Trump, el fin de la cooperación y el inicio de un ciclo de violencia
10.11.2016
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10.11.2016
Vea las tres primeras columnas de esta serie:
– “Por qué usted puede estar ayudando a la crisis de nuestra democracia”
– “Alcaldes para ricos y alcaldes para pobres”
– “Por qué la elite política no puede entender lo que quiere la sociedad”.
Imagine que Ud. es un cientista político o un economista dedicado a analizar fenómenos políticos y quiere generar una publicación de alto impacto académico. Cuestiones éticas mediante, podría por ejemplo diseñar un experimento de campo que consista en colocar en una carrera electoral a un candidato imposible de elegir, simplemente para ver qué efectos produce en los otros candidatos y en la carrera. Aunque parezca un ejemplo lejano, hay cientistas políticos que han diseñado investigaciones similares en África, pagando a los candidatos para que compitan con distintos tipos de campaña electoral pre-diseñada.
Bueno, imagine que Ud. es un politólogo muy ambicioso, y que quiere hacer su experimento no en África sino en EE.UU. Seguramente, si Ud. hubiera leído la literatura disponible sobre el comportamiento electoral de los norteamericanos y sus fundamentos, en principio, no habría podido diseñar un candidato tan inelegible como Donald Trump. ¿Cómo podría funcionar, en la era de la corrección política, en una época en que el escrutinio público destroza reputaciones relativamente honorables, un discurso de campaña misógino, xenófobo, racista, y que desnuda una y otra vez la falta de preparación del candidato para el cargo? ¿Cómo no sufrir una derrota estrepitosa si decidimos pedirle al candidato que ataque y ofenda sistemáticamente a su contrincante y a segmentos electorales cada vez más numerosos en el país? Asuma, además, que el partido al que representa ese candidato está partido en tres, y sumamente fragmentado internamente. Y cuente con que los principales medios, así como figuras de la cultura y el arte se opongan activamente a su candidato. Añada a ese mix, para terminar, una cabellera de color inverosímil, que aunque sea genuina parece de mentira, y el narcisismo más absoluto que pueda imaginar, traducido no sólo en cada acto de campaña, sino en un largo prontuario de acciones pasadas que desnudan la completa instrumentalización de todo ser humano que se le haya acercado. Peor candidato, de acuerdo a la cátedra, imposible. Ud. no habría podido crear en un laboratorio un candidato más inelegible que Trump.
Tenemos una ciencia social de la normalidad, pero nos cuesta mucho entender el cambio y los procesos que lo disparan
Sí Ud. hubiera podido realizar esa investigación en la reciente elección norteamericana, hoy seguramente tendría una carrera académica estelar: el experimento habría quebrado todos los relojes (obviamente, el resultado electoral también contraviene, significativamente, las predicciones de los modelos de predicción del voto en base a encuestas) y su artículo obtendría muchísimas citas. Sin embargo, la ciencia política no puede, por múltiples razones (y por suerte!) dar estos golpes. Más aún, tras un año negro que tiene al Brexit y al plebiscito colombiano como otras perlas de un collar que no para de alargarse, se trata de una disciplina en crisis. Eso, aunque la cantidad de colegas y de publicaciones indexadas en la disciplina no ha parado de crecer.
Seguramente en estos días Ud. podrá leer varias explicaciones sobre por qué el resultado menos probable según todos los modelos con que contamos terminó siendo el real (el nivel de participación, la falta de empatía de Clinton con la juventud, la falsa conciencia del voto latino, los errores de campaña de Clinton –en parte propiciados por predicciones erróneas de los modelos más sofisticados e intensos en datos que ha conocido la humanidad–, Obamacare, el voto anti-establishment, el comportamiento electoral de la población afroamericana, y un largo etc.). Por lo tanto, no me parece muy productivo intentar añadir algo nuevo a esa larga lista de explicaciones. En cambio, me interesa reflexionar sobre por qué la ciencia política y sus socios en la economía y el mercado de encuestas están tan perdidos. Espero, en el camino, incorporar algunos puntos que resulten de interés para el público no necesariamente interesado en discutir los problemas de nuestra profesión. En definitiva, creo, los problemas de la disciplina, son también producto de la crisis de la sociedad occidental.
Hace ya unos años, Jacob Hacker y Paul Pierson publicaron un best-seller (Winner-Take-All Politics) sobre la transformación de la política norteamericanay sus consecuencias para la realidad y para la disciplina. En ese texto, así como en artículos académicos, dichos autores reclamaban a sus colegas que investigaban sobre política norteamericana sobre lo nimio de sus preguntas de investigación. De acuerdo a Hacker y Pierson, la nimiedad de investigaciones, que sin embargo eran técnicamente más y más sofisticadas, había hecho que los politólogos dedicados al análisis de la política americana no hubieran visto venir un fenómeno por demás evidente: los efectos de la desigualdad en la política del país, y la creciente polarización que venía con ella.
Sin embargo, el libro, publicado en 2011, no tuvo mucho impacto en redefinir agendas de investigación. La ciencia política norteamericana, y sus satélites en varias academias del mundo, persistieron en la investigación de fenómenos bien puntuales. Eso sí, con cada vez más “data” y con técnicas de análisis cada vez más sofisticadas. Al mismo tiempo, los economistas, de la mano de Douglas North, pero especialmente de Daaron Acemoglu y James Robinson “descubrieron” la importancia de los factores institucionales, embarcándose masivamente en la investigación de temas políticos (lo que sin duda ha enriquecido a nuestra disciplina).
(Para entender el mundo actual) lo que sí nos puede ayudar es resignar un poco la obsesión por medir el efecto de factores menores y volver a leer teóricos del cambio e historia y sociología de procesos de desborde institucional
Con estos movimientos, el análisis de las grandes preguntas y de procesos estructurales, en general, quedó a un lado, o solo ofició como una motivación (“framing”) para el diseño de investigaciones sobre mecanismos mucho más específicos, de alguna manera asociados a preguntas “grandes” nunca tomadas muy en serio. Simultáneamente, en ancas de lo que ya estaba pasando en la economía y en la psicología política y social, los cientistas políticos adoptaron con gran optimismo los diseños de investigación centrados en la denominada “inferencia causal”.
Por diseños de “inferencia causal” entendemos estrategias de investigación que buscan aislar el efecto que tiene un factor en un resultado determinado, controlando efectivamente por otros factores que podrían complicar el cálculo del efecto a estimar. En palabras simples, si a uno le interesara calcular solamente qué efecto tuvo en el resultado de Trump su “cuasi-peluca”, podríamos diseñar un experimento en un laboratorio donde un grupo de personas elegido al azar ve un discurso del candidato peinado y otro grupo ve el mismo discurso, pero con el candidato pelado, manteniendo el resto de las características iguales. Parece una caricatura, pero les aseguro que este tipo de diseño de investigación ha sido publicado recurrentemente en revistas académicas de primer nivel. Tal vez, con preguntas de investigación marginalmente más relevantes.
Este tipo de investigación tiene dos problemas que quiero subrayar aquí. Por un lado, la naturaleza de las preguntas que nos podemos hacer sobre el complejo mundo social si solo nos interesa “aislar” un factor causal es muy restringida. Por otro lado, usualmente este tipo de investigación no es capaz de acumular conocimiento, ya que el tipo de conocimiento que generamos (en el ejemplo, el efecto relativo de la pseudo-peluca en la declaración que un potencial votante hace sobre su intención de voto luego de ver un video en un laboratorio), tiene problemas para viajar al mundo real, porque allí se combina con otros múltiples factores y opera en contextos diferentes.
Creo que la ciencia política se merece los fracasos resonantes que ha recogido en 2016
Estas dos limitaciones no inhiben la publicación y el avance de carreras académicas estelares. Es más, si Ud. encuentra que en Argentina la cuasi-peluca genera más efecto que en Perú, tiene otro hallazgo publicable. Si cambia la tonalidad de la cuasi-peluca y prueba de nuevo, cualquiera sea el resultado, tendrá otro artículo y más citas. En definitiva, las dos limitaciones anotadas no tienen muchas consecuencias en una disciplina que funciona como Torre de Marfil y en que cada vez importan más el método y la técnica metodológica, y menos la teoría, la construcción conceptual, y especialmente, las preguntas socialmente relevantes. En otras palabras, honestamente creo que la ciencia política se merece los fracasos resonantes que ha recogido en 2016.
La mayoría de mis colegas pensará que he renunciado a hacer ciencia. También dirán que siempre se incurre en riesgos y se enfrentan limitaciones al analizar sistemáticamente la realidad. No podemos explicar todo, y para lograr explicar algo, debemos simplificar la realidad y realizar supuestos que nos alejan de ella. Y todo ello en la búsqueda de un “modelo” de la realidad que con pocos factores o variables, explique lo más posible.
A esos colegas, y a Ud., les quiero contar que hay un modelo muy simple que predijo muy acertadamente lo que está sucediendo en EE.UU. en estos tiempos. El modelo, que describo muy sintéticamente a continuación, se basa principalmente en tres factores y sus interrelaciones. Es, por tanto, un modelo muy simple y muy potente en cuanto a poder hacer sentido de lo que está pasando en EEUU y en el mundo. Fue desarrollado por Peter Turchin, un biólogo (para ser exactos, un dinamista poblacional) interesado desde hace una década y media en estudiar la historia de la humanidad con datos sistemáticos y sistemas formales de ecuaciones (pero, créame, esos son tecnicismos irrelevantes).
Turchin sostiene que la historia de la humanidad se estructura en torno a ciclos en que se alternan períodos de conflicto político y social agudo (guerras externas e internas, genocidios, períodos de autoritarismo), con ciclos de cooperación y avance social
Turchin sostiene que la historia de la humanidad se estructura en torno a ciclos seculares, en que se alternan períodos de conflicto político y social agudo (guerras externas e internas, genocidios, períodos de autoritarismo), con ciclos de cooperación y avance social. Durante el primer tipo de ciclo asistimos a colapsos poblacionales, mientras que en los segundos, la población se expande durante una época en que predomina la cooperación. Cuando el crecimiento poblacional presiona la capacidad de supervivencia de la especie, la cooperación cede ante el conflicto y se produce un cambio de ciclo. La duración de cada ciclo y la complejidad de los factores que los configuran varían sustancialmente entre sociedades agrarias y sociedades industriales y post-industriales, pero los ciclos ocurren y se alternan en toda sociedad.
A nivel global, estamos asistiendo al final de un extenso ciclo de cooperación, configurado en el mundo occidental desde el final de las Segunda Guerra Mundial y extendido, luego de 1990, por el proceso que conocemos como globalización. Aunque ha conocido crisis menores, dicho ciclo se ha extendido hasta nuestros días, pero cada vez más, en una vertiente declinante. En paralelo, el conflicto (que Turchin mide a través de diversos indicadores) está en franco aumento.
Intentando adaptar un modelo previamente desarrollado para sociedades agrarias a la sociedad norteamericana, Turchin acaba de publicar el libro Ages of Discord en el que analiza en detalle los determinantes de la crisis desatada en EE.UU. Por supuesto Turchin no predijo la victoria de Trump, sino el final del ciclo cooperativo y el inicio de un ciclo de conflicto significativo en EE.UU. hacia 2020. Esta predicción se basa en tres parámetros y en su evolución a lo largo de la historia estadounidense.
El primer parámetro tiene que ver con la relación entre la elite (el 1% más rico del país) y el resto de la población. Según Turchin, el crecimiento de la población estadounidense (producto de la cooperación y el crecimiento económico) deja, en cierto, momento de ser compensado por la riqueza que genera la sociedad. Los ciudadanos son más aspiracionales, y al mismo tiempo, deben repartirse un conjunto de recursos menor. El incremento de los niveles de desigualdad, así como la presencia de un porcentaje relativamente más alto al histórico de jóvenes en la sociedad (dadas la expansión de las tasas de fertilidad que genera la cooperación), genera un “potencial de descontento”. Para Turchin, los jóvenes descontentos son un motor importante detrás del cambio de ciclo.
El segundo parámetro es el nivel de fragmentación de las elites políticas y económicas. En un contexto de crecimiento poblacional, y de relativa movilidad ascendente, quienes aspiran a puestos de poder son cada vez más. Los puestos de poder político, mientras tanto, se mantienen constantes (no se amplia el número de presidentes o congresistas).
Cuando más individuos compiten por menos recursos, la elite se fragmenta, se polariza, y rompe lazos de unidad (y reglas de convivencia) forjados luego de la experiencia del ciclo violento anterior. En este contexto predominan las campañas negativas y los ataques personales, y se rompen lealtades que cuesta mucho reconstituir más adelante. En otras palabras, las instituciones que rigen la relación entre las elites, y entre la elite y los ciudadanos, se desbordan.
Para Turchin, los jóvenes descontentos son un motor importante detrás del cambio de ciclo
Finalmente, las crecientes demandas de una población en expansión, así como los límites naturales que toda sociedad confronta en términos de expandir infinitamente su productividad se relacionan con el tercer parámetro: la capacidad fiscal del Estado. Según Turchin, el Estado tiene autonomía relativa de la elite, y por tanto debe ser considerado como un factor adicional. Cuando la capacidad fiscal del Estado se comprime, ello contribuye a estimular la confrontación social por mantener posiciones de poder u obtener una fracción de un conjunto cada vez más reducido de beneficios. EE.UU. vive hoy, y desde hace años, en un contexto de estrechez fiscal. Recuerde por ejemplo los problemas recientes que debió enfrentar el Presidente Obama para aprobar el presupuesto de la nación y evitar el colapso del aparato estatal estadounidense.
Como será evidente para mis colegas, el modelo de Turchin es fuertemente endógeno. Esto quiere decir que los tres factores se relacionan unos con otros, y se impactan de forma cruzada. A los fanáticos de la inferencia causal esto les parece aberrante. ¿Cómo hacer para estimar el impacto de un factor si todo se cruza con todo? Mala suerte. Tal vez no lo consideren elegante, pero es un modelo simple y sin duda más efectivo que experimentos como el de la “cuasi-peluca” para intentar entender como funciona la realidad social y poder, eventualmente, decir algo relevante sobre ella.
Munido con indicadores para estos tres parámetros, Turchin analiza la historia norteamericana desde la independencia hasta la actualidad. En función de este análisis encuentra un ciclo de cooperación que va entre 1800 y 1850, sucedido por 60 años de conflicto masivo (el que se manifiesta en distintas instancias, desde la Guerra de Secesión, a las leyes de segregación racial y el peak de linchamientos que se produce alrededor de 1890). Desde 1910, pero fundamentalmente luego de la crisis de 1929, se expande un ciclo de cooperación que comienza a declinar hacia 1970. Es dicho ciclo, el que Turchin predice, está agotándose.
La teoría de Turchin combina ideas de cientistas sociales clásicos como Malthus, Weber, y Marx, así como hipótesis de sociólogos contemporáneos como Jack Goldstone y Charles Tilly. Estos autores tienen un mínimo común denominador: todos analizan procesos de cambio estructural, en que ciertos órdenes sociales e institucionales y ciertas estructuras productivas y arreglos de mercado son substituidos (usualmente de forma violenta) por otros. El problema de la ciencia política contemporánea, para volver al principio, es que se ha vuelto muy buena para predecir procesos relativamente estables y muy poco capaz de lidiar con el cambio.
En otras palabras, sabemos muy bien cómo funciona el orden institucional de postguerra, casi hasta la minucia. De la misma manera, los encuestadores sabían muy bien cómo ponderar las respuestas que obtenían para controlar por factores como el “voto oculto” y lograr estimaciones razonables. Esos ajustes, así como nuestro conocimiento sobre la minucia institucional, aunque útil, se nos están quedando cortos. Tenemos, en definitiva, una ciencia social de la normalidad, pero nos cuesta mucho entender el cambio y los procesos que lo disparan. Y en eso, ni la sofisticación técnica, ni el mejor experimento que nos sea posible generar, nos serán de mucha utilidad.
En términos estructurales Chile presenta hoy una configuración parecida a la que dejó tan preocupado a Turchin sobre los años que se vienen en EEUU y el mundo
Lo que sí nos puede ayudar es resignar un poco la obsesión por medir el efecto de factores menores en contextos normales, a favor de volver a leer y analizar teóricos del cambio e historia y sociología de procesos de desborde institucional. Me parece que ese es el camino para construir una ciencia social que nos permita, como comunidad académica, entender mejor el difícil mundo en que nos tocará vivir. Tal vez también nos sea posible contribuir, aunque sea en los márgenes, a hacerlo un poco menos malo.
Y por si después de Trump le sigue preocupando Chile, tiene razón en hacerlo. Chile presenta hoy una configuración parecida en términos estructurales a la que dejó tan preocupado a Turchin sobre los años que se vienen en EE.UU. y el mundo.
En Chile, los jóvenes han contribuido a catalizar el descontento social, luego de un período de sostenido de crecimiento económico pero con serios problemas de equidad. También en Chile la elite ha perdido las claves analíticas para entender la realidad y algunos códigos de conducta, mientras presenta grados crecientes de fragmentación y conflicto interno. En una columna anterior hice referencia a este tipo de proceso recurriendo al concepto sociológico de la anomia. Y en otra, analizando el resultado de la elección municipal, intenté reflejar que los niveles de fragmentación partidaria (entre otros factores) hacían imposible identificar claramente un ganador. ¿Y si miramos la capacidad fiscal del Estado? Pensemos por ejemplo en la promesa de la gratuidad y sus sucesivos reajustes. O en la ausencia de recursos, que en un contexto como el que vive Chile, hace imposible solventar un sistema de pensiones alternativo sin sacrificar significativamente otras preferencias y sin disparar otros focos de conflicto.
El problema de las teorías como la de Turchin es que hacen difícil, por la complejidad y sobre-determinación estructural del enfoque, encontrar recetas fáciles para salir de esta problemática por vía de la acción política. Si bien no pueden ofrecer soluciones, modelos como el de Turchin sirven para identificar la miopía de algunas recetas que hoy resuenan fuerte en Chile. A modo de ejemplo: “busquemos un candidato que nos unifique. Ojalá, a través de encuestas”.