COLUMNA DE OPINIÓN
La silenciosa desigualdad de género en la ciencia
06.03.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
06.03.2020
En Chile el 51,3% de las matrículas de pregrado corresponde a mujeres. Este dato positivo contrasta con lo que ocurre en el área científica, donde la participación femenina se reduce al 22%. La autora de esta columna destaca que la brecha de género aumenta a lo largo de la carrera académica, y cita como ejemplo que solo el 16% de los centros de investigación son dirigidos por mujeres, mientras que en el Fondecyt 2017 apenas el 26% de los recursos para investigación fue adjudicado a científicas.
Durante las últimas dos décadas, el sistema educativo se ha convertido en un foco crucial de disputa política. La “revolución pingüina” de 2006 y el movimiento universitario y secundario de 2011, constituyeron piezas clave para entender los efectos de la privatización en la educación, que forman parte estructural del modelo neoliberal que la movilización popular busca transformar hoy.
En los últimos años se sumó otra consigna igualmente central: la exigencia de una educación no sexista. El desarrollo de la idea de que las estructuras de género funcionan opresivamente en el sistema educacional llevó a las jóvenes a incorporar, dentro de la lucha social, la demanda por una educación no sexista, lema que abarca la crítica a toda relación de poder sexo-genérico hacia las mujeres y la comunidad LGBTQ+. Esta interpelación directa al machismo en la educación tuvo su punto de maduración máxima en mayo de 2018, cuando numerosas denuncias por abuso de poder y acoso sexual de parte de profesores universitarios hacia alumnas, encendieron las alertas feministas en la mayoría de las universidades chilenas.
Desde un tiempo a esta parte, han proliferado las acciones que buscan problematizar todas las dimensiones universitarias, donde el sistema sexo-género provoca desigualdad o discriminación hacia las mujeres y disidencias sexuales. Por medio de organizaciones feministas o redes de mujeres que actúan en distintos estamentos de la universidad (académicas, funcionarias estudiantes), surgen hoy múltiples iniciativas[1] en pos de visibilizar y acabar con las jerarquías de género.
Es en ese contexto que se origina el proyecto de investigación asociativa “Mujeres Matemáticas en Chile: Sociología de un campo científico, desde una Perspectiva Interdisciplinar y de Género”[2]. Labor investigativa que reúne a académicas del campo de las matemáticas y las ciencias sociales, cuyo objetivo es develar los sesgos de género que recaen sobre el estudio de esta área científica, para aportar al desentrañamiento y la superación de las prácticas y mecanismos de la academia donde el sexismo aún se aloja.
La sub-representación femenina en las ciencias se erige como un tema preocupante internacionalmente, y Chile no es una excepción. Las cifras proporcionadas por CONICYT en sus reportes de género más recientes nos permiten observar claramente esta realidad. Considerando que el acceso de las mujeres a la educación superior fue una de las principales demandas del feminismo a mediados del siglo XX, es posible apreciar un avance notorio, que se materializa en el aumento progresivo de mujeres en las matrículas de pregrado, alcanzando un 51,3% de participación femenina para el 2018.
“¿Porqué las mujeres no eligen disciplinas científicas? Según un estudio publicado por la revista Science, la socialización recibida durante la infancia en el primer ciclo educativo está profundamente permeada por los estereotipos de género, lo cual impacta directamente en la formación de sus intereses y en las decisiones que tomarán en el futuro.
Sin embargo, si observamos la distribución de las matrículas por campos disciplinares, nos encontramos con que las carreras del área científica solo cuentan con un 22% de ingreso femenino; en cambio en aquellas vinculadas con el servicio social y la salud –ámbitos ligados a la dimensión de los cuidados, que históricamente se han asociado a la condición femenina- el ingreso se estima en un 77,8%.
¿Porqué las mujeres no eligen disciplinas científicas? ¿Qué hay detrás de sus preferencias y elecciones?
Un estudio publicado por la revista Science en enero del 2017 nos ayuda a comprender mejor esta realidad: desde los seis años de edad, las niñas comienzan a auto percibirse como menos brillantes o inteligentes que los niños, particularmente en el área de las matemáticas. La investigación propone que la socialización recibida durante la infancia en el primer ciclo educativo está profundamente permeada por los estereotipos de género, lo cual impacta directamente en la formación de sus intereses y en las decisiones que tomarán en el futuro.
Como resultado de los estereotipos que se desprenden del género, ocurre una socialización diferencial entre mujeres y hombres. Esto implica la consideración social de que niños y niñas son en esencia (por naturaleza) diferentes y están llamados a desempeñar papeles también diferenciados en su vida adulta. Así, los diversos agentes socializadores (el sistema educativo, la familia, los medios de comunicación, el uso del lenguaje, la religión, etc) tienden a asociar tradicionalmente la masculinidad con el poder, la racionalidad y la productividad (en términos económicos y salariales) entre otros, mientras que la feminidad se asocia con la pasividad, la dependencia, la obediencia y aspectos de la vida privada, como el cuidado o la afectividad (Bosch y Ferrer 2013, Pastor, 1996; Rebollo, 2010).
De esa manera, y dado que el desarrollo científico como área del conocimiento se caracteriza por su productividad y racionalidad, es posible afirmar desde los hallazgos que ha realizado el Proyecto Anillo “Mujeres y Matemáticas en Chile” en conjunto con Zarca (2006) citada en Cortez y Hersant (2106), que este tipo de conocimiento se encuentra culturalmente construido desde una perspectiva masculina.
Las mujeres no son socializadas ni estimuladas para destacarse en las ciencias en general, y esto ocurre especialmente en las matemáticas.
Dichas labores investigativas posibilitan desentrañar los entramados culturales generizados que logran impregnar las diferentes áreas del conocimiento como categorías más o menos aptas para un género u otro. En ese sentido, las mujeres no son socializadas ni estimuladas para destacarse en las ciencias en general, y esto ocurre especialmente en las matemáticas. Lo anterior también puede ser observado en las diversas pruebas nacionales que buscan medir el conocimiento de estudiantes, tales como el SIMCE o PISA, donde los resultados, según CONICYT, reflejan que la brecha de género en matemáticas y ciencias se ve aumentada a medida que avanza la edad de las estudiantes.
Si nos detenemos en las trayectorias femeninas que continúan estudios de posgrado, podemos observar, por ejemplo, que la tasa de titulación femenina en programas de doctorado alcanzó un 43,7% para el 2017. Sin embargo, de aquel porcentaje, únicamente el 31% ocupa un puesto de trabajo con ese grado en las universidades, de acuerdo con el informe “Política institucional equidad de género en Ciencia y Tecnología 2017-2025” de CONICYT.
En ese sentido, podemos constatar que la brecha de género aumenta a medida que progresa la carrera académica, y con ello también desciende su participación en cargos directivos. Reflejo de esto es que solo el 16% de los Centros de Investigación y Desarrollo, a nivel nacional, son dirigidos por mujeres.
A lo anterior se pueden sumar también los datos de adjudicaciones de proyectos FONDECYT (Fondo Nacional para Desarrollo Científico y Tecnológico), principal fuente de financiamiento para investigadoras e investigadores que se desempeñan en la carrera académica. En este caso la brecha de género se hace explícita nuevamente, ya que para el año 2017 solo el 26% del total de los fondos fue adjudicado por mujeres. Un panorama desalentador, que se agudiza además con los resultados del FONDECYT regular 2020, donde en el área de matemáticas ninguna mujer se adjudicó fondos, es decir, donde encontramos un 0% de participación femenina.
Dado que el desarrollo científico como área del conocimiento se caracteriza por su productividad y racionalidad, es posible afirmar -desde los hallazgos que ha realizado el Proyecto Anillo “Mujeres y Matemáticas en Chile”- que este tipo de conocimiento se encuentra culturalmente construido desde una perspectiva masculina.
Superar los estereotipos de género pareciese ser una tarea bastante dificultosa y avanzar en materia de igualdad implica múltiples estrategias en el corto, mediano y largo plazo. Pese a que en la mayoría del orbe existe una brecha de género en materia de participación científica, algunos países se encuentran impulsando políticas de paridad que podemos tomar en cuenta como ejemplos de acciones concretas para promover el desarrollo de las mujeres y niñas en la ciencia. Diversos proyectos para promover a las mujeres en las ciencias, tales como programas de estimulación para las mujeres jóvenes a involucrarse en este campo, campañas públicas de concientización, conferencias de mujeres y ciencias y programas de becas especiales para que mujeres puedan conciliar económicamente la vida familiar y la progresión de su carrera académica-científica. Otro ejemplo fructífero que ha podido reconocerse mediante los recientes hallazgos del proyecto “Mujeres y Matemáticas en Chile” es la visibilización e importancia de lideresas y mujeres científicas en la educación de niñas y adolescentes, reforzando la socialización de estas últimas con referentes concretos, lo cual posibilita la ampliación de sus proyecciones profesionales.
Dado que hoy el proyecto de transformación política y democrática se encuentra en su punto más álgido y el debate sobre las desigualdades cotidianas reverbera en cada rincón del país, es imprescindible retomar la discusión sobre las brechas de género que persisten en el ámbito educativo y científico, ya que son aspectos fundamentales para la construcción de un proyecto político de cambio para todos y todas.
Las universidades constituyen espacios donde estos cambios se tornan más urgentes. Debido a su rol democrático y pluralista, las casas de estudios ofician como formadoras de profesionales que son y serán parte importante de la construcción del futuro de nuestra sociedad. Y ya que las universidades no son espacios neutros sino que están estrechamente imbricados con las normatividades y desigualdades del género, se vuelve fundamental el reconocimiento de las inequidades que allí acontecen, para así avanzar desde la identificación del machismo a la promoción de acciones que tiendan a “equiparar la cancha”.
Bosch, E. y Ferrer, V. (2013) Del amor romántico a la violencia de género. Para una coeducación emocional en la agenda educativa. En Revista Profesorado. Vol. 17. Nº1.
Cortez, M. y Hersant, J. (2016) Femmes et mathématiques au Chili
Revista Synergies Chili (pp.59-71). Francia.
Pastor, R. (1996). Significar la imagen: publicidad y género. En R.M. Radl (Ed.), Mujeres e institución universitaria en occidente (pp. 213-224). Santiago.
Rebollo, M.A. (2010). Perspectivas de género e interculturalidad en la educación para el desarrollo. En Género en la educación para el desarrollo. Abriendo la mirada a la interculturalidad, pueblos indígenas, soberanía alimentaria, educación para la paz (pp. 11-32). Madrid.
[1] Tales como las Secretarías o Comisiones de Sexualidad y Diversidad; Implementación de políticas universitarias para prevenir y sancionar la violencia de género; Protocolos Universitarios contra el acosos sexual; mesas de trabajo que reúnen a mujeres de diferentes estamentos; Colectivos Feministas de académicas y/o estudiantes; Organizaciones disciplinares feministas; Actividades y conmemoraciones; Proyectos de investigación con perspectiva de género; Creación de asignaturas sobre género y/o feminismo, entre otras.
[2] Proyecto Anillo PIASOC 180025 https://anillomatematicasygenero.cl/
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