COLUMNA DE OPINIÓN
Coronavirus y emergencia climática: una verdad incómoda
05.06.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
05.06.2020
¿Qué hacer para que los sistemas políticos reaccionen y tomen medidas ante el cambio climático? El autor sugiere que tenemos que dejar de ver esa emergencia como algo que “nos” pasa, y empezar a mirarla como algo que produce nuestra sociedad. En la pandemia, el coronavirus es el problema; pero en la emergencia climática, el problema somos nosotros.
La crisis del coronavirus es una emergencia por definición (“situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata”, según consigna la RAE). Lo poderoso que tiene esta emergencia es que nos está diciendo —quizás como nunca se nos había dicho o más bien vociferado— qué es, qué compone y qué supone una emergencia global “en realidad”. Uno esperaría, entonces, que la crisis del coronavirus ayude a problematizar el discurso de la emergencia climática; pero no parece ser el caso.
Sin duda, el cambio climático es un fenómeno socio-natural de la mayor gravedad, pero no ha dado lugar a una emergencia. ¿Por qué? Porque no se dan sus características básicas: que sea una situación imprevista y genere una capacidad de valoración más o menos precisa del peligro. La presencia de estos aspectos son los que permiten poner en marcha medidas drásticas y de efectos operativos inmediatos, que busquen una solución rápida. Todo ello al unísono.
El caso del cambio climático es distinto: no se trata de un peligro imprevisto, sino de uno cada vez mejor cartografiado; no hay una valoración unánime del peligro; no hay una puesta en marcha de medidas drásticas y sin dilación; y no es pensable una solución de corto plazo que acabe con lo que la origina. Visto así, caracterizar el cambio climático como una emergencia parece desafortunado. De hecho, la mejor prueba de ello es que el sistema social de toma de decisiones no la considera emergencia, como tal. Ciertamente, en el futuro el cambio climático puede dar lugar a situaciones de emergencia. Sin embargo, hoy día ese hecho no tiene ningún alcance decisional.
Si no tiene mucho sentido calificar al cambio climático como una emergencia ¿cuál es, entonces, la función del discurso de la “emergencia climática”? Su función es política: es la estrategia política del cambio climático.
Resulta difícil pensar que este problema no tenga un origen social: sólo la sociedad, tal como está estructurada, puede producirlo.
El potencial de una emergencia, como la actual, lo demuestra porque permite una toma de decisión por parte de los poderes públicos que, en otras circunstancias, parecería imposible. Se toman, así, decisiones considerando un solo criterio de decisión: si la medida sirve para reducir el riesgo, entonces es buena. Otros valores e intereses simplemente no son considerados. Ese modelo decisional se denomina lexicográfico.
Es en este contexto donde el discurso de la “emergencia climática” cobra sentido, porque es el mecanismo mediante el cual se espera inducir al sistema político a tomar decisiones radicales en materia de lucha contra el cambio climático de forma lexicográfica. Más, dado que, como se ha visto, no existe tal emergencia climática, ello no ocurre: el sistema político sigue inmune a las declaraciones de emergencia climática, a pesar de 40 años de crecientes y fundadas advertencias.
A pesar de su infructuosidad, se persiste en la estrategia de la emergencia climática porque el discurso del cambio climático, con sólidas bases científicas (no está de más decirlo) no contiene en sí mismo otro andamio social que unos más que eventuales —pero no por ello menos peligrosos— riesgos de origen natural para la sociedad. Y en ese relato no es la sociedad la que genera el cambio climático, sino los gases de efecto invernadero.
¿Cómo pudiera, entonces, la lucha contra el cambio climático modificar o ampliar su estrategia política para hacerla más exitosa? Un camino es modificar el discurso, incorporando de forma sistemática a la sociedad en el relato causal del cambio climático. Es necesario dejar de considerarla al final de la tubería, a modo de eventual co-beneficiada de la lucha contra el cambio climático. Resulta difícil pensar que este problema no tenga un origen social: sólo la sociedad, tal como está estructurada, puede producirlo.
La ciencia debe mover el horizonte del cambio climático hacia atrás, más atrás de las emisiones de gases de efecto invernadero, para entender y explicar la sociedad actual que las produce.
En este sentido, la ciencia debe mover el horizonte del cambio climático hacia atrás, más atrás de las emisiones de gases de efecto invernadero, para entender y explicar la sociedad actual que las produce. No se trata de que se arribe a una única explicación de cómo la sociedad estructuralmente produce este efecto que tiene el potencial de destruirla, sino que esa explicación sea imprescindible en el debate público sobre el cambio climático y que ella constituya el punto de partida de cualquier propuesta de solución.
Esta lectura del cambio climático podría permitir unir, íntimamente, la lucha contra el cambio climático con los cambios de las condiciones sociales en que vivimos. Y unir también, orgánicamente, la lucha contra el cambio climático con las aspiraciones políticas de la sociedad.
Esta propuesta parece consistente con la realidad que la crisis actual del coronavirus nos revela. Si incluso algunos aspectos del cambio climático pudieran expresarse como emergencias —una crisis de escasez de agua— por ejemplo, ello redundará, por la naturaleza de una emergencia, en soluciones de corto plazo. Por lo tanto, la emergencia es una aliada política dudosa en la lucha contra un problema estructural y complejo como es el cambio climático.
Lo que la evidencia científica revela es que la “realidad” del cambio climático se manifiesta como un proceso en marcha de deterioro estructural de las relaciones socionaturales, de la calidad de vida y de las relaciones sociales, que ciertamente se vivirá mediante episodios críticos, pero no sólo en ellos. Un discurso social del cambio climático que dé lugar a una estratégica política estructural está, por tanto, más acorde a esa fenomenología del cambio climático, que la estrategia de la emergencia climática. Curiosamente, mientras no cambie esa narrativa, el único discurso político posible del cambio climático es evidenciar la construcción a-social del problema y la infructuosidad de la estrategia política a la que da lugar.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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