LUIS BECERRA, CONDENADO POR EL JUEZ MADRID
Inédito: La entrevista íntegra en la que el chofer de Frei confesó ser informante de la dictadura
28.02.2019
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LUIS BECERRA, CONDENADO POR EL JUEZ MADRID
28.02.2019
El 27 de abril de 2004 la desparecida revista Siete+7 difundió un golpe noticioso que sacudió al mundo político: la confesión del histórico chofer del ex presidente Eduardo Frei Montalva, Luis Becerra Arancibia, de que había sido informante de los organismos represivos de la dictadura. Ahora que el ministro Alejandro Madrid condenó a seis personas por el homicidio del ex mandatario, entre ellos al propio Becerra, y cuando la causa se apresta a ser vista por la Corte de Apelaciones de Santiago, CIPER publica por primera vez de manera íntegra esa entrevista hecha por Mónica González, ex directora de Siete+7.
En esta entrevista, Luis Becerra reconoció que había entregado información al agente de la CNI Raúl Lillo Gutiérrez (alias “Manuel Arriagada”) solo después de la muerte de Frei, pero esa era una verdad a medias: colaboró desde antes, primero con la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), luego con la Central Nacional de Informaciones (CNI) y por último con el Batallón de Inteligencia del Ejército (BIE). De hecho, el agente de control de Becerra en la CNI, Raúl Lillo Gutiérrez, también figura entre los condenados por el magistrado Madrid.
A comienzos de los años 80, en el periodo previo a la muerte de Frei Montalva, el chofer entregó a la CNI detalles de los movimientos y planes del ex presidente, precisamente cuando este desplegaba una intensa y reservada agenda internacional contra el gobierno de Augusto Pinochet y se había convertido en el principal líder de la oposición tras su histórico discurso en agosto de 1980 en el Teatro Caupolicán.
Al momento de someterse en noviembre de 1981 a la operación de la que nunca se recuperaría, Frei organizaba junto al líder sindical Tucapel Jiménez el primer paro nacional. Jiménez fue degollado por agentes de la DINE y la CNI en febrero de 1982, solo días después de la muerte de Frei.
En 2004, cuando Siete+7 publicó extractos de esta entrevista, Becerra aún tenía acceso privilegiado a los secretos que se tejían en la cúspide de la Democracia Cristiana: se desempeñaba como chofer de Andrés Zaldívar, entonces presidente del Senado. Tras la muerte de Frei en 1982 y el retorno de Zaldívar desde el exilio en 1983, Luis Becerra permaneció por más de 20 años al servicio del ex parlamentario, ocultando su doble vida.
CIPER entrega ahora la versión íntegra de esta entrevista por su valor histórico, como una pieza periodística que tempranamente demostró que el círculo íntimo del ex presidente Frei Montalva fue infiltrado por los mismos organismos que de manera sistemática recurrieron al asesinato y la tortura bajo el régimen de Pinochet.
Así presentaba Siete+7, en 2004, su impactante revelación: “El cerco represivo que culminó con la muerte de Eduardo Frei Montalva se ha ido reconstruyendo paso a paso y en todos sus detalles. En él participó una red de agentes, médicos, militares, informantes y equipos que fabricaron gases letales (Sarín) y sustancias tóxicas y que esconde el nudo más sórdido y secreto del régimen militar. Y allí, en el medio, la historia oculta de uno de los hombres de confianza del ex presidente y también de Andrés Zaldívar. Un hombre que esconde una verdad que estremece”.
Esta es la versión completa.
“Sí… Fue este mismo ‘Manuel’ el que me obligó a ser su informante… Sí, lo hice durante varios años, hasta 1989…”.
Luis Becerra acaba de develar frente al juez Alejandro Madrid su peor secreto. Un trozo de su vida que mantenía férreamente oculto y que hace un mes debió comenzar a sacar a la superficie cuando Siete+7 lo enfrentó a las evidencias. El hombre que acompañó al ex presidente Eduardo Frei Montalva como su chofer y su hombre de confianza desde 1962 hasta su muerte, en 1982; el mismo que se convertiría después en chofer y también hombre de confianza del ex presidente del Senado, Andrés Zaldívar, debe asumir en un tribunal que ha sido informante de “Manuel Arriagada”.
La chapa oculta la identidad de Raúl Lillo, agente del cuadro superior de la DINA, después de la CNI y más tarde incorporado al Servicio Secreto de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), allí donde se planificaron y ejecutaron las operaciones más ocultas del régimen militar y que continuaron desarrollándose varios años después de recuperada la democracia.
El equipo que planificó la muerte del líder sindical Tucapel Jiménez, degollado en febrero de 1982, solo días después de que Frei Montalva muriera en la Clínica Santa María. El mismo grupo que decidió y planificó el escape de Chile del oficial Carlos Herrera, el hombre al que le ordenaron matar a Tucapel Jiménez y al electricista Jesús Alegría, a quien inculparon falsamente como el asesino de Jiménez. El equipo que asesinó con gas sarín al conservador de Bienes Raíces de Santiago, Renato León Zenteno, y al cabo de la DINA Manuel Leyton, horas antes de que declarara ante un juez. Su muerte tiene la huella del doctor Pedro Valdivia, el mismo que auscultaba en la Clínica Santa María a Frei Montalva. Al cabo Leyton lo mataron para que no confesara que era él quien quemaba las huellas digitales de los prisioneros ante de arrojarlos al mar.
Lillo pertenecía al mismo grupo que ocultó primero y luego asesinó en Uruguay al químico de la DINA y de la DINE, Eugenio Berríos… Y la lista sigue y sigue.
El mismo equipo que se encargaba de la seguridad del general Augusto Pinochet y cuyos hombres son hoy investigados por su posible participación en el asesinato del ex presidente Eduardo Frei.
Y Luis Becerra debe reconocer hoy en los rasgos afectados por el paso de los años de Raúl Lillo, al hombre con el que se reunía en el Parque Forestal para entregarle información de la Democracia Cristiana, partido en el que milita desde su juventud. Y debe recordar otros interrogatorios, cuando le exigían que revelara el contenido de las conversaciones entre Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende…
Becerra sabe el paso que da al asumir su vida oculta. Está consciente de las consecuencias. Por eso, evidencia el quiebre, pero no se desploma. Casi siente alivio. Al menos ya tuvo el tiempo de revelarle una parte de la historia a su jefe por ya más de 20 años: el senador Andrés Zaldívar. Y lo hizo horas después de que ese jueves de marzo hablara con Siete+7, con voz pausada y sus ojos llenos de desconfianza.
-Mire, me acuerdo como si fuera hoy. Después que a don Eduardo lo operaron y vuelve a la casa, un día se siente mal y le dice a la señora Maruja que llame al médico… No me acuerdo cómo se llamaba, porque he aprendido a no acordarme de nada… La señora Maruja lo llama, habla con él y le dice a don Eduardo que el doctor le ha dicho “que se levante, que es pura maña”. Ahí don Eduardo le dijo que si el doctor no iba inmediatamente, él cambiaba de médico. Después lo fueron a buscar a don Eduardo, la cosa se fue acelerando… y pasó lo que tenía que pasar…
Así comenzó Luis Becerra su conversación con la directora de Siete+7 hace ya más de un mes en la sede del Congreso en Santiago. En ese momento, el hombre de 71 años es chofer del presidente del Senado, Andrés Zaldívar, el que ya tiene todo preparado para entregarle el despacho a su sucesor: el senador Hernán Larraín. Hasta ese momento Luis Becerra es uno de los hombres de mayor confianza de la familia Frei (y también de la de Andrés Zaldívar). Y sus primeros recuerdos evidencian la cercanía. Había estado a su lado hasta en los momentos más críticos. La memoria se activa y retrocede.
Y Luis Becerra recuerda el momento en que su camino se cruzó con el de Eduardo Frei Montalva. Fue en 1962, Becerra había derivado al oficio de cocinero y mayordomo y fue contratado por Frei para cumplir distintas labores en su casa de siempre, en calle Hindenburg. Los fines de semana eran sus mejores momentos. Entonces él manejaba el auto Ford familiar y se convertía en su chofer. La función de Becerra en la casa de Providencia continuó después de 1964, cuando Frei ingresó a La Moneda. De esa época conserva múltiples imágenes: de esplendor, como la visita de la Reina de Inglaterra; y de absoluta intimidad, en el living de Hindenburg. Y también las marciales, protagonizadas algunas por el entonces coronel Humberto Gordon, edecán militar del presidente Frei y años más tarde jefe del organismo que le colocaría micrófonos hasta en su dormitorio, que ordenaría seguirlo, hostigarlo y…
Sería la Unidad Popular y la presidencia de Salvador Allende la que le traería un regalo. Apenas Frei se convirtió en presidente del Senado y la principal figura de la oposición, Becerra se convirtió en su chofer oficial, como empleado de planta del Congreso. Una tarea que sería interrumpida el 11 de septiembre de 1973.
Poco después del Golpe, relata Becerra, “don Eduardo Frei decidió irse al norte y yo me fui con él, porque él seguía siendo presidente del Senado”:
-Con la señora Maruja decidieron ir a la casa de don José Luis del Río, en las cercanías de La Serena. Dos días después de haber llegado a Peñuelas, llegaron unos carabineros a buscarme. Dijeron que había un bando de la Armada donde se pedía que me presentara en una base naval con el vehículo de la presidencia del Senado que tenía a mi cargo y que mantenía guardado en el garaje de un vecino. Al día siguiente, volví y me presenté en la Base Naval de Quinta Normal, tal cual me lo indicaron.
-¿Cuántos días después del Golpe?
Fue antes del 18 de septiembre. Me presenté en la Base Naval, entregué el auto y quedé a disposición de los marinos de Telecomunicaciones como chofer.
Cuatro fueron los funcionarios del Congreso que pasaron a desempeñarse en la Base Naval de Quinta Normal, el centro de operaciones desde donde el almirante Patricio Carvajal monitoreó el sábado 8 de septiembre de 1973 los últimos y frenéticos hilos del Golpe de Estado del que había sido uno de sus principales gestores. Allí se reuniría con el general Gustavo Leigh y también con el general Sergio Arellano. En horas en que se buscaba con angustia al general Pinochet para conminarlo a incorporarse a la conjura.
La historia ha dado ya un vuelco dramático cuando Becerra llega a ese centro de operaciones y se convierte en chofer del alto mando, de patrullajes y hasta de ambulancias. Y a pesar de ello, dice, “seguí siendo un dirigente social de mi comuna, Barrancas (hoy Lo Prado)”.
-¿Sabía que ahí en la base de Quinta Normal funcionaba la Dirección de Inteligencia de la Armada?
No. Nunca. Trataba de meterme en lo mínimo posible. Recuerdo que había otro funcionario del Senado que trasladaron allá mismo y un día le correspondió ir con un contingente al Polígono del Cerro Chena, a la práctica de tiro. Y de diez tiros creo que le achuntó a nueve y lo agarraron de inmediato y lo tuvieron cuatro días interrogándolo. Eso a uno le enseña a ser desconfiado y a buscar caminos para no tropezar.
-¿Fue entonces que se desligó de Eduardo Frei?
Formalmente. Traté de no ir a la casa de don Eduardo, pero después, pasado un tiempo, empecé a ir nuevamente…Hasta que en 1976 fui detenido…
-¿Qué pasó?
Llegué a mi casa una noche y tenían a mi hijo contra la muralla con una metralleta en la espalda, fuera de la casa. Y al entrar me encontré con toda mi familia apelotonada en el living y la casa ocupada por hombres que rompían el techo, todo, buscando armas. Tenía libros con tapas de cuero que me había regalado don Eduardo, fotografías de don Eduardo con la Reina Isabel de Inglaterra y otras personalidades y todo se lo llevaron. Y a mí me llevaron al Regimiento Tacna.
-¿Se lo llevaron esposado, vendado, cómo?
Supe porque al salir… con tanto interrogatorio, tanta vejación… un día en la tarde me acuerdo que me van a sacar a un interrogatorio. Un conscripto decía el nombre y cuando me iba a poner la venda, aparece otro señor que me dice: “fulano de tal”; sí señor, respondo. “Ya, déjelo ir, porque este hombre se va”, dice. Tomé mis cosas y antes de salir, un señor de civil llegó para aconsejarme que no me metiera más, que estaba fichado, que tenía esto y lo otro…
-¿Cuántos días estuvo preso?
Se hace un siglo… quedé traumatizado… más de 20 días. Me interrogaron varias veces, me preguntaban de qué conversaba don Eduardo con Salvador Allende. Después vine al Senado a dar cuenta y me recibió un señor de la Armada. Cuando entré me dijo: “Así que usted era el marxista, ¡presénteme la renuncia!”. Tenía hijas, una que estaba entrando a la universidad, quedar sin trabajo…, entonces quise hacerme el que me quedaba. Días después, salí de mi casa en Barrancas, que ahora es la comuna de Lo Prado, a comprar cigarrillos. Atravieso la calle, para un vehículo, se bajan unos tipos, me echan arriba y me dan vueltas y vueltas y me botan allá arriba en la mina “La Africana”. No me hicieron nada. Tomaron a dos personas más que echaron arriba. Yo no hablé con nadie, tenía desconfianza de todos. Y allá nos tiraron abajo y el vehículo partió. Uno de ellos dijo “compañero, vámonos por aquí”. Yo no fui, tenía desconfianza…
-¿No supo quiénes eran?
Supe después que a uno lo mataron. Era un señor que parece que vivía en la Población Lautaro. No me acuerdo del nombre… Tuve una conversación con gente a la que él le contó esto mismo: que lo tomaron en un auto con otras personas y que lo fueron a botar por allá… Después, en una cancha de fútbol salió la conversación y alguien me dijo: “Qué bueno que a ti te soltaron porque a fulano…Usted estuvo con el guatón…”. Y no me acuerdo del nombre…Yo seguía desconfiando de todo el mundo, no hablaba. Esa fue una vez… La segunda vez que me detuvieron fui a dar por San Bernardo, en el Cerro Chena…
-¿Lo tomaron en la calle?
Sí, y todas fueron el ‘76. Ahí sí me pegaron, puñetes, patadas y sin decirme nada. Civiles, que andaban en una camioneta C-10 (las mismas que usaba la DINA en esa época). Y bueno, yo dije entonces, algo está mal. También me llamaban por teléfono. Una dirigente del Departamento Femenino del PDC y me decía: “Oye, dice la María Espinoza que dónde va a ser la reunión de esta noche”. ¿Qué reunión? Yo no sé nada. Después la María Espinoza estuvo detenida también. Había un hostigamiento…Hubo otras veces… Cuando iba a ver a unos dirigentes de la Población Herminda de La Victoria me tomaron de nuevo. Pero ahí me aturdieron. Sentí que me pegaron como con una bolsa con arena. Ya había toque de queda y vine a despertar de frío en la Plaza del Roto Chileno sin zapatos, con poca ropa… Estaba aclarando… Y la cuarta vez, había un juego de pool en la calle Neptuno al llegar a San Pablo, en el segundo piso. Yo subo a jugar con un amigo y estábamos jugando con un señor que yo había visto pero no conocía y me dice: “¿Usted es Luis Becerra?, de su casa lo vienen a buscar”. Alcancé a andar hasta la esquina cuando aparece la camioneta y me llevan ahí al Cerro Renca.
-¿Nunca lo llevaron a un local, a una casa o una oficina?
No, siempre en la calle, al cerro. No me pegaron. Fue una sola vez que me pegaron. Ahí con el motor andando me echaban abajo… Tuve que presentar mi renuncia voluntaria…
Luis Becerra deja la Base Naval de Quinta Normal en los precisos momentos en que la DINA ha decidido asestar el golpe de muerte definitivo a su principal contendor en la lucha por el poder para Pinochet: el Comando Conjunto, el organismo represor en el que participa la Fach, Carabineros y la Armada. El contingente del Ejército, encabezado por Álvaro Corbalán, ya se había retirado. Y los dos jefes que los marinos allí habían destacado, Sergio Barra Von Kretschmann y Daniel Guimpert, tenían su base de operaciones precisamente allí, en Quinta Normal. Archivos, informantes y detenidos serían disputados en una de las peores batallas silenciosas que libraron en las calles de Santiago los organismos de seguridad.
Manuel Contreras resulta victorioso. En la segunda jefatura de la Brigada Purén de la DINA ya está instalado Raúl Lillo. Y desde esos días se ocupa del Partido Democratacristiano. Y en el centro de la mira está Eduardo Frei. Las historias se cruzan y otra historia sórdida se va tejiendo en días de completa oscuridad. Luis Becerra ya no está en Quinta Normal:
-Sufrí mucho, la cesantía… Don Eduardo después me buscó un trabajo en la FAO y alcancé a estar muy poco, porque Pinochet se puso a pelear con la FAO, y esta partió de Chile con todos sus proyectos cuando estaba recién empezando a levantarme. Y ahí quedé, cesante nuevamente, hasta que con la plata que me dieron de desahucio me compré un furgón utilitario y me puse a vender a domicilio, de todo. Iba a ver siempre a los Frei. El tiempo que se enfermó don Eduardo yo estuve cuidándoles la casa.
-Pero antes que Frei se enfermara, cuando se integra a la Comisión Norte-Sur que preside Willy Brandt, ¿usted no era su chofer?
… En algunas cosas puntuales, viajes, acompañarlo a poblaciones… Me acuerdo haberlo acompañado a la Población Teniente Merino, que fue creo la última salida a terreno de don Eduardo. Estuvimos ahí reunidos en una capilla con un grupo de gente, escondidos en la noche…Había dejado de ser su chofer, pero…como le cuento… Cuando don Eduardo se estaba paseando afuera de Hindeburg, esperando a los hijos que lo iban a ir a dejar a la clínica, yo fui a dejarle la mercadería a su casa. Iba siempre. Y yo le pregunto: ¿Don Eduardo, es necesario que se opere? Y ahí él me cuenta: “Con esto de que me han nombrado en esta comisión, me invitan a comer, y me viene la acidez, y tengo que estar diciendo que no a todo, aparece como una falta de educación y los médicos me han dicho que es una cosa corta”. El se fue a la clínica y ahí la señora Maruja y las niñas me piden que yo colabore en la casa. Y así es como vuelvo a la casa, a cuidarla, porque ellos estaban casi todo el día fuera, en la clínica.
-¿Nunca supo quiénes eran o a qué organismo pertenecían los hombres que lo detuvieron?
Nunca supe. Pero diría que con los años pude saber quién fue el gestor. Lo recordaba precisamente en estos días… En distintas partes en ese tiempo fui todo un personaje en el sector de Barrancas, Pudahuel y Lo Prado. He sido el único presidente de la Unión Comunal reelegido seis veces…
-¿De quién habla? ¿Nunca identificó a ninguno de sus captores?
… Cuando me fueron a buscar la primera vez estaba lleno de militares, con uniforme. Y las otras veces eran civiles. Una vez creo que uno tenía barba. Y en el Tacna cada vez que me sacaban para interrogarme llegaba un conscripto y me vendaba con una tela gruesa y gris. Me interrogaban de todo. Querían saber cuáles eran los mensajes, que cuál era la estrategia con los marxistas, qué conversaba don Eduardo con Salvador Allende… Una sola vez alguien me sacó la madre y me pegó…
-Y después de esas cuatro ocasiones en que lo acosan, ¿nunca más lo fueron a buscar ni a contactar?
Nunca más…
-¿Está seguro de que ninguno de los hombres que vio antes en esas circunstancias lo fue a ver de nuevo o lo amenazó?
No… No sé si deba decir esto… Es que después yo empecé a tener otra preocupación. Primero, llegó don Andrés. A la legua veíamos cuando nos venían siguiendo… Yo le decía: “Don Andrés, nos vienen siguiendo, vámonos por aquí”. Y nos íbamos por un lado, por otro… Tenía una señora y otro señor que recogían cartones y botellas allá en el barrio de la calle Espoz (donde vive Andrés Zaldívar) y esa gente era mi mejor aliado, porque llegaban tempranito y me decían: “Mire, allá hay un auto”. Y me daban hasta la patente. Así que con don Andrés salía por un lado un día y por otra calle al otro. Así fue como me hice cargo hasta de la piscina de la casa: para que no entrara nadie desconocido. Incluso, cuando don Andrés empezó a tener comidas en su casa, yo le dije: “yo las sirvo”. Porque si llamaba gente de afuera no sabíamos quién entraba. Yo quedé así con lo de mi hija…
-¿Y qué tiene que ver su hija con todo esto?
Es que una hija quedó… todavía está en Australia… (y llora). Tomó un liderazgo, se casó con un muchacho más de izquierda y la buscaban permanentemente. Si usted revisa una historia de una vez que incendiaron una micro…, ese es mi yerno. Mi hija después entró a esta universidad que abrieron aquí en calle Carmen los curas… (Instituto Blas Cañas). Allí ella se tomó ese colegio en reclamo contra el gobierno.
-Claro, pero eso ocurrió cuando aún estaba vivo Eduardo Frei.
¿Cuándo fue? ¿Estaba vivo don Eduardo? A ver… el ’79… A mí me habían informado dos veces que a los chiquillos los andaban buscando…
-¿Cómo se informó?
Con dirigentes poblacionales… Así fue como también alguien me dijo que a mí también me iban a detener. Alguien me había informado y no veía motivos para que me detuvieran. Y ahí me dijeron que a mi hija la tenían fichada. Me acuerdo que la acompañé una vez en una de esas grandes protestas cuando Pinochet salió en helicóptero a mirar Santiago de noche: hicimos la fogata más grande que se ha hecho en la historia de Las Barrancas. Yo no me movía mucho de mi sector. Y cuando veníamos de vuelta, alguien me dice que mi hija –que andaba conmigo- se cuide, porque la andan vigilando. Y cuando falló el atentado contra Pinochet, llegaron a mi casa a buscarla, ese mismo día. No sé cómo reaccioné tan bien porque les dije que hacía mucho tiempo que ya no vivía allí. Por suerte no insistieron más. Sí sabía dónde vivía. No se los dije. Y los chiquillos se movieron en solo una semana en un programa de inmigración y se fueron a Australia.
-¿No conoció a Raúl Lillo?
… ¿Raúl Lillo? …. Raúl Lillo…
-¿No conoció una casa de la DINA que estaba ubicada en el Camino a Loyola ahí en Lo Prado?
Se conocía y se comentaba mucho, porque en ese tiempo yo también participaba en el deporte y al frente está el Estadio Zambrano. Y ahí decían que funcionaba un cuartel de la DINA.
-¿Nunca más lo amenazaron?
Nunca
-¿Nunca más nadie lo extorsionó?
Nunca.
-¿Nunca nadie le pidió algo a cambio de la vida de su hija?
No, nunca…
-¿Está seguro?
… Fíjese… A ver… Yo vuelvo a ser presidente de mi Junta de Vecinos, y un día va un señor por allá a ofrecer pavimentación de calles con unas facilidades salvajes. Entonces, yo voy a conversar con él a la oficina que tenía en calle Neptuno. Se hizo una asamblea allá. Toda la gente se entusiasmó y tenían que empezar a poner una cuota. Y empezaron a poner las cuotas. Un dirigente que ya falleció, de apellido Roldán, parece que me dijo: “Ten cuidado con estos que parece que son unos sinvergüenzas y andan estafando a la gente”. Entonces, fui a hablar con este personaje Pascual Morales, quien los llevó. Y le digo que eso no se hace, que quiero que le devuelva la plata a la gente. Empezaron los tiras y encoge y él se hizo responsable. Habían recolectado en ese tiempo $300 mil, y empezó a devolver de a $5 mil. Un día llegué a su oficina y estaba con unos amigos: me los presentó como “amigos”. Y empezamos a conversar. Yo había tenido un problema en la población Sara Gajardo con unos dirigentes del PC que recién estaban sacando la cabeza. Nos pusimos a conversar y yo les digo: sí, mira, estos dirigentes comunistas tales por cuales… Y los tipos me empiezan a preguntar y cómo se llaman… Y les cuento. Y después este Pascual Morales me dice: “Oiga, don Luis, ¿no estaría dispuesto si le pagaran a trabajar contra estos dirigentes comunistas?”. De ahí no fui nunca más a verlo.
-¿Y a Pascual Morales dónde puedo encontrarlo?
Vive como a una cuadra de mi casa, en la calle Neptuno. Después, él estuvo detenido, porque raptaron a un matrimonio y quisieron cobrar rescate. Y quien actuó con ellos fue un ex CNI. Debe haber sido por el ’84 u ’85.
-¿Esa fue la única vez que le ofrecieron plata a cambio de información?
… Esa fue… la única vez… Nunca tuve cuenta corriente…Yo tenía tanta actividad en el Movimiento Poblacional Solidaridad… Por lo que me dice con tanta seguridad…
-¿Y cuándo estuvo en la Armada tampoco le ofrecieron dinero a cambio de información de Eduardo Frei?
¡Nunca, nunca, nunca! Nunca me preguntaron nada. Mentiría si dijera que me trataron mal.
-¿Y después del Golpe de Estado siguió trabajando como dirigente en Las Barrancas?
Claro… Yo fui el autor de que la comuna de Las Barrancas después se llamara Pudahuel. Y después se dividió en tres: Lo Prado, Pudahuel y Cerro Navia
-¿Y trabajó en la Base Naval de Quinta Normal hasta 1976?
Sí, siempre en la base de Telecomunicaciones. Seguí trabajando como tres años ahí. Después del Golpe nos fuimos al norte en un Dogde Dart que tenía don Eduardo y el otro lo guardaba en una casa de un vecino. Y cuando vuelvo, voy a buscar el auto y me presento en Quinta Normal.
-¿Con qué otros funcionarios del Senado se presentó en Quinta Normal?
Estaba uno que está en el Senado todavía y que se llama Roco, era ayudante del mecánico. Eran dos hermanos. Hubo un mecánico Pablo de cuyo apellido no me acuerdo, el de los nueve tiros de diez en la práctica de tiro. Lo ubico porque allá lo miraban con envidia porque llegaba en un auto grande verde con blanco. En ese tiempo era raro tener un auto personal. A ese señor no lo he visto nunca más. Al Roco lo veo y le digo hola y nada más.
-¿Sigue siendo desconfiado?
Sí. La vida a uno le va enseñando. Don Andrés (Zaldívar) puede ir en el auto conversando con personas y yo me automanejo para no escuchar. No escucho, porque no tengo por qué escuchar, porque así después no tengo qué decir.
-Ha dicho que después del Golpe ingresó a trabajar a la Base Naval de Quinta Normal con otros tres funcionarios del Senado. Falta que mencione al cuarto.
Sí, ah…, Gutiérrez, acaba de salir jubilado ese señor. Allá era chofer también. Tanto así que después se casó con una de las nanas del almirante Ronald Mac Intyre, el que después fue senador. De ahí lo devolvieron al Senado y ahora jubiló. Parece que su nombre era Pablo Gutiérrez, muy serio, de corbata. Volvió después que lo interrogaron y me contó… Pero he estado tratando de acordarme de ese nombre… ¿cuál es el nombre que me dijo usted?
-Raúl Lillo.
No…, no conozco a ningún Raúl Lillo. Aunque en el barrio, en San Pablo a la altura del 6.000 hay gente amiga que tiene una librería y que es de apellido Lillo. Los conozco desde que nacieron los niños, todos muy buenos para el fútbol, grandes amigos. Tanto así que hace poco me pidieron un favor y le mandaron una carta a don Andrés porque a un nieto se los atropelló Carabineros… Entonces, por eso el apellido Lillo… Pero de ahí…
-Cuando Eduardo Frei se iba de viaje al exterior a sus reuniones políticas, ¿usted lo llevaba?
Sí, yo lo iba a dejar al aeropuerto.
-¿Y dice que nunca más volvieron a detenerlo, a presionarlo?
No lo sé…no recuerdo…
-¿Está seguro?
Yo después tuve otra gran preocupación… Pero a mi hija la buscaban permanentemente… se casó con ese muchacho más de izquierda… Y los buscaban, los buscaban…
Y entonces Luis Becerra ya no quiere seguir hablando. Llora en silencio y como si estuviera lejos, muy lejos.
Cuando retoma el aliento, recién se empiezan a aclarar los tiempos. Las fechas son importantes. Siete+7 pudo hablar con otros dos agentes de la entonces CNI, cuya jefatura asume el general Gordón en julio del ’80, que mencionan a Luis Becerra como uno de los informantes sobre los itinerarios y contactos de Eduardo Frei. Pero Becerra sitúa el momento de su quiebre cuando “Manuel” (Raúl Lillo) le hace saber que protegerán a su hija a cambio de información. E insiste que eso sucedió después de la muerte de Eduardo Frei.
Lo que viene después es otra historia. Efectivamente, será la propia señora Maruja viuda de Frei, por la extrema confianza y cariño depositado por su familia en Becerra, quien le pedirá a Andrés Zaldívar, apenas éste regresó del exilio en septiembre del ’83, que lo contrate. En el PDC se temía por la seguridad de Zaldívar y se decidió que no podía transitar solo por las calles.
Así fue como Becerra volvió a las oficinas de Huérfanos 1022, Piso 13, donde funcionaba el PDC y las que había ocupado Eduardo Frei como su líder máximo. Pero esta vez Becerra vuelve acompañando a Zaldívar.
Revisando en los archivos de la represión, efectivamente aparece la detención de su yerno, pero en noviembre del ’84, junto a un grupo de dirigentes sindicales comunistas. Fue un destacamento de la CNI el que irrumpió violentamente en la sede de la Confederación Minera, para luego detener y torturar brutalmente al grupo. La mayoría sería más tarde expulsada a distintos puntos extremos del país en calidad de relegados.
Tanto la hija de Becerra como su marido partirían posteriormente a Australia. Pero Los lazos de Becerra y Raúl Lillo seguirían vigentes. En los alrededores de su casa, en el Parque Forestal y en otros sitios se producían las reuniones con Lillo. Y también le pagaba. Un vínculo que hoy lo atormenta y que perduró –dice- hasta 1989, cuando Raúl Lillo ya se había convertido en una pieza importante de un engranaje clave del poder militar: el Batallón de Inteligencia (BIE) de la DINE.
Representa más que sus 54 años y ya no es ni la sombra de lo que fue en esos años 80. Atrincherado en su casa cubierta de espesas rejas y enredaderas en el sector sur de Santiago, pasa sus jornadas con calmantes aquejado de una aguda depresión. No puede desprenderse de su pasado y menos rehacer el camino. Uno que inició en las postrimerías de los años 60, cuando tras un breve paso por la Escuela Militar y distintos trabajos sale de Chile en los últimos meses del gobierno de Allende.
Hay quienes dicen que ya entonces Lillo era un agente encubierto. Lo cierto es que regresa y en 1976 se instala en la segunda jefatura de la Brigada Purén de la DINA. Su área: el PDC y la derecha “rebelde”.
Lillo sabía hacer su trabajo. Muy pronto conformó un equipo donde confluyeron uniformados que conocían bien el espectro que debían seguir e infiltrar. Cuando la DINA se transformó en CNI, Lillo no se inmutó. Su equipo cerró filas. Estaba por encima de las rencillas entre Manuel Contreras y el nuevo jefe, el general Odlanier Mena. Él era un verdadero agente operativo. Allí en la DINA también se enamoraría de una agente, Francisca Cerda, con la que se casaría.
En 1980, cuando el piso comienza a tambalear por la grave crisis económica y la incipiente rebelión, la CNI se fortalece. Lillo está en la mejor posición para utilizar la información y asestar golpes certeros a los opositores como segundo jefe de la Brigada C1-2, encargada del área política y sindical. Sus jefes eran el general Humberto Gordón, el coronel Roberto Schmied y el mayor Sergio Canals Baldwin.
En 1981 la red de informantes que Lillo y sus jefes montaron ha crecido. Y él maneja todos los hilos. Con el general Gordon, claro. Sabe con exactitud qué habla Frei en cada reunión, con quienes se reúne, qué viajes hace, con cuanto dinero cuenta y hasta los avatares más íntimos del ex presidente. A medida que su carpeta crece, Frei se va irguiendo como una amenaza, sobre todo por el perfil internacional. Allí intervenía otra unidad, la del Servicio Secreto de la DINE, que manejaba con mano de hierro Francisco Ferrer Lima. Y Lillo lo envidiaba. Por eso pareció rejuvenecer cuando en 1987 sus vasos comunicantes con el BIE, el Batallón de Inteligencia del Ejército, se hicieron más estrechos hasta terminar asimilado a la institución y convertido en un nuevo integrante del poderoso Servicio Secreto.
-Usa bigote, es muy alto y de excelente presencia. Llegaba en un auto Chevrolet Chevette de color azul con patente uruguaya y un chofer que nunca se bajaba del coche. Llegaba a buscar a Eugenio Berríos y éste comentaba después que viajaban a distintos lugares –relató Luis Angel Mingués, el conserje del edificio donde el BIE ocultó en Montevideo a Eugenio Berríos, en marzo del ’92 antes de darle muerte.
Tanta era la confianza en Lillo, que el mayor Arturo Silva Valdés le ordenó a él sacar a Berríos de Chile en octubre del ’91. Y el periplo final, desde Buenos Aires por vía fluvial cruzando a Colonia, lo hicieron los tres: Lillo, Silva Valdés y Berríos.
Esa vida sofisticada, con mucho dinero, noches intensas y agitadas jornadas en que se apostaba a mantener el poder de Pinochet en democracia, se acabó. Y ahora Lillo debe hacer frente a sus fantasmas.
NOTA DE LA AUTORA DE ESTA ENTREVISTA: Mucho de lo que la justicia ha logrado establecer sobre el cerco represivo que tejió la DINE y la CNI sobre Eduardo Frei Montalva, quiénes integraban sus brigadas y también cómo y dónde se fabricaron armas químicas en la dictadura, y a qué personas se asesinó con ellas, es gracias a la gran destreza en investigación criminalística y vocación policial que demostró por más de 20 años el prefecto Nelson Jofre Cabello (PDI), hoy en retiro. Los crímenes más difíciles cometidos en dictadura fueron esclarecidos por él y los equipos que encabezó. Su excelencia lo llevó a ser nombrado el segundo jefe para Sudamérica de la Interpol. No ha recibido homenaje ni premio alguno. Y se entiende, no es un político: es solo un excelente policía que no hizo genuflexiones ni le rindió pleitesía ni a uniformados ni a civiles.