ENTREVISTA
Fueguinos y patagones en zoológicos humanos: el exterminio como espectáculo
22.05.2019
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ENTREVISTA
22.05.2019
Para masacrar a fueguinos y patagones en el sur de Chile fue necesario poner en duda que eran personas, de modo que robárselos y matarlos no fuera un crimen. En su libro “Cautivos”, el historiador Christian Báez destaca una pieza clave de ese proceso: la industria de los zoológicos humanos, que secuestró y expuso a kawésqar, selk’nam, tehuelche y mapuche y extendió el prejuicio de su inferioridad. Así fue fácil quitarles a sus hijos cuando faltaba servidumbre o entregarlos como esclavos, para que se “civilizaran”. Su exposición jugó también un rol político en el Chile del siglo XIX: representaban “lo anormal, lo que se alejaba del país que la elite quería construir”, dice Báez.
*Foto de portada: Cautivos: fueguinos y patagones en zoológicos humanos (Editorial Pehuén; Centro de Estudios Indígenas e Interculturales-CIIR), Colección Centro de Estudios del Hombre Austral (CEHA), Archivo Fotográfico Histórico Armando Braun Menéndez, Punta Arenas, Chile. Autoría desconocida de la imagen.
El exterminio adopta muchas formas. Varias se han usado contra los pueblos originarios de Chile. La que reconocemos más fácilmente es la matanza. Los investigadores Alberto Harambour y José Barrena estudiaron sus causas en el caso de los kawésqar en un paper publicado recientemente. Contra la idea de que el exterminio de este pueblo y de su cultura ocurrió sólo por las enfermedades y la persecución de los colonos, los investigadores argumentaron que la violencia fue favorecida por el Estado chileno, el cual desplegó un discurso en el que los trataba de “barbaros”, “salvajes fuera del tiempo” y que incentivó su deshumanización. Hasta inicios del siglo XX matar a un kawésqar no era matar a una persona, pues el Estado los había declarado “en la frontera de la humanidad y animalidad”, como “extrahumanos que no podían ser sujeto de derecho”, explicó Harambour en una entrevista. La negación estatal de su condición humana, dejó a ese pueblo a merced de los intereses de los marinos, loberos y colonos que los persiguieron, vendieron y asesinaron.
En su último libro, Cautivos: fueguinos y patagones en zoológicos humanos (Editorial Pehuén; Centro de Estudios Interculturales e Indígenas-CIIR), el historiador Christian Báez examina otra forma que adoptó este exterminio. Se trata de la exhibición de estos “salvajes fuera del tiempo” en zoológicos itinerantes, los cuales alimentaron la deshumanización que es necesaria para matar.
Desde fines del siglo XIX y hasta comienzos del XX los zoológicos humanos constituyeron una lucrativa industria a nivel mundial que obtuvo su materia prima secuestrando familias indígenas de diversos rincones del planeta y llevándolas a las grandes ciudades donde las personas modernas y civilizadas se agolpaban a mirar.
Ese espectáculo ofreció a los chilenos el intendente de Santiago, Benjamín Vicuña Mackenna, durante las Fiestas Patrias de 1873. En su libro, Báez cuenta que en el antiguo Palacio de los Gobernadores (donde hoy está el edificio de Correos, en la Plaza de Armas) el intendente montó la Exposición del Coloniaje “uno de los primeros esfuerzos institucionalizados por recolectar, clasificar y exhibir objetos estimados como representativos de lo nacional”. En la exposición, junto con obras de arte, muebles, tapicería y objetos religiosos, se exhibió a dos hombres y una mujer fueguinos que El Mercurio de Valparaíso presentó como “caníbales” capturados por el gobernador de Punta Arenas, Óscar Viel.
La nota afirmaba que uno de los cautivos se había comido a “un contramaestre y tres marineros de una goleta que encalló y naufragó” y que, estando en Santiago, comenzó a sentirse mal y pidió un “niño crudo o asado”. En los días siguientes se informó que el hombre empeoró y que cuando las autoridades lo iban a llevar al hospital “sus compañeros se resistieron llorando a que los separasen de él”. Los otros dos cautivos también enfermaron gravemente. No hay ninguna gota de empatía en ese artículo.
-La exhibición de los fueguinos y patagones fue parte del intento de exterminio, llevado a la dimensión cultural- dijo Báez a CIPER.
En Cautivos, un libro que se enfoca en estudiar las fotos que se sacaron a los kawésqar y selk’nam expuestos en distintos zoológicos del mundo, el historiador reflexiona sobre cómo, al mostrar distorsionadamente a un pueblo, se lo invisibiliza y se lo borra de la historia. El fotógrafo, dice Báez, apunta y dispara en función de lo que su público “espera que sea un fueguino. Hay una carga social detrás de la fotografía. Se retrata a los fueguinos pensando en lo que otros quieren ver de estas personas”.
¿Y qué querían ver los europeos que acudían a los zoológicos humanos y a las muestras fotográficas? Lo mismo que los santiaguinos que acudieron a la exposición de Vicuña Mackenna: ver que eran distintos de esos cautivos. “Pagaban por ver a ‘otros’ que no eran ellos. Pagaban para verse en el espejo de lo que no son”, explica el historiador, quien añade que, a través de actividades como la Exposición del Coloniaje, la elite chilena buscó dejar claro lo que era Chile y lo que no: los cautivos exhibidos representaban “lo anormal, lo que se alejaba de la idea de país que la elite quería construir”, dijo.
Las fotografías que Báez reúne en su libro ayudaron, entonces, a lo mismo que los zoológicos: instalaron un discurso hegemónico, “el discurso del blanco, del ‘normal’ y la idea de lo que queremos ser como país por oposición, es decir, mostrándonos lo que no somos”.
La persecución y exposición de lo “distinto” no afectó solo a los pueblos originarios (Báez encontró en Valdivia antiguas fotos de un “espectáculo liliputiense”: un circo compuesto de personas enanas) y tampoco se ha detenido: «Seguimos exhibiendo como ‘rarezas’ lo que no entendemos ni nos interesa entender. Solo que hoy se lo denomina freak y no se muestra en París ni en la Plaza de Armas, sino que en Morandé con Compañía”.
Detrás de la persistencia en la persecución del distinto, Báez ve ignorancia: “Como no soy indígena, no soy inmigrante, no soy gay, no soy mujer, me da lo mismo, entonces ayudo a invisibilizarlo». También ve un riesgo:
-Los grupos eternamente marginados en algún momento pueden llegar a explotar. Piensa en lo que les pasa hoy a los niños haitianos que llegan a un país que no los acoge, que no los quiere conocer porque ‘parece que hacen brujería’, ‘traen enfermedades venéreas’, ‘son de distinto color’, ‘huelen distinto’, ‘no hablan nuestro idioma’. Piensa en ese niño que crece toda su vida con ese prejuicio. A los 15 años, ¿qué quieres que sea?
Báez lleva más de 20 años investigando la “historia de las miradas”, es decir, cómo veían a los fueguinos la sociedad europea y la chilena de los siglos XIX y XX. Su material clave han sido las fotografías tomadas a los indígenas chilenos, pero eso no basta. “Sin contexto, las fotos muestran un momento, que es cierto pero difuso. Cuando las investigamos, las fotos nos revelan lo inimaginable” dice el investigador, citando al filósofo e historiador del arte Geoges Didi-Huberman.
El primer libro de Báez sobre “lo inimaginable” fue Zoológicos humanos: fotografías de fueguinos y mapuche en el Jardin d’Acclimatation de París, siglo XIX, publicado en 2006 junto al antropólogo inglés Peter Mason. Esa investigación comenzó con el hallazgo de un álbum de fotos de propiedad del príncipe francés Roland Napoleón Bonaparte (sobrino nieto del emperador) en la Biblioteca Nacional Francesa, en París.
El compendio, llamado “Jardín Zoológico de Aclimatación: Representantes de personas de los cinco continentes”, incluía “abundantes fotografías de personas llevadas en gira forzada por Europa y retratadas en la capital francesa”. En este “muestrario humano”, entre fotos de personas de Surinam, Siberia y Sri Lanka, encontraron medio centenar de imágenes de los kawésqar y mapuche exhibidos en ese jardín. Báez y Mason se avocaron a reconstruir su historia, quienes eran, cómo salieron de Chile y qué ocurrió con ellos.
“Fuimos a Roma, donde nos encontramos con una canoa yagan en el Museo Luigi Pigorini. En París vimos las fotos originales en los álbumes de Bonaparte, en la Biblioteca Nacional de Francia y estuvimos en el Jardin d’Acclimatation, lugar de exhibición de los kawésqar y los mapuche. En Bruselas, fuimos a la cárcel donde habían sido detenidos los selk’nam y en Londres recorrimos los lugares de su exhibición y muerte”, resume Báez en el libro.
Agrega que en Zúrich “nos enfrentamos a la crudeza del destino final de algunos: sus restos”. En la bodega del departamento de Antropología de la universidad de esa ciudad, encontraron cuatro cuerpos y un cráneo.
Tras la publicación del libro los investigadores fueron a las comunidades selk’nam de Río Grande en Argentina, kawésqar de Punta Arnas y mapuche de Cañete para contarles sus hallazgos. La idea de traer los restos a Chile ganó fuerza. En enero de 2010, los restos de los cinco kawésqar arribaron a Santiago y fueron recibidos por la entonces presidenta Michelle Bachelet, “quien reconoció la responsabilidad del Estado chileno”, escribe Baéz en su libro. Poco después, los restos fueron depositados cerca del lugar en que los cinco habían sido capturados. Detalles de este periplo nos muestra el documental que hizo Báez, junto a Hans Mülchi, titulado Calafate: Zoológicos Humanos.
En su segundo libro, Cautivos, Báez ahonda en otro agente de la industria de las exhibiciones humanas: la Iglesia Católica, en particular los salesianos. La congregación estaba a cargo de la misión de Isla Dawson y también exhibió a los fueguinos y patagones. En su caso el motivo fue mostrar los resultados de la evangelización del sur austral, en la exposición de Génova de 1892, que celebraba los 400 años de la llegada de Colón a América.
Para el evento llevaron a nueve personas de origen tehuelche y kawésqar (una familia, dos niños huérfanos y tres jóvenes) en un barco, acarreando con ellos sus cosas y animales. Una de las mujeres enfermó en el viaje y, en escala en Montevideo (Uruguay), murió. A su hija, que entonces era un bebé de meses, la llamaron Lucía y la adoptó una familia uruguaya. El resto del grupo siguió su viaje camino a Génova, donde los recibió –según el libro de Báez- “una gran cantidad de personas que esperaban con ansias y no menos curiosidad, a los extraños visitantes, cuya fama radicaba más en su supuesta predilección por el consumo de carne humana que en la lejanía de su procedencia”.
En la exposición, la zona dedicada a las misiones religiosas era amplia y tenía un lugar protagónico. En un extenso jardín que simulaba montes, valles, lagos y bosques estaban los hogares de los fueguinos y patagones: cabañas cubiertas con cañas y pieles, y un lago con peces. También había una residencia sacerdotal y una capilla, que completaban la “aldea patagónica” de los salesianos. Ahí, de siete de la mañana a siete de la tarde, los indígenas eran expuestos.
Casi un millón de personas fue a ver la exhibición de estos hombres, mujeres y niños. Entre ellos, el ministro plenipotenciario de Chile en Europa, parlamentarios italianos, y los reyes Humberto I y Margarita de Saboya. El rey, alabando a los salesianos, exclamó: “Estos misioneros hacen un gran honor al nombre italiano en aquellas lejanas regiones”. Después de Génova –dice Báez en Cautivos-, los fueguinos y patagones continuaron su periplo visitando otras misiones en “Turín, Valsalice, San Benigno, Foglizzo e Ivrea, además de una reunión con el papa León XIII en Roma”. Luego de conocer al Papa (que los impresionó poco porque “parecía un pingüino”), los fueguinos y patagones se embarcaron de vuelta a Chile junto con los salesianos.
-Era la iglesia promoviendo su empresa– dijo Báez a CIPER.
En las fotos de esa exposición internacional, los sacerdotes aparecen siempre al centro, rodeados de los tehuelche y kawésqar llevados a Italia. Los indígenas aparecen, en muchas de ellas, vestidos con polera y pantalón y usando sombrero.
Los fueguinos y patagones fueron exhibidos junto con una gran variedad de “productos industriales, comerciales y artísticos”. Báez comenta en Cautivos que la exposición estaba cruzada por “una yuxtaposición bastante elocuente de la mirada sobre el Otro no civilizado, cosificándolo y equiparándolo a los productos exhibidos”.
El secuestro de la población indígena también ocurrió sin la excusa de satisfacer la curiosidad de los capitalinos ni de la ciencia (ver recuadro), ni de mostrar el éxito de la evangelización. En Cautivos, Báez narra que en 1895, por orden de Manuel Señoret Astaburuaga, gobernador de Punta Arenas, 165 selk’nam (70 de ellos menores de 15 años y de ellos, 24 menores de 1 año) fueron sacados de sus territorios y embarcados hacia esa ciudad.
Recién llegados a Punta Arenas, los selk’nam fueron llevados a un galpón y durante los siguientes días se llevó adelante la más brutal de las exposiciones: la subasta. Báez recoge notas y testimonios que acusaban al gobernador Señoret de hacer un “remate de indios”, entregando a sus amigos a niños y niñas en condición de esclavos. Otros denunciantes, como Camila José de la Paz, cuyo testimonio está incluido en una posterior investigación judicial, afirmaron que no hubo intercambio de dinero, sino que cualquiera podía quedarse con el indígena que eligiera. Relata que a algunos vecinos de Punta Arenas “se les permitía entrar a donde estaban las madres y padres teniendo a sus hijos como almohadas para que no se los descubriesen. Los elegían y se los llevaban, a pesar de las protestas, gritos y alaridos de los indios, que se tomaban la cabeza a dos manos”.
¿Cómo se justificó esta brutalidad? Se dijo que en sus territorios pasaban hambre y en cambio si se los entregaban a trabajar en los aserraderos, podrían “civilizarse”. Así se explicó en el diario El Magallanes: “Como en cada aserradero hay una numerosa población de familias chilotas en su mayoría, los indios viviendo entre ellas quizás imiten su vida civilizada y de trabajo. Confiamos en que esta determinación será provechosa para los infelices indios que tal vez llegarán a comprender las ventajas de la civilización”.
El gobernador Señoret también justificó su decisión por la falta de “servidumbre” en Punta Arenas, “que hace que la mayor parte de las familias pasen solas semanas enteras, sin que nadie vaya a servirlas, teniendo en consecuencia, que hacer a sí mismos, la comida y todos los demás menesteres domésticos, desde el más encumbrado al menos pretencioso dueño de casa”.
El alemán Carl Hagenbeck fue el más exitoso representante de la industria de los zoológicos humanos cuando esta llegó a su apogeo, entre 1870 y 1930, y se extendía por Europa y Estados Unidos (donde destacó Búfalo Bill). Solo para tener una referencia del atractivo que esta industria producía, la exposición de seres humanos de París de 1883 tuvo casi un millón de visitas en un año.
Báez explicó a CIPER que Hagenbeck organizó una red de agentes en los cinco continentes que lo ayudó a secuestrar indígenas para sus exhibiciones. “Hubo una cantidad impresionante de instituciones y personas ligadas a esta industria”, dijo Báez. No solo marineros que cazaban, los empresarios que trasladaban, escenógrafos y fotógrafos. También participaban las sociedades científicas, los Estados y la iglesia: “Todos los poderes se ponían al servicio de este mercado”, explicó a CIPER.
Ejemplo claro de esa influencia es un episodio ocurrido en 1878, cuando la Sociedad de Antropología, Etnología y Prehistoria de Berlín encargó a Hagenbeck un grupo de indígenas. El empresario debía llevar a una familia de kawésqar (que ya había capturado) a Alemania. El entonces gobernador de Punta Arenas, Carlos Wood Arellano, se opuso porque los indígenas “serían arrancados de su hogar sin que fuera posible hacerles comprender ni el objetivo ni la duración de su viaje” y para, además, no avalar el negocio de “empresas que, a mi juicio, no son otra cosa que especulaciones interesadas, en las cuales se juega la vida de estos desgraciados”.
Hagenbeck devolvió a los kawésqar, pero la Sociedad de Antropología alemana insistió. Le pidieron a Federico von Gülich, representante del Imperio Germano en nuestro país, que intercediera a favor de la empresa y avalaron el servicio de Hagenbeck para la ciencia, explicando que de ninguna manera era como los “codiciosos comerciantes de esclavos”. Como aparece detallado en el libro de Báez y Mason, Zoológicos Humanos…, los alemanes le aseguraron al Estado chileno que los “habitantes de Tierra del Fuego, araucanos, etcétera” llevados a Europa serían tratados “de un modo que no ofenda el decoro ni la dignidad”, y el ministro de Relaciones Exteriores, José Alfonso, accedió, poniendo como condición que, de exigirse, debían pagar un “tributo” al fisco. Al año siguiente, una familia de tres tehuelche o aonikenk (un hombre, una mujer y un niño) era exhibida en zoológicos en Hamburgo y Dresde, llevados por Hagenbeck.
Para entonces, la idea de los indígenas como objeto de exhibición ya se había extendido en Chile. La muestra de los “caníbales” organizada por el intendente Vicuña Mackenna fue la primera de varias exhibiciones. Báez explicó a CIPER que, tanto en la investigación para Zoológicos Humanos… como para Cautivos… encontraron hitos que hablan de una incipiente industria nacional. En Cañete, por ejemplo, encontraron un contrato en que se pagaba por los servicios de un grupo de mapuche para hacer una representación del nguillatun a un empresario de apellido europeo. Aunque no profundizaron en el documento (“tema para otra investigación”), a los historiadores les pareció evidente que lo que estaba ocurriendo en Europa también había pasado en nuestro país. “Y no solo fue a nivel metropolitano sino que también a provincial”, dijo Báez.
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