COLUMNA DE OPINIÓN
Ser evangélico no es ser de derecha: las complejidades de un credo usualmente desestimado por la izquierda
09.03.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
09.03.2020
Contra la idea de que el mundo evangélico obedece ciegamente a la derecha conservadora, el autor de esta columna de opinión argumenta que se trata de una feligresía heterogénea. Sostiene que ha sido la izquierda la que ha levantado un muro en torno a este mundo fuertemente popular: una distancia que lee como desprecio. El autor retrata a una iglesia que en algunos lugares de Chile reemplaza al Estado en su función social, entregando empleo, apoyo y redes.
Hoy la opción evangélica y su feligresía se levantan como un actor social relevante en la vida pública nacional. En 2019, las encuestas los posicionaban con un 18% (Encuesta Nacional Bicentenario 2019)[1], detrás de la opción católica, la cual, con un 45% de las preferencias, presentaba un marcado declive.
A pesar del importante crecimiento de la religión evangélica durante los últimos 50 años, el nivel de desconocimiento de sus estructuras sigue siendo alto y es examinado con prejuicio e ignorancia por gran parte de la población. Ello también ocurre con la clase política y los medios de comunicación. Por ejemplo, en 2018, tras el impacto generado por el triunfo del Presidente de Brasil Jair Bolsonaro, proliferaron en Chile los análisis que llamaban la atención sobre el apoyo entregado a esa candidatura por ciertas iglesias evangélicas. Esto trajo como resultado la adopción del concepto de “voto evangélico” para hacer referencia al eventual impacto que tendrían esos feligreses en la política local. El objetivo de esta columna es revisar la historia reciente de esta religión para entender las particularidades de los grupos evangélicos en relación a los cambios que vive Chile y ahondar en algunas creencias establecidas sobre estos grupos.
La denominación “voto evangélico” solo ha implicado confusión en los análisis electorales que se han realizado, dando cuenta de un limitado conocimiento de la realidad religiosa del país y su vinculación con la sociedad civil. Creo que, en cambio, usar el concepto “mundo evangélico” nos puede entregar mayores luces, pues permite acercarnos a la complejidad de la caracterización evangélica. “Mundo” nos permite situar a estos grupos dentro de un amplio paraguas donde se ubican las iglesias protestantes históricas o reformadas, las locales o criollas de tipo pentecostal, así como las nuevas variantes denominadas neopentecostales e interdenominacionales.
Como se ve, la idea de homogeneidad no forma parte de un análisis correcto: sus estructuras, liderazgos, formas de financiamiento, doctrinas, concepciones teológicas son variadas, así como su posicionamiento político. Si bien el divisionismo en las iglesias evangélicas se encuentra presente desde su origen en Chile, durante el siglo XX las disputas internas entre liderazgos y comunidades han tenido un efecto multiplicador. Este proceso explica en parte su marcado crecimiento durante los últimos 50 años, a través de lo que denominamos “factor pluricelular”, pues, lejos de ser visto solo desde una perspectiva negativa su constante divisionismo, este hecho también implica mayor independencia en la toma de decisiones al no depender necesariamente de una autoridad central, multiplicando las posibilidades de fundación de nuevas iglesias y, en consecuencia, ampliando su cobertura territorial.
En las últimas semanas han iniciado una decidida campaña de posicionamiento político frente al proceso constitucional que se definirá a través de un plebiscito el 26 de abril.
La presencia de las iglesias evangélicas en prácticamente todo el territorio nacional[2], unida a su cobertura en espacios de pobreza y precariedad y en lugares donde habitan los grupos medios de la población, se ha traducido en un espacio no solo de fe y devoción, sino que también ha implicado para sus liderazgos religiosos representar amplias capas de población que no se sentían parte de otros mecanismos formales de participación (partidos políticos, gobiernos locales, etc).
Este hecho, junto al descrédito de la clase política, generó inquietud en ciertos sectores del “mundo evangélico”, lo cual se tradujo hacia inicios de los ‘90 en los primeros intentos (post dictadura) por acceder a cargos políticos de elección popular. Un hito importante lo constituyó la candidatura presidencial del pastor Salvador Pino, quien contó con el respaldo de la Alianza Nacional Cristiana para las elecciones de 1999. No obstante, su candidatura fue impugnada al no alcanzar el número mínimo de firmas que la ley establece para dicho acto.
Más allá de la fallida candidatura, este hecho dio cuenta no solo de la intención de ciertos sectores evangélicos por posicionarse en la arena política, sino también de su precario nivel de conocimiento electoral y organización partidista.
Los denominados temas valóricos[3] (divorcio, despenalización del aborto, matrimonio de personas del mismo sexo, adopción homoparental, etc.) se transformaron en materias recurrentes en el espacio público desde mediados de los 90’. Tanto la Iglesia católica como diversas agrupaciones evangélicas reaccionaron con virulencia ante la amenaza que potencialmente implicaría la sola discusión parlamentaria de algunas de estas materias. Los puntos de prédicas (estrategia de evangelización en el espacio de público realizada por la feligresía evangélica) se constituyeron en lugares privilegiados para cuestionar a la clase política y a la sociedad por permitirse debatir dichas temáticas, teniendo como punto culmine las interpelaciones realizadas a los jefes de Estado en los Te Deum, en particular el año 2017 a la Presidenta Michelle Bachelet. Plazas, calles, templos, medios de comunicación, junto a visitas a los políticos de turno, intentaban persuadir a los congresistas de los nefastos resultados que tendrían leyes en aquel sentido. Esta situación implicó, en ciertos círculos evangélicos, agudizar el diagnóstico y asumir su bajo nivel de representatividad en la política partidista.
Ya para 2012, la intención de participar de manera activa en los comicios de los gobiernos locales y parlamentarios tuvo como resultado la constitución de la primera escuela de formación de sus cuadros políticos. Dicha iniciativa, denominada Escuela de Formación Política para Evangélicos y, posteriormente, Formación Política Martín Luther King, buscó entregar herramientas básicas para el desarrollo de futuros candidatos y líderes políticos contando con un cuerpo académico que representara de manera transversal diversos posicionamientos políticos y teológicos. Si bien sus resultados fueron discretos en cuanto a número de candidatos electos, este hecho constituye un antecedente más en la búsqueda de un anhelado reconocimiento y valoración social.
En una primera etapa, las cifras de identificación de los chilenos/as con la religión evangélica fueron observadas con tibio interés por los partidos políticos, pues la diversidad de iglesias y liderazgos que componen el “mundo evangélico” se tradujo en apoyos circunstanciales a los candidatos presidenciales (Aylwin, Frei, Lavín, Lagos, Piñera, Bachelet).
Lo anterior, se sumó a la diversidad de opiniones respecto a su participación en política, la cual cruzaba desde aquellos que rechazaban inmiscuirse en temas mundanos que los apartaban de lo realmente importante -la dedicación al Señor-, hasta quienes sostenían que su misión no consistía en recluirse en la comunidad, sino más bien incidir y defender sus ideas en los espacios políticos.
Tal como lo han demostrado en trabajos recientes Mansilla y Orellana[4], durante el siglo XX la participación de evangélicos en política abarcó gran parte del arco político nacional. Radicales, socialistas, conservadores, entre otros, tuvieron entre sus filas candidatos evangélicos. No obstante es el Golpe Militar de 1973 el que habría sellado la construcción del imaginario, que perdura hasta hoy, que vincula a estas agrupaciones con la derecha chilena y los sectores conservadores.
Resulta ingenuo pensar que el 18% de la población evangélica, cual rebaño, se identificaría o apoyaría a un solo candidato, cuando han transcurrido décadas en que no han conseguido formar un partido político con real alcance nacional.
La vinculación con la derecha no fue una construcción gratuita, pues hubo señales importantes que permitieron elaborar dicha representación: reconocimiento de la Dictadura y de Pinochet como autoridad legítima, cartas de apoyo, título de Mesías y Salvador de la patria al dictador, creación de un Te Deum, entre otras.
No obstante la crítica y cuestionamiento, vale la pena preguntarse también por la escasa preocupación de los partidos políticos de centro izquierda por aquel segmento de la población de extracción popular, y que aseguraban representar con orgullo bajo la consigna de la clase obrera y trabajadora durante gran parte del siglo XX, y que en el pasado formó parte de sus filas.
¿Fue su identificación religiosa considerada un asunto problemático para la militancia partidista? Solo como una nota aparte, es importante poder indagar en futuros análisis en el desprecio por parte de los partidos de izquierda hacia la población evangélica (salvo contadas excepciones que responden a simpatías personales, más que a una postura institucional). Sus demandas no son oídas ni debatidas pues el cliché del “progresismo” estaría por sobre las inquietudes de una población que posee una identidad religiosa particular.
Respecto de una nueva Constitución los argumentos esgrimidos van desde el miedo a que Chile se declare como un Estado laico, se niegue la libertad de culto o se relativice la familia como núcleo de la sociedad. Ante esto diversos líderes evangélicos han llamado a votar “rechazo”. Sin embargo también hay algunas iglesias, como la Iglesia Metodista de Chile, que manifestaron su apoyo a un nueva Carta Fundamental.
Quizás vale la pena recordarles a dichos partidos que sus bases y votantes, a través de la historia de Chile, se han concentrado en los sectores populares, mismo espacio que fueron copando paulatinamente las iglesias evangélicas donde laicos y religiosos comparten la precariedad y pobreza, y diseñan estrategias de sobrevivencia en un país extremadamente desigual. Ante la cesantía, “hermano contrata hermano”; frente a la drogadicción y alcoholismo disponen de programas de rehabilitación, en relación a las personas privadas de libertad, estrategias de reinserción social, entre otras. El asistencialismo llevado a cabo por diversas agrupaciones evangélicas no solo se vuelca a la solución de problemáticas materiales, como las ya citadas, sino que también poseen un fuerte vínculo espiritual al amparo del texto sagrado, lo cual les permite dotar de sentido la vida de los sujetos combatiendo la soledad, el individualismo, mejorar la autoestima, así como fomentar el sentido de comunidad entre sus integrantes. Cada iglesia en su relación con el territorio logra captar las demandas de la comunidad y ofertar soluciones concretas ante las problemáticas sociales, de ahí la importancia que poseen en el plano social en las poblaciones y sectores carenciados de todo el país, pues se alzan como la institución capaz de solucionar o dar contención a las penurias de la población de menores recursos, en algunos casos, de manera más eficaz que las entidades gubernamentales.
Durante las elecciones presidenciales de 2017, el foco de atención se concentró en la inesperada votación alcanzada por el candidato de derecha José Antonio Kast, quien obtuvo en la primera vuelta un 7,9 %. Esta situación causó sorpresa en la clase política y la prensa quien lo comenzó a catalogar como el “Bolsonaro chileno”, no solo por la cercanía que este mostraba con las políticas implementadas por el presidente brasileño, sino también por el interés que manifestaba ante las demandas de los grupos evangélicos.
Una muestra de esto son las siguientes declaraciones de Kast: “Este voto es crucial si queremos corregir el rumbo del país, si queremos reconstruir la integridad moral de nuestras instituciones, si queremos luchar con fuerza por el derecho a la vida y la promoción de la familia, este es el momento en que el pueblo evangélico, unido, debe alzar la voz y manifestar su preferencia”[5].
La existencia de una agenda “valórica” común logró reflotar el interés en ciertos círculos por apoyar una nueva aventura presidencial que defendiera sus intereses acorde a la “moral de un país cristiano”. Este lineamiento encuentra su réplica en la primera bancada parlamentaria evangélica de 2018, la cual estaba compuesta por los diputados de Renovación Nacional, Francesca Muñoz, Leonidas Romero y Eduardo Durán y que quedó desarticulada el mismo año de su constitución, debido a las desavenencias entre sus miembros.
La participación de evangélicos en política abarcó durante el siglo XX gran parte del arco político nacional. Radicales, socialistas, conservadores, entre otros, tuvieron entre sus filas candidatos evangélicos. El Golpe Militar de 1973 habría sellado la construcción del imaginario que vincula a estas agrupaciones religiosas con la derecha chilena y los sectores conservadores.
Resulta ingenuo pensar que el 18% de la población evangélica, cual rebaño, se identificaría o apoyaría a un solo candidato, cuando han transcurrido décadas en que no han conseguido formar un partido político con real alcance nacional[6], lo cual se suma a la pésima lectura de las cifras que supondría un traspaso automático de identificación religiosa a intención de voto.
¿Qué hay detrás de esta interpretación? A nuestro parecer, oportunismo, tanto de los partidos políticos como de ciertas agrupaciones evangélicas. Los primeros mostrando interés en una potencial masa de votantes cautivos seducidos por las consignas “valóricas”; y los segundos, con la pretensión de cumplir el sueño del reconocimiento e incidencia en la sociedad a través de los mecanismos de la política formal.
Luego del estallido social del 18 de octubre de 2019, tanto el “mundo evangélico” como la iglesia católica, más allá de tibias declaraciones iniciales llamando a la paz, no han estado a la altura de la crisis que vive el país.
Sumidas en el descredito producto de acciones delictuales, investigaciones por corrupción y un dudoso comportamiento ético de algunos de sus miembros, sus índices de confianza han caído reiteradamente en las encuestas de opinión. A modo de ilustración la Encuesta CEP, en su Estudio Nacional de Opinión Pública de diciembre de 2019[7], arrojó que la confianza en la Iglesia Evangélica era de un 17% y en la iglesia católica de un 14%.
Cada iglesia (…) logra captar las demandas de la comunidad y ofertar soluciones concretas ante las problemáticas sociales, de ahí la importancia que poseen en el plano social en las poblaciones y sectores carenciados de todo el país, pues se alzan como la institución capaz de solucionar o dar contención a las penurias de la población de menores recursos, en algunos casos, de manera más eficaz que las entidades gubernamentales.
No obstante, solo en las últimas semanas han iniciado una decidida campaña de posicionamiento político frente al proceso constitucional que se definirá a través de un plebiscito el 26 de abril. Tanto a favor como en contra de una nueva Constitución para Chile, los argumentos esgrimidos van desde el miedo a que Chile se declare como un Estado laico, se niegue la libertad de culto, se relativice la familia como núcleo fundante de la sociedad, se modifiquen las concepciones referidas al derecho a la vida, etc., ante lo cual diversos líderes evangélicos han llamado a votar el rechazo a una nueva Constitución[8]. Sin embargo también hay algunas iglesias, como la Iglesia Metodista de Chile, que manifestaron su apoyo a un nueva Carta Fundamental para el país[9].
En definitiva, la irrupción de los evangélicos en los espacios políticos formales presenta desafíos no solo para sus propias estructuras eclesiales y feligresía, avanzando en una posible traducción de la argumentación teológica a la secular en la defensa de sus ideales, sino también implicará un reto para los partidos políticos ya constituidos para fundamentar la incorporación o expresar el rechazo ante las demandas de un segmento de la población que busca imponer o incidir en la constitución de determinada visión de sociedad en un Chile cada vez más diverso.
[1] Ver resultados completos de la encuesta aquí
[2] De acuerdo con el trabajo de investigación publicado por el Equipo Zeus de la Universidad Diego Portales, desde el año 1999, fecha de promulgación de la Ley 19.638 la cual establece “Normas sobre la constitución jurídica de las iglesias y organizaciones religiosas” dichas entidades alcanzan las 3.819, según registros oficiales a julio de 2019. Ver investigación íntegra aquí.
[3] Sandoval, G. (2018). Chile: Avance Evangélico desde la Marginalidad al Protagonismo. En Guadalupe Pérez, J. L. y S. Grundberger (eds.). Evangélicos y Poder en América Latina. Perú: Instituto de Estudios Social Cristianos (IESC) – Konrad Adenauer Stiftung (KAS).
[4] Mansilla, M. y L. Orellana (2018). Evangélicos y Política en Chile, 1960-1990. Política, apoliticismo y antipolítica. Santiago: RIL editores – Universidad Arturo Prat.
[5] Pérez, R. (2017). Kast por voto evangélico: “Es del mundo de la convicción y no del oportunismo político”. En La Nación.
[6] Algunas experiencias de protopartidos evangélicos locales son: Partido Cristiano Ciudadano (PACC), Unidos en la Fe (UNEFE), Nuevo Tiempo (NT) y Unidad Cristiana Nacional (UCN), entre otros.
[8] Reyes, V. (2020). Líderes evangélicos llaman a votar «rechazo» a una nueva Constitución. En Radio Bío Bío.
[9] Cooperativa (2020). Iglesia Metodista se desmarcó de líderes evangélicos y respalda una nueva Constitución. En Radio Cooperativa.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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