La humanidad desnuda
21.04.2020
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21.04.2020
El autor de esta columna de opinión, especializado en conflictos socioambientales, reflexiona sobre cómo la crisis del Covid-19 podría modelar el futuro: “Las proyecciones de un mundo hiperconectado, con menor contacto social y con el mundo natural, abundan en los debates futuristas”, señala. Pero, agrega, también hay proyecciones que apuntan a que volveremos “a lo natural, a ese mundo que hemos moldeado a nuestro antojo. Destruyendo la principal fábrica que existe y que durante millones de años de ensayo y error ha producido vida: la naturaleza”.
En El sol desnudo, novela de sociología ficción de ese gigante que fue Isaac Asimov, el protagonista debe lidiar con su terror a los espacios abiertos. Cientos de generaciones de seres humanos obligados a vivir hacinados en el subsuelo de la Tierra, tras destruir la atmósfera que les protegía los rayos solares, había derivado en tan particular fobia.
La obra relata la misión del detective Elijah Baley en Solaria, planeta levemente más grande que el nuestro. Su objetivo, investigar el asesinato en un mundo en el que se ha restringido la población a una capacidad de carga máxima de 20 mil personas.
No era aquella una tarea fácil.
Este escaso poblamiento engendró solarianos no habituados al contacto con otros seres humanos, un mundo donde todo vínculo social y con la naturaleza estaba intermediado por la tecnología. El resultado, terror al contacto y cercanía con otros cuerpos.
Estas dos hipotéticas patologías sociales surgen al cambiar el contexto en que se desenvuelven las personas, década tras década, generación tras generación. Es lo que hacen los cataclismos, la tecnología, la mayor o menor disponibilidad de determinados fundamentales recursos.
La novela fue publicada en 1956 y transcurre por el año 4.900 DC. ¿Futuro lejano? Los cientos de años que faltan para que esa distopía sea realidad son los mismos que nos separan del siglo X AC. Por aquella época los griegos fundan Atenas, en Israel viven los reyes David y Salomón, se comienza a edificar en Ecuador la aldea Quitu (Quito actual) y en Perú entra en su apogeo la cultura chavín.
Visto en perspectiva, no parece un mañana tan distante.
En los críticos días actuales, la pandemia por el COVID-19 nos ha recordado nuestra pequeñez ante ese mundo aún desconocido que es la naturaleza y la vida. Ante la incertidumbre, han surgido múltiples proyecciones sobre cómo saldremos, como humanidad, del dilema actual. No de cómo haremos para superarla sino qué cambios se producirán en nuestra forma de organizarnos y relacionarnos como sociedades. Como especie, incluso.
Se percibe una carrera contrarreloj que obliga a lanzar teorías sobre nuevas actitudes, paradigmas, sistemas sociales, que emergerían de mirar nuestra desnuda y precaria humanidad. Así también pronósticos sobre cambios tecnológicos, de nuestra relación con el medio ambiente, la cultura, la economía, los valores.
Signos hay de todo tipo y pelaje. Reflejo de las polaridades siempre presentes, que sobresalen en momentos de crisis.
Ahí está la pregunta de si el sentido de supervivencia física, biológica, de temer por la seguridad propia incluso, nos conducirá hacia sociedades más individualistas.
Una sintomática señal en tal sentido fue el aumento en la adquisición, con acaparamiento en muchos casos, de productos de primera necesidad. Fenómeno que no ocurrió solo en Chile y que tampoco tuvo como foco exclusivo el alimento, los medicamentos, la energía.
Durante la emergencia, en Estados Unidos se ha elevado la venta de armas. Un reciente reporte de la BBC da cuenta que los estadounidenses se han volcado a las tiendas de este tipo. “Forma parte de esa cultura de prepararse para el apocalipsis, para el ataque de los zombies, que está tan enraizada en la mente estadounidense y que es, lógicamente, una sobrerreacción«, ha explicado David Chipman, asesor principal de políticas del Centro de Leyes de Giffords, organización que estudia la violencia con armas de fuego en el país del norte.
Pero también hay señales de que se seguirá el camino opuesto.
Human Rights Watch ha consignado que “grupos de artesanos locales han empezado a recaudar donaciones para comprar bolsas de basura, coserlas y elaborar batas improvisadas para trabajadores de hospitales que tienen poco material”. Y en España, la iniciativa “Te Llamo” liderada por individuos que no se conocían previamente, “pone en contacto a personas que se sienten solas o que, sencillamente, quieren compartir un tiempo de conversación telefónica. Así, trabaja en la prevención del aislamiento social y la promoción de los lazos vecinales desde un enfoque comunitario alejado del asistencialismo”.
O el ejemplo de múltiples ciudades en Chile.
Bajo la consigna “El pueblo ayuda al pueblo” organizaciones sociales de Puente Alto entregan donaciones al Hospital Sótero del Río, y en Coyhaique vecinos y vecinas autoconvocados se organizan como voluntarios y aportantes para ir en ayuda de adultos mayores golpeados por la crisis sanitaria.
Una discusión derivada de lo anterior ha sido si el dinero saldrá triunfador sobre otras formas económicas, como el trueque.
Los componentes de acumulación, facilitación para el intercambio de bienes y servicios, al ser un medio de consenso y su posibilidad de transferencia local y global, cargan la balanza hacia el papel moneda, que se pregona como el mejor mecanismo para capear la crisis. Por ello gran parte de las medidas tomadas por los gobiernos, incluido el chileno, han sido ir en rescate de empresas, y de ciudadanos y ciudadanas que sufren la falta de circulante para enfrentar el día a día y responder a sus compromisos comerciales. Incluso se ha abierto ya el debate, impulsado por el Deutsche Bank, sobre el futuro del dinero físico y su reemplazo por la moneda virtual, por el riesgo de contagio en la transacción presencial. Y en China se ha avanzado en dotar de teléfonos inteligentes a mendigos para que puedan recibir limosna digitalmente.
En el lado contrario, en España ha ido creciendo la práctica del bartering, que es “una operación de carácter comercial entre dos empresas o freelances, que sustituye de forma parcial el pago en metálico por un intercambio de bienes o servicios, de manera justamente equitativa”. Y los whatsapp de trueque barrial, familiar, vecinal han aumentado exponencialmente, e iniciativas que siguen esta misma tendencia se despliegan por doquier, como reseña el portal País Circular: Comunidades avanzan en soberanía energética y alimentaria. “Creen que ser autosustentable emergerá como una alternativa, en armonía y comunión con la naturaleza, en el nuevo mundo post coronavirus que se proyecta”, nos dicen desde su perspectiva.
Otro debate de carácter global es si los Estados que emerjan serán más autoritarios. Si nuestras democracias resistirán el embate de la crisis.
Un punto de base. La democracia y las formas más participativas para la toma de decisiones tienen mayores posibilidades de prosperar en un escenario de abundancia de recursos naturales y cuando nuestra subsistencia, en el sentido primario del término, no está en juego. Ante la escasez, viene la verticalidad.
El nacionalsocialismo alemán tuvo su mejor aliado en las draconianas condiciones impuestas por el tratado de Versalles al concluir la Primera Guerra Mundial: una nación obligada a desarmarse, a entregar amplias extensiones de territorio a los países victoriosos y a desangrarse en el pago de altísimas indemnizaciones económicas a los vencedores.
En Chile, ante el visceral temor a la pandemia, hemos aceptado sin chistar, como claramente reseñara el periodista Daniel Matamala en una columna, la restricción a nuestras libertades, toques de queda, cuarentenas obligatorias y salvoconductos mediante. Y en Hungría, hace algunas semanas el Congreso aprobó una ley que restringe las libertades de prensa y expresión sancionando las “fake news” y noticias alarmistas sobre el coronavirus, además de darle poderes especiales y sin límite de tiempo al derechista presidente Viktor Orbán. “Más de un tercio de la humanidad está confinada. Desde Italia, España, el Reino Unido a Canadá, gobiernos de distinto signo han aprobado más poderes para el Estado y más medidas de control a los ciudadanos” nos recuerda El País de España.
Pero en la otra vereda también existen ejemplos. La autodeterminación de múltiples comunidades y poblados han demostrado que el ciudadano de a pie está tomando las riendas de sus comunidades, ante decisiones centralizadas (del Estado,) que consideran los ponen en riesgo. Bloqueos de ruta y exigencia de cuarentenas en comunas, ciudades y pueblos por todo Chile, mediante acciones directas y recurriendo a la justicia, son parte también del pool de alternativas que se abren ante el incierto escenario.
El clivaje tradicional de la política, permeado por los paradigmas económicos sobre la organización centralizada o liberal, el tipo de control de los medios de producción y la provisión privada o social de bienes y servicios básicos, ha emergido también en el río revuelto.
En esta cancha de proyecciones, hay de todo.
Uno de los principales exponentes de la prospectiva que augura un mundo más colectivista, es el filósofo esloveno Slavoj Zizek quien ya a fines de febrero publicó el ensayo «El coronavirus es un golpe al capitalismo a lo ‘Kill Bill’ que podría reinventar el comunismo«. En este señaló que “el coronavirus también nos obligará a reinventar el comunismo basado en la confianza en las personas y en la ciencia”, ejemplificando ello con múltiples cintas que muestran que ante tal dilema “nace la solidaridad global, nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes, y todos trabajamos juntos para encontrar una solución. Y aquí estamos hoy, en la vida real”.
Su análisis, mucho más profundo que lo que permiten estas breves líneas, tuvo una respuesta dura desde su antípoda.
El intelectual surcoreano Byung-Chul Han replicó con una frase lapidaria: “El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte”.
Y en Suiza, en el cantón Zug, se cumple el sueño neoliberal. Su gobierno local ha propuesto disminuir los impuestos, que ya eran bajos, para contrarrestar la crisis con el fin de “devolver lo que pertenece al ciudadano”, según ha señalado su director de financiero, Heinz Tännler. Pero en la vecina Francia, el presidente Emmanuel Macron anunció en un discurso a la Nación el 12 de marzo que “lo que ya ha revelado esta pandemia es que la sanidad gratuita, sin condiciones de ingresos, de profesión, nuestro estado del bienestar, no son costes o cargas, sino bienes preciosos, unas ventajas indispensables (…) y que este tipo de bienes y servicios tienen que estar fuera de las leyes del mercado”.
En el fondo, sistemas de salud públicos, fuertes y universales son parte del debate, como lo aclaró The Economist en una columna de fines de marzo reseñada por El Mercurio: “El registro sugiere que las crisis conducen a un Estado permanentemente más grande con muchos más poderes y responsabilidades y los impuestos para pagarlos. El Estado de Bienestar, el impuesto sobre la renta, la nacionalización, todos crecieron con el conflicto y la crisis”, editorializó el influente y liberal medio inglés. Postura contraria a la publicitada por el grupo internacional de abogados Garrigues, uno de cuyos consejeros y ex subfiscal de la Fiscalía Nacional Económica, Mario Ybar, señaló en una reciente columna en La Tercera: “La existencia de libre competencia resulta fundamental para salir de las crisis. No permitamos que en su nombre ésta se profundice”, en un llamado a evitar la burocracia estatal que impida posibles fusiones de empresas que “pueden servir, por ejemplo, para mantener operativos los mercados”.
Y como estos, son muchos los ámbitos en discusión, como el cierre de fronteras a extranjeros de todo tipo, que podrían haber llegado para quedarse. O, no sin algo de temor, el monitoreo tecnológico mediante GPS y reconocimiento facial digital para sancionar a quienes quebranten la cuarentena, que nos recuerdan el 1984 de George Orwell.
Es cosa de dar un breve paseo por la web para encontrar rotundas afirmaciones de las nuevas ideologías, sentimientos, paradigmas, economías, valores o visiones que prevalecerán (nacerán o se profundizarán) luego de la crisis. Algo que estimula el acceso de la ciudadanía a ese ágora global y virtual que es internet, las redes sociales y los medios, y que tanto el mercado como las políticas públicas han permitido masificar.
Como en El Sol Desnudo, en la película WALL-E los seres humanos del año 2815 han adaptado sus vidas a un contexto física y emocionalmente subsidiado. En una nave que ha transitado casi mil años por el espacio han involucionado hacia unos seres obesos, sin capacidad motriz, producto de la atrofiación de su sistema óseo. Si necesitan dirigirse a un lugar, delegan en el piloto automático. Si requieren luz, aprietan un botón. Paisajes, encienden un monitor. ¿Hacer vida social? Se soluciona con una video llamada.
Esta imagen es un debate desafiante aún más hoy y que ha sido parte de mis desvelos desde hace un tiempo ya. Apunta a la preeminencia de la tecnología, con su componente de artificialización e intermediación, como resultado de la pandemia.
Por una parte, está nuestra tendencia a cosificar la naturaleza, a las otras especies (y las personas, de paso). A la posesión de lo vivo. Algo que, en todo caso, no es nada nuevo.
Desde el salto cuántico que significó la revolución agrícola hace ya 10 mil años, según consigna Yuval Noha Harari en “De animales a dioses”, hemos jugado a ser los dueños del planeta. Como siervos obedientes, hemos seguido al pie de la letra el mandato supremo: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las bestias, y sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1:26).
La revoluciones industriales han hecho lo propio desde el siglo XVIII, en términos de relacionarnos con la naturaleza principalmente como una fuente de recursos naturales prestos para su transformación. La crisis climática y ecológica global, efecto invernadero mediante, nos ha demostrado la falta de visión y de responsablidad en ver los territorios simplemente como una despensa, sin preocuparnos de la renovabilidad, para luego del proceso productivo, usarlo como basurero. Que tales son los principales ejes de nuestra inarmónica forma de habitar el planeta.
Desde hace poco más de un siglo nuestra dependencia de tecnología que ha intermediado nuestras experiencias vitales se ha profundizado. Por mucho tiempo ha existido comunicación a distancia, sin embargo las telecomunicaciones, el mundo de lo digital y, en última instancia, ese universo de la inteligencia artificial han ampliado las posibilidades al infinito.
Es aquí cuando en las actuales condiciones, donde el distanciamiento social es la máxima, uno de los augurios es que la tecnología será un buen bastón para superar la crisis. Uno que nos acompañará por siempre. Webinars, deliveries, teletrabajo, telemedicina y apps de todo tipo han emergido como dueñas del futuro post corovinavirus.
Y de la mano, la utopía full electric que han estado empeñados en hacer realidad nuestro gobierno, las eléctricas y la minería. Su caballito de batalla, la electromovilidad.
La minería del cobre se vería beneficiada por su alta conductividad eléctrica (que por sus capacidades antisépticas sería el chiche de la crisis sanitaria por partida doble), así como nuestras reservas de litio para almacenamiento energético serían el nuevo oro blanco. Seguiría así el colonialista camino que hace más de un siglo recorrieron otras dos albas industrias: el salitre en las pampas nortinas, la ovejería en las pampas patagónicas. Y ya sabemos en qué terminó aquello.
Hoy las proyecciones de un mundo hiperconectado, con menor contacto social y con el mundo natural, abundan en los debates futuristas.
Pero también hay de las otras. Las que nos hacen volver a lo natural, a ese mundo que hemos moldeado a nuestro antojo. Destruyendo la principal fábrica que existe y que durante millones de años de ensayo y error ha producido vida: la naturaleza.
Aún no se ha evaluado el profundo impacto psicosocial al intermediar al máximo la vida de las personas a través de la tecnología, perdiendo el ser humano el directo y cotidiano contacto con los ecosistemas. Y con los otros y otras.
Esto, más aún cuando está demostrado que el vínculo cotidiano con la naturaleza nos hace bien individual y socialmente. “En cientos de estudios, la experiencia de la naturaleza se asocia con un aumento de la felicidad, el compromiso social, la capacidad de gestión de las tareas de la vida y la disminución de la angustia mental» ha explicado la directora docente del Proyecto de Capital Natural de la Universidad de Stanford, Gretchen Daily. Por lo demás, la falta de experiencia directa puede generar un problema de empatía que lleve a tomar decisiones sin importar los resultados.
Es mucho más fácil impactar, destruir o exterminar incluso, lo que no se conoce, no se vive, no se siente en forma real.
La relación de teorías, proyecciones y experiencias, permite avanzar en algunos conceptos base en torno a la pandemia.
Una simple búsqueda en los medios de comunicación, think tanks y la red en general, permite encontrar no solo todo tipo análisis y teorías sobre el futuro, también experiencias que van en uno y otro sentido. En el fondo hoy, como siempre, el debate cobija las distintas visiones y paradigmas que existen.
Como dijo recientemente el Premio Nacional de Humanidades Agustín Squella, “después de la crisis volveremos a ser el amasijo de virtudes y defectos que somos todos los individuos, y los gobernantes de las grandes naciones van a continuar pensando en estas y no en el conjunto del planeta”.
Por eso, una primera idea fuerza es que nada está zanjado. El futuro no está escrito en piedra y seguirá siendo cancha de discusión ideológica, de visiones de sociedad.
El futuro está en disputa. Siempre lo ha estado. Muchas de las proyecciones se sustentan más en las visiones e ideologías, legítimas por cierto, de quienes las realizan que en un certero y despersonalizado análisis, que es un imposible. Es el deseo, de un voluntarismo futurista que, de todas formas, asume que ir nombrando el mañana ayuda a construirlo.
Para ello se buscan ejemplos en la realidad, en el pasado y en la teoría, tarea no tan difícil ya que de todo se puede encontrar en un mundo diverso y amplio como el nuestro: hay estados comunistas y neoliberales, autoritarios y más democráticos, los que validan la tortura y los que no, comunidades que potencian el desarrollo local y las que tienden a la concentración, centralizadas y federales, naturalistas y tecno optimistas. Pero tales ejemplos específicos, reales todos, no necesariamente son generalizables.
Se mantiene, en lo profundo, la histórica pugna de los sentidos comunes que intentan abrirse paso en el libro abierto y en blanco que es el futuro. Y aquellos sentidos comunes que nos han acompañado desde siempre como sociedad.
Un segundo concepto es que el rol de los ciudadanos y ciudadanas, el nuestro, los de a pie, no es ser oráculos. No nos corresponde adivinar el futuro. Las luces siempre sirven para iluminar los caminos, en plural, porque un único derrotero no existe.
La tarea es mirar el presente, proyectarlo y, si concordamos, apuntalarlo. Si no, modificarlo. El pensamiento mágico, ese que nos seduce pensando que la sociedad que anhelamos nacerá como por arte de magia, no ayuda. Es preciso construirla, ser activista de aquella, que es lo que muchos y muchas hacen. Al contrario de lo que nos dicen, más que adivinar lo que vendrá, no hay que quedarse en la casa. Hoy, dicho en sentido figurado, por cierto.
Retomo en estas líneas una idea que me ha acompañado durante 30 años o más. En alguna ocasión coincidí con un artículo donde consultaron a varios críticos cómo definirían aquellos libros eternos, luces incandescentes, que nunca pasarán de moda. Los que alumbran las sendas de los que estuvieron, de los que están, de los que estarán. Cómo describirían los clásicos, en definitiva. Uno de ellos, cuyo nombre no logro recuperar: respondió: “Son aquellas obras que, como vampiros en la noche, se alimentan de las llagas siempre abiertas de la humanidad”.
Esas llagas no desaparecerán como por arte de magia. Seguirán ahí, bajo el sol desnudo que nos moldeará y que a la vez develará la vida y sus claroscuros, aquellos matices que borronean la realidad. Y es nuestra acción colectiva e individual hoy la que, en definitiva, construirá ese futuro posible.
Nadie más.