelet, la mujer se indigna.
—¡Ese comunista! Voy a ir a avisar… Esa gente no puede vivir aquí.Voy a avisar altiro a la Escuela Militar.
La persecución también afecta a otros miembros del círculo familiar. Antes del cambio de casa, Ángela pidió guardar algunos muebles en la residencia de una hermana mayor,Alicia Jeria, pues en el departamento de Américo Vespucio no había espacio. Alicia, viuda del historiador Francisco Galdames, vive en una casa ubicada en Pocuro con Amapolas. No tuvo problemas en recibir los enseres.
A los pocos días, cerca de las cinco de la tarde, cuatro militares y un civil llegan hasta la casa de Pocuro. El civil se identifica como oficial de la Dina. Tiene un brazo enyesado, pero es directo y brutalmente ejecutivo. Le dice a Alicia que en su casa hay armas, que viene a allanar, que no tiene por qué dar mayores explicaciones. Adentro, los efectivos desordenan muebles, rajan colchones y almohadas con sus bayonetas. Una de las hijas de la dueña de casa alcanza a decirle a un hermano adolescente que esconda un afiche de Fidel Castro que tiene pegado en su pieza.
Cuando dan con el garage en que están guardadas las pertenencias de los Bachelet-Jeria, Alicia discute con el agente de la Dina. Esto está llegando demasiado lejos, le grita.
—¡Cállese, señora! ¡Siga descontrolada y la detengo! —responde el civil.
Días más tarde,Alicia Jeria es citada a declarar a la Escuela Militar, donde la interrogan por largas horas. Los militares quieren información sobre las supuestas actividades políticas del general Bachelet. En un momento la amenazan: si no colabora se asegurarán de que no siga haciendo clases como profesora de Educación Cívica. Pero la mujer insiste en que no tiene idea de lo que le preguntan.
***
Una compañera socialista con la que Michelle se topa en la cafetería de la facultad la ve desanimada y algo pálida, sin la chispa que la caracteriza. La charla es extraña, con silencios y frases sobreentendidas. En un ambiente cargado de sospechas, hay que evitar hablar de política con cualquiera y en lugares demasiado inseguros.
Algunos militantes que, por azar o simple buena suerte, no han estado expuestos a los peligros como otros, sienten esta atmósfera mejor que nadie: para sus amigos han pasado a ser potenciales delatores.
Tomando extremas precauciones, Michelle busca retomar los nexos con su núcleo partidista.Ahí se entera sobre la instrucción de Lorca de desmovilizar a la JS y pasar al partido adulto.También se informa sobre la suerte de sus compañeros.Varios están detenidos o inubicables. Otros se han descolgado de sus tareas partidistas.
Entre estos últimos está Ennio Vivaldi, con quien Bachelet ya no pololea, aunque son amigos. Luego del golpe, el dirigente no oculta sus críticas al PS. Para el joven estudiante, un factor central del desastre fue la radicalización irresponsable de su partido. Otros socialistas de Medicina apoyan esta visión. (10) Encabezados por Vivaldi, rompen con el PS. Michelle no comparte ni el método ni la oportunidad de tales críticas. Se produce un quiebre entre ellos.
Cuando se enteran de que el distanciamiento entre ambos tiene un trasfondo político, los amigos de Michelle no se extrañan: si debe optar, la joven siempre ha privilegiado el sentido del deber por sobre las visiones personales, especialmente en momentos difíciles. Esta disyuntiva, el choque entre lo que se quiere y lo que se debe hacer, marcará su trayectoria política.
La única prensa que no ha sido clausurada es la que apoya al nuevo régimen. Los medios oficialistas destacan en sus titulares el proceso contra los efectivos de la FACH, acusados de conspirar contra su institución, entre los que se encuentra el general Bachelet. La investigación, rotulada «Contra Bachelet y otros», abarcará a casi un centenar de oficiales y suboficiales, en un juicio con acusaciones genéricas y poco fundadas, con claros tintes de persecución política.
El 20 de septiembre el general Bachelet y otros tres detenidos son trasladados en un helicóptero a la Academia de Guerra Aérea (AGA). Ahí los llevan a un subterráneo, donde les cubren la visión con una capucha. Enseguida viene la tortura física y psicológica. En total, son más de 30 horas continuas de amarras, humillaciones y amenazas, a las que se suman la sed y el cansancio. Entre los torturadores el trato es conocido eufemísticamente como «ablandamiento», previo a cualquier interrogatorio. (11)
Al terminar la sesión, Bachelet se siente mal. Un médico lo examina: se le diagnostica un preinfarto, por lo que se ordena su traslado al hospital de la FACH.Ahí queda incomunicado y con vigilancia permanente, en un sector sin acceso al público.
Su familia sigue sin tener noticias de su paradero. Ángela y Michelle suponen que está vivo: periódicamente llegan al departamento efectivos de la FACH para retirar medicamentos y mudas de ropa. Sólo a fines de septiembre se enteran de que está internado de gravedad. Ella y su hija llegan hasta ese centro asistencial, pero les dicen que deben irse.
Después de mucho insistir, Ángela logra visitarlo. El general se ve tranquilo. Confía en que pronto quedará libre. Ha conseguido que le lleven lápiz y papel para escribir. Redacta una breve nota para su hija, que el 29 de septiembre cumple 21 años: «No puedo verte, no puedo abrazarte, pero te envío todo mi cariño».
En el centro asistencial los hostigamientos prosiguen. La comida se demora más de lo usual. La habitación es revisada varias veces. A ratos, el centinela en la puerta entra de sorpresa para amenazarlo con su arma. Uno de los pocos gestos de deferencia que recibe proviene del director del hospital, que se detiene frente a su habitación y, sin entrar, le pregunta en voz alta: «Buenas tardes, general, ¿cómo está usted?». Cuando el facultativo se marcha, el soldado que cuida la puerta ingresa y se disculpa: «No sabía quién era usted, mi general. A mí me dijeron que era un delincuente». (12)
El 9 de octubre, algo más repuesto, Bachelet es trasladado nuevamente al AGA. Ahí el general Orlando Gutiérrez, quien ha asumido como nuevo fiscal de la causa, le informa que no hay pruebas en su contra, que probablemente su caso será sobreseído, que muy pronto podrá marcharse a su casa, con arresto domiciliario. (13)
Pero Bachelet puede volver con su familia recién varios días más tarde. Su esposa lo nota choqueado. En sus muñecas aún se ven las marcas de los colgamientos.Todavía no puede digerir lo que le ha ocurrido. Pregunta por sus conocidos de la FACH, por si han querido saber de él generales amigos como Gustavo Leigh o Fernando Matthei. (14) Ángela le responde que no, que muy pocos se han atrevido a hacerlo. Además de los que tienen ánimos revanchistas, también hay los que tienen miedo.
Bachelet, en todo caso, cree que lo peor ya pasó. Quiere dar vuelta la página, hacer planes para el futuro. Con un cuñado, el general retirado Osvaldo Croquevielle, está pensando formar una empresa. (15) Nada grande, sólo para asegurar su futuro y el de los suyos. Incluso, baraja un nombre de origen mapuche para el negocio. Ángela es menos optimista. Juntos, analizan la posibilidad de marcharse del país, asilarse en alguna embajada. Hay una oferta concreta: su esposo tiene amigos en las Fuerzas Armadas peruanas y el régimen de Juan Velasco Alvarado —un dictador progresista que gobierna Perú desde 1968— ha ofrecido recibirlos en Lima. Pero el general Bachelet tiene dudas. Irse de Chile sería aceptar que es culpable. Entonces, opta por preguntarle la opinión a su esposa y a su hija.
—Papá, si te vas, no vas a poder demostrar que eres inocente —le dice Michelle—. Pero también tienes que tomar en cuenta que, así como está el país, no va a ser fácil que te escuchen.Tienes que decidir tú lo que más te acomoda.
—Eso yo lo tengo claro: soy inocente y preferiría quedarme aquí para demostrarlo. Pero si me voy, quiero saber si tú vas conmigo.
—No, papá, yo me quedo…Tengo cosas que hacer acá.
—Entonces no se habla más del tema. Nos quedamos, porque no te voy a dejar sola.
Michelle nunca olvidaría esta conversación. Hasta varios años después la rondarán las dudas sobre si debió haber convencido a su padre de marcharse.
Recluido en su casa, aburrido como nunca, sin poder ni siquiera visitar a sus amigos, el general Bachelet se muestra especialmente preocupado por su hija. A veces la interrumpe con bromas cuando ella estudia, pega su cara a los libros de medicina y ensaya morisquetas para llamar su atención.
Dado el carácter tozudo de Michelle, Bachelet imagina que ella ha retomado sus contactos con la JS. Pero prefiere no preguntarle, para no estar al tanto de detalles que más tarde pudieran comprometerla. Se limita a insistirle que regrese temprano, antes de que comience el toque de queda. Como militar, sabe el peligro de los estados de excepción. «Por favor, cuídate mucho», le dice.
Su padre no se equivoca. A los pocos días del golpe su hija ha retomado el contacto con el núcleo de Carlos Lorca. Junto a los dirigentes Exequiel Ponce y Ricardo Lagos Salinas, el joven médico ha conseguido articular una directiva socialista clandestina, levantada con medidas de seguridad precarias, pero hasta el momento efectivas.
La hija del general Bachelet pasa a cumplir labores de coordinación entre la directiva y abogados de derechos humanos que elaboran los primeros recursos legales a favor de algunos detenidos. Además, junto a dos amigas prepara análisis de coyuntura, basándose en información publicada en la prensa, para apoyar a la directiva en la toma de decisiones.
El trabajo es estrictamente compartimentado, con casas de seguridad para los dirigentes más expuestos y chapas o nombres falsos. Carlos Lorca es ahora «Sebastián». Michelle es «Claudia». (16)
En una ocasión se reúne con un conocido abogado, quien no milita en el PS, por un caso de derechos humanos. Sin saber con quién está hablando, el profesional le cuenta una truculenta historia que ha escuchado de oídas, a propósito del juicio contra efectivos de la FACH.
—Dicen que la hija del general Bachelet era amante del capitán Vergara. (17)
—¿En serio? No me diga.
***
Su reclusión domiciliaria no impide al general Bachelet preocuparse por el estado de otros oficiales detenidos. Uno de ellos es su gran amigo, el coronel Carlos Ominami Daza, también acusado de conductas conspirativas por la FACH. En el juicio aparece mencionado el hijo de Ominami, el joven mirista del mismo nombre con el que Michelle discutía de política. Los cargos contra el muchacho hablan de un supuesto plan para asesinar al comandante en jefe, Gustavo Leigh.
Ominami hijo está prófugo y la gravedad de la denuncia —sustentada en un simple rumor— hace que su familia tema por su vida. Mediante un contacto telefónico, el general Bachelet alerta sobre el caso al encargado de negocios de la embajada de Bélgica, al que conoce. El diplomático se reúne entonces con el joven en el centro de Santiago y lo asila en su embajada.A salvo, Ominami parte al exilio.
En diciembre de 1973, el general Bachelet pide permiso al general Gutiérrez para asistir al matrimonio de un primo enTalca. El fiscal le da el salvoconducto, pues no hay cargos en su contra, le aclara. Sin embargo, en esa misma conversación Gutiérrez agrega algo que deja a Bachelet sumamente preocupado:
—Pediré para ti una condena de tres años y un día, por presunción.
Dos días después de regresar de la boda, a pesar de lo que el fiscal Gutiérrez le había asegurado, Bachelet es nuevamente detenido en su casa. Ni Ángela ni Michelle están en el departamento cuando eso ocurre. Ahora el general es trasladado a la Cárcel Pública.
La familia se convence de que esta nueva detención es una suerte de escarmiento. En el matrimonio de su primo, Bachelet le contó a quien lo quisiera escuchar sobre el trato que recibió en los subterráneos de la Academia de Guerra Aérea.Y varios de los concurrentes eran dueños de fundo, reconocidamente de derecha, algunos con buenos contactos en el nuevo régimen.
En la cárcel, Bachelet vuelve a sentir la camaradería que tanto extrañaba: lo recibe un numeroso contingente de oficiales y suboficiales, muchos de ellos rostros conocidos, que están ahí por cargos muy similares al suyo y que lo ponen al tanto de la rutina carcelaria.
Algunos detenidos se oponen a que el general haga turnos para limpiar las letrinas, debido a su salud y en atención a su rango. Pero Bachelet se opone: quiere cumplir los mismos deberes que el resto. (18)
Todos los martes, Ángela y Michelle hacen cola fuera de la cárcel para visitar al general, durante poco más de una hora. Llevan ropas, frutas y una vianda con comida.
Para matar el tiempo, el general está aprendiendo a esculpir láminas de cobre. En uno de sus trabajos dibuja dos manos aferradas a unos barrotes, acompañadas por una frase: «Por luchar por la libertad, igualdad y fraternidad. General Bachelet, prisionero de guerra. Enero de 1974». Asimismo, continúa la escritura de sus vivencias y reflexiones.A principios de marzo le escribe a su mujer: «Gelucha mía y más mía que nunca, quiero enviarte en estas pocas letras, todo mi amor, mi recuerdo, mis deseos de verte, de estar junto a ti, mirando el horizonte infinito, libres, absolutamente libres para poder dirigir juntos nuestros pasos buscando la forma y luchando porque el hombre deje de ser lobo del hombre».
A veces, en los cuellos de las camisas sucias que la FACH le lleva a su esposa para lavar, Bachelet oculta pequeños mensajes.
El 10 de marzo de 1974, el general Bachelet nuevamente es llevado a la Academia de Guerra Aérea. Lo interrogan varias horas.Su abogado,Alberto Etcheberry,le avisa a Ángela del traslado y le dice que intentará verlo. Posteriormente, vuelve a llamarla, pues le han asegurado que esa misma noche volverá a la Cárcel Pública.
Cuando Bachelet regresa a su lugar de detención, sus compañeros lo notan decaído. El general se toma el pulso y dice que no se siente bien. En el paquete de la ropa sucia desliza un papel para Ángela: «Mugre, más mugre. Ahora tratan de enlodar mi nombre. Me hicieron el ablandamiento. Confía en mí. No hagas nada. Espera que conversemos el martes». (19)
Al día siguiente, luego de un partido de básquetbol con otros internos, el malestar se agudiza. Cuando el doctor Álvaro Yáñez, también detenido, llega a examinarlo, Bachelet está casi inconsciente: sufre un infarto. A pesar de los reclamos de Yáñez y el capitán Jorge Silva, el alcaide del penal se niega a trasladarlo a un recinto asistencial. (20) De nada sirven los masajes cardíacos de Yáñez y la respiración boca a boca de Silva.
Bachelet muere en las primeras horas del 12 de marzo de 1974.
Una hermana del general Osvaldo Croquevielle que trabaja en Gendarmería, le da la noticia a Ángela, cuando ella se preparaba para visitar, como todos los martes, a su esposo. Luego de pedir autorización a la FACH para reconocer el cuerpo de su marido, que ya estaba en la morgue, Ángela parte a buscar a su hija a la universidad.
Michelle está en el Hospital José Joaquín Aguirre, junto a su facultad, examinando a algunos pacientes de cirugía.Ve aparecer a su madre en un pasillo y sabe que algo horrible acaba de ocurrir. Se abrazan.
Cuando las dos llegan al Instituto Médico Legal, los funcionarios retiran el cuerpo de un refrigerador y lo ponen en el suelo, para que sea reconocido. Alberto Bachelet vestía unos jeans desteñidos, chalas y una polera vieja que se había comprado en Estados Unidos. Ángela lo besa en las manos y en la cara. Michelle lo acaricia, lo siente muy frío y llora. La gelidez del cuerpo le produce una fuerte impresión.
El general en retiro Osvaldo Croquevielle realiza las gestiones para el entierro. Primero intenta que el cuerpo sea velado en la masonería, pero en la orden a la que Bachelet perteneció desde su juventud se oponen. No es el primer desaire de sus compañeros masones al general: meses atrás, cuando inició su arresto domiciliario, lo esperaba una carta donde le advertían que había sido expulsado por inasistencia de la logia masónica La Cantera, de Las Condes, a la que pertenecía. (21)
Croquevielle acude a la capilla general castrense, pero ahí tampoco quieren recibir el féretro. Entonces, el cuñado de Ángela amenaza con dejar el ataúd en la vereda. La advertencia surte efecto: le permiten ingresarlo a una sala pequeña.
El sepelio se realiza en el Cementerio General, donde los restos son cremados. A pesar de los riesgos, asisten amigos de la familia, familiares de otras víctimas de violaciones a los derechos humanos y compañeros de Michelle del PS, que cantan la canción nacional con el puño en alto. En su discurso de despedida, Ángela cuestiona duramente el comportamiento de la FACH y la masonería. Posteriormente, amigos y conocidos acompañan a la familia en su hogar.
El único gesto que dispone la institución armada es una guardia de honor de tres oficiales de finanzas, que no son bien mirados por el resto de la asistencia.Aunque están ahí por órdenes superiores y ninguno ha tenido responsabilidad en los maltratos sufridos por el general, en esos momentos ellos encarnan a la FACH: las esposas de algunos presos políticos detenidos en Dawson les impiden aproximarse al ataúd.
Michelle recordaría el sepelio como una mezcla de fuertes emociones, que en todo momento intenta contener. (22)
Tiempo después, Ángela se encuentra con la esposa de un oficial de la FACH en servicio activo, quien era muy amigo de su marido. La conversación no es grata.
—Beto llegó a lo que llegó por tu culpa, porque tú le metiste esas ideas —le recrimina la mujer.
El 16 de marzo de 1974, cuatro días después de la muerte del general Alberto Bachelet, Ángela Jeria y su hija tienen un nuevo sobresalto. La esposa del ex senador radical Hugo Miranda —primo político del malogrado oficial— llama para avisarles que su casa fue visitada por efectivos de la Dina que preguntaron por Michelle Bachelet. Según Cecilia Bachelet de Miranda, los hombres querían saber sobre las actividades políticas de la muchacha.
Sin perder tiempo, las dos mujeres salen de Santiago. Primero parten a Cahuil, una remota playa ubicada al sur de Pichilemu, en la Séptima Región. Pero no son bienvenidas en ese lugar. Las campesinas que las recibían desde hacía años en su posada ahora tienen miedo.Viajan a Los Ángeles, donde se quedan en el fundo de uno de los hermanos de Ángela.
Se sienten solas, sin el hombre que con su presencia las hacía sentir protegidas.Tienen miedo. Pero a medida que internalizan mejor su situación, el temor va dejando paso a una certeza: tras la muerte del jefe de familia ya no es mucho lo que tienen que perder. Por eso, cuando perciben que el peligro inminente se disipa, deciden volver a Santiago. Tal como el general Bachelet desechó meses antes exiliarse en Perú, Ángela y su hija prefieren afrontar cualquier eventualidad juntas, en su departamento de Las Condes.
Por esos mismos días, la cúpula clandestina del PS lanza su primer manifiesto público. Se trata del llamado «Documento de marzo», en el que la directiva de Carlos Lorca, Exequiel Ponce y Ricardo Lagos Salinas critica a los sectores más rupturistas de la colectividad, a los que acusan de haber desestabilizado a Salvador Allende. (1)
El documento es una crítica a figuras como el secretario general socialista, Carlos Altamirano. En diciembre de 1973, el controvertido dirigente consiguió romper el cerco de los aparatos represivos. Rescatado por agentes de Alemania Oriental infiltrados en Santiago, cruzó la cordillera de Los Andes en un vehículo con doble fondo.Y el 1 de enero de 1974 reapareció públicamente en La Habana. (2)
En su manifiesto político, Lorca, Ponce y Lagos Salinas plantean establecer una alianza estratégica con el PC, que sirva de base para crear un Frente Antifascista de lucha contra la dictadura. Se trata de un punto especialmente enervante para Altamirano, quien está empeñado en separar aguas al máximo con los comunistas.
El ex senador tampoco reconoce autoridad a estos tres dirigentes de rango medio para modificar los lineamientos del partido. A su juicio, la dirección del PS está radicada en Berlín Oriental, donde él se ha establecido a principios de 1974. Pero este punto también es discutido por la dirección clandestina, que plantea que Altamirano debe subordinarse a sus órdenes. (3)
Antes de viajar precipitadamente al sur con su madre, Michelle participa intensamente en la discusión que culmina con el «Documento de marzo», en cuya redacción final colabora.También está en los preparativos del primer Pleno Nacional del PS en la clandestinidad, que se realiza a principios de ese mes en Santiago. El encuentro es una señal de osadía política, pues se realiza en medio del estado de sitio y el toque de queda, con los aparatos represivos al acecho.
A veces la joven tiene que hacer «puntos» en la calle, sirviendo como nexo entre la directiva clandestina y algunos dirigentes de base. Para evitar una detención en cadena, los encuentros en las casas están terminantemente prohibidos. Cuando se topa casualmente en la vía pública con socialistas que conocen su identidad, Michelle se ciñe a las normas de la vida clandestina y finge no conocerlos.
Desde hace un tiempo pololea con Jaime López Arellano, el encargado del área internacional de la dirección socialista en Chile. El dirigente tiene 23 años, dos más que Michelle, y es de los hombres de mayor confianza de Carlos Lorca y Exequiel Ponce.
López creció en una familia pobre de Valparaíso. Gracias a una madre abnegada, consiguió trasladarse a Santiago y estudiar en la Universidad de Chile.Ahí tomó contacto con el grupo de Lorca, quien al percatarse de su inteligencia y oratoria lo envió a la Octava Región con un objetivo: colaborar con otros dirigentes socialistas para disputarle la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción nada menos que al MIR, que tenía su principal bastión en ese plantel penquista. (4)
López confirmó en Concepción sus innatas dotes como cuadro de elite. Pero también dejó en evidencia su gusto por la vida bohemia, muy diferente a la rigurosa sobriedad de Lorca y su grupo de estudiantes de Medicina. Una noche de celebraciones fue detenido por Carabineros, luego de estrellar botellas contra el escaparate de un local penquista. Sus correligionarios tuvieron que ir a rescatarlo a una comisaría. En otra ocasión, organizó un gran asado para sus camaradas, luego de que en las cercanías de la universidad se volcara un camión que transportaba ganado.
Sus compañeros lo reprenden por su carácter fiestero, lo que por entonces se considera una debilidad entre la militancia de izquierda. Sin embargo, López también es un tipo talentoso y esforzado, que ha surgido a pesar de las adversidades económicas. En sus tiempos de mayores apremios financieros, El Guatón —como le dicen— vivió literalmente en el partido, durmiendo debajo de los escritorios en las sedes de Antofagasta y Concepción. Gracias a esto, conoce casi de memoria la estructura del PS. Además, es alegre y cariñoso. El dirigente Exequiel Ponce lo quiere como a un hijo. Para Carlos Lorca es casi un hermano. Sus amigos aventuran que, una vez que retorne la democracia, casi con seguridad será el siguiente diputado surgido de la JS, siguiendo los pasos del propio Lorca.
Con Michelle se conocieron en enero de 1973, cuando ambos viajaron a Antofagasta, durante unos cursos de verano para militantes jóvenes de la Segunda Región.Al igual que ella, López hacía clases de formación política. Después del golpe, comienzan a pololear. En su calidad de dirigente clandestino, el joven estudiante se vuelve más responsable y ordenado.
Jaime López pasa a ser el puente entre Michelle y la cúpula socialista. Por las labores de su pololo, la joven se acerca al equipo internacional del PS. El objetivo de este núcleo es aglutinar fuerzas en el exterior para apoyar la lucha y canalizar las denuncias por violaciones a los derechos humanos.
López se convierte en una figura habitual en el departamento de la familia.Ahí el muchacho puede descansar y relajarse, dejando de lado por un tiempo la tensión de la vida clandestina. Como es simpático y conversador, no tarda en lograr una buena sintonía con Ángela Jeria.
Al poco tiempo, por intermedio de López, la madre de Michelle también comienza a ayudar en algunas labores políticas, a pesar de que no es militante. La viuda del general Bachelet se convierte así en colaboradora del equipo internacional del PS clandestino. Entre abril de 1974 y enero de 1975, Ángela lleva y trae información entre Santiago y Lima, donde funciona uno de los puntos de enlace entre la dirección interna de Lorca y la externa de Altamirano. En estas delicadas tareas, la técnica es embutir los mensajes en frascos de productos como desodorante o champú. (5)
Michelle y Ángela son proactivas, reservadas y nunca pierden la calma, lo que sorprende gratamente a la dirigencia del PS. Por una norma básica de compartimentación, ni ella ni su hija comentan entre sí los detalles de sus actividades. Así, de llegar una a ser detenida, no revelará información sobre las actividades de la otra, en caso de ser «quebrada» por la tortura.
Juntas visitan periódicamente la tumba del general Bachelet en el Cementerio General y arrojan pétalos al caudal del Mapocho, a la altura del puente Recoleta, en señal de respeto por los cuerpos de varios detenidos encontrados en ese lecho, en los días posteriores al golpe.
Para conmemorar el primer aniversario de la muerte de Allende, el 11 de septiembre de 1974, los socialistas en Santiago realizan una serie de actividades simbólicas, algunas casi imperceptibles para el común de la gente. Una de las instrucciones es usar luto. Con una amiga, Michelle pasa todo ese día recorriendo calles y subiéndose a microbuses vestidas de negro.
Ese mismo mes, Altamirano lanza su respuesta a la dirección clandestina del PS. A través del documento «Revisión crítica de proceso revolucionario chileno», el secretario general del PS en el exterior elude toda autocrítica respecto de la caída de la UP y atribuye buena parte del fracaso a la labor desestabilizadora del imperialismo norteamericano. (6) El documento —en el que Altamirano rescata la identidad histórica del PS— es visto como un ataque directo a la tesis de un frente amplio contra la dictadura, el cual incluya a partidos no izquierdistas, como la DC.
Las diferencias entre los socialistas del exterior y el interior se agudizan, a pesar de los viajes a la RDA de hombres cercanos a Lorca, en busca de algún avenimiento. Uno de ellos es Mario Felmer, quien en mayo de 1974 sale de Chile y se establece en la RDA, como encargado de la dirección interior del PS. Felmer viaja con su nombre real. Para su seguridad lleva como cobertura una carta del cardenal Raúl Silva Henríquez dirigida al purpurado italiano Antonio Samoré. Al hacer escala en Buenos Aires, Felmer destruye la carta.
Altamirano, no obstante, se resiste aún a apoyar a la directiva interior.
***
En diciembre de 1974, Ángela Jeria está a punto de egresar como antropóloga de la Universidad de Chile. Sólo le resta rendir un examen en enero. Michelle ha terminado con éxito el quinto año de Medicina. En adelante, las dos esperan tener más tiempo para dedicarse a sus tareas políticas y a favor de los derechos humanos.
La viuda de Alberto Bachelet siente especial inquietud por la situación de los más de sesenta condenados por el tribunal de guerra de la FACH, en el proceso en el que encontró la muerte su esposo. Se reúne con abogados, compila antecedentes y ayuda a canalizarlos para que el mundo se entere de lo que ocurre en Chile. Algunas de las condenas llegan a treinta años, pero pueden ser conmutadas por la expulsión del país en caso de que se cumplan ciertos requisitos. (7) Ángela también colabora con las esposas de los presos políticos detenidos en isla Dawson, entre los cuales se encuentra el ex senador Hugo Miranda.
La vigilancia sobre la residencia de los Bachelet-Jeria se mantiene. Las dos mujeres saben que el teléfono de la casa está intervenido, pues suelen escuchar voces y ruidos extraños mientras hablan.Además, se hace más evidente que no son personas gratas para los vecinos del condominio donde viven, por lo que se cuidan de no despertar más sospechas.
En las calles, los aparatos represivos están a la caza del MIR. Encabezado por su carismático líder, Miguel Enríquez, los miristas ondean una consigna: «El MIR no se asila». En una lucha a ratos suicida, el movimiento ha decidido combatir a la dictadura frontalmente, respondiendo bala por bala.
En enero de 1975, una estudiante que integra el MIR se contacta con Ángela. Su nombre es María Eugenia Ruiz-Tagle, tiene 25 años y necesita saber los nombres de los miristas que los ex efectivos de la Fuerza Aérea mencionan en medio de las torturas en el AGA.
A través de esta muchacha, Michelle cumple una delicada misión encomendada por la cúpula del PS en Chile: traspasarle al MIR ayuda financiera urgente. La situación del movimiento es desesperada. Los socialistas lo saben.
A los pocos días, la joven es detenida por la Dina, el feroz organismo represor que comanda el coronel de Ejército, Manuel Contreras. Sometida a apremios sistemáticos, Ruiz-Tagle menciona los nombres de Ángela y Michelle. (8)
A la mañana siguiente, Ángela llega a su casa acompañada de sus dos pequeños nietos. Los niños son de su hijo mayor,Alberto, quien está radicado en Australia y cuya esposa está de visita en Santiago. Mientras les habla en inglés, Jeria distingue en el estacionamiento una camioneta con desconocidos en su interior. No presta mayor atención al hecho y sube a su departamento. Michelle está a punto de volver a casa y su madre le ha prometido esperarla con porotos granados, uno de sus platos favoritos.
Cuando su hija llega al departamento, antes del mediodía, desde la conserjería avisan que quieren hablar con ellas unos desconocidos que se identifican como militares. Las mujeres inmediatamente presienten que se trata de agentes de la Dina. Mientras los hombres suben por el ascensor, Michelle toma el teléfono y le avisa a su cuñada que algo ocurre y que venga a buscar a sus hijos. Ángela alcanza a esconder algunos papeles con los nombres de sus contactos en el mundo de los derechos humanos.
Dos tipos jóvenes golpean la puerta con vehemencia. Por su aspecto es evidente que se trata de militares vestidos de civil. Les hacen preguntas, registran el departamento. Posteriormente, al reconstruir la escena, Ángela identificará a uno de ellos como el entonces teniente de Ejército Armando Fernández Larios, uno de los astros emergentes de la represión militar chilena. (9) No es la primera vez que ella lo ve: de joven recuerda haber conocido a su madre, quien la visitó tras el nacimiento de Michelle, llevando al futuro oficial en sus brazos. (10)
Al poco rato, la nuera de Ángela llega a buscar a los niños. Michelle le ha preparado un paquete con ropa infantil, algo de dinero y una nota oculta, en la que alerta que van a ser apresadas. Cuando su cuñada y los niños se marchan, los agentes les informan que deberán acompañarlos, pues tienen más preguntas que hacerles. Acotan que, en todo caso, el procedimiento no durará demasiado y ese mismo día podrán regresar a su casa.
En esos momentos suena el teléfono. Es Jaime López. A través de una clave previamente acordada, Michelle le advierte a su pololo que está siendo detenida:
—Mi amiga Dinamarca me invitó a tomar té —le dice. (11)
López comprende perfectamente. En poco tiempo, la cúpula clandestina del PS se entera de que la viuda del general Bachelet y su hija han caído en manos de los aparatos represivos.
Antes de ser subidas a la camioneta que las espera abajo, Ángela logra hablar con el conserje.
—Por favor, avísele a mi cuñado, el general Croquevielle, que nos están llevando detenidas.
En la camioneta, los agentes le preguntan por la dirección exacta donde vive la profesora María Eugenia Rojas, una activa simpatizante de izquierda. (12) Rojas es muy amiga de Ángela y vive cerca de allí. La viuda del general Bachelet escoge un departamento al azar y se los señala, sin saber que está desocupado. (13)
A Michelle le ponen cinta adhesiva en los ojos y unas gafas oscuras para disimular el vendaje.A Ángela le cubren la vista con su propio pañuelo. Ambas son trasladadas a Villa Grimaldi, uno de los centros de detención y tortura más temidos de la Dina.
***
Alertado de la detención por vía de la esposa de Alberto hijo, el general en retiro Osvaldo Croquevielle toma el teléfono y disca el despacho de Gustavo Leigh, comandante en jefe de la Fuerza Aérea. Croquevielle, ex director de Aeronáutica Civil, había sido superior de Leigh en sus años como miembro activo del alto mando institucional. Sin disimular su enojo, le exige que su cuñada y su sobrina sean liberadas y que se les dé un buen trato.
Ni Ángela ni Michelle saben dónde están cuando la camioneta por fin se detiene y les ordenan descender. Sólo la viuda del general Bachelet tiene alguna noción del lugar donde podrían encontrarse: a través del pañuelo ha visto que en el trayecto enfilaban por calle Eduardo Castillo Velasco hacia la cordillera. Están en el sector oriente de Santiago.
En Villa Grimaldi, las dos mujeres son amarradas a las sillas donde las sientan. No pueden hablar. Así permanecen cerca de diez horas.
Cuando ya es de noche, comienza el primer interrogatorio. Les preguntan por sus contactos políticos, nombres de dirigentes, actividades clandestinas. A Michelle le dicen que otra detenida, luego de ser interrogada y torturada, confesó que sabía que ella era una activa militante socialista y que tenía contacto con la cúpula de ese partido.
Las separan. Madre e hija no volverán a verse en varios días.
Con los ojos vendados, Michelle es llevada a una pieza con varios camarotes.Viste sandalias, jeans y una blusa.Allí dentro hay unas siete detenidas. Una de ellas es María Eugenia Ruiz-Tagle, la mirista que entregó su nombre y el de su madre. La chica se lanza a sus pies y le pide perdón, llorando, por no haber logrado resistir la tortura. Michelle le dice que entiende las circunstancias terribles que la obligaron a delatarlas. Por boca de otra detenida se entera de que están en Villa Grimaldi.
En el patio, el interrogatorio a Ángela continúa. Le insisten en que debe revelar sus contactos, así como los nombres del núcleo clandestino que integra. En un momento traen a otros detenidos para carearlos con ella. Escucha voces quejumbrosas de hombres pidiendo un poco de agua. Son miristas que acaban de ser torturados con electricidad. Una voz pone fin a los ruegos:
—No les puedo dar agua porque se van cortados. (14)
Si no atiende las preguntas, Ángela recibe un culatazo en los riñones. Su interrogador la manosea, le dice «abuela» para humillarla. La obliga a pasearse por el patio con la vista cubierta, le advierte que los «métodos» utilizados en el recinto son eficientes y que terminará por hablar.
—¿Cómo puede torturar a seres humanos que podrían ser sus hijos? —le pregunta ella en un momento, refiriéndose a los detenidos del MIR.
—Mi hija no se metería en estas cosas. (15)
El interrogatorio por fin termina.Vendada, amarrada y sin comer, la madre de Michelle es empujada a uno de los cajones, llamados por los torturadores «casas Corvi». Se trata de minúsculos habitáculos semejantes a contenedores, construidos especialmente para incomunicar a los detenidos en una bodega. Ahí permanecerá durante casi toda una semana. Lo único que come durante su encierro es un durazno que le da un guardia.
Al sexto día, un domingo, le permiten ir por primera vez al baño.
—Perdone, señora. Usted, como mujer de uniformado, sabe que tenemos que obedecer —le dice el efectivo que la guía.
Sin la venda en los ojos, en la tina identifica la blusa de su hija, lo que le hace suponer que está viva. En un momento en que los agentes se descuidan en medio de un interrogatorio, una detenida le confirma que Michelle está bien.
—Yo estoy con Michelle. Manda decirle que no ha contado nada, que se quede tranquila —balbucea una joven que no deja de llorar.
Dentro del cajón el aire fresco es tan escaso como la luz. Una manta con un fuerte olor a orina es el único abrigo.Todas las noches Ángela puede escuchar los desgarradores quejidos de otros incomunicados, algunos de ellos heridos a bala.
Cierta vez, una voz pide desde fuera que desclaven la puerta. A través de la venda, Ángela ve que el hombre, presumiblemente un oficial, lleva el uniforme de la FACH.
—Señora, cómo la tienen aquí… Al general Bachelet nunca lo tuvimos nosotros así —le dice.
El comentario indigna a Ángela.
—Igual lo mataron —responde.
Antes de marcharse, la voz ordena que dejen la puerta del cajón entreabierta, para que Ángela pueda respirar mejor. (16)
No tan extremas, aunque igualmente inhumanas, son las condiciones en que Michelle se encuentra. Dos veces al día le permiten ir al baño, siempre con los ojos vendados. Si se quita la venda, recibe una bofetada.
En una pieza contigua a la de ella están los prisioneros hombres. La joven puede escuchar sus voces y el ruido de los grilletes.
Justo enfrente está la pieza con la temida «parrilla», como los torturadores llaman a la estructura metálica, una especie de rejilla, donde se aplican descargas eléctricas a los detenidos, que previamente son mojados con agua. La «parrilla» es utilizada en forma cotidiana. A toda hora Michelle puede oír los alaridos, acompañados por repentinas bajas en la potencia de las ampolletas.Varias de sus compañeras son sacadas de la celda para sufrir el mismo tratamiento.Vuelven destrozadas física y anímicamente. La muchacha las atiende y trata de darles consuelo. Usando colonia y trozos de tela, aplica sus conocimientos médicos para curarlas. (17)
Junto al temor de que llegue su turno en la «parrilla», lo que más la abruma es no saber nada de su madre. En los varios interrogatorios a los que es sometida, los agentes amenazan con matar a Ángela si no colabora. Michelle no sabe que lo mismo le dicen a su mamá.
Cuando lleva varios días con esa incertidumbre, una voz que se identifica como un efectivo de la FACH se le acerca para preguntarle si necesita algo. Ella le pide averiguar si su mamá está bien.
—Y si tiene puchos, convídele: debe estar desesperada —le pide.
La misma voz le dice más tarde que ha podido ver a la viuda del general Bachelet, que se aseguró de que está bien y que le entregó un par de cigarrillos.
Mientras, en la familia Bachelet-Jeria existe la vaga sospecha de que las dos mujeres podían estar detenidas en Villa Grimaldi. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Osvaldo Croquevielle, confirmarlo es casi imposible. Y aún más intentar visitarlas en ese tenebroso recinto.
El único consuelo del retirado general es el compromiso personal de Leigh por lograr lo más rápidamente posible su liberación, presionando al coronel de Ejército Manuel Contreras, en su calidad de jefe máximo de la Dina.
A Ángela vuelven a interrogarla. Si bien nunca esgrimen pruebas concretas, los interrogadores la acusan de ser parte de un complot para asesinar a cuatro generales de la FACH. De poco sirven sus categóricos desmentidos. En alguno de esos interrogatorios, uno de los agentes asegura que no van a cometer con ella los mismos excesos que suele usar la FACH con los detenidos de sus propias filas.
—No, acá a mi general Bachelet nadie lo toca —afirma otro agente.
En un arranque de sinceridad, este último sujeto se le acerca y le levanta la venda. Ángela puede ver los rasgos toscos de su cara surcada por el acné. Está vestido con la camisa amaranto de las Juventudes Comunistas. Es Osvaldo Romo, quien con el correr del tiempo ganaría fama como uno de los torturadores más crueles de la represión política. (18)
—Míreme, señora, míreme. Yo fui el que habló bien de su marido.
El careo con la muchacha del MIR, la misma que entregó su nombre bajo tortura, lo realiza un oficial que la trata en forma atenta.
Posteriormente, a través de una rendija de su cajón de encierro, la viuda del general Bachelet ve a este mismo oficial mientras conversa en un patio con un hombre vestido de civil, frente a las barracas de los prisioneros miristas. El sujeto de civil no parece ser un militar: viste un terno gris, es gordo, bajo y tiene los cabellos tiesos. Ángela se inclina a pensar que se trata de un funcionario de Investigaciones. Pero la manera en que habla deja de manifiesto que el hombre tiene autoridad. De hecho, el oficial a su lado lo trata como su superior.
—A la Bachelet y a la hija hay que soltarlas luego. La FACH me está hueveando mucho, me tienen loco allá fuera —ordena el tipo rechoncho.
Años después, cuando mira unas fotografías publicadas en un periódico extranjero, Ángela reconoce a los dos personajes. El oficial de trato deferente es el mayor de Ejército Pedro Espinoza y el de terno gris, su superior: el temido coronel Manuel Contreras, jefe máximo de la Dina. (19)
Pocos días después de sucedida esa escena, Ángela y su hija vuelven a encontrarse. Con la vista vendada son subidas a un vehículo y trasladadas a otro lugar. Michelle va sentada en algo que parece ser un neumático. Cuando descubre que la prisionera que va al lado suyo es su madre, la toma de la mano. Conversan en voz baja. Creen que van a matarlas.
Han pasado más de dos semanas desde que fueron detenidas. El siguiente destino es Cuatro Álamos, un recinto de detención de la Dina ubicado en el paradero 5 deVicuña Mackenna. (20)
En Cuatro Álamos vuelven a ser separadas. Las ubican en piezas contiguas. Michelle está junto a cuatro detenidas. Por las noches puede conversar con su madre a través de una rendija de la pared.
A los cinco días, Michelle es liberada. No tiene dinero y viste las mismas ropas con las que fue apresada.
Desorientada, la joven toma varios microbuses a los que sube gracias a la amabilidad de los choferes. Por fin llega a su departamento en Las Condes. Está sola. Su madre sigue detenida. Una idea cruza por su mente: si se queda ahí nadie tendrá pruebas de que ha sido efectivamente liberada, por lo que sería fácil que esa misma noche la vuelvan a secuestrar y la hagan desaparecer, como ocurría a menudo con otros perseguidos en esa época.
Decide partir a la casa de su tía Carmen Puga, en Las Condes, para avisarle que está libre. Ella es partidaria del régimen militar y no puede dar crédito al trato que Michelle ha sufrido. La joven también se comunica con Fernando Bachelet, hermanastro de su padre. Esa misma noche regresa a dormir a su departamento. Quiere estar ahí en caso de que su madre sea liberada.
Cuando su sobrina le avisa que Ángela sigue detenida, el general (r) Croquevielle vuelve a llamar a Leigh. Pero el jefe máximo de la FACH le dice que en este caso tiene las manos atadas.
—La tiene la Dina y no me la quieren entregar —le asegura.
Croquevielle recurre entonces al ministro del Interior, el general de Ejército César Benavides. El secretario de Estado le plantea que la única alternativa es que Ángela sea expulsada del país. El problema, le confidencia, es que previo a cursar la expulsión debe redactar un decreto de detención, el cual nunca existió durante los días en que estuvo apresada a manos de la Dina. Sin otra alternativa, Croquevielle está de acuerdo.
Apenas queda en libertad, Michelle toma contacto con la Oficina de Migraciones Europeas, dependiente de Naciones Unidas, para conseguir asilo en algún país donde su madre pueda viajar en caso de ser expulsada. Luego de desesperados esfuerzos, la joven consigue visas para ella y su madre en Bélgica y Australia. Elige esta última opción, pues ahí vive su hermano Alberto.
En esas gestiones está Michelle cuando recibe un llamado del despacho del subsecretario de Interior, Enrique Montero Marx, quien desea saber si ella también quiere ser expulsada. Responde que no. Un decreto de expulsión le impediría reingresar al país libremente.Y ella quiere volver apenas tenga oportunidad.
Su primer impulso, de hecho, es quedarse. Pero pronto cae en la cuenta de que, con ella en Santiago, su madre no podrá trabajar desde el extranjero en pos de la denuncia de las violaciones a los derechos humanos en Chile. Pasaría a ser una potencial rehén.
La joven opta por viajar con su madre.
En febrero de 1975, Ángela Jeria es sacada de Cuatro Álamos. En total, lleva más de un mes incomunicada. La llevan al cuartel central de la policía de Investigaciones, en avenida General Mackenna. En ese lugar pasa su última noche antes de ser trasladada al Aeropuerto de Pudahuel.
En el departamento de Las Condes, Michelle prepara el equipaje ayudada por su tía, Alicia Jeria. Ella y el general (r) Croquevielle la acompañarán hasta el aeropuerto. El ambiente es de impotencia y profunda tristeza.
Ángela llega a la sala de embarque escoltada por personal de Investigaciones. El único conocido que la acompaña es un viejo amigo de ella y su esposa. Es funcionario de la policía civil y no oculta sus simpatías por el régimen militar; no obstante, fue uno de los pocos que visitó al general Bachelet cuando estuvo con arresto domiciliario.
Nadie espera a Michelle Bachelet cuando llega al aeropuerto. Al menos eso piensa ella. Sólo años más tarde se enterará de que, confundido en el ajetreo del terminal aéreo, Jaime López la observa partir y se despide en silencio.
Michelle y su madre sólo se reencuentran a bordo del avión de LAN Chile que las lleva a Australia. Se abrazan emocionadas. Las embargan sentimientos amalgamados: el dolor de tener que dejar el país y la satisfacción de volver a estar juntas. Por fin pueden hablar, contarse lo ocurrido desde que se separaron. Juntas tratan de inyectarse optimismo y no abundan en los detalles más dolorosos de su paso porVilla Grimaldi.
La escala en isla de Pascua es larga. Como Ángela ya ha estado ahí, invita a su hija a conocerla, mientras el avión reposta combustible. Un funcionario aeronáutico les dice que tienen prohibido abandonar el aeropuerto. Cuando el hombre reconoce a Ángela, la abraza. Es un ex compañero de la universidad. Se lamenta por tener que prohibirles salir. Michelle le dice que no importa, que quizás algún día vuelvan a encontrarse en una situación menos traumática. (21)
Luego de hacer escala en Tahití y Fidji, son recibidas en Australia por Alberto Bachelet hijo, quien las acoge en su casa de Sydney. El reencuentro familiar es muy emotivo. A Beto le encantaría que se quedaran con él mientras la situación se arregla en Santiago. Pero madre e hija tienen otros planes. Su intención es trasladarse pronto a Europa, donde se centralizan las gestiones de solidaridad para los perseguidos por la dictadura chilena.
Pocas semanas más tarde, Michelle recibe un sorpresivo llamado telefónico de Jaime López. Su novio muy pronto saldrá de Chile clandestino, en una misión tan delicada como secreta.
—Michelle, quiero que vengas conmigo.
Ella no lo duda: decide apurar todo y seguirlo. El reencuentro será tras la Cortina de Hierro, en Berlín Oriental, la capital de la República Democrática Alemana.
NOTAS DEL CAPÍTULO EL MUNDO A PEDAZOS
(1) El mismo 11 de septiembre, la junta militar decretó el estado de sitio en todo el país a través del decreto ley No 3. Este estado de excepción, que suspendía las garantías individuales, sería renovado cada seis meses durante los años siguientes. Tres días más tarde, el 14 de septiembre, mediante el decreto ley No 27, se clausura el Congreso Nacional. Un mes después vendría la disolución de los partidos políticos.
(2) La noche del martes 11, luego de firmar la renuncia a su institución, el general Bachelet y su esposa comenzaron a embalar sus pertenencias en la casa fiscal de Las Condes donde vivían, para cambiarse cuanto antes de domicilio.
(3) Por ser la institución más identificada con el gobierno de Allende y la de mayor raigambre popular, los cabecillas del golpe desconfiaron hasta último minuto de la actitud que asumiría Carabineros el 11 de septiembre. De hecho, parte importante de las fuerzas golpistas que confluyen ese día hacia La Moneda tienen la misión de enfrentarse con la policía uniformada, en caso de que los carabineros que resguar- dan el centro de Santiago permanezcan leales a Allende. En Ascanio Cavallo y Margarita Serrano, Golpe: 11 de septiembre de 1973, Santiago, Aguilar, 2003, p. 128.
(4) En la mañana del 11, Carlos Altamirano y su segundo, Adonis Sepúl- veda, se refugian en el domicilio del militante socialista José Pedro Astaburuaga, en el sector de San Miguel. En la práctica, la medida significa que el PS ha quedado descabezado aún antes de dispararse el primer tiro sobre La Moneda. En Ascanio Cavallo y Margarita Serra- no, Golpe: 11 de septiembre de 1973, Pag 128. Editorial Aguilar, 2003.
(5) Para el 22 de septiembre de 1973, la Cruz Roja Internacional estima que sólo en el Estadio Nacional hay más de siete mil detenidos.A este recinto se suman estadios y regimientos de distintos puntos del país, como centros de reclusión provisional, y campos de concentración como el de Isla Dawson, Pisagua, Chacabuco y otros.
(6) Ricardo Solari recuerda que, a pesar de pertenecer al sector moderado del PS, él y dirigentes como Carlos Lorca estuvieron entre los pocos que llegaron a su lugar asignado para defender al gobierno de la UP. «Presenciar el bombardeo, con el Presidente en su interior, fue algo dramático. Pero ahí me di cuenta del drama mayor: mi partido había fallado de manera rotunda. Nada de lo que se dijo se implementó.» En Mónica González, La conjura, los mil y un días del golpe, Santiago, Ediciones B, 2000, p. 385.
(7) Exequiel Ponce, de oficio obrero portuario, era dirigente sindical y miembro de la comisión política del PS. Ricardo Lagos Salinas, con- tador, también era miembro de la comisión política del PS previo al golpe y no tenía relación alguna con Ricardo Lagos Escobar, el tercer Presidente de la Concertación.Tanto Ponce como Lagos Sali- nas integraban el sector del PS que fue más leal a Allende durante su gobierno.
(8) La denuncia contra el general Bachelet era sustentada por funcionarios del Banco del Estado, quienes denunciaron su participación, previa al golpe, en reuniones políticas con el vicepresidente de esa institución, el socialista Carlos Lazo. Ante esto, Bachelet le relató al fiscal Rodrí- guez que efectivamente asistió a reuniones en el Banco del Estado, pero que se trató de encuentros técnicos, relativos a la distribución de alimentos y con expertos cubanos, en ningún caso con dirigentes políticos.Agregó que ni siquiera conocía a Carlos Lazo por entonces. En Fernando Villagrán, Disparen a la bandada: una crónica secreta de la FACH, Santiago, Planeta, 2002, p. 78-79.
(9) El domicilio, ubicado casi enfrente de la Escuela Militar, es el mismo que hoy ocupa Ángela Jeria. En el departamento de al lado vive su hija.
(10) Un socialista que fue testigo de lo que ocurrió en esa época en la Bri- gada Universitaria del PS, afirma que entre los que siguieron a Vivaldi estaban Marcelo Unda, Mario Sepúlveda y Carmen Díaz. Esta última era hija del general de la FACH Nicanor Díaz Estrada, quien apoyó el golpe.
(11) En una nota que escribe durante su cautiverio, Bachelet afirma que en los subterráneos del AGA él y otros detenidos debieron permane- cer de pie, sin moverse ni hablar, ya que el que lo hiciera recibiría un balazo en las piernas.Añade que a esto se sumó la tortura psicológica, como descargas simuladas de fusilamiento y echar a andar las llaves del agua cuando algún detenido se quejaba de sed y los centinelas se negaban a ayudarlo. Las cartas son conservadas por su familia y sus extractos han sido publicados por diversos medios.
(12) En otra ocasión, Bachelet increpó a un médico, aludiendo al trato que le otorgaban a los prisioneros. «¿Cómo puede ser que se torture así?», le pregunta. «No importa, porque ponemos frazadas en las ventanas y no se escucha», le respondió el facultativo.Tiempo después, Ángela Jeria denunciaría a ese facultativo ante el Colegio Médico.
(13) El general Bachelet afirma en una de las cartas a su familia que, luego de que el general Gutiérrez le informó que muy pronto podrá volver a su casa, el comandante Lisosoain le hizo una curiosa sugerencia al detenido: olvidar todo lo ocurrido durante su detención, haciendo cuenta de que se trataba de una pesadilla.
(14) Por entonces, el general Fernando Matthei estaba destinado en Lon- dres, como agregado aéreo. Sólo regresó a Santiago en enero de 1974.
(15) El general Osvaldo Croquevielle, ex director de Aeronáutica Civil, fue exonerado de la FACH el mismo día del golpe.
(16) Michelle Bachelet eligió ese nombre por una razón simple: desde pequeña le había gustado.
(17) El capitán Raúl Vergara era uno de los principales procesados en la investigación «Contra Bachelet y otros» orquestada desde la FACH.
(18) En sus reflexiones junto a sus compañeros de celda, Bachelet comen- taría los efectos negativos que habían significado para su institución la amplia barrera existente entre oficiales y suboficiales. En Fernando Villagrán, Disparen a la bandada: una crónica secreta de la FACH, Santiago, Planeta, 2002, p. 93.
(19) Ángela Jeria revelaría posteriormente que en ese interrogatorio su es- poso fue acusado de llamar a la insurrección nacional durante su arres- to domiciliario. Para que confesara, lo hicieron dar saltos abriendo y cerrando las piernas, recibió golpes e insultos, estaba encapuchado y le costaba respirar. En Pamela Jiles, «Las cartas inéditas de general Alberto Bachelet», The Clinic, 3 de marzo de 2004.
(20) Cuando el alcaide Pozo llegó a la celda, increpó a Yáñez y Silva por encontrarse en ese lugar. Pozo iba acompañado por un médico prac- ticante, quien dijo que le pondría a Bachelet unas gotas de adrenalina. Pero el doctor Yáñez, identificándose como médico, le replicó que eso sería una brutalidad. En Fernando Villagrán, Disparen a la bandada: una crónica secreta de la FACH, Santiago, Planeta, 2002, p. 78.
(21) La carta era firmada por el coronel de la FACH Renato Ianiszewski, maestro de su logia. Bachelet respondió con una enérgica misiva, en la que recalca que en sus momentos más difíciles «ningún hermano de La Cantera trató de tender la mano al hermano momentáneamente caído y menos a su familia. Eso se llama cobardía moral». En Fernando Villagrán, Disparen a la bandada: una crónica secreta de la FACH, Santiago, Planeta, 2002, p. 94.
(22) Años después, Michelle hablaría de sus sentimientos durante el funeral de su padre: «El tema de la razón no me cuesta nada, pero encontrar las palabras adecuadas para describir mis emociones, me cuesta. Soy un poco como mi madre.A ella le enseñaron que no debía molestar a los demás con sus emociones. Si bien ella no me inculcó eso directa- mente, fue el modelo que tuve. Pero, sí… fue un bello funeral aunque, pese a los 35 años de carrera, ninguno de sus compañeros asistió». En Carolina Díaz, «Michelle Bachelet: la historia no contada», revista Paula, N° 870, noviembre de 2002.
NOTAS DEL CAPÍTULO LOS ROSTROS DE LA TORTURA
(1) En uno de sus pasajes, el documento menciona «la inmensa responsabilidad que le cabe al Partido en el desarrollo y desenlace de la experiencia revolucionaria de la UP».
(2) Al menos doce agentes de inteligencia de la RDA tomaron parte en el rescate de Altamirano. Uno de ellos trabajaba en Chile bajo el nombre de Paul Ruschin, quien se encargó de dar asilo a decenas de militantes de la UP. Una vez que el régimen militar rompió relaciones con la RDA, Ruschin siguió trabajando en Santiago, bajo cobertura de la embajada de Finlandia. En Javier Ortega, «La historia inédita de los años verde olivo», La Tercera, mayo-junio, 2001.
(3) En su manifiesto, Lorca, Ponce y Lagos Salinas establecen claramente lo siguiente: «La dirección política del Partido se ejerce desde Chile y a la dirección interior de la lucha revolucionaria se subordina el trabajo del Secretariado Exterior del Partido, encabezado por el Secretario Exterior del Partido, camarada Carlos Altamirano».
(4) En 1971, López fue enviado a estudiar a la Universidad de Concepción, encabezando a un grupo de militantes socialistas en el que también estaba Manuel Rodríguez. En enero de 1972, con Rodríguez como presidente, lograron quitarle la Federación de Estudiantes de Concepción al MIR.
(5) Un consultado afirma que Ángela Jeria evaluó establecerse en Lima por ese tiempo, para colaborar activamente con la directiva del PS clandestina en Chile. Pero esta versión es desmentida por otro testigo.
(6) Al referirse a las interrogantes que abren el fracaso de la vía chilena al socialismo,Altamirano afirma en su introducción que «no se trata de precisar todos y cada uno de los errores que hemos cometido. Hay quienes se han dejado seducir por esta tarea, como si aquellos por sí solos explicaran la marejada fascista».
(7) Originalmente, las condenas iban desde los tres años y un día a la pena de muerte. Luego, todas las penas fueron rebajadas, incluidas las cuatro capitales. Gracias al Decreto 504, tales condenas podían conmutarse con la expulsión del país, siempre y cuando los beneficiados certificaran un trabajo y la visa de una nación extranjera. En Fernando Villagrán, Disparen a la bandada: una crónica secreta de la FACH, Santiago, Planeta, 2002, p. 242.
(8) María Eugenia Ruiz-Tagle fue detenida a principios de enero de 1975 junto a su esposo. Estuvo un mes y medio en Villa Grimaldi. En Fernando Villagrán, Disparen a la bandada: una crónica secreta de la FACH, Santiago, Planeta, p. 99.
(9) Armando Fernández Larios estuvo entre los primeros soldados que ingresó a La Moneda luego del suicidio de Allende. Integró la llamada «Caravana de la muerte», que asesinó a 94 presos políticos en ocho ciudades del país tras el golpe.También estuvo implicado en el crimen del ex canciller Orlando Letelier. En 1987 se entregó a la justicia de Estados Unidos, donde en marzo de 2005 fue condenado por un tribunal civil, por su responsabilidad en uno de los casos de la «Caravana de la muerte».
(10) Durante esa visita, la madre de Fernández Larios le regaló a Ángela Jeria una pequeña vasija de plata con una piocha, que la viuda del general aún conserva.
(11) En una entrevista concedida el 2004, Michelle Bachelet contó que la clave exacta fue: «Mi amiga Dinamarca me invitó a tomar té y no sé a qué hora voy a volver». Raquel Correa, «Michelle Bachelet: soy una sobreviviente de Villa Grimaldi», El Mercurio, 14 de noviembre de 2004.
(12) María Eugenia Rojas es hija del novelista chileno Manuel Rojas. Era esposa del dirigente comunista y académico de la Universidad de Chile Fernando Ortiz Letelier, hoy detenido desaparecido.
(13) Angela Jeria se enterará después de que, por suerte, el departamento que escogió no tenía moradores, por lo que los agentes que irrumpieron en él no captaron el engaño.
(14) Angela Jeria ha asegurado que esa voz era la del oficial de Ejército Marcelo Moren Brito. En Arnaldo Pérez, «Angela Jeria: Quiero que se haga justicia». El Siglo, 24 de agosto de 2001.
(15) Fernando Villagrán, Disparen a la bandada: una crónica secreta de la FACH, Santiago, Planeta, p. 101.
(16) Ángela Jeria dirá posteriormente que esa voz pudo haber sido la de un oficial de la FACH de apellido Madrid. En Arnaldo Pérez, «Ángela Jeria: quiero que se haga justicia», El Siglo, 24 de agosto de 2001.
(17) Poco antes de ser detenida, en el año nuevo de 1975, los guardias de Villa Grimaldi se habían embriagado y violaron a una de las detenidas que compartió con Michelle Bachelet, quien se enteró del hecho durante su encierro. En Raquel Correa, «Michelle Bachelet: soy una sobreviviente de Villa Grimaldi», El Mercurio, 14 de noviembre de 2004.
(18) Conocido como el «comandante Raúl», antes del golpe Romo se destacó como uno de los dirigentes poblacionales de izquierda más ultristas de la periferia santiaguina, pero a contar del 11 de septiembre de 1973 apareció con uniforme de suboficial del Ejército, denunciando a todas las figuras de izquierda con las que había tenido contacto. Es responsable de torturar y hacer desaparecer a varias decenas de detenidos. En 1992 fue detenido en Brasil y extraditado a Chile, donde fue condenado por varios procesos de derechos humanos.
(19) Ángela Jeria hizo ese descubrimiento en Estados Unidos, en la segunda mitad de los 70, cuando leyó la información de un diario norteamericano sobre los principales sospechosos del asesinato del ex canciller Orlando Letelier. Además de Contreras y Espinoza, la viuda del general Bachelet también reconoció la imagen de Armando Fernández Larios, uno de los oficiales que llegó a detenerla a su departamento.
(20) Ubicado en calle Canadá, a la altura del 3.000 de Vicuña Mackenna, Cuatro Álamos era administrado por la Dina y estaba dentro de un recinto mayor, denominado Tres Álamos, a cargo de Carabineros.
(21) El año 2001, cuando Michelle Bachelet volvió a isla de Pascua, como ministra de Salud del gobierno de Ricardo Lagos, el mismo funcionario estaba en el aeropuerto para recibirla.