COLUMNA DE OPINIÓN
Este es el Estados Unidos real
13.06.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
13.06.2020
El asesinato de George Floyd es el más reciente linchamiento en la larga historia norteamericana de violencia contra los afroamericanos, dice la historiadora Dawn Dennis. Aquí muestra cómo esa brutalidad no cesa pese a los frecuentes estallidos sociales que desencadena y dibuja la otra cara del país que se considera la tierra de las oportunidades: un país donde el racismo estructural prevalece década tras década.
“¡Mamá!
“¡Mamá! ¡No puedo más!”
Estas fueron las últimas palabras de George Floyd el 25 de mayo de 2020. Floyd, un hombre afroamericano de 46 años, fue linchado por Derek Chauvin, un policía blanco, quien le puso su rodilla en el cuello por 8 minutos y 46 segundos. Floyd murió en la calle, frente a un grupo de personas, mientras esperaba que llegara la ambulancia. Si bien su madre había muerto dos años atrás, Lonnae O’Neal señaló en National Geographic, su grito fue una “invocación sagrada.”
Estamos en el año 2020, y los Estados Unidos todavía lincha los cuerpos negros. A pesar de los gritos de los testigos, los otros tres oficiales presentes, Thomas Lane, J.A. Kueng and Tou Thao, no intervinieron. Los cuatro oficiales involucrados fueron expulsados del Departamento de Policía de Minneapolis, y la procuraduría acusó a Chauvin de homicidio en segundo grado y homicidio involuntario en segundo grado. Los otros tres policías fueron acusados de ayudar e incitar un homicidio de segundo grado. El Departamento de Policía de Minneapolis, al igual que otros departamentos de policías en Estrados Unidos, usa fuerza excesiva contra hombres y mujeres negras. En 2015, la policía de Minneapolis disparó mortalmente a Jamar Clark, un hombre negro de 24 años; al año siguiente, el asesinato de Philando Castile por parte de oficiales de ese mismo departamento fue transmitido directamente por las redes sociales.
Este es el Estados Unidos real, el país donde las fuerzas policiales matan más personas que en cualquier otro país desarrollado.
La muerte de George Floyd es el resultado de siglos de violencia contra los cuerpos negros, una violencia consentida por el Estado. Floyd fue linchado en público. El linchamiento es una ejecución extrajudicial. Entre 1896 y 1954, más de 4.000 afroamericanos fueron víctimas de linchamientos[1]. A lo largo de la historia de los Estados Unidos, la policía ha asumido el rol de juez, jurado, y verdugo. Este es el Estados Unidos real, el país donde las fuerzas policiales matan más personas que en cualquier otro país desarrollado.
En sus inicios, los EE.UU. estableció un sistema de castas y segregación racial; un sistema económico, social y político que explotó, esclavizó, encarceló, deportó, y asesinó a hombres, mujeres, y niños. Como señala la historiadora Kelly Lytle Hernández, las formas de conquista y asentamiento colonial en América del Norte marcaron el comienzo de siglos de violencia contra los pueblos indígenas y las comunidades afroamericanas, chinas y mexicanas[2].
La Guerra Civil marcó el paisaje estadounidense. El mito de la “Causa Perdida” reescribió la historia de la Guerra Civil como un conflicto por los derechos de los estados. Con ello se buscó borrar las referencias a la esclavitud de la memoria colectiva y romantizar el estilo de vida de las plantaciones. Asimismo, se construyeron monumentos para honrar a los soldados confederados, monumentos que aún existen en gran parte del país. No es coincidencia, que, en las últimas semanas, muchos de estos monumentos han sido derribados. Algunas autoridades han reaccionado. El gobernador de Richmond, Virginia, propuso eliminar todos los monumentos que conmemoran a generales confederados, empezando por la estatua de Robert E. Lee. El alcalde de Birmingham, Randall Woodfin, desafió una ley de preservación de monumentos y al gobernador para comenzar a eliminar el monumento de los soldados y marineros confederados en Linn Park.
El fin de la esclavitud no fue sinónimo de libertad. En los estados del sur, los llamados códigos negros restringieron los derechos y la movilidad de las personas afroamericanas, mientras grupos de supremacía blanca, como el Ku Klux Klan, utilizaron la violencia para reestablecer su «ley y su orden”. El fallo de la Corte Suprema de 1896 Plessy vs. Ferguson, «separados pero iguales», marcó el comienzo de la segregación y la discriminación legal[3]. Los linchamientos aumentaron, también la destrucción e incendio de negocios y barrios negros. Con el pleno apoyo de la policía local, señala la periodista Ida B. Wells (1862-1931), los linchamientos eran anunciados en los periódicos, fotografiados[4]. Un espectáculo público que tenía a las familias blancas como espectadoras. Las imágenes de niños blancos sonrientes frente a un cuerpo negro carbonizado nos recuerdan el poco valor que tenía la vida negra en los Estados Unidos.
La violencia racial y la segregación del espacio público también se extendieron por las ciudades del norte. En Chicago, Eugene Williams, fue asesinado el 27 de julio de 1919, cuando los blancos le arrojaron piedras desde la orilla del lago Michigan porque nadaba en la sección «solo para blancos». En Harlem, una nueva generación de escritores negros, entre ellos Richard Wright y Langston Hughes, comenzó a denunciar el trato que recibían por parte de la policía. La negación sistemática de servicios por parte del gobierno federal, como la vivienda y las hipotecas, señalaron, exacerbaba las desigualdades existentes en las comunidades negras.
En la década de 1950, organizaciones de mujeres negras comenzaron a cuestionar las leyes que sostenían el sistema de segregación racial. Uno de los casos más emblemáticos fue Brown vs Board of Education que declaró que la segregación racial en las escuelas era inconstitucional. Sin embargo, la violencia racial sancionada por el Estado, los linchamientos y la brutalidad policial continuaron. Al año siguiente, Emmett Till, un joven de catorce años, fue asesinado en Mississippi. La policía continuó reprimiendo a los activistas negros: Birmingham, Alabama (1963); la marcha de Selma a Montgomery en 1965; entre muchas otras. En las grandes ciudades, las comunidades negras se movilizaron contra la brutalidad policial: Watts, Los Angeles (1965), Minneapolis (1967), Detroit (1967), y Newark (1967). Entre 1968 y 1972, se produjeron más de 2.300 levantamientos o rebeliones como respuesta a la violencia policial[5].
Las raíces de la violencia policial en Estados Unidos están en el racismo estructural. La gran inversión en vigilancia y seguridad contrasta con la falta de inversión en las comunidades más pobres. Los departamentos de policía y sistema carcelario de los Estados Unidos consumen un gran porcentaje de los presupuestos de las ciudades, un hecho que ha sido criticado recientemente por los manifestantes.
Este es el Estados Unidos real, el país donde las fuerzas policiales matan más personas que en cualquier otro país desarrollado.
La brutalidad policial se visibiliza en la larga lista de nombres. En diciembre de 1979, cuatro policías blancos en Tampa, Florida, mataron a golpes a un motociclista negro, y la impunidad provocó una revuelta en Liberty City[6]. La policía de Nueva York asesinó a Michael Stewart (1983), Eleanor Bumpurs (1984), Michael Griffith (1986), Edmund Perry (1985), Yvonne Smallwood (1987), Abner Louima (1997) y Amadou Diallo (1999). En 1991, cuatro oficiales blancos fueron filmados golpeando a Rodney King en Sylmar, California. Cuando fueron absueltos en 1992, se produjo un levantamiento que paralizó la ciudad de Los Ángeles por más de cinco días. En abril de 2001, el asesinato de Timothy Thomas, por un oficial de policía blanco, dio origen a nueva rebelión en Cincinnati, Ohio.
A pesar de las promesas, los esfuerzos por reformar la policía no se han materializado. Michael Brown, un joven negro de 18 años, fue asesinado por un policía blanco en Ferguson Missouri el año 2014[7]. Su cuerpo permaneció en la calle durante cuatro horas, a pesar de los llamados de auxilio de los vecinos. En su informe, el oficial responsable, Darren Wilson, se refirió a Brown como una «fuerza demoníaca”. Desde el asesinato de Brown, seis activistas en Ferguson han sido asesinados. En Los Ángeles, la policía disparó y mató a Ezell Ford el 11 de agosto de 2014. Los oficiales alegaron que Ford intentó usar su arma, versión que fue cuestionada por los testigos. En abril de 2015, en Baltimore, Maryland, Freddie Gray sufrió graves lesiones cuando fue arrestado y trasladado en una camioneta de la policía, murió una semana después. En septiembre de 2016, la policía de Carolina del Norte disparó y mató a Keith Lamont Scott, quien iba desarmado en su automóvil.
El linchamiento público de George Floyd y el levantamiento de Minneapolis es otro capítulo en la larga historia de la violencia policial contra la comunidad afroamericana. Los departamentos de policía no han cambiado. Los esfuerzos por diversificar la policía de Los Ángeles después de la rebelión de 1992 no han logrado disminuir la violencia en la ciudad. Las promesas hechas después del levantamiento de Ferguson fueron promesas vacías para pacificar a los medios y al gobierno federal. Al igual que en el pasado, las autoridades y liberales blancos hacen llamados de unidad, las referencias a Martin Luther King, Jr. no faltan.
Luego de cada linchamiento público, la policía, los medios de comunicación, los liberales blancos y los grupos de supremacía blanca atacan a la víctima. Culpar a la víctima, es la narrativa que se utiliza para justificar la brutalidad violencia. Existe además una larga tradición de condenar la protesta en Estados Unidos. Kellie Carter Jackson señala que hay un doble estándar cuando se analiza quién utiliza la violencia para obtener derechos[8]. A los negros siempre se les ha negado el uso de la violencia para obtener derechos. Esto tiene una larga historia. Después de la revolución haitiana, por ejemplo, los amos de esclavos en Louisiana y Natchez, Mississippi aprobó nuevas leyes para reducir las rebeliones en el sur de los Estados Unidos[9].
En un paisaje completamente alterado y redefinido por COVID-19, y en el que el racismo estructural estaba en plena exhibición durante la pandemia, comunidades enteras se han movilizado. En un principio las protestas fueron pacíficas, pero se volvieron violentas una vez que la policía golpeó, lanzó gases lacrimógenos, arrastró a los estudiantes desde los automóviles, y disparó balas de goma contra los manifestantes. A pesar del toque de queda impuesto en varias ciudades, las manifestaciones continuaron. Alcaldes y gobernadores no vacilaron en desplegar a militares (National Guard) para controlar los saqueos y defender la propiedad privada.
Las fuerzas de orden público han utilizado métodos de represión extremos y excesivos y han atacado a manifestantes y medios de comunicación. Algunos medios han mostrado a policías arrodillados con los manifestantes, lo que constituye un gran espectáculo de unidad. Sin embargo, al mismo tiempo, la policía de todo Estados Unidos sigue reprimiendo. En Nueva York, destruyeron un piquete de primeros auxilios. Cuando las protestas llegaron a las inmediaciones de la Casa Blanca, Donald Trump y su familia se refugiaron en un búnker. En una demostración de fuerza y para apaciguar el ego de Trump, el Fiscal General William Barr invocó la Ley de Insurrección de 1807, que permite el uso de la fuerza militar en suelo estadounidense. En un acto público, Trump se retrató con una Biblia; lo que despertó las críticas de Mariann Edgard Buddle, obispo de la Diócesis Episcopal de Washington, quien declaró que la sesión fotográfica de Trump es contraria al cristianismo.
En sus numerosas declaraciones, Trump ha utilizado un lenguaje racista para describir tanto el asesinato de Floyd como la respuesta pública y a los manifestantes. Al declarar que «los matones están deshonrando la memoria de George Floyd», Trump distorsiona, en forma deliberada, la verdad, un intento de desacreditar a los manifestantes negros y centrarse en los saqueadores. Su mensaje de «ley y orden» va dirigido a su base política: hombres blancos y cristianos evangélicos. En una serie de tweets, el viernes 29 de mayo, Trump no solo se refirió a los manifestantes como «matones», sino que además sugirió que «cuando comienza el saqueo, comienzan los disparos». Esta frase no es nueva. Fue utilizada por el jefe de policía de Miami, Walter Headley en 1967, para legitimar la represión de jóvenes negros como una «represión de matones».[10] Al año siguiente, el segregacionista de Alabama George Wallace utilizó una frase similar.
A pesar de los esfuerzos por deslegitimar y reprimir las movilizaciones, estas han continuado y se han expandido más allá de las fronteras de Estados Unidos. Porque como sugiere la pancarta de una mujer latina, “Todas las madres fueron convocadas cuando George Floyd llamó a su mamá (…)».
[1] Rice, Anne P. ed., Witness Lynching: American Writers Respond, Rutgers, The State University, 2003.
[2] Hernandez, Kelly Lytle. City of Inmates: Conquest, Rebellion, and the Rise of Human Caging in Los Angeles, 1771-1965, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2017.
[3] Kendi, Ibram X, Stamped From the Beginning: The Definitive History of Racist Ideas in America, New York, Nation Books, 2016, págs. 269-279.
[4] Wells-Barnett, Ida B. On Lynchings, Mineola, New York, Dover Publications, 2014.
[5] Muhammad, Khalil, The Condemnation of Blackness: Race, Crime, and the Making of Modern Urban America, Cambridge, Massachusetts, Harvard UP, 2010.
[6] Mohl, Raymond A., ed. The Making of Urban America, Lanham, Rowman & Littlefield Publishers, 1997, pág. 287.
[7] Kendi, Ibram X,, Stamped from the Beginning: The Definitive History of Racist Ideas in America, New York, Nation, 2016.
[8] Kellie Carter Jackson, “The Double Standard of the American Riot”, The Atlantic, 1 de junio de 2020.
[9] Davis, Ronald L. F., The Black Experience in Natchez, 1720-1880: Natchez, National Historical Park, Mississippi, 1993; Genovese, Eugene D., From Rebellion to Revolution: Afro-American Slave Revolts in the Making of the Modern World, Baton Rouge, Louisiana State UP, 1979.
[10] Desert Sun, Volumen 41, Número 124, 28 de diciembre de 1967.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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