LAS HISTORIAS QUE RECOGIÓ CIPER EN UNIVERSIDADES DE REPÚBLICA Y BELLAVISTA
Mujeres invisibles: el submundo del aseo que reveló la muerte de Margarita Ancacoy
10.07.2018
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LAS HISTORIAS QUE RECOGIÓ CIPER EN UNIVERSIDADES DE REPÚBLICA Y BELLAVISTA
10.07.2018
El brutal asesinato de Margarita Ancacoy dejó en evidencia las duras condiciones en que trabajan las mujeres que limpian universidades: la mayoría está subcontratada, reciben el sueldo mínimo, sienten temor por el maltrato de sus jefes y son ignoradas por académicos y estudiantes. CIPER recorrió universidades de los barrios República y Bellavista, y conversó con ellas en subterráneos y otros lugares alejados de los espacios comunes, donde consiguen sacar el habla. En la U. de Chile, donde trabajaba Margarita, anuncian correcciones. En la U. Andrés Bello están revisando el contrato con la empresa de aseo.
A Margarita Ancacoy Huircán la asesinaron a palos cinco jóvenes para robarle cinco mil pesos y un celular. Todo ocurrió alrededor de las 5:20 del lunes 18 de junio, cuando le faltaban pocos metros para llegar a su trabajo.
Esa madrugada, Margarita (40 años) recorrió presurosa el trayecto desde su casa en Maipú, hasta las dependencias del Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile, ubicadas en el límite del Barrio República. Desde hacía cinco años ella y otras tres trabajadoras se ocupaban de dejar todas las salas, oficinas y baños limpios antes de que académicos y estudiantes iniciaran su jornada.
Margarita y dos de sus compañeras debían iniciar su trabajo a las 5:30 de lunes a viernes. A las 6:30 se unía a ellas la cuarta integrante del equipo de limpieza. Pero Margarita y otra de las mujeres acostumbraban a llegar a las 5:00 para poder cumplir con las exigencias de aseo que demandaban los cuatro edificios a su cargo.
Una de las cuatro trabajadoras se encargaba solo de los baños y luego partía a limpiar otras dependencias del Campus Beauchef, a unas cuadras de allí. Recién a las 9:00 se sumaba en República otra funcionaria de aseo, quien mantenía la limpieza hasta las 18:00.
Cuando la comunidad universitaria comenzaba a ocupar las instalaciones, las trabajadoras se iban a limpiar la calle, los patios y los vidrios. Para Margarita y las dos compañeras que se quedaban en República, la jornada finalizaba a las 13:00.
El ingreso a las 5:30 fue establecido en 2013, cuando dejaron de depender de una empresa de aseo externa y fueron contratadas directamente por la Universidad de Chile.
Margarita vivió esos cambios, y a pesar de que ya en 2013 sabía que cruzar el Barrio República a esa hora de la madrugada era peligroso, lo aceptó. Como todas sus compañeras. La alternativa era no tener trabajo. Por eso, tomó resguardos: decidió hacer el trayecto de su casa al trabajo en bicicleta. Así evitaría el riesgo de caminar sola en la madrugada.
A Margarita ya la habían asaltado una vez. Pidió cambio de turno, recuerdan sus compañeras, pero no fue escuchada.
Ese lunes 18, Margarita ya estaba a unos pocos metros de la reja por donde cada madrugaba ingresaba al recinto universitario. Hacía frío y todo estaba oscuro. Conocía muy bien ese trayecto, pero desde hacía dos semanas ya no lo recorría en bicicleta. El frío de las mañanas agudizó el dolor de sus riñones, así que cambió los pedales por la micro, explican sus colegas. Por eso había caminado las siete cuadras por calle República, desde la Alameda hasta casi llegar a Domeyko.
Pasadas las 5:30 de esa madrugada, una de las compañeras que hacía el aseo con Margarita se preocupó. Ella nunca se atrasaba. Fue en ese momento que miró hacia la calle y vio que un grupo de hombres pasaba corriendo. De inmediato pensó en Margarita: “Se va a asustar si ve a esos tipos”. Se asomó a la calle Domeyko y miró a su derecha, por donde corrían en ese instante los hombres (hacía avenida España). No vio a Margarita. Y regresó más inquieta aún a sus tareas.
Cuando cruzaba a otro edificio para continuar con el aseo, sintió ruidos y divisó una patrulla de Carabineros por calle República. Decidió salir y preguntarles si algo ocurría. Les habló de Margarita, que le preocupaba que no llegara a tiempo, como era su costumbre. Los policías le dijeron que no podían entregarle información. Poco rato después, fueron los propios carabineros los que se acercaron a ella.
-¿Cómo se llama su compañera?, descríbamela -preguntó un policía.
En ese momento le confirmaron que era Margarita la mujer que estaba en el piso cubierta con un plástico azul.
Fue como si una bomba estallara al interior del Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile. El brutal asesinato de Margarita Ancacoy hizo emerger la realidad en la que trabajaban las auxiliares, sus extenuantes jornadas y una vulnerabilidad que se acrecentaba al obligarlas a iniciar su jornada a las 5:30 de la madrugada.
Para toda esa comunidad de académicos, estudiantes y funcionarios, ellas habían sido invisibles por cinco años. Hasta el 18 de junio.
CIPER recorrió distintas universidades del sector de República y Bellavista para conocer en terreno cómo trabajan cientos de mujeres que se pasan el día limpiando a cambio del salario mínimo.
Cuando los restos de Margarita Ancacoy viajaban hacia su tierra natal, Huilío (comuna de Freire en La Araucanía), la comunidad de Ingeniería Industrial iba masticando lo que había ocurrido. Allí se enteraron de que Margarita era muy trabajadora, estaba casada y tenía un hijo.
Fue en 2013 que Margarita aterrizó en calle República, contratada por la empresa de aseo industrial SWAN para la limpieza de las dependencias de Ingeniería Industrial. Justo ese año, la presión de los estudiantes permitió instalar una mesa de trabajo para poner fin a la subcontratación de las funciones de aseo, seguridad, jardines y alimentación en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
Fue un cambio positivo, porque un año después, en 2014, Margarita Ancacoy pasó a ser funcionaria de la universidad a contrata.
La presión de los estudiantes había tenido éxito. Hubo aumento de sueldo para el equipo de limpieza y nuevas condiciones.
Si antes debían cumplir 20 horas semanales por $160 mil al mes, ahora debían completar 44 horas a la semana por un salario de $489 mil (incluye asignación de locomoción, colación y para personal de colaboración, vea una liquidación de sueldo).
La experiencia de esa facultad y de otras que comenzaron a erradicar el subcontrato, sirvió como base para lo que vino después: en 2016 el Consejo Universitario, liderado por el rector Ennio Vivaldi, aprobó el fin de la subcontratación de los trabajadores de aseo y seguridad en toda la Universidad de Chile.
Pero en Ingeniería Industrial, Margarita y sus compañeras se quejaban ante oídos sordos.
Ya no solo era el problema del ingreso a una hora peligrosa (5:30), además, el personal de limpieza se había reducido drásticamente. Faltaban materiales con frecuencia y se les asignaban tareas adicionales sin pago extra. A ello se sumó el maltrato por parte de su supervisora, Ana María Oliva, encargada de Operaciones Centrales y Mantenimiento de Ingeniería Industrial.
“Yo no me subo, ¡imagínate me caigo!”, alegó Margarita cuando la supervisora les ordenó agregar a sus tareas la limpieza de vidrios en altura, según cuentan sus compañeras. Pero las otras funcionarias se subieron a una escalera y limpiaron los vidrios.
El maltrato de la supervisora ha dejado huellas. Todas le temen. Entre susurros recuerdan algunos episodios que acrecentaron el temor. Como cuando una de ellas se quejó por la sobrecarga de trabajo y ella le respondió: “Ten cuidado, porque yo así te despido”, al tiempo que hacía chasquear sus dedos.
La muerte de Margarita no ha amainado ese temor. A la profunda tristeza que les ha provocado su partida, se suma ahora un nuevo miedo: que a ellas les pase lo mismo que a Margarita. Pero no hubo espacio con la supervisora para exteriorizar sus temores. Tampoco el duelo.
CIPER las encontró en el lugar que el departamento les ha destinado para cambiarse de ropa y guardar sus pertenencias. Un cuarto pequeño y muy deteriorado ubicado al fondo del estacionamiento de Ingeniería Industrial, por calle Domeyko. Solo allí se sienten un poco más tranquilas.
El espacio está amoblado con una mesa, dos sillas destartaladas y un lavadero roto para lavar los paños. Las paredes y el techo a medio construir dejan pasar el viento frío y cuando llueve, el agua escurre por todos lados: “El otro día que llovió el agua me llegaba hasta acá”, dice una de las trabajadoras, agarrándose el tobillo. Al interior del cuartucho hay dos baños, uno para ellas y otro para el mayordomo. Justo al lado del cuarto, los funcionarios de Ingeniería Industrial almuerzan en un salón acondicionado con estufas y un televisor.
-Tenemos claro que podemos integrarnos igual. Ellos no son el problema, pero la jefa nos tiene concientizadas de que ellos no nos quieren ver –explica una de las auxiliares de aseo a CIPER.
Por eso también se habían convertido en invisibles para todos.
A excepción de la Universidad de Chile, todas las instituciones visitadas para este reportaje subcontratan el servicio de aseo. CIPER conversó con las trabajadoras externalizadas de distintas universidades, públicas y privadas, del sector de República y Bellavista, en subterráneos, estacionamientos y rincones alejados de los espacios comunes, donde algunas recién logran sacar el habla.
Son mujeres de todas las edades, pero con un perfil común: han estudiado hasta cuarto medio o menos, todos los días deben hacer también el aseo en sus casas, si no tienen hijos tienen que cuidar hermanos, y si los hijos ya están grandes, cuidan nietos o a algún familiar enfermo.
A solo unas cuadras del lugar donde murió Margarita está la Universidad de Los Lagos (estatal). El aseo en ese recinto de calle República está a cargo de la empresa SAMI. La compañía se quedó con el servicio a través de una licitación pública en noviembre de 2017 por $5,6 millones mensuales ($67,2 millones al año).
Según la oferta de SAMI publicada en Mercado Público, la empresa dispone un mínimo de 12 trabajadores para el aseo de la universidad. El mismo registro indica que el sueldo bruto para sus trabajadores será de $382 mil al mes, pero CIPER solo pudo obtener la versión de quienes trabajan en los turnos de cuatro horas, por un sueldo base de $170 mil.
CIPER consultó a la empresa, pero ésta se negó a confirmar las cifras: “La confidencialidad que se nos solicita al momento de la firma de nuestros contratos con nuestros clientes nos impide poder entregar cualquier información”, respondió a través de un correo electrónico el gerente general de SAMI, Eduardo Sagredo.
Para las trabajadoras de SAMI en la Universidad de Los Lagos, el turno más complejo era el de los viernes: cuatro horas desde las 20:00 hasta la medianoche para un aseo profundo. Pero tras la muerte de Margarita, la empresa decidió trasladarlo a los sábados.
-De todas maneras ya no se hacía, desde que la empresa retiró el móvil que trasladaba a las compañeras de ese turno. Ahora iban a reponer ese turno pero sin móvil para el traslado. La muerte de la señora Margarita hizo que lo movieran para el día sábado –contó a CIPER una trabajadora de SAMI, quien pide reserva de su identidad.
Para un turno de cuatro horas diarias por seis días (lunes a sábado) el sueldo base es de $170.000. A eso se suman los bonos. Los más contundentes son los que premian la puntualidad y asistencia: $10.000 cada uno. Pero basta que falten un día, por la razón que sea, para que se pierdan ambos.
-Por eso se hace lo imposible por no faltar y tampoco llegar tarde. Porque lo que llega a fin de mes es una miseria –dice una trabajadora de SAMI.
A pesar del temor que se palpa en las trabajadoras de SAMI, ella quiere hablar. Está jubilada, cuenta, pero debió seguir trabajando para sumarle algo a los poco más de $100 mil que recibe mensualmente de pensión. Hace el aseo, las compras y el almuerzo en su casa y luego parte a la universidad a seguir limpiando. “Aseo, aseo, aseo, yo he llegado a soñar con el paño”, dice riendo. Pero la sonrisa desaparece rápido.
Lleva casi una década haciendo aseos para SAMI y el cuerpo se queja. Su mayor indignación es con el trato que reciben de los supervisores. Recuerda a uno en especial que la castigó porque la pilló sentada. Ese viernes, el peor día porque todo queda más cochino, ella recién había terminado de limpiar un casino grande. El cansancio la llevó a sentarse unos minutos. Fue en ese momento que entró al recinto el supervisor y comenzó a retarla. Ella le explicó que ya había terminado, que recién acababa de sentarse, le pidió que revisara las cámaras para que lo constatara. Pero fue inútil. El supervisor le anunció que el lunes siguiente debía presentarse en la sede de la empresa porque sería trasladada.
La lógica del traslado como castigo se repite en el resto de las empresas. Traslado si presenta licencia muy larga. Traslado si se queja demasiado. Traslado si insiste con el sindicato.
Las mujeres de SAMI han limpiado las oficinas del Ministerio de Educación, del Servicio Nacional de la Mujer, de la Dirección del Trabajo, de Gendarmería, incluso de La Moneda. Pero las condiciones no varían mucho de un lugar a otro.
-¿No se supone que ya pasó el tiempo de los esclavos? -pregunta la más vieja del grupo.
Llegamos a Pío Nono, a la sede Bellavista de la Universidad San Sebastián. Allí el servicio de aseo está entregado a ISS, una transnacional del subcontrato. Se fundó en Dinamarca hace más de cien años y hoy es una maraña de sociedades con ingresos anuales de 79,9 billones de coronas danesas, según su página web (unos $8.230 billones). Llegó a Chile en 2004 y tiene 15.000 empleados para más de 300 clientes de Arica a Punta Arenas.
En el gigantesco edificio de Bellavista las mujeres hacen un trabajo de hormiga. Solo en el edificio principal son ocho pisos y cuatro subterráneos: 27.000 m2. La planificación original reparte la tarea entre 14 trabajadoras. Pero en la práctica, eso no pasa. Las licencias son recurrentes, porque al poco tiempo la carga física pasa la cuenta, describen algunas de las trabajadoras a CIPER.
A la hora que llegamos a ese recinto universitario, un grupo grande de funcionarios y estudiantes ve un partido del Mundial de Fútbol en el primer nivel. Las trabajadoras de ISS asignadas a los pisos superiores aprovechan que hay menos flujo y cruzan los pasillos trapeando. Abajo, el piso ya está reluciente. Una de las mujeres lo lustra a máquina diariamente. Le toma cuatro horas y viene llegando de una licencia por lumbago, cuentan sus compañeras.
“Una, dos, tres, cuatro, ¡cinco faltaron hoy día!”, repasa una de las trabajadoras, mientras saca su colación y se deja caer en una de las sillas del casino. El problema, dice, es que no les pagan ni un peso extra por limpiar el sector de las que se ausentan.
Los US$190,33 millones de ingresos que registró ISS en Chile durante 2017, aquí no se ven. El sueldo base es el mínimo ($276 mil), el que se complementa con un bono que les da la universidad. Pero la dirección del establecimiento no pudo informar a CIPER de cuánto es el bono y en qué condiciones se otorga. Dijeron estar “recabando la información”.
Aquí también faltan materiales para limpiar. Una falencia que suplen muchas de las trabajadoras comprándolos ellas, para sacar la suciedad más fácilmente. Una de las mujeres alega:
– Si no hay líquido de aseo, yo trapeo con agua. ¡Me aburrí! ¿Por qué yo voy a tener que estar comprando cosas para la empresa? –dice, mientras sus compañeras miran al piso y comen en silencio.
ISS les entrega solo un uniforme. Una de las mujeres echa el asiento para atrás y muestra sus pantalones manchados, mientras otra cuenta que con el frío la ropa ya no alcanza a secarse durante la noche y ha tenido que vestirse con las prendas húmedas para trabajar. La de al lado levanta uno de sus pies y muestra uno de sus zapatos de seguridad:
-Me salen ampollas con estos que me dieron, y son tan pesados que al final una ya los va arrastrando. Yo entiendo que hay que usarlos por seguridad, pero deberían ser de calidad.
Cruzando la calle Pío Nono en el Barrio Bellavista, frente a la Universidad San Sebastián, está la Escuela de Derecho de la Universidad Andrés Bello. Aquí, el aseo del recinto está a cargo de la empresa Scopa Chile Aseos Industriales, creada en 2016 por Jesús Damián Ponce Pons.
A pesar de la mayoría femenina, por primera vez aparecen varios hombres haciendo el aseo: todos extranjeros.
La sala que les han destinado para que coman y guarden sus cosas, está en la esquina del estacionamiento subterráneo de la facultad. Frente a la puerta hay unos cuantos sillones rasgados que sirven para el esporádico descanso del personal subcontratado.
Al interior de la pequeña sala, una decena de trabajadores está en su tiempo de colación. Todos comen tallarines mientras comienzan a enumerar sus problemas laborales: los contratos dicen que sus jornadas van de lunes a viernes, pero en verdad deben trabajar también dos sábados al mes. Y no hay pago de horas extras por ello.
Trabajan por $336.000, con descuento por cotizaciones de salud y previsión, pero varios de ellos han constatado en las instituciones que se las descuentan, pero no se las pagan (vea el informe de cotizaciones de una de las trabajadoras).
“Lo que recibimos en efectivo a fin de mes es el sueldo mínimo más una gratificación de $5 mil. Nadie responde por ese tremendo descuento y tampoco nos pagan el trabajo extra que hay que hacer cuando otro compañero falta”, alega una de las mujeres (vea una liquidación de sueldo).
Para resolver parte del problema, este grupo de trabajadores ha llegado a un acuerdo: el que falta un día a trabajar debe pagarle $10 mil al colega que tuvo que asumir sus labores. “Nos reconocemos el trabajo entre nosotros. Es lo que corresponde”, explica uno.
Scopa, como todas las otras empresas de aseo que CIPER conoció en terreno en este reportaje, también limita al máximo la entrega de materiales de limpieza. La escasez es permanente y muchas veces se han resignado a hacer el aseo solo con agua e incluso sin guantes.
Cuando llega el viernes eso se transforma en una pesadilla. Las cuadras junto a la sede están repletas de bares y discotecas que son frecuentadas por los estudiantes. Y en los baños de la facultad queda el desastre: “Todo vomitado, manchado por todos lados. Ya te puedes imaginar lo que es hacer eso sin guantes”, dice la que debe lidiar con los baños.
A través de su Departamento de Comunicaciones, la Universidad Andrés Bello informó a CIPER que en mayo de este año le puso fin al contrato que mantenía con Scopa por la limpieza del campus de Viña del Mar y que, además, la multó con 180 UF ($4,8 millones) por las cotizaciones impagas de los trabajadores que mantiene en el resto de las sedes a su cargo: Bellavista, Antonio Varas y Campus Creativo. Desde el mismo departamento aclararon que la universidad está revisando los contratos con Scopa y que este 16 de julio va a constatar que las cotizaciones estén al día.
Scopa acumula cinco multas por su inasistencia a citaciones de la Dirección del Trabajo y al menos cinco demandas laborales en los Tribunales de Santiago por despidos injustificados y sueldos impagos.
Una de las trabajadoras extranjeras que hace aseo en la Facultad de Derecho de la UNAB cuenta a CIPER que ella también puso una demanda:
– Ya me cansé de esperar, por eso los demandé. Yo sigo aquí solo porque estoy embarazada –dice con un gesto desafiante, con las manos sobre la mesa y el mentón en alto.
Casi dos semanas después de la muerte de Margarita Ancacoy, CIPER accedió a una entrevista con Fernando Ordoñez, director del Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile, pero fue poco lo que se pudo sacar en limpio de esa conversación. El director no sabía cuántas auxiliares trabajaban en las dependencias del departamento. Y recién se enteró de su horario de ingreso cuando Margarita fue asesinada.
Pero la invisibilidad en la que trabajaban Margarita y sus compañeras era un problema de todo el Departamento de Ingeniería Industrial: “A mí todos los profesores me dicen ahora que ellos no sabían que entrábamos a las cinco de la mañana, y yo no me lo explico. ¡Cómo no van a saber, cómo nadie iba a saber!”, se pregunta una de las trabajadoras.
-Cuando yo asumí, en 2015, ya estaba esta rutina: debía estar todo limpio para comenzar las funciones -explicó a CIPER el director Ordoñez.
Ordoñez también dijo desconocer las quejas de las trabajadoras en contra de la supervisora. Cuatro días después, en una segunda entrevista, reconoció: “Ahora nos estamos enterando de que las comunicaciones sí estaban cortadas”.
El director cuenta que tras la muerte de Margarita se organizó una asamblea de funcionarios, donde las trabajadoras pudieron contar lo que les estaba pasando.
-Los profesores que estuvieron ahí dicen que era increíble el miedo que se sentía entre los funcionarios. Y darse cuenta de que había gente que sentía que no podía hablar, es algo que no sabíamos y que no puede ser. Estamos trabajando fuerte para cambiarlo -aseguró a CIPER Fernando Ordoñez.
A pesar de que las compañeras de Margarita siguieron asistiendo en el mismo horario durante los días posteriores al asesinato, Fernando Ordoñez informó a CIPER que desde el lunes siguiente, 25 de junio, se movió la hora de ingreso de forma permanente a las 7:00. También adelantó que la facultad está cotizando un servicio de transporte que pasará por el sector de Beauchef y República hasta el Metro, a partir de las 21:00.
En reunión con el rector Vivaldi, la Asociación de Funcionarios solicitó iniciar una investigación sumaria para aclarar todas las faltas y una beca para que el hijo de Margarita Ancacoy pueda estudiar en la Universidad de Chile, entre otras medidas.
Ahora los restos de Margarita descansan en La Araucanía. En Santiago, cuatro de los jóvenes que participaron en la golpiza que la mató, están en prisión preventiva mientras dure la investigación. El quinto permanece prófugo.
En el resto de los recintos universitarios del Barrio República y Bellavista, los trabajadores del aseo siguen cumpliendo sus extenuantes jornadas por el salario mínimo mientras las empresas que los contratan reciben millonarios ingresos. Y siguen siendo invisibles para académicos y estudiantes.