CRIMEN DE JAIME GUZMÁN II
El oscuro eslabón que culminó con la caída del asesino del fundador de la UDI
31.03.2011
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CRIMEN DE JAIME GUZMÁN II
31.03.2011
Ya en prisión, entre amigos de confianza, Ricardo Palma Salamanca recordará que esa tarde de sábado en que fue detenido se dirigía a un cine del centro de Santiago donde ofrecían funciones rotativas. Había abordado un bus casi vacío en las cercanías de la casa de su madre -Walker Martínez esquina avenida La Florida-, y al poco andar una mujer joven y atractiva hizo lo propio y fue a sentarse a su lado. Que eligiera ese asiento en circunstancias de que la mayoría se encontraba desocupado, le pareció extraño, más bien sospechoso. Pero esa impresión quedó relegada a un segundo plano al notar que la mujer le insinuaba cierta coquetería.
A la parada siguiente subieron tres o cuatro hombres. Palma los miró por la ventana. Y entonces, cuando el bus volvía a ponerse en marcha, sintió que la mujer que tenía a su lado le daba un fuerte golpe de nocaut en el rostro al tiempo que los nuevos pasajeros se le iban encima gritando “¡policía!”.
Ese 25 de marzo de 1992 la Policía de Investigaciones daba término a un seguimiento de varios meses contra quien confesaría ser uno de los dos autores de los disparos que un año atrás habían costado la vida del senador Jaime Guzmán.
Como muchos en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), Palma era de los que decían que jamás se entregarían vivos, que preferían morir combatiendo antes que caer en manos de la policía. Pero cuando eso último ocurrió, prácticamente estaba entregado a su suerte. Es cierto que al momento de ser sorprendido al interior del bus ofreció una fuerte resistencia: se necesitó de varios hombres –y de una mujer- para neutralizarlo. Pero también es cierto que cuando fue capturado a pocas cuadras de la casa de su madre, donde se encontraba viviendo hace meses, ya estaba al tanto de que la policía le seguía los pasos. ¿Por qué entonces siguió viviendo donde podían encontrarlo fácilmente? ¿Por qué no intentó salir del país como sí lo hizo el resto del comando que participó de los mismos hechos que él?
La caída de quien fuera el primer y único detenido por la muerte de Jaime Guzmán es una perfecta tragedia griega en la que el fatídico desenlace se anuncia con mucha anticipación. Y como en los antiguos dramas, en éste hay intrigas amorosas y de poder, acusaciones de traición y una zona turbia y borrascosa que el tiempo ha convertido en leyenda.
Lo que es claro es que, en los meses previos a su detención, Ricardo Palma pasaba por fuertes conflictos emocionales. Estos se derivaron de su participación en el asesinato de Guzmán y el secuestro de Cristián Edwards, sucesos que le provocaron contradicciones que se acentuarán en la cárcel. Pero sobre todo por las sospechas que se gestaron al interior del propio FPMR, a partir de los secretos que una de sus hermanas confió a su psiquiatra, que resultó ser pareja del analista de inteligencia Lenin Guardia. En ese estado de cosas no podía más que sentarse a esperar su caída.
En septiembre de 1991, Ricardo Palma ingresaba a una casa de la comuna de Macul para tomar parte de una nueva operación. El FPMR había decidido secuestrar a Cristián Edwards Del Río, hijo del dueño de El Mercurio, y uno de los celadores asignados a su custodia era el fotógrafo de 22 años que cinco meses antes había matado a tiros al senador de la UDI. En otros tiempos la organización armada lo habría sacado fuera del país inmediatamente después de ese hecho, poniéndolo a resguardo de la policía. Pero las cosas ya no estaban como antes. El FPMR vivía una acelerada descomposición y era objeto de una infiltración por parte de los servicios policiales y de gobierno. En esas condiciones se ejecutó el secuestro de Cristián Edwards.
Desde un comienzo las cosas resultaron complicadas para el más joven de los celadores. Un mes antes, cuando permanecía acuartelado a la espera de que la víctima escogida volviera de un viaje al extranjero, el encierro prolongado afectó su ánimo y la relación con el otro celador, que terminó abandonando la casa de Macul. La deserción de Julio, un ex preso político llamado Florencio Velásquez, puso en riesgo la operación y sembró un manto de duda sobre su papel en las indagaciones que permitieron que la policía identificara la casa donde se desarrollaba el secuestro.
A esto se sumó un capítulo tragicómico, propio de una película de los hermanos Cohen, que su protagonista adjudicó a los nervios del momento. El entonces gerente de los diarios regionales de El Mercurio era conducido por sus captores a la casa de Macul cuando a Palma se le escapó un tiro de su Browning 9 mm que fue a dar a su muslo derecho.
El incidente, que retrasó en una semana su retorno a la casa de Macul, anticipó el mal tiempo que se le avecinaba.
Su reincorporación ocurrió hacia la tercera semana de septiembre, coincidiendo con los primeros informes de la Dirección de Seguridad Pública, organismo de gobierno conocido como La Oficina, que revelaban lo que estaba ocurriendo al interior de esa casa. Los informes, basados en antecedentes entregados por uno de los hombres de confianza de la jefatura del FPMR, no sólo detallaban los conflictos internos que se vivían en la casa de Macul. También daban cuenta de que el cabecilla de la operación era el comandante Ramiro, que más tarde sería identificado como Mauricio Hernández Norambuena. El mismo que había ordenado el asesinato de Jaime Guzmán por un supuesto encargo de la Dirección Nacional del FPMR.
A un mes y medio de iniciada la operación, Ramiro recibió un llamado de auxilio de Ricardo Palma: estaba desesperado, oprimido en su papel de celador. Requería un relevo con urgencia.
Junto a otro de los custodios debía atender y vigilar a Cristián Edwards, que permanecía en una ratonera de dos por tres metros, expuesto permanentemente a un foco de luz y canciones que se repetían a un volumen desmesurado. Su rol era opuesto al del secuestrado, pero como no podía salir de la casa ni distraerse de sus funciones, se sentía agobiado. Un año después, cuando dio cuenta a la justicia por este hecho, recordó:
-En una oportunidad conversé con Cristián y le dije que se tranquilizara ya que se encontraba muy nervioso. Al igual que yo estaba pasando por estados anímicos muy malos, debido al encierro que no soportaba.
De acuerdo con el testimonio de familiares y amigos recogidos para este reportaje, Palma Salamanca no sólo resintió el encierro. Con el correr de los días, ante los nulos avances en la negociación por el rescate, comenzó a sentirse profundamente afectado por el sufrimiento del que era objeto Cristián Edwards. Tan afectado, que cuando pudo salir de la casa de Macul se dirigió donde su hermana mayor y le contó, sin entrar en detalles, de sus tormentos.
Marcela Palma, que es sicóloga y licenciada en filosofía, cuenta hoy que su hermano llegó a su casa de improviso una tarde de noviembre. Estaba flaco, fatigado, tremendamente abatido. Parecía venir de un campo de batalla sembrado por muertos.
-Estaba hecho pebre, muy angustiado, y mi impresión es que en ese momento lo habían sacado de esa casa para poner a otro en su lugar. Según me contó después, cuando estaba detenido, ya había trasgredido todas las normas de seguridad. Una noche que escuchó llorar a Edwards, le abrió el container y lo sacó de ahí. Lo hizo caminar por la casa y conversaron largamente. Eso comenzó a ser común. Hablaban mucho. Al Negro le dolía el alma verlo llorar, porque lloraba con desgarro, con dolor, y se cuestionaba fuertemente lo que estaba haciendo. Pero eso lo supe después, porque en el momento en que llegó a mi casa me contó de su angustia, de sus miedos y de sus dudas de permanecer en el Frente.
Marcela Palma intuía que su hermano estaba involucrado en el secuestro de Edwards. También en el asesinato de Guzmán. Temía seriamente por su vida.
A mediados de ese año había nacido su segundo hijo y la angustia le cortaba el hambre, el sueño, la leche. Fue en ese contexto que ella dice haberle confidenciado sus temores a su psicoanalista de cabecera. Y lo hizo, claro está, sin saber que la persona a la que le confiaba sus secretos era pareja del analista de inteligencia Lenin Guardia Basso.
Dubilia María Consuelo Maccquiavello Forni era su psiquiatra de los últimos cinco años. Formaba parte de un equipo de profesionales de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (Fasic) que asistía a víctimas de la dictadura. Una de ellas era Marcela Palma: en 1982, siendo secretaria general del Centro de Estudiantes de la Universidad Católica, fue detenida y torturada por la CNI. Precisamente en torno a esos tormentos giraba la terapia que se extendió más allá de los noventa, cuando Maccquiavello se desvinculó junto a otros profesionales del Fasic y se ofreció para seguir atendiendo de manera gratuita a su antigua paciente.
Por ese entonces Maccquiavello y Guardia eran pareja y socios en una empresa de seguridad en la que también participaba el general Herman Brady Roche, uno de los promotores del golpe de Estado desde la Academia de Guerra y luego ministro de Defensa de Pinochet. La relación entre ambos era antigua. En una entrevista publicada en el diario La Época el 25 de marzo de 1995, cuando el periodista le pregunta a Lenin Guardia “¿Cómo le tocó el Golpe de Estado?”, él respondió:
-Fui tomado preso, y desde el año 1973 hasta hoy digo que Herman Brady me salvó la vida, porque mucha de la gente que trabajaba con el Coco Paredes (y él trabajaba con Eduardo Paredes, director de Investigaciones durante la Unidad Popular) fue fusilada.
Un anuncio fue el que hizo Guardia. Porque años más tarde Brady será procesado por la desaparición de ocho personas detenidas en septiembre de 1973 en La Moneda y a las que se les perdió el rastro en el Regimiento Tacna. Entre ellas, Coco Paredes y el doctor Enrique Paris.
Lo cierto es que los vínculos de Lenin Guardia con la comunidad de inteligencia de todos los signos siempre fueron privilegiados. Según contará él mismo, a mediados de los ochenta propició un encuentro secreto entre el entonces director general de la CNI y la cúpula del Partido Comunista. Y desde el noventa, con el cambio de gobierno, prestó servicios para funcionarios como Belisario Velasco, que como subsecretario del Interior del Presidente Aylwin tenía a cargo la coordinación de las policías. Por estos pasillos pantanosos el nombre de Ricardo Palma Salamanca llegó a oídos del gobierno a fines de 1991.
Al teléfono desde su casa en Vitacura, Guardia asevera que su esposa jamás rompió el secreto profesional con Marcela Palma:
-Lo que ocurre es que ella estaba desesperada y tenía mucho miedo de que fueran a matar a su hermano. Le preguntó a mi esposa si conocía a alguien del Ministerio del Interior que pudiese ayudarla y mi esposa la puso en contacto conmigo. Ese fue su único papel –dice el analista de inteligencia, que en 2002 fue condenado a once años de cárcel por un montaje conocido como el caso de las cartas bombas.
Marcela Palma dice hoy que difícilmente pudo pedirle a su siquiatra que le ayudara con algún contacto en el gobierno, considerando que en esa época ella misma trabajaba en el Departamento de Estudios del Ministerio Secretaría General de Gobierno. Dice además que se sintió traicionada, víctima de una trampa de los servicios de seguridad del gobierno. Para complicar aún más las cosas, la historia no tardó en llegar a oídos de Antonio Ramos, su jefe directo en el ministerio, que tenía estrechos vínculos con La Oficina.
El ex subcomisario Jorge Barraza, que dirigió la brigada policial de la PDI que resolvió los casos Guzmán y Edwards, ha negado que la información proporcionada por Lenin Guardia haya tenido algún efecto en la investigación que derivó en el seguimiento y captura de Ricardo Palma. Como quedó establecido en varios informes policiales adjuntos a los procesos de ambos casos, la hebra habría surgido a partir de una estudiante de Pedagogía de la Universidad Católica que tuvo participación en ambos hechos y resultó ser pareja de Emilio, alias de Raúl Escobar Poblete y cómplice del Negro Palma en las principales acciones de las que tomó parte.
Barraza y sus colaboradoras aseguran que fue por medio de esa pista que a fines de año llegaron a identificar la casa donde Cristián Edwards permanecía secuestrado. Y por medio de la misma comenzaron a rastrear los pasos del grupo.
De todos ellos, Palma fue el más fácil de seguir. A diferencia de los otros, que se movían en una lógica de clandestinidad, el joven fotógrafo seguía viviendo en casa de su madre en Lo Cañas. Tampoco alteró mayormente sus rutinas. Sus amigos recuerdan que en esos días del verano de 1992 Palma solía frecuentarlos por las tardes. Manejaba una moto todoterreno y habitualmente se ausentaba por algunas horas para volver hacia el anochecer.
Más tarde, cuando fue detenido, la policía le mostró fotos donde aparecía fumando y bebiendo junto a sus amigos. Sabían todo de él. Hasta los chistes que contaba.
En sus declaraciones a la justicia, Palma también admite haber tomado parte de la última fase del secuestro. Más particularmente del rescate, cuando supervisó la entrega del dinero junto a una mujer que identifica como Natalia. No es mucho más lo que hizo en esos días. Por orden de la jefatura permaneció congelado, esperando el repliegue que el grupo preparaba a contar de febrero.
Pareció un verano tranquilo. Había dinero y tiempo para disfrutarlo. Pero la policía ya les seguía los pasos muy de cerca y aceptó el juego del gato y el ratón que propuso el comando subversivo, conciente de que les pisaban los talones pero también de que eran más listos que los otros para perderlos. Tal como ocurrió tras la estancia en un camping de Colliguay, que quedó registrada en un famoso video, cuando el grupo burló a la policía tras retornar a Santiago.
Fue en medio de este juego que Marcela le contó a su hermano lo que suponía estaba en conocimiento del gobierno y las policías. Y frente a eso, que no tenía remedio, al Negro Palma no le quedó otra que contárselo a Ramiro, el jefe del grupo. De ahí en más todo fue desastre.
Ricardo Palma volvió otra vez a la casa de su madre en Lo Cañas. También donde sus amigos de siempre. La familia y los amigos. Sus dos refugios. Estaba severamente cuestionado por romper el secreto. Cuestionado y decaído: semanas atrás había terminado con Natalia, su novia de años, con la cual tenía una gran complicidad política.
Su hermana Marcela dirá que el FPMR lo dejó solo, abandonado a su suerte, mientras el resto planificó la huida del país. En cambio Valeria, una de las amigas más cercanas al Negro, dirá que éste también tuvo la oportunidad de salir pero se negó. También se negó a refugiarse en una casa de seguridad. Ambas cosas suponían pasar a la clandestinidad. No lo había hecho antes y no lo haría ahora. Aún a sabiendas de que la policía le respiraba en la nuca.
Pero la aflicción por la que atravesaba no sólo tenía ver con la responsabilidad que sentía por haber puesto en riesgo la seguridad del grupo. En esos días se enteró de que Natalia tenía una relación con uno de los jefes. Y eso, que interpretó como una traición, terminó de abatirlo. Ya no tenía fuerzas. Era incapaz de reaccionar y salvarse. En ese estado de cosas fue una suerte que el FPMR no lo ejecutara ante el riesgo de que delatara a sus compañeros cuando cayera detenido.
-Al Negro no lo dejaron solo –dice Valeria-. Al seguir viviendo en la casa de su mamá, prácticamente se entregó a la policía.
La primera vez que lo visitó en la cárcel de San Miguel, donde comenzó a cumplir dos cadenas perpetuas, Marcela Palma habló del tema de su psiquiatra con su hermano. Entonces desconocía detalles de la investigación policial. Estaba convencida de que la única responsable era ella. Probablemente él opinaba algo similar. Pero así y todo, una vez enfrentado, ambos decidieron no volver a hablarlo, relegándolo a un lugar velado donde habitan los tabúes.
-Yo estaba muy golpeada en ese minuto, el mundo se me dio vuelta. Fue un periodo largo de mucha culpa. Todavía tengo fantasías acerca de qué hubiera pasado si yo no le cuento a la Consuelo (Maccquiavello). Todavía me lo reprocho. Tengo que exorcizar esto, reparar internamente un daño que he ido dimensionando con el tiempo –dice ella.
A su modo, Ricardo Palma fue haciendo sus propios arreglos. Tiempo y motivos tenía de sobra.
En su libro testimonial titulado Una larga cola de acero (2001), escrito en clave de ficción cinco años después de escapar en helicóptero desde la Cárcel de Alta Seguridad, el personaje que se inventa Palma dice lo siguiente: “A los que me están escuchando, no crean que me arrepiento de algo y no me vengan con el absurdo mecanismo de decir ‘pero, ¿lo volverías a hacer?’ Las cosas se hacen una sola vez en la vida. Lo demás es patraña mímica”.
Algunos de los amigos que lo visitaron en la cárcel le escucharon decir algo similar cuando se refería al asesinato de Jaime Guzmán. Sin embargo, a sus amigas íntimas les transmitió algo muy distinto. Una de ellas, Valeria, dice que él no sólo se cuestionaba el sentido de esa acción. En un momento comenzó a tener pesadillas y trastornos en los que Guzmán era una figura recurrente.
Marcela Palma recordará que en una visita su hermanó le narró a su familia una escena tenebrosa: noches atrás había despertado con la sensación de que Guzmán estaba sentado a la orilla de su cama.
Por periodos Ricardo Palma no estuvo nada bien. Especialmente cuando fue trasladado a la Cárcel de Alta Seguridad. No se resignaba a la idea de pasar el resto de su vida encerrado, pero a la vez no veía salida. Sentía que sus acciones le cobraban la cuenta con creces. Que todo se le volvía en contra.
Alguna vez le había dicho a su amiga Lara que prefería mil veces caer muerto antes que pasarse años en la cárcel diseñando artesanías. Pero al poco de ser detenido, cuando Lara lo fue a visitar a la cárcel, él le regaló un par de aros. Se los entregó sin más, un tanto humillado, conciente de que se estaba tragando sus palabras.
Algo muy distinto ocurrió a fines de 1996, en las proximidades de la fuga. En ese periodo diseñó tres anillos. Uno para cada una de sus tres mejores amigas. Ya se había acostumbrado a hacer artesanía. Esos tres anillos fueron su forma de despedirse de ellas y decirles adiós para siempre.