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Comentarios (9)

Francisco Orrego | 19.07.2018
Creo que muy necesario contar con herramientas de medición de la educación, pero lamentablemente el SIMCE carece del objetivo que tienen toda herramienta: la toma de decisiones para la mejora de la calidad. El SIMCE, y estoy de acuerdo con la publicación, en que también carece de saber "que calidad quiere medir" si es que aún no se sabe que es calidad. Comete el mismo despropósito de las pruebas escolares: se toma la prueba para colocar una nota, pero no se usa para medir las falencias de alumno y tomar las medidas adecuadas de mejoramiento para que el niño aprenda. Las pruebas escolares mal utilizadas resultan en un castigo que afecta la autoestima del alumno, y así la prueba SIMCE actúa como un castigo para el colegio. De ahí que los colegios la usen como medios comerciales y no como herramientas pedagógicas.
Ivan Salinas | 09.03.2014
No pues Ernesto. No hemos olvidado la historia. Simplemente entendemos que el uso del SIMCE, en esa forma, fue mantener el carácter del Estado, que en simpleza significa negar derechos y transformarlos en subsidios. Si se trata de maquillar el SIMCE con usos pedagógicos, pues las políticas de principios de los 90 son el mejor ejemplo: que una herramienta de orientación de mercado tenga una justificación "progresista" como orientador de política subsidiaria. La radicalidad de esa crítica es a lo que llamamos, no a las defensas de las políticas de la concertación, que finalmente contribuyeron a profundizar el modelo de la dictadura. El SIMCE siempre fue una política de mercado. Que se hayan convencido de otra cosa es simplemente la claudicación a los principios del Estado según Jaime Guzmán.
Ernesto Toro Balart | 25.02.2014
El SIMCE original siempre tuvo una definición de calidad, y un sentido claro de su misión. Como no se trataba de tener una definición exquisitamente conceptual sino operativa, quienes diseñamos el primer SIMCE optamos por reconocer que una educación es de calidad cuando: (i) los estudiantes aprenden; (ii) muestran desarrollo personal; (iii) las partes se sienten satisfecha con la labor de la escuela, estudiantes, docentes , familias; y (iv) cuando hay eficiencia interna, es decir, buenos resultados de aprobación, baja deserción, escasa rotación de docentes. Un quinto criterio no lo llegamos a medir: pertinencia del curriculum para con la población escolar atendida. El sentido era informar a la escuela sobre su desempeño, sobre sus resultados, facilitando así la planificación de mejoras. Se medía al curso y no al niño o niña individual, pues la acción del Sistema Nacional de Supervisión llegaba entonces con posibilidades de intervenir a nivel de la escuela y curso, Con el tiempo, el mercado indujo mutaciones que distorsionaron todo. Ganó el ranking y la persecución a los docentes. Perdió la escuela y la comunidad escolar. Estúpidamente se persiguió a directores y docentes por resultados bajos en las mediciones, lo que estimuló la preparación ad hoc para la prueba, restar horas a materias distintas a las evaluadas, excluir estudiantes con necesidades educativas especiales, trabajar las respuestas de los apoderados en la encuesta de satisfacción, etc. Y el MINEDUC no tuvo la firmeza para defender este aporte de información como parte de su esfuerzo por mejorar la calidad de la enseñanza y de los aprendizajes. En su primera medición, 1988, el SIMCE mostró el claro efecto de las políticas del sector en los resultados medidos. En breve, en las escuelas municipales se llegó al 40% de respuestas correctas en las pruebas cognitivas, al 60% en las particulares subvencionadas y al 80% en las particulares pagadas. Después de recuperada la democracia, el Programa P 900 fue el mejor ejemplo del buen uso del SIMCE para focalizar el mejoramiento, al beneficiar al decil de más bajos puntajes en forma prioritaria. Toda esta historia, que parece un cuento de niños a la luz de los giros que ha adoptado la arena educacional, es ignorada o cooptada simplemente.  
Víctor Caballero Rozas | 24.02.2014
 De acuerdo casi plenamente con el comentario, salvo la arenga política final. Soy un profesor destacado y siempre he cuestionado la falta de concordancia entre los objetivos de las pruebas SIMCE y PSU versus los objetivos de la Evaluación Docente; tanto es así que mis resultados con 4° medios no se condicen con mis resultados en la Evaluación Docente, lo cual refleja no falta de mérito mío, sino dos sistemas de evaluación que no tienen puntos de contacto. Intuyo que el concepto de calidad de educación en uno y otro sistema son diferentes, siendo a mi entender más integral el de la evaluación docente y más restringido el del simce (si es que lo hay).
Felipe Trujillo López | 20.02.2014
Creo que el debate no debe girar en torno a medir o dejar de hacerlo. De hecho, la columna no plantea esto, sino solo la posibilidad de convivir sin el SIMCE, lo que no implica prescindir de la medición como práctica, pues el proceso de enseñanza aprendizaje requiere de una recogida de datos constante y sistemática por parte de los planteles educacionales, que, a su vez, es parte de un proceso evaluativo acorde con el grueso de los objetivos de los planes y programas que emanan desde Ministerio de Educación. Lo que sí es urgente discutir, y el artículo invita a aquello, es cuánto se contradicen éstos últimos (objetivos fundamentales transversales {OFT} y  Aprendizajes Esperados de cada asignatura, que por lógica debiesen ser la prioridad) con los excesivos propósitos del SIMCE, ya que algunos de éstos, como la medición de contenidos específicos, obliga al profesor a recurrir a una inventiva extraordinaria para enfocar sus clases hacia el reforzamiento constate de aquellas materias que supuestamente (nunca están del todo claras) evaluará el Simce, y descuidar aspectos sustanciales de los textos de estudio, los cuales, ante la estresante presión de la prueba estandarizada, terminan siendo mucho más hiperinflados de lo que ya son, perdiéndose la posibilidad de aprovecharlos completamente y, en consecuencia, de desarrollar habilidades, portencialmente, más importantes.  A esto se suma que el sistema de evaluación docente y las evaluaciones particulares de algunos colegios privados y particulares subvencionados, que miden una amplia gama de indicadores que el profesor debe alcanzar competentemente, tales como la preparación de la enseñanza, el trabajo en aula y la evaluación del proceso, y que se ciñen, lógicamente, a los objetivos fundamentales y específicos del MINEDUC, no encajan necesariamente, con el sentido del SIMCE. Por ejemplo, un profesor puede, perfectamente, ser evaluado como "destacado", a la vez que obtiene pésimos resultados en el SIMCE. Ocurrirá, también, lo contrario, toda vez que un pésimo profesor tenga la función de realizar facsímiles y más facsímiles de entrenamiento con sus alumnos que repercutirán en una buena memorización, manejo de habilidades específicas y en excelentes resultados estandarizados. Esto último puede ser, perfectamente, una realidad en la educación ABC1, donde el capital cultural de los alumnos es un camino seguro hacia la obtención de buenas puntuaciones, tal como queda reflejado año a año. Se debe discutir y avanzar hacia la refinación de nuestro curriculum educativo, volviéndolo más realista desde el punto de vista social, y acercarlo constructiva, y no punitivamente, hacia las escuelas de nuestro país. Y creo, además, que la calidad apunta a ese sentido, pues sólo tendremos un sistema educacional competente en la medida en que éste se haga cargo de las necesidades sociales y culturales de nuestra diversa sociedad y no, por el contrario, contribuya a profundizar sus problemáticas como la segregación y la desigualdad, como ocurre actualmente. Sólo después de avanzar, sustentablemente, hacia esta meta descrita, tendremos, casi como fruto natural, una prueba estandarizada y con conciencia social y política. Tal como cuando un profesor planifica: primero el diagnóstico, luego la planificación, el proceso, su evaluación formativa y sólo entonces la evaluación final y que más tarde se estandarizará en el tiempo, integrando, por cierto, el dinamismo inexorable de nuestro mundo. Ocurre que aún no hacemos un buen diagnóstico, y seguimos ocupando prueba que, así las cosas, parece ser un enclave más de nuestra aciaga dictadura militar.  
Alicia velásquez | 20.02.2014
El concepto de calidad como apoyo teórico es bien problemático; es un concepto vacío como la iustitia, la lex, etc...una serie de conceptos que son fundamento político. Algunos académicos consideran que debe entenderse contextualizadamente para que pueda tener sentido metodológico. En cualquier caso en una evaluación que se precia de seria tales dificultades conceptuales deben ser abordadas sí o sí. Otra cosa es que entender la evaluación como medición es un enorme malentendido. La evaluación pedagógica es un proceso continuo de observación y acción para el avance del aprendizaje. l gente que trabaja con ese concepto en educación le hace un chico favor  al sentido de educar...si es que educar es el objetivo, digo..
Paolav | 20.02.2014
Si aceptáramos que el SIMCE tiene como objetivo mejorar la calidad de la educación, debería eliminarse, pues esta probado que no lo ha conseguido. Sólo se ha convertido en una estrategia de marketing pagada por el Estado, para colegios no estatales y lo que es peor, ha estigmatizado a escuelas con niños vulnerables
Cristián Labra | 19.02.2014
Imperfecto, críptico y sobreutilizado, no son razones para dejar de medir. Son razones para mejorar el sistema de medición
Mauricio Gutiérrez | 19.02.2014
corrijo mi comentario anterior: El que tuvo incomprensión lectora fui yo...ofrezco mis disculpas !
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