La Clínica Carolina Freire se repite como el lugar donde se hacía la entrega de las guaguas
Adopciones irregulares III: Nuevos testimonios revelan nombres de médicos y clínicas que violaron la ley
08.05.2014
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La Clínica Carolina Freire se repite como el lugar donde se hacía la entrega de las guaguas
08.05.2014
Vea además:
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– Sacerdote Gerardo Joannon y las adopciones irregulares: “Yo les hacía el contacto a las familias con el doctor”
– Adopciones irregulares II: Habla Matías Troncoso, otra de las guaguas dadas en adopción por el doctor Monckeberg
Fueron cinco horas de espera. Largas e interminables para María del Carmen García. Absorta del ruido que inundaba esa mañana las ajetreadas oficinas del Registro Civil en Las Condes, sólo pensaba en conseguir ese documento que podía abrirle una puerta a la verdad. A esa verdad tan esquiva y guardada en secreto por años. Había viajado desde Antofagasta el día anterior y no regresaría sin ese papel.
Por fin, después de muchas preguntas, el funcionario le pasó su partida original de nacimiento. La única prueba oficial donde ella encontraría fechas, nombres de padres biológicos, lugar, hora de nacimiento, y el nombre del médico o matrona que atendieron el parto. Todo ese cúmulo de datos estaba escrito de puño y letra. María del Carmen lo leyó como si se tratara de un viejo tesoro. Y tenía razón, porque allí descubrió una cruda revelación: había sido adoptada ilegalmente. La inscribieron como hija biológica de sus padres adoptivos, con datos adulterados y certificados por el médico ginecólogo que atendió el parto. Era la prueba que necesitaba para al fin poder iniciar, con una base cierta, la búsqueda de su mamá biológica:
-Cuando terminé de leer mi partida de nacimiento, me sentí al fin con una herramienta muy poderosa en mis manos. Pude ver por primera vez datos objetivos. Ya no eran conjeturas. Por fin había una verdad oficial y todo empezaba a cuadrar en mi cabeza. Yo necesitaba esa información porque mi felicidad no está completa sin ella. Si resucité, en cierta forma volví a nacer con el amor de mis padres, necesito saber por qué morí al amor de mis padres biológicos –relató a CIPER.
María del Carmen García cumplió en marzo 40 años. Recién a los 34 se enteró que era adoptada. Fue a través de Internet, en una conversación con un primo. Lo que vino en adelante fueron años de muchas preguntas, incertidumbres y silencios sobre un proceso de adopción ilegal que ha estado cubierto por una nebulosa al interior de su familia. Su padre ya no está y su mamá la acompaña como puede en la búsqueda.
También ella sabe hoy que su historia no es la única. Se repite en otras decenas de casos, niños nacidos entre los años sesenta y ochenta, adoptados bajo un manto de silencio que recién ahora empieza a ser develado a trazos.
Inmediatamente después del primer reportaje que publicó CIPER el 11 de abril, sobre adopciones irregulares y niños dados por muertos para ser entregados en adopción (ver reportaje), se inició una cadena de correos, todos ellos escritos por hombres y mujeres que, al igual que María del Carmen, quisieron compartir con nosotros sus sobrecogedoras historias de búsqueda. Después de publicar el testimonio de Matías Troncoso (ver entrevista), los correos aumentaron hasta sobrepasar la cincuentena: madres cuyos hijos fueron entregados bajo engaño en adopción e hijos que necesitan saber quién es su madre biológica.
Investigamos sus historias y en muchas de ellas se repiten como copiados con calco algunos patrones de comportamiento: niños dados en adopción –voluntaria o involuntariamente- por madres solteras; varios médicos ginecólogos y matronas que hacen puente con familias que no podían tener hijos; y clínicas particulares que facilitaron la entrega irregular de los recién nacidos. Una trama perfecta para cobijar el secreto de los “hijos del silencio”, como los denominó uno de ellos.
Hasta ahora, las adopciones ilegales parecían circunscritas a los hospitales públicos, afectando principalmente a personas en condición de vulnerabilidad. Sin embargo, los casos investigados por CIPER dan cuenta de otro sistema: una práctica ilegal realizada entre familias de sectores más acomodados, donde se privilegiaron los contactos para unir destinos entre mujeres que temían la sanción social por el embarazo adolescente y aquellas que no habían podido tener hijos. Las adopciones se realizaban en la más completa reserva, al punto que muchos de los hijos se enteraron de la verdad hace unos pocos años.
Por estos días, los une un cordón umbilical invisible, pero poderoso: quieren saber quién los trajo al mundo. No quieren vivir más en la mentira. Algunos de ellos formaron una página web (nosbuscamos.cl), un registro con más ganas que recursos, destinado a tender puentes entre padres biológicos e hijos.
Con su partida de nacimiento en la mano, María del Carmen se siente un paso más cerca de saber quién es su madre biológica. El ginecólogo que certifica el nacimiento y que atendió el parto, está vivo. Ella sabe que hoy goza de esa gran ventaja respecto de otras historias, donde los médicos que gestionaron las adopciones –como el doctor Gustavo Monckeberg- ya fallecieron. En su caso, los hijos del médico que figura en su certificado se comprometieron a ayudarla. Ella está a la espera de ese encuentro. Por lo mismo, nos pide que, por ahora, mantengamos en reserva la identidad del médico.
Su inscripción de nacimiento registra el Nº 856 de 1974, en Las Condes, y la misma fecha en que ella nació, como se lo informaron sus padres adoptivos: 21 de marzo de 1974. Pero a partir de ahí los datos son falsos. El certificado dice que nació en la calle Oviedo 824, en Santiago, a las 21 horas. “Esa dirección corresponde a la que era la casa de mi abuela (adoptiva), y yo no nací en ese lugar, obviamente”, dice María del Carmen. Un renglón más abajo, la partida de nacimiento consigna los nombres de sus padres adoptivos como biológicos. No hay ninguna constancia de quién fue su verdadera madre biológica y tampoco de la adopción. El certificado lleva al final la firma de un ginecólogo. Pero los datos son falsos.
-Por eso apelo a los familiares del ginecólogo, para que me ayuden a saber. Yo sé que el doctor se acuerda perfectamente de mi caso, porque años después de que me entregaron a mis padres, él atendió a mi mamá (adoptiva). Ella le preguntó si sería posible conseguir otro niño en adopción y él le respondió que conseguir una guagua de buena cuna otra vez era imposible -relata María del Carmen.
A través de sus primos y tíos ha logrado reconstruir parceladamente una historia que para todos era conocida, menos para ella, que se enteró de su condición de hija adoptada a los 34 años. Su mamá le ha contado que fueron once años de matrimonio buscando sin éxito el anhelado embarazo. A través de unos amigos, ellos hicieron el contacto con el médico y su matrona, Matilde Klein, hoy fallecida. Un nombre que se repite en más historias, pero asociado a otros médicos.
Los amigos de sus padres –que luego fueron sus padrinos- conocían a otras familias que habían gestionado adopciones de manera muy rápida. Fueron ellos quienes los animaron a intentar esa misma vía para lograr al fin tener una hija. María del Carmen dice que el relato que logró reconstruir, indica que pocos meses después de que iniciaran el contacto, su madrina llamó por teléfono a sus padres:
-Les dijo que yo había nacido y que debían ir de inmediato a su casa porque una enfermera se había hecho cargo de mí y que me llevaría a esa casa para entregarme… Mi mamá me asegura que no recuerda el nombre de esa enfermera…
Corría marzo de 1974. María del Carmen tenía apenas tres días de vida. Casi de inmediato su padre la fue a inscribir en el Registro Civil de Las Condes. Sin mediar trámite de adopción, fue inscrita como hija biológica. Como ocurre en la mayoría de los casos investigados por CIPER, en ese momento se pierde el rastro de la madre biológica. Eso es precisamente lo que hace aún más engorrosa la búsqueda para estos hijos. Para efectos legales, la madre biológica nunca dio a luz. A partir de la inscripción oficial, se borró también el rastro de la clínica donde nació.
-Lo único que pudo averiguar mi mamá es que yo era hija de una joven de aproximadamente 18 años. Que ese embarazo fue una vergüenza para su familia, muy acomodada y que residía en Temuco, y que para ocultar ese embarazo la trajeron a Santiago a vivir durante ese tiempo con su abuela. Habría sido su abuela quien gestionó, junto a la matrona Matilde Klein y el doctor, la entrega de su guagua –yo- a mis padres.
Hoy, María del Carmen está convencida de que es momento de romper el pacto de silencio que ha comprometido a personas e instituciones para garantizar los secretos de familia:
-Esto no es sólo un tema de derechos, es darle valor a otro ser humano que reclama saber la verdad. Nadie puede arrogarse la facultad de quedarse con una verdad que le pertenece a otro. Incluso los padres adoptivos tienen el deber de decir la verdad, no pueden darse la vuelta y seguir así no más, porque tienen responsabilidades con sus hijos -afirma convencida.
Hace unos años, María del Carmen consiguió contactar al médico que firmó su certificado de parto. Fue después de que ella ubicara a uno de sus hijos relatándole su historia y pidiéndole ayuda. No logró un encuentro personal, pero él médico finalmente le escribió un correo electrónico muy breve en el que le aseguró que tenía “una casuística de muchísimos pacientes y que no tenia registro de lo que yo le contaba, o más bien de lo que su hijo le había relatado”.
Ella no se da por vencida. Espera con renovada fuerza, que esta vez pueda mirarlo a la cara para hacerle la pregunta que cala profundo en su historia. María del Carmen confía en que ahora sí la puerta de la memoria no se cierre para ella.
Casi sin excepción, las historias que conocimos de hijos que buscan a sus padres tienen como común denominador un certificado de parto que le entregaron a los padres adoptivos al momento de recibir al nuevo hijo. Este documento es requisito para respaldar la inscripción de cualquier recién nacido ante el Registro Civil. En estos casos, el médico que lo firma es quien, a su vez, gestionó la entrega en adopción del recién nacido, pasando por alto los caminos legales de un proceso de esta naturaleza.
Francisco, cuyas verdaderas iniciales son F.M.C., nació el 18 de julio de 1966, en la Clínica Carolina Freire, en ese entonces ubicada en San Pablo con Maturana, en el centro de Santiago. Hoy, ese edificio no existe. Tampoco la clínica: se vendió ya en dos oportunidades y cambió de nombre. En esos engorrosos procesos de venta, desaparecieron también los archivos con los antecedentes clínicos de los pacientes. Eso es al menos lo que han informado a algunos de esos hijos que buscan a sus madres, las empresas continuadoras de la clínica. Una forma de cerrar violentamente la puerta a quienes se han acercado a pedir antecedentes sobre la identidad de su madre biológica.
El parto de Francisco se adelantó unos días. Por eso, su llegada al mundo fue tan sorpresiva como el llamado que recibió su padrino para que fueran a buscarlo a la clínica. Como sus padres adoptivos vivían fuera de Santiago, no los contactaron directamente y llamaron al que se convertiría en su padrino. Tres meses antes de ese 20 de julio de 1966, sus padres se habían reunido con el doctor Gustavo Monckeberg –médico de su mamá- para preguntarle si los podía ayudar a adoptar un hijo.
Francisco ha logrado rearmar su historia tardíamente. A los 22 años su mamá le confirmó que era adoptado. Con el transcurso de los años, ella le ha ido entregando más información que para él ha sido relevante. Sin embargo, respecto de su madre biológica, los datos son esquivos. Sobre ella no ha escuchado más que generalidades:
– El doctor Monckeberg le dijo a mis papás que conocía a una joven que muy pronto iba a dar en adopción a su hijo, porque no podía quedarse con su guagua. Les preguntó si les parecía esa opción o preferían otra. Y mi mamá, sin dudarlo, respondió que sí.
Francisco había nacido hacía dos días y estaba en la incubadora cuando sus padres fueron a buscarlo. Fue el propio doctor Monckeberg quien lo entregó a sus padres adoptivos. “Mi mamá me cuenta que el doctor les pidió que rezaran por esa madre que me había entregado, porque seguramente lo estaría pasando muy mal. Y les recomendó como pediatra a su hermano Fernando Monckeberg, especialista en nutrición”.
No hubo más recomendaciones ni trámites. Francisco dice que sus padres sólo recibieron un certificado de parto que lleva como fecha de nacimiento el 18 de julio de 1966. Como padres biológicos lleva inscrito los nombres de sus padres adoptivos. Nuevamente se repite el mismo modelo para burlar el sistema legal de adopciones.
Cuando años más tarde él supo que era adoptado, su mamá intentó ayudarlo en la búsqueda, contactando al doctor Monckeberg. Francisco recuerda:
-El doctor Gustavo Monckeberg le pidió tres días para averiguar sobre su historia y luego le respondió que no había nada. Que mejor se olvidara del asunto.
Hace tres años pidió ayuda al Sename para rastrear más antecedentes acerca de su madre biológica. Recurrió al sistema “Búsqueda de Origen”. La respuesta oficial le confirmó a Francisco que no existe posibilidad de seguir el rastro, porque legalmente figura como hijo biológico de sus padres adoptivos.
El Sename sí reparó en un detalle. La libreta de familia registra que Francisco fue inscrito en el Registro Civil con fecha 20 de octubre de 1966, es decir, tres meses después de haber sido entregado a sus padres. En la carta que recibió se lee: “Esa situación no es usual tratándose de un hijo biológico, pues la inscripción se realiza a los dos o tres días de nacido”. Francisco no sabe la razón, tampoco su madre. Y con su padre sólo hablaron una vez sobre su adopción. No hubo más.
Lo único que sabe hoy Francisco es que, si sus padres adoptivos tenían un certificado de parto, que les entregó el mismo doctor Gustavo Monckeberg, firmado por él, no había entonces obstáculo para que lo inscribieran inmediatamente en el Registro Civil. Así se legalizaba la inscripción sin despertar sospecha alguna. Eso es en las apariencias, porque podría haber existido otra razón para dilatar el trámite. Si fue así, eso permanece en el secreto familiar.
La inscripción tardía no es un antecedente exclusivo de la historia de Francisco. En esta saga de adopciones irregulares, hay hijos que reportaron a CIPER haber sido inscritos hasta cinco años más tarde de la fecha en que fueron entregados a sus padres adoptivos. La primera historia que conocimos fue la de Matías Troncoso (ver entrevista). Pero había más.
Rodrigo González vive en Coquimbo. Su búsqueda ha sido tan reciente como solitaria. Recién en 2012, a los 30 años, se enteró que era hijo adoptivo. La versión que le contó su madre es que fue adoptado en Temuco, donde vivía su familia en ese entonces, y que lo recibieron en una institución que acoge niños abandonados. No hubo más información. Su padre hasta hoy se rehúsa a hablar del tema. Cuando Rodrigo llegó a su familia, tenía un mes y medio. Y al igual que en otros casos que han surgido en estos días, cuando quiso buscar el rastro de sus padres biológicos y recurrió al Sename, no encontró nada. No hay un solo registro de su proceso de adopción. Tampoco ha podido obtener su partida de nacimiento, que supuestamente está en el Registro Civil de Copiapó. El único dato que tiene de su memoria histórica está en su cédula de identidad: nació en 1982 y recién fue inscrito en 1987, cinco años más tarde.
A diferencia de otras historias de hijos adoptados, en la de Rodrigo los recuerdos son difusos y las explicaciones escasas.
La jueza del 4º Juzgado de Familia de Santiago, Luz María Barceló, explicó a CIPER que existen plazos definidos en la ley del Registro Civil para las inscripciones de recién nacidos. El certificado de parto, que extiende el médico respectivo, tiene una duración no superior a seis meses (antes expiraba al año), para ser presentado ante las oficinas del Registro Civil. Si por alguna razón no hubiese acta del parto, la ley contempla la posibilidad de que se presenten testigos que acrediten el nacimiento. Una instancia que se pensó para facilitar la inscripción de niños nacidos en lugares apartados, o que nacían en casas.
-La ley es hoy más estricta, porque obliga a que sea el tribunal quien ordene al Registro Civil la inscripción, si se logra acreditar y justificar las razones para el retraso o la no existencia de un certificado de parto. No está pensada para inscribir tardíamente a un niño que además, no fue adoptado por los conductos legales sino que se le hizo pasar por hijo biológico –dice la jueza Barceló
Francisco, Constanza del Río y Mauricio Fratte no se conocen. Nacieron en décadas diferentes y, sin embargo, sus vidas están conectadas por demasiadas similitudes. Todos fueron adoptados gracias a la gestión del doctor Gustavo Monckeberg y su equipo médico. Y también, todos ellos fueron inscritos como hijos biológicos de sus padres adoptivos. Ahora, al mismo tiempo pero por vías distintas, los tres buscan saber y, en lo posible, conocer a sus madres. Constanza ha dado algunos pasos más en su búsqueda. Dejó una muestra de ADN en un banco mundial “por si alguien ingresa información que sea compatible con la mía”, cuenta con ojos brillosos.
Constanza Del Río Moreno nació el 10 de febrero de 1973, hace 41 años. Es lo que supone, porque ese día la entregaron a sus padres adoptivos. La verdad es que no sabe si esa es su verdadera fecha de nacimiento. Un hecho que puede parecer trivial pero que cada cumpleaños le recuerda que hay una información clave que falta en su historia.
Sus padres adoptivos vivían entonces en Iquique. Según se enteró muchos años más tarde, un hombre, al que ellos no identifican, les avisó que viajaran a Santiago a buscar a su hija a la Clínica Carolina Freire, donde el doctor Gustavo Monckeberg era director.
-Todo lo que sé es que, como mis padres ya no podían tener hijos, la madre de mi papá empezó a preguntar y a buscar cómo se podía adoptar. A través de uno de sus sobrinos, el ginecólogo Alberto Pardo, quien trabajaba con el doctor Monckeberg, habrían encontrado una guagua que podía ser adoptada por ellos –cuenta Constanza.
Hasta ahí, se mantiene el patrón más o menos similar a otras adopciones irregulares. La gran diferencia está en el modo en cómo se concretó la entrega de Constanza a sus padres adoptivos. Su madre (adoptiva) ingresó a la Clínica Carolina Freire en Santiago, con un supuesto cuadro de apendicitis. Horas antes, su mamá biológica había dado a luz a Constanza. No se sabe si en esa misma clínica o en otra. En horas posteriores, salió de la clínica como si acabara de dar a luz, con su hija recién nacida en los brazos.
-Nadie me ha podido responder en qué condiciones y con qué papeles salí de la clínica. Sólo sé que a mi mamá le entregaron un tubo con una muestra de mi sangre, y le dijeron que la llevara al laboratorio de la Clínica Santa María. Dejaron la muestra y nunca más supieron qué pasó con ese trámite -recuerda Constanza.
La inscripción de Constanza se hizo en el Registro Civil de Olmué, gracias a la intermediación de unos parientes de su mamá. “Fue un trámite con ayuda, llevaron dos testigos, porque no había certificado de parto ni de nada”, dice. Viajó a Olmué y hoy tiene en su poder la partida de nacimiento original, el único documento oficial que podría arrojar más luces sobre quiénes participaron en el parto, qué datos fidedignos figuran y cuáles se adulteraron.
Todo ha avanzado de un modo vertiginoso para Constanza. Hace sólo tres años, cuando cumplió 38, se enteró que no era hija biológica de sus padres, al igual que la mayoría de los niños adoptados investigados en estos días por CIPER. Constanza decidió entonces interpelar a sus padres adoptivos, a quienes adora, a que le contaran todo lo que sabían para conocer la verdad. Una semana más tarde, le contaron su historia. Desde entonces, no ha descansado ni un día en la búsqueda de su madre biológica, acompañada siempre por su marido.
– Solo sé, por lo que me han contado, que mi madre biológica era de Viña del Mar. Una adolescente de clase alta. Que la decisión de entregar a su guagua en adopción fue idea de su abuela, y que mi abuela paterna adoptiva habría conocido a la abuela de esa joven viñamarina embarazada -relata Constanza.
Puntada tras puntada, pero sin cortar nunca el hilo, Constanza ha ido introduciéndose con mucha dificultad en esos espacios de su historia que se mantuvieron ocultos por 38 años. Por estos días está empeñada en conseguir que la clínica le entregue más datos sobre el momento del parto. Obtener algún resultado no será fácil. La Clínica Carolina Freire ya no existe y su continuadora, ahora Clínica Nueva Cordillera, dice no tener registros ni archivos antiguos. Portazo tras portazo. Pero Constanza no está dispuesta a darse por vencida.
En este punto, la jueza de familia Luz María Barceló aclara un antecedente poco alentador para la búsqueda: “La ley de adopciones contempla un mecanismo formal para que los hijos adoptivos puedan buscar en sus orígenes, solicitando la información necesaria a las instituciones. Los antecedentes basales están en el Registro Civil, y a través de un tribunal los pueden solicitar. Sin embargo, aquí estamos frente a adopciones ilegales. Por lo tanto, no se pueden usar las herramientas legales para ayudarlos a reclamar información”.
Mauricio Fratte cumple 51 años en agosto. También lo entregaron en adopción sin pasar por los tribunales. Eso ocurrió en 1963, lo que significa que esta es una práctica que se mantuvo a lo menos por veinte años, y más, con los mismos parámetros descritos.
Su historia tiene más lagunas que otras, porque cuando se enteró que era hijo adoptivo, su mamá ya estaba muy enferma y su papá había muerto en un accidente. No alcanzó a formularles las preguntas que hasta hoy dan vueltas en su cabeza. A través de sus tías, pudo averiguar que lo trajeron a su casa dos días después de haber nacido.
-Mi papá llegó conmigo en brazos y fue una total sorpresa, porque él no había contado nada en la casa. Tampoco dejó que le preguntaran nada. Entiendo que incluso ni mi mamá sabía que yo llegaría… Pero ella me vio y le cambió su vida –cuenta Mauricio.
Recién hace unos años, Mauricio tuvo acceso a su acta de su nacimiento. Asegura que está firmada por el doctor Gustavo Monckeberg, y aunque no recuerda el nombre de la clínica que figura en el documento, sí sabe que su papá lo recibió en el mismo establecimiento hospitalario donde atendía el médico. Una vez más se repite el modelo: sus padres adoptivos figuran en el acta como padres biológicos.
En esta cadena de adopciones ilegales, irrumpe un nuevo nombre, Mario Rey, médico ginecólogo que participó directamente en la entrega de María Paz, el 2 de agosto de 1970. Supuestamente ella nació en la Clínica Carolina Freire, pero no tiene certeza. Es una de sus dudas que aún no tienen respuesta.
En la búsqueda de los antecedentes que le permitan a María Paz encontrar la verdad sobre sus padres biológicos, un hecho cierto le aparece: sus padres adoptivos la fueron a buscar a la Clínica Carolina Freire, cuyo nombre se repite una y otra vez en las adopciones irregulares. Sin embargo, cuando María Paz al fin tuvo en sus manos su partida de nacimiento original (ver documento), allí se dice que el parto tuvo lugar en Alameda 130, que en ese entonces correspondía al Hospital San Borja. El mismo establecimiento donde trabajaba el doctor Mario Rey, quien certifica los antecedentes de su nacimiento. Al igual que en los casos anteriores, en el certificado los padres adoptivos figuran como sus padres biológicos.
-El doctor Mario Rey atendía a mi madre adoptiva. Como ella llevaba diez años sin poder quedar embarazada, el médico les ofreció a mis padres la posibilidad de adoptar más rápido y sin tanto trámite. Ellos aceptaron y así fue como llegaron a la Clínica Carolina Freire. Ellos me contaron que al llegar a la clínica, había al menos cinco cunitas con recién nacidos. Alguien les dijo que podían elegir su guagua. Yo le apreté el dedo a mi papá y, en ese momento, él sintió que yo era su hija. Así me eligieron… -cuenta emocionada María Paz.
Según le contaron años después sus padres adoptivos a María Paz, fue el doctor Rey quien les sugirió cambiar la dirección del nacimiento y fijarla en el Hospital San Borja. La explicación que les dio tenía lógica para el procedimiento irregular de adopción: ese edificio lo iban a demoler y así desaparecerían los registros.
De la mamá biológica de María Paz no quedó rastro. Su búsqueda comenzó recién en 2011, cuando nació su primera hija. Fue en ese momento que su papá le reveló una verdad brutal:
-Mi mamá, hoy fallecida, guardó silencio durante años, hasta que un día le confesó a mi papá que alguien de mi familia biológica la había llamado dos veces por teléfono… Preguntaban por mí… No sé exactamente quién, pero fueron dos llamados los que recibió mi madre: uno en 1975 y el otro en 1990. Ella se molestó mucho y les pidió que no me buscaran más… -recuerda consternada María Paz.
Con ese gran secreto su mamá vivió hasta el año 2000, cuando le confesó a su marido lo sucedido. Pero María Paz no se enteró sino hasta once años más tarde. En ese momento, su padre la animó a buscar a su mamá biológica. “Sentí que él me daba el permiso y tuve la tranquilidad para hacerlo”, dice.
Con su partida de nacimiento del Registro Civil y la certeza del relato y el apoyo de su padre, María Paz intentó contactar al médico Mario Rey, a través de su hijo, también médico. Se ilusionó con la idea de que quizás él podría aportar alguna pista para llegar hasta esa mujer que también la buscaba. No tuvo suerte. El doctor Rey vive en el sur y a sus 88 años su respuesta fue lapidaria: le dijo que no recordaba nada. “Es muy frustrante, yo tengo derecho a conocer esa verdad y me lo están negando”, sentencia María Paz.
En Chile, el proceso de adopciones y la ley que las regula han ido mutando en el tiempo. Lo que no cambia es que siempre, y sin excepción, deben ser visados y calificados por un tribunal. No existen ante la ley vías rápidas para obtener un hijo en adopción.
-El único organismo autorizado para entregar niños en adopción es el Sename y las instituciones acreditadas por nosotros, que existen desde larga data. Por lo tanto, no hay excusa para estas adopciones ilegales como los casos que investigó CIPER -asegura la directora de ese organismo, Mariela Labraña.
A las decenas de hijos adoptivos que hoy buscan a sus madres biológicas, las explicaciones legales les aportan poco. Porque todos ellos saben que aún así ellos fueron entregados en adopción de manera irregular. Un método que, en lo fundamental, al borrar los registros verdaderos, les arrebató la posibilidad de encontrar a sus madres biológicas. Tampoco quieren condenar ni sancionar a nadie. Menos a sus padres adoptivos, a quienes agradecen todo el amor recibido. No hay resentimiento y menos rencor por el pasado. Lo que sí saben todos ellos es que esta vez están decididos a golpear todas las puertas y abrir todas las ventanas para llegar al final de la búsqueda.
-Seguramente lo que llevó a mi madre a entregarme, tiene detrás una historia de mucho dolor. Es posible que cuando yo sepa quién es mi mamá biológica, decida tomar el camino de regreso; o bien, puede ocurrir también que sea ella quien no quiera conocerme. Es muy válido y lo acepto -reflexiona María del Carmen.