COLUMNA DE OPINIÓN
De “El Mercurio miente” a “la tele miente”
10.11.2019
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COLUMNA DE OPINIÓN
10.11.2019
En las últimas semanas, como en tantas otras ocasiones, aparecieron múltiples críticas al trabajo de los periodistas en los medios tradicionales y hegemónicos, tanto de prensa escrita como televisiva. En buena parte de la cobertura de la protesta que explotó el viernes 18 de octubre, se observó una rutina que privilegia el desorden, los saqueos, la quema de estaciones de metro, obviando lo central de las movilizaciones sociales y políticas. Personas entrevistadas en la calle interpelaban a los periodistas por no dejarlos hablar, por hacer preguntas obvias, o centrarse en la anécdota.
Este cuestionamiento ha generado reflexiones sobre el periodismo en tiempos de crisis y sobre la cobertura política en los medios. La antropóloga Francisca Márquez se preguntó en este mismo espacio ¿quiénes forman a los periodistas en Chile?
La crítica sitúa el análisis en el funcionamiento de los medios, en el ejercicio del periodismo y en la formación de los profesionales. Para contribuir a este debate, es menester proponer una distinción entre medios, periodistas y trabajo periodístico.
Los medios son instituciones sociales como se comprende desde las primeras teorías de la comunicación. Esto supone que proveen normas e imponen una manera de hacer las cosas muy dependientes de las contingencias políticas, culturales y económicas.
Por ejemplo, El Mercurio se ha concebido a sí mismo como una institución en el país, tal como describe el periodista Víctor Herrero en su biografía sobre Agustín Edwards Eastman, y en consecuencia ha actuado como un actor político para promover un determinado tipo de sociedad, al punto de ser el cómplice mediático más relevante de la dictadura de Pinochet. Ese carácter de soporte de los sectores conservadores le valió el recordado lienzo “El Mercurio miente”, colgado en el frontis de la Universidad Católica de Chile en agosto de 1967.
52 años después, y en medio de otro contexto político y comunicacional, ese lema se traslada a la televisión, que ha sido interpelada con fuerza durante estas últimas semanas. La TV sería ahora el vector central en la diseminación de “mentiras”, acusada de cobertura sesgada y falsa de la protesta social y política.
¿Por qué a algunos grupos de la sociedad les parece engañosa la cobertura de la prensa?
Vale la pena reflexionar si los medios hoy mienten alevosamente (como si fueran portadores de un alma maligna o una esencia) o más bien encuadran la discusión pública para sostener una agenda política determinada dependiente en mayor o menor medida de las élites políticas y económicas. Esta precisión es relevante en medio de la circulación de noticias falsas y de los ataques deliberados de sectores de ultraderecha para dañar la credibilidad de la prensa. Por ejemplo, Trump ha intentado neutralizar el escrutinio de CNN a través de una sistemática acusación de mentir, lo mismo ha hecho Bolsonaro en Brasil o José Antonio Kast, quien junto a sus seguidores, están convencidos de que la mayoría de los periodistas en Chile son de izquierda.
No es casualidad que los sectores más intolerantes intenten debilitar el trabajo de la prensa, de esa manera impiden que sus tácticas de desinformación sean desenmascaradas. Por eso, es relevante precisar que “mentir” y “encuadrar” no son sinónimos, aunque ambos términos dependan, en buena medida, de contextos económicos (concentración económica del sistema mediático), morales (por ejemplo, prejuicios y el sentido común social predominante) e ideológicos (hegemonía de sectores políticos particulares).
El “encuadre”, o framing en inglés, es una estrategia discursiva empleada por los medios para destacar ciertos aspectos de la realidad representada y omitir otros. Este encuadre es concordante con la línea editorial de los medios y con los intereses de sus dueños. Desde esta perspectiva, y en un contexto de alta concentración mediática, es poco probable que la mayoría de los medios hegemónicos en Chile desplieguen discursos contrarios al sistema político y económico vigente (modelo neoliberal). Por tanto, más que fiscalizadores de la realidad estos medios hegemónicos tienden históricamente a ser cancerberos del statu quo.
Estos medios tradicionales, ciertamente, han sustentado su trabajo en aquello que, desde antaño, vende y se emparenta con el sentido común nacional: el miedo, los discursos punitivos, la apelación al ethos del orden, pero también la caridad, la dramatización y la teletonización de la protesta. Esto ocurre en Chile y en muchos otros países.
Este discurso desplegado en los medios de comunicación en tanto instituciones es también producto de la rutina profesional de los periodistas. Sin embargo, es importante aclarar que los periodistas, sobre todo los con menor experiencia en la redacción, no son dueños totales de su práctica. El periodista no encarna automáticamente una buena o mala práctica periodística o la línea editorial de su medio.
La cobertura periodística está también mediada por las condiciones de producción de ese trabajo profesional. Actualmente, la mayoría de los periodistas enfrenta condiciones económicas deplorables, con escasa seguridad laboral y alta precarización, con departamentos de prensa cada vez más orientados por cálculos gerenciales ajenos a la misma actividad. Esto para nada exculpa una cobertura alejada del rigor y de los principios éticos de la profesión, pero permite contextualizar el trabajo de la prensa en un panorama de vulnerabilidad laboral, extensible también a otras profesiones u oficios.
Además, concentrarse simplemente en los medios, como espacio de ejercicio de la profesión, suprime la responsabilidad de la propia enseñanza del periodismo en las universidades -de las cuales nosotros somos parte-, donde opera muchas veces simplemente un discurso normativo sobre el periodismo. Sin embargo, el contexto periodístico ha cambiado en un ambiente de múltiples tecnologías de la comunicación, donde el antiguo monopolio de la información se fragmenta en millones de posibilidades de difusión y selección de ella.
Por lo mismo, hoy se espera que los periodistas ya no solo “cuenten la verdad”, sino que además sean capaces de interpretar y explicar la realidad representada por los medios. Eso solo será posible si se fomenta el pensamiento crítico sobre la labor periodística en función del dominio conceptual del campo de la comunicación y las ciencias sociales. Esta carencia para entender y comunicar procesos complejos ha significado, por ejemplo, que el debate sobre políticas públicas se enfoque principalmente en el conflicto y no en las consecuencias sociales de estas medidas, tal como un estudio reciente muestra.
Lo anteriormente planteado decanta en una exigencia ética permanente en la cobertura periodística de la movilización social en Chile. Esta demanda implica, en primer lugar, rechazar de plano las violaciones a los Derechos Humanos perpetradas por agentes del Estado y también las agresiones a la prensa en su ejercicio profesional, que atentan contra la libertad de Expresión. Se requiere además explicar las causas del estallido, evitar la espectacularización y criminalización de las protestas y romper con el monopolio discursivo de los profesionales de la política y sus analistas de cabecera, que excluye las voces sociales o alternativas.
Una cobertura éticamente responsable contribuye a complejizar la realidad, para no caer en la interpretación binaria de los hechos y la simplificación de las demandas, tan favorable para el funcionamiento los medios tradicionales y hegemónicos del país.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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