COLUMNA DE OPINIÓN
Periodismo, hoy más que nunca
26.10.2019
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COLUMNA DE OPINIÓN
26.10.2019
En la crisis del 18/O las debilidades del periodismo quedaron al desnudo. Entre ellas, la dificultad que tenemos para comprender y contar los problemas sociales. La autora argumenta que estas jornadas han mostrado que los periodistas “no son reemplazables porque la información no se revela sola”, pero también ha evidenciado “lo mal que le hace al país un periodismo domesticado, disfrazado de entretención, motivado por las agencias de comunicaciones”. Cree, sin embargo, que la presión de la ciudadanía nos “ha obligado a recuperar el ritmo” y eso es esperanzador.
Hacía mucho que no nos dábamos cuenta de cuánto necesitábamos información. En estos días los ciudadanos nos hemos volcado a la televisión, la radio, los diarios, los sitios web de noticias y las redes sociales porque estamos hambrientos de saber y de entender. Y también de compartir, solidarizar, apoyar, hacer comunidad.
Para todo eso existe el periodismo. Por eso, lejos de quedar en entredicho, en estos días se ha fortalecido la evidencia de que el periodismo es una necesidad social, indispensable para vincular, pero también para distinguir lo cierto de lo falso, para dar contexto y sentido a lo que se ve y se escucha.
Si alguien tuvo dudas en algún momento, si alguien pensó que con los contenidos que circulan en los sitios web y en redes sociales bastaba y que la sociedad ya no requería de intermediarios, en esta semana se ha demostrado que los periodistas y el periodismo no son reemplazables porque la información no se revela sola sino que hay que buscarla y eso requiere tiempo, energía, valentía y un criterio ejercitado a diario, contra el tiempo y presionado por la realidad.
El problema que se ha hecho evidente en estos días es que, para responder a esa necesidad social, el periodismo chileno ha perdido músculo. Costó reaccionar, costó adoptar el tono adecuado, tomar las decisiones correctas. Cuando comenzaron las evasiones masivas de estudiantes en el Metro, la televisión las mostró en un marco casi anecdótico. Las radios informativas las abordaron como casos aislados, los diarios las relegaron a notas marginales. Sin embargo, una vez que se vio la dimensión del fenómeno —a partir del fin de semana pasado— los medios comenzaron a mostrar de qué son capaces. Y en ese despliegue ha habido de todo.
“El periodismo no es reemplazable porque la información no se revela sola sino que hay que buscarla y eso requiere tiempo, energía, valentía y un criterio ejercitado a diario, contra el tiempo y presionado por la realidad”.
No es verdad que el periodismo actúe como bloque, ni ahora ni nunca. Los medios son menos estructurados, más diversos y también más caóticos de lo que sus críticos piensan. Dentro de cada organización hay diferencias, discusiones, hay también muchas veces distinciones de clase: los reporteros que están en la calle suelen ser profesionales muy críticos de los dueños de sus empresas, los altos ejecutivos y las gerencias comerciales, a quienes consideran desconectados de la realidad, algo no muy distinto de la percepción que tiene la ciudadanía respecto de las autoridades de gobierno.
Esas tensiones sociales se dan también en los medios y se reflejan en el enfoque a veces hasta contradictorio entre distintas secciones de un diario o distintos equipos en un canal o una radio. Con todo eso, en estos días los equipos de las radios informativas —destaco a Cooperativa, Biobío, ADN— han hecho todo lo que debían hacer, con jornadas ininterrumpidas de cobertura desde todos los sitios posibles, con analistas en sus estudios y también con las voces de sus auditores, construyendo así un registro coral de enorme fuerza. Es cierto que sufren del mal de estos tiempos, que es el exceso de paneles de opinadores, pero la urgencia de los despachos de sus reporteros desde la calle ha puesto el equilibrio entre el dato y el análisis. Así, en estos días la radio ha vuelto a hacer el periodismo creíble, cercano e indispensable que ha ofrecido a la ciudadanía en tiempos de desastres naturales y (no lo olvidamos) durante la dictadura.
A la televisión le ha costado más hacerse cargo, porque está atrapada en sus propias lógicas de espectacularidad. Las imágenes de violencia (incendios, saqueos, agresiones) son irresistibles para la televisión, y por eso sin mucho filtro se ganan un espacio destacado en los noticiarios y en los matinales. Hoy es casi imposible abordar problemas abstractos en los noticiarios; el predominio de la imagen concreta es total. Eso no se nota mucho cuando lo que se quiere informar es un hecho que se agota en sí mismo, pero se hace evidente cuando se abordan fenómenos complejos como éste.
El encuadre editorial ha ido variando, desde una cierta mirada condescendiente y anecdótica con las evasiones masivas del comienzo, luego demonizando a todo el movimiento al mostrar sólo a los violentistas y, más recientemente, centrándose en la masividad de las manifestaciones pacíficas y su contraparte en la represión, pero siempre desde los casos, la anécdota. La necesidad de contar con imágenes atractivas obliga a recurrir en exceso a las fuentes de la calle, a través de la «encuesta callejera» que no tiene nada de representativa, pero que es una manera de darle rostro, corporeidad a eso que llamamos «opinión pública».
“El problema que se ha hecho evidente en estos días es que el periodismo chileno ha perdido músculo. Costó reaccionar, costó adoptar el tono adecuado, tomar las decisiones correctas”.
Los canales se han esforzado por ampliar la cobertura de las movilizaciones y de sus efectos, lo que resulta muy difícil hoy, con equipos que en general se han reducido en número y que también han perdido en experiencia, producto de la crisis de la industria: reporteros y editores son cada vez más jóvenes, un fenómeno que en el mundo se ha llamado la juniorización de las redacciones, y que implica, en muchos horarios, no contar con un editor fogueado que oriente a sus periodistas en decisiones de pauta, selección y edición. En estos días, además, ha habido más cobertura, pero hay canales que han seguido apostando a que la gente busca rostros y no información, lo que se traduce en que animadores de matinal enlazan y comentan las noticias. En esto, la televisión sigue subestimando a su audiencia, como si tuviera miedo de abandonar del todo el entretenimiento para dejarle la pantalla al periodismo en serio.
En el impreso, La Tercera ha hecho un trabajo extraordinario al asumir la misión de chequear las noticias y difundir los resultados en su edición PM. El Mercurio, más allá de cualquier análisis de su pauta, decidió no levantar su muro de pago y con esto ha quedado al margen de la conversación. Las Últimas Noticias y La Cuarta no se sacuden del mismo prejuicio que tienen los canales televisivos: asumir que su público no está interesado en contenidos “densos” y que quiere la anécdota solamente. En este contexto la decisión de Publimetro de llevar una portada con las pancartas de los manifestantes bajo el título “La primavera de Santiago” fue refrescante y conecta precisamente con algo que los ciudadanos están pidiendo: que se les escuche y se les tome en serio.
Esta semana ha hecho evidente lo mal que le hace al país tener periodismo domesticado, disfrazado de entretención, motivado por las agencias de comunicaciones. Estas prácticas han debilitado a reporteros y editores. La presión de la ciudadanía los ha obligado a recuperar el ritmo. Eso es bueno, es esperanzador. Y más todavía es ver que los propios estudiantes universitarios, en vez de quedarse sentados criticando a los medios, armaron una red estudiantil de información (@chile_rei) que los ha tenido reporteando y publicando a través de redes sociales casi desde el inicio de las protestas. Porque ellos entienden que necesitamos periodismo urgentemente.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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