COSULTORA MCKINSEY GLOBAL INSTITUTE ESTUDIÓ IMPACTO EN 54 PAÍSES
Estudio prevé que el 50% de los trabajadores chilenos será reemplazado por máquinas
13.02.2017
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COSULTORA MCKINSEY GLOBAL INSTITUTE ESTUDIÓ IMPACTO EN 54 PAÍSES
13.02.2017
No es una noticia alegre para difundir en estos meses de verano, pero un reciente informe dice que una ola se acerca y es imparable: los robots quieren su empleo (el mío también) y tienen muchas posibilidades de conseguirlo en el mediano plazo.
Si usted trabaja en el retail, en áreas extractivas, en tareas administrativas, en recopilación de datos, en el área de la salud o las finanzas, en fin, si usted trabaja en algo que tiene cierto grado de rutina, todo o buena parte de su trabajo va ser hecho por máquinas o programas. Los menores costos de los robots (no van a huelga, no necesitan vacaciones, no tienen hijos que se enferman, no se deprimen ni comenten errores) hacen probable que este reemplazo ocurra. Así se desprende del informe de la consultora internacional McKinsey Global Institute publicado en enero pasado y que estudia el impacto de la automatización en 54 países, un tema de creciente preocupación en el mundo, pero que en Chile aún no comienza a debatirse.
El informe ofrece estimaciones de los trabajos más expuestos a ser dominados por desarrollos tecnológicos inteligentes y también evalúa como impactarán las nuevas tecnologías país por país. En términos globales su análisis sostiene que la mitad del trabajo actual estará automatizado para 2055, proceso que se puede adelantar o atrasar 20 años dependiendo de diversos factores. En el caso chileno, el estudio calcula que en el sector retail el 51% del trabajo que allí se realiza tiene el potencial de ser automatizado, lo que eventualmente podría producir una pérdida de hasta 800 mil empleos. En las manufacturas el potencial de automatización es del 61% (600 mil trabajos) y en el área “administración y sector publico” el reemplazo por sistemas automáticos puede afectar al 40% del trabajo que hoy ofrece: 235 mil empleos.
En términos nacionales el informe indica que son 3,2 millones los empleos que pueden ser automatizados, lo que representa el 49% del total de trabajo que hoy se ofrece en el país. En naciones más desarrolladas, como Estados Unidos, el impacto de la automatización es más bajo: 46% del empleo actual. Pero en México el informe McKinsey estima que robots y programas están en condiciones de hacer el 52% del trabajo que existe hoy en ese país, mientras que en Perú ese porcentaje llega al 53%, en Brasil al 50% y en Argentina al 48%.
Es importante remarcar que el estudio no es una predicción de lo que futuras máquinas podrán hacer, sino una estimación que descansa en la capacidad de la tecnología actual. Es decir, toma en cuenta programas y robots de hoy, los que ya tienen la habilidad de sacarnos una gran ventaja en la lucha por los puestos de trabajo de los próximos años.
Las estimaciones de Mckinsey están en línea con las hechas por una investigación pionera en este campo, llevada adelante en 2013 por Carl Benedikt y Michael Osborne, quienes calcularon que el 47% del empleo en Estados Unidos estaba en riesgo de ser automatizado. Usando el método de estos investigadores y datos del Banco Mundial, un informe del Citi Bank estimó en 2016 un impacto muy superior para países que están intentando desarrollarse. Según el estudio del banco, en Argentina el 65% del trabajo es posible de automatizarse; en India el 69% y en China el 77%.
En Chile, dice el informe McKinsey, el 51% del trabajo que se realiza en el retail tiene el potencial de ser automatizado, lo que eventualmente podría producir una pérdida de hasta 800 mil empleos. En las manufacturas el potencial de automatización es del 61% (600 mil trabajos).»
Por supuesto, el que todos esos puestos de trabajo terminen siendo ocupado por maquinas o programas depende de múltiples factores, no es algo tan fácil de predecir. Influye, por ejemplo, la fuerza de los trabajadores organizados para resistir a esa invasión, y las políticas que tomen los estados para proteger el empleo en un contexto en que las personas viven más años y donde se espera, como se ha visto en la discusión previsional, que todos tengamos que extender nuestra vida laboral, porque las pensiones no alcanzan.
Sin embargo, un factor clave en este tipo de decisiones es siempre cuán conveniente resulta el cambio para las empresas. Y el informe McKinsey aporta un dato relevante: la cantidad de salarios que las empresas se ahorrarían.
En el caso chileno, el informe estima que la industria de retail y el comercio en general se ahorrarían en salarios US$9 mil millones si reemplazara el 51% de los trabajos que tienen el potencial de ser automatizados; la industrias manufactureras se ahorrarían US$6 mil millones y el sector administrativo y público gastarían US$10 mil millones menos en salarios. A nivel nacional el ahorro en remuneraciones sería de US$41 mil millones.
Muchas compañías tecnológicas están decididas a aprovechar al máximo ese ahorro. Por ejemplo, Momentum Machine, empresa que ha desarrollado un robot capaz de producir 400 hamburguesas gourmet por hora sin intervención humana. “Nuestro dispositivo no busca hacer a los empleados más eficientes. Busca reemplazarlos completamente”, dijo en 2012 Alexandros Vardakostas uno de los fundadores de la firma.
Si la ambición y la convicción de este inversionista le parece encomiables, tome en cuenta un dato citado por Martin Ford en su libro “El ascenso de los robots” que remarca la importancia de esos empleos para economías desarrolladas y por ende para economías más precarias como la nuestra.
En 2011 la cadena de comida rápida McDonald (que emplea 1,8 millones de personas en 34 mil restaurantes en todo el mundo) ofreció 50 mil nuevos puestos de trabajo a través de internet. Eran ocupaciones con bajos salarios, sin beneficios y sujetos a alta rotación: “empleos de último recurso”, los definió Ford. Pese a ello, en un solo día de postulación se recibieron 1 millón de solicitudes. La proporción de puestos ofrecidos versus solicitantes hizo que en ese momento entrar a McDonald fuera más difícil que ser aceptado en Harvard para estudiar. Con un agravante: según repara Ford, si bien en los ‘80 estos empleos los hacían estudiantes que buscaban financiar sus trabajos, desde los ‘90 el promedio de edad de los empleados de esa firma es de 35 años.
Cuando se habla de la expansión de los robots en el trabajo los profesionales suelen sentir que sus empleos están a salvo. Pero eso no es del todo cierto. Un reciente artículo de The Guardian muestra cómo la automatización está entrando en áreas hace poco impensadas. Por ejemplo, reemplazando la toma de decisiones de gestión empresarial (un algoritmo desarrollado por PriOS Project puede encargarse de decidir la contratación y el despido de trabajadores); o reemplazando ciertas tareas de los abogados con un programa que determina si usted tiene un “buen caso” en situaciones como infracciones de tránsito (la compañía está probando el programa en Estados Unidos y asegura que este tiene un 60% de éxito); o reemplazando gran parte de la tarea de periodistas. La compañía Narrative Science ya tiene programas que producen reportes para Forbes y Associated Press y sus dueños estiman que para 2030 el 90% del trabajo periodístico será computarizado.
El informe McKinsey estima que las ocupaciones más susceptibles de automatización son las que involucran más trabajo físico, pero también procedimientos altamente estructurados y repetitivos. Pero no solo ellos. Usando datos laborales del mercado estadounidense el informe ofrece un panorama de cuánto es factible de automatizar cada trabajo, mostrando que prácticamente no hay área en que los robots no pueden entrar.
Como resulta evidente, oficios como el de modelo, clérigo, entrenador de animales o deportista tienen poca o ninguna posibilidad de automatización, según el estudio. Pero también los empleos que requieren habilidades humanas, como la negociación, la persuasión y la originalidad. Así, en la zona del 10 al 30% de reemplazo figuran abogados, profesores de educación básica, asesoras del hogar, auditores y contadores, analistas financieros, editores. En la zona del 50% de reemplazo se encuentran trabajos como el de controlador de tráfico aéreo, cajeros, fotógrafos. Y con un 80% y más posibilidades de ser reemplazado se encuentran empleos como el de panadero, mesero y trabajadores de empresas de comidas rápida en general.
Lo anterior muestra que si bien la automatización implica para las empresas un gran ahorro, el costo para la sociedad puede ser enorme. La combinación de alto desempleo juvenil con sistemas previsionales colapsados que requieren que las personas mayores trabajen, y una alta reducción de los empleos por la automatización, puede generar un escenario social de pesadilla.
La mirada de la Consultora McKinsey en este punto es más positiva. Estima que, por una parte, la automatización elevará los niveles de productividad, haciendo que las empresas mejoren sus resultados y la calidad de sus productos y la velocidad con que los hacen. A nivel global la consultora estima que la automatización hará crecer la productividad entre un 0.8 y un 1.4% anual, una cifra asombrosa si se considera que, según estimaciones de McKinsey, la productividad que generó la máquina de vapor entre 1850 y 1910 fue de un 0.3% anual; y que la productividad que generaron los computadores y la inteligencia artificial entre 1995 y 2005 fue de 0.6% anual.
En el plano de los empleos, McKinsey sostiene que la tecnología no va a eliminar de un día para otro los puestos de trabajo completos. Dicho de otro modo, usted no se va a encontrar mañana con la novedad de que su compañero de trabajo es un robot. Pero probablemente ocurrirá que cada vez más tareas que hacía usted, las hará un programa o las tendrá que hacer asistido por una máquina. Lo que ocurrirá entonces, en opinión de la consultora, es que las máquinas y los programas cambiaran completamente la forma de trabajar, las lógicas y los procedimientos de sectores productivos completos. El avance ocurrirá paulatinamente y las personas se irán desplazando hacia nuevos empleos.
Pero, ¿van a existir esos nuevos empleos?
La respuesta es compleja. En 2014 el economista norteamericano Shawn Sprague hizo una comparación simple: sumó el total de horas trabajadas en la economía por todos los empleados de Estados Unidos en 1998; e hizo lo mismo para 2013. Obtuvo que durante esos 15 años la cantidad de horas trabajadas permaneció estancada en 194 mil millones de horas. Un hecho intrigante si se considera que en el mismo período la economía logró producir US$3,5 billones de dólares más. Es decir, la productividad se incrementó radicalmente. Los economistas nos han acostumbrado a ver aquello como un hecho siempre positivo, sin ningún matiz oscuro. Pero hay un matiz: en esos 15 años la población de ese país aumentó en 40 millones de habitantes. Los miles de nuevos emprendimientos no absorbieron nada de la nueva mano de obra.
El fallecido economista Anthony Atkinson estaba muy preocupado por esta creciente capacidad de la economía de mostrar resultados positivos ofreciendo cada vez menos empleo. En una entrevista con CIPER argumentó que, dado que gran parte del desarrollo tecnológico se hace con inversión pública, los estados no deben permanecer indiferentes ante tecnologías que hacen desaparecer millones de empleos.
Para contradecir la esperanza de que la automatización cree nuevos empleos, Martin Ford compara la automotora General Motors (GM) con Google. En 1979, en la cúspide de poderío de GM, ofrecía 840 mil empleos. Ford puntualiza que Google, en cambio, nunca ha ofrecido “ni un 5% de esa cantidad de trabajo, y sin embargo genera un 20% más de beneficios. Yo creo es que en las próximas décadas la economía se va a parecer más a Google y menos a GM, dice Ford».
Convencido de que la política tiene un rol central que jugar en el futuro, Atkinson murió creyendo que la tecnología no cae del cielo sino que es definida por los intereses de los actores económicos y públicos: y que hoy el interés no puede ser solo abaratar costos, sino enfrentar el tema de la desaparición del empleo.
-¿Por qué la Unión Europea debería invertir en desarrollar autos que se conduzcan solos si eso va a terminar con miles de empleos? ¿Por qué no desarrollamos, por ejemplo, cocinas robóticas para las casas? Eso les daría independencia a muchas personas mayores que ahora tienen que estar en un hospital. La tecnología puede no ser destructora de empleos, sino complementaria –dijo Atkinson a CIPER.
Contra la idea de que sea posible dirigir la tecnología, otros especialistas sostienen que lo que hay que hacer es adaptarse a las nuevas condiciones, por ejemplo, mejorando la educación de los trabajadores. El economista Sebastián Edwards, uno de los pocos que ha abordado este tema en Chile, sostuvo en una columna: “Sólo aquellos países que adapten su legislación laboral, su sistema educativo, su infraestructura y sus instituciones aprovecharán en forma cabal esta revolución tecnológica. Y lo decepcionante, terrible y trágico -porque no hay otra manera de ponerlo- es que en Chile se han aprobado dos grandes reformas -educacional y laboral- sin tomar en consideración este verdadero tsunami”.
Pero no a todos los convence que la salida educativa sea suficiente para neutralizar el impacto de la automatización. Por ejemplo, Ryan Avent (editor de The Economist y autor de The Wealth of Humans), dijo recientemente a El Mostrador: “Más educación sería útil, pero probablemente no podamos mejorar las habilidades de los trabajadores lo suficiente como para aliviar el exceso de personas que compiten por empleos de salarios bajos y medios. En el futuro, la educación tendrá que centrarse más en ayudar a los trabajadores a encontrar satisfacción en cualquier trabajo o participación social que puedan, y los subsidios de ingresos tendrán que estar menos asociados con el trabajo”.
El citado Martin Ford no cree que la economía automatizada genere tantos empleos como los que destruye. En una reciente charla reparaba en que la tecnología actual es tan adaptable que no deja área donde las personas puedan refugiarse: las máquinas pueden hacer todo. Para ilustrar lo innecesario del empleo, comparaba dos industrias ícono de la economía estadounidense: General Motors (GM), la fabricante de autos que hasta los años 70 representaba el dominio industrial de ese país; y Google, símbolo de la nueva era informática y automatizada. En 1979, en la cúspide del poderío de GM, la empresa ofrecía 840 mil empleos. Ford puntualizó que Google, en cambio, nunca ha ofrecido “ni un 5% de esa cantidad de trabajo y, sin embargo, genera un 20% más de beneficios. Es decir, Google es mejor negocio de lo que nunca fue GM. Y lo que yo creo es que en las próximas décadas la economía se va a parecer más a Google y menos a GM”.