PARTE II: ADOPCIONES IRREGULARES EN SAN RAMÓN NONATO DE CURICÓ
Silencio y complicidades: “No revuelvas el pasado, harás daño a otras personas”
04.07.2014
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PARTE II: ADOPCIONES IRREGULARES EN SAN RAMÓN NONATO DE CURICÓ
04.07.2014
“Cuando me lo entregaron, lo único que me dijeron las religiosas fue que no hiciera preguntas sobre su origen, que me olvidara del asunto”, dice María Sabureau recordando esa mañana del 2 de enero de 1972 en que fue a buscar al que sería su hijo al Asilo de la Infancia San Ramón Nonato de Curicó. María fue obediente. No hizo preguntas, pero 42 años después su hijo adoptivo René Metre se resiste al olvido. Necesita saber quiénes son sus padres biológicos, pero las monjas que podrían entregarle respuestas mantienen un férreo silencio sobre su pasado.
No obstante, apenas publicado el artículo ya comienzan a surgir otros testimonios y datos sobre quiénes fueron testigos –directos o indirectos- de algunas adopciones.
La de René es una de las muchas adopciones irregulares llevadas a cabo en los años 70 y 80 desde el asilo que la Congregación Mercedaria tenía en Curicó, tal como lo reveló un reportaje de CIPER (ver reportaje). Los testimonios recogidos describen adopciones irregulares de lactantes que eran entregados a parejas italianas a cambio del pago de comisiones y en complicidad con un juez de menores de San Fernando. En algunas de ellas CIPER logró constatar que los contactos con Italia los manejaba la monja que dirigía el orfanato.
La red informal operó durante las administraciones de diversas superioras del hogar, que ya cerró sus puertas. Una de ellas fue Teresa Melo Leyton, quien dejó los hábitos en 1983 y hoy se desempeña como secretaria en el Pontificio Consejo Justicia y Paz de El Vaticano y como profesora invitada del Instituto de Ciencias Religiosas de la Pontificia Universidad Antonianum en Roma.
También en Italia, aunque en la isla de Cerdeña, se encuentra otra ex superiora del hogar San Ramón Nonato, Isabela Longoni, quien recibió a René y a su hermana Teresa cuando ambos fueron entregados por sus respectivas familias biológicas. Las adopciones se hicieron con la complicidad de otra influyente monja de la congregación, sor María Auxiliadora Letelier, quien era tía de María Sabureau y gestionó la entrega de los niños.
Pese a que René Mestre Sabureau lleva casi dos décadas tratando de encontrar a sus padres biológicos, con la ayuda de su madre y su hermana adoptiva, aún no logra abrir la llave del secreto. Lo que más ha impactado a René en ese sinuoso camino, es chocar con frases como “no sigas buscando, eso sólo va a causar daño a otras personas”. Son respuestas que le han entregado las religiosas que, conociendo la verdad, lo han instado tajantemente a “no revolver el pasado”.
Desde que René se enteró de que era adoptado, inició la búsqueda de su madre biológica motivado por un deseo irrefrenable de conocer sus orígenes, de poder mirar más allá de su propia historia. Ese deseo se alimenta de una potente imagen que le cuesta sacar de su cabeza: su madre biológica llorando en un auto estacionado en la entrada del hogar San Ramón Nonato el día que fue dado en adopción por su abuela. Esta perturbadora escena –reconstruida a partir de distintos testimonios– es para René la prueba de que su progenitora no quería entregarlo. Y es eso lo que la convierte para él en una imagen contradictoria: fuente de angustia pero, a la vez, abrigo de esperanza.
–Lo que para mí resulta más fuerte, es que mi mamá biológica estaba afuera del hogar llorando en un auto porque me iban a entregar y fue su madre la que me llevó y me dejó en los brazos de las monjas. Fue mi abuela biológica la que me entregó –cuenta René.
Cuando el matrimonio Mestre-Sabureau se llevó a René del Asilo de la Infancia San Ramón Nonato la mañana del 2 de enero de 1972, no había ni un solo papel que acreditara su verdadera identidad. Era sólo un lactante vestido de celeste con apenas unas horas de vida. Sus nuevos padres no tenían más información que esa.
–El día que me llevé a René, todo fue muy rápido. Había llegado al hogar sólo hace horas. Todavía tenía su cordón umbilical. Cuando me lo entregaron lo único que me dijeron las religiosas (sor Isabel Longoni y sor María Auxiliadora Letelier) fue que no hiciera preguntas, que me olvidara del asunto –dice María Sabureau.
A sus 28 años y de golpe, María tuvo que aprender a criar a un bebé que no había gestado:
–De un segundo a otro comencé a criar a un recién nacido. A Teresa la habíamos adoptado semanas antes, cuando tenía 3 ó 4 años. Por suerte estaba viviendo una prima en nuestra casa en esos días que ya tenía tres hijos y ella me ayudó a ir aprendiendo a ser madre.
Pero las preocupaciones de los Mestre-Sabureau iban más allá de las repentinas labores de crianza que debieron afrontar. Tenían que inscribir al recién nacido y encontrar la manera de sortear el escollo que significaba el haberlo adoptado fuera de la legalidad. Allí aparece la figura de César Cancino Cabrera, amigo íntimo de su esposo, René Mestre Vásquez.
Cancino conocía de cerca a algunos funcionarios del Registro Civil de Linares. Fue él quien consiguió que el matrimonio Mestre-Sabureau pudiera inscribir a René como su hijo biológico. Octavio Soto Norambuena, oficial de turno en el Registro Civil, estampó un timbre y su firma en el documento. La irregularidad quedó zanjada y el confuso pasado de René quedó por mucho tiempo tapado bajo este documento legal que sepultaba cualquier ambigüedad sobre su origen.
Ese día, Cancino se convirtió en el padrino de la criatura.
René describe su infancia y adolescencia como épocas de inmensa felicidad. No sólo por el cariño que le daban sus padres. También por el cuidado y atención que le brindaron sus abuelos, principalmente los maternos:
–Yo no tengo nada de qué quejarme. Tuve excelentes padres, excelentes abuelos y primos. Por parte de mi mamá yo era el único nieto hombre y vivía con ellos en la misma casa. Mis abuelos me regalaban enciclopedias, me leían libros, eran muy cariñosos conmigo. Ellos también me criaron –recuerda René.
Poco antes de que cumpliera 18 años, María Sabureau le planteó a su marido la idea de contarle a René que era adoptado. No quería que pasara por lo mismo por lo que había pasado su hija Teresa tras enterarse por una prima y en medio de una discusión de que era adoptada. Según cuenta María, el padre de René nunca terminó por convencerse de la idea, pero finalmente accedió.
–Se lo dije a los 18 años. Yo fui mucho al sicólogo en Santiago y él me decía que tenía que morir con el secreto. Pero yo sentía que en algún momento alguien de la familia le iba a decir, por eso decidimos contarle. Mi marido estaba dudoso, pero al final lo hicimos –dice María.
René no recuerda muy bien ese día. Los años y el impacto de la noticia han nublado algunos pasajes del episodio. Sí recuerda lo chocante que fue ver a su padre llorar segundos antes de que le contaran la noticia.
–Ese día me llevaron al living de la casa. Mis padres discutían. Yo sólo escuchaba “no lo hagamos”, “sí tenemos que hacerlo”. Hasta que mi papá se puso a llorar. Él era un tipo duro. Camionero, campeón nacional de caza, dirigente gremial. Nunca lo había visto así. Ahí fue cuando mi mamá habló y me contó la verdad –recuerda René.
A René –piel clara, ojos verdes– siempre le parecieron extrañas las diferencias físicas que saltaban a simple vista entre él y sus familiares. Diferencias que eran aún más marcadas cuando miraba a su hermana Teresa (pelo crespo, ojos café y piel morena). Pero si existían dudas, estas se disipaban por completo con el cariño genuino que manifestaban sus padres y abuelos hacia ambos. “Desde ese punto de vista, nunca me sentí adoptado”, aclara René.
Cinco años después de haber recibido la noticia, René Mestre comenzó la búsqueda de sus padres. María Sabureau, motivada por el deseo de contarle la verdad a su hijo y también de entregarle pistas sobre el paradero de sus padres biológicos–, ya la había iniciado tiempo atrás. Pero sin resultados: René no aparecía en los registros del Asilo de la Infancia San Ramón Nonato. Sor María Auxiliadora Letelier había fallecido sólo meses después de entregarlo en adopción junto a sor Isabela Longoni. Esta última, en tanto, ya no dirigía el hogar.
Tampoco había rastro de su posible madre biológica en el Hospital de Curicó. Las gestiones de María no se agotaron ahí. María puso incluso un aviso en una radio de Curicó pidiendo que la persona que dio en adopción a un niño a principios de enero de 1972 se contactara con ella.
–Yo pienso que René provenía de una familia acomodada. No nació en el Hospital de Curicó, sino en un lugar más exclusivo, más privado –dice María.
En 1995, con 23 años, René viajó a Talca con un propósito bien definido. Allí, en otro de los hogares de la Congregación Mercedaria , supo que se encontraba sor Isabela Longoni. La misma monja que, junto a sor María Auxiliadora, lo habían recibido en el orfanato de Curicó de manos de su abuela biológica y que lo habían entregado a las pocas horas al matrimonio Mestre-Sabureau.
Poco antes había logrado obtener algunos datos de su propia abuela (hermana de sor María Auxiliadora), quien le contó que su familia biológica tenía una muy buena situación en Curicó, que su madre era muy joven al momento de dar a luz, que no lo podía criar y que por eso lo había entregado.
Con esa difusa versión sobre sus orígenes, René se plantó frente a sor Isabela Longoni dispuesto a conocer la verdad. Pero lo que recibió de vuelta fue algo muy distinto a aquello que había ido a buscar:
–Cuando la vi le pedí que me dijera quiénes eran mis padres. Estaba nervioso porque sabía que ella tenía la respuesta. Pero lo que me contestó me dejó helado. “Para qué quieres revolver el pasado”, me dijo. “Tú ya tienes padres, te dimos una familia, no tienes por qué andar buscando. Deja de buscar”. Cuando le insistí me respondió que ella tenía que proteger a la familia que me había dado en adopción, que esa era la promesa que había hecho junto a sor María Auxiliadora, y que si yo aparecía en ese momento iba a causar un daño enorme a esa familia –recuerda René.
Cada vez que René ha intentado saber algo más, choca con el mismo muro de secreto, complicidades, datos sueltos, imprecisos. La última en tocar la puerta de la Congregación Mercedaria en busca de respuestas fue su hermana Teresa. Eso sucedió la tarde del 23 de mayo pasado.
–Lo único que quiero es que mi hermano menor encuentre a su madre biológica, que sane esa herida. Por eso me comprometí con su búsqueda. Hace unas semanas fui al Liceo Nuestra Señora del Rosario (Linares) de las monjas mercedarias para hablar con su directora (sor Amelia Basat Núñez) y con la superiora provincial de la congregación, sor Elena Ruiz. Les pedí información, les dije que él tenía el derecho a saber la verdad y guardaron silencio, no dijeron nada. Noté que, al ver que el tema estaba creciendo y que podía hacerse público, se pusieron nerviosas. Me dijeron que les preocupaba su reputación si esto se sabía. Eso era lo que más les inquietaba –dice Teresa.
Teresa aún no comienza la búsqueda de sus propios padres y ha concentrado sus esfuerzos en ayudar a su hermano. A diferencia de René, ella sí conoce su apellido original, lo que podría facilitarle la tarea si es que se decide a emprender la búsqueda.
Una de las protagonistas de esta historia, sor Isabela Longoni, actualmente reside en la Isla Cerdeña en Italia. Cuando se inició esta investigación, algunas de las religiosas con las que CIPER conversó reconocieron que mantenían contacto, aunque esporádico, con la religiosa que dirigió el Asilo de la Infancia San Ramón Nonato a principios de la década de 1970.
Una de ellas es sor Elena Ruiz, quien está actualmente a cargo de dirigir la congregación de monjas mercedarias en Chile. CIPER conversó en dos oportunidades con esta religiosa. En la primera, se mostró muy extrañada con los hechos que han salido a la luz en esta serie de reportajes y se comprometió a colaborar en el esclarecimiento de las oscuras circunstancias en las que se llevó a cabo la adopción de René Mestre en el verano de 1972.
–Han pasado muchísimos años, sor Isabela está en Italia, en Cerdeña. Nosotros podríamos tener algún contacto con ella para preguntarle, si tiene algún indicio, si se acuerda, porque esta persona es anciana –dijo sor Elena.
Cuatro días más tarde, CIPER contactó nuevamente a sor Elena Ruiz para saber cuál era el resultado de su gestión con la monja Isabela Longoni, a quien debía llamar a Cerdeña. Su respuesta fue concisa: “Hablé con ellla por teléfono. Lamentablemente sor Isabela Longoni no se acuerda absolutamente de nada respecto de este episodio”.