COLUMNA DE OPINIÓN
Lo que el vecino ve y la televisión no
27.10.2019
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COLUMNA DE OPINIÓN
27.10.2019
La antropóloga Francisca Márquez fue una de las primeras en cuestionar la cobertura periodística del 18/O que se centró en la violencia y ha sido ciega a la mayoría pacifica y a sus discusiones políticas. En este texto, lanza preguntas incómodas a los que trabajan preguntando: “¿Cómo explicar esta distancia entre el ojo del periodista y el ojo del vecino común? ¿Para quién o quienes trabajan estas cámaras ocupadas solo en la destrucción?” Argumenta que los medios han construido “un modelo estereotipado de nuestra realidad, empobreciendo o anulando la polifonía en la discusión política y de clase”.
Si no viviese en Plaza Italia, probablemente no estaría escribiendo esta columna de opinión para CIPER. Pero vivo en Plaza Italia y desde grandes ventanales puedo seguir con minuciosidad lo que allí ocurre. En uno de los muros del cuarto desde donde contemplo la plaza rodeada de cerros y cordillera, está empotrada nuestra televisión. Una televisión pequeña, pero que me permite observar la plaza, registrar y tomarle el pulso a lo que allí sucede.
Es jueves, cae la tarde. Desde mi ventana observo cómo la gente camina, se reúne en pequeños grupos, conversa, salta y grita. Esta ha sido una jornada más de revuelta y expresión del descontento social. En la plaza, carros lanza agua, zorrillos, piquetes de carabineros blindados por doquier y soldados con sus armas y camuflajes beige. Cada cierto tiempo, las bombas lagrimógenas cubren todo con un humo irritante.
En mi pequeña pantalla de televisión, un canal nacional se enfoca en la misma plaza. La recorre y nos entrega una panorámica. Allí la plaza se muestra sin militares, sin carabineros, sin lanza aguas ni zorrillos. La plaza está llena de gente manifestándose. En la plaza anochece. El periodista señala que es tan grande la multitud que las fuerzas especiales se han visto sobrepasadas y no han podido ingresar al lugar. Vuelvo a mirar por mi ventana, vuelvo a mirar la pantalla… una y otra vez, sin poder creer lo que veo en una y en otra. Comparo, llamo a mi gente y le pido su opinión. Concluimos al unísono, que la imagen de la plaza de la TV no es la plaza que todos vemos desde las alturas de nuestro edificio. La imagen proyectada desde la pantalla de la TV, no es la imagen que nuestros ojos perciben.
En los días siguientes continuo mi ejercicio; como etnógrafa que soy, descubro que la pauta se repite. Una y otra vez, la distancia entre la imagen de mis ojos y la imagen de la cámara no dialogan, no encuentran punto común, lo registro en mi bitácora. Temprano el día vienes y el día sábado, en Plaza Italia aparecen pequeños carros de comida -pizzas, jugos, hotdogs-, todos engalanados con sus quitasoles coloridos. La plaza se llena, la gente come, conversa y a ratos una que otra bandera se agita en ese día soleado. Una larga y delgada fila de jóvenes médicos de la cruz roja atraviesa el lugar; pequeños grupos vestidos de intenso amarillo del INDH se mueven atentos entre la muchedumbre apostada a la sombra de los árboles.
“Los medios hoy en Chile, han construido de manera sigilosa, pero sistemática, un modelo icónico y estereotipado de nuestra realidad, empobreciendo o anulando la polifonía en la discusión política y de clase”.
A esa misma hora observo los canales de TV y sus cámaras, las imágenes de la Plaza Italia son las del maltrecho hotel Principado de Asturias y los encapuchados que lo rodean. Con voces agitadas y nerviosas, los periodistas narran el vandalismo y el saqueo. Vandalismo que al menos uno de los canales ha conocido directamente estos días; de hecho, mientras escribo esta columna, dicho canal ya no emite programas en su estudio. Debo reconocer, sin embargo, que el rechazo y la crítica ciudadana ha permitido horadar esta mirada, y progresivamente los canales y sus matinales se abren a incluir nuevas miradas al debate, ya sea a través de reportajes en la calle o invitados que habitualmente no están presentes en la pantalla. La conversación cambia su ritmo, los periodistas comienzan a escuchar y se dejan increpar, algo comienza a cambiar. Las hipótesis de este giro pueden ser muchas, pero lo cierto, es que la presión de la calle y la revuelta ciudadana no dieron tregua. Sabemos, sin embargo, que pasará mucho tiempo para que la legitimidad de los medios se gane su espacio. Las complicidades y diálogo entre periodistas y ciudadanía, es aún una tarea pendiente.
¿Cómo explicar esta distancia entre el ojo del periodista y el ojo del vecino común? ¿Cómo comprender este énfasis en el espectáculo y el anonimato de la masa? ¿Para quién o quiénes trabajan estas cámaras ocupadas solo en la destrucción y el vandalismo? ¿Por qué las cámaras nunca se detienen en los miles de precarios carteles de cartón y papel que los manifestantes pegan en sus ropas, en los muros y en los monumentos de nuestra ciudad? ¿Por qué las cámaras nunca enfocan las discusiones y conversaciones de los manifestantes? Conversaciones agitadas, acaloradas, pero conversaciones del espacio público y de profundo sentido político. ¿Por qué la televisión con sus noticieros y matinales, descuida de manera sistemática la relación entre política y prácticas cotidianas? ¿Por qué los medios olvidan o desconocen que la política se hace en la calle, en la población, en el almacén y en los cuerpos del ciudadano común y no en las cuatro paredes de la Moneda, del Congreso o alguna sede partidista? ¿Quién forma y educa a los periodistas en Chile?
No tengo ciertamente, respuestas a estas preguntas que a todos nos rondan. Sin embargo, no me cabe duda que más de un intelectual podría advertirme que la imagen no es la realidad. Por cierto, una imagen nunca es la realidad misma, pero también sabemos que cualquier imagen mantiene siempre un nexo de unión con la realidad. Por consiguiente, toda imagen es un modelo de realidad. Lo que varía no es la relación que una imagen mantiene con su referente, sino la manera diferente que tiene esa imagen de sustituir, interpretar, traducir o modelar la realidad. Los medios hoy en Chile, han construido de manera sigilosa, pero sistemática, un modelo icónico y estereotipado de nuestra realidad, empobreciendo o anulando la polifonía en la discusión política y de clase.
“Frente a la poderosa negación de los medios de comunicación a la experiencia vívida de la desigualdad, hemos tenido que acudir a nuestras plazas, y ahí, con nuestros cuerpos hacer resistencia al silenciamiento de las voces”.
La vista llega antes que las palabras, nos dice el crítico de arte y pintor británico, John Berger. La vista establece nuestro lugar en el mundo circundante. Explicamos y relatamos el mundo con palabras, pero éstas nunca pueden anular el hecho de que estamos rodeados por la experiencia en él. Quizás por eso mismo, frente a la poderosa negación de los medios de comunicación a la experiencia vívida de la desigualdad, hemos tenido que acudir a nuestras plazas, y ahí, con nuestros cuerpos hacer resistencia al silenciamiento de las voces. La filósofa Judith Butler lo sabe cuándo nos advierte que la precariedad y la exposición sistemática al insulto, la violencia y la exclusión y la estigmatización tiene el gran riesgo de dejarnos desprovistos de nuestra condición de sujetos reconocidos. La autora se pregunta ¿cómo es posible la reivindicación de un derecho cuando no se tiene el derecho a la reivindicación?
Yo agregaría, ¿como es posible la reivindicación cuando se nos silencia la posibilidad de comunicarnos más allá de nuestros estrechos márgenes y fronteras de los iguales? ¿Cómo construir comunidad y nación, sin esa posibilidad de comunicar – nos? ¿Cómo alterar y transformar esta condición básica de toda democracia, como es el derecho a la visibilidad, al reclamo, a la voz, a la imagen? ¿Cómo llamamos o como conversamos con aquellos que ni aparecen como sujetos ni pueden aparecer como tales en el discurso hegemónico? ¿Qué significa reivindicar derechos cuando no se tiene ninguno? Butler nos responde: solo traduciendo al lenguaje dominante, pero no para ratificar su poder, sino para ponerlo en evidencia y resistir a su violencia diaria. Significa encontrar el lenguaje a través del cual reivindicar los derechos a los que uno no tiene todavía derecho.
Es lo que ocurre en Plaza Italia, masas de cuerpos portando sus gritos, sus pancartas y sus celulares desde donde subir sus propias imágenes. En cada uno está la certeza que a veces no es una cuestión de tener primero poder y después ser capaz de actuar, a veces es una cuestión de actuar y al actuar reclamar las bases del poder que se requieren. Y ésta ha sido la manera más eficaz que hemos encontrado en Chile para silenciar y aleccionar a esas cámaras que una y otra vez, niegan la revuelta de nuestras plazas.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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