COLUMNA DE OPINIÓN
Escuchando a los chilenos en medio del estallido: Liberación emocional, reflexividad y el regreso de la palabra “pueblo”
02.03.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
02.03.2020
Esta columna ofrece un inédito panorama de las emociones colectivas que emergieron tras el 18/O, a partir de un estudio con grupos focales. Sugiere que el estallido actuó como un detonante emocional que hizo crecer la desconfianza en el poder, en la elite financiera y en la ideología del mérito, a la vez que permitió la reaparición de la palabra pueblo, la esperanza en soluciones colectivas y la posibilidad de hablar entre todos sobre lo que antes se vivía con resignación. Esto último es clave, dicen los autores y autoras: para que el estallido cuaje en un cambio social, es necesario que los chilenos nos escuchemos entre todos, particularmente a quienes están en una posición menos privilegiada.
“La gente antes tenía más miedo, siempre se murmuraba (…) Y uno siempre ahí era puro murmurar nomás, pero ahora con los estudiantes… ellos ya como que tomaron eso del poder, de decir ¡no, ya está bueno ya!”
(A.P., trabaja en una casa particular, vive en Estación Central)
Para los chilenos y chilenas fueron duros los tiempos posteriores al 18/O: junto con nacer nuevas aspiraciones hacia el futuro, no pocos lo pasaron mal, muchos experimentaron dificultades en su vida cotidiana y algunos fueron incluso víctimas de la violencia policial. El “estallido social” despertó sentimientos que antes no se conocían bien. De acuerdo con la encuesta CEP de diciembre 2019, un 50% de las personas consultadas indicó sentirse “muy” o “bastante” enojado con la situación actual del país, un 31% declaró estar asustado y un 34% señaló sentirse esperanzado.
Más allá de constatar el surgimiento de sentimientos relativamente colectivos como los indicados, estas subjetividades habían sido menos analizadas o eran poco evidentes e incluso ignoradas antes del estallido social del 18/O. Esta columna está centrada precisamente en estudiar la expresión y percepción de emociones colectivas como las indicadas a partir del estallido de octubre, buscando comprender sus efectos sociales. Considerando que la crisis y la violencia desencadenaron emociones intensas, abordamos las siguientes preguntas: ¿A qué se refieren y en qué consisten esos sentimientos colectivos? ¿Cómo los han experimentado diversos grupos? ¿Hacia dónde se orientan esos sentimientos en nuestra sociedad?
La información que presentamos es producto de una investigación sociológica que utiliza una metodología de grupos focales, una de las formas de escuchar mejor a las personas corrientes en la sociedad. Reúne a personas que no se conocen para conversar una serie de temas puestos por los investigadores, en este caso relacionados con el estallido. Esta metodología permite a los participantes salirse de la cotidianidad de sus pensamientos y abrirse a un ejercicio reflexivo sobre lo que han vivido, pensando y sentido. Al final de la sesión, muchos señalaron que el proceso de hablar colectivamente los hizo pensar y cuestionarse sus propias opiniones, con la ventaja de que el formato utilizado permite en alguna medida rehacer una conversación normal, al no ser enfrentados a una entrevista individual o un cuestionario.
En las semanas siguientes al 18/O, nos reunimos con seis grupos en Santiago y tres en Puerto Montt, cada uno integrado por unas seis personas y pertenecientes a un estrato medio-alto, medio-bajo y bajo, seleccionadas de acuerdo con criterios de ocupación, sexo, ingresos y educación. En el caso de Santiago, nos habíamos reunido con los mismos grupos de personas antes del estallido, de modo que tras éste, pudimos establecer líneas de comparación. La conversación se apoyó en siete tarjetas o viñetas que representaban a personas reales en la sociedad chilena: un joven de escasos recursos de la comuna de Pedro Aguirre Cerda; una trabajadora de casa particular de La Florida, también de escasos recursos; un taxista de ingresos bajos de Quillota; un técnico de máquinas en un taller de Lo Espejo, con ingresos bajos; un jefe de local de un restaurante en Puerto Montt; el dueño de una empresa de construcción de ingresos medios-altos de Vitacura y un accionista de grandes empresas de Lo Barnechea; es decir, personas de diversos estratos sociales, hombres y mujeres, de distintos grupos de edad, así como de diferentes regiones del país[1]. Los temas de conversación estuvieron referidos a cómo lo estaba pasando la persona de cada tarjeta en esos días posteriores al estallido, a si esa persona apoya o no apoya las protestas y finalmente si acaso sus ideas cambiaron después del 18/O.
La masividad de la protesta y la violencia del estallido el 18/O, la represión policial y militar, la reacción de los manifestantes y las vulneraciones de derechos humanos posteriores, fueron temas que ocuparon una parte importante de la conversación en los grupos focales. Inicialmente, los participantes se centraron en discutir sobre la violencia de las manifestaciones. La apreciación de los participantes estaba lejos del blanco y negro, pues sintéticamente surgieron cuatro posturas: el apoyo a las demandas, pero rechazando la violencia; la evaluación de que las demandas se ven empañadas por la violencia; la justificación de ciertas formas de violencia y la tolerancia frente a la violencia.
Enseguida, en lugar de derivar hacia juicios sobre formas específicas de violencia como las barricadas o métodos de acción represiva de la policía, los participantes dirigieron la conversación hacia lo duro que habían sido esos días para la gente corriente. El diálogo se orientó a la inseguridad de las personas y a la inestabilidad -principalmente laboral- como efecto del estallido. Esto es descrito en un grupo de estrato bajo recién tres semanas después del 18/O, en el que A.D., dueña de casa, residente en la comuna de San Ramón, se refirió al técnico en máquinas de un taller metalmecánico representado en una de las tarjetas: “Este caballero que vive en Lo Espejo (…) está con el temor. Supongamos que tiene un auto, tiene que irse a su lugar de trabajo (…): ¿va a haber bencina, no va a haber bencina, lo van a quemar, no la van a quemar?”[2] La dueña de casa enfatizó que no es lo mismo ver noticias por televisión que vivirlo: el técnico “ni duerme en la noche” pensando que si queman el taller, se queda sin trabajo.
Esta columna está centrada en estudiar la expresión y percepción de emociones colectivas presentes a partir del estallido de octubre, buscando comprender sus efectos sociales.
Las palabras miedo, temor o susto aparecieron decenas de veces en las conversaciones entre los participantes de los grupos focales. En las primeras semanas después del 18/O, el relato de lo duro que han sido esos días se refirió ante todo a la inseguridad generada por la violencia. En contraste, los participantes hablaron pocas veces del miedo a ser castigados por protestar o el miedo a la represión en general, lo cual obedece a que pocos habían estado personalmente en manifestaciones públicas. Es importante observar la representación subjetiva del miedo, que se produce cuando un evento o situación amenaza al individuo según su propia valoración. En relación con los personajes de las tarjetas, surgen apreciaciones de los participantes en los grupos acerca del miedo de que a uno u otro le quemen la casa o el local, saqueen el restaurante, apedreen el taxi o le roben la maquinaria. Esos temores surgen como reacción a hechos concretos o sobredimensionados más allá de una amenaza real.
Además del miedo a la inseguridad, el temor a la inestabilidad generada por el estallido tiene aún mayor relevancia en la conversación de los grupos. Se trata de un sentimiento de incertidumbre y vulnerabilidad ante situaciones que son difíciles para las personas de distintas formas, un temor relativamente desconectado del miedo a los desmanes, aunque avivado por estos, como señala el sociólogo Danilo Martuccelli (2020). Esto se refiere ante todo a la incertidumbre en el trabajo, a la amenaza de perder el empleo, de disminuir los ingresos de las ventas o perder clientes por parte de quienes trabajan en forma independiente.
Se agrega el costo de los mayores tiempos de viaje, en el caso de Santiago por el incendio de estaciones de metro y en una ciudad como Puerto Montt por el retiro del funcionamiento del transporte público a una hora anterior a la habitual. Actividades como las vinculadas al acceso a servicios públicos también se ven inesperadamente dificultadas. Como resultado, las personas “lo pasan mal”, “no puedes hacer tu vida normal”, “no sabes cómo reaccionar”, hay incertidumbre “todos los días” y no se sabe lo que va a pasar. Pero con el paso de los días, a medida que realizábamos un grupo focal tras otro, el tema de la violencia inicial del 18/O y del miedo que generó fue progresivamente perdiendo intensidad en el diálogo de los grupos. Se trataba de un sentimiento intenso, aunque transitorio, sujeto a reactivarse en otros momentos de alta conflictividad.
Lo que atraviesa todos los grupos es el énfasis en que había un sentimiento de rabia en los jóvenes participantes en el estallido. Esto surgió al observar la tarjeta que representaba al joven estudiante de liceo en una comuna pobre. Según los participantes, este joven no tiene miedo, sino rabia, expresada en evadir el metro e incluso dañarlo, reclamar en las calles y en las marchas, ir “a la pelea”; en resumen “estos cabros tienen mucha rabia acumulada”. Se constata también que tiene coraje: “si hay que tirar la piedra a un paco se la tira”, “qué me importan los pacos, no estoy ni ahí” es su actitud según un participante.
En los grupos más acomodados, algunos participantes señalaron sentir enojo en un sentido contrapuesto a la indignación del joven porque quiere “puro desorden”, “no tiene respeto” y por tanto “¿a dónde vamos a llegar?” A esto replicaron otros participantes sosteniendo que el estudiante tiene dos caras, una de un chico normalmente tranquilo y otra encapuchada, o bien afirmando que su propósito no es apedrear injustificadamente, sino luchar por la igualdad, que “no están quemando Chile por nada, están esperando que se quiebre el modelo completo”.[3]
Las personas de mayor edad en el grupo se vieron encaradas a ponderar argumentos que les asombran, como “de verdad tío, si nosotros no hacíamos esto, si no nos poníamos a romper los vidrios, nadie nos iba a escuchar”. Discurren también sobre las causas de la rabia del joven: ha conocido la realidad de otras personas que cuentan con mayores oportunidades para tener lo que el joven también quiere, una rabia acumulada por la educación y por las dificultades económicas de su familia, rabia hacia el gobierno o de forma más genérica “por todo lo que está pasando” y especialmente desde el 18/O “enrabiado de lo que ve que hacen los carabineros”.
Un aspecto sorprendente en los grupos focales realizados después del estallido social fue que la palabra 'pueblo' apareció reiteradamente en la conversación de los participantes. Antes del 18/O, pocos estaban dispuestos a identificarse con la clase baja o el pueblo en una sociedad dominada por una ideología meritocrática que desvaloriza o culpa a quienes están en una posición inferior.
De esta manera, existe una diferencia generacional y de clase social con respecto a las emociones colectivas que hemos analizado: mientras entre mayores y los más acomodados, es más agudo el miedo a la inseguridad y la inestabilidad generadas por el 18/O, entre los de menor edad es más intensa la rabia frente al sistema. Desde un punto de vista sociológico, la represión de las expresiones y conductas de enojo contra el orden establecido provoca miedo y de este modo tolerancia del sistema de poder, lo que se ve alterado cuando emerge colectivamente la emoción de rabia, manifestando una pérdida de aceptación y de legitimidad de ese sistema (Flam, 2007). La generación mayor entre los participantes enfrenta dos nuevas emociones colectivas, su propio miedo en la coyuntura de estallido y su percepción de la rabia de los jóvenes. Por esto, ocurre para ellos una fuerte e incómoda salida de la zona de confort en que esa generación se sentía segura antes del 18/O y “uno está en un estado de confusión, entonces no sabes para dónde pensar, no sabes cómo reaccionar” en palabras de C.P., maestro de cocina de La Florida en Santiago.
Un hecho reconocido sin excepciones por los participantes en los grupos focales consiste en que el estallido social se originó en los jóvenes y posteriormente “la gente se les sumó”. Razonan desde la perspectiva de un adulto: “sacaron la cara por mucha gente”, “si no salían los estudiantes, la gente no reclama” y “llevaron al país a este movimiento”. Pero si las desigualdades estaban presentes desde antes, sin provocar una reacción intensa y masiva como ocurrió en el estallido, falta aclarar de qué modo incidió en esa amplificación el protagonismo de los jóvenes. Es decir, por qué se amplió el 18/O hacia personas de mayor edad. Sostenemos que esto se explica primordialmente porque la acción de los estudiantes ejerció un efecto sobre diversos temores que afectaban previamente a esas personas.
La importancia del miedo como una fuerza poderosa en las vidas de los individuos, una emoción incluso más allá de lo racional, fue introducida por Freud. El miedo es inherente a la dominación en la sociedad, junto con la justificación del poder establecido como legítimo, según conceptualizó Weber, uno de los fundadores de la sociología. Así, el miedo es también una base importante de la aceptación de las desigualdades por parte de los individuos.
Sin que estuviera pauteado, en los nueve grupos focales, la conversación se desplazó espontáneamente desde el momento presente hacia el miedo que prevalecía entre las personas de mayor edad con anterioridad al estallido, contrastándolo con lo sucedido después del 18/O. Este cambio es expresado por H.C., vendedor de frutos secos en Puerto Montt, refiriéndose a la tarjeta que representa a la trabajadora de casa particular: “La señora ha trabajado toda su vida (…) A ella le pagaban esa plata[4], bien, aceptaba, bien. Pero ¡nopo! después del estallido social ella hizo un clic también en su cabecita, porque bueno, 2 más 2 son 4 y si ella dice que su trabajo vale más ¡vale más poh!” El estallido opera como un detonante emocional, el “clic” en la cita, lo que en sociología ha sido entendido como un efecto de las crisis sociales, en las que ocurren eventos que sugieren visceralmente que el mundo no era como se creía.
En los grupos focales se expresa que antes del estallido, debido a diversos temores, había “resignación” y “conformidad”. Se entendía que “la vida era así”, “era la vida nomás” y por ello las personas no llegaban más allá de quejarse, “puro murmurar nomás”, comportándose “como zombis”. Al observar con sorpresa que los estudiantes que se manifiestan parecen no tener miedo ni ocultar su rabia frente al orden establecido, la resignación anterior al estallido social es identificada como un sentimiento obsoleto. Los participantes expresan una liberación del miedo preexistente y se redescubre la resignación como un sentimiento negativo que induce a la pasividad. Observamos que el solo hecho de expresarlo con palabras resulta un desahogo liberador para los participantes, en algunas ocasiones incluso con lágrimas.
Observamos una intensificación de los juicios desfavorables hacia la tarjeta que representa al accionista de grandes empresas. Abunda la creencia de que no se ve afectado porque vive en un mundo aislado, en una burbuja.
En los sectores más bajos, aparece un cambio en el coraje y decisión con que se acometen los problemas, pues “da valentía que tú te sientas respaldado” por un movimiento más amplio y se presta atención a que “estamos cambiando las cosas a punta de incendios”. A diferencia del período anterior al estallido, ya no se descarta la rabia o enojo para enfrentar una situación adversa. Por ejemplo, un participante señala que “los chiquillos nos enseñaron que para conseguir las cosas no siempre se debe hablar con buenos modales” y otro participante plantea que los personajes de las tarjetas de estrato bajo “se sienten más capaces de decir las cosas de frente”. Este cambio crucial es atribuido a un efecto del estallido y a la acción de los jóvenes, incluso por parte de participantes en los grupos focales de estrato medio-alto con una postura más distante hacia la protesta. Un cambio colectivo de este tipo ha sido definido por Flam (2007) como una “liberación emocional”, consistente en que los individuos desconectan sus lealtades y otras emociones favorables a las instituciones y organizaciones con las que estaban vinculados previamente. Este rompimiento involucra una apertura hacia la búsqueda de nuevos lazos y miradas sobre la realidad.
La liberación emocional producida por el estallido abre la posibilidad de reflexionar sobre las causas de la resignación anterior al 18/O, lo que en los grupos focales genera múltiples conversaciones. Como señalan los participantes, en el pasado se trataba de una disposición internalizada a reservarse la opinión propia porque había más temor a expresarla, mientras que ahora “se refrescaron las injusticias de siempre” y las personas comunican sus pensamientos. Había también un miedo a perder el trabajo y entonces la persona “se conformaba con lo que le pagaban no más”.
Otra faceta del ejercicio retrospectivo sobre la influencia de lo económico se refiere a la creencia preexistente en la inviabilidad de hacer algo en relación con lo establecido, como pelear por un mejor salario o pensión mínima, aceptando con resignación que eso era el límite, mientras que ahora las personas sienten “más valor” para solicitar un pago de acuerdo con lo que consideran que corresponde.
Uno de los temas más discutidos al conversar sobre las causas de la resignación anterior al estallido, es el temor heredado de la época de la dictadura, un trauma fuerte en el caso de las personas de mayor edad, principalmente en la generación que vivió en ese período, donde “la diferencia fundamental es que nosotros, los de cuarenta o más, le tenemos hoy un miedo enorme a los milicos”.
La memoria del golpe reaparece como un miedo al pasado que no se sabía que estaba presente y que se reaviva ante sucesos del 18/O percibidos como aterradores: los incendios, la represión y los militares en la calle, amenazan con el fantasma de una regresión al ’73. Pero, además, se actualiza como una experiencia personal, familiar y social proveniente de la época de la dictadura cuando hubo que “aguantar” y dejarse “pasar a llevar”, una disposición que se mantuvo en el tiempo como un miedo y una opresión internalizada. Generalizando, la dictadura no solo creó obediencia a través de la coerción represiva pura y directa en ese período, sino que dejó como legado una disposición a aceptar normas –incluso inequitativas- por consentimiento de las personas (Araujo, 2016), lo que es redescubierto especialmente por los participantes en los grupos focales que vivieron en esa época. Participantes de mayor edad en los grupos redescubren esa herencia al hacer un contraste con la actitud de los jóvenes que por ejemplo no respetan el toque de queda durante el estado de emergencia por el estallido.
El descubrimiento colectivo del miedo anterior y la identificación de por qué estaba presente en la vida cotidiana podría implicar que no hay posibilidad de volver atrás hacia esos sentimientos preexistentes. Se trata de una liberación emocional que al mismo tiempo genera un mayor nivel de reflexividad.
La liberación emocional colectiva que hemos descrito sería incompleta sin enfocar la desconfianza como un componente del estallido social. Existe consenso en considerar la desconfianza en las instituciones como base de la crisis. Las encuestas de opinión pública miden la confianza en instituciones y la aprobación o rechazo a personajes políticos. Además, la encuesta del CEP preguntó por la esperanza como una emoción relevante a partir del 18/O, pero dejó de lado preguntar por el fuerte sentimiento de sospecha que se avivó con el estallido. Cuando después del estallido se termina de desmoronar la confianza en las instituciones, cuya evaluación de parte de los ciudadanos venía a la baja desde la colusión de grandes empresas en el mercado, los escándalos en la Iglesia, los partidos políticos, las FFAA y Carabineros, quedan sin caparazón los personajes –integrantes de esas instituciones- que antes eran albergados por ellas, con lo cual pueden aumentar las sospechas hacia esos individuos.
En comparación con grupos focales realizados con las mismas personas en Santiago antes del estallido, observamos una intensificación de los juicios desfavorables hacia la tarjeta que representa al accionista de grandes empresas. Los participantes expresaron múltiples sospechas sobre ese personaje representativo de la élite económica, consistentes en conjeturas basadas en diversos indicios o señales que generan desconfianza.
A este respecto, la opinión de que el accionista lo haya pasado mal como el resto de los chilenos durante el estallido es mayoritariamente cuestionada en los grupos. Por el contrario, abunda la creencia de que no se ve afectado porque vive en un mundo aislado, en una burbuja, donde no sabe lo que pasa a la gente que vive “de Plaza Italia para abajo”. Se cree que lo que desea es seguir con su vida y que incluso que está planificando o disfrutando de vacaciones fuera del país, sin preocuparse por la situación nacional.
Al observar la tarjeta que representaba al joven estudiante de liceo en una comuna pobre, los participantes dijeron que este joven no tiene miedo sino rabia.
Incluso varios participantes especulan que por su superioridad socioeconómica tiene un trato discriminatorio hacia otros en el momento actual y esto provoca reacciones intensas. Por ejemplo, J.S.M., quien trabaja etiquetando productos en una fábrica de Puerto Montt, asocia con indignación la tarjeta del accionista con un suceso ocurrido en un mall de La Dehesa en Santiago: “Así como dijo el otro día el caballero: Roto picante, (…) por tocar una cacerola (…). Fueron unos rotos a invadir su territorio”.
Las conjeturas de que el estallido le da en realidad lo mismo a este personaje tienen también un fundamento en sus recursos económicos: ya tiene bastante dinero, no sufre por una disminución temporal de sus ganancias a pesar de la situación por la cual pasa el país. Se cree que está más preocupado de sus negocios que del sueldo mínimo, de la salud o de la educación de la población en general. Y.M., auxiliar de aseo en Puerto Montt, imagina lo que el accionista dice en privado: “La gente que marche no más, total tengo la platita en los bolsillos ¡qué me importa!”
Se presume también que dispone de una base económica que le permite evadir la incertidumbre vinculada al estallido, a diferencia del resto de los chilenos. Si es necesario, empezará a mover sus capitales: “se lleva los huevitos a otra empresa”. Como se supone que es una persona influyente, puede comunicarse directamente con quienes ejercen el poder político y decir “bueno, Sebastián ¿qué va a pasar acá?”. Si la situación no se calma, incluso estaría pensando en irse de Chile: “nos vamos y ¡chao!”.
La sospecha sobre los procedimientos represivos de la policía y autoridades también es importante, pero la desconfianza en la élite económica es aún más amplia y transversal a los diversos estratos sociales en los grupos focales. Se trata de una reflexión con una carga emotiva y moral negativa e incluso burlona, aún sin disponer de toda la información necesaria debido a la opacidad que rodea a la élite.
A través de esa sospecha se identifica un polo negativo que genera oposición, mientras en el polo de lo positivo se sitúa la fuerte expectativa de un cambio. Ese horizonte de futuro es expresado de numerosas y múltiples maneras por los participantes, mencionando repetidas veces la palabra “esperanza”. Por una parte, se observa una aspiración genérica, orientada hacia motivos superiores muchas veces denominados “la causa”, a una disminución de las injusticias, al gran cambio que no se ha podido ver en mucho tiempo, a que todo sea mejor en el futuro. Por otra parte, los participantes expresan aspiraciones más específicas sobre sueldos e ingresos, educación y universidad, transporte público o jubilaciones. Esas múltiples demandas son planteadas entre los participantes sin conflictos o discusiones que pudieran cuestionar su viabilidad ni su articulación o priorización.
La expresión de demandas sociales múltiples ha estado presente en el discurso político, manifestaciones callejeras, rayados y grafitis en las calles, redes sociales y televisión, pero en los grupos focales puede observarse con atención no sólo qué se dice sino cómo se dice. Desde luego, muchas de las expresiones son en plural: lo ocurrido será beneficioso para todos, es una lucha para la mayoría de las personas, para la gente, para gente muy distinta. Como nuestra metodología utilizó tarjetas representativas de personas, con frecuencia se habló en tercera persona singular, él o ella en referencia a alguna de las siete viñetas que representan varios estratos en Chile, o bien en plural -“ellos” o “ellas”- al hablar de más de una viñeta a la vez. De especial interés fue observar la facilidad con que muchos participantes hicieron un vínculo entre lo individual y lo colectivo: “no quiero que me golpeen más, lo mismo pasa con el país”, “ella apoya porque sabe el esfuerzo que lleva sacrificarse por la familia”, “si se logra algo, voy a ser beneficiada yo también”.
Mientras entre mayores y los más acomodados es más agudo el miedo a la inseguridad y la inestabilidad generadas por el 18/O, entre los de menor edad es más intensa la rabia frente al sistema.
Estos motivos de esperanza implican un cambio con respecto del pasado anterior al estallido, cuando la ideología del mérito individual dominaba sin contrapeso. Esto se cuestiona en los grupos después de 18/O, porque por ejemplo “se esforzó lo mismo que yo (…) y a mí no me dieron ningún diploma”, lo que constituye un mecanismo inequitativo. Existe por lo tanto una transición desde la constatación del fracaso de la ideología del esfuerzo propio y el mérito individual hacia la necesaria redistribución de los bienes en la sociedad como un proceso colectivo.
De este modo, la desconfianza y la sospecha sobre quienes tienen el poder se desarrolla en paralelo a una esperanza que tiene que ver con la capacidad colectiva de solucionar los problemas de cada uno. Esto último otorga significado a un proyecto de futuro compartido, que dinamiza a quienes apoyan “la causa”, por muy difusa que sea. Estimamos que esto último es más intenso en las personas de estrato bajo.
El estallido social no sólo ha provocado cambios en los sentimientos colectivos, sino también múltiples reflexiones entre las personas sobre aspectos como quiénes son sospechosos de actuar contra ellas y cuáles son sus esperanzas individuales en vinculación con las aspiraciones compartidas mayoritariamente. Se abre un nuevo ámbito de reflexividad relativo al horizonte de posibilidades hacia el futuro, por parte de quienes apoyan el estallido social.
Un aspecto sorprendente en los grupos focales realizados después del estallido social fue que la palabra “pueblo” apareció reiteradamente en la conversación de los participantes. Junto con el miedo, la sospecha y la esperanza, emerge también otro sentimiento importante, el de tener una identidad social compartida. Esto no había surgido en nuestra investigaciones previas; a modo de antecedente, en una encuesta que realizamos en el año 2016 para estudiar la forma como las personas se clasifican a sí mismas en la sociedad chilena, muy pocas personas utilizaron la palabra “pueblo” (Mac-Clure, Barozet, Ayala, Moya y Valenzuela, 2019)[4]. Pocos estaban dispuestos a identificarse con la clase baja o el pueblo en una sociedad dominada por una ideología meritocrática que desvaloriza o culpa a quienes están en una posición inferior.
Sin embargo, pertenecer a una categoría como la de “pueblo” resurge bajo ciertas condiciones específicas. Esta palabra aflora en los grupos una y otra vez con un sentido moral dotado de un valor positivo, referido a la identidad de quien habla. Los participantes de los grupos más bajos o de clase media baja señalan que pertenecen al pueblo el taxista, el técnico del taller mecánico y en general quienes ganan menos, con un sentido de pertenencia colectiva: “el mismo pueblo de donde nosotros somos, todos humildes”. Pero en un sentido más general integran ese colectivo quienes están descontentos, apoyan “la causa” y todos los que están unidos para lograr “muchas más cosas”. De ese modo, los participantes hacen referencia a un grupo amplio, un «nosotros», un “país completo” que se manifestó, “ricos, pobres y flaites”, los de Vitacura y Providencia en Santiago o quienes simplemente se suman a tocar la cacerola.
Así, la pertenencia al pueblo o a un grupo amplio de la sociedad pasa a ser emocional y moral, pero no constituye un sentimiento de identidad vacío de significado. En cuanto a sus fronteras, no se reduce a una identidad en torno a un movimiento limitado a la experiencia y el testimonio de quienes se manifiestan en los espacios públicos.
A diferencia del período anterior al estallido, ya no se descarta la rabia o enojo para enfrentar una situación adversa. Por ejemplo, un participante señala que 'los chiquillos nos enseñaron que para conseguir las cosas no siempre se debe hablar con buenos modales'
Desde el punto de vista de la amplitud de esa identidad colectiva, se genera una reflexión entre los participantes, predominando la idea de que abarca a estratos sociales que en el contexto pre-estallido habrían sido considerados fuera de la categoría pueblo. Es el caso de uno de los personajes de las tarjetas que entregamos a los participantes, el dueño de una empresa de construcción. A pesar de sus ingresos -más de $2.500.000 mensuales-, que antes lo dejaban en una categoría superior de la sociedad, prevalece ahora en los grupos la creencia de que “apoya la causa”, tendría un trato cercano con sus trabajadores, porque es una “persona de esfuerzo” que “empezó de abajo” y porque “lo que gana no es mucho” en comparación con la tarjeta del accionista de grandes empresas que personifica a la élite económica. Sin embargo, los participantes de estrato medio-alto tienden a poner en duda que el dueño de la empresa de construcción apoye el proceso. Existe así una reflexión colectiva sobre el límite social «hacia arriba» de los que apoyan el estallido. Desde un análisis externo u “objetivo”, se podría afirmar que en ese “nosotros” y la noción de pueblo predomina una identidad multiclasista.
En definitiva, este estudio basado en grupos focales muestra que gracias al estallido social han quedado atrás miedos del pasado y se han abierto múltiples reflexiones entre las personas, pero existen también temores fundados en cuanto a lo que nos depara el futuro. En las personas participantes en los grupos de este estudio, el estallido produjo una liberación emocional que hizo surgir una apertura hacia una mayor reflexividad. Esto indica que la posibilidad de un cambio en la sociedad depende en adelante de aprender a escuchar los razonamientos de los demás, sus propias ideas y sentimientos, incluyendo a personas de generaciones y niveles socioeconómicos distintos, especialmente a quienes están en una posición social menos privilegiada.
Este trabajo contó con el apoyo de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID), a través de los proyectos Fondecyt Regular N° 1190436 y CONICYT/FONDAP/15130009.
Araujo, Kathya (2016). El miedo a los subordinados. Santiago: LOM.
Flam, Helena (2007). Emotions’ map: A research agenda. En Flam, Helena and Debra King. Emotions and social movements. New York, NY: Routledge, 29-50.
Freud, Sigmund (2016 [1923]). El yo y el ello. Buenos Aires: Amorrortu.
Mac-Clure, Oscar; Barozet, Emmanuelle; Ayala, Constanza; Moya, Cristóbal; Valenzuela, Ana María (2019). Encontrar la posición de uno mismo en la sociedad: una encuesta basada en viñetas. Revista Brasileira de Ciências Sociais. Vol. 34, n° 99, 1-28.
Martuccelli, Danilo (2020). El largo octubre chileno. Bitácora sociológica. En Araujo, Kathya (Ed.). Hilos tensados: para leer el octubre chileno. Santiago: Editorial Usach, 369-476.
Weber, Max (1964 [1922]). Economía y sociedad. México: Fondo de Cultura Económica.
[1] Más detalles sobre la metodología de investigación se encuentran en el artículo académico “Encontrar la posición de uno mismo en la sociedad: una encuesta basada en viñetas”, publicado en la revista Revista Brasileira de Ciências Sociais.
[2] En las citas estrictamente textuales se indica quiénes las formulan. Las demás citas han sido acortadas y/o ligeramente editadas para facilitar la comprensión de las ideas, pero sin alterar su sentido original.
[3] El CEP no distingue en su encuesta entre el enojo por los destrozos y la indignación de los jóvenes frente al orden establecido, dos emociones con sentidos incluso contrapuestos.
[4] El participante en el grupo focal se refiere a que la trabajadora de casa particular tiene un ingreso mensual de entre $200.000 y $300.000.
[5] Solo cinco encuestados de una muestra aleatoria de 1.982 utilizaron la palabra “pueblo” o “gente de pueblo”.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER/Académico recibe aportes de cuatro centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD) y el Observatorio del Gasto Fiscal. Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.