COLUMNA DE OPINIÓN
Periodismo precarizado: ¿puede/quiere la prensa proteger a los ciudadanos?
31.10.2019
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COLUMNA DE OPINIÓN
31.10.2019
Desde el estallido del 18/O la crítica a la prensa, particularmente a la TV, ha ido de la mano con el cuestionamiento a políticos, elite económica y policías. Esta crítica se estaba incubando hace tiempo. Los autores de esta columna detallan algunos problemas no resueltos en la industria: presiones empresariales en la cobertura de noticias, reducción y precarización de salas de prensa, violencia contra los que intentan informar. El resultado es que muchos ciudadanos no nos perciben como confiables. Aquí se sugieren vías para revertirlo.
En el noticiario central de CNN/CHV del 24 de octubre, un reportero de calle intentaba, en vano, hablar con una mujer que protestaba. La entrevistada, molesta, acusaba la cobertura sesgada de los medios. En vivo, tanto el reportero como los conductores desde en el estudio insistían en el esfuerzo de CNN y CHV en visibilizar todas las aristas del conflicto. De hecho, la nota previa había sido sobre víctimas de la brutalidad policial y militar.
El reportero no le hizo el quite a la crítica y dio la cara para responder, a diferencia de situaciones similares en que los noteros cortaron despachos, ignoraron a sus entrevistados o se ciñeron a su pauta. Pero no había diálogo posible: no importaba cuán bien pudiera estar reporteando el canal de Turner, pues la crítica es a la televisión en general (ver acá, acá, aquí o acá), que se ha expresado con movilizaciones incluso frente a los canales.
Este rechazo, en el seno del estallido social del 18/0, se ha constatado recientemente en otras latitudes (los chalecos amarillos en Francia; la cobertura sobre raza y género en Estados Unidos, y prácticas ilegales de cierta parte de la prensa en el Reino Unido); en otros periodos de la historia chilena (la Reforma Universitaria o las movilizaciones de estudiantes y feministas) y en el marco de procesos de reformas a las regulaciones de medios en América latina. La controversia se ancla en la expectativa sobre el rol social del periodismo que, por el contrario, ha privilegiado una cobertura mediática sesgada a diversos actores y eventos (ver acá, acá o acá) y su apego a ciertos expertos ha contribuido, también, a una agenda elitista.
El estallido social del 18/0 desnuda varios problemas que el periodismo arrastra desde hace años, incluso en tiempos menos convulsos.
Quisiéramos detenernos en la precarización del ejercicio periodístico y cómo ha venido afectando la libertad de prensa y la producción de contenidos de calidad: ¿Qué tan bien ha resistido el periodismo independiente ante un Estado violento y ante los intereses económicos de los mismos medios y de los “rostros”?
Esa misma noche del 24 de octubre, Estefani Carrasco, periodista del diario La Estrella de Arica y dirigenta gremial, fue detenida con dos colegas más a pesar de identificarse como reporteras. Fueron llevadas a la comisaría y ahí las obligaron a desnudarse y a hacer sentadillas. Tras gestiones del Colegio de Periodistas de Arica, fueron liberadas durante la madrugada, hicieron la denuncia al INDH y la fiscalía se encuentra investigando.
Diversos organismos nacionales e internacionales han denunciado la escalada de agresiones a periodistas que se encuentran en la calle cubriendo las movilizaciones, ataques registrados por la televisión y redes sociales, que han afectado a prensa nacional y extranjera, así como a medios tradicionales y alternativos.
“En aquellos casos en que los medios han dado cobertura a escándalos financieros, el enfoque ha sido más bien benigno o poco crítico”.
Reporteros y organismos gremiales han denunciado también que Carabineros en distintos puntos del país ha puesto “trabas para la entrega de salvoconductos” a periodistas. Otros fueron detenidos e, incluso, amenazados de deportación.
Una precarización estructural del periodismo no garantiza condiciones de pluralismo para ejercer la profesión. Nos recuerda, por una parte, la fragilidad de la libertad de prensa y, por otra, que, desde la racionalidad política del Estado, la prensa es un dispositivo que permite manejar el secreto, en vez de permitir la circulación de la noticias.
Los mismos periodistas y trabajadores de los medios han rechazado la cobertura sesgada, cuestionando la pasividad de las estrellas y el enfoque editorial enmarcando el reporteo. El énfasis que por estos días ha puesto en los daños materiales por sobre las vidas humanas cobra más sentido cuando revisamos la relación conflictiva del periodismo con el poder económico. Los periodistas chilenos reconocen una presión mayor en el ejercicio de su labor mayor que la que reportan colegas en otros países (ver acá y acá). Ya a principios de la década del 2000, reporteros, editores y ejecutivos de medios concordaban en que la cobertura económica representaba desproporcionadamente los intereses empresariales.
En aquellos casos en que los medios han dado cobertura a escándalos financieros, el enfoque ha sido más bien benigno o poco crítico. La televisión (con excepciones, acá o acá) ha estado más bien a la saga en ello. En diez años, además, la pobreza en televisión aparece poco y mal.
En ese contexto, los discursos audiovisuales hipertrofiados de ciudadanos e, incluso, familias hurtando masivamente desde supermercados, los incendios, los costos de la reparación de la red de Metro o actores económicos tradicionales dominando el discurso (gobierno, Luksic y otros empresarios, asociaciones de AFP y de supermercados y las clasificaciones de riesgo del país) muestran un compromiso con un ángulo particular, tensionado entre cierto oficialismo y el espectáculo.
El carácter insensible, desconectado e inoportuno de ciertos panelistas y rostros de televisión, así como la desconexión al asegurar una y otra vez lo imprevisto del estallido, han gatillado duras réplicas. En la desenfrenada carrera para mediatizar, la lentitud para abordar la brutalidad policial y militar remite a ese mismo vacío informativo. Sin duda, es una precarización del oficio de periodista. La sintonía gubernamental entre la razón de Estado y los medios enfatiza el orden y la propiedad privada contada en clave de espectáculo.
El espectáculo del oficialismo, entre autoridad y humanidad, construye una narrativa (storytelling) cuya función histórica consiste en regular la información disponible y la manera “correcta” de abordarla. Se juega en el diálogo de los periodistas con fuentes oficiales, con nulas o escasas contrapreguntas. Esta práctica no pondera la producción de contenidos informativos, no abre espacios para voces o grupos subordinados ni para actores individuales o sociales movilizados, ni cuestiona los enfoques que las fuentes hegemónicas proponen.
A un nivel de montaje televisivo, este storytelling repite las imágenes espectaculares, comentarios más bien descriptivos y un cierto letargo en la capacidad de producir o buscar análisis que problematicen el malestar y los abusos a la base de la movilización social. El uso de la pantalla doble para mostrar simultáneamente marchas y saqueos, equipara los acontecimientos y los articula como si fueran dos caras de una misma medalla.
Tal efecto de comparación y contraste entre ciertos ciudadanos “bien portados” (como los que se agrupan en la Plaza Ñuñoa) y “delincuentes” (en Plaza Italia, Plaza Maipú o Puente Alto), lo generan también los conductores en estudio (“esta es una manifestación familiar”). Por último, las cuentas regresivas previas al toque de queda diario son un recurso macabro que emula un gran espectáculo a medio camino entre el Año Nuevo y la Teletón.
Por otro lado, existe una especie de competitividad profesional para ser lo más reactivo posible y desplegar inmediatez en el tratamiento de los acontecimientos. Esto se revela una cierta obsesión por la simultaneidad. Implica, además, un trabajo de selección y jerarquización orientado al más reciente desborde, al momento más melodramático o la última demostración de autoridad.
La transformación digital que vive el periodismo tiene efectos organizacionales fuertes. Se trata de publicar lo más rápido posible, pariendo contenidos crecientemente superficiales y con errores. La polifuncionalidad también socava cualquier intento por desarrollar un periodismo de calidad: se espera que un reportero domine habilidades para escribir, fotografiar, grabar videos, usar herramientas digitales y fact-checkear contenidos generados por usuarios, todo al mismo tiempo. El uso de los celulares inteligentes en vivo bien lo demuestra.
“El uso de la pantalla doble para mostrar simultáneamente marchas y saqueos, equipara los acontecimientos y los articula como si fueran dos caras de una misma medalla”.
Es vital, además, recordar que el periodismo está cruzado por múltiples y diversos intereses del capital (minería, banco, retail, seguros y un largo etcétera), un tinglado que está a la base de la estructura cuestionada por la movilización en curso. La crisis del 18/0 se superpone al desguace de los medios, en general, y de los departamentos de prensa de televisión, en particular, en los últimos años (ver acá, acá o acá). Esta precarización del periodismo se verifica en despidos masivos y sistemáticos, la tercerización de funciones básicas (camarógrafos, productores y hasta reporteros), y trabajadores de prensa que comparten las condiciones de precariedad con el resto de los asalariados del país: Polifuncionalidad, contratos a plazo fijo, outsourcing, prácticas antisindicales y abuso del artículo 22 del Código del Trabajo.
Recordemos que los periodistas de la radio Bio Bio continúan en negociación colectiva. Los contratos colectivos de todos los canales han incrementado los salarios de sus trabajadores solo de acuerdo al IPC y con bonos por coberturas críticas (como la que vivimos). Por el contrario, los canales pagan los salarios más altos, que corresponden a rostros y conductores ancla, a través de empresas de responsabilidad limitada. Hombres y mujeres “rostros” que, además, abultan sus ingresos como rostros de publicidad de tiendas de retail o automóviles, entre otros productos y servicios. Los altos ejecutivos de TV han visto apenas alterados sus ingresos y bonos, también. Al final de este noticiero 24/7, los ejecutivos y rostros recibirán sus bonos mientras que varios de los reporteros probablemente queden desempleados en la próxima reestructuración o tercerización de los canales.
Frente a esta profunda precarización del oficio, la proyección de un periodismo de calidad sólo puede pasar por la reconstrucción de una comunidad de propósito.
Los caminos son múltiples y complementarios: revitalizar el gremio y los sindicatos, pero también construir instancias de reflexión y de intervención del periodismo, que articulen salas de redacción, instancias colectivas, periodistas individuales y universidades. Es a este precio que el periodismo (en su homogeneidad y su heterogeneidad) podrá contribuir al cambio social.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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