AMANDA ZAPATA, COORDINADORA DEL PUNTO MÉDICO DEL PASAJE NUEVA BUERAS
Doctora que atendió a Geraldine en la calle: “No se nos puede morir una niña”
27.12.2019
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AMANDA ZAPATA, COORDINADORA DEL PUNTO MÉDICO DEL PASAJE NUEVA BUERAS
27.12.2019
La adolescente Geraldine Alvarado se encuentra internada en la Clínica Indisa tras superar un coma profundo. Amanda Zapata, médico de “Salud a la Calle” que coordinó su atención y la del estudiante de sicología que perdió la vista, Gustavo Gatica, cuenta aquí las horas más terribles de la represión policial en la zona cero de las manifestaciones.
Amanda Zapata (26), médico cirujano y una de las coordinadoras del piquete de “Salud a la Calle”, dice que en el centro de atención que instalaron en el pasaje Nueva Bueras una convicción remeció a los profesionales que la tarde del martes 10 de diciembre atendían a Geraldine Alvarado (15): “No se nos puede morir una niña”.
Cuando la recibieron, malherida por una lacrimógena que le destrozó la frente, ni los rescatistas que la trasladaron desde Ramón Corvalán con la Alameda, ni el equipo de la doctora Zapata sabían que “la Geral” era una adolescente. Recién se enteraron cuando otro niño, que había estado con ella protestando en los alrededores de Plaza Baquedano, llegó al lugar y les contó que eran compañeros de colegio en Pedro Aguirre Cerda. “Ahí te cambia la mirada. La vuelves a ver en la camilla y cambia la historia. La ves de una manera distinta: sola, asustada. Es duro. Es muy duro”, plantea Amanda.
El caso de Geraldine, asegura, es el más grave que ha atendido desde que se inició el estallido social y junto con otros profesionales de la salud decidieron instalarse en la vía pública a curar a los heridos. Amanda fue quien coordinó los primeros auxilios que recibió Gustavo Gatica (22), quien el 8 de noviembre recibió perdigones en ambos ojos. El estudiante de sicología quedó ciego: “Él tuvo una recuperación, sin menoscabar su pérdida, pero Geraldine está en estado crítico”. Tras unos días de descanso, para recuperarse del impacto de haber visto la inmensa fragilidad de la menor herida, Amanda nuevamente está en terreno.
– Tenemos el puesto dividido en dos sectores. El sector más leve, que son pacientes que se atienden y se van por su cuenta, y el sector grave, donde los recibimos en camilla y tenemos un equipo más estable, con experiencia. Nuestra jornada parte alrededor de las 5 ó 6 de la tarde en el punto de atención. Habíamos tenido el martes 10 un día bastante calmo en comparación a lo que han sido estas semanas de manifestaciones. Alrededor de las 8.30 de la noche nos informa un rescatista que por radio avisaron que vienen trasladando un paciente con fractura de cráneo. Eso fue como «ya, esto es grave, tenemos que estar preparados”. Estábamos teléfono en mano, con el 131 listo para llamar, y esperando atentos.
– ¿Listos para intervenir?
Sí, nuestro equipo del sector grave: preparado, esperando, atentos. No teníamos más información, quién era, si hombre, mujer, su edad. Sólo teníamos lo de la fractura de cráneo, algo muy brutal. Al par de minutos llega un equipo de rescate con una camilla trasladando a una persona inconsciente, con una herida frontal tipo scalp -abierta- que fue producida por el impacto de una bomba lacrimógena. En ese momento aún pensábamos que era hombre, porque venía de lado, no se podía identificar, estaba vendada. Había perdido conocimiento en el sitio, había presentado convulsiones y vómitos. Todos estos son elementos de compromiso neurológico que nos van orientando para determinar el grado de compromiso que traía.
– ¿Qué hacen?
La recibimos. Yo, teléfono en mano, llamé al 131 mientras la evaluaba. Presenté una paciente con la información que se nos dio: que tenía tal herida, que estaba inconsciente, estaba siendo evaluada, frecuencia cardíaca, presión arterial y saturación respiratoria de oxígeno, la que estaba al límite, pero manejable. Ese llamado fue a las 8:39. Ahí nos dimos cuenta que era una niña. La pudimos ver mejor. Se tomaron medidas como instalarle una vía venosa para pasarle un suero, medicamentos, lo que fuera necesario. Mientras sucedía todo esto, la paciente empezó a comprometerse respiratoriamente. Esto significa que le costaba más respirar, con una saturación de oxígeno que iba bajando: estaba en 94%, y 93% es un valor límite para administrar oxígeno o tomar otras medidas, como ventilar con bolsas.
– ¿Cómo se actúa entonces?
Se tomó la decisión de ser más invasivos y se utilizó una cánula por faringe, una cánula mayor, como la conocemos en términos médicos. Las cánulas son dispositivos que facilitan el paso del aire por la vía respiratoria. Es un paso previo a una intubación, dado que una intubación en las condiciones en la que estábamos, si no es bien hecha, aumenta la mortalidad del paciente. Ella no respondía, no respondía ni al dolor. Nosotros tenemos formas de evaluar nivel de consciencia y estaba en coma. Llegó en coma, ventilaba por su cuenta porque su circuito cerebral todavía estaba activo. No estaba en paro todavía, pero estaba muy grave. Esa depresión respiratoria era un paso previo a que sufriera un paro cardiorespiratorio. Esto va escalando así: empieza a bajar la respiración hasta que la falta de oxígeno genera un paro. Se hizo la evaluación neurológica asociada y se vio que en las pupilas había una diferencia. Nosotros lo llamamos anisocoria: una pupila está más dilatada que la otra. Esas también son señales de daños neurológicos más graves, que te hablan del pronóstico y la gravedad del paciente. Frente a esa evaluación, volví a llamar al SAMU a las 8:45.
– Son minutos clave. Había pasado poco tiempo desde la primera llamada.
Claro. Yo tengo contacto directo con la coordinación central (del SAMU). Dije: «Soy la doctora Zapata, este paciente está grave, ¿dónde está el móvil?». Le expliqué todo lo que hicimos. Para el siguiente paso nosotros disponemos de un desfibrilador automático, un DEA. Afortunadamente, no lo habíamos tenido que usar, pero ahora estábamos ahí, diciendo “ojalá no tengamos que usarlo, pero si se para va a haber que usarlo”. En eso me dicen que ya va saliendo un móvil avanzado con personal médico. La central (del SAMU) está al lado, a la vueltecita, estamos muy bien ubicados. Entonces, lo que hicimos fue mantener, soporte, soporte, soporte, soporte.
– ¿Cuánta gente estaba trabajando?
Unas cinco personas. Los rescatistas no la dejaron. Había un enfermero -Michael Díaz- que tuvo un manejo muy adecuado. Otras personas se mantuvieron con Geraldine, más una parte de nuestro equipo: una médico, otra enfermera, una tens, estudiantes de medicina. Es lo que recuerdo dentro de todo el caos.
– ¿Aún había ruido de disparos de lacrimógenas?
Todo el día, todo el rato. Para nosotros ya es habitual, es como nuestra música de fondo. Sabemos que puede haber ratos más silenciosos, pero que al producirse estos estallidos, que además son seguidillas -se escucha “pa, pa, pa”-, dices «mierda, se viene una oleada». Porque lo que atendemos son oleadas de pacientes. Uno siente “pa, pa, pa” y te pones los guantes, tienes el teléfono a mano y es como «ya van a empezar a llegar». Y, claro, llegan dos. Los días terribles llegaron de a 15.
– ¿Te había tocado ver algo así de grave?
Mmmm… (suspira). Lo único que se asemeja es el caso de Gustavo… Son los dos casos más graves que hemos tenido y nos vimos obligados a tomar medidas invasivas de reanimación. Si bien en ninguno tuvimos que aplicar compresiones en un paro, sí tuvimos que administrar fluidos, sueros. Esos han sido nuestros dos casos más graves, pero no se pueden comparar, porque si bien Gustavo sufrió la lesión en sus ojos y perdió la vista, Geraldine estaba mucho más grave. Él tuvo una recuperación, sin menoscabar su pérdida, pero ella está en estado crítico.
– ¿Estuviste en esas dos atenciones?
Sí, coordinando ambos días. Yo soy médico cirujano, al principio atendía a hartos pacientes, pero poco a poco he ido tomando este rol de coordinación que me ha hecho distanciarme de la atención física de los pacientes. Si bien igual siempre estoy disponible para jugar el rol médico, porque faltan manos, en estos momentos estoy coordinando.
– ¿Cómo estaba el rostro, la cabecita de Geraldine?
Geraldine venía con un apósito y un vendaje alrededor de la cabeza, donde tenía la herida. Ya venía hecha la curación para detener la hemorragia. Estaba ensangrentada su ropa, su polera venía con restos de vómitos, mojada, empapada. Su cara estaba ensangrentada. Se veía hinchada, se notaba que había un traumatismo, porque a pesar de que pasaron minutos ya había una reacción. Sus ojitos estaban cerrados, había que levantarles los párpados para examinarla. No respondía. Su cuerpo estaba sin tono. Era una persona en coma, floppy, por decirte. La dabas vuelta y había que sostenerla si querías mantenerla de lado, en posición de seguridad por si sufría convulsiones y vómitos. Venía en malas condiciones. Cuando uno ve a los pacientes tan graves, se ven todos chiquititos, probablemente más chicos de lo que son, aunque ella quizás puede ser más alta que yo.
– ¿Cómo contactaron a sus acompañantes?
Ella llegó sola. A los minutos aparecieron otros jóvenes menores de edad que la conocían. No tengo claro cómo se realizó el contacto con el padre. Sé que fue a través del teléfono de Geraldine, pero no sé si el papá llamó y le contestamos o logramos desbloquearlo y llamarlo. Sus compañeros llegaron al ratito, eran menores de edad, escolares.
– ¿Cómo estaban esos niños?
Alteradísimos, afectadísimos. En una especie de euforia por toda la adrenalina que vivían en ese momento, porque estuvieron al lado de ella en la misma situación de disparos, de gas, de correr y verla caer. Y obviamente afectados por verla ahí, porque no tenemos un biombo, no hay una cortina y solo cubrimos a los pacientes con nuestros cuerpos al atenderlos. Ellos nos dijeron que era la “Geral”. Les preguntamos por la edad y nos dijeron 15 ó 16. Yo creo que todos…
– ¿Se remecieron?
A todos se nos removió todo. Como que nos toca más la fibra cuando son menores, porque tenemos protocolos, redes de asistencia legal y social, pero cuando uno se enfrenta al paciente desconocido -porque te entregan solo un herido, una circunstancia-, entonces tú asumes que se trata de un adulto. En el estado de Geraldine, las expresiones no estaban presentes, por lo tanto eso te desorienta en cuanto a calcular su edad. Sabíamos que era joven, creíamos que alrededor de unos 20 años, pero nos dicen: «15, 16. Es del colegio». Quedamos todos para adentro. Fue como «chucha, ella es una niña que tiene su vida por delante y está así de grave”. Entonces, creo que fue uno de los momentos más críticos, porque el equipo y la disposición cambian. No es que hagamos más, pero no se nos puede morir una niña, porque es la inocencia pura. Ahí te cambia la mirada. La vuelves a ver en la camilla y ahora la ves de una manera distinta: sola, asustada como debe estar. Es duro. Es muy duro. Claramente, no cambia las medidas a tomar, pero nos duele mucho más. Es una niña y no la asaltaron en la calle, es una niña que fue violentada por Carabineros, aunque en muchos lados salió que no se sabe si fue una lacrimógena. Cuando nos dicen que fue por lacrimógena, nosotros lo creemos, porque lo hemos visto. Y la gente empieza a comentar: «¿Qué hacía esa niña en la calle? ¿Dónde están sus papás que la dejan salir sola?».
– ¿Te molestan esos comentarios?
Dan ganas de agarrar el computador y responderles «qué importa». Ella estaba ahí porque lucha por todos nosotros, por todos los chilenos, por sus compañeros escolares que son los que partieron con todo esto y son los que tienen más fuerza en el movimiento. Estaba ahí por los abuelos, por las pensiones, por los universitarios, por los mismos médicos, porque el sistema de salud es un desastre. Ahora yo trabajo independiente, en una consulta, pero salí de la Chile y me formé en hospitales públicos, trabajé todo mi internado en urgencias públicas, en la Posta Central. Entonces, da una rabia leer esos comentarios, que se preocupen de qué andaba haciendo en la calle. Es una niña que está en riesgo vital, que tuvo que ser operada esa misma noche.
– ¿Cómo enfrentan ustedes como equipo médico esto? ¿Cómo los afecta?
Nosotros tenemos sistema de apoyo en salud mental. Como organización tenemos psicólogos y psiquiatras que nos acompañan, que están disponibles. De hecho, los que llevamos más tiempo, estamos todos en acompañamiento y si se necesitan terapias, nos derivan. Es una forma de acompañamiento por los casi 60 días que ya llevamos viendo estas cosas. Nada te prepara para presenciar esta brutalidad. Tomamos la decisión en conjunto que los que estuvimos ese día involucrados nos íbamos a dar unos días de descanso, porque son necesarios. Uno es capaz de bloquear las cosas y ponerse robot y seguir yendo allá, pero eso al final pasa la cuenta y también tenemos que cuidar nuestra salud mental, porque no sabemos cuántos días más vamos a tener que estar ahí y no sirve que colapsemos. Yo creo que estamos todos con trastornos del sueño.