LA HISTORIA DE LA ESCOLAR QUE SE REBELÓ CONTRA LA POBREZA Y LA DESIGUALDAD
El estallido vital de Geraldine: el duro despertar de la menor que quedó en coma por una lacrimógena
27.12.2019
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LA HISTORIA DE LA ESCOLAR QUE SE REBELÓ CONTRA LA POBREZA Y LA DESIGUALDAD
27.12.2019
El 10 de diciembre, en medio de las protestas en Plaza Baquedano, un elemento contundente -una lacrimógena según testigos- abrió una profunda herida en la cabeza de Geraldine Alvarado. Con apenas 15 años, la niña estuvo inconsciente durante cinco días en los que rozó la muerte. Los rescatistas y médicos que la atendieron en la calle relatan los segundos de horror en que entró en un coma profundo. Su padre y su mejor amiga cuentan sobre la infancia fracturada de una menor que desde pequeña conoció la pobreza y la desigualdad, contra las que decidió luchar. El INDH se querelló por homicidio frustrado.
*Las imágenes de este artículo fueron cedidas y autorizadas por Héctor Alvarado Araya
– ¡Cubre poh, huevón, cubre!
La niña está sentada en la vereda, rodeada por manifestantes. Desde la frente, un reguero de sangre marca con nitidez sus facciones. Alrededor de su rostro lleva una polera gris que comienza a teñirse de rojo. En su cabeza tiene una herida tan profunda que el hueso del cráneo quedó expuesto. Viste de negro. Está consciente y balbucea su apodo: Geral.
Ha llegado hasta la intersección de las calles Ramón Corvalán con la Alameda, en la zona cero de las protestas en la Plaza Baquedano -rebautizada en octubre como Dignidad-, traída en brazos por otros jóvenes. Son las 20.32 del martes 10 de diciembre. Es el día 51 desde que estalló la crisis social en el país. La jornada ha sido violenta. El territorio está en disputa entre encapuchados y carabineros y la contienda no es pareja: los primeros lanzan piedras; la fuerza policial responde con carros lanzaaguas y con bombas lacrimógenas.
Desde que se limitó el uso de escopetas de perdigones porque las lesiones oculares marcaban un nefasto récord mundial -más de 350 víctimas- algunas de esas granadas de gas comenzaron a ser lanzadas directamente al cuerpo o la cara. Es lo que habría ocurrido con Geral, según contaron los testigos de la agresión. El disuasivo disparado a corta distancia le abrió en forma vertical un tajo de varios centímetros desde donde parte el cuero cabelludo, al centro de la frente, hacia la nuca. El proyectil penetró dejando un profundo surco abierto en forma de “v”. Ni siquiera quedó allí un mechón de pelo o un colgajo de piel.
Un equipo voluntario de rescatistas, dirigido por el enfermero reanimador, Michael Díaz Damiano (31), la recibe esa tarde y comienza a entregarle los primeros auxilios.
Los asistentes a la marcha levantan las manos pidiendo una tregua para permitir la atención clínica y el traslado de la muchacha, pero los carabineros no detienen al “guanaco” y entonces Michael insiste con la misma orden:
– ¡Escudos! ¡Cubre poh, huevón, cubre!
Geral tiene la mirada extraviada. Desconocidos la alientan: “Aguante, compañera”. Ella no responde, pero sí es capaz de colaborar y subirse a una camilla.
Parece estar bien, pero en instantes el pronóstico se torna desolador. Esa noche rozará la muerte.
Su nombre es Geraldine Alvarado Parra, tiene 15 años y en cuatro días más cumple 16. Le dicen “China”. Está en segundo medio de la Consolidada Dávila, el mismo liceo donde se grabó la emblemática serie El Reemplazante. Es aguerrida y alegre, se declara hincha de la Universidad de Chile, vive con su papá -un obrero de Pedro Aguirre Cerda- y está a segundos de caer en un coma del que pudo no despertar.
“Sin lucha no hay historia”.
La frase la escribió Geraldine en Facebook. Desde hace unos meses, cuenta su padre Héctor Alvarado Araya (53), la adolescente comenzó a hablarle de temas que para él eran ajenos o tal vez tan conocidos que ya no reparaba en ellos. Estaba ocupado en cosas prácticas: “parar la olla”, dice, y para eso había que trabajar en lo que fuera.
Tiene experiencia en construcciones, pero sólo estudió hasta sexto básico y eso no ayuda a la hora de “buscarse la vida”. El sueldo en el rubro es poco, menos de $500 mil mensuales según la Fundación Sol; la estabilidad, nula. Héctor había aprendido por años a caminar en una ingrata cornisa financiera. También se había convencido de que el destino está más o menos trazado: se nace pobre y se muere pobre.
A esa convicción, Geraldine le dio un nombre: inequidad.
Si los barrios donde ella había crecido en Renca y luego en las poblaciones Navidad y Dávila, tienen pocos árboles y un exceso de cemento que en verano los transforma en un mini infierno, es porque en Santiago las áreas verdes se concentran en el sector oriente. Si ella debe compartir un cuarto con su papá porque no les alcanza para arrendar una casa, es porque en los últimos diez años, según el Instituto de Estudios Urbanos de la UC, el valor de las viviendas en la Región Metropolitana ha aumentado entre el 95% y el 150%. Si su sueño de estudiar medicina forense se vio siempre tan lejano, es porque entre la educación pública y la privada más que una brecha hay un abismo.
– Cuando me conversaba eso, yo me iba para abajo. Yo nunca iba a poder darle una educación de la manera que ella lo anhela. Igual lo tomaba como una cosa que ella podía cambiar porque estaba más chiquitita cuando me decía eso. Y ahora en el colegio que está estudiando iba a comenzar con gastronomía en tercero medio, pero se metía también en la parte metalúrgica. Yo le traía guantes, antiparras de mi pega. Ella cuestionaba que faltaran cosas, instrumentos para trabajar. Era como una líder, andaban todos en la misma onda de ella, sobre todo un grupo. De eso fui dándome cuenta yo: ella quería ser alguien en la vida-, dice Héctor.
La niña tuvo una infancia dura. Sus papás se separaron cuando era pequeña y ella quedó en custodia de su mamá que la maltrataba. En 2018, hubo un episodio de violencia que terminó en tribunales con una orden de alejamiento para la mujer. Geral pasó a vivir con una hermana materna mayor, Evelyn, unos meses. Luego, cuenta Héctor, quedó bajo su cuidado. En ese momento, él vivía de allegado en la casa de un familiar.
– Un día tomé la decisión. Fui donde la Evelyn y dije: “ya, se acabó todo esto, hasta aquí nomás llegó. Geraldine, nos vamos. ¿Dónde? No sé. Nos vamos”. En ese momento tenía algo de platita que me habían pagado y me costó, me costó. Yo tengo un cacharrito chico, ahora lo tengo en panne. Hubo una noche que tuve que dormir con la Geraldine en el auto y después caminamos todo el día buscando arriendo hasta que encontramos una pieza. En una pieza vivo con ella. Yo deseo que tenga su privacidad, sus cosas, porque es una lola y no puedo estar al lado de ella. Me ha costado bastante encontrar un lugar porque está caro todo. Yo no gano un dineral, mi trabajo es de obrero nomás. Es fregado.
Geraldine y su papá llevaban más de un año viviendo juntos cuando el espanto los golpeó. Las últimas semanas habían sido agitadas para los dos: él había comenzado un nuevo trabajo y ella había aumentado su participación en las manifestaciones masivas que se iniciaron el 18 de octubre cuando estudiantes secundarios, como Geraldine, saltaron el torniquete del Metro en protesta por el alza en las tarifas.
“Evadir, no pagar, otra forma de luchar” fue el grito que inició una crisis que escaló hasta dejar en jaque al gobierno de centro derecha de Sebastián Piñera. Por vez primera desde el retorno a la democracia, se decretó estado de emergencia y toque de queda por las protestas sociales. Hubo saqueo de supermercados y quema de estaciones de Metro. Los militares intentaron controlar el orden público en casi todo Chile entre la madrugada del 19 de octubre y las 00.00 del 28 de ese mes. En ese periodo, hubo cuatro muertos a manos de agentes del Estado; otros, como José Miguel Uribe Antipani (25) en Curicó, cayeron por la acción de civiles; y hubo más de 20 calcinados en incendios de comercios asaltados por turbas.
El movimiento social no se detuvo y entonces los ojos de cientos de personas fueron alcanzados por balines de Carabineros. En noviembre, el horror subió de escala: al estudiante de sicología Gustavo Gatica (22) y a la trabajadora Fabiola Campillai (36) los dejaron ciegos. Gustavo tuvo un doble estallido ocular provocado por perdigones. A Fabiola, una lacrimógena le fracturó la mirada.
Héctor sintió miedo; Geraldine, no. Quizás esa diferencia hizo que para él prohibirle acudir a Santiago centro, a la Plaza Dignidad, se convirtiera en una batalla perdida:
– Era un problema porque me hablaba con muchos fundamentos de por qué ella salía. También del patriarcado. Yo me tenía que quedar callado porque no sabía qué responderle, porque son cosas que uno a veces las deja pasar y ella tenía esa capacidad de verlas con más facilidad.
Frente a los argumentos de Geraldine, Héctor pasó del “no vayas” al “cuídate, por favor”. No tenía mucho margen para negociar: los horarios en su trabajo no coincidían con los de la muchacha y además ella, como muchos de su generación, estaba convencida de que los cambios se conquistan en las calles.
– Yo estaba con mucho temor porque veía lo que pasaba y se lo comentaba. «No, papá, si no me va a pasar nada, si yo arranco, papá, he arrancado todas estas veces de los pacos» me decía. Pero yo estaba angustiado. Le repetía: “hay jóvenes que perdieron su vista, Geral, y la próxima puedes ser tú, quién sabe qué te puede pasar, hija, por estar luchando”.
– ¡Baja la cabeza, no te movaí. ¡Baja la cabeza!
En el día internacional de los Derechos Humanos, Michael Díaz y su piquete de rescatistas del Teatro del Puente -Martín Figueroa, enfermero neurólogo; Gelver Contreras y Benjamín Pizarro, naturópatas; y Rodolfo Araneda, bombero- llevan horas atendiendo sin parar a personas lesionadas en las protestas. La mayoría son casos de simple resolución, pero cuando reciben a Geraldine advierten que están ante algo grave. Sin camilla para traslado, son socorridos con este implemento por los “Cascos Rojos”, otra de la veintena de organizaciones que presta ayuda a los ciudadanos heridos en las movilizaciones.
Vendan con rapidez a la muchacha y parten los dos escuadrones con ella hacia un puesto de atención médica más equipado y mejor protegido en calle Nueva Bueras. El punto clínico está a dos cuadras, pero el trayecto para los equipos no se mide en metros ni en los escasos 10 minutos que tardan en entregarla a los profesionales de “Salud a la Calle”, sino en el drástico deterioro de la muchacha que intenta incorporarse, desorientada, y es de inmediato conminada por Michael a no moverse: temen lo peor y no se equivocan.
– ¡Baja la cabeza, no te movaí. Baja la cabeza! ¡¿Quién recibe acá?!
A la entrada del pasaje sin salida la médico Amanda Zapata (26), de Salud a la Calle, aguarda la llegada de Geraldine. Han sido avisados por teléfono de que va un paciente crítico y coordinan el arribo de una ambulancia del Servicio de Atención Médico de Urgencias (SAMU). Apenas los rescatistas doblan la esquina cargando a la joven, ella comienza con vómitos explosivos.
– Es una niña, aparente impacto de lacrimógena en la región frontal. Tiene compromiso de conciencia, está vomitando-, informa Michael.
Geraldine presenta convulsiones. Cuando le levantan los párpados, buscando alguna reacción a la luz, descubren que hay una diferencia radical en el tamaño de sus pupilas. Se trata de una anisocoria severa que indica un compromiso neurológico en curso. Amanda toma su teléfono: realizó el primer contacto con el SAMU a las 20.39, cuando Geraldine estaba en camino. A las 20.46 insiste: los signos vitales caen bruscamente. “Soy la doctora Zapata, este paciente está grave, ¿dónde está el móvil?».
Mientras esperan, le ponen una vía venosa para suministrar medicamentos y una cánula en la faringe -el paso previo a la intubación- para despejar las vías respiratorias. Un médico manipula un desfibrilador automático. Disponen de uno que hasta ahora no han utilizado. Ruegan no tener que hacerlo, pero deben estar preparados.
Saben que están frente a un traumatismo encéfalo craneal que está evolucionando de manera negativa. Le aplican la escala de Glasgow para medir la respuesta ocular, verbal y motora. Obtiene 3 de 15 puntos. Está en un coma profundo. Ya ni siquiera reacciona al dolor. Al lugar llega corriendo un chico que la conoce: les cuenta que ambos están en segundo medio. Geraldine, comenta, tiene 15 años.
Los voluntarios se miran desconcertados. Amanda un mes antes, en ese mismo rincón, había atendido a Gustavo Gatica: recuerda la desazón que tuvo al constatar que el universitario tenía perdigones incrustados en sus dos ojos, y que era imposible que volviera a ver. Ahora estaba perdiendo a una niña por la represión policial.
Michael tampoco logra encajar el asombro:
– ¡Chucha, no puede ser, se nos va a morir una cabra chica!
A las 20.56, la ambulancia del SAMU llega por Geraldine y es trasladada hasta el Hospital de Urgencia Pública (la ex Posta Central) donde arriba 15 minutos más tarde. En el recinto hay otros pacientes graves: Héctor Gana Sandoval (35), quien recibió una lacrimógena en la parte posterior de su cabeza, y un hombre con una herida expuesta en una muñeca también por este elemento. De todos ellos, la que presenta el cuadro clínico más complicado es la niña.
De madrugada, la someten a una craneotomía descompresiva -le abren una parte del cráneo para acceder al cerebro- y le realizan un vaciamiento de hematoma subdural. Está con riesgo vital. Si sobrevive, si logra esa hazaña, es probable que quede con secuelas importantes.
La indignación crece. El director del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), Sergio Micco, dará cuenta al día siguiente, el miércoles 11, de 14 víctimas de agentes del Estado: “Exigimos que se siga un protocolo y siguen ocurriendo estas cosas. Lo que ha ocurrido anoche es terrible, esto se tiene que terminar”.
– Oye, Geral, pasé a Cuarto Medio E.
– Con E de “estúpida”. Yo pasé a Tercero A.
– Con A de “admirable”.
Es la mañana del 24 de diciembre. Han transcurrido 14 días desde que la China cayó herida en la Alameda y se recupera en la Unidad de Cuidados Intensivos de la clínica Indisa, donde fue derivada por Ley de Urgencia. Su mejor amiga, Yesenia Arriagada Parra (18), ha podido por fin visitarla. Estaba, recalca, muy nerviosa. Creía que Geraldine no la iba a recordar o que a ella le iba a costar reconocerla. ¿Se encontraría con la chiquilla risueña que habitaba en su memoria? Tras dos semanas en que las probabilidades de vida o muerte estuvieron en una pulsada sin un ganador asegurado, Yesenia tenía motivos para estar aterrada. Sin embargo, Geraldine había aplastado los pronósticos y ahí estaba, más lenta al hablar, a ratos perdida, pero batallando. Estuvo en coma, sedada, cinco días. El mismo sábado 14 en que cumplió 16 años comenzaron a bajarle las dosis de medicamentos y al día siguiente despertó.
– Es luchona la Geraldine, ¿sabe? Y tiene el ego por las nubes. Cuando le digo “estás bonita”, siempre me responde “soy bonita”. Le pregunté si se acordaba de que el año pasado nos fuimos a meter en estas fechas a una laguna del parque O’Higgins. Fue entretenido porque me dijo “mojémonos las patitas” y al final terminamos mojadas enteras. Se acordaba. Sólo no sabe lo que le pasó, por qué está aquí… Eso no… Está bien, ahora le puse música y nos pusimos a cantar.
– ¿Qué cantaron?
– Y ahora quién, si no soy yo, me miro y lloro en el espejo y me siento estúpido, ilógico, y luego te imagino toda regalando el olor de tu piel… Esa de Marc Anthony, ¿se la sabe?
Las muchachas se conocieron en el liceo Sara Blinder de Santiago. Se hicieron cercanas, aunque sólo podían verse de lunes a viernes en horario escolar. Geraldine debía cuidar a un hermano menor en casa de su mamá y Yesenia desde que tiene 12 años vende muebles los sábados y domingos para ayudar a su familia. «Mi papá los hace y yo los comercio», explica.
Aun así, se las arreglaban para pasarlo bien y siguieron en contacto cuando Geraldine se fue a vivir con su papá y se cambió al Liceo Consolidada Dávila en Pedro Aguirre Cerda. El colegio donde se grabó El Reemplazante es un establecimiento municipal técnico al que asisten niños de un perfil muy similar al de la serie: alta vulnerabilidad social y padres con bajo nivel educacional. Según los datos de Agencia de Educación, en la prueba Simce los resultados de los alumnos en todos los niveles muestran un aprendizaje insuficiente, pero hay un indicador en que los estudiantes superan al promedio: en un 84% afirman que se esfuerzan para mejorar.
En las paredes de este lugar, ubicado en el exfundo Ochagavía, está escrita una consigna: “Los niños nacen para ser felices”. Allí, donde los jóvenes realizan cabildos y discuten de contingencia, Geraldine tuvo un remezón político que sorprendió a Yesenia.
– Cuando comenzaron las protestas me decía: “¿Estás clara por qué vas a ir? Esto no es para andar hueviando. Yo voy porque la educación es un derecho, por una pensión digna para mi papá, por esas cosas”. Yo también he marchado. A mi papá, como al tío Héctor, tampoco le gustaba que yo participara, pero al final se daba cuenta que no sacaba nada con prohibirme y me decía: “Hay que estar viva, Yesenia Aracely, avispá”.
Héctor le daba el mismo consejo a Geraldine. Aquella tarde en que casi le arrebatan los sueños le envió un whatsapp: «Mucho cuidado que hoy va a estar sumamente pesado el ambiente, vente luego hija. Igual me tienes preocupado«. Lo que vino después, dice Héctor, fue como si el suelo se abriera y él cayera en un pozo en el que los días se resumen en angustia y más angustia.
Sabe que le avisaron por teléfono de un accidente; que llegó hasta la ex Posta Central; que le comunicaron que había pocas esperanzas; que en redes sociales se publicó que su hija estaba muerta y que todos en su familia sufrieron una mañana con esa noticia falsa; que en algún momento la llevaron a una clínica, aunque él no lo había autorizado; que después de muchos años volvió a rezar todos los días a las 15 y a las 21 horas; que lo acosaron abogados y periodistas; que lloró sin pudor hasta que decidió que derrumbarse no era una opción.
Sabe que tiene pena y rabia, y cuando está solo ruega que quien dañó a Geraldine dé la cara.
– El carabinero que le disparó a mi hija sabe que disparó. Debe haber estado drogado, de alguna u otra forma, porque una persona normal, natural, no actúa de esa manera con nadie. Le dieron, en los términos que llaman ellos, a quemarropa. Quiero que sea hombrecito, que diga «yo soy el culpable de esto, yo soy mandado, a mí me mandaron a hacer esto”. Que diga quién lo mandó.
El 13 de diciembre el INDH presentó en el Séptimo Juzgado de Garantía de Santiago una querella por homicidio frustrado por los casos de Geraldine y de Héctor Gana. Sobre la muchacha, el texto consigna que según “el relato de testigos, en el lugar había varios piquetes de carabineros de Fuerzas Especiales (FF.EE.) disparando con escopetas antidisturbios y carabina lanza gases de forma directa a la parte superior del cuerpo de los y las manifestantes, en un ángulo de 90 grados (…), aproximadamente a unos 30 o 40 metros de distancia de la víctima”.
La investigación penal la tomó originalmente la fiscal de flagrancia, Débora Quintana, quien afirmó que no existía claridad respecto de qué elemento impactó a Geraldine, sólo estableció en primera instancia que se estaba ante un “objeto contundente”. Luego la indagatoria quedó a cargo de la persecutura de Alta Complejidad de la Región Metropolitana Norte, Ximena Chong, quien trabaja hoy en el asunto con las brigadas de Homicidio y de Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones. El avance es lento: se busca establecer con precisión científica qué ocurrió con exactitud y para ello es fundamental la ficha médica de Geraldine -para conocer si fueron extraídos de su cabeza trazos de metal o de algún otro elemento- y la declaración de los testigos, muchos de los cuales desconfían de la justicia. En todo caso, ellos informaron a los rescatistas que a la adolescente la había alcanzado una lacrimógena.
En medio de este torbellino judicial que no entiende del todo, Héctor se aferra a las cosas buenas. Hace una semana Geraldine despertó y él le puso un tema de Luciano Pereyra, porque le gusta a ella; y otro de Los Vásquez, porque le gusta a él. Y Geraldine cantó como lo hizo en víspera de Navidad con Yesenia. Sabe que lo que viene es cuesta arriba, posiblemente años de rehabilitación: su hija no ha recobrado la movilidad voluntaria en sus extremidades y a veces no se conecta con quien le habla. En otras ocasiones, sí dialoga y hace bromas, como antes.
– Tengo valor porque mi hija está mejor. Ella está luchando. Yo no podría pagar una clínica como esta. Para eso se tiene que tener mucho dinero y de a dónde. ¡Esa es la desigualdad, poh! Por eso entiendo este período que está pasando, entiendo a los chiquillos, a los estudiantes. Porque ya los viejos no dan más, ellos no están para salir a la calle. Ella me ha enseñado eso con el estallido.