La sorprendente historia del fundador de Reporteros sin Fronteras
Ménard o la parábola del mal converso
22.07.2014
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La sorprendente historia del fundador de Reporteros sin Fronteras
22.07.2014
Su trayectoria es, como mínimo, sorprendente. Su personalidad, poliédrica, camaleónica e imprevisible. Sus convicciones, un enigma. La suya es una historia plagada de interrogantes que se reducen a una sola pregunta: ¿Qué lleva a un hombre de pasado trotskista y juventud revolucionaria a situarse bajo el paraguas de la extrema derecha?
Su nombre es Robert Ménard, y responde: “Je m’en fiche”.
Ménard gobierna como alcalde en Béziers, la cuarta ciudad más pobre de Francia. Béziers, con sus 71.000 habitantes, también es la ciudad más grande en poder del Frente Nacional (Front National, FN) de Jean Marie y Marine Le Pen tras las elecciones municipales de marzo pasado. “Je m’en fiche”, sí, es lo que dice Ménard. O lo que es lo mismo, que le importa “un rábano” tener que gobernar a nombre del fascistón y chauvinista FN.
Ménard se hizo con el consistorio de esta ciudad sobreendeudada del Languedoc-Roussillon. Se la arrebató a la conservadora UMP –partido de Nicolás Sarkozy–, que durante veinte años había controlado un ayuntamiento por donde históricamente también han pasado socialistas, comunistas y conservadores. Fue uno de los once golpes de gracia que la extrema derecha de Le Pen asestó al bipartidismo francés en una jornada en la que obtuvo un número récord de ayuntamientos.
Aunque los lepenistas anotaron Béziers entre sus triunfos, Ménard no se cansa de subrayar que él no milita en ningún partido. “Los partidos políticos sólo están interesados en su provecho, no les interesan ni Francia ni mucho menos los franceses”, dice desde su despacho el hombre al que, asegura, no le interesan los mítines políticos. De hecho, el alcalde no asistió al acto central en París por las elecciones europeas de Marine Le Pen, pero dice estar dispuesto a recibirla en el ayuntamiento, “como haría con cualquier representante de un partido, ¿ve la diferencia?”.
Con formación de filósofo, su entrada en política sorprendió de lleno a Reporteros Sin Fronteras (RSF), la organización que fundó en 1985 para la defensa de la libertad de expresión, y que hoy cuenta con una red en más de 150 países, incluyendo una corresponsalía en Venezuela desde 1996. Todas las oficinas de RSF lamentaron “el paso dado por Ménard”, y en un comunicado conjunto subrayaron que “nuestra identidad como organización defensora de los derechos humanos es incompatible con ideologías xenófobas y racistas”. Dolors Massana, que presidió la sección española de la organización, recuerda que cuando Ménard “se destapó”, el Consejo Internacional de RSF “decidió quitarle el nombramiento de presidente honorífico”. Ya había dejado el cargo de secretario general en 2008. “Ménard hizo una tarea fantástica”, reconoce. “La gente cambia”.
¿Cómo es que este hiperactivo incansable, que dedicó 23 años de su vida a recorrer medio mundo para salvar periodistas perseguidos, acaba convirtiéndose en un animal catódico que se pasea por los estudios de televisión defendiendo la pena de muerte y enarbolando otras ideas que flirtean con las pasiones más bajas del Frente Nacional? En cuestión de pocos años, pasó de subir a uno de los campanarios de Notre Dame para desplegar una bandera contra los Juegos Olímpicos de Beijing –boicot que terminó en fracaso– a publicar un panfleto titulado Vive Le Pen! (Mordicus, 2012).
El libro no fue más que la enésima provocación de Ménard. “En Francia puedes decir ¡viva Stalin! o ¡viva Mao!, pero no puedes decir ¡viva Le Pen!”, apunta el alcalde. “No es un libro sobre ella (N. de R.: Marine Le Pen), sino sobre cómo los medios se escandalizan por estas cosas”, concreta.
Quienes lo conocen bien, como el periodista Jacques Molénat, creen que es precisamente la defensa sistemática de la libertad de expresión lo que le ha acercado a la extrema derecha. “Cuando era el secretario general de RSF, defendía con valentía a periodistas presos y siempre argumentaba que, aunque no compartiera sus opiniones, no se podía prohibir que se expresaran”, recuerda uno de los cuatro miembros fundadores de la organización, que se quedó atrás, en Montpellier, después de que Ménard decidiera dar el gran salto adelante y conquistar París.
Hace 25 años, el 4 de junio de 1989, ocurrió la masacre perpetrada por las autoridades chinas contra la revuelta estudiantil de la plaza Tiananmen de Beijing. Entonces la red estaba en pañales y apenas eran unos pocos los que sabían del correo electrónico.
Fue por esos días que el director general de la revista Actuel de París, Fabrice Rebois, tuvo “la idea loca” de hacer una edición especial, donde recopilaron más de 4500 números de fax de China, con textos que denunciaban la masacre en mandarín, para que los lectores enviaran los faxes y, así, esquivaran la censura del régimen comunista.
Se sumaron 16 publicaciones que salieron en simultáneo, entre ellas, Ajoblanco de Barcelona, The Face de Londres, Tempo de Hamburgo y Exceso de Caracas, entonces dirigida por Ben Ami Fihman. “Con el dinero que hicimos”, recuerda Rebois, “organizamos la operación del buque La diosa de la Democracia”. Los periodistas querían montar una radio libre para emitir desde aguas internacionales, “y decirle a los chinos, en mandarín, que la gente no estaba de acuerdo con lo que estaba pasando”, explica, “y que el comunismo estaba cayendo en la Europa del Este”. Para ello, contaron con el apoyo de la disidencia china, que en gran parte había logrado huir del país gracias a la intervención del ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y diplomáticos franceses en Hong Kong.
Hacía poco tiempo que RSF funcionaba: “Nosotros éramos periodistas que estábamos luchando por la libertad. A todos nos complacía la idea de que RSF estuviera allí”. Compraron un viejo carguero que zarpó de La Rochelle, el puerto septentrional de Francia, después de ser bautizado por el cantante Yves Montand, Fihman –por ser el primero en decir sí a toda la operación–, y demócratas chinos de Taiwán.
“Entonces, RSF era insignificante”, recuerda Fihman, que vive ahora en París. “Ménard se metió de lleno en esto. Fue a Taiwán para ver el barco y estar presente en la emisión del primer programa”. Rebois recuerda que Ménard dio a entender que él era el organizador, tomando protagonismo en las ruedas de prensa. “Él formaba parte, sí, pero no recuerdo que nos ayudara en nada. Era completamente desconocido, tenía bigote y hablaba con el acento del sur de Francia”. De todas maneras, el resultado fue desastroso. George Bush, padre, llamó al presidente de Taiwán para decirle que no estaba de acuerdo con semejante empresa. Y el gobierno de Taiwán le retiró el apoyo.
Él, que vivía en un barrio pobre de Montpellier, que como periodista había comenzado su carrera en la alternativa Radio Pomarédes –nombre de un famoso bandolero de Béziers, Jean Pomarédes–, logró plantar la oficina de RSF en uno de los barrios más exclusivos de París. El proceso, sin embargo, fue gradual. Al principio, Ménard sólo disponía de un casillero en el Press Club de Francia. Luego se hizo de una sede modesta y mucho más tarde, con el apoyo de la empresa privada, se movió al actual domicilio, cerca de la Bolsa de París y del edificio de la agencia AFP.
Atrás habían quedado los tiempos de Radio Pomarédes, que fue objeto de un proceso judicial por sus emisiones clandestinas, y que Ménard logró salvar labrándose el apoyo de François Miterrand, candidato socialista y adversario del entonces presidente Valéry Giscard. Este episodio explica la simpatía que Miterrand siempre le profesó a Ménard, a sus luchas, a sus misiones.
En la terraza del archiconocido Café de Flore, Jean-Michel Boissier, fundador del Courrier International y actual tesorero de RSF, hojea el álbum que la organización publica cada año, en colaboración con prestigiosas agencias de fotoperiodismo. “Fue él quien tuvo la idea de lanzar este libro anualmente”, explica y reconoce que “consiguió que la organización se autofinanciara en un 65%”. Publicaciones como ésta son una importante fuente de ingresos de la organización.
Boissier, que no oculta sus diferencias con Ménard, tampoco tiene problemas en atribuirle el mérito de haber convertido RSF en un emblema internacional: “Pero lo hizo a su manera: autocráticamente (…) Es un hombre que quiere poder, que lo consigue y que no lo suelta”, remarca. “En ese momento hacía mucha falta encontrar dinero y en eso es muy eficaz, es terriblemente embaucador”. Con ese carácter y con un objetivo tan noble, no debía costarle demasiado encontrar donantes. Pero todo tiene un precio.
Bajo el reinado de Ménard, la organización apenas denunciaba las presiones que sufrían los periodistas en Francia. Había buscado el apoyo de L’Oreal, Sanofi, Areva y de otros grandes imperios económicos franceses, muy vinculados con el poder público. Joana Viusà, quien dirigió la rama catalana de RSF, se indigna al hablar de ello. “Él lo defendía con una cara dura…”, dice mientras recuerda el caso más sonado: Edwy Plenel, uno de los periodistas de investigación más célebres de Francia, que ahora dirige el portal Mediapart y que llegó a ser director de redacción deLe Monde, destapó un escándalo mayúsculo de la era Mitterrand. La policía usó pruebas falsas para inculpar a tres irlandeses de un atentado en el centro de París y colgarse la medalla de haber ganado una batalla al terrorismo internacional. Las autoridades pincharon los teléfonos de Plenel y nadie abrió la boca en RSF.
Con su doble juego, Ménard, que al principio se había metido en el bolsillo a las grandes popes del periodismo francés, perdió su apoyo. “Tuvo que dimitir porque por fin vieron que en realidad era un ambicioso que sólo los había utilizado”, explica Viusà. Tanto ella como el periodista Xavier Vinader, que también formó parte de la delegación de RSF en Barcelona, hablan de un pequeño dictador. “Tú no podías abrir la boca, él tenía sus ideas y te las imponía”, explica Viusà. “Pero con unas malas maneras impresionantes, era insultante, es un personaje que fácilmente te decía idiota, subnormal, que no te has enterado de nada”, recuerda.
Ménard llegó a Barcelona para abrir la primera sección de RSF en el extranjero, poco después de establecer el núcleo de Montpellier. Lo que prometía ser una delegación con una cierta autonomía para organizar actos propios, se acabó convirtiendo en una agencia de traducción de los comunicados que llegaban de París. “Nosotros traducíamos el fax y lo enviábamos a América Latina”, explica Viusà, que junto con Vinader y los periodistas Josep Abril, Jaume Reixach y –durante poco tiempo– Javier Nart, constituían la sucursal.
Que los textos también se tradujesen al catalán, le hizo poca gracia a Ménard. “Le dije que estábamos en Cataluña y que esa era la lengua cooficial, que si no le gustaba, que ya podía irse a Madrid. Pues, eso fue lo que hizo”. Al develarse en qué consistía el método Ménard, el grupo en Cataluña no tardó en diluirse.
“No es un hombre dado a crear equipos, a consolidar las cosas y dejarlas bien atadas”, opina Vinader. Si en algo coinciden los que han tenido contacto con él, es en destacar su obsesión por querer monopolizarlo todo. Una obsesión que ha amenazado con asfixiar cada proyecto donde ha puesto mano. En el caso de RSF, Vinader recuerda que le propuso a Ménard unir las tres grandes organizaciones que en aquella época hacían un recuento anual de los periodistas muertos o secuestrados en el mundo, para armonizar las cifras de unos y otros. Reixach convenció a los ingleses. Vinader a los americanos, “que eran los más reacios”, pero Ménard, que no habla inglés, se negó.
En 2006, el informe de RSF levantó ampollas al sacar a ETA del listado de “predadores” de la libertad de prensa, barbarismo que usa la organización para enumerar las principales amenazas al oficio. La noticia cogió por sorpresa incluso a Dolors Massana, entonces al frente de RSF en Madrid: “No me dijeron nada”, recuerda. “Y salgo yo a hacer la rueda de prensa, y con todos los micrófonos en la cara, me entero del tema”. Massana puso el grito en el cielo: “Es algo que no se puede hacer. No puedes tomar decisiones unilaterales de este tipo”. Ella también se aseguraba de traducir los comunicados al euskera: “Lo peor es que poco antes ETA había cometido un atentado. Y los periodistas del País Vasco iban con escoltas”.
Las diferencias con Massana eran de forma y de fondo: “Uy, se ponía como una moto cuando yo hablaba inglés”. No se trataba sólo de un tema idiomático. Ben Ami Fihman es contundente: “Ménard nunca logró penetrar los Estados Unidos. Nunca logró tener influencia allá. Fue su Waterloo”.
Acaso lo más cerca que estuvo del norte fue Venezuela. En los estertores del gobierno de Carlos Andrés Pérez, Ménard comenzó a tantear el terreno en el país. De la mano de Ben Ami Fihman, ya en tiempos de Rafael Caldera, RSF montó una exposición internacional de fotoperiodismo en la sede del Ateneo de Caracas en Plaza Morelos. La llegada de Hugo Chávez al poder, sin embargo, fue lo que verdaderamente despertó su interés.
Con los cambios constitucionales que acompañaron el debut de la Revolución Bolivariana, vinieron las primera polémicas: la propuesta del gobierno de añadir los atributos de “oportuna, veraz e imparcial, sin censura”, al enunciado sobre el derecho a la información, llevaron a Ménard a aterrizar en Caracas y abogar por la libertad de prensa, sin adjetivos. Lo hizo en compañía del veterano periodista Fernando Castelló, quien luego de casi dos décadas en EFE, fue elegido presidente internacional de RSF. Sólo abandonó la organización cuando Ménard lo hizo.
Se reunieron con el presidente de la Asamblea Constituyente, Luis Miquilena. Consiguieron una audiencia con el presidente encargado de la República, Ignacio Arcaya. Los recibió el entonces canciller, José Vicente Rangel. Más tarde, tuvieron un encuentro en la sede admionistrativa del extinto Congreso, en la esquina de Pajaritos, con los periodistas que entonces hacían de Constituyentes. Allí, el eterno director del diario Últimas Noticias, Eleazar Díaz Rangel, los acusó de ser agentes de la CIA y a la organización, de ser vehículo del “imperio”. Fundamentó su acusación en el apoyo a RSF de la National Endowment for Democracy (NED), fundación independiente bipartisana que el Congreso de los Estados Unidos financia. Fihman lo recuerda como un momento vergonzoso y de máxima tensión.
Pasado el mal trago, Ménard ofreció una rueda de prensa, en ocasión de un encuentro con el Press Club caraqueño, en el hotel Tamanaco. Antes de concluir, Fihman recibió una llamada de Arcaya para decirle que iba a expulsar a Ménard del país. “Yo le pasé el teléfono y Arcaya se lo confirmó”, recuerda el editor. De inmediato se fueron a la Embajada de Francia. Ménard y Castelló regresaron a Europa en primera clase, con billetes que no pagaron ellos.
En Níger, en el Chad, donde hubiese periodistas en apuros, Robert Ménard se asomaba. En varias ocasiones coincidió con William Bourdon, abogado especialista en derecho penal internacional. Desde su despacho, en el número 156 de la rue de Rivoli, con vista al Louvre, ejecutó las primeras acciones de defensa de prisioneros franceses en Guantánamo, de víctimas de Pinochet, y en contra de líderes serbios y ruandeses. Fue abogado de RSF y durante cinco años, hasta el año 2000, fue secretario general de la Federación Internacional de Derechos Humanos, donde conoció a Emmanuelle Duverger, actual esposa de Ménard.
“Mi relación con Robert comenzó a deteriorarse cuando empezó a revelar quién es ahora”, dice, midiendo cada palabra. Ménard estaba todavía en RSF, cuando juntos intentaron desarrollar una nueva organización: Réseau Dàmocles, a partir de un concepto ideado por Bourdon. Se trataba de una especie de Centro Simon Wiesenthal, la organización que caza a los fugitivos nazis, pero con la intención de universalizar todos los casos de crímenes de lesa humanidad. “Muy pronto comenzamos a discrepar sobre la estrategia. Yo no había creado esa ONG para ser una suerte de filial de RSF y ayudar a recaudar fondos”, explica.
“Estaba claro que su defensa de la libertad sin restricciones, sin límites, poco a poco fue una máscara”. Bourdon alega que rechazaba la teoría según la cual, “deben ponerse algunos límites legales al ejercicio de la libertad de expresión”. Es el espíritu de la primera enmienda estadounidense, lo que vertebra el argumentario de Robert Ménard.
“Por supuesto, esto coincide con la voluntad del Frente Nacional”, añade el abogado, “del ala derecha, de aparecer como víctima de los jueces y de los bien pensantes”. Bourdon cree que la historia personal de Ménard explica con claridad, cómo llegó a esta senda: “Se le cayó la máscara”.
Nacido en Orán (Argelia), lleva encima todo el peso de los pied-noirs, los franceses nacidos en la antigua colonia francesa que tuvieron que abandonar el país cuando se declaró independiente en 1962. “Hay en ellos una nostalgia, una especie de odio, un llanto… Algún tipo de peso brutal”, cree Jean-Michel Boissier.
En su trayectoria, muchos ven la deriva de un pied-noir icónico y aseguran que, para entender al hombre, hay que remontarse a su infancia. Hasta los nueve años vivió en la antigua colonia francesa, en el seno de una familia humilde y católica. Su padre, Emile, fue comerciante, trabajó en una imprenta y se dedicó también a la apicultura. Comunista al principio, acabó militando en la OAS (Organización del Ejército Secreto), la organización terrorista de extrema derecha que defendía la Argelia francesa y que hizo atentados tanto en la antigua colonia como en el hexágono.
Arruinados por la nacionalización de un banco argelino, los Ménard desembarcan en el sur de Francia en los sesenta y se instalan en el barrio humilde de la Devèze, en Béziers, donde el pequeño Robert ve cómo su madre se dedicaba a hacer pasteles, que luego vendía su padre, puerta a puerta. Paseando con un grupo de periodistas franceses tras ganar las elecciones, Ménard reconocía que “sentía vergüenza por él”, y que todavía hoy le “duele pensarlo”. Ahora, sentado en su despacho, confirma que durante mucho tiempo la herencia pied-noir no le pesaba: “Es algo que he reivindicado más tarde”.
A Argelia regresó más de una vez. “Como ‘patrón’ de Reporteros Sin Fronteras”, relata, “una vez fuimos allí, para ofrecer una rueda de prensa. Había un régimen durísimo, casi como el de Venezuela”, apunta. “En plena rueda de prensa expuse mis orígenes”. Al terminar, pidió que lo llevaran a ver la antigua casa de su padre. “No me lo permitieron”. Más tarde lo conseguiría: “Fue muy emocionante”.
La memoria de su padre, ya fallecido, apareció con fuerza en el último escándalo protagonizado por el nuevo alcalde. Este reciente 5 de julio, durante el aniversario de la masacre de 1962 en Orán, donde miembros del ejército argelino y civiles armados mataron a cientos de europeos, Ménard se inclinó ante la tumba de cuatro miembros de la OAS que murieron ese día, y pronunció un emotivo discurso. “No es un acto para honrar la OAS sino a todos los que murieron fusilados ese día”, explicó el alcalde. “Yo nací en Orán, mi padre casi murió ese día. Hay un velo sobre esa historia, se niegan a admitir lo que realmente pasó”.
Dado a sembrar polémica en formato de libro, Ménard escribió en 2012, con Thierry Rolando, el libro Vive l’Algérie française!, para resaltar los “aspectos positivos” de la colonización. “Mi padre tenía poco respeto por la gente sin compromiso”, dice. “Él había escogido su campo, el de la Argelia francesa, y tuvimos que comprometernos con esta vía. No la abandonamos hasta el último momento”. Uno de los otros fundadores de RSF, Jacques Molénat, recuerda cómo Ménard explicaba que “creció en un ambiente de constante efervescencia política”, un entorno familiar que lo convirtió –en palabras del alcalde– “en un militante de la vida”, sea lo que sea que eso pueda llegar a significar. Para Molénat, este cultivo de infancia desemboca en el Ménard que conocemos hoy: “Su padre representa los sueños; su madre, el afecto”.
Su madre, su mujer y su hija. La Santísima Trinidad de un Robert Ménard que, cuando era joven, estuvo a punto de hacerse seminarista. “Fue mi madre la que se opuso”, reconoce. “Dicen que por cada generación debe haber un sacerdote en la familia y en la mía ya tenemos un primo, de modo que me lo prohibió”, ríe. “Creo que debe haber una vocación, el éxito en la vida se relaciona con los compromisos que uno toma”, explica el hijo de Roberta Carrière, que a sus 91 años asistió a la primera sesión de concejo municipal del nuevo alcalde y que hace décadas fue la primera asalariada de RSF. Era la tesorera y la secretaria, recuerdan sus colaboradores de entonces. Ménard no ha dado nunca cuentas a nadie excepto a ella, la única autoridad que obedece. “Siempre que salía en un programa de televisión llamaba a su madre para ver cómo había ido y si le había gustado”, recuerda Molénat.
“Las tres mujeres más importantes de mi vida son mi madre, mi hija y mi mujer”, admite el alcalde. Su mujer, Emmanuelle Duverger, quien sonríe desde una fotografía en su despacho, es omnipresente. “No tomo ninguna decisión política sin que ella esté de acuerdo, no publico ningún texto sin que ella lo haya leído antes”, dice el hombre que en 2003 se casó con esta jurista de Lille, católica practicante. El legendario fotógrafo Willy Ronis fue el padrino. “Gracias a ella volví a misa los domingos, es ella quien me ha enseñado a ver la vida como la veo hoy”, detalla Ménard.
“Robert está flanqueado por dos mamis, dos mamis que dan miedo”, dice Jean-Michel Boissier, y cita Los Miserables para explicar su tesis. “Víctor Hugo habla de la familia Thenardier, una pareja oscura que lo domina todo, que lo controla todo… ¡Son ellos!”, suelta. “Hay muchas parejas que se apoyan el uno al otro ante el entorno social y se convierten en un GIE, un grupo de interés económico. Ellos son un GIP, un grupo de interés político”, ironiza. Muchos aseguran que su mujer ha tenido gran peso en el golpe de timón ideológico de Ménard.
El periodista Jean Pierre Langellier, ex corresponsal para América Latina de Le Monde, no lo ve desde el año 2000, cuando él abandonó el Consejo de Administración de RSF: “Mi recuerdo es el de un hombre con encanto y muy persuasivo. Yo iba cada dos meses a una reunión de tres horas y listo”. El nuevo destino político del viejo amigo, lo toma por sorpresa: “No vi la evolución de Robert. Es algo misterioso”.
Lo describe como un “personaje intrépido, con un gran ego, con audacia. Un agitador nato, más que activista”, todas cualidades que corresponden, según él, “con el papel de un presidente de una organización como RSF, que exige espectáculo”. No es gratuito que cuando Ben Ami Fihman sufrió una isquemia a finales de 1999, Ménard le obsequiara la edición facsimilar de los números aparecidos en la revista de la Internacional Situacionista, liderada por el filósofo Guy Debord, autor del clásico La sociedad del espectáculo. Fihman no lo duda: “Los fundadores del movimiento tienen mucha influencia en él”.
Langellier pone de relieve los daños colaterales de esta cruzada ideológica: “Tiene coraje cortar con todos tus viejos amigos. Cortar con tu propio pasado”. El periodista recuerda como, muy pronto después de fundar RSF, dos de los cofundadores dimitieron en protesta por la forma personalista en que la estaba llevando: “Jean Claude Guillebaud, Rony Brauman”, este último, creador del modelo de donde bebe RSF, Médicos sin Fronteras, “eran sus grandes amigos y marcaron distancia”. Langellier no lo entiende: “Él era de izquierda, más de izquierda que yo”.
En 2004, cuando todavía estaba en RSF, el tándem Ménard-Duverger creó la revista trimestralMédias, centrada en el mundo de los medios de comunicación. Dentro del accionariado, estaba eltycoon de la televisión francesa Stephane Courbit y miembros del grupo Vivendi, considerado –antes del aterrizaje de Berlusconi– el mayor holding europeo del sector audiovisual y de la industria del entretenimiento. Duverger creó el sello editorial Mordicus, donde Ménard publicó muchos de sus polémicos libros. Sin embargo, Médias fue una revista “de impacto y éxito muy limitado”, según el editor Ben Ami Fihman, quien colaboró con ella durante un tiempo. Antes de involucrarse en el proyecto, Fihman recuerda que Yves Harté, jefe de redacción del diario Sud-Ouest lo puso en preaviso: “Me dijo que hasta el último momento, nunca se sabía si saldría, que cada número era un milagro”.
La publicación acabó convirtiéndose en una criatura más de la pareja, blindada por dos padres celosos de cualquiera que pudiera corromper a su cachorro. “Era casi un museo de cera, una vitrina de antigüedades a la que se les hacían grandes entrevistas”, se queja el editor. Número tras número se mantenía un tono de consenso, para no perder anunciantes y mantener los apoyos de la profesión: el crítico literario Bernard Pivot, el filósofo Bernard-Henri Lévy, la diseñadora Olga Berluti, todos personajes “inofensivos”, relata Fihman. Sólo un par de zapatos Berluti valen varios miles de euros. Y Ménard tuvo unos. Esta vez no comprados, sino regalados por la propia Olga: los zapatos del Emperador de Japón.
Cuatro años después, cuando finalmente salió de RSF, la revista se convirtió en un espejo del viraje político que estaba dando su fundador. “Decide que hay que cambiar de orientación y denunciar la situación de la libertad de expresión, porque los medios de comunicación y los políticos estaban censurando aquellos con opiniones alejadas de lo políticamente correcto”, dice Fihman, describiendo un detalle simbólico: “En ese momento no evocaba aún a Le Pen, pero en una portada puso a la Mariane –el símbolo de la República Francesa– con un esparadrapo en la boca, y yo le propuse que pusiéramos a Carla Bruni con las piernas abiertas”. Bromeaba, claro. “Pero se lo tomó como si lo dijera en serio, ése número representó una ruptura con el estilo cauteloso que hasta entonces había sido característico”. Y la publicación del Vive Le Pen –escrito a cuatro manos con Duverger– abrió el abismo. Engullida por la crisis, Médias se declaró en bancarrota en 2012.
Tras abandonar RSF, Ménard creó el Centro Doha para la Libertad de Prensa, una organización fundada de la mano de Mozah bint Nasser al Masnad, segunda esposa del Emir de Catar. La aventura no duró ni un año. La tentación de exportar RSF al Golfo Pérsico pintaba irresistible para un hombre que desde adolescente quería ser un “revolucionario profesional”. Pero la iniciativa cayó por sus propias contradicciones cuando se hizo evidente que predicar en favor de la libertad de prensa no es tan fácil en los emiratos petroleros y, menos aún, bajo el cobijo de la segunda mujer de su líder.
El soldado de la libertad de prensa practicaba una política de tierra quemada, pero ya tenía en mente su nuevo objetivo. “Hacia 2008 me había confesado que estaba tentado por la política”, recuerda Fihman.
Hacía un año que Nicolás Sarkozy había llegado al Elíseo y, aunque Ménard intentó involucrarse, la UMP le cerró la puerta en la cara. Las alternativas del abanico político se agotaban para el antiguo trotskista que había militado en la Liga Comunista Revolucionaria, que se había entregado al socialismo de Miterrand, que había votado por Sarkozy en las presidenciales, y que también había tanteado a los centristas de François Bayrou. Un poquito más a la derecha encontraría su espacio.
“Es capaz de percibirse dentro de un espectro político bastante amplio, pero su centro de gravitación está en la derecha radical”, analiza Molénat. “Además, es eso lo que le ha hecho destacar. Y a él le encanta estar bajo los focos”. Y fue justo allí donde fue a parar. Quemados los cartuchos de activista, Ménard se puso la chaqueta de tertuliano, de comentarista televisivo. En 2009 llegó a los estudios de la cadena iTele con el buche cargado de desprecio contra la élite periodística que lo había dejado de lado, y contra todo pensamiento dominante. Al cabo de un año, la cadena prescindió de sus servicios.
Después de pasar un tiempo dedicado a nutrir el portal web Boulevard Voltaire, creado con su mujer, finalmente, en julio de 2013, Ménard anuncia su candidatura a la alcaldía de Béziers.
Hay una identificación muy profunda con su pueblo, una herida psicológica compartida: Béziers, la antigua capital vinícola que ha terminado olvidada a la sombra de Montpellier, la cuna de héroes como Jean Moulin –el jefe de la resistencia contra la invasión nazi hasta 1943–, que ahora se ahoga entre el desempleo y la pobreza. Ménard tiene una nueva oportunidad para erigirse como defensor de las causas perdidas, para “romper con la espiral de fracaso” del rincón que lo vio llegar de su Argelia natal a los nueve años de edad.
Y lo hace, dice, sin agendas ocultas: “No me aprovecho de la ciudad porque no tengo ningún anhelo, no seré candidato a ninguna otra elección, sólo quiero cambiar esta ciudad, devolverle la belleza, la seguridad, la limpieza, el dinamismo económico”, explica el alcalde. Los resultados, al menos los cosméticos, comienzan a ser visibles.
¿Qué futuro le espera a Ménard, cuando deje l’hôtel de ville, en el año 2020? “Se ve como presidente de la República”, apuesta uno. “Quiere llegar a ser diputado”, aventura otro. Boissier no lo tiene claro, pero asegura que Ménard es un hombre honesto en un sentido: “Su objetivo no es el dinero, sino el poder”.
En su larga cruzada de indignación mediática, Ménard hizo llegar transistores al Sarajevo acechado por las tropas serbias; rescató periodistas en Chad, en Yemen, en Darfur. Paralizó París con un ejército de trepadores que desplegaron pancartas contra Pekín. Fue arrestado, cuestionado, criticado, adorado y odiado. Ménard creó de la nada, una organización archiconocida, pero también asfixió una revista y varios programas de televisión. Allí donde ha ido, ha sembrado la polémica. Si a su paso ha desintegrado grupos, ha irritado masas y ha quemado proyectos, a él le da igual. Ahora tiene un nuevo escenario, un nuevo altavoz y nuevos aliados. Pero también es responsable de 71.000 biterrois, gentilicio de los habitantes de una ciudad expectante por el cambio. Tiene poder, mucho que ganar, pero quizás, demasiado por perder. Y ya ha demostrado de lo que es capaz.
Interpretación de entrevistas con fuentes de habla francesa: Paula Cadenas
Vea aquí la publicación original de este reportaje en Armando.info.