ENTREVISTA A RICHARD THALER, PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA 2017:
“Milton Friedman tenía razón: los mercados son el mejor sistema que tenemos. Él ganó”
13.10.2017
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ENTREVISTA A RICHARD THALER, PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA 2017:
13.10.2017
Tal vez la manera más directa de tener una primera idea sobre lo que piensa un investigador es preguntarse qué dice sobre el Estado y el Mercado: cuánto de esos dos ingredientes pone en su modelo ideal, cuáles problemas sociales atribuye a uno u otro componente; y a cuál de ellos cree que deben acudir las personas para conseguir bienestar.
Esto funciona relativamente bien con Richard Thaler (72 años), el último Premio Nobel de Economía, al que CIPER entrevistó en mayo de 2016 en Bristol, cuando el profesor de la Universidad de Chicago ofreció una charla en el marco del Festival de las Ideas que organiza esa ciudad.
Sobre el mercado el economista estadounidense dijo a CIPER:
-El enfatizar una economía de mercado probablemente puso a Chile a la cabeza de Latinoamérica. Milton Friedman tenía razón: los mercados son el mejor sistema que tenemos, aunque no sean perfectos. Él ganó. La URSS perdió, China perdió. Por supuesto, Pinochet hizo cosas que yo no comparto. Pero le puedo decir, respecto de las asesorías que hacemos los economistas, que cuando aconsejé a David Cameron (ex Primer Ministro de Inglaterra), él no siempre me hizo caso. Sin duda Friedman hizo más bien que mal.
La afirmación de Thaler es tan clara que pareciera innecesario preguntarse qué tipo de Estado prefiere, pues el neoliberalismo de Friedman no deja margen en ese punto: lo correcto es un Estado sin empresas productivas, que no garantiza derechos sociales (pensión, salud o educación), sino que focaliza la ayuda; y que, en términos generales, se limita a fijar un marco mínimo para que los mercados operen.
No obstante, al referirse al Estado, la mirada de Thaler se aparta un poco de lo esperado. El motivo esencial es que la “economía del comportamiento” que ayudó a construir desde los años 70 y 80 hasta ahora, sostiene que las personas no actúan siempre racionalmente como suponen los economistas tradicionales. No siempre sus decisiones maximizan los beneficios o logran optimizar el uso de los recursos escasos.
Dicho más directamente: muchas veces usted no sabe lo que le conviene. Y esto, que contradice lo que oímos a diario en los debates (por ejemplo, “nadie sabe mejor que los padres qué es lo mejor para sus hijos”), fue demostrado por Thaler y otros investigadores a través de experimentos en el campo de la psicología.
A veces por ignorancia, por la dificultad para lidiar con grandes cantidades de datos o por trampas de la percepción (sin contar con las trampas que nos hacen las empresas cuando se coluden), tomamos muy malas decisiones. Aquellas que no habríamos adoptado si hubiéramos estado atentos o de haber tenido todos los antecedentes.
Los humanos – escribe Thaler en sus libros – son muy distintos a los Econs, que usa la economía para hacer sus modelos y que “pueden pensar como Einstein, tienen tanta memoria como una computadora y la voluntad de Gandhi”. Los Econs responden a incentivos económicos y no se preocupan de situaciones tan irrelevantes, como el orden en que las cosas están presentadas. Son como Spock, el personaje de la serie Viaje a las Estrellas, ironiza Thaler. Los humanos, en cambio, también responden a los incentivos, pero son muy sensibles a cómo se les presentan los datos. Aunque dos afirmaciones sean en esencia la misma, la forma en que se plantean puede generar reacciones muy distintas entre los que no nacimos en Vulcano.
Los humanos, además, nos auto engañamos. Por ejemplo, caemos en la “falacia de la planeación”: la tendencia sistemática hacia el más irreal optimismo al momento de planear el tiempo que lleva terminar un proyecto (de hecho, esta entrevista debió publicarse hace más de un año y aquí estamos).
En su libro Nudge, Thaler propone un Estado inspirado en un “liberalismo paternalista”. Un Estado que sabe qué es mejor para las personas y que, aunque no las obliga a tomar el camino correcto, les da un “empujoncito” (así se ha traducido al español el término Nudge: empujón suave). No se trata de alinear correctamente los incentivos, como tradicionalmente proponen los economistas, sino de disponer las cosas de tal manera que decidamos correctamente.
Un ejemplo. Imagine un casino escolar en el que los niños eligen libremente qué comer. El encargado se da cuenta de que aquellos alimentos que están a la altura de la vista de los niños se consumen más. Esto quiere decir que, sin cambiar el menú, sin gastar en publicidad pro alimentación sana, se puede conseguir alterar el consumo de los estudiantes y hacer que consuman más vegetales y menos dulces. Si el encargado dispone los alimentos sanos al alcance de los niños, realiza un acto que Thaler califica como “liberalismo paternalista”.
El Nobel enfatiza un aspecto crucial: no hay una forma neutra de presentar los alimentos para que los niños “decidan libremente”, pues los experimentos muestran que los niños -y las personas en general-, cambian su elección de acuerdo al orden en que se les presentan las cosas, los argumentos, etc.
Esto abre una duda inquietante: si la elección depende tanto del escenario, ¿existe algo que se puede llamar “lo que yo prefiero”? La investigación de Thaler sugiere que al menos en aspectos de consumo, lo que creemos son nuestras preferencias es muy voluble, con fronteras más liquidas de lo que suponemos.
Richard Thaler argumenta que es imposible no dirigir a las personas hacia alguna parte. Dice, entonces, que hay un personaje central en el que fijar la atención: el “arquitecto de las elecciones”, el que organiza el contexto en el que las personas van a decidir.
Un doctor que informa al paciente los posibles tratamientos, es un arquitecto de elecciones. Un padre que decide a qué colegio irá su hija, también organiza las posibles decisiones de la niña. Otro ejemplo mínimo y divertido: dibujar una mosca al interior de los urinarios del aeropuerto de Amsterdam, mejoró la puntería de los hombres y redujo varios problemas de limpieza, describe Thaler. Un ejemplo desagradable y nacional: cuando la dictadura de Pinochet y Jaime Guzmán diseñaron la Constitución con sus trabas para la expresión de la mayoría (sistema binominal, quórums inalcanzables para cambiar leyes clave, Tribunal Constitucional), dibujaron una cancha en la que, aunque la derecha no gane, la mayoría no puede hacer algo muy distinto a lo que la derecha haría, como ha insistido Fernando Atria.
Un arquitecto que es “liberal paternalista”, diseña de modo que la libertad de las personas se preserve, pero a la vez, trata de influenciar el comportamiento de las personas para hacer que sus vidas sean más largas, más saludables y mejores. Si las personas quieren fumar o comer grasas o no ahorrar para la previsión, un “liberal paternalista” no los fuerza. Usando la arquitectura del escenario, les da un empujoncito para “alterar su comportamiento en una dirección determinada, sin prohibir nada y sin cambiar significativamente sus incentivos económicos”, escribe Thaler en Nudge.
Esto le da un rol al Estado en muchas áreas. Pero también a las empresas. Thaler sugiere, entre otras cosas, usar el subestimado “poder de la inercia”. Piense en su celular. Cuando se compra uno nuevo, hay muchas decisiones que usted puede tomar, por ejemplo, el color de la pantalla o el tono del timbre. Hay opciones que el fabricante deja instaladas por defecto, pero que muchas personas mantienen por inercia. Lo que se ha visto es que sin importar qué deja instalado el fabricante, muchos no lo van a cambiar y se quedaran con eso.
“Si las compañías privadas o los servidores públicos creen que una política produce mejores resultados, ellos pueden influir fuertemente en las personas dejando esa opción prefigurada por defecto”, afirma Thaler. Por ejemplo, si al renovar la cédula de identidad usted queda automáticamente como “donante de órganos”, en teoría debería haber más donantes que si se formula la pregunta explícita.
En 2010 el Primer Ministro inglés David Cameron invitó a Thaler a crear en el Reino Unido un equipo que desarrollara políticas basadas en la “economía del comportamiento”, una suerte de “departamento gubernamental de empujones y codazos” (en el sentido del codazo de alerta que se dan los amigos para advertirse de algo interesante). Un equipo que buscara formas innovadoras de cambiar la manera de actuar de las personas, particularmente en áreas como pensiones, educación o salud.
Uno de sus mayores éxitos fue conseguir un importante aumento de la recolección de impuestos entre las personas. Y lo hizo simplemente con una carta que les recordaba que la mayoría de sus vecinos ya habían pagado.
La asesoría al gobierno de Cameron muestra el impacto práctico de la “economía del comportamiento”. Y explica por qué Thaler, antes del Nobel, había alcanzado importantes reconocimientos, como la presidencia de la Asociación de Economistas Americanos en 2015 (organización que fue dirigida antes por Milton Friedman, JK Galbraith, Gary Becker y Amartya Sen, ente otras figuras). Siempre que se trate de entender el comportamiento de individuos, particularmente en su rol de consumidores, las herramientas y estrategias desarrolladas por Thaler ofrecen muchas perspectivas interesantes y sorprendentes.
Pero el poder de explicación y de oferta de soluciones de la “economía del comportamiento” se debilita cuando se debe lidiar con grupos humanos complejos, como empresas, clases sociales, generaciones. Por ejemplo, cuando se trata de abordar la concentración de la riqueza, un problema central en muchos países desarrollados; o en el caso de Chile, de corregir lo que el investigador del MIT Ben Ross Schneider ha llamado “capitalismo jerárquico”, un capitalismo dominado por unas pocas familias. ¿Se pueden modificar esas conductas solo con empujoncitos?
Lo cierto es que las cartas que consiguieron en Inglaterra que los ciudadanos cumplieran mejor con sus obligaciones tributarias, no podían llevar a que las grandes corporaciones cumplieran cabalmente con las suyas. Entre otras cosas, porque estas empresas desarrollan argumentos para decir que lo que hacen es perfectamente legal. Un empujoncito o un codazo no pueden contra Apple o Google, por citar dos corporaciones que escandalizaron a los ingleses por tener, al mismo tiempo, enormes utilidades y pagar muy poco en impuestos. Y ello, en los mismos años en que Thaler asesoraba el departamento de codazos.
Cuando CIPER le preguntó a Thaler cómo evalúa “la economía del comportamiento” al neoliberalismo, en particular su tendencia a la concentración de la riqueza, Thaler reconoció que esa mirada no tenía mucho que decir al respecto:
– Hoy no hay ninguna “economía del comportamiento” macro. Por ahora, estamos trabajando en problemas específicos: cómo mejoramos la asistencia sanitaria, cómo mejoramos la educación, cómo ayudamos a las personas que salen de la cárcel para que esa salida sea un camino solo de ida. Incluso, los que están trabajando en áreas más globales, como la economía del desarrollo, en su mayoría lo hacen examinando un problema a la vez. Así que no creo que haya todavía un enfoque de comportamiento de nivel macro.
-¿Eso quiere decir que desde su enfoque, los cambios económicos y las correcciones a los sistemas se deben producir en el nivel de las personas y de las empresas particulares, a través de codazos y empujones?
-Yo creo que los cambios de producen con transparencia y divulgación tanto en las practicas de mercado como en las políticas laborales. Si las empresas pagan mucho más a los hombres que a las mujeres, a mí me gustaría que esos datos se publicaran. Por supuesto, eso no es tan sencillo, porque para determinar que un pago solo se vincula con el sexo del empleado hay que controlar una gran cantidad de factores. Pero creo que la transparencia y la difusión son vías de cambio.
-Imagino que está de acuerdo con revelaciones como las que hizo la investigación periodística de los Panamá Papers.
-Fue una gran cosa. Es un tema que me interesa mucho, aunque no he trabajado todavía en asuntos de corrupción. En principio, la “economía del comportamiento” debe lidiar con esto pues es un asunto cultural.
-¿Qué le parecen los paraísos tributarios?
-Son dañinos, por supuesto.
-¿Que necesitan las empresas, las grandes corporaciones, para pagar impuestos y no recurrir a los paraísos tributarios? ¿Un empujoncito, o una patada de un Estado más firme?
-Tenemos que reformar el sistema de impuestos a las corporaciones. Ese es un problema mundial. Pero es difícil culpar a una empresa por pagar la menor cantidad de impuestos que pueda. Eso es lo mismo que haríamos usted y yo. Le doy mi información a mi contador y espero que pague lo menos que sea posible. Pero sin hacer trampa. Nadie hace esto contra la ley. Entonces, si uno quiere generar comportamientos distintos, tiene que cambiar la ley. Por supuesto, en cuanto a la corrupción algunos países son peores que otros. Y ante la pregunta de cómo emerge la corrupción y cómo se la controla, yo no sé qué decir. Ojalá supiera.
En algún momento la “economía del comportamiento” hizo sentir a los economistas de Chicago que estaban bajo amenaza. La abundante evidencia que levantaban en contra de la existencia del Econs, en el cual se basan todos los modelos de los economistas tradicionales, era una carga de dinamita en la capacidad de predecir de esos modelos.
En su libro Misbehaving (Mal comportamiento), Thaler relata el primer encuentro cara a cara entre los representantes de la naciente economía conductual y los “Chicagos” clásicos, una cita que tuvo lugar en la Universidad de Chicago, en 1985. Los “Chicago”, entre los que estaban hombres clave de esa escuela, como Robert Lucas, Merton Miller y Eugene Fama, querían saber si había motivos para considerar esta corriente en serio. Los economistas conductuales presentaron sus estudios, todos basados en experimentos.
A los ya citados, en que dependiendo de cómo se presentan las opciones, las personas deciden cosas distintas, se agregaron otros que cuestionaban la idea –muy asentada entre los economistas- “de que la justicia era un concepto tonto, mayormente usado por niños que no querían dar su brazo a torcer”, como lo sintetiza Thaler. El Nobel recuerda en su libro la defensa cerrada que hicieron los Chicago de la racionalidad y la compara con el horror que sentían los defensores de la teoría de que la tierra era el centro del universo cuando Copérnico sostuvo que la tierra giraba en torno al sol.
Ambos grupos salieron de ese encuentro con la sensación de que habían ganado (lo que seguramente tiene una explicación tanto dentro de la “economía del comportamiento” como dentro de la economía neoliberal). Y la discusión se prolongó durante los siguientes 20 años, con una tendencia cada vez más acentuada a la confluencia de las visiones.
En su libro Mal comportamiento, Thaler apuntó a eso. Argumentó que los adherentes de la racionalidad económica pasaron años ignorando la evidencia incómoda y creyendo en un supuesto falso: “que la mayoría de las personas, la mayor parte del tiempo, hace elecciones que van en su propio interés o al menos, hace elecciones que la benefician más que si la hiciera otro”.
“Es tiempo de parar de inventar excusas. Necesitamos una manera más enriquecedora de hacer investigación económica, una que dé cuenta de la existencia y relevancia de los humanos”, desafió Thaler. Luego apuntó al acuerdo: “La buena noticia es que no necesitamos lanzar lejos todo lo que sabemos sobre como las economías y los mercados funcionan”.
A la larga, la racionalidad de las decisiones parece no haber sido algo tan determinante en la construcción de los modelos económicos. Y los economistas de Chicago hoy contemplan sin problemas la irracionalidad de los individuos. De ahí que todos festejaran el Premio Nobel a Thaler.
Es por ello que para los críticos de la “economía del comportamiento”, entre ellos el cientista político William Davies (autor del libro La industria de la felicidad), esta corriente no cuestiona el fondo económico, sino más bien aporta una serie de tips, interesantes, útiles, curiosos y divertidos para ser un buen consumidor.
La crítica es que esta corriente le puede enseñar a usted qué vino de la carta pedir (nunca el penúltimo, porque como el dueño del restorán sabe que usted se va a avergonzar de pedir el más barato y va a optar por el segundo, pone ahí su peor vino). También le puede explicar por qué es irracional leerse un mal libro que le costó caro, pensando en que si lo deja de lado va a perder la plata que gastó.
Todo eso es interesante y hace la sobremesa muy entretenida. Pero Davies diría que está lejos de fundar una crítica que cambie las relaciones de poder que emergen del dominio de la economía de mercado sobre la sociedad.
Uno de los aportes interesantes de los estudios de Thaler, y que se ha destacado muy poco, tiene que ver con la idea de justicia. Como se dijo, en los modelos económicos dominantes la justicia es un cuento de niños, un asunto irrelevante.
Pero sus experimentos muestran que la justicia es muy importante en las personas reales y que condicionan su comportamiento económico.
Un equipo del que formó parte Thaler preguntó en una encuesta si le parecía justo o injusto lo siguiente: una empresa vende guantes para la nieve a US$15 y al día siguiente de una tormenta de nieve los sube a US$20. El 82% de los encuestados lo encontró injusto. Y seguramente usted pensará -escribe Thaler- qué clase de basura humana sube los guantes luego de una nevada. Pero eso es justamente lo que debe pasar -de acuerdo a la teoría económica- cuando hay una cantidad fija de guantes y aumenta repentinamente la demanda.
De hecho, cuando le hizo la misma pregunta a estudiantes de un MBA, el porcentaje fue inverso: 76% encontró que el alza era justa.
¿Quién tenía razón? Las investigaciones de Thaler no se pronuncian sobre eso. El economista no se para ni desde una posición moral, ni desde la superioridad técnica con la que algunos de sus colegas actuales califican de ignorancia los sentimientos de la calle. Las investigaciones de Thaler buscan entender y describir “qué es lo que los humanos odian”. Y en ese sentido, argumenta en su libro, que evidentemente los estudiantes de economía habían sido entrenados para pensar como Econs, lo que implicaba dejar de ser humanos (lo que otro investigador llamaba “la ceguera inducida por la teoría”).
Las investigaciones en torno a la idea de justicia mostraron también que, contra la idea de la maximización del beneficio propio, las personas estaban dispuestas a gastar parte de su dinero en bienes públicos. Por supuesto, cuando el experimento se hizo con estudiantes de economía, la tasa de contribución al bien púbico fue muy reducida. Ello, subraya Thaler, llevó a los sociólogos Marwell y Ames a escribir un paper titulado: “Los economistas son free ride: ¿alguien más?”
Importantes hallazgos aparecieron también en experimentos que el equipo de Thaler llamó “juegos de justicia”. La pregunta de fondo en esos experimentos era si las personas estaban dispuestas a castigar a una compañía si esta actuaba en forma tramposa.
Los experimentos mostraron que la gente tendía a repartir equitativamente dinero, incluso con otros que no conocía; y que mayoritariamente prefería obtener menos dinero compartiéndolo con alguien que era justo, que ganar más compartiéndolo con el que había sido injusto.
“¿Qué se puede concluir de esos experimentos? Que a las personas le desagradan las ofertas injustas y están dispuestas a perder algo de dinero para castigar a los que lo hacen”, escribe Thaler en su libro.
La conclusión es relevante para Chile, donde aún resuenan los ejemplos de los empresarios tramposos que se coludieron para mantener precios altos afectando a todos los que consumen medicamentos, pollos, papel higiénico, etc. Siguiendo la huella de los hallazgos de Thaler, tendríamos que pensar que las personas habrían favorecido a los competidores de estas empresas, aun cuando cobraran más caro por sus productos, para castigar al coludido. Pero tal como informó la Papelera a mediados de este año, esa compañía no sufrió una baja en su participación en el mercado después de que estallara el escándalo de la colusión en la que participó. ¿Por qué ocurrió esto? ¿Es que la colusión fue algo irrelevante para los consumidores?
Thaler remarca una clave.
“Si una compañía, por ejemplo, paga millones para obtener contratos del gobierno, necesitamos exponer eso al público. Creo que la mejor solución es más transparencia.
-En Chile los casos de colusión se expusieron ampliamente. Pero las compañías no recibieron un gran castigo de parte de los consumidores.
-Bueno, ese caso muestra por qué necesitamos más competencia. Eso es fundamental. Ustedes necesitan competencia –afirma Thaler.
La respuesta de Richard Thaler me recordó algo que dijo a CIPER Anthony Atkinson, el fallecido economista de Oxford, cuando le planteamos el caso de la colusión del papel higiénico y el casi nulo castigo que había recibido la empresa: ni cárcel para los coludidos ni pérdida de posición económica.
-Es que ustedes no tienen libertad de mercado.
La entrevista con Richard Thaler se efectuó antes de la elección presidencial que puso a Donald Trump a la cabeza de la primera economía del mundo. En la conferencia previa, Thaler hizo algunos chistes sobre el tema, aunque estaba preocupado. Dijo a CIPER que el discurso agresivo del actual Presidente de Estados Unidos, le hacía mucho sentido sobre todo a una clase media a la que le había ido muy mal en las últimas década y a la cual Trump seducía diciéndoles: “si usted me elige lo puedo hacer tan rico como yo”.
A Thaler esta adhesión lo inquietaba por su apelación al nacionalismo y a la misoginia:
-Hay distintas formas de tener esperanza en que vas a mejorar. Pero me parece que es un problema creer en candidatos que apelan a los peores instintos de las personas y luego los llenan de mentiras. Trump ha hablado de grandes impuestos para los ricos y apela a la clase blanca trabajadora. Pero, realmente, no va a hacer nada por ellos. ¿Qué va a hacer? ¿Va a construir un muro?