Entrevista inédita revela facetas desconocidas de la trayectoria del Premio Nacional de Arquitectura 1983
Fernando Castillo Velasco: El ojo crítico y autocrítico del hombre que marcó su huella en la arquitectura chilena
02.08.2013
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Entrevista inédita revela facetas desconocidas de la trayectoria del Premio Nacional de Arquitectura 1983
02.08.2013
Pocas veces un arquitecto logra desenvolverse con éxito en tantas facetas distintas de la profesión, y es aun menos usual que lo haga ganándose el respeto y admiración transversal. Pero en sus 94 años de vida (1918-2013) Fernando Castillo Velasco demostró que esto no era algo imposible: socio de la oficina Bresciani Valdés Castillo Huidobro entre 1947 y 1966 (autores de obras como la Unidad Vecinal Portales o las Torres de Tajamar); alcalde de la comuna de La Reina en tres períodos (1966-1967, 1992-1993 y 1996-2004); rector democráticamente elegido de la Universidad Católica entre 1967 y 1973 (primer rector laico en la historia de la Universidad); activo opositor a la Dictadura Militar, tanto desde el exilio (1974-1978) como luego de su retorno a Chile; Intendente de la Región Metropolitana (1994) y fundador de la Universidad ARCIS.
En esta trayectoria, que contradice la sobrevalorada especialización profesional, hay quizás solo una cosa que Castillo Velasco nunca dejó de ser: un referente moral, no solo para sus colegas arquitectos—que lo galardonaron con el Premio Nacional de Arquitectura en 1983—sino también para sus pares académicos y políticos.
La presente entrevista, realizada el Jueves 15 de Julio del 2010 por Francisco Díaz y Hugo Bertolotto en su casa a un costado de la Quinta Michita en La Reina, atraviesa la carrera de Castillo Velasco desde los años 40 en adelante, puntualizando no solo su multifacética trayectoria, sino también el carácter innovador de muchas de sus propuestas. Aquí también se revelan aspectos poco conocidos, como su autocrítica respecto de algunos de sus primeros trabajos, o su casi nombramiento como Ministro de Vivienda en el Gobierno de Allende, meses antes del Golpe Militar.
Agradecemos a CIPER por el interés en publicar por primera vez esta entrevista a Fernando Castillo Velasco. Tal vez, volver a leer sus ideas y anécdotas sea el mejor homenaje póstumo para quién probablemente sea recordado como el arquitecto chileno mas importante de la historia.
-Usted se tituló de arquitecto en 1947. ¿Tuvo algún contacto con los inicios de la reforma de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica? ¿Cómo fue aquel período?
Mi generación no notó una reforma que hubiese cambiado un poco las aspiraciones que teníamos como gente joven de esa época. Ya se desarrollaban un poco las inquietudes sobre ciertos sometimientos culturales de Chile, así que durante mis estudios fui bastante rebelde en lo que se nos enseñaba. Eso terminó con una verdadera revolución que hubo ahí en la escuela, sobre todo para cambiar su método de enseñanza y su filosofía de la Arquitectura. Pusimos a Sergio Larraín García Moreno como decano.
-En la casa que usted hizo en Algarrobo en 1960, se evidencian temas que posteriormente se verían en la Ciudad Abierta de Ritoque, como el componente artesanal, el trabajo con la madera, las estructuras trianguladas y los techos livianos. ¿Qué influencias tuvo esa obra?
La Arquitectura tiene mucho de inspiración y de instinto. Yo a mis alumnos les envío un mensaje de que no se sometan a las corrientes, que no se sometan a los grandes hitos de la Arquitectura. El arquitecto tiene que ser un intérprete de las condiciones que le impone la obra, de sus clientes, de la geografía, del clima; pero no puede estar encausado, a pesar de que yo viví encausado mucho tiempo. Hay que liberarse. Yo hice esa casa no sabiendo nada de arquitectura, bueno ahí sabía un poquito ya… Te voy a contar una anécdota. Cuando entré a estudiar Arquitectura, mi padre me vio dibujando y haciendo cosas -él era abogado, su padre abogado, mis hermanos abogados, así que nada que ver con Arquitectura- y me dijo: “Mire, para ser buen arquitecto hay que hacer Arquitectura, así que usted me va a hacer una casa aquí”. Esto era una quinta, donde está ahora el Cine Hoyts (La Reina). Ahí hice dos casas que él me mandó a hacer cuando estaba en segundo año de Arquitectura.
-¿En ese momento, año 1960, usted ya era parte de la oficina BVCH (Bresciani, Valdés, Castillo, Huidobro)?
Sin Carlos Bresciani todavía, en el año 60 todavía no entraba él.
-El PRIS (Plan Regulador Intercomunal de Santiago) de 1960, de Juan Honold y Pastor Correa, trabajaba con la idea de “ciudad-sistema”, planteando el crecimiento urbano en base a núcleos autónomos y autosustentables. Esas ideas coinciden perfecto con muchos de los temas que se plantean en la Villa Portales. ¿Ustedes tenían conocimiento de estas ideas? ¿O esos temas estaban en el aire?
No. nosotros teníamos una gran influencia de Le Corbusier en esa época. Con respecto a la trama, yo hoy en día voy mucho a la Unidad Vecinal Portales, porque están transformándola y me doy cuenta que no la hubiera hecho hoy como ahora pienso. Pero en ese entonces, nosotros nos planteamos una cuestión absolutamente subjetiva en un sentido, pero bien objetivo en otro. Pensamos que debíamos respetar la trama urbana, pero respetarla de una manera en que cumpliéramos con nuestras consignas de nuestra arquitectura y urbanismo. Entonces, la cuadra se manifiesta en la longitud del edificio y la separación del edificio se manifiesta también en la cuadra. O sea, nosotros pensábamos que la gente debiera sentir que al ir de un edificio al otro iba a una cuadra y que la longitud del edificio era otra cuadra. Entonces, eso era como la trama urbana de Santiago, que nosotros decíamos «la respetamos». Ahora, los dos edificios que son más altos, es porque en ese entonces, uno parado ahí miraba la cordillera de una forma impresionante. Entonces, pensamos que Santiago tenía su límite poniente ahí y por tanto había que atajar el espacio con obras de Arquitectura.
-¿O sea ustedes siempre pensaron esta obra dentro de Santiago, no dentro de este nuevo esquema de núcleo autónomo?
Dentro del Santiago urbano. Y pensamos otra cosa: que la Arquitectura teníamos que darla en función de la vegetación que había ahí, porque había unas avenidas de encinas. Los edificios de cinco pisos son las encinas, las casas que están en primer y segundo piso son los árboles frutales que había ahí. Y estos eran de gran contención espacial del gran valle de Santiago. Esos eran nuestros planteamientos, subjetivos, pero que nos obligaban a hacer una obra de una determinada manera y creo que eso es muy importante en la Arquitectura a propósito de la otra casa (Algarrobo). Como había una pendiente ahí y estaba el mar al frente, la visualice como una especie de torre de control del mar y la hice en madera porque encontré madera ahí y compré más en el bosque. Fui el único, esto nunca nadie lo ha hecho: está trabajado a tracción, están amarrados, forjados y no tiene ningún pilar la casa en su interior, y el techo funciona como una lona.
-Según ha comentado en entrevistas anteriores, la oficina BVCH rechazó muchos proyectos por seguir la arquitectura moderna. Pero en una entrevista de 1971, también comenta que sus primeras obras fueron mucho más deshumanizadas debido a la preocupación formal y estilística. Como protagonista de una de las oficinas más activas en los años de la implantación de la Arquitectura Moderna en Chile, ¿cómo evalúa las preocupaciones arquitectónicas de esa época?
Yo creo que me refería a la Unidad Vecinal Portales. Era tanto el afán de ser moderno, como un principio, no como un estilo. Porque no lo mirábamos como un estilo, sino que como algo que era propio del arquitecto y lo demás era una traición en un sentido moral: era ilícito pensar en hacer una casa estilo francés o georgian. Así que, cuando nosotros rechazábamos clientes, no fue en BVCH, donde ya teníamos un nivel en el cual no teníamos que rechazar, sino en la primera época cuando parientes, amigos nos decían «hagan una casa estilo francés».
-Olvidándonos por un momento de la forma, y enfocando el tema desde ese punto de vista ético y humano al que hace referencia, ¿hay alguna autocrítica que usted haga de su obra?
Creo que en la Unidad Vecinal Portales (UVP) no tomamos conciencia de la escala de lo que estábamos haciendo. Era imposible meter a doce mil personas en una comunidad de la misma forma que cuando viven diez familias en un proyecto. Entonces, perdimos totalmente esa escala. Lo que soñábamos -y que nunca se confirmó- era que todo el sistema peatonal que pasara por las terrazas -los techos de las casas y la gran plaza- iba a ser el lugar humanizado de la convivencia. Pero la convivencia no se da a esos niveles de cantidad de gente, siempre se pierde. Nunca me he planteado qué hubiésemos hecho hoy día en la UVP, pero creo que yo no hubiese pensado un proyecto como ese.
-Tras su alejamiento de la oficina BVCH, usted entra en política como alcalde de La Reina pero mantiene su labor docente en la Universidad Católica. Allí pone en marcha un sistema de taller de desarrollo de obras concretas, que luego se cristaliza en el Departamento de Prácticas Profesionales. ¿Qué diferencias tenía la práctica que realizaban en la oficina, versus la que realizaba en la escuela de la UC?
Bueno era bien distinto. Yo la hice con los alumnos de quinto año, donde llevaba a uno de mis clientes. Una de las casas famosas que se hicieron fue de una cuñada que me pidió que le diseñara una casa y yo le dije: vamos a hacerla con alumnos de Arquitectura. Ella iba a la escuela y discutía con los alumnos. El procedimiento que usamos fue un concurso entre los 30 alumnos, discutir el concurso con la propietaria, conmigo y con los todos alumnos hasta llegar a elegir uno de los esquemas iniciales. Sobre ese esquema trabajaron los 30 alumnos, así que el “alto” de planos era gigante, porque está hecho el diseño completo.
Luego, cuando fui profesor visitante en Cambridge, justo al poco tiempo que había llegado, me llama el embajador de Argelia en Inglaterra, me invita a almorzar y me dice que el gobierno le ha pedido que hable conmigo para que yo vaya a trabajar en un plan de desarrollo de un sector de la ciudad de Argel. Le dije que era imposible que me fuera a Argelia, que estaba ahí por un año o dos, pero ahí en la conversación con el embajador se me ocurrió una idea y le dije: «Bueno, ¿y por qué no hace la Universidad de Cambridge un proyecto?». Él se fascinó con la idea y yo le fui a plantear al decano esto del curso (que eran cursos de título, de unos 30 alumnos), y me dijo: «Usted aquí viene a hacer lo que quiera, esa es la invitación, a hacer lo que quiera». A los dos días el embajador me llama por teléfono y me dice: «Por favor venga para que hagamos un contrato». El Gobierno de Argelia encontró que ligarse a la Universidad de Cambridge era importante políticamente, así que nos pusieron avión, hoteles, un balneario fantástico, a donde iba con los 30 alumnos durante más de un año. Hice la misma metodología en todo el curso: un esquema, concursos con el Ministerio de Planificación de Argelia viendo los planos, elegimos y cada uno de los alumnos tomó entonces un proyecto, el terminal de buses, las pagodas y así sucesivamente cada uno de los distintos proyectos. Esto causó una expectación tremenda en Inglaterra, porque al principio, en la escuela un alumno no tenía nada que ver con otro, cada uno solito con su trabajo y nada que ver con la realidad. Toda una cosa muy teórica. Así que fue una verdadera revolución en la escuela y el producto fue realmente interesante, porque la comisión que llegaba a evaluar los títulos -estaba llena la escuela, las veredas, por todas partes- quedó abismada. Finalmente, no se hizo nada porque hubo un cambio de gobierno en Argelia.
-Del período en Inglaterra usted ha comentado sobre el proyecto en Argel y del “redescubrimiento” del ladrillo. En ese momento estaban pasando cosas sumamente interesantes en Inglaterra, como el declive de Archigram (grupo arquitectónico de vanguardia en los 60), el Concurso del Centro Georges Pompidou en Paris, la obra de James Stirling (que por ejemplo, Cristian Boza reconoce como marcadora), la reforma de la Architectural Association en 1971 y la incorporación de Leon Krier como profesor, por citar algunos ejemplos. ¿Tuvo usted contactos con lo que pasaba en el ambiente inglés de esa época? ¿Tenían desde Cambridge alguna conexión con lo que pasaba afuera? ¿Qué otras cosas rescata de aquel período?
Tuvimos conexiones después que terminamos Argel. Hicimos un estudio del Támesis en relación al Sena y nos juntamos con los estudiantes de Arquitectura de Francia, de París. Nos intercambiamos para ver las condiciones. Y cosas que se han hecho ahora en Inglaterra, como el aprovechamiento de las dársenas, vinieron de ahí me imagino, no sé si la solución, pero si el tema de cómo rehabilitar y darle sentido a eso que estaba botado. Entonces, en ese tiempo tuvimos relaciones con el gobierno y el ministerio en Inglaterra y con funcionarios franceses. En el ambiente arquitectónico, había mucha armonía con lo que se hacia, estaba este gran arquitecto, decano que yo tuve, esta eminencia: Leslie Martin. Él influyó mucho en mí, en los ingleses y en los estudiantes por esa visión que tenía. También estuvo el sueco, Ralph Erskine.
-A propósito de eso. En su exilio usted vivió en «Clare Hall», Cambridge, que es un proyecto de Ralph Erskine de 1968, quién venía desde la década del 40′ haciendo agrupaciones de viviendas con un gran énfasis en la interacción de individuos, comunidades. ¿Esto influyó en sus proyectos de comunidades cuando volvió a Chile?
Si, yo creo que Inglaterra influyó mucho en mí, mucho. Me sentía muy fascinado con lo que hacían, su manera tan sencilla, tan humilde de entrar a concebir una obra. Recuerdo una estudiante, que obtuvo una nota máxima con su gran proyecto, donde climatizaba un edificio en Argel a través de las corrientes de aire y pasaba por agua. Cuando llegó al examen final, ella partió diciendo: «A mÍ me pareció que caminando por la vereda, tenía que de alguna manera mostrar en mi caminar que estaba esta obra que yo iba a hacer, así que tenía una grada”. Esa forma de pensar: partió por el detalle más mínimo que la había hecho inspirarse para muchas cosas. Yo valoré mucho eso y lo subjetivo que uno se plantea y crea una obra de Arquitectura.
-A mediados de los años 60 en el mundo aparecen corrientes participacionistas en el Arte, que luego se traspasan a la Arquitectura a comienzos de los años 70. En ese sentido, la Villa La Reina, iniciada en el año 66, sería pionera en este tipo de participacionismo en Arquitectura. ¿Estaba usted informado de esas tendencias artísticas o se trata efectivamente de un anticipo?
Fíjate que también lo hice instintivamente, porque cuando llegué de alcalde me encontré que había un decreto de expulsión de los pobladores que estaban viviendo en sitios eriazos. Estaba ese decreto sobre la mesa y llamé a las organizaciones sociales de los pobladores -que desde la elección presidencial del ‘64 estaban politizadas- y les dije: «Yo voy a romper este decreto delante de ustedes, ustedes son vecinos de La Reina igual que cualquier otro, y me comprometo a que busquemos formas de lograr que tengan su casa propia como vecinos de La Reina». Entonces, cuando estaba de profesor de la Escuela de Arquitectura, hice estudiar un proyecto para ellos en el Fundo La Reina. Y llevo a las directivas de los pobladores a la escuela a ver los proyectos, y a ellos no les gustan las casas. Entonces, me adelanté y les dije a los estudiantes: «Perdónenme, pero aquí se hace lo que ellos quieren, porque ellos van a construir sus casas, así que por favor saquemos estos planos». Y los pobladores se hicieron parte. Fue una cosa muy imprevista. Por ejemplo, en la Villa Portales nosotros debimos haber pedido hablar con los futuros clientes, que eran imponentes de la Caja de Empleados Particulares. Pero no se nos ocurrió. Y en La Reina sí se nos ocurrió, tal vez por la desavenencia que había habido con el proyecto presentado por los alumnos de la escuela.
-En una entrevista de 1971 (de Adriana Valdés), usted comenta que es posible adaptar al presente modelos de la arquitectura chilena tradicional, poniendo como ejemplo la Villa Santa Adela, en Cerrillos. Considerando que la recuperación de la tradición local era un tema tabú en la arquitectura moderna, ¿de dónde surgían esas nuevas problemáticas de adaptación de lo tradicional?
Lo que pasa es que (esa entrevista) se refiere a una cuestión de plástica arquitectónica, muy distinta a cómo se vive la Arquitectura, o sea, pueden convivir ambos puntos. Es decir, yo quiero aceptarme en el pasado y hacer arquitectura moderna, ser intransigente en lo moderno, porque todo evoluciona en la vida. Se pueden implantar ciertas cosas que no son valores en si, como el techo de teja o los palillos en las ventanas, cosas que le dan características a un estilo. Pero en esa entrevista no me refería a eso, sino mas bien al sentido de cómo se vive.
–Entonces, se podría pensar que la Arquitectura Moderna tenía consigo una forma de vida también, no era solo una plástica…
Es que era una plástica…, creo que no pensábamos para nada en qué pasaba con la gente, sufríamos sí, porque cuando hacíamos nuestras propias casas, sufríamos el sol.
-En su período como rector de la UC usted instaura el sistema de “departamentos”, que consiste en comunidades académicas relativamente autorreguladas que producen conocimiento de forma autónoma. ¿De dónde surge esta idea? ¿Qué relación tiene esta idea de “comunidad académica” con lo que sucedía en el Instituto de Arquitectura en Valparaíso? ¿Podemos considerar esta idea como una “visión de mundo” que luego se traslada a la arquitectura por medio de las “comunidades”?
La departamentalización no era un invento nuestro, lo usan muchas universidades en Estados Unidos. La idea era la intercomunicación, porque en la universidad se crearon las facultades que salvan los nichos de mayor o menor potencia, conviviendo internamente y no tienen ninguna permeabilidad hacia otras ciencias o actividades humanas. Entonces, la departamentalización era una trama de distintos departamentos en que el alumno se hacía su propia historia cultural, diciendo quiero estudiar esto, esto y esto, con un tutor. Eso lo pusimos en práctica cuando todavía no existía el computador, así que armarlo fue un tremendo caos. Yo creo que lo de Valparaíso es bien distinto a lo que postulaba la universidad. La universidad postulaba a su plena y total participación en la cultura del pueblo chileno y su objetivo era mejorar esas virtudes y esa calidad a través de la investigación científica y del quehacer. La idea era formar un profesional que no fuera con anteojeras, sino que con un gran abanico de posibilidades. No importaba tanto alcanzar un título, sino capacitar a una persona esencialmente culta, pero con la cultura propia. Fui muy intransigente acerca de “qué” iban a estudiar afuera los estudiantes que mandábamos; tenían que estudiar cómo sacarle partido a los que ellos hacían allá, pero no para traerlo para acá. En otras palabras, formarse personalmente, pero no para traer las formas de actuar de allá.
-Resulta interesante la idea de «ciudad sistema» que rondaba en el aire con el PRIS de 1960 y lo que había pasado con los departamentos en la Universidad Católica, esta idea de interconexión entre las distintas partes, que era muy similar a lo que se había pensado en el Plan Regulador de Santiago para una ciudad, trasladado a una Universidad. Se percibe una relación entre ellas. ¿Estaban ustedes conscientes de eso?
No, no. Pero si el mundo estaba yendo para eso. Es curioso cómo ha sufrido un retroceso tan grande. Porque en esos años había desde luego una voluntad colectiva. Chile era un paraíso, ustedes no habían nacido. Bueno, era una euforia colectiva, un optimismo, una esperanza y creo que el Presidente Frei hizo los esfuerzos para que esta cosa resultara, pero no le resultó.
-En realidad lo que le pasó a Frei fue que las aspiraciones que incentivó en la gente sobrepasaron lo que era capaz de hacer. La gente tuvo tantas expectativas que fueron muchas más de las que efectivamente se podían cumplir…
Claro, pasó con los estudiantes de mi época, los dirigentes estudiantiles que sobrepasaron a Frei y se fueron, no se conformaron. Al término de su gobierno, un año antes, Frei tuvo que nombrar a un ministro de Vivienda, porque Juan Hamilton se fue al Senado, entonces me invitó, me tomó del brazo y nos paseamos por los corredores de La Moneda y me dijo: «¿Como soportas tú esta cosa de los jóvenes?, vente aquí al ministerio y hagamos construcciones». Mi respuesta fue: “Fíjese Presidente, que lo que me ofrece, para mí… me satisfago más íntimamente siendo ministro de Vivienda que siendo rector de la Universidad», cuestión que era equivocada también. Pero llegué a la universidad y me encontré que estaba el patio lleno de gente, todos gritando que yo no me podía ir. ¿Cómo se supo? Se corrió antes que yo llegara de vuelta. Pero yo le advertí a Frei que tenía que arreglar la cosa con la universidad. Me fascinó mucho la idea de ser ministro de Vivienda, aunque le quedaba poco tiempo. Yo había ayudado bastante a Hamilton -y por eso creo que Hamilton le habló de mí a Frei- en un plan de ahorro y de construcción, que ni me acuerdo en que consistía esencialmente, pero era una casa crecedora y una transferencia de la familia según sus etapas, pero quedó en nada ese plan. Bueno, y después me ofreció lo mismo Allende. Yo le acepté también, él me dijo: «Oiga, yo quiero un buen arquitecto de ministro de la Vivienda». Y yo le dije: «Si, Presidente, yo le acepto ser ministro de Vivienda, pero creo que no vamos a hacer ninguna casa». Estábamos a dos meses del Golpe… Allende me dijo: «Sí, está bien fregada la situación». Y le respondí: «Esta es una cuestión política, si yo le acepto y me voy al ministerio y mi partido me echa, usted queda con bultos y no sabrá qué hacer conmigo, así que tiene que ser con permiso del partido, tiene que hablar con Patricio Aylwin». «Eso lo consigo, yo hablo por teléfono con Aylwin», me dijo. «No, no es por teléfono la cosa, tiene que ser mas de fondo la conversación», le dije yo. Al día siguiente me llama y me dice: «Mire, me está yendo muy bien, así que usted que anda sin corbata, póngase corbata». Al final, se perdió en la votación del consejo en el PDC por seis votos contra ocho, algo así. Ahí Allende me encontró razón, que si no llevaba los consentimientos del partido hubiese sido sin respaldo.
-Tras finalizar su período en BVCH, usted comienza una carrera en solitario cuyo punto de inicio puede fijarse en la “Quinta Michita”, la primera comunidad, pero a la vez evidencia otra sensibilidad arquitectónica, que dista bastante de las obras que realizó junto a su ex oficina. Respecto de esto, ¿qué cambios en su manera de proyectar trajo consigo el trabajo en solitario? ¿Cómo se explica esta nueva sensibilidad formal? ¿Cuáles son las principales diferencias que usted encuentra entre ambas etapas?
Nosotros en la oficina ya habíamos hecho algunos intentos, habíamos hecho ese conjunto habitacional en Vitacura, la Villa Brasilia. Eso ya era un primer paso en espacios comunes de uso comunitario e integración de las casas en espacios privados de la comunidad. Pero a mi me surgió esto de hacer aquí en una propiedad que era esencialmente mía, para convivir con la gente con que estaba trabajando. No tuve otra intención, así que no pensé en el lucro, ni pensé en otra cosa que fuera cómo podíamos convivir mejor. Entonces, teníamos que tener lugares de reunión, donde desarrollar deporte, cultura, distracción. Proyectamos eso con todo el grupo que iba a venir a vivir aquí en las salas del consejo de la universidad y teníamos reuniones de la Quinta Michita.
-En términos plásticos, por ejemplo, la Quinta Michita es relativamente distinta a lo que se hacia en BVCH, cuyas construcciones eran de líneas largas, gestos grandes. La Quinta Michita es algo mucho más de escala humana…
Todo eso fue influenciado por lo que había en la Quinta Michita. Mi padre había hecho un espacio muy idílico. Primero lo compró para veranear, después se vino a vivir por la Avenida Ossa. Pero la estructura de la quinta, con las grandes avenidas de cerezos, los naranjales, estos nogales que hay aquí, todo eso lo mantuve y entremedio fui poniendo las casas.
-Cuando usted regresa a Chile en 1978, ¿estaba al tanto de lo que sucedía en la escena nacional, con las exposiciones del CEDLA (Centro de Estudios de la Arquitectura), por ejemplo? ¿En qué pie estaba la arquitectura chilena?
Bueno tuve contactos… Aquí mismo donde estamos ahora (su estudio/hogar), hicimos un proyecto estando yo allá, con Pablo Labbé aquí, y por carta hicimos el proyecto de cuatro casas (le vendimos una casa a Humberto Eliash). Así que estaba Humberto, estaba yo, estaba Pablo y estaba mi hijo Cristián en las cuatro casas que son este edificio. Nosotros mismos hicimos este edificio. En este sitio yo hice primero -en el año 44 ó 45- cuatro casas con elementos prefabricados que habíamos botado de una fábrica de casas prefabricadas que tuvimos en la oficina. Más tarde las saqué y pusimos estas cuatro casas, de los cuatro amigos, y después hicimos este edificio. Así que es una demostración clara de que la Arquitectura vive menos que las personas que la hacen. A nosotros nos han demolido cuarenta o cincuenta casas, y te digo que es poco.
-Considerando que usted fue un firme opositor al régimen militar, expresando sus opiniones en la revista Análisis por ejemplo. ¿Cómo entiende el hecho de que sus pares lo hayan reconocido con el Premio Nacional de Arquitectura en 1983?
Yo pienso que los miembros de directorio del Colegio de Arquitectos también eran opositores. Creo que habrá influido en ellos, más que la calidad del postulante, la cuestión también política de dar una señal de que estábamos vivos.
-¿Qué rol jugaba la política en la Arquitectura de los años 80?
Fue el tiempo en que más trabajo tuve, porque todas las comunidades surgieron de la demanda que tenia yo de gente que vivía en el extranjero, que nos pedía poder tener una casa en Chile tras su regreso, y nos mandaban sus ahorros. Cuando me vine de Inglaterra, me vine lleno de dólares para hacer proyectos. Ahí se me ocurrió partir con la Comunidad Jesús, que está en La Reina: compré un sitio y compré los fondos de patios a todos los propietarios de la manzana, así junté ahí como seis o siete mil metros cuadrados creo, a precio regalado, porque llegaba a ofrecerle un regalo a la gente y ellos sólo corrían la pandereta. Ellos gozaban con la plata que recibían y yo iba acumulando un suelo importante.
-En las comunidades que usted proyectó y construyó entre los años 70 y 80, hay tres cosas que es posible ver en casi todos los proyectos y que marcan un sello: la idea misma de comunidad (con todas las operaciones programáticas que eso implica), un permanente juego con los zig-zag en planta (visible incluso en la Quinta Michita), y un lenguaje formal basado en el ladrillo, elementos como arcos, ventanas en rombo, y techos en punta, que se acerca bastante a las ideas del posmodernismo en Arquitectura. ¿Qué puede decirnos respecto a este “lenguaje” que caracterizó su arquitectura en este período?
A mí los profesores me saludaban y me hacían así (y mueve su brazo en diagonal), como diciendo «todo lo haces en diagonal». Fíjate que si yo tuviera una característica, es que yo inventé muchas cosas que se usan normalmente en los marcos de las puertas, incorporado el marco a la parte fija y que el ventanal corra, todas esas cosas las inventé yo. Entonces, me iba amarrando a mí mismo a las cosas que iba repitiendo y con el ladrillo me pasó eso: fue un proceso de enriquecimiento mío junto con los obreros, para que pudieran hacer las cosas que queríamos hacer. Así se creo una especie de cultura nuestra de “cómo hacer”, que implicó estar todo el tiempo inventando nuevas formas de poner los ladrillos, todo como un juego nomás, no le vi la trascendencia que le doy ahora cuando las miro, las veo y digo: «mira qué curioso, ¿por qué hice esto así? ¿Por qué me preocupé tanto del detalle?, ¿Por qué teníamos que dibujar cada muro, en elevación el ladrillo estaba en vertical, en horizontal, después estaba en diagonal…?”. Por eso siempre he ido acumulando la idea de que la Arquitectura es propia de todo ser humano, que es un constructor por esencia, pero en el arquitecto se hace más evidente el afán de descubrir, de inventar más que tener tantos conocimientos. Cuando teníamos proyectos, cerrábamos todos los libros, había que tener la mente limpia para enfrentar el problema que teníamos y no como otras oficinas que yo los veo que llegan con proyectos y están llenos de revistas con todos los ejemplos.
-En la Comunidad Andalucía usted llevó a cabo un proyecto de radicación para 200 familias en pleno centro de Santiago. Ese proyecto fundía la idea de comunidad y participación, a una escala mayor, que incluso anticipa en 15 años lo que después haría Elemental en Iquique. ¿Por qué cree que ese proyecto no tuvo la repercusión que tiene la Quinta Monroy en Iquique, siendo que hace exactamente lo mismo, 15 años antes?
Fíjate que lo encuentro lo más injusto que hay. Desde luego es un ejemplo, pero en la obra Andalucía vinieron arquitectos españoles que estuvieron conmigo varios meses, trabajó la oficina de Eduardo San Martín y Pedro Gastón Pascal, así que yo nunca he hecho las cosas solo. Creo que la casa en Algarrobo puede ser la única cosa que he hecho solo. Así que no hables de mí como el único protagonista. En general, creo que las obras que hicimos en la oficina nos repartíamos la dirección según quien había ganado el concurso, lo que era relativo también porque los cuatro nos metíamos en todo a fondo. En el caso de la Comunidad Andalucía, fue realmente un invento no más (la forma de crecimiento), lo hice por primera vez ahí. Después, aquí en La Reina como alcalde, hice unos círculos que son mucho más perfectos: es un círculo con un patio central de unos ocho metros, un anillo donde quedan diez casas con una entrada a este patio central, con una cámara de alcantarillado que sirve a diez casas. Si tú extiendes las casas en una calle, ocuparían cien metros y aquí ocupan veinticinco metros. La gracia es la misma que inventamos en Andalucía, una estructura vacía de treinta metros cuadrados, pero de tres pisos de alto, sin pisos, poniendo las instalaciones abajo, baño y cocina, una pieza. Ahí se fueron los pobladores que trabajaron con nosotros permanentemente y que vivían en ese lugar y volvieron a su lugar después. Esa fue la gracia. Yo pensé que dos o tres años después volvería y habría con suerte una casa hecha, pero a los seis meses estaba todo terminado. Habían hecho ellos sus ampliaciones, multiplicado por tres la superficie de la casa, con una inversión por cierto que mucho menor que la que había hecho el Estado. Pero la gracia es la participación, el aporte, el conocimiento, el orgullo. El otro día, después del terremoto fui a ver qué pasaba y estaban todos aplaudiéndome cuando supieron que yo estaba. Y empiezo a mirar y había fallas en varias partes, y les digo: «Señor, ¿por qué me aplaude el trabajo?». Y uno de ellos me dice: «Acá no ha pasado nada comparado con otras partes». Una actitud de orgullo evidente.
-¿Cómo ve el estado de la Arquitectura chilena hoy en día?
Lo que te decía: o muy mala o muy buena. Pero no hay un estándar bueno, favorable, medianamente bueno digamos. Creo que lo que uno ve en la calle es desastroso, aunque también hay ejemplos de cosas estupendas.
-¿Cómo evalúa el nivel de autocrítica que existe actualmente entre los arquitectos?
No se sabe, porque ahora hay anonimato. Hay tres o cuatro arquitectos de los que se sabe qué obras hacen, por su calidad, por su expresión; pero el resto de los arquitectos están por debajo de las inmobiliarias y de los intereses económicos, así que yo no sabría qué arquitecto dirigió el 99% de lo que se construye hoy día. No sabría de qué tendencia es, qué piensa ni quién es. Pienso que hemos perdido totalmente la ética, porque en un porcentaje muy grande los arquitectos son verdaderos esclavos del interés económico y de gente tremendamente inculta, que lo que obliga a hacer a los arquitectos es algo totalmente equivocado: sacarle el máximo rendimiento a un terreno y sobrepasar las normas con tal de construir un metro cuadrado más. Es el peor de los negocios que se puede hacer, monetariamente hablando, aparte de urbanísticamente o socialmente.
-¿Es distinta esa figura del arquitecto actual versus la del tiempo en que a usted le tocó ejercer?
Sí. Yo creo que aunque los arquitectos de ahora figuran un poco más, en el pasado éramos una profesión mucho mas considerada. Es que hoy día hay grupos de grandes arquitectos (en cada país hay un grupito de grandes arquitectos que le dan el nivel de conocimiento del hecho de la arquitectura), pero la gran masa de arquitectos es totalmente desconocida, sin nada que mostrar, sin nada que decir. Entonces, yo diría que la profesión misma, en promedio, ha bajado sus niveles de participación en la sociedad en distintos ámbitos. Los arquitectos también están muy sometidos a gente que les indica lo que deben hacer.
-Finalmente, en su labor docente, ¿qué es lo que le interesa que los alumnos aprendan de usted?
Trato de inculcarles una visión más amplia del mundo, no restringido a que un arquitecto es un diseñador de edificios, sino que un arquitecto es una institución importante en la sociedad. Creo que un arquitecto en cualquier directorio, en cualquier actividad humana, tiene un punto de vista para mirar las cosas, que une, que relaciona, que vincula, y aunque no sepa nada de las especialidades requeridas, está ahí como un punto de comunicación. Yo he sentido eso muy fuertemente como rector de la Universidad, como intendente, uno no sabe lo que está pasando, pero sí el contexto, la comunión de intereses que debe haber y tiende a unir todo eso en un haz de una voluntad fuerte. Creo que a los arquitectos, su formación, les exige ese sentido de la actividad humana, pero no lo usan mucho porque están aplastados, no pueden despegarse. Claro que uno ve arquitectos, como Enrique Browne o Borja Huidobro, que hacen una obra que se nota que es entera de ellos, un acto de creación de ellos. Muchos discutirán de quién es más la obra, pero yo creo que es de los dos.