La importancia del SIMCE
21.02.2014
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21.02.2014
En relación a la opinión de la señora Florez y los señores Pino, Oyarzún, Saldivia en respuesta a la columna del académico norteamericano Richard Phelps sobre la prueba SIMCE publicada por CIPER, considero necesario aclarar algunos errores e imprecisiones para enriquecer el debate público.
En primer lugar, es un error juzgar una herramienta por los usos que le otorgan terceros. Se cae en un error de concepto al no distinguir entre propósitos de las evaluaciones escolares y sus posteriores usos. El SIMCE como tal tiene tres propósitos claros y definidos: (i) monitorear y evaluar el sistema educativo y las escuelas, (ii) movilizar a las escuelas y a sus sostenedores hacia la mejora de los resultados de aprendizaje que obtienen sus estudiantes e (iii) informar a la comunidad escolar, a las familias y a la opinión pública.
Los esfuerzos técnicos que realizó el Ministerio de Educación y que actualmente realiza la Agencia de Calidad por reafirmar la validez y confiabilidad del SIMCE, se fundamentan en estos propósitos. Ahora, resulta evidente que el sistema escolar y la sociedad en general pueden hacer uso de los resultados de maneras muy diversas, algunas muy valiosas (como una herramienta de gestión pedagógica al interior de las escuelas o como una forma de trasmitir el proceso educativo a los padres) y otras más debatibles (como los rankings que realiza la prensa), pero es absurdo atribuir ello al instrumento. Por lo anterior, la Agencia de Calidad ha puesto especial énfasis en comunicar masivamente cuáles son los usos técnicamente correctos de la prueba SIMCE.
En segundo lugar, y tal como lo afirma el profesor Phelps, el SIMCE no es una “caja negra”. Son variadas las auditorías que se han realizado a la prueba en la última década: la Comisión SIMCE (2003), la OCDE (2004), Schulz (2006) y el ETS (2009). La más reciente, entregada en 2014, la elaboró el Australian Council for Educational Research (ACER) –institución que desde 1930 trabaja en instrumentos evaluativos en diversos sistemas escolares del mundo– y se enfocó en las fases más relevantes de los procesos SIMCE: la construcción de las evaluaciones y sus cuestionarios asociados, la aplicación de los instrumentos y la gestión de datos. ACER evaluó positivamente al SIMCE y mostró que dichos procesos se ajustan a estándares internacionales de calidad. Al mismo tiempo, planteó algunos desafíos que actualmente están siendo abordados. Por otra parte, se instauró como política la publicación de un “Reporte Técnico” anual, documento que detalla cada uno de los procesos que comprende esta evaluación. Como se puede apreciar, se está frente a un instrumento transparente y que ha sido evaluado periódicamente.
En tercer lugar, los autores argumentan que el SIMCE “se basa en una noción de calidad que no está definida”. La prueba SIMCE jamás ha pretendido definir qué se entiende por calidad de la educación. Los principios de calidad, autonomía y diversidad establecidos en la Ley General de Educación y el derecho constitucional de libertad de enseñanza, permiten que sean los padres quienes definan las características de la educación que quieren para sus hijos. Esto no es casual sino consecuencia de la complejidad de alcanzar una definición de calidad de la educación en una sociedad diversa como la nuestra. Es por ello que en Chile, tal como en muchos otros países, existe una tradición respecto a contar con bases curriculares para todos los alumnos con el fin de generar una identidad nacional común y entregar una experiencia educativa similar a todos los estudiantes.
El SIMCE, por tanto, se limita a evaluar los acuerdos que el país ha alcanzado acerca de qué deben saber y poder hacer los alumnos. A través de este tipo de evaluación se entrega información acerca de los logros de aprendizaje alcanzados por los estudiantes en los diferentes niveles de enseñanza y se complementa el análisis que realiza cada establecimiento a partir de sus propias evaluaciones. Vale recordar que los mencionados logros de aprendizaje provienen de los conocimientos y habilidades definidas en los objetivos generales de la misma ley y que el curriculum nacional (aprobado por el Consejo Nacional de Educación, institución transversal que reúne a las distintas sensibilidades políticas del país) es obligatorio para todos los establecimientos reconocidos por el Estado. En consecuencia, no se puede sostener que la prueba SIMCE no tiene claro lo que evalúa.
Finalmente, creo que es oportuno reflexionar sobre las consecuencias asociadas a esta tipo de evaluaciones. Los autores consideran que estas son “nocivas y perniciosas”. Permítanme discrepar, el Estado invierte cerca de US$ 8.000 millones anuales en subvenciones; además permite a quien lo desee, abrir y administrar establecimientos escolares; por último, exige a todos los establecimientos el cumplimiento de un curriculum. En ausencia de evaluaciones, ¿cómo podría el Estado exigir a los establecimientos y sus sostenedores que esos recursos se traduzcan en aprendizajes? En mi opinión, la respuesta es clara: a través de una institucionalidad adecuada que exija el cumplimiento de la normativa educacional y transparente el uso de recursos, para ello se creó una Superintendencia de Educación Escolar; que, por otra parte, monitoree que los estudiantes estén logrando los aprendizajes y las habilidades que les permitan insertarse exitosamente en la vida en sociedad (labor de la Agencia de Calidad y del SIMCE como herramienta evaluativa); y de un Ministerio de Educación que apoye a los establecimientos que se están quedando atrás y que tome medidas en los casos en que hay un desempeño insatisfactorio reiterado.
Para avanzar en un sistema educativo más equitativo y de mayor calidad es esencial que cada actor de la comunidad educativa (sostenedores, directores, docentes, alumnos y familias) se responsabilice por su desempeño. Instrumentos como el SIMCE justamente aportan en esa dirección. Prescindir de una herramienta que ha demostrado ser válida, confiable y que además nos brinda una serie histórica única y de gran valor, sí carece de sentido.