COLUMNA DE OPINIÓN
Pensar con la gente: una ciencia social lenta, autónoma y comprometida con Chile
02.11.2019
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COLUMNA DE OPINIÓN
02.11.2019
“Hay que asumir con humildad que quienes formamos parte de la comunidad científica no hemos estado a la altura de los problemas de Chile” escriben las autoras. La ciencia, explican, ha ofrecido soluciones parciales a temas estructurales o se ha conformado con abordar los problemas “asépticamente, con el foco en la publicación prestigiosa más que en el drama estudiado”. Este texto propone caminos para que la ciencia vuelva a conectarse con lo público y las personas. Por ejemplo, revisar “la noción de ciencia, evidencia y, sobre todo, de experticia con que se opera en Chile”.
Foto inicial: Migrar Photo
En estos días han aparecido columnas y declaraciones en las que universidades y grandes centros de investigación (por ejemplo, la Escuela de Economía de la Universidad Católica o la declaración colectiva de centros FONDAP) hacemos mea culpa, asumiendo que los académicos no hemos sido capaces de visibilizar, “traducir” y transmitir a la clase política las realidades sociales ni vislumbrar soluciones sensibles y sustentables.
Es indudable que existe un grado de complicidad con un sistema desigual de parte del mundo de la ciencia que ha visto pasar conflictos y soluciones parciales a problemas estructurales, en ámbitos tan diversos como la habitabilidad, la educación, la precariedad laboral, la falta de reconocimiento a los Pueblos Originarios, las denominadas “zonas de sacrificio ambiental”, entre otros, sin pronunciarse con una voz firme, pública, o peor aún, conformándose con estudiarlos asépticamente, con el foco en la publicación prestigiosa más que en el drama estudiado.
Hay que asumir con humildad que quienes formamos parte de la comunidad científica no hemos estado a la altura de los problemas de Chile.
Sin embargo, sería ridículo pensar que los problemas de diagnóstico o las soluciones tecnocráticas y de implementación de planes -que en el papel lucen bien, o incluso parecen políticas progresistas, pero que guardan poca o ninguna relación con las vivencias reales y prácticas sociales de los chilenos-, sean problemas que la academia pueda resolver por sí sola.
“Nos encontramos en un escenario de radical desconexión entre quienes diseñan y operan las políticas y quienes, de una u otra forma, están en conocimiento de las realidades cotidianas de distintas comunidades”.
Y aquí nos encontramos con otro problema: el de la desconexión de una parte de la academia con el mundo público. Esto se deriva, ciertamente, de la falta de proactividad por parte de académicos por dar a conocer investigaciones que suelen ser difícilmente traducibles a lógicas sectoriales, macro-diagnósticos o datos del tipo insumos.
Pero también se vincula con la poca validación de cierto tipo de investigación por parte de los tomadores de decisiones y un muy acotado concepto de experticia.
Muchos académicos y cientistas sociales llevamos tiempo trabajando sobre la compleja realidad de sufrimiento social e incertidumbre que afligen a la gran mayoría de los chilenos, desde el punto de vista de las vivencias cotidianas y las estrategias de sobrevivencia y cuidado que emplean las y los chilenos que habitan en diferentes territorios y realidades del país.
Para las y los académicos que justamente nos esforzamos en pensar a partir de estas realidades el mea culpa es, en concreto, no habernos atrevido a salir de nuestros circuitos, alzar la voz y entrar en el diálogo con la opinión pública, las políticas públicas y legisladores a sabiendas del esfuerzo implicado en hacer legible y transferible el tipo de conocimiento que emerge, por ejemplo, de la inmersión de largo plazo en el territorio.
Pues, en línea con la segregación global que aflige a Chile, nos encontramos en un escenario de radical desconexión entre quienes diseñan y operan las políticas y quienes, de una u otra forma, están en conocimiento de las realidades cotidianas de distintas comunidades. Y, creemos, parte del problema responde a la noción de ciencia, evidencia y, sobre todo, de experticia con que se opera en Chile.
En la actualidad, el conocimiento científico se estratifica de acuerdo a nociones cortoplacistas de utilidad inmediata o transferencia para realizar ajustes a políticas y programas sociales. Los estudios económicos -de cierto corte teórico y técnico- son, por ejemplo, más reconocidos que los estudios psicológicos o antropológicos, y los datos cuantitativos son muchas veces utilizados sin complementarlos con el necesario análisis cualitativo que pueda explicar las realidades detrás de las cifras.
“Creemos que parte del problema responde a la noción de ciencia, evidencia y, sobre todo, de experticia con que se opera en Chile”.
A pesar de las conocidas dificultades que presentan las encuestas en el escenario social mundial, como predictores de las realidades ciudadanas, se nos siguen mostrando como el principal instrumento válido, legible y objetivo por quienes no pertenecen a las ciencias sociales para variadas y relevantes tomas de decisiones. El número y la significancia estadística se imponen por lejos a cualquier análisis teórico o de carácter cualitativo, dejando poco margen para la triangulación, sobre todo cuando se trata de aventurarse más allá de la hiperespecialización temática.
Desde nuestra perspectiva, es en esas vidas dentro de los números donde encontramos pistas importantes. Un ejemplo a partir de nuestras investigaciones lo encontramos en el campo de la delincuencia y temor. Con cierta frecuencia, salen encuestas de victimización y temor que, con razón, generan respuestas inmediatas por parte de los gobiernos de turno, generalmente anunciando mayores medidas de seguridad. Sin embargo, se discute poco el por qué, que independiente de si las cifras de victimización suben o bajan, la percepción del temor se mantiene alta entre las y los chilenos (aludiendo a lo más al rol de los medios de comunicación) y aún menos los efectos sociales de estas políticas en territorios concretos.
Investigación etnográfica indica que en los estratos socioeconómicos medios-bajos muchas personas el temor a la delincuencia se articula con un miedo a la estigmatización, la que implica ser percibidos como (potenciales) delincuentes y “flaites”, y que la participación en actividades vecinales de seguridad ciudadana, entre otros, también puede entenderse como una forma de evitar estigmatización entre pares. De esta forma. Una política pública basada en una la lectura simple de los números nos lleva a pensar que “temor” es un sentimiento simple e unívoco, sin considerar cómo éste se articula en una sociedad clasista y altamente estratificada.
De igual forma, la importación y simplificación de las denominadas metodologías participativas, por ejemplo, pueden dar la ilusión de conexión con los territorios, a menos que se desarrollen con plazos y métodos que suelen escapar de los requeridos para las tomas de decisiones.
Es más, incluso en sus mejores versiones, estas aproximaciones muy difícilmente permiten comprender las prácticas y experiencias desde donde emergen los sentires, valores y problemas sociales y culturales, corriendo el conocido riesgo de consolidarse como instrumentos legitimadores al servicio de la acción política y económica.
La ciencia social que piensa con la gente y analiza a partir de las vivencias cotidianas, enfrenta desde hace décadas condiciones adversas.
“Los estudios económicos -de cierto corte teórico y técnico- son más reconocidos que los estudios psicológicos o antropológicos; y los datos cuantitativos son muchas veces utilizados sin complementarlos con el necesario análisis cualitativo que pueda explicar las realidades detrás de las cifras”.
La segregación y estratificación jerárquica de facto entre los distintos tipos de saberes y metodologías mencionados arriba, es un elemento, junto con, por ejemplo en la entrega de menos presupuesto a este tipo de investigación, considerada “más barata” de realizar y menos relevante.
Otro factor muy importante -y que complica la producción científica en general- es la neoliberalización de la academia universitaria, donde la calidad del académico es medida más por la cantidad de papers publicados en revistas de prestigio que por la calidad de estos o el impacto real que generan.
Esto en particular afecta a investigadores jóvenes en vías de consolidación, quienes se ven presionados a privilegiar la producción rápida por sobre el análisis serio, lo que tiene, como daño colateral, la posible emergencia de competencia excesiva entre pares con el riesgo de que las necesarias colaboraciones entre colegas se vean comprometidas.
A la vez, es exiguo el reconocimiento al esfuerzo por colaborar con las poblaciones con quienes trabajamos o a la experimentación con formas alternativas de generar conocimiento y difusión, por ejemplo en colaboración con el mundo artístico.
Finalmente, vemos cómo la ciencia basal -donde las y los científicos desarrollamos proyectos y líneas de investigación libre- pierde cada vez más terreno frente a una lógica utilitaria enfocada en una ciencia estratégica (donde los temas son definidos en ministerios y agencias), con la intención de que sean directamente aplicables a políticas públicas o transferibles al desarrollo tecnológico. Esto es un potencial riesgo, porque cuando las problemáticas y preguntas iniciales están definidas a priori por intereses políticos (o corporativos), la autonomía académica se restringe y las posibilidades de generar verdaderos y nuevos conocimientos disminuyen, sobre todo en ámbitos del conocimiento que requieren de una aproximación inductiva.
“Vemos cómo la ciencia basal -donde las y los científicos desarrollamos proyectos y líneas de investigación libre- pierde cada vez más terreno frente a una lógica utilitaria enfocada en una ciencia estratégica”.
En estos días en que las y los chilenos hemos comenzado a repensar el país, es el momento también para reflexionar sobre las condiciones de la labor científica y qué tipo de “datos” puedan aportar mejor al debate informado.
Para comenzar, y a partir de nuestra experiencia como investigadoras, proponemos tres elementos a considerar:
Una ciencia social lenta: Es necesario comenzar a valorar y dar cabida a una ciencia lenta que permite identificar las prácticas heterogéneas y contradictorias de las realidades sociales del país, ancladas en sus vidas cotidianas
En vez de “explicar” y calificar a la gente debemos comenzar a pensar con ellos. Debemos incluir el análisis cotidiano que hacemos todos de nuestra realidad como un insumo más en el diagnóstico.
Pensar con la gente puede implicar participar en asambleas y en formas “alternativas” de generación de datos. Pero va más allá de eso. Implica una mirada y una epistemología donde el conocimiento válido se genera al sumergirse en las múltiples realidades de las diversas comunidades que componen Chile.
“En vez de 'explicar' y calificar a la gente debemos comenzar a pensar con ellos”.
Debemos escribir, analizar y definir nuestra sociedad “desde abajo” para ofrecer miradas informadas de cómo se materializa el estado desde estas realidades encarnadas: desde las vivencias de migrantes, indígenas; clases medias, y, ¿por qué no?, también desde “arriba”, en las llamadas burbujas de la elite. Esta ciencia social muchas veces toma tiempo. No se realiza con unas cuantas llamadas telefónicas para una encuesta sino en la labor continua de formular preguntas a partir del mundo social, inductivamente, para sólo luego generar análisis y propuestas.
Una ciencia social autónoma: Para fortalecer una ciencia social seria se requiere resguardar la independencia y autonomía de ésta porque sin estudios independientes no hay conocimiento nuevo y socialmente legitimado.
Es de suma importancia contar con investigación de base donde las preguntas de investigación no estén subordinadas al termómetro de la opinión pública del momento, intereses corporativos o las prioridades inmediatistas de los gobiernos de turno.
Es un imperativo ético de cada investigadora guardar su autonomía, pero esto también implica cambiar las condiciones estructurales e institucionales donde trabajamos las y los cientistas sociales. Debemos revertir la situación de precariedad laboral en que se encuentran demasiados investigadores jóvenes y ya no tan jóvenes; debemos desarrollar formas de evaluación que premien la calidad y aporte más allá de los factores de impacto de las revistas y la cantidad. Debemos desarrollar la intelectualidad por sobre la carrera académica.
“Debemos revertir la situación de precariedad laboral en que se encuentran demasiados investigadores jóvenes y ya no tan jóvenes”.
Una ciencia social comprometida: Más allá de los entendibles mea culpa realizados al calor del momento, necesitamos una ciencia social y académicos que se comprometan a reflexionar con las personas, las comunidades, las organizaciones sociales, las ONG y los gobiernos locales.
Es necesario establecer puentes directos que acerquen la ciencia al tejido social territorial, sin sentido extractivista o utilitario de la información, sino que con un sentido de reciprocidad y efectivo interés de encuentro y colaboración con la realidad referida. No para repetir eslóganes de moda, ni para, de ahora en adelante, dedicarnos a realizar estudios de acuerdo a la solicitud de las comunidades con quienes trabajamos (si bien esto también puede ser), y mucho menos, para convertirnos en voceras de personas y grupos que en estos días demuestran que están del todo calificados para hablar por sí mismos.
Por el contrario, una ciencia social comprometida con el debate y la sociedad ha de desarrollarse a partir del conocimiento y experticia de cada académico y académica.
Cuando colaboramos con conocimientos generados a partir de estudios en profundidad y cuando levantamos preguntas desde ángulos no convencionales se mantiene la esperanza de que siempre se puede empujar el debate un poco más allá, para el bien de todas y todos.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER/Académico recibe aportes de cuatro centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD) y el Observatorio del Gasto Fiscal. Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.