Verónica Miranda, la mujer que derribó al mandamás de la Parroquia El Bosque:
«Karadima es un ladrón de almas»
26.12.2011
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Verónica Miranda, la mujer que derribó al mandamás de la Parroquia El Bosque:
26.12.2011
La conversación con Verónica Miranda está incluida en el libro “Los Secretos del Imperio de Karadima”, texto que es fruto de la alianza de Fundación CIPER con la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales y Editorial Catalonia. Un adelanto de esta entrevista se publicó en la última edición de revista Qué Pasa.
¿Cómo conociste a James Hamilton?
Lo conocí siendo estudiante de tercer año de medicina de la Universidad de Chile, el 19 de marzo de 1990, en el Hospital Salvador. Lo vi transitar por el pasillo y parecía como si hubiera pasado un angelito. Nunca lo había visto antes. Justo tocó que él era el interno a cargo de un grupo de alumnos entre los que estaba yo. A partir de ese momento empezamos a conversar. Me dejaba trabajando a las horas de almuerzo para conversar a solas conmigo, también me invitaba a tomar un cafecito. La verdad es que cuando estaba con él era como si no existiera nada más a nuestro alrededor.
¿Pololeabas en ese momento?
Había pololeado antes. Mientras estuve en el colegio fui súper gansa, de hecho, salí del colegio pensando que quería ser monjita. Después me desordené en la universidad.
¿Querías ser monja?
Sí. De niña siempre viví en un mundo muy restringido, de la casa al colegio y del colegio a la casa. Los papás eran súper estrictos, muy pocos permisos y cuando entré a la universidad se me abrió un mundo. Me hice de muchos amigos, salía a lugares que nunca antes conocí. En medicina los horarios son hasta muy tarde, terminábamos las clases de Anatomía a las 7 de la tarde, luego teníamos que estudiar en la noche, y después nos íbamos a tomar algo. Fueron como dos años en que no paré de salir. Creo que sólo ahí me convertí en una verdadera adolescente. Me rebelé contra mis papás, lo que era un cambio normal, pero no para mi casa porque fui la única rebelde de los cinco hermanos. Cuando conocí a Jimmy ya venía de vuelta: quería ordenarme de nuevo. Yo estaba en tercer año de medicina y Jimmy en sexto, en el internado.
¿Cuánto tiempo pasó antes de que se pusieran a pololear?
Salimos durante siete meses. Creo que batimos récord para la época, porque nadie se demoraba tanto. Recuerdo que un viernes de octubre fuimos a un concierto de Amnistía (Internacional) al Estadio Nacional y ahí Jimmy me pidió pololeo. Estuvimos saliendo todo ese año y en todo ese tiempo yo nunca fui a la parroquia ni supe que él tenía una vida allá.
¿Nunca te contó?
No. Y nada sabía cuando nos pusimos a pololear ese día de octubre en el recital de Amnistía.
¿Iban a esos recitales siendo que ambos venían de mundos muy de derecha e indiferentes a la política?
Creo que a él le encantaba que yo fuera inquieta y que me gustara salir y conocer gente distinta. Yo tenía amigos de todos los colores. Con Jimmy salíamos a comer, a tomar helados o pasteles, al cine, y esto de los recitales estaba recién poniéndose de moda. Pero al lunes siguiente ocurrió algo terrible. Cuando llegué al hospital lo encuentro esperándome desde las 7 de la mañana: estaba raro, nervioso, casi tiritando y me dijo que se había equivocado, que no podía pololear conmigo, que lo perdonara… No entendí nada. Yo venía feliz de la vida porque nos habíamos puesto a pololear y ¡no me dio ninguna explicación! Mucho después supe que fue porque yo tenía que ser conocida y aprobada previamente por Fernando Karadima. Nos seguimos viendo en el hospital, hasta que un día él me dijo que no sabía cómo decirme pero que en realidad me quería invitar a la Parroquia de El Bosque donde había un movimiento de jóvenes.
¿Te dijo que volvieran a pololear?
No, no me dijo nada, sólo quería que fuera con él a la parroquia. Y lo hice. Empecé a ir a misa a El Bosque los miércoles y me sentaba en el penúltimo asiento de la nave central. Jimmy se empezó a sentar conmigo atrás. Yo notaba que todo el mundo me miraba mucho y no sabía por qué, pensaba qué amables las niñas, quieren acercarse, ser mis amigas. Y muy luego me empezaron a saludar todos los sacerdotes y los jóvenes. Me sentí súper bien acogida. Ahí supe recién que Jimmy era presidente de la Acción Católica de la parroquia. Debe haber pasado como un mes y volvimos a pololear.
¿Cómo era el Jimmy que conociste en El Bosque? Porque tenemos testimonios que lo describen como un joven canchero…
En la Escuela de Medicina era un hombre tranquilo y muy querido por sus pacientes. Conmigo era muy tierno, muy preocupado de los detalles. En El Bosque, en cambio, era súper canchero. Tenía responsabilidades, era admirado y reconocido por mucha gente, era importante.
¿Dónde estaba realmente su hogar? ¿En El Bosque?
(Largos minutos de silencio)… con mucho dolor tengo que reconocerlo… era El Bosque.
¿Cómo te trató Karadima?
Al principio nunca fue cariñoso conmigo, pero sí muy preocupado de que me acercara. Entonces, yo dije: ahora que estoy empezando a venir a misa de nuevo, me quiero confesar. Y me confesé con el padre Andrés Arteaga. Con Jimmy nos quedábamos horas rezando juntos en la parroquia y para mí era una intimidad, una comunión maravillosa que nunca había tenido con nadie. Tener la confianza de compartir la oración con alguien es algo que haces con muy pocas personas. Poco después Fernando Karadima me dijo que yo debía tener un director espiritual. Yo no sabía qué significaba eso.
Muy pocos católicos tienen director espiritual…
Pocos, sí. Yo de inmediato elegí al padre Andrés Arteaga. Cuando me confesé con él lo encontré muy práctico, muy ingeniero para sus cosas. Pero Karadima me dijo que como él era director espiritual de Jimmy, ahora que estábamos pololeando él creía que para que nosotros pudiéramos crecer espiritualmente era mejor que él mismo fuera mi director espiritual. Me lo dijo frente a Jimmy, quien lo apoyó. Y así fue.
¿Cuántas veces hablabas con Karadima?
Todas las semanas. Te citaba a las 7:00, yo llegaba a las 6:30 y podía esperarlo dos horas y me decía: «No, ahora no tengo tiempo, ven otro día». Y así una y otra vez. Uno se empieza a acostumbrar a esperar. Eso es para él una regla. La gente que tiene paciencia y es capaz de esperar es capaz de empezar a entrar en su círculo. Ya no tengo recuerdo de la cantidad de veces que lo esperé.
Pero tú estudiabas medicina, que es muy demandante; ¿cómo compatibilizabas los estudios con esas esperas y la nueva dedicación a la parroquia?
Salía de la universidad y me iba directo a El Bosque. Estudiaba después, en la noche en la casa.
¿Estabas ya muy enamorada de Jimmy?
Creo que sí…
¿Cómo veías a las otras mujeres que en esa época frecuentaban El Bosque?
Las mujeres siempre estábamos en un papel secundario. A la reunión de los miércoles de la Acción Católica iban hartas niñas, pero siempre había más hombres que mujeres. De las niñas, al principio yo me juntaba pero muy poco, con María José Herrera, Bernardita Karadima, Varinia Torres, la doctora Teresa Molina, Cecilia Barros y otras. Eran amistades controladas por Karadima. No convenía que te juntaras con amigas de fuera de la parroquia. De hecho, cuando llegué a la parroquia estaba tan feliz de reencontrarme con Dios que quería compartirlo con mis amigos y los invité a todos. ¡Pero los ahuyentaron!
¿No los acogieron?
No, a ninguno. Mientras más lejos posible, mejor, porque Karadima así podía manipular. Te aislaba de todo. Muy luego empezaron las críticas en contra de mi familia. Se aferraba a cada cosa que tú contabas de los tuyos, armaba un problema y al final, ¡no sabías por qué estabas enojado con tu familia! Yo dejé de ver a mis amigas de la universidad, dejé de ir a reuniones familiares, incluso cumpleaños.
¿Qué rol tenían las mujeres en la parroquia?
En esa época las mujeres estaban a cargo del coro y de la colecta. Había en esa época una reunión de niñas aparte de la reunión de los hombres. En dos oportunidades me tocó dirigir la reunión. La primera vez las niñas quedaron fascinadas y trasmitieron no sé cuánto rato diciéndole a Fernando Karadima que querían que yo hiciera las reuniones. La respuesta de Karadima fue que me iba a empezar a poner orgullosa así es que mejor no hacía ninguna reunión más. De inmediato me empezó a cortar las alas…
¿Cómo te cortó las alas? ¿Desde el principio te dijo, por ejemplo, que no te arreglaras?
No, fue de a poco. Cuando conocí a Jimmy usaba minifalda, andaba arregladita, bien sexy, siempre bonita. Y cuando empecé a ir a la parroquia, eso cambió. Como esas cosas subliminales que se te van metiendo de a poco. Si andaba con el pelo suelto era un problema, tampoco te podías pintar. «De dónde vienes que andas tan pintada», era uno de los comentarios del «curita», apelativo con el que todos en la parroquia se referían a él. Y te sentías mal. Una vez, ya estando casada, me puse un poco de lápiz en los ojos y un brillo en los labios y estaba parada en la entrada de la sacristía, en un pasillo por donde pasan los sacerdotes con su séquito de acólitos, cuando Karadima pasa por mi lado, se acerca y me dice al oído: «No sé de dónde vienes que estás tan arreglada, quizá dónde estabas» y sigue caminando solemnemente a celebrar la misa después de darme una mirada con cara de cuchillo. Me paralicé y luego me fui al baño, me miré al espejo y me saqué todo. No te podías poner ropa de mucho color tampoco. Debías ser lo menos llamativa posible. Ni una posibilidad de usar minifalda. No sólo Fernando Karadima me lo decía, sino que Jimmy también: «Es que no te puedes poner esa minifalda». Jimmy reafirmaba todo lo que me decía Fernando Karadima. Y yo, por educación, no era una persona que cuestionara mucho las cosas, excepto en esa época de rebeldía en la universidad. Pero si alguna vez tuve la intención de cuestionar algo, porque igual hubo situaciones que a mí no me parecían procedentes, se me cortó el impulso muy rápidamente.
¿Qué situaciones te parecían improcedentes?
Un día, siendo yo parte del círculo de Karadima y estando en el comedor de la parroquia –porque me quedaba a comer con él y los sacerdotes más los chiquillos que él había invitado – Karadima me dice que quiere hablar conmigo. En esas ocasiones era típico que te llamaba a un rincón. Así lo hizo, y me dice que Pilar Vigil y su marido, Miguel Del Río, quienes eran muy cercanos a él, están dando charlas de sexualidad en el colegio Verbo Divino, que no era posible porque Miguel no era un especialista, que con qué título hacía esto, que tenían que salir del Verbo Divino. ¡Y quería que yo fuera a decírselo!
“Cuando la puerta se abrió, vi a Fernando Karadima sentado en su sillón con el cuello abierto, el cinturón del pantalón abierto y sudado. Hincado frente a él estaba Juan Esteban Morales”.
¿A qué atribuyes esa actitud de Karadima hacia Pilar Vigil y su marido?
Porque a él le gustaba controlar todo lo que hacía la gente de su entorno y esas charlas no fueron autorizadas por él, no le pidieron permiso. Es muy probable que si él las hubiera autorizado habría estado feliz e incluso las hubiera promocionado. Como no fue así, entonces no podía ser. Yo pensé que era broma y me reí. ¡Como le iba a ir a decir eso yo a la Pilar! Y como no lo hice, mandó a Jimmy a hablar conmigo. Jimmy me retó, me dijo que tenía que ser obediente, que tenía que hacerle caso a lo que Karadima me pedía. Al final Jimmy hizo lo que Fernando Karadima me había pedido. De ahí en adelante, no lo cuestioné más. Fue un problema, porque cuando Jimmy me increpó y me dijo que no podía ser que yo no fuera obediente con Fernando Karadima, que nunca más quería ver una actitud así, me tomó con fuerza de los brazos.
¿Él te levantaba la voz?
Nunca. Por eso mismo tengo marcado ese día. De ahí en adelante la obediencia fue ciega, porque Jimmy me lo pidió.
Y así fue como te fuiste convirtiendo en una mujer sin nada que llamara la atención en tu apariencia física ni verbal…
Si. Intentas pasar inadvertida, lo menos arreglada posible, que a ningún otro hombre se le ocurra mirarte. Y, además, como estaba muy adentro de la parroquia, con todos los sacerdotes, tampoco convenía que yo anduviera muy arreglada. Me acuerdo que todos los años se hace una comida para el día del Sagrado Corazón y tuve la ocurrencia de ir con una tenida de pantalón y polera subida muy recatada, que era de mi mamá, pero de color verde cata. ¡Qué problema fue! Tuve que estar con chaqueta toda la noche porque no podía estar de ese color comiendo dentro de la parroquia con los sacerdotes. Karadima me decía que parecía el pájaro verde, qué cantidad de tallas pesadas. Mandó a Andrés Arteaga a preguntarme de dónde había sacado esa tenida. Me sentí pésimo, me dieron ganas de ir a cambiarme a mi casa pero no podía porque en ese entonces vivíamos lejos.
¿No debían vivir siempre cerca de la parroquia en casas que conseguía el propio Karadima?
Si. Y las casas en que vivimos siempre fueron un gran foco de conflictos. En una oportunidad mi papá nos ofreció prestarnos una casa con jardín en La Dehesa que era ideal para los niños. Estuvimos ahí un año y todo ese tiempo Karadima le hizo la guerra a esa casa: que vivíamos muy lejos, que teníamos que buscar algo más cerca, hasta que le pidió a uno de los sacerdotes que comprara un departamento en avenida El Bosque para que nos pudiéramos cambiar.
¿A qué sacerdote se lo pidió?
Me parece que ese departamento es de Jaime Tocornal. Había recibido una herencia y Karadima le dijo que comprara ese departamento. Pero éramos demasiados ya y nuevamente mi padre me ofreció otra casa preciosa en La Dehesa. Nos fuimos de vuelta. Estaba en un condominio donde vivía mi hermano y mi hermana mayor, los niños jugaban todo el tiempo afuera con sus primos, hacíamos una vida sana. Nuevamente Karadima empezó la guerra contra la casa, pero ahora me criticaba a mí. Y lo decía en voz alta en el comedor: «El problema es esta niñita porfiada, porque nunca he tenido una dirigida espiritual tan porfiada como ella, porque es ella la que está empecinada en vivir en esa casa y lo único que está logrando es que Jimmy termine agotado con tanto viaje al hospital, porque ella es la que no se quiere cambiar de casa».
“¡Qué puede ser peor que ver a tu hermana metiéndose con tu marido!, pensé. Y es ahí que Jimmy empieza a contarme lo que le había pasado con Karadima, y parte por el episodio en el departamento de Viña. Quedé estupefacta”.
A mi me gustaba mucho esa casa. Creo que la única época en que sentí que fuimos más familia y que tuve a Jimmy más cerca fue en esa casa. Estuvimos ahí cinco años. Jimmy estaba tan cansado de manejar que llegaba más temprano. No era como antes, cuando estuvimos en todos esos departamentos y casas en que él se pasaba primero a la parroquia y después llegaba a la casa y no veía nunca a los niños. Esa casa significó mucho para mí. Jimmy empezó a llegar temprano y comía con los niños. ¡Si eso nunca lo habíamos tenido antes! Los niños andaban en bicicleta, jugaban con los primos, una vida muy sana. Pero las críticas fueron terribles. Karadima me decía: «Lo que pasa es que tú no quieres a Jimmy, por eso que tú te quieres quedar en esa casa, tú no lo quieres mijita».
Hasta que cediste…
Cedí porque Jimmy me dijo que si no nos mudábamos él se iba solo de la casa. Después supe que Karadima le había ordenado decir eso. Además, el propio Karadima me dijo: “Si tú no te cambias yo lo voy a recibir acá, le tengo lista la pieza”. ¡Y de verdad le tenía lista la pieza! Yo rezaba y rezaba, hasta el mismo día del cambio, pidiéndole a Dios que iluminara a Jimmy, y viera que la vida familiar que teníamos en esa casa, nunca antes la habíamos tenido. El día de la mudanza partí en la mañana a buscar el salvoconducto y me puse a llorar en la camioneta ¡y choqué a una pobre señora que iba en un Mercedes Benz! Ella me veía llorar y no entendía nada. Ese día fue un completo desastre. Estaban los hombres de la mudanza envolviendo las cosas y yo todavía esperaba que Jimmy me dijera «no nos cambiamos».
Y perdiste la guerra con Karadima.
Las guerras de Karadima… Él me decía: mira mijita, tú que eres tan buena mamá, te preocupas tanto de los niños, cuando yo veo tantas mamás que dejan a los niños en manos de las nanas y tú los mudas, te preocupas, los paseas, los cuidas, los entretienes. Encontraba fantástico que me dedicara a los niños y no trabajara. Y después supe por Jimmy que a él le decía que yo era súper mañosa porque no quería dejar a los niños en manos de una nana. ¡A él le decía que yo lo dejaba solo! ¿Y sabes qué hacía yo cuando mis niños eran chicos? Como Jimmy se pasaba del hospital a la parroquia, los hacía dormir temprano, los dejaba con una nana en la casa y me iba a la parroquia para poder encontrarme con Jimmy, porque de lo contrario no lo veía. Tuve que armar la vida de los niños en torno a la hora que tenía que llegar yo a la parroquia para poder ver a mi marido. Y pensar que Karadima le decía a Jimmy que yo lo dejaba solo…
Y te cambiaste finalmente a la casa de Las Baleares.
Sí, nos vinimos de La Dehesa a la casa de Gonzalo Tocornal… Fue terrible ese cambio. Cuando empezaron a bajar las cosas del camión, no cabían. No se podía caminar en la casa. Entonces, Jimmy empezó a regalarles cosas a los hombres del camión.
¿Me podrías mencionar a los personajes que había en El Bosque cuando tú llegaste?
Estaban Andrés Arteaga, Antonio Fuenzalida –Antonio era muy cariñoso conmigo, me decía Peineta–, los sacerdotes y los seminaristas que estaban en otras parroquias iban los días lunes o los fines de semana. De a poco los fui conociendo a todos, a Juan Esteban Morales, Samuel Fernández, Tomy Koljatic, Juan Barros, Horacio Valenzuela, Diego Ossa, Cristian Hodge, Javier y Jorge Barros, Francisco Walker, Eugenio de la Fuente, Sergio Cobo, Francisco Herrera, Julio Söchting. De los laicos recuerdo a los típicos: Gonzalo Tocornal, Francisco Prochaska, Pedro Córdova, el Guille Tagle, Guillermo Ovalle, Pilar y su marido Miguel, Lalo Guzmán, Juan Luís Córdova y Verónica Ruiz Tagle, Jorge Álvarez y Francisca, Juan Pablo Bulnes que era de la historia, de siempre; su señora Mónica Del Valle, los Batlle y otros.
Juan Esteban Morales me puso un apodo: doctora Arrow, porque decía que yo había pinchado a Jimmy y le pedía que me cantara las canciones de Víctor Manuel. Yo a él le decía Moralito. Juan Esteban se veía transparente, feliz, siempre contento. Era un alma de Dios. Pocas veces he conocido un hombre al que le emanara tal bondad desde el corazón. Y a lo largo de los años se fue convirtiendo en un hombre oscuro, triste, cada vez más apagado y doliente. Un poco como lo que fui viendo en Jimmy también. Y no entendía por qué. Pensaba que era por cansancio, siempre buscando la explicación en otras partes. ¡Cómo iba a imaginar la verdadera razón! ¡Qué te vas a imaginar que el sacerdote que es tu director espiritual, que está ahí para ayudarte, para hacer el bien, te está robando el alma! ¡Es muy tremendo aceptar eso! Yo me demoré años… ¿Cómo me pudo mentir Fernando Karadima durante tanto tiempo? ¿Cómo me podía mirar a la cara? ¿Cómo fue tan cínico al decirme tantas mentiras en mi propia cara?
¿A qué mentiras te refieres?
«Mijita, Jimmy está tan cansado que no le pidas nada, entiéndelo, ayúdalo», eso me decía cuando le preguntaba por qué Jimmy estaba tan distante y silencioso. Y yo no le pedía nada: nunca llevó a los niños al colegio, ni fue a las reuniones, menos los fue a buscar a los cumpleaños. De hecho hay cumpleaños de nuestros hijos a los cuales llegaba tarde porque pasaba antes a la parroquia. Con Jimmy nunca pudimos hablarnos con la verdad porque cada uno por su lado lo primero que hacía era preguntarle todo a Karadima. Inevitablemente eso fue provocando distancia entre nosotros… Al final, cuando yo me acercaba a Jimmy, lo abrazaba y le preguntaba «¿por qué estás tan cansado?», y lo trataba de regalonear, de mimar, ¡ya no había confianza! Se había perdido con Karadima al medio. ¡Cómo fui tan estúpida que no vi lo que pasaba! Hubo oportunidad para ello, de alimentar la confianza que nos era robada. Me acuerdo que después que nació mi hija menor, yo estuve muy enferma por una complicación post parto. Y a mí me dio con que tenía que contarle todas mis cosas a Jimmy, quería que supiera todo por si a mi me pasaba algo. Y Fernando Karadima insistía en que no lo hiciera. Si yo le hubiera contado a Jimmy…, pero Karadima incluso llegó a decirme que si yo le contaba a Jimmy, él me iba a abandonar…
¿Así te lo decía Karadima?
Sí. Y yo tenía terror a hacer algo que significara que Jimmy me abandonara. No estaba en mi cabeza el concepto separación: no existía en mi vocabulario. Por lo tanto, todo para evitar una ruptura. Y mira en qué terminamos… Si hubiéramos conversado, si hubiéramos tenido un poco más de confianza, hubiéramos empezado a vivir el proceso de contrastar lo que Fernando Karadima nos decía para manejar nuestro matrimonio en función de su provecho… Karadima necesitaba presentar esta estructura de matrimonio feliz a los ojos de todo el mundo: ¡Éramos la familia perfecta! A él le convenía esta situación. Y yo facilité las cosas porque era súper dócil y manejable. Le hacía caso en todo lo que me decía. No tenía ni una sola duda de que él buscaba mi bien.
¿Te sientes culpable de no haber entendido que te estaba engañando?
Me siento culpable de haber sido tan tonta, de no haber abierto los ojos, de no haber mantenido esa personalidad que tuve en los primeros años de universidad, de no haber cuestionado. Tampoco puedo justificarme en que yo sólo quería encontrar el camino a la santidad.
¿Tú también querías llegar a ser santa?
Por supuesto. Era lo que más quería en la vida.
¿Cuántas veces te confesabas con Karadima?
Por lo menos una vez al mes. Podía ser en cualquier parte, en la parroquia, en mi casa, en el auto, en el estacionamiento, en el comedor o en la salita de reunión que está saliendo del lugar donde se cambian los sacerdotes, o en la sacristía. Nunca dentro de la iglesia y menos delante del Santísimo.
¿Y te sentabas o te hincabas como los hombres?
(Silencio)… Nunca había pensado en eso. La primera vez que me confesé con él en la salita que está saliendo de la sacristía, donde había dos silloncitos, yo me hinqué. Ahí me dijo: «No, siéntate no más».
Era la diferencia entre confesar a un hombre y una mujer.
No me había dado cuenta de eso…. Me acuerdo que era tanto lo que uno se confesaba, que al final te empezabas a convertir en una persona escrupulosa para la que todo es malo: si adelantaste por la derecha en vez de por la izquierda o que fuiste al cumpleaños de tu prima, y en vez de quedarte hasta las seis, como Karadima te dijo, te quedaste hasta las ocho y por eso llegaste tarde a la misa.
¿Tenían que pedirle permiso a Karadima para salir a cualquier parte?
Sí. Cuando íbamos de vacaciones, cuando hacíamos una comida en la casa, a quién invitábamos; cuando alguien de mi familia estaba de cumpleaños y nos invitaba. En una oportunidad se casó un íntimo amigo de Jimmy del colegio, él es judío, eran muy pocos invitados porque hicieron el matrimonio en la casa. Teníamos que ir, era obvio, ¡y no nos dio permiso! Creo que fue la única vez que juntos le mentimos: fuimos a pesar de que no nos dio permiso. Ocurrió lo mismo con un gran amigo mío de la universidad: el Pelao era mi mejor amigo y se casaba con su polola de toda la vida. Nos invitó y Karadima no nos dio permiso. Fue un problema. Yo le explicaba a Fernando Karadima que no podía dejar de ir al matrimonio de mi amigo, ¡imposible! Fui, pero sola. Y después imagínate el reto que me llegó por haber ido más encima dejando a Jimmy.
“Karadima siempre andaba espantando a los pobres de la iglesia. Recuerdo que en una oportunidad había una mujer con un niño en brazos pidiendo plata. Y él mandó a llamar a Carabineros, porque dijo que esta mujer estaba abusando de su hijo para obtener dinero”.
¿Karadima te preguntaba por tu vida sexual?
Siempre trataba de escudriñar en mi vida íntima. Lo que más le interesaba era todo lo de índole sexual, la intimidad con Jimmy, que cuantas veces estábamos juntos, dónde, que quién había empezado, si yo empecé, si me gustaba, si él disfrutó, si tú disfrutaste, si él quería, si tú querías, tú le propusiste o él te propuso que estuvieran juntos, quién tomó la iniciativa…
¿No te molestaban sus preguntas tan íntimas?
Desde un principio me explicó en qué consistía la dirección espiritual: yo tenía que decirle absolutamente todo, todo, no podía tener absolutamente ningún secreto con él. Podía tener secretos con mi marido, pero no con él. Tenía que confiar más en él que en nadie.
La exacerbación por lo sexual no sólo era propio de Karadima. Tengo entendido que una de tus hermanas se confesó una vez con Andrés Arteaga, quien le preguntó las mismas cosas y ella nunca más volvió.
Sí, así fue. Y además tengo un cuñado que se confesó con Karadima y le hizo las mismas preguntas, así es que no volvió nunca más. Fue antes de casarse, porque se supone que antes de casarte tú te confiesas para estar en estado de pureza. A mi cuñado le cargó: se casaron en El Bosque y no volvieron más a esa iglesia. Mi hermana tampoco.
¿De verdad nunca te violentó la confesión de Karadima?
Es que además, tú te doblegas. Él siempre decía que la primera virtud de un santo es la humildad. Y en el fondo, tú quieres ser humilde, y si eso significa pasar por todas esas vejaciones o invasiones a la intimidad, tú dices: «Es para ser más humilde».
¿Y no te parecía raro que él predicara eso siendo la persona menos humilde que tú conocías?
Pero es que a él tú no lo cuestionas. Cuando entras en el sistema, ya no eres capaz de mirar. Te empiezas a convertir en un ente y al final haces todo lo que él dice. Tus opiniones son sus opiniones, tus decisiones son sus decisiones. A una prima muy querida, Paola, dejé de verla durante muchos años porque a Karadima no le gustaba que fuera a visitarla. Y siempre le estaba dando cualquier excusa para no ir a su casa. (…)
En un momento a mitad de tu matrimonio empezaste a sospechar que había otra mujer.
Si. Un día abrí la maleta del auto de Jimmy y me encontré con unas flores. Qué ganso, pensé, se le olvidó bajarlas. Y lo hice ir al auto para que se acordara de las flores que pensaba eran para mí. Abrió la maleta, vio las flores y la cerró de un portazo. «No se meta», dijo. Era tema cerrado: no debía preguntar nada. ¡Quedé plop! Antes de esto, ocurrió que lo fui a buscar un día al Hospital, y recuerdo que una de las enfermeras me dice: el doctor Hamilton está adentro de esa sala. Y la señala. Voy hacia allá y venía saliendo de esa sala una interna. Le digo: ¿has visto al doctor Hamilton? «¿Quién lo busca?», me dice. Su señora. «No, no está aquí». Llamo a Jimmy por teléfono y me dice voy de inmediato. Y salió de ahí, de la misma sala en la que la interna me dijo que no estaba. Y ella venía de ahí. Además, Jimmy un día me invitó a tomar té al Geraldine. Encontré fantástico que un día de semana me invitara, una cosa de los dos. Y llegó con flores amarillas. «¿Por qué me trajiste flores?», pregunté. Jimmy estaba como diciendo que era una ocasión importante. Yo me decía: algo pasó aquí, algo me va a decir. Y me dijo que quería empezar de nuevo, que quería pedirme perdón si se había equivocado, pero que quería empezar de nuevo. Perdón de qué, pensé. Y ahí junté otras situaciones, porque no era celosa, y se me cayó el mundo al pensar que Jimmy me estaba siendo infiel. Si nosotros íbamos a misa juntos todos los días, rezábamos juntos, teníamos unos niños preciosos, una familia bonita, yo era la mujer más feliz de la tierra porque me había sacado el loto con Jimmy. Y tuve terror. Y por supuesto fui corriendo donde mi padre espiritual a decirle que pensaba que Jimmy me estaba siendo infiel. Karadima me retó, dijo que cómo se me ocurría dudar de su fidelidad, fue tajante al decirme que Jimmy nunca me había sido infiel con otra mujer, que me tenía que confesar por tener esos pensamientos. Y me confesé con él ahí mismo. Era yo la culpable por haber dudado de Jimmy. Si mi director espiritual que nos conocía a los dos desde que éramos pololos te está reafirmando con tal tenacidad que tú eres mal pensada, borras toda sospecha de tu cabeza.
En una declaración dices que tu sospecha se acentúa cuando le encuentras a Jimmy un calzoncillo manchado con semen, ¿eso fue lo que pasó?
Sí, ocurrió en la época de los episodios anteriores y que empezaron con el té en el Geraldine.
Tus padres son católicos, ¿nunca les pareció raro este cura?
No recuerdo que me hayan hecho un mal comentario. Además, Karadima era amable con ellos. Lo que mis padres veían era solo una cara de la moneda.
Si yo mamá veo que mi hija que es alegre, bonita y de repente empieza a apagarse sin estar enferma, a vestirse diferente…
Sí, en alguna oportunidad mi mamá me dijo que me arreglaba poco. De hecho, cuando se casó mi hermana menor, hicimos un viaje a Miami para comprarle sus cosas y fuimos casi todas las mujeres y mi cuñada. Nos reímos, nos teñimos el pelo, compramos ropa sexy para la noche, para los maridos, para salir, de todo. Pero toda esa ropa yo me la ponía a escondidas de Karadima.
¿Pero la usabas con Jimmy?
Con Jimmy, sí. Y en Vichuquén andaba con minifalda, ropa ajustada, y él feliz aunque hubiera más gente. Pero yo no podía usar esas cosas en Santiago, sólo en Vichuquén. Allá Jimmy usaba barba. Parece un detalle, pero decidor: Karadima no soportaba a los barbones. No tengo idea por qué, pero le cargaban los jóvenes que usaban barba y en El Bosque estaba prohibida. Si miras hoy a los «rebeldes» que se han ido de allí, una de las primeras cosas que hacen es dejarse barba.
¿Eras tú la única mujer al interior del círculo de El Bosque?
Antes estuvo Pilar Vigil. Cuando se casó Francisco Prochaska, llegó Rocío Artigas, su mujer, muy sumisa también. La he encontrado en varias oportunidades a lo largo de estos años, cada vez más apagada. Hace como tres años me encontré con Rocío y Chasa en la pastelería, andaban con su hija Sofía. Ella me dijo que por qué no volvía a la parroquia, que cuándo los iba a ir a ver. Yo miré a Chasa y le dije: nunca más voy a volver y haré todo lo posible para que mis hijos no vuelvan a pisar la parroquia. Rocío me miró como diciendo «¿qué le pasó a esta loca?».
¿Recuerdas en qué minuto James asume que ya no va a ser sacerdote?
No lo sé, porque cuando lo conocí nunca me dijo que había querido ser sacerdote. Además, por cómo era conmigo no me parecía que pudiera ser sacerdote. Y si supo que yo quería ser monjita fue por la cantidad de tallas que echaban en el comedor porque yo no le contestaba nunca cuando me pidió matrimonio.
Él me pidió matrimonio en diciembre de 1991, en Vichuquén. Me acuerdo que estábamos tomando sol y me dijo que quería casarse conmigo. Yo no le contesté. Estaba en un proceso de cuestionamiento ya que había vuelto a pensar que a lo mejor Dios quería que yo fuera monjita. De hecho, fui a hablar con una monjita de Las Agustinas, en el centro de Santiago. ¡Y me gustó tanto lo que escuché y vi! Y ahí nos fuimos con una de mis hermanas, la Flaca, y mi prima a Europa. A ellas dos les habían propuesto matrimonio, es decir, a las tres, sólo que ellas dos lo contaron y yo no. Porque Fernando Karadima me dijo que no le contara a nadie.
¿Por qué no le podías contar a nadie?
Porque él dictamina qué puedes contar y qué no, o qué es lo que tienes que decir. Cuando mi papá nos regaló este viaje, yo pensé que era una gran oportunidad: iba a estar dos meses afuera e iba a poder pensar si realmente quería ser monjita o mi vocación era el matrimonio. No lo tenía claro. Le dije a Jimmy que le contestaba a la vuelta del viaje. Casi se murió. En el viaje conocí todas las iglesias de Europa ¡Pasé a todos los Santísimos! Era como miel: necesitaba ir delante de un Santísimo a rezar. Era la mujer más feliz de la vida. Estando en Europa supe que quería ser monja. Y me moría de pena, una pena negra, porque no sabía cómo le iba a decir a Jimmy que no nos casaríamos.
Volví y de inmediato fui a ver a Karadima y le dije que mi vocación era religiosa y que tenía claro que quería ser monja. Le conté que venía feliz en el avión porque ya estaba decidido que iba a entrar al convento y que tenía que ser una monjita de contemplación: que esa era mi vocación. «Yo no me puedo casar con Jimmy, ¿y cómo le digo que no?», le dije al final. «¿Pero estás segura mijita?», me respondió. Y lo escuché decir: «Bueno, espérate un poquito, hasta Semana Santa y ahí le vas a contestar». Por supuesto que así lo hice. Llegó Semana Santa y converso de nuevo con Fernando Karadima: me quiero ir al convento. Su respuesta fue: «Espérate otro poquito». Y me fue tirando hacia delante, postergando mi respuesta con un «espérate a la Santísima Trinidad», «espérate a Pentecostés», «espérate el Día del Sagrado Corazón», «espérate, espérate, espérate…». Y así fue como transcurrieron seis meses desde que Jimmy me propuso matrimonio en diciembre del ‘91. ¿Te imaginas por lo que debe haber pasado en esos seis meses, esperando a esta loca que no le contestaba? Al final fue como casi que me acorralaron, porque no sé si Jimmy o Fernando Karadima –aunque creo que fue Fernando Karadima–, puso en el Sagrario el anillo de compromiso que Jimmy había mandado a hacer, porque ya estaba decidido que yo me tenía que casar con él. Y cuando llegó el día del Sagrado Corazón dije: «Ya, tengo que contestarle a Jimmy, no puede seguir esto así».
¿Por qué te provocaba rechazo la idea de casarte con James Hamilton?
¡Rechazo no! Física y espiritualmente Jimmy me encantaba. Para mí era… Ahora que lo pienso, a lo mejor era tanto lo que lo quería que llegué a pensar que no me merecía a un hombre tan bueno como Jimmy. Recuerdo que yo a veces pensaba esto y también que quizá no merecía ser monjita. Ahora pienso que era tanto lo que te humillabas para llegar a ser santo, que sentías que no te merecías nada…
Yo le pedía a Dios que me diera una señal sobre lo que quería para mí. Y así fue que llegó el día del Sagrado Corazón, y como siempre, nos quedamos con Jimmy después de la misa rezando en la capilla de la Natividad. Y fue allí que Jimmy, sin decir una palabra, me tomó la mano y me entregó un anillo precioso, hecho con rubíes que habían sido de su abuela. Jimmy había escogido el diseño y lo había mandado a hacer al joyero más fino de Santiago y me lo entregó delante del Santísimo.
¿El anillo estaba puesto en el Sagrario?
Si no recuerdo mal, Fernando Karadima lo había dejado allí para que estuviera bendito. Jamás esperé que me regalara un anillo. No estaba la situación para que gastara en un anillo tan caro. Por eso me sorprendió, tanto como el momento en que lo hizo. Porque yo no sabía cómo decirle a Jimmy que no me iba a casar con él, una pena que yo conversaba con Karadima, esperaba una señal, y en ese momento pensé que ésa era la respuesta de Dios a mi pregunta.
“Jimmy nunca me dijo que nos separábamos. ¿Sabes que me dijo el día que se fue?: que se iba por tres días a la casa de su madre porque necesitaba clarificar todo lo ocurrido”.
¿No habrá sido esa escena preparada por Karadima quien sabía exactamente la señal que estabas esperando?
Creo que sí. Si era el único que sabía que yo estaba esperando algo en un momento en que yo insistía en que quería irme al convento y Karadima insistía en que esperara, que no le dijera a Jimmy todavía, que tenía dudas sobre mi vocación, que lo pensáramos, que rezáramos juntos, que tuviéramos paciencia. Y me echaba tallas en el comedor: «Ay, la Verito, que se quiere ir de monjita ahora». Y todos se reían. Y se suponía que nadie sabía que yo había conversado con Fernando Karadima sobre mi deseo de ser monja. Y como él era mi director espiritual y la persona que se suponía me iba a ayudar a clarificar, dije: «Bueno, Señor, ésta es tu respuesta, tu voluntad es que me case con Jimmy, porque mi director espiritual me dice que esto es lo que Dios quiere y si Jimmy me regala el anillo aquí, delante tuyo, esta es tu respuesta divina». No había cuestionamiento. Y ahí mismo quedamos comprometidos. Desde ese día nunca más me lo volví a cuestionar. Porque la decisión ya estaba tomada. Fíjate, hablo de que la decisión «ya estaba tomada»: ¡No la tomé yo!
¿Crees que de verdad tenías vocación religiosa?
No lo sé. Creo que pude haber tenido vocación religiosa, y a Fernando Karadima le convenía que así fuera porque tú te sientes especial y eso te deja vulnerable a su manipulación. Algunos, sin vocación, fueron convencidos por Karadima de que sí la tenían; en cambio otros que sí la tenían, la perdieron. Incluso algunos perdieron hasta la fe en Dios. Ahí está su juego: nos sentíamos escogidos y al mismo tiempo malos por no ser perfectos. Quedábamos a la deriva y a merced de su voluntad. Karadima es un ladrón de almas.
Cuéntame de tu matrimonio.
Yo había escuchado una vez decir «el día de tu matrimonio graba cada momento para que sea un día que nunca olvides». Y así lo hice: grabé cada minuto de ese día. Lo tengo aquí en mi mente. Nos casó Karadima en la Parroquia de El Bosque en una ceremonia que concelebraron todos los sacerdotes de allí. No sé cuántos había, pero estaban casi todos. ¡Jimmy y yo estábamos tan felices! No tenía por qué salir nada mal. Jamás pude imaginar todo lo que pasaba detrás de la puerta en ese momento. Nunca lo hubiera imaginado. Hasta el día en que Jimmy me contó que había sido abusado por Fernando Karadima. Ahí empezaron a emerger imágenes, diálogos como en una película en la cual todo empieza a calzar. El puzzle se empezó a armar.
¿Dónde fuiste de luna de miel?
Fuimos a Ixtapa, en México, a un Club Mediterraneé. Y después a Disney. Jimmy no había ido nunca y yo encontraba que era lo máximo que lo conociera, así que partimos a Disney, donde nos reímos como nunca antes. Allí pasamos la Navidad.
¿Por qué apenas llegan de luna de miel se van a Puerto Varas, donde los espera Karadima?
Llegamos de la luna de miel a un departamento que habíamos arrendado en Apoquindo, en la calle Luis Zegers, precioso, antiguo, de un dormitorio. Y mientras nosotros estuvimos fuera, Fernando Karadima hizo que arreglaran todo: cambiaron la alfombra, lo pintaron y él pagó todo. Cuando llegamos al departamento había flores y nos tenían hasta los pasajes listos para viajar a Puerto Varas. No alcanzamos a estar allí una noche, porque de inmediato nos fuimos. Allá nos estaba esperando Juan Esteban Morales para llevarnos a la casa.
¿Fueron al fundo de la familia de Hans Kast?
Sí, él siempre iba a veranear a la casa de los Kast. En realidad disponía como dueño de casa: la familia Kast le mandaba un camión de comida antes de que él llegara y le tenían todo preparado. Apenas llegamos a Puerto Varas, Jimmy cambió. Yo pensaba que se sentía incómodo porque estábamos recién casados y alojábamos en la casa donde estaban todos los curitas… Fernando Karadima se ubicaba en un sillón en el living y todo el mundo giraba en torno a él. Me acuerdo que cuando Jimmy se ponía a conversar con él y se hincaba a su lado, siempre se tapaba la cara y su boca con la mano. ¡Y no me miraba a los ojos! Yo sabía que algo de esa situación me provocaba rechazo, que algo raro había, pero no sabía qué. Y me provocaba un cierto rechazo. Finalmente yo me sentía mal y decía: «¿seré yo la mal pensada?, ¿qué hice mal?».
Te sentías incómoda porque era un mundo de a tres. Una pareja de a tres…
… como un fantasma siempre presente.
¿Crees que en algún momento que Karadima te sintió como una competencia?
(Silencio)… Nunca lo pensé, pero creo que no. Es que cuando Jimmy me contó fue tan claro que había otras personas en la misma situación…
Que había otro James Hamilton.
Sí, porque se me hizo evidente que mi sistema de vida se repetía en otras familias en El Bosque. Me acordaba cuando iba a hablar con Fernando Karadima y lo esperaba. Y de repente había que esperar una hora, dos horas y yo no era la única mujer en esa situación. Claro, a mí me tocó esperar más veces que a otras, pero es que muchas esposas no esperaban: se iban. Pero yo a Jimmy lo esperaba. Llegaba a ser parte del paisaje esperando todas las veces que fuera. Por eso mismo no hubiera podido reaccionar con rabia el día que Jimmy me contó: porque ese día por primera vez me calzó todo después de tantos años de silencio.
Ahí también recuerdas otro episodio muy violento que te tocó presenciar: estás con Jimmy en la puerta de la habitación de Karadima, en el segundo piso de la parroquia, Jimmy golpea para entrar, Karadima le pide que espere y cuando abren, alcanzas a ver una escena. ¿Qué viste?
Ese día, Karadima estaba en su pieza. Subimos los dos con Jimmy, él tocó la puerta y Fernando Karadima le contestó que esperara. Y esperamos en el pasillo del segundo piso. Pasó una o dos horas y los dos esperando parados en el pasillo. Y cuando la puerta se abrió, vi a Fernando Karadima sentado en su sillón con el cuello abierto, el cinturón del pantalón abierto y sudado. Hincado frente a él estaba Juan Esteban Morales. Y había otra persona más en la pieza… La puerta se abrió, pero Karadima no sabía que yo estaba ahí. Pensaba que Jimmy venía solo.
¿Había tres personas en la pieza?
Sí, tres personas y cuando Karadima me vio hizo una seña y llamaron no sé a quién porque mientras Jimmy entraba a la pieza, me tomaron entre varios y todos me hablaban. Fue muy impresionante porque escuchaba las voces pero no entendía lo que estaba pasando. Me llevaban por el pasillo hasta el fondo y yo escuchaba «sí, aquí está la máquina donde el curita estuvo haciendo ejercicios, por eso está tan cansado, pobrecito». Y ahí estaba una máquina para hacer ejercicio. Y otra voz: «Parece que le subió un poquito la presión y está descansando ahí con Juan Esteban, por eso estaba todo traspirado». Hablaban y hablaban.
¿No supiste quién era esa tercera persona?
Sí, un hombre. No entendía por qué me daban explicaciones de que él había hecho ejercicios. ¿De qué me estaban hablando si yo solamente había visto una persona hincada ahí con él todo transpirado? No entendí nada. Me llevaron al comedor y no paraban de hablar, como entreteniéndome. Una situación que yo ya había visto en la parroquia cuando había que sacar a alguien de alguna parte donde no debía estar: entretenerlo, embolicarlo y llevarlo para otro lado.
¿Comentaste ese episodio con Jimmy?
Fernando Karadima le dijo a Jimmy que nunca más podía ir conmigo al segundo piso sin avisarle. Yo dije bueno, igual en el segundo piso están todos los sacerdotes, y lo justifiqué. Siempre lo justifiqué, ¡cuántos años lo justifiqué! El día que Jimmy me contó de los abusos de Karadima, entendí por qué nunca me gustó ver a Jimmy arrodillado al lado de Fernando Karadima cuando éste estaba sentado en un sillón. Porque me recordaba esta escena…
¿No crees que Jimmy se puso celoso de Juan Esteban Morales en algún minuto? Porque había búsqueda de afecto en su relación con Karadima, el hombre más importante en su vida que le daba autoridad y reconocimiento.
Imposible, porque estaban en distintos planos. Además, Jimmy tenía una muy buena sintonía con Morales. Siempre he pensado que Juan Esteban es una víctima. Ahora, ¿dónde está el límite entre la víctima y el encubridor? No lo sé. ¿Cómo juzgas a esa persona? Sí sé que las mujeres tenemos que ser pilar de todos estos hombres que han sido abusados, ya sea si es tu marido, tu hermano, tu padre, tu hijo, tu primo, tu compañero de trabajo o tu amigo; para que ellos se atrevan a dar ese paso. Estoy convencida de que es la única manera de que salgan de esa cárcel. En una oportunidad le escribí una carta a Mónica Morales, la hermana de Juan Esteban, y nunca me atreví a mandársela. Porque las relaciones en El Bosque eran a través de Karadima. En el fondo, no tenías amistades verdaderas.
¿Cómo fue ese día en que finalmente Jimmy te reveló su gran secreto: los abusos de Karadima? Debió haber una preparación.
Absolutamente. El año en que nos cambiamos a la casa de Las Baleares Jimmy empezó a estar distinto, a pelearse más con Fernando Karadima y me usaban a mí de intermediaria. Karadima me decía que Jimmy estaba mal.
¿Fue en esa época que un día se les pierde tu hijo y lo encuentran en la pieza de Karadima en El Bosque?
Sí, fue ese año. Y ese episodio marcó un hito en su proceso. Yo creo que ese fue el motivo por el cual decidió cortar. Por primera vez en su vida primó en él otro sentimiento: el de ser padre. Primó la urgencia de salvar a su niño.
Pudo más que la obediencia ciega…
Sí, porque fue un minuto… Lo recuerdo todo de ese día. Nosotros llegábamos con los niños a la parroquia casi todos los días. Yo llegaba en el auto, me paraba en la puerta de entrada por avenida El Bosque, los niños se bajaban y entraban corriendo mientras yo me iba a estacionar por atrás. Yo tocaba el timbre, preguntaban quién es: «¡Es la Vero de Jimmy!”. ¡Yo era para muchos la Vero de Jimmy! Los niños entraban hechos una tromba por la cocina, asaltaban a la nana, pidiéndole jugo, se comían todas las galletas y después seguían y corrían por todos lados. Así fue desde que eran chicos, desde que nació la mayor: ella dormía en un moisés arriba de la mesa donde los sacerdotes comían. Regalía máxima.
Verónica, dijiste la palabra que usaba Karadima para nombrar a sus elegidos…
… ¡Qué atroz! ¡Dios! Son cosas que se te quedan pegadas y cuesta tanto… Ese día fue uno de los tantos miércoles en que yo lo llevaba a la reunión de los niños. Se bajan del auto, me estaciono y me quedo hablando con unos y con otros. Salen todos los niños de la reunión, busco a mi hijo y le pregunto al sacerdote Merino, que en ese momento estaba a cargo y me dice que no había ido a la reunión. No me inquieté: estábamos acostumbrados a transitar por todas partes desde hacía años, era como nuestra casa. Empiezo a buscar y no lo encuentro. Me voy al interior y lo busco en la cocina, no estaba. Y a pesar que Jimmy me había dicho que no fuera más sola al segundo piso, partí a tocar la puerta de la pieza de Karadima, y no contesta nadie. ¡No contestó nadie! ¡Y allí estaba! Lo sé porque Karadima tenía junto a la puerta un aparato de madera donde indicaba en qué parte de la iglesia estaba, para que los de su grupo supieran dónde encontrarlo. Y decía que estaba adentro. «Se le habrá olvidado cambiarlo antes de salir», pensé. Bajé y me fui al Santísimo a rezar, pensando que ya iba a aparecer. A los pocos minutos llega Jimmy, venía del hospital. Nos saludamos y me pregunta por los niños. Le digo que al niño no lo encuentro, que no se quedó a la reunión, que no sé si estará a lo mejor con el curita, pero que fui a su pieza, toqué y no me contestó nadie. Y en eso aparece mi hijo, que en ese entonces tenía 8 años. Estábamos delante del Santísimo. Jimmy le pregunta «Pelaito, ¿dónde estabas?». Y él dice: «Estaba con el curita en su pieza». Fue instantáneo: a Jimmy se le desfigura la cara, se para y… ¡Lo retó delante del Santísimo! Toda la gente rezando solemnemente y él retándolo, diciendo que nunca más quería que fuera solo a la pieza de Fernando Karadima. Yo no podía entender. Si era el hombre de nuestra mayor confianza y un sacerdote, ¿qué malo había en que fuera a su pieza? Además, era su ahijado. Ese fue el día en que Jimmy hizo el quiebre: ¡el día que nuestro hijo se nos perdió en la pieza de Karadima!
¿Jimmy no encaró a Karadima?
No sé, nunca lo supe.
Para entonces, ¿James Hamilton ya tenía una relación sentimental con tu hermana?
Cuándo se perdió mi hijo en la parroquia, no. Eso fue después. Cuando fui juntando las piezas del puzzle, puedo decir que a partir del día en que mi hijo se perdió, Jimmy prácticamente dejó de hablarme, incluso para mi cumpleaños y para Navidad. Independiente del «buenos días», «buenas tardes», no había comunicación. Por eso me dio mucha pena cuando poco después nos fuimos de vacaciones a Vichuquén y él se regresó a Santiago y me dijo que yo me quedara con los niños. Nunca fui de las mujeres que se iban a veranear sola con los niños. Y ese verano Jimmy me lo pidió expresamente. Él se volvió el lunes a trabajar y regresó el viernes siguiente.
Tú ya veías mal a Jimmy, con muchos cambios y sin comunicación.
Si, desde fines de 2003 Jimmy empezó a estar muy pero muy distante. Una situación que ya venía de antes pero que se agravó. Se había empezado a juntar con amigos de fuera de la parroquia en la casa y se quedaban tomando whisky hasta las cuatro de la mañana, cosa que Jimmy no acostumbraba. Yo le decía en tono de risa: «Oye, que no te vaya a bajar la crisis de los 40, como los hombres que después terminan separados y quizás dónde». A mí no me producía ningún problema que invitara a sus amigos o a sus compañeros del hospital a comer a la casa. Pero él se puso muy rebelde, distante. Mucho más después de esa semana en que yo me quedé en Vichuquén.
Cuando volvió a Vichuquén percibí algo además de ese silencio y cansancio permanente, de ese fantasma que no podía entender, hasta que me topé con una pared. Y me empecé a angustiar porque ya no sabía cómo alcanzarlo. «¿Qué te pasa, Jimmy?», le decía. Estaba tan desesperada que no sabía qué hacer ni cómo llegar a él.
Y entonces ocurrió el episodio de tu hermana…
Sí, cuando estábamos en Vichuquén hubo situaciones de coqueteo entre ellos, demasiado descarados. ¡Fue grotesco! Y si me preguntas cómo reaccioné, ¡con mucha rabia! Me bajó una rabia que nunca había sentido. Y bajé después al jardín para confrontarla y decirle que por favor no se metiera con mi marido. Yo estaba en shock. Y fue ahí que mi hermana me dijo: «No tienes idea de lo que estás hablando». A ella ya le había contado lo que le había pasado con Karadima. Le contó antes que a mí.
“Los sacerdotes que se formaron en El Bosque deberían asumir un tratamiento siquiátrico. Tienen que reconstruir el límite del bien y el mal. ¡Cómo va a ser posible que para ellos no hubiera nada malo en que un cura le tocara el trasero a otro cura o a un joven!”.
Debió haber sido una relación amorosa muy distinta. Porque entre ustedes, objetivamente estaba metido al medio Karadima. Era una relación de a tres y tu hermana lo saca de ese trío.
Ahora que miro hacia atrás creo que para Jimmy fue la forma de decirle a Karadima «yo hago lo que yo decido, incluso esto».
Qué pasó después de que encaras a tu hermana?
Quería hablar con Fernando Karadima, pero él andaba en Europa. Y como no estaba en Chile, me vi obligada a hablar primero con Jimmy. Necesitaba que me dijera qué estaba pasando. Y forcé la situación diciéndole «nos vamos a Santiago». No hablé más, armé las maletas, cargué la camioneta y le dije a mi mamá: nos vamos. Y le pedí que se quedara con los niños porque necesitaba hablar con Jimmy. Y así fue como partí sola con él a Santiago. Iba manejando yo y era tal mi nebulosa por no saber lo que pasaba, era tal la angustia por la acumulación de todos esos años de silencio, mi desesperación ante ese hombre en estado de introspección y yo afuera, sintiendo que se había acabado toda comunicación, impactada además, porque había visto estas escenas de coqueteo, ¡que me perdí en el camino! Llevaba casi 20 años manejando por el mismo camino, lo conozco de memoria y por primera vez me perdí. Jimmy se había quedado dormido y yo sin tener idea dónde estaba. Tuve que parar y preguntar. Jimmy seguía sin hablar. Mi desesperación iba en aumento. Ya no sabía qué hacer. Y no podía preguntarle qué hacer a Fernando Karadima. Increíble, pero creo que su ausencia fue otra de las cosas que a Jimmy lo ayudó. ¡Jimmy no me hubiera contado nada si hubiera estado Karadima en Chile! Porque creo que él se sintió a salvo porque Karadima estaba lejos. «Jimmy, necesito que hablemos, necesito saber lo que pasa», le dije apenas llegamos a la casa. «No, yo me voy a ir a acostar», me respondió. Y subió al segundo piso.
No sabía qué hacer. Me quedé en el living y me desplomé llorando. Ya era de noche. Tenía un Cristo en el living y mirándolo, me puse a rezar el rosario mientras le decía: «Dios mío, yo necesito saber qué es lo que pasa». Y en eso veo bajar a Jimmy. «Hay algo que te quiero contar», fue lo primero que escuché.
Para mí fue respuesta divina. Le acababa de pedir a Jesús que por favor este hombre me hablara, y Jimmy baja y me dice que quiere contarme algo. Era la respuesta directa de Jesús. Yo pensé que me iba a decir algo relacionado con mi hermana. Y creo que lo empecé a retar por la escena de la tarde cuando lo escuché decir: «Te tengo que contar algo, pero no tiene nada que ver con eso. Date cuenta que eso no tiene ni una importancia. Pero lo que te voy a contar sí la tiene».
¡Qué puede ser peor que ver a tu hermana metiéndose con tu marido!, pensé. Y es ahí que Jimmy empieza a contarme lo que le había pasado con Karadima, y parte por el episodio en el departamento de Viña. Quedé estupefacta. De inmediato empezaron a emerger como en una película imágenes, voces, rostros, situaciones que yo había visto y vivido. Hasta que en un momento Jimmy se paró y se alejó: ¡No quería que lo tocara! Me había contado lo más profundo de su intimidad. Era la primera vez que estaba desnudo frente a mí. Lo único que atinó a decir fue. «Vero, si tú quieres, pégame, me puedes echar de la casa, si quieres duermo afuera, no importa, haz conmigo lo que tú quieras».
Qué hiciste?
Le dije: ven, siéntate acá, por favor, acércate. Lo abracé y nos pusimos a llorar los dos mientras le decía: esto lo vamos a superar juntos. El sentido de la emergencia me hizo volver a ser razonable después de tantos años porque de inmediato le dije: «Ya, tenemos que irnos de esta casa, vamos a cambiarnos y a buscar alguien que nos ayude».
Fue en ese mismo momento que te contó la relación que había tenido con tu hermana?
Yo le pregunté por ella, y él me respondió: «Pero Vero, date cuenta lo que te acabo de contar». Después, reflexionando, vi el conjunto de razones por las cuales Jimmy se metió con ella, y la más importante era romper con Karadima y reafirmar su virilidad delante de todos. Además, pienso que ahí ella tenía su secreto, por lo que Jimmy no podía decir que no. También me di cuenta que en esos días Jimmy destruyó todos los vínculos conmigo, porque no fue la única mujer con la que tuvo una relación. Al mismo tiempo tuvo relaciones con otras mujeres, y yo también conocía a algunas de ellas. Yo hablé con un amigo sacerdote en ese entonces, y él me explicó que era normal que esto pasara, y que tuviera mucha paciencia.
No fue la relación que tuvo con tu hermana la que gatilla esa confesión?
No. El detonante de todo se produce cuando mi hijo se pierde al interior de la parroquia, en la pieza de Karadima. Ese episodio ocurrió en noviembre o diciembre de 2003 y Jimmy me contó en enero de 2004. Pasó sólo un mes.
Cuando esa noche terminaron de hablar, ¿se fueron a dormir juntos?
Si se puede decir dormir, porque me quedé pegada mirando el techo. Creo que desde entonces nunca más dormí. Llevo años durmiéndome a las dos de la mañana. Pero pasaron unos días y Jimmy volvió a no hablar. Estaba extremadamente sensible. Lo único que a mí me nacía era tratarlo con mucho cariño. Igual estuvimos juntos, en la intimidad, pero él no estaba ahí… no quería que lo tocara. A los niños nunca más los miró. Se encerraba en el living y ponía la música muy fuerte al punto que se escuchaba en la esquina de la casa. Una música estridente y además cantaba a grito pelado, como si necesitara sacar y sacar hacia afuera. Lo único que hicimos fue preocuparnos de buscar una casa para cambiarnos.
Y tomaste la decisión de que no volvías a El Bosque.
De inmediato, ni yo ni mis niños. Fue igual como si hubiera ocurrido un accidente y tienes que actuar sin dilación: nos vamos a cambiar de casa y a El Bosque no volvemos más. Y un tercer punto fue que no iba a llamar por ningún motivo a Karadima.
Recuerdo que fuimos a ver una casa muy bonita que estaban remodelando y que me gustó mucho. Jimmy me preguntó: «¿Usted se sentiría segura estando sola aquí?». ¿Por qué sola?, pregunté. Porque para mi todo lo íbamos a superar, juntos.
Jimmy no te contestó?
No. Ahora me doy cuenta que él ya tenía tomada la decisión. Estando aún en la casa de Las Baleares llegó Diego Ossa a hablar con él. Me invadió una sensación de miedo, de que empezaran a llegar de a uno a tratar de seguir influyendo en nuestras vidas. Y empecé a preguntarme: ¿saben todo lo que ha pasado?, ¿todos están involucrados? Cuando me separé, me daba miedo incluso cruzarme con un sacerdote de El Bosque y que me intimidara. Separarme de El Bosque fue un corte brutal, no solo porque íbamos todos los días, sino porque me quedé sin familia, sin «amigos», sin poder preguntarle a Karadima qué hacer, con un vacío enorme. Sentí una profunda desolación…
No trató de llamarte a su regreso de Europa?
Nunca más me llamó. El sello más claro de toda esta verdad es ese. Piensa que yo era su regalona, su mujer favorita, y nunca más me llamó ni me dio la cara. Hasta hoy.
Antes de que se cambien de casa, ¿no se produce una nueva conversación entre ustedes sobre lo que pasó en El Bosque?
Sí, porque teníamos que buscar qué siquiatra nos iba a apoyar a los dos. Jimmy me recomendó un siquiatra que era muy amigo suyo y yo, la fuerte de la casa, cada vez que iba al siquiatra lloraba y lloraba. Toda la posible fortaleza que pude haber tenido para estar alerta, organizar y hacer lo debido, se me acabó el mismo día que Jimmy se fue de la casa.
Cuándo ocurrió eso?
A principios de marzo de 2004, cuando ya nos habíamos cambiado al departamento que él escogió. El quiso que nos fuéramos a ese departamento porque ahí yo y los niños íbamos a estar seguros.
Pero no te dijo que el cambio de casa involucraba también la separación.
No, nunca me dijo que nos separábamos. ¿Sabes que me dijo el día que se fue?: que se iba por tres días a la casa de su madre porque necesitaba clarificar todo lo ocurrido. Me acuerdo que fuimos los dos a la casa de mi suegra y frente a mí le contó lo ocurrido con Karadima.
Sólo lo de Viña o para entonces ya te había contado que los abusos perduraron durante casi 20 años?
Lo de Viña. A esas alturas no me había contado que estos hechos se repitieron a lo largo de todos nuestros años de matrimonio. Después supe, durante ese año, que también había ocurrido estando casados, pero que estas cosas pasaban también en nuestra casa, nunca me contó. Me vine a enterar por boca de mi hija mayor recién el año pasado. Ella es la mujer más informada y lo había leído en el The New York Times. Me dijo, «mamá, ¿cómo es posible que esto pasara cuando nosotros estábamos en la casa?». Fue un balde de agua fría. A pesar de que habían pasado seis años Jimmy nunca se atrevió a contarme todo. Para que veas en qué nivel estaba la confianza.
O la vergüenza. Te juega en contra que tú eres una mujer, entre comillas, «muy perfecta».
Siempre me criticó eso, que yo fuera tan perfeccionista. Nunca entendió que yo he cometido errores muy grandes en mi vida. Eso nunca lo comprendió.
Por qué le cuenta a su madre?
Yo fui la que estimé que debía contarle. Era demasiado grave, tenía que saberlo para apoyarlo. Y lo acompañé, porque a lo mejor no le hubiese contado si iba solo. No recuerdo que Consuelo haya tenido una reacción de acogida materna, pero sí después fue a retar a Karadima a la parroquia. Cuando Jimmy se fue a la casa de su madre les contamos a los niños que el papá tenía que arreglar unos asuntos, y que se iba por tres días a la casa de Consuelo. Lo niños eran chicos –6, 8 y 10 años–, y les dijimos tres días y no preguntaron nada.
No tenían un papá muy presente según tu relato.
No, porque Jimmy no sabía cómo ser papá. Aunque desde que pasó el episodio con mi hijo en El Bosque, él empezó a ir a dejar a los niños al colegio en la mañana algunas veces.
¿Y cómo supiste que Jimmy no volvería?
Ese fue el problema, porque él me dijo «me voy a quedar unos días más», y pasaron unos días más y otros días más y nunca más volvió. Yo tengo el sueño muy pesado. A menos que uno de mis niños diga pío o Jimmy dijera ay, no escucho nada. Puedes pasar la aspiradora arriba de mi cabeza y no escucho, pero a partir de ese momento me empecé a desvelar, y quedé insomne. Lo esperé mucho tiempo… Jimmy empezó a ir al siquiatra. Le dije que era importante que, independiente de si la solución fuera que volviéramos o no como pareja, la terapia tenía que ser juntos. Nunca quiso.
Pasaron los años y en el intertanto nosotros empezamos a salir nuevamente, a comer, al cine, a ver obras de teatro. Y diría que por primera vez se volvió a despertar la pasión. Pero percibía que era mucho el dolor acumulado. Cuando nos juntábamos me decía que no le dijera nada a los niños, que los niños no supieran que salíamos para que no se hicieran expectativas. Incluso, a veces se quedaba a dormir en la casa y como a las 6:30 se iba, escondido, antes de que se despertaran los niños. En un momento empezamos a salir bastante seguido, casi como pololeando. Y ahí nuevamente le dije que sería bueno que hiciéramos una terapia juntos. ¡Y me dijo que sí! Esto fue cuando llevábamos dos años separados y en diciembre él se iba de viaje con nuestro hijo a Europa. Se fueron de viaje los dos y me enteré que mientras estábamos «pololeando», él había presentado a una polola oficial en esa comida familiar en la casa de mi suegro. ¡Yo no lo podía creer!
¿Cómo se enteró Karadima de la relación de Jimmy con tu hermana? ¿Jimmy se lo dijo? Porque finalmente Karadima se lo contó a Juan Esteban Morales y a todos.
No lo sé. Lo que sí sé es que en El Bosque todos preguntaban por qué nos habíamos separado. Y se les dijo que nos habíamos separado porque Jimmy se había metido con mi hermana. Esa fue la versión que les dio Karadima para sepultar toda la situación oscura que pasaba en la parroquia. Era la excusa perfecta. Para mi hermana también fue una cosa circunstancial, porque ella tampoco estaba muy bien en ese momento y Jimmy fue el hombre que tenía más cerca.
¿Nunca dudaste de lo que te contó Jimmy? ¿Nunca pensaste en encarar a Karadima para que te diera su versión?
¡Jamás! Nunca pensé ir donde Karadima. Jamás he dudado de la versión de Jimmy. Y por una razón muy potente: porque fue ahí que, como en una película, empecé a recorrer cientos de imágenes desde que nos conocimos. ¡Y todo calzaba!
¿Qué es para ti la relación de James Hamilton con Fernando Karadima y que perduró durante todos tus años de matrimonio?
Una relación enferma, de dominio absoluto. Nunca la he visto como una infidelidad.
¿Crees que Karadima se enamoró de Jimmy?
No. Porque entonces, ¿estaba enamorado de cuántos? Si Jimmy no era el único. ¿Tú te puedes enamorar de diez personas al mismo tiempo? Cuando tú sientes amor por otra persona, no importa la relación que tengas, tú buscas el bien de la otra persona. Y de parte de Jimmy era sometimiento, subyugación. Y sé lo que digo porque yo también estuve sometida. Cuando estás sometido, siempre tratas de ver el lado bueno de las cosas, buscas tu error, piensas que eres tú la que ha pecado. Y todas las cosas malas que te pasan las ves como una humillación necesaria para disminuir tu orgullo, para ser más humilde, para llegar a la santidad. Y tú empiezas a ofrecer esas humillaciones y pesares. ¡Qué terrible es el sometimiento cuando eres prisionero de tus vivencias! Siendo pololos, Jimmy siempre me hablaba de una beata, me parece que era Laura Vicuña –chilena y que murió en Argentina–, un ejemplo para él muy importante ya que ofreció su vida por la salvación de su madre. Después entendí por qué esa fijación: creo que él se echó encima una mochila muy pesada, todos los problemas de su familia, y creyó que si soportaba todo lo que le estaba pasando con Karadima, si lo ofrecía por la salvación de su familia… Sólo una persona creyente puede entender lo que estoy diciendo.
Dices que tú también estuviste sometida a Karadima. ¿Dónde estaba tu capacidad de discernimiento, de poner límites si eres médica, una mujer inteligente, formada en una familia con valores?
El discernimiento… Ese es otro acápite que resulta muy difícil explicar para los que no vivieron el micro clima de El Bosque. Pero en la parroquia no podías tener discernimiento. Cuando te das cuentas que hay cosas que están mal y te preguntas por qué un sacerdote, que se supone que es el representante de Dios en la tierra, está haciendo algo mal, y llegas a decir: ¿No seré yo la que está viendo el mal?, ¿no seré yo la mal pensada? Y terminas diciendo: ¿Quién soy yo para decirle una cosa así a este hombre que es un sacerdote, casi un santo? Una verdad que asfixia otra pregunta: ¿Haré mal no diciendo nada?.
Como Karadima era mi director espiritual, en alguna oportunidad le pregunté por el discernimiento… Creo que fue con ocasión de la primera vez que me empecé a cuestionar las cosas. Y él me respondió que yo no tenía que preocuparme por el discernimiento, que para eso yo tenía un director espiritual y que yo nunca me iba a equivocar porque si quería ser realmente una santita, tenía que obedecer, ser obediente con mi director espiritual. Y ya está. No te enseña como los ignacianos a cuestionarte, a usar el discernimiento. No, en El Bosque estabas absolutamente sujeto a la obediencia a tu director espiritual.
Hay mucha gente que no entiende lo que pasa al interior de la parroquia El Bosque. No entiende cómo una, siendo una persona se supone inteligente, letrada, estudiosa, puede caer en un sistema así. Y critican mucho, incluso agresivamente, a todos los que participamos de ese círculo. No entienden que hay que haber estado viviendo como nosotros todos los días allí para poder comprender. Lo que no comprenden es que la dirección espiritual de Karadima se transformaba en una herramienta de absoluta dominación sobre la voluntad de uno. Con la obediencia extrema que él inculcaba y eso de que sólo él debía ayudarte a ver qué está bien o cuál es la decisión que debes tomar, tú te conviertes en una persona que nunca puedes planificar ni decidir. Porque siempre estás pendiente de lo que él va a decir a última hora. Entonces, eso determina todo lo que haces. Tú siempre estás esperando que a última hora haya cambios. Y él lo hacía para que tú te fueras doblegando hasta anular toda posibilidad de contradecirlo.
¿No era posible cuestionarlo?
Si se te ocurría cuestionar, te llegaba el reto no sólo de él, sino de tres más. ¡No se lo podía cuestionar! Por eso en la parroquia todos andábamos preocupados –yo también– y girando en torno a qué decía y hacía él. Ahora me acuerdo, por ejemplo, de algo que me da vergüenza haber aceptado: el maltrato a los pobres. Él siempre los andaba espantando de la iglesia. Recuerdo que en una oportunidad había una mujer con un niño en brazos pidiendo plata. Y él mandó a llamar a Carabineros, porque dijo que esta mujer estaba abusando de su hijo para obtener dinero. Uno ya no se cuestionaba nada de esas situaciones.
Volvamos a 2006, cuando nadie sabe aún nada de lo que pasó y sigue pasando en El Bosque. ¿En qué momento decides hacer algo que va más allá de tu relación con Jimmy, para que la Iglesia tome en sus manos los abusos de Karadima? ¿Cómo decidiste dar ese paso?
Lo decidí apenas me separé, en marzo de 2004. Cuando sentí que se me había acabado la fortaleza supe que tenía que hacer algo. Y fui a hablar con el entonces director masculino del Colegio Everest, don Diego de Robina Rabasa, un hombre encantador que me recomendó una cuñada.
Eso significa que tú también decidiste revelarle a tu familia los abusos de Karadima. ¿Les contaste todo?
Casi todo. Le tuve que contar a mis padres porque no entendían nada. Si yo no les decía qué estaba pasando y por qué nos separábamos, ellos iban a ir directo a hablar con Karadima para decirle «¿qué les pasa a estos dos niños?». Les conté para que comprendieran el contexto en el cual Jimmy se había metido con mi hermana, para que no la agarraran contra ella ni contra Jimmy. Sí, siempre protegí mucho a Jimmy, pero a ella también.
¿Y cómo reaccionaron tus padres?
Se quedaron mudos. Sí, es muy impresionante, pero creo que si me pasara a mí sería más acogedora. No los culpo. Fue demasiado impactante para ellos, yo creo que quedaron en shock. Pero me ayudaron con mis niños y mi mamá como abuela es extraordinaria. Ellos los sacaban a pasear, a tomar helados, los llevaban por el fin de semana a Vichuquén o los sacaban de vacaciones. Me ayudaron a darles a mis niños una seudo normalidad en un período en que yo estaba con una profunda depresión.
Además, tú me has dicho que a instancias de Karadima habías distanciado tu relación familiar.
Cuando nos casamos íbamos todos los sábados a almorzar a la casa de mis padres y los domingos los repartíamos entre la casa de mi suegra, Karadima y mi suegro James. Pero el fin de semana que no estábamos con Karadima para el almuerzo, lo invitábamos a tomar té. Recuerdo que iba mucho con Francisco Costabal, El Camión, a mi casa. Ahora me doy cuenta que en esa época Karadima lo estaba separando de su familia.
“Cuando nos fuimos de El Bosque empecé a preguntarme: ¿saben todo lo que ha pasado?, ¿todos están involucrados?”.
¿Qué te dijo el director del Colegio Everest?
Fue súper cariñoso, me regaló un santito, pero no me podía ayudar. En ese momento no entendí por qué. Ahora creo que fue porque coincidió con la investigación que El Vaticano estaba haciendo a Marcial Maciel, el fundador de Los Legionarios, por abusos sexuales. Después de eso mi hermano sugirió que hablara con un tío de mi cuñada que es sacerdote: Adolfo García, en ese tiempo capellán de la Armada y que vivía en Viña. Me fui a Viña con mi suegra. Nos recibió y me escuchó. «Esto es gravísimo y el cardenal lo tiene que saber para que se haga una investigación», dijo, junto con anunciarme que él personalmente iba a viajar a Santiago para hablar con el cardenal Francisco Javier Errázuriz sobre los abusos de Karadima. Me despidió diciendo: «Ten un poco de paciencia, yo voy a hablar con el cardenal y después te voy a llamar para que tú vayas a hablar con él».
¿Y el capellán Adolfo García habló con el cardenal?
Sí, él mismo me lo dijo. También me explicó después que me iba a tomar una declaración un sacerdote que no era de El Bosque. Esa declaración me la tomó el padre Eliseo Escudero. Traté de ser lo más ordenada, clara, concisa. Hablé de las cosas que se referían a mí y a Jimmy, no de las relaciones de Karadima con otros sacerdotes y jóvenes, pero sí le di una lista de personas que podrían estar en la misma situación como víctimas. Porque los patrones de comportamiento de Karadima eran iguales tanto con hombres casados, sacerdotes o chiquillos solteros. Había tenido tiempo para recordar situaciones que vi y sobre las cuales dije «no, soy yo la que está viendo mal» y seguí adelante.
¿Sabías que el vicario de la Parroquia Santo Toribio que acompañaba a Eliseo Escudero era Samuel Fernández, miembro de la Unión Sacerdotal y muy cercano a Karadima?
No. Ese día que declaré ante el padre Escudero, cuando terminé, él me dijo que siempre le había llamado la atención este sistema que tenía el vicario en su parroquia, un sacerdote que venía de El Bosque y que invitaba a los jóvenes a subir a su pieza ubicada en el segundo piso de la parroquia. Me contó que incluso lo había retado por esta costumbre porque no le parecía procedente que un sacerdote invitara a un joven a su pieza. Yo no sabía que era Samuel Fernández, años después supe que era él.
¿Eliseo Escudero estaba impactado?
Sí, creo que sí. Pero ya no me sorprendía porque había impactado a don Diego y a otro sacerdote con quien fui a hablar, Horacio Rivas, al que le fui a preguntar si eran válidos los bautismos de mis niños y las primeras comuniones, todas oficiadas por Karadima. «Ahora entiendo qué pasa en El Bosque», fueron sus palabras después de escuchar mi relato. Pero el primer sacerdote que tomó el asunto en sus manos fue Adolfo García. El primer sacerdote con el que sentí que se podía hacer algo. Y cuando hice mi declaración frente a Escudero, Adolfo García estuvo presente porque actuó como notario o ministro de fe.
¿Qué pasó después de esa declaración?
Me dijeron que todo esto tenía que ser con secreto de sigilo y me hicieron prometer que no hablaría con nadie, pero antes me preguntaron quiénes sabían. La declaración debía ser firmada por los tres –Escudero, García y yo–, y yo no debía quedarme con ninguna copia, porque no hay copia para el denunciante. Pero algo pasó, lo cierto es que Escudero le pidió a Adolfo García que fuera a sacar una fotocopia. Fuimos a sacar las fotocopias, Adolfo García firmó, luego lo hice yo y…, voy a cometer una infidencia que espero no le traiga problemas a Adolfo, pero es gracias a él que existe una evidencia pública de que esa declaración se hizo, porque sacó una fotocopia más, me la puso entre mis manos y me dijo: «Guarda esto».
¿Qué ocurrió luego?
Más tarde hablé un par de veces con Adolfo García quien me dijo «quédate súper tranquila porque el cardenal me dijo que esto lo iba a ver él personalmente». Después supe por otra persona que le pidieron que no se metiera más en esta historia. Pero ya había hecho lo que tenía que hacer y hasta hoy le estoy muy agradecida.
¿Le contaste a Jimmy de tus conversaciones y de tu declaración ante Escudero?
Le conté un año después. Porque tampoco pasaba nada, no había ni una sola reacción en la Iglesia. Por ese entonces decidí hacer los ejercicios ignacianos a instancias de una tía. Y claro, cuando tú haces esos ejercicios, la primera semana sacas y sacas desde lo más profundo de ti. ¡Maravilloso! Y entendí más cosas y nuevas piezas del puzzle encajaron. Hubo dos cosas que me mantuvieron en pie: Dios y mis niños. Ellos impidieron que me volviera loca o me tirara del onceavo piso. Porque se me había derrumbado no sólo mi familia sino que todo mi mundo, había quedado huérfana de espíritu, huérfana de alma.
¿Habías vuelto a ir a misa?
Cuando nos fuimos de El Bosque yo empecé a ir de parroquia en parroquia con mis niños buscando una iglesia que a ellos les gustara, porque para mí era importante que mis niños no se alejaran de la fe. Además, yo necesitaba ir a misa. Empecé a ir a la Parroquia San Francisco de Sales, a Juan XXIII, a Los Castaños, porque no quería ir a ninguna en forma permanente. Quería ir a una iglesia donde nadie me conociera. Iba a misa en Colina también porque mis papás vivían en Chicureo. Y un domingo, estábamos en su casa y mis padres dicen «vamos a ir a misa». Y los acompañé, necesitaba ese alimento espiritual que me mantenía estable. Y fuimos a misa. Recuerdo patente que de repente en la iglesia me invadió una sensación de incomodidad. Estábamos sentados y entra el sacerdote con unos niños acólitos. ¡Fue ver la imagen de los niños acólitos de El Bosque! Y cuando miro el rostro del sacerdote, ¡era de El Bosque! «Dios Mío, perdóname», dije, y bajé la vista para no mirar al sacerdote hasta que no aguanté más y salí. Me senté en la calle a llorar, y lloraba con hipo sin poder parar. Ahí me di cuenta que ya no podía estar con un sacerdote de El Bosque porque era como estar con Karadima.
Los ejercicios ignacianos me hicieron avanzar y terminé contándole a esta tía la historia. Ella es bien de armas tomar y cuando vimos que no pasaba nada con la declaración ante Escudero, ella dijo: «Busquemos por otro lado, alguien que no esté relacionado con El Bosque». Y empezamos a tratar de golpear una puerta que estuviera fuera del sistema de Karadima.
Mi tía me recomendó que hablara con monseñor Cristián Contreras. Fui con mi tía al Arzobispado. Entré mirando al suelo, intentando no cruzarme con nadie de El Bosque para que nadie impidiera que se hiciera la investigación.
Cristián Contreras fue muy receptivo, muy padre, me acogió, me escuchó y dijo: «Mira, vamos a hacer una declaración formal, quiero que escribas una carta, pero esto lo vamos a hacer en otra parte, porque aquí en el Arzobispado hay gente de El Bosque». Sentí que él estaba protegiendo la investigación, que estaba dispuesto a que se llevara a cabo. Y me citó a la Parroquia de la Natividad, donde me pidió que le hiciera dos copias de una carta con mi declaración. También me dejé una copia. Porque en la Iglesia nunca te entregan un comprobante de que tú hiciste algo: sólo hay que confiar en la Divina Providencia. Este es un extracto de la carta, que consta de nueve páginas:
«Finalmente, quiero decir que me siento responsable por todas esas mujeres que aman a sus hombres, sumidos en el más grande de los silencios; por todas esas familias que no saben ni dimensionan a aquel fantasma metido en su intimidad y en su espiritualidad; por todos aquellos sacerdotes que también son afectados por estos hechos o que los silencian; por todos esos jóvenes que buscando un apoyo espiritual sufren una deformación de lo que significa seguir a Cristo; por todos esos niños que un día tendrán que vivir el abandono de su padre; y por todos esos padres que callando para protegerlos, nunca conocerán el verdadero sentido de una vida en el amor de Dios».
Cristián Contreras me hizo prometer secreto de sigilo y yo salí de allí pidiéndole a Dios que ahora sí llegara a buen término.
Se percibe un enojo tuyo con Dios. ¿Es efectivo?
Siempre me pregunté por qué Dios permitió tanta cosa, por qué siempre se quedaba mirando y no hacía nada. Desde que empezó este proceso he vuelto a leer la Biblia y muchas veces me he detenido para decir: Dios mío, ¿por qué no haces nada? Sí, me enojé con Dios mucho tiempo. Tuve que perdonar a Dios, también, porque sentí que me había abandonado. Pero lo que más me angustiaba era cuando decía ¿cómo permites que esto siga ocurriendo? Pensaba en los otros jóvenes laicos y sacerdotes, en los matrimonios que estaban en la misma situación en que estaba Jimmy en El Bosque. ¡Por supuesto que pensaba en ellos! Eso era lo que me angustiaba. Le pedía a Dios que hiciera pronto algo y cuando llegaba a esa lectura que dice «cómo te quedas mirando, sin hacer nada y no impides que pasen las cosas…» Ahora creo que desde el minuto que Dios empieza a intervenir para evitar que pasen las cosas o corregir las cosas, te quita tu libertad. Es como cuando le enseñas a caminar a un niño, inevitablemente se va a caer, se va a pegar en la cabeza, o se va a torcer un pie, pero va a tener que aprender a levantarse y caminar. Ahí se comprende por qué Dios no hace nada y se queda mirando: porque quiere que tú también aprendas a caminar y a elegir el camino. No quiere quitarte la libertad.
Ahora comprendo, también que Dios tiene sus caminos. Si esto hubiera salido antes, no se hubieran sabido tantas cosas. Yo sabía que Jimmy ya no estaba metido en el sistema, pero ¿qué pasaba con las personas que estaban adentro? Pensaba en otras personas. Y por eso seguí. Lo único que Contreras me hizo prometer fue que hablaría con Jimmy para que fuera él quien hiciera también una declaración. Y lo hice.
¿Cuál fue su reacción?
Esperaba cualquier reacción, porque ya antes me había hecho prometer que guardaría silencio diciendo que si yo le decía a alguien de los abusos y esto se sabía, significaría su ruina profesional y personal y tendría que irse del país. Y le conté lo que había hecho, que había que hacer algo y también le dije que el obispo Contreras me parecía confiable y que era importante que él fuera a hablar con él. «Jimmy, date cuenta de todas las personas que pueden estar en tu misma situación», le dije, y le di nombres de sacerdotes, de jóvenes, de casados. «Tienes que confiar, tienes que confiar en alguien. Anda a ver a Contreras, ve tú mismo y ahí decides», le pedí.
¿Qué te respondió?
Dijo que sí iría. Después Jimmy me contó que se había juntado con Contreras y que éste le había dicho que tenía que hacer una declaración formal, escrita, con entrevista, con un promotor de Justicia. Jimmy me dijo que no se sentía capaz de ir solo. Y lo acompañé. Incluso manejé yo ese día para que él estuviera más tranquilo. Fuimos a un lugar en el centro de Santiago, cerca del Instituto Chileno-Francés. Tuvimos que esperar un rato y Jimmy se puso a rezar el rosario. Fue una gran señal. Había logrado separar la fe de lo que es Fernando Karadima. Porque una de las razones por la cual creo que Jimmy tuvo el quiebre, fue porque al final no logró separar la espiritualidad de lo que era El Bosque, él había conocido ahí a Dios. Y ahí estaba Jimmy, rezando el rosario. Un sacerdote del Opus Dei, un hermano de hábito negro y largo, le tomó la declaración. También llegó Eliseo Escudero.
¿Estuviste presente mientras él declaraba?
No, yo lo esperé afuera, no sé cuantas horas, pero lo esperé afuera. Era como volver a esperarlo como todas las veces que lo había hecho en El Bosque.
¿Cómo estaba Jimmy cuando salió?
Muy tranquilo, pero muy sensible. Debe haber sido para él muy difícil. Cuando nos fuimos, Jimmy me dijo que le habían preguntado si conocía de otras personas que hubieran pasado por su misma situación. Y entonces recordé otra situación y le dije: «Tienes que hablar con José Andrés Murillo». Pilar Vigil tenía ese contacto.
¿Y cómo lo relacionaste con Pilar Vigil? ¿Le habías contado a ella lo ocurrido con Jimmy?
Sí, fui a ver a Pilar a su consulta porque necesitaba saber por qué ella también se había alejado de El Bosque. Pilar, la única mujer que había sido tan cercana como yo a Fernando Karadima y a El Bosque, era la única que me podía entender. ¿A quién más le iba a contar? Y cuando le cuento lo de Jimmy me dijo que ella ya había escuchado sobre otras personas los mismos abusos por parte de Karadima. Y entre esas personas estaba José Andrés Murillo. Cuando nos fuimos con Jimmy después de haber hecho su declaración, me acordé del día en que Jimmy dijo que si esto se sabía públicamente, él iba a quedar con cero prestigio profesional y se iba del país o se suicidaba. Y Murillo había hecho eso: se fue a Francia. «Llama a Pilar», le dije. Y ahí se hizo el contacto.
¿Por qué tu certeza sobre la calidad de víctima de José Andrés Murillo?
Desde el día en que Jimmy me contó la verdad y las piezas del puzzle empezaron a encajar, una de las dudas que emergieron fue por qué durante todos los años que estuvimos adentro había gente que de un día para otro se alejaba de El Bosque y sin dar ninguna explicación. Y el único que tenía alguna explicación sobre la persona que se había alejado era Fernando Karadima. Y me di cuenta que las explicaciones que siempre daba era que esa persona estaba con «la maña», con el diablo en el cuerpo, que en realidad se alejó de Dios y había que dejarlo solo. Los mismos patrones. Y entre esas personas estaba Murillo, un joven muy transparente.
¿Conociste a José Andrés Murillo en El Bosque?
Sí, era un chiquillo buen mozo y simpático. Todas las niñas se morían por él. Además, era un poquito «rebelde», el distinto del grupo, gracias a Dios, más normal.
Por eso mismo era un desafío para Karadima, había que moldearlo.
Creo que ese es el desafío con Jimmy también, que tenía más personalidad y representaba un desafío mantenerlo bajo su poder. Todos sabíamos que Murillo quería ser seminarista. Y cuando se va, Karadima decía que Murillo estaba con «la maña» porque se había ido al Seminario de los jesuitas y que no le veía vocación. «Ya, mejor que se vaya este niñito, que anda con “la maña”», decía. Y su palabra era para todos nosotros ley: si Fernando Karadima decía que Murillo no tenía vocación, no debía tener vocación. Un día estábamos comiendo y Karadima cuenta: «¿Adivinen quién me vino a ver? Llegó anoche aquí un joven que se había ido con “la maña”». Y contó que Murillo había llegado muy arrepentido a pedirle perdón. «Pero mejor ni hablar con él porque ahora ya se fue con los jesuitas y ya, espero que le vaya bien», acotó.
Esa fue la versión: que había vuelto a pedirle perdón. Y nuevamente, como siempre, el corte rotundo, brutal con la persona que se iba, independiente de que volviera a pedirle perdón. Porque siempre dijo también que todos los jóvenes que se iban, volvían a pedirle perdón. Como cuando se fue Gonzalo de la Cuesta de un día para otro. Era presidente de la Acción Católica ¡y se fue de un día para otro! Según Karadima después había vuelto a pedirle perdón y Murillo también había vuelto a pedirle perdón. Y nos decía que no había que llamar más a esas personas. No había que hablarles. Y controlaba que así fuera. Y si alguna vez uno se preguntó «¿cómo estará esa persona?, ¡qué ganas de ubicarlo!», se acabó. Karadima era la ley.
¿Y a Gonzalo de la Cuesta no lo volviste a ver nunca más?
Una vez me encontré con su señora. Se habían casado y tenían una guagüita con la que andaba en el coche. Nos encontramos cuando nosotros todavía estábamos en El Bosque y le pregunté por qué se habían ido. Me dijo que se fueron porque Gonzalo prefería no seguir allá. Muy vago, muy ambiguo. No los volví a ver. Me encontré con Gonzalo de la Cuesta este año en el tribunal, el día que fui a declarar donde la ministra González. Él también declaró ese día.
Después de esa declaración de James Hamilton en 2005, ¿qué más hiciste para llevar adelante la investigación?
Sentí que había dejado a Jimmy enrielado en el proceso. Le preguntaba: ¿Hablaste con Cristián Contreras? ¿En qué va el proceso? Y veía que tenía las cosas en sus manos. Además, me contó que había hablado con el padre Percival Cowley a quien no conocí y me pareció que era excelente que buscara consuelo y ayuda en otro sacerdote. Entonces por primera vez sentí que era el momento de que yo empezara mi proceso de sanación.
¿A qué te refieres con una sanación?
Empezar a cuestionarme cómo nunca me di cuenta de lo que ocurría, cómo permití ciertas situaciones. Ahí se me fue la autoestima al suelo. Frente a todas las situaciones que miraba como en una película, sentí que era una mujer tonta por haber dicho «no, soy yo la que debió haber visto mal» o «el curita hace esto por cariño».
¿Lo viste dar besos cuneteados, por ejemplo?
No, creo que él se cuidaba mucho delante de mí. Pero sí lo vi agarrarle el trasero a Cristián Montes, que ahora es seminarista. Fernando Karadima se dio cuenta que yo lo estaba mirando. Montes era un niño muy bueno ¡y muy tímido! Estuvimos con él en Puerto Varas. Y cuando recordé todas esas situaciones que estaban bloqueadas, me acordé de Cristián Montes y de ese día en que vi lo que le hacía Karadima.
Y recordaste las noches en que esperabas que Jimmy bajara de la habitación de Karadima y había otras mujeres que hacían lo mismo. ¿Por qué él no se encerraba con dos hombres en su habitación, no es así?
Uf, sí pasaba… Al recordar cada situación me sentí también como mujer muy menoscabada. Fue tremendo.
¿Nunca quisiste suicidarte?
Sí, más de una vez lo pensé, porque se había destruido mi castillo de cristal, pero nunca lo intenté. Mis niños eran más importantes.
“Separarme de El Bosque fue un corte brutal, no solo porque íbamos todos los días, sino porque me quedé sin familia, sin «amigos», sin poder preguntarle a Karadima qué hacer, con un vacío enorme. Sentí una profunda desolación…”
Perdón, pero tu relato no muestra un castillo de cristal.
Hay muchas personas que me creen loca o que creen que vivía en un mundo de fantasía mientras estuve casada… no quiero juzgar su pensamiento, pueden tener razón… Yo, estoy agradecida por haber sentido al menos una vez en mi vida, ese amor que lo llena todo, que todo lo tolera, que todo lo perdona… Debo admitir que mientras estuve casada me sentí muy feliz y ese es el recuerdo que quiero conservar… Además, lo bueno que salió de todo aquello y que es impagable son mis tres niños. Me encanta conversar con mis hijos, cada uno de ellos es un mundo diferente, y sé que cada uno va a entregar mucho amor en su entorno.
Entonces, después que James hizo su declaración en 2005 decidiste dedicarte a ti. ¿Volviste a trabajar?
Empecé a trabajar, tenía 38 años. A esa edad, sin experiencia, nadie me iba a dar trabajo como médico si nunca había ejercido la medicina. Me fui a trabajar con mi hermano como asistente y luego como gerente de seguridad y calidad en una empresa que presta servicios a la minería, cargo que asumí durante casi cuatro años. Fue muy importante porque me ayudó a reconstruirme como persona. Por primera vez empecé a tener una vida fuera de mi casa. Además decidí hacer un magíster en ingeniería industrial y fue un acierto. Aprendí economía, operaciones, marketing, logística, etc. Y me hice de tres grandes amigos. Terminé de estudiar a fines de 2009.
¿Y qué hiciste con tu magíster y con tu vida?
En 2009 Jimmy me dijo que quería la nulidad matrimonial. Me empezaron a llamar para ir a declarar al tribunal ¡y me descompensé! Dejé de concentrarme y me fue pésimo en las últimas pruebas. Como los cuestionarios que me hacían responder en el Tribunal Eclesiástico eran tan exhaustivos, empecé nuevamente a revivir la historia con Karadima y El Bosque y a sacar afuera una vez más. Recuerdo exactamente el día que me tocó la larga declaración con Eugenio Zúñiga: ¡quedé agotada! Fui sola, y cuando salí, iba subiendo por la Costanera y no podía parar de llorar. Llegué a mi casa, me acosté y dormí dos días enteros. Fue muy doloroso volver abrir esa caja. Había trabajado, había estudiado un magíster, tenía nuevas expectativas e incluso estaba pensando en que podía salir nuevamente con otro hombre, antes no me sentía preparada, no quería ser un gran problema para otra persona.
Recaí de nuevo. Como ya había terminado los ramos del magíster, el marido de mi hermana Maca me llevó a una fábrica de plástico como alumna en práctica, para realizar mi tesis. Y entremedio, el caso de Karadima se hizo público. Y uno de sus efectos fue que mi hijo empezó a tener problemas. La empresa estaba saliendo de Santiago, lejos de los colegios de mis hijos, y varias veces me tuve que ir corriendo para ir a buscarlo. La gota que rebalsó fue un incidente que tuvo con un inspector, por un tema relacionado con la Iglesia y este juicio, y mi hijo terminó muy afectado. Me llamó y partí de inmediato. Demoré 45 minutos en llegar y cuando lo abracé, él seguía llorando. Mientras lo abrazaba supe que debía dedicarme a tiempo completo a mis hijos porque toda la estabilidad que había logrado en los últimos años se me estaba desmoronando a raíz de la exposición pública luego de que la denuncia se instalara en los medios de comunicación.
En ese momento Televisión Nacional ya había emitido el programa Informe Especial con los testimonios de James, Juan Carlos Cruz, José Andrés Murillo, Fernando Batlle y tú misma. ¿Con quién viste esa emisión?
Con mis dos hijos mayores. Yo no sabía que iba a estar Juan Carlos Cruz, ni Luis Lira, a quien nunca he conocido; nunca había escuchado, tampoco, el testimonio de Murillo y no sabía que iba a estar Fernando Batlle… Cuando lo vi y escuché su relato se me cayeron las lágrimas, no lo podía creer…
¿Conocías a Batlle?
Desde que era un niño. Y también conozco a sus padres. Nunca supe por qué se fue de El Bosque. Su madre también era profesional y tampoco trabajaba. Le cortaron las alas también. Yo no lo tenía incluido en mis registros, en mi lista de personas que creía que también fueron abusadas. Si era sólo un niño cuando lo conocí…Vi todo ese programa con mis dos hijos mayores, los tres abrazados, y yo lloraba a moco tendido.
¿Cómo reaccionaron tus hijos?
Mi hijo tiene gran sabiduría: me abrazó fuerte y me dijo «mamá, yo creo que tú y el papá van a ayudar a tanta gente con esto que no tengas más pena». Pero debo confesar que nunca medí la magnitud de lo que iba a pasar. Nunca pensé que Jimmy iba a dar tanto detalle. Pero me sentí muy orgullosa de él, fue increíble que se atreviera.
¿No te sentiste también orgullosa de lo que tú habías hecho para que llegara ese día?
No pensé en eso.
¿No te diste cuenta que sin ti la declaración de James Hamilton tenía sólo un 50% de credibilidad?
Nunca pensé en eso. Sólo cuando el abogado Juan Pablo Hermosilla me lo dijo pensé que posiblemente tenía razón. Nunca me había dado cuenta que fuera tan importante que diera mi testimonio.
Karadima tampoco pudo imaginar que una mujer iniciaría el proceso, que una mujer provocaría su derrumbe. Porque gracias a ti James Hamilton declara la primera vez.
Sí, creo que si no lo acompaño, él no hubiera ido. Pero creo que llegó un momento en que el sigilo y el secreto ya no se podían mantener. Nosotros no podíamos permitir que esto siguiera igual en El Bosque. ¡Si nuestros amigos estaban metidos ahí! Si esto no se hubiera expuesto como se hizo, la Iglesia Católica no habría tomado las decisiones que hemos conocido después.
Para toda tu familia esto debe haber sido también un terremoto. ¿Cómo reaccionaron?
¿Cuando se expuso en la prensa? Todos en mi familia apoyaron a Jimmy, algunos lo llamaron por teléfono, a pesar de que algunos se vieron afectados por la exposición pública, mis hermanos, mis cuñados, mis sobrinos… Se olvida que durante muchos meses después de ese programa hubo muchas agresiones, no sólo a Jimmy, también a mis niños, a mí, ¡hasta a mis primos!
La diferencia es que en 2010 tú ya estabas fuerte.
Sí, y fui muy enérgica en responder con la verdad cuando se me acercaban diciendo «yo quería tanto a Jimmy, ¡pero cómo pudo decir tanta brutalidad!». O como un amigo que me mandó un mensaje: «Pobrecita Verónica, las estupideces que está hablando Jimmy». Cuando lo llamé para decirle que todo lo que decía Jimmy era verdad, nunca más me llamó. Hubo gente que me dejó de saludar, otros que no se atreven a mirarme a la cara. Ahí conoces a la gente. Sirvió porque me di cuenta de qué personas realmente tenía a mi lado, cuando no había ninguna decisión vaticana.
¿Valió la pena?
Sí, no tengo ni una sola duda. No se podía permitir que esto siguiera pasando. Y más allá de lo realmente importante, que se pusiera fin a los abusos de Karadima, hoy soy otra persona: soy capaz de decir cuando algo no me gusta, no me guardo las cosas, no busco agradar a la gente. Antes, cuando hablaba con las personas, casi no respondía tratando de pasar inadvertida. Ahora soy capaz de ir con la frente en alto.
Cuando dices antes, te refieres a la primera etapa, cuando estabas recién separada y venías de saber la verdad sobre Karadima y los abusos con Jimmy.
Sí, a cuando recién me separé y me sentía tonta, gansa, inútil, que no servía para nada, que lo había hecho pésimo como mujer, como mamá, como católica. ¡Todo pésimo!
¿Alguna vez tuviste dudas de la virilidad de Jimmy? ¿Pensaste qué tu esposo fuera en verdad homosexual?
¡Nunca tuve dudas de su virilidad! Todo ese séquito de mujeres –porque es un séquito– que ha pasado por su lado en todos estos años, es sólo producto de su intento por demostrar que él es hombre. Además, cada vez que sale con una mujer dice «ésta sí es la mujer de mi vida». ¡No hay ninguna con la que no lo haya dicho! No puede estar solo, siempre tiene que estar demostrando que es bien hombre y para ello siempre tiene que estar con una niña al lado. Creo que él necesita reencontrarse consigo mismo primero. La gente no entiende que estos procesos son muy largos.
¿Qué opinión tienes hoy del cardenal Francisco Javier Errázuriz?
Si no conociera el hecho que te voy a relatar, mi opinión sería muy mala, porque no hizo nada. Pero, en la época en que debían elegir cardenal, Karadima estaba como lobo enjaulado porque Errázuriz no le gustaba. Recuerdo que se hablaba de tres candidatos, a los otros dos los conocía y les tenía mucho aprecio, no así a Errázuriz. No quería que lo eligieran cardenal. Lo decía incluso en el comedor a viva voz, y yo decía ¿por qué tanto? Yo creo que para tratar de manejarlo se preocupó de meter a sus dirigidos de El Bosque en el Arzobispado. Ahí entró Andrés Arteaga.
¿Qué pretendía poniendo a su gente en el Arzobispado?
Esta es una opinión, no un hecho: pero por lo que conocí a Karadima creo que él trataba de conocer todos los secretos de una persona que le interesa para poder controlarla. Me imagino que debe haber buscado todos los medios para obtener información de Errázuriz y así poder manejarlo. ¿Quién era el asesor de mayor confianza de Errázuriz?: Andrés Arteaga. ¿Tú crees que Arteaga no le contaba a Karadima todas las cosas que sabía de Errázuriz? Con Karadima no hay filtro posible. Las personas dirigidas por Karadima no teníamos –yo también– filtro en lo que le decíamos. Era obediencia contarle absolutamente todo y con lujo de detalle. Quiero decirte que en esa época yo no era una persona confiable, porque si alguien me decía algo y me pedía secreto, ¡yo tenía que contárselo! Ahí entra el tema del discernimiento, hasta qué punto no eres dueña de tus decisiones.
Por ejemplo el problema de los siquiatras, ¡que tema! Porque Jimmy fue a dos o tres siquiatras y Fernando Karadima siempre lo andaba persiguiendo para saber con qué siquiatra había hablado, o con qué sacerdote había conversado. Y me interrogaba ¡y yo tampoco sabía! Jimmy no me decía porque era obvio que Fernando Karadima me iba a preguntar sus nombres. «Tú me tienes que averiguar los nombres mijita, porque yo no sé con qué siquiatra se está atendiendo este niño. A lo mejor le puede hacer mal, se puede enfermar… Si lo que él tiene que hacer es venir a rezar más acá. Aquí lo vamos a arreglar, que no vaya a ningún siquiatra más, que no esté gastando plata, que venga a rezar más. Ya nos pusimos de acuerdo con Jimmy: él va a venir todos los días a hacer una horita santa antes de la misa». Esto me lo decía delante de Jimmy y él sólo bajaba la cabeza.
¿Karadima te preguntaba hechos y detalles de otras personas?
Sí y también de mi familia. Fernando Karadima posee una enorme cantidad de información sobre las más diversas personas. Y la usaba para poner a éste en contra del otro, para que éste se acercara a este otro, para conseguirle trabajo a alguien de su entorno y para cosas que nunca supimos.
Y para conseguir y hacer favores que quedaban como deuda hacia él. Como la nulidad religiosa de la madre de James Hamilton que él obtuvo. ¿No es así?
Claro, él la consiguió, un favor que resultó siendo muy caro para Jimmy, porque cada vez que pasaban esas situaciones Jimmy tenía que retribuirle el favor. Ahora, en rigor, resultó caro para nosotros dos.
¿Estás asumiendo que tú también fuiste víctima de Karadima? Porque en todo tu relato nunca te has planteado en ese lugar.
Es que nunca lo había pensado así. Y este año fue la primera vez que asumí el daño que me había hecho a mí también. Antes, la verdad es que nunca pensé que yo había sido víctima.
Siendo parte del círculo estrecho de Karadima también tuviste una depresión. ¿Es efectivo que Karadima le pedía al doctor Santiago Soto que te recetara ciertos remedios?
Fernando Karadima me mandó a hablar con Santiago Soto diciendo «para que le den algo que tomar a esta niñita que está tan deprimida». No sé si él habrá dicho qué medicamento tenía que tomar, pero Jimmy me compró los remedios y me llegaron.
Otros testimonios recogidos por CIPER indican que era una costumbre recetarse y automedicarse en El Bosque.
Sí, pero es que había varios médicos en El Bosque: Juan Esteban Morales, Jimmy, Santiago Soto, Jorge Álvarez, que es pediatra y que estuvo mucho tiempo fuera de la parroquia. Karadima nos decía que Jorge estaba con «la maña», porque iba su señora con los niños a misa y él no iba, y si iba no lo saludaba. «El curita, ahí no más», decía Jorge. Hay pocos hombres que sabiendo que tienen mucho que perder, sacan fortaleza porque saben que con ello pueden ayudar a tanta gente y que es un deber hacerlo. Eso es lo que hicieron Jimmy, Murillo, Batlle, Juan Carlos Cruz y Luis Lira. Porque arriesgaron prestigio, profesión. En el caso de Jimmy, hay gente que se debe haber dejado de atender con él, tiene que haber perdido pacientes a pesar de que es un gran médico, dedicado y la gente que lo conoce lo adora. Saben que es un buen hombre. Y ahí está el otro castigo cuando alguien se iba de la parroquia: te quitaban oportunidades de trabajo. O como a otros que no terminaban de estudiar en la universidad, por lo cual no tienen título. Ese problema lo tuvo Francisco Prochaska. Karadima no lo dejó terminar la universidad y todos los trabajos que ha tenido han sido por personas relacionadas con la parroquia. Si tú eres realmente amigo de una persona lo que tienes que hacer es ayudarlo a salir de El Bosque. Le ofrecimos toda clase de ayuda a Prochaska. Yo estaba al lado de Jimmy cuando le dijo: «Chasa, cualquier cosa que necesites, cuando quieras irte, llámame». Siempre hemos estado pendientes de Chasa. Es un muy buen hombre y muy solo. ¡Cómo lo humillaba Karadima! Te afectaba toda la vida, la familiar, laboral, la vida espiritual. ¡Qué maldad lo que hacía Karadima! Te humillaba, y como tú querías ser humilde, lo aceptabas y agachabas la cabeza. Pero la autoestima de todos quedaba en el suelo.
“Con Jimmy nunca pudimos hablarnos con la verdad porque cada uno por su lado lo primero que hacía era preguntarle todo a Karadima”.
¿Cómo era Jaime Tocornal?
Cuando estuvimos viviendo en La Dehesa, a Jaime lo asignaron párroco de Santa Rosa de Lo Barnechea. La gente allá lo quería mucho, tenía mucho arrastre con los jóvenes. En lo personal, nunca tuve un trato muy cercano con Jaime Tocornal. Ya estaba en otra parroquia cuando yo llegué y cuando nos fuimos a Lo Barnechea íbamos a sus misas pero no teníamos permitido hablarle. Tocornal tenía el mismo sistema de El Bosque: con jóvenes que lo acompañaban para celebrar la misa, antes de la misa, los que lo ayudaban a sacarse los ornamentos. La estructura, el ritual, era el mismo.
Fernando Karadima decía que esa misa no valía. Y menos podíamos ir nosotros, sus más cercanos, cómo íbamos a ir a otra misa, ojalá que nadie nos viera yendo a otra misa. Creo que no nos habló durante dos semanas porque habíamos ido a la misa de Jaime Tocornal y no a la de El Bosque. Para él sólo su misa era válida.
¿A Diego Ossa también lo viste apagarse?
Creo que ya estaba mustio, triste, cuando lo conocí. Porque no lo conocí de adolescente, pero tengo una íntima amiga que me cuenta que era un joven lleno de vida, entretenido, que todas morían por él. Sus sonrisas hoy son fingidas, propias de la gente que no es feliz y sonríe porque hay que sonreír. Pero cuando lo miras te das cuenta que adentro lleva una cruz, un dolor. Yo pienso que él es una víctima.
Todos los jóvenes que Karadima escogía eran bellos, de familia de la elite.
Sí, es cierto… te voy a contar un episodio que grafica aquello: Santiago Soto tiene un hijo que no era muy bien parecido, y él me contó que su gran dolor es que nunca integraron a su hijo a la Acción Católica de El Bosque a pesar de que él es el médico de Karadima desde hace décadas.
Al parecer Karadima no toleraba la gente que no fuera bella o que tuviera algún problema. ¿No fue lo mismo que hizo con el hijo del abogado Juan Pablo Bulnes que tiene síndrome de Down?
Sí, es terrible porque le decía: «Mejor que lo dejen guardado en un cajón» o «mejor que no traigan a este niñito». ¡Y ese niño es exquisito! Si Juan Pablo Bulnes no demuestra amor por su hijo, te aseguro que no es porque no lo quiera, sino por mandato de Karadima. Su esposa, Mónica, lo adora y lo acoge, pero Juan Pablo no lo miraba siquiera. No recuerdo haber visto nunca a Juan Pablo con su niño en brazos. Eso es algo en lo que también se metía Fernando Karadima. Jimmy aprendió a ser papá después de que nos separamos. Fue la primera vez que se hizo cargo de sus hijos un día a la semana. Yo tengo la culpa porque nunca se lo pedí porque Karadima me decía que no le pidiera nada. Jimmy aprendió a ser papá cuando ya no estaba bajo la influencia de Fernando Karadima y no lo tenía encima para decirle cómo tratar a sus hijos. Hasta en eso te ordena tu comportamiento. Y podía incluso echar a perder la relación entre padre e hijo.
Te voy a dar un ejemplo. Cuando nos íbamos a casar sucedió un hecho terrible porque mis suegros llevaban muchos años sin verse. Se casó el hermano de Jimmy y estuvo presente Consuelo; se casó la hermana de Jimmy y estuvo Jimmy papá. Cuando fijamos la fecha del matrimonio para mí era obvio que tenía que estar el papá y la mamá de Jimmy, aunque estuvieran separados. «¿Y qué va a pasar cuando nazcan los niños: va a ir uno al bautizo y el otro no? ¿Y cuando estén de cumpleaños o enfermos?». Todo esto era hablado con Fernando Karadima, y Karadima dice: «Hay que hablar con tu mamá (de Hamilton) para que ella acepte que esté presente tu papá». Ahora entiendo que dijo eso a sabiendas de que ella diría que no. Y eso fue lo que sucedió. Poco antes del matrimonio, Jimmy me dijo «mi papá no va a ir al matrimonio». Lo acompañé a la oficina de su padre para decirle que no fuera al matrimonio. ¡Tremendo! Fue la primera vez que vi llorar a Jimmy. Para su padre debe haber sido también muy doloroso. A sus 27 años, Jimmy salió llorando de esa oficina a la calle. Y de repente apareció el papá corriendo para abrazarlo. Ahí en la calle, lloraban los dos abrazados. Me acuerdo que el papá de Jimmy, muy delicado, le pasó unos anteojos oscuros para que no lo vieran llorando en la calle, ¡siendo que él estaba con los ojos llenos de lágrimas! Ahora que conozco todo lo que pasó entre mis suegros y junto las piezas de esos días me doy cuenta hasta qué punto Karadima podía llegar en su afán de aislarte de tu padre. A ese nivel llegaba su manipulación. La verdad, Fernando Karadima hacía lo que quería con nosotros. Éramos títeres.
Me dijiste que ni cuando pololeabas ni mientras estuviste casada supiste la tragedia familiar que vivió Jimmy en su casa con el asesinato de la pareja de su padre. Que lo supiste cuando te separaste por tus padres. ¿Hablaste con Jimmy de ello?
Nunca le fui a decir «Jimmy, ¡por qué no me contaste!». Porque había cosas que yo a él tampoco le había contado. Entonces, ¿con qué cara le iba a pedir explicaciones? Y quiero ser muy franca, cuando mis papás me contaron, yo dije «si esto me lo cuentan antes de casarme, ¡me caso igual!». Habría sido tan distinta la relación… porque habría sabido mejor el terreno que estaba pisando y por lo tanto otra habría sido otra la confianza que hubiéramos construido.
Antes de que ustedes se casaran, James hizo viajes con Karadima. ¿Después de que se casaron ya no?
Que yo sepa, no. Porque ya a estas alturas, no sé… Justo antes de que nos casáramos, Jimmy fue a Nueva York con Fernando Karadima y Gonzalo Tocornal.
¿En ese viaje donde se van Hamilton y Tocornal solos a Cancún después?
Sí, Gonzalo y Jimmy contaban como anécdota que cuando venían de vuelta a Chile, ellos subieron a Fernando Karadima al avión y se arrancaron de Karadima y partieron a Cancún. Imagínate los retos y lo comentado de estos dos niñitos que se fueron a Cancún. Y sí, claro, coordinaron para que alguien fuera a recibir al padre acá en Santiago, porque el padre no podía viajar solo, necesitaba gente que lo acompañara para que le hiciera todas sus cosas y trámites. No sé si Juan Esteban o Chasa lo esperaban acá. De veras que Jimmy y Gonzalo se fueron a Cancún. Siempre existía esa complicidad de ese viaje a Cancún. Ese viaje lo hicieron pocos meses antes de casarnos.
¿Y juntos a ustedes dos no los invitó a un viaje?
Fuera de Chile, no. Fernando Karadima se iba todos los veranos a Europa. Uno o dos meses. Y el resto del verano se iba a Puerto Varas.
¿Alguna vez viste cómo escogía a sus acompañantes?
No. Pero siempre iba acompañado. Y siempre se sabía con quien iba a viajar. Era un comentario a quién habían escogido para irse de viaje. Siempre iba con alguien que ya había viajado antes y alguno nuevo.
Tú dijiste que en algún momento Karadima tuvo un lapsus en un retiro de Semana Santa.
Sí. Fue un retiro en la parroquia. Él estaba hablando de la Virgen, la iglesia estaba llena y de repente hace una pausa y dice «¿se imaginan si todo esto que estamos hablando aquí fuera mentira? ¡Tendríamos que estar todos locos!». Yo me quedé así…Y cuando dice «tendríamos que estar todos locos»… Mucha gente se quedó perpleja. Fueron varios segundos de silencio, en que la gente no sabe qué está pasando… Hasta que él se rió. Y ahí se produjo una especie de alivio colectivo y siguió el retiro. Ahora que lo pienso, él no cree en la Virgen, incluso hasta he llegado a pensar que no cree en Dios. Porque una persona que predica todas estas cosas, y no las vive, ¿en qué cree? Si él creyera, realmente, en todo lo que dice, ¿cómo fue capaz de cometer todos estos abusos? Porque yo no te estoy hablando solamente del abuso sexual… Hubo abuso sicológico y también abuso espiritual. Porque son almas en búsqueda de la santidad que un día confiaron en él para que los guiara, los ayudara a llegar a la santidad. Y él se las robó.
Cuéntame del careo que tuviste con Diego Ossa y con Juan Esteban Morales.
El careo estaba citado para el viernes 24 de junio d 2011 en la mañana. Cuando llegué, nos hicieron pasar y nos dijeron que no se podía hablar en ese lugar. Estaba el padre Diego Ossa quien me dice «Hola Verito», como si no hubiese pasado nada. Porque han pasado siete años, no lo había visto nunca más desde que fue la última vez a mi casa de Las Baleares pocos días después del quiebre, y que me salude así como si nada, después de siete años… Quedé plop. Y mientras estábamos esperando, Diego Ossa rezando con su rosario en la mano, y despacito, de repente llega y me dice: «Verito, lo único que quería decirte es que hemos rezado mucho por ustedes». ¿Qué le contesto a este hombre?, pensé. Y cuando lo miré a los ojos… Es increíble cuando miras a la gente a los ojos, porque te das cuenta de cosas que esa persona no dice. Todo lo contrario de lo que me pasó con Juan Esteban. Y le dije: «Diego, tú eres sacerdote y tienes ese sello en el alma. Y cuando tú quieras salirte de todo este sistema, llámame por teléfono: yo voy a ser la primera en acogerte».
¿Cómo reaccionó Diego Ossa?
Quedó algo así como descompuesto. Sí, de hecho, se paró y salió afuera. Cuando volvió a entrar se paseaba y no se volvió a sentar. En ese momento me llamaron a la sala donde estaba la ministra y me encontré con Juan Esteban adentro. Me saludó muy normal, como si no hubiese pasado nada. Un saludo de cortesía de alguien con quien he compartido tantas cosas. Es cierto, lo conocí siendo él joven, pero ahora, por primera vez lo miré a los ojos y creo que hasta el color le cambió. Los tiene oscuros. Sus ojos no dejaban traslucir ni un sentimiento ni estado de ánimo. Quedé impresionada con su mirada. Nada me recordaba a aquel joven que conocí en las reuniones de los miércoles en El Bosque y me cantaba la canción de Víctor Manuel «La puerta de Alcalá». Lo estoy viendo cantando «Mírala, mírala…». Qué extraño pero pienso que me la cantaba porque pensaba que yo iba a sacar a Jimmy de allí, era la puerta de salida. En esa época creo que él tenía conciencia de que había que salir de ahí. Pero ahora era otro hombre.
¿Sobre qué hechos los confrontaron en el careo con Juan Esteban Morales?
Sobre dos situaciones. Una, que fue en la casa de mis padres, cuando me dijo que si es que había pasado algún tipo de intimidad sexual entre Jimmy y Karadima… Juan Esteban estaba tratando de saber porqué Jimmy y yo estábamos separados. Él estimaba que no era razón para que nos separáramos el hecho de que Jimmy se hubiera metido con otra mujer o que hubiéramos peleado mucho. Y lo que quería saber era si yo sabía lo que había pasado entre Karadima y Jimmy. Y como no me logró sacar palabra, me terminó diciendo que si se trataba de algo de tipo sexual que hubiera pasado entre Karadima y Jimmy, eso no tenía importancia. No era motivo para la separación.
¿Juan Esteban Morales negó haberte dicho aquello en el careo?
En el careo lo negó. Dijo que yo se lo había sugerido. Y eso es mentira. Porque en ese momento no me atrevía a hablar de eso con ellos. No me habría atrevido a decirle nada sobre esa relación pues además debía guardarle el secreto a Jimmy tal como se lo había prometido. Por lo demás, esta conversación tuvo lugar en julio de 2004, es decir, un mes después que yo hiciera la primera declaración ante Eliseo Escudero. Y por lo que sabemos, él debió haber tenido conocimiento ya de su contenido. Salí muy tranquila después del careo, porque pienso que cuando tú vas y dices la verdad, todo lo demás es superfluo. La verdad es una sola.
¿Cuál fue el segundo hecho del careo?
La situación que yo vi en la pieza de Fernando Karadima, en la que estaba Juan Esteban Morales y un tercer hombre.
¿Y lo negó también?
Lo negó. Pero, me dijo que a lo mejor yo me había equivocado y la persona que había visto era otra y no él.
Es decir, no negó que esa situación se pudiera haber producido.
Exactamente. Entonces yo le dije: ministra, se da cuenta que él está declarando que no es que la situación no haya existido, sino que pudo haber sido otra persona, aunque yo sé que era él, pero él dice que pudo haber sido otra persona. «No, es que yo quise decir», empezó Juan Esteban y se enredó un poco. Ahí te das cuenta cuando las personas mienten, porque se empiezan a enredar y a decir: «no, es que lo que quise decir en realidad fue así…». Y hubo otra cosa importante de la que me di cuenta y que nunca antes percibí: los celos que le tenía Juan Esteban a Jimmy.
¿Cómo te diste cuenta?
Porque la ministra empezó a leer un testimonio, leyó tres palabras, no alcanzó a terminar la frase y Juan Esteban saltó y dijo: «No, es que eso no puede ser porque cuando llegaba Jimmy todos se tenían que ir». Era la escuela que conocí, negar, negar, negar, lo que había enseñado Fernando Karadima: «Cuando te pregunten esto, tú niega nomás, y lo único que tienes que hacer es negar, negar y negar».
¿Es efectivo que cuando llegaban Jimmy o Juan Esteban al sitio donde estaba Karadima con otros, los demás se tenían que ir?
Siempre que llegaba Juan Esteban se escuchaba «sí, váyanse todos», y también ocurría en otras ocasiones en que llegaba Jimmy y el resto tenía que salir. Aunque había otras personas en la misma situación. Cuando llegaba Tomy (el obispo de Linares, Tomislav Koljatic), por ejemplo, y que venía de fuera de Santiago. Había otros que también eran importantes, y entre ellos varios sacerdotes. Diego Ossa también, pero nunca tanto como Juan Esteban. Después de haberlo visto el otro día, pienso que Diego es una víctima. Y me preocupó.
Cuando terminó el careo con Juan Esteban, yo me fui y me devolví a despedirme de Diego. Andaba con un rosario que tengo hace muchos años y se lo regalé. Se lo puse en su mano y le dije que ese rosario era importante para mí, que lo había paseado por todas las iglesias de Europa y que quería que él lo tuviera. También le dije que si ellos seguían defendiendo lo imposible lo único que estaban logrando era quitarle a Karadima la posibilidad de arrepentirse. Y se anduvo emocionando. Si estuviese en la misma postura de negar todo, pudo haber contestado distante: «Tú estás equivocada, no te preocupes». Pero no me soltaba las manos. Y con añoranza me dijo: «Yo me acuerdo que la primera bendición que di cuando me ordené sacerdote, fue a ti y a Jimmy».
¿Dónde fue esa bendición?
Cuando lo ordenaron sacerdote en la Catedral. Inmediatamente ellos buscan a la familia y a los primeros que se encontró fue a nosotros que al verlo nos arrodillamos y le dijimos «ya, una bendición». Y nos dio la bendición a los dos como matrimonio. ¡Claro que me acordaba de ese día y de esa bendición! Han pasado tantas cosas desde entonces… Lo miré a los ojos y vi su pena. Dieguito está con mucha pena. «Que Dios te bendiga», me dijo al despedirse y no me soltaba la mano del rosario. Lo vi en el mismo momento que un día vivió Jimmy cuando se dio cuenta realmente, que lo que estaba viviendo era malo, equivocado. Y es tan difícil dar el paso para cortar y salir de allí. Es saltar al vacío. Porque niegas toda la fe que has aprendido. Y por lo mismo puede estar la idea del suicidio entremedio.
El daño que te provocó Karadima durante tantos años, ¿en tu caso es irreparable?
En ciertos aspectos de mi vida, sí. Hay cosas que te dejan marcas que no se borran. Hay muchas cosas que me queda por resolver y que me afectan la vida. Aún estoy en el proceso de rearmarme, avanzando, pero sé que hay marcas imborrables. Lo que también sé es que nunca más voy a volver a tener la confianza y la obediencia ciega como la que tuve con el que fue mi director espiritual. Me horroriza pensar en la forma en que ese hombre estuvo metido en mi vida.
¿Crees que Karadima es enfermo o es un homosexual compulsivo?
Su mayor problema es la sed de poder. Y si buscamos en lo más profundo, creo que su mayor problema es la falta de fe. Si él realmente creyera en Dios, un poquito…
¿Y cómo pudo hacer lo que hizo, durante tantos años, en total impunidad?
Es obvio que estuvo amparado por el sistema bajo el cual funciona la Iglesia. Es insostenible que él solo haya hecho todo. Es cierto, el nivel de manipulación al que podía llegar es tremendo, pero también hay personas que no siendo del círculo de El Bosque, les era cómodo creerle a Karadima todo lo que decía sobre los jóvenes que se iban yendo sin dar explicación. La Iglesia se equivoca. Faltó corrección desde un principio. No entienden que la única sanación empieza por buscar la forma de sacar todo a la luz para terminar con la podredumbre de raíz. Insisten en tapar. Te voy a contar una cosa que me ocurrió con monseñor Juan Luis Ysern, sacerdote que no es del mundo de Karadima. Resulta que el año pasado, cuando salió el primer veredicto de nulidad, del Arzobispado me mandaron una carta a la casa y que conservo. En ella se dice, entre otras cosas, que mi matrimonio es nulo por abuso sexual, espiritual y Sicológico a Jimmy de parte de su director espiritual Fernando Karadima Fariña. Pues bien, cuando se hizo la apelación y emitieron la sentencia de segunda instancia, me llamaron y me pidieron ir al Tribunal Eclesiástico y allí me reuní con monseñor Juan Luis Ysern, quien fue muy amable conmigo. Me explicó que quería que yo firmara la segunda carta de confirmación de mi nulidad religiosa, pero en esta segunda carta no decía que era por abuso de parte de Fernando Karadima. Habían cambiado las palabras y decía otra cosa. «¿Cómo le voy a firmar esto?», le dije. Ysern me dijo que él se había preocupado mucho de las palabras que había usado para redactar este documento, que lo había hecho personalmente, que estaba escrito así por el bien de la Iglesia. Y en ese momento me pidió que le entregara de vuelta la primera carta que me había mandado el azobispado. Le respondí que no, que esa carta la tenía guardada y que la conservaría. «No, debe devolverla. Esa carta no puede quedar al alcance de cualquier persona, la pueden leer sus niños, alguien más la puede leer», me dijo Ysern, al tiempo que me preguntaba quién más había leído esa carta y quiénes habían leído la carta similar que se le envió a Jimmy. Esto sucedió el año pasado, cuando ya estábamos separados y desde hacía varios años, ¿cómo iba a saber yo a quién le muestra él sus papeles? Así mismo se lo dije. Y sobre la primera carta le reafirmé que la tenía bien guardada, que no la iba a estar exhibiendo para que la viera todo el mundo. «No, ¡esa carta mejor tráigamela!», me dijo. «No, monseñor, la voy a conservar yo». «Entonces rómpala», me dijo, a lo que volví a decirle que no la iba a romper y que la conservaría bien guardada. En ese momento se paró de su escritorio y mirándome exclamó: «¡Quémela!». ¡Yo no lo podía creer! Quedé impactada porque el caso estaba expuesto hacía varios meses ante la opinión pública en todos sus detalles, y este señor quería seguir tapando.
¿Y firmaste el veredicto de segunda instancia?
Sí, lo firmé. Daba lo mismo, el matrimonio era nulo ya.
¿Sigues yendo a misa? ¿Y te confiesas con un sacerdote?
Si, sigo yendo a misa. Me leí todo el Nuevo Testamento buscando dónde Jesús había dicho que había que dar hasta el más mínimo detalle de todos los pecados en la confesión. Nunca lo dijo. Él instituyó la confesión, y los apóstoles, los sacerdotes, y a quienes perdonen sus pecados serán perdonados, pero no he podido encontrar en ninguna parte una frase que indique que «diga todo el detalle de su intimidad y dígame todo el detalle de sus pecados». Eso es perverso, es morboso.
¿Qué les dirías a los sacerdotes de El Bosque?
Sí, me queda algo para los sacerdotes del Bosque…. Este es un proceso muy largo, de años. Y lo quieran o no, aparte de conversar estos temas con sus superiores, obispos, cardenal o quien sea, ellos tienen que hacer discernimiento y tienen que conversar con otras personas para ver otras visiones. No se pueden quedar así como estuvimos todos, tan sesgados, dentro de este círculo que era la parroquia de El Bosque y Fernando Karadima. Tienen que abrirse a conocer otros mundos, formar su propio pensamiento, desarrollar en plenitud todas sus capacidades, aprender a cuestionarse, a reflexionar y a llegar a sus propias conclusiones, a formarse un criterio, una opinión propia… aprender a DISCERNIR cuál es el verdadero «plan de Dios» para sus vidas.
Pero también creo que todos deberían asumir un tratamiento siquiátrico. Porque tienen que reconstruir el límite del bien y el mal. ¡Cómo va a ser posible que para ellos no hubiera nada malo en que un cura le tocara el trasero a otro cura o a un joven! Tienes que rearmar tu moralidad. Entender dónde está el límite para no dañar al otro. No invadir el espacio del otro. Deberían tener un tratamiento siquiátrico exhaustivo. Ojalá con un siquiatra no católico, para no tener comprometidos intereses. Deben cuestionarse todo, desde que se sintieron llamados por la vocación, y hacerse la siguiente pregunta: ¿Realmente sintieron la vocación o fue Karadima quien les dijo «yo creo que tú tienes vocación»?
Además, tienen que aceptar que hay acciones que son abusivas. Después, hacer una introspección, reconocer si hay abuso en sí mismo y reconocerse como víctimas, o reconocer si ellos han abusado y reconocerse como victimarios. Recién ahí, pueden pensar en iniciar una sanación, pensar en RE-CONOCER a Dios, en reencontrarse con Dios. Sólo entonces van a tener paz en el alma y alegría de vivir. ¿El proceso?… Es muy largo. ¿El tiempo?… Cada uno tiene el suyo propio.
Cómo ves tu vida ahora?
No puedo culpar a las personas por los dolores que he vivido en mi vida. Por diferentes razones fui entrando en caminos equivocados, de los cuales salí muy herida… Quedó un vacío enorme, que sólo pudo ser llenado por el perdón y por el amor. Aprendí a disfrutar con cosas simples y a ver que la vida sí es bella… que depende del prisma con el cual la mires… Porque puedes tomar dos opciones: quedarte solo con los malos recuerdos y construir tu historia en torno a ellos o puedes dejar que tu sabiduría conserve los buenos recuerdos, el resto ya no importa… sobre todo cuando hay cicatrices imborrables.
|Fotografías de Verónica Miranda: José Miguel Méndez|