Crimen de Jaime Guzmán I
Ricardo Palma Salamanca: las contradicciones del pistolero de la transición
28.03.2011
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Crimen de Jaime Guzmán I
28.03.2011
El 25 de marzo de 1992, el día de su detención, Ricardo Palma Salamanca fue interrogado en un cuartel policial de Santiago por el asesinato del senador Jaime Guzmán. En principio negó tener participación alguna en el hecho ocurrido un año atrás. Pero la presión ejercida por la policía, que le mostró evidencias en su contra y le hizo creer que sus cómplices lo habían delatado, provocó un vuelco. Después de un fuerte tira y afloja, el fotógrafo de 21 años admitía su participación en lo que llamó un “ajusticiamiento”.
-¡Homicidio! –protestó-. No se llama homicidio. Se llama ajusticiamiento.
Su interrogador era el subcomisario Jorge Barraza, jefe de la Brigada Investigadora de Organizaciones Criminales “Bulnes”, que se había pasado los últimos meses siguiendo los pasos de Palma y otros miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, FPMR. El policía estaba exultante. Tenía a un detenido confeso de ser autor del hecho que marcó la transición política chilena. El primero después de varios desaciertos y chascarros. Ahora sólo faltaba que el detenido se explayara en detalle.
-Parta, pues –lo apuró el subcomisario-, usted va a hacer el relato, no yo… Haga cuenta que está escribiendo un libro.
-¿Y ustedes saben todo, todo, todo? –inquirió Palma.
-Absolutamente todo.
-¿Paso tras paso?
-Así es, paso tras paso.
En rigor la Policía de Investigaciones no conocía todo lo referente al crimen del senador e ideólogo de la dictadura, asesinado el 1 de abril de 1991 por un comando del FPMR. Muy por el contrario. Había malgastado el tiempo siguiendo una pista completamente errada. Y aunque en los últimos meses había enmendado el rumbo, dando con los principales sospechosos, estaba lejos de unir todas las piezas de un complejo puzzle en que los diferentes hechos subversivos del último tiempo aparecían vinculados entre sí.
Las piezas comenzaron a calzar a partir de ese diálogo que el subcomisario Barraza sostuvo con Palma Salamanca y que fue transcrito y adjuntado a fojas 59 del proceso judicial del caso Guzmán.
El diálogo se inicia con una precisión para la historia. Cuando su jefe le dio la orden de matar al senador de la UDI, Palma dijo haberse opuesto:
-Yo siempre le discutí eso, nunca me pareció, hasta el día de hoy, antes que me agarraran. Yo siempre dije que fue un asco.
-¿Por qué? –preguntó el policía.
-Porque era alocado para el momento, por el personaje, por la institución de la cual se trataba, que era el Congreso, representante de la democracia. No estaba de acuerdo. Nunca estuve de acuerdo tampoco en eliminar a un hombre desarmado –argumentó el detenido.
-O sea, ¿partiste de que había algo equivocado en eso?
-Claro, siempre.
-Pero como soldado disciplinado…
-Asumí.
Ricardo Alfonso Palma Salamanca tenía 21 años cuando asesinó a balazos al senador Jaime Guzmán. Era uno de los cuadros más jóvenes del FPMR pero también de los más fogueados. Dos años antes había iniciado una cadena de ejecuciones a agentes represores de la dictadura que comenzó con Roberto Fuentes Morrison, el Wally, y siguió con Luis Fontaine Manríquez y Víctor Valenzuela Montesinos.
En estos cuatro hechos actuó junto a Emilio, alias de Raúl Escobar Poblete, pero fue Palma quien hizo fama al caer detenido, ser condenado a treinta años y dos cadenas perpetuas y protagonizar en 1996 un cinematográfico escape en helicóptero desde la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago. Desde entonces su paradero es desconocido.
El Negro Palma, como lo llamaban sus amigos, pasó a la historia como el verdugo de emblemáticos violadores a los derechos humanos. Pero principalmente como el autor material más visible de un crimen político que, a diferencia de los otros, generó amplio rechazo y resultó funcional a los intereses contra los cuales el FPMR de esa época decía luchar.
La muerte de Guzmán no sólo enturbió las conclusiones del Informe Rettig, dadas a conocer tres semanas antes, sino que fortaleció a los sectores más duros de la derecha y al propio general Pinochet, que ostentaba la jefatura del Ejército y una importante cuota de poder político. Esa contradicción se agudizó seis meses después con el secuestro del hijo del dueño de El Mercurio, Cristián Edwards, del cual Palma tomó parte.
De ese hecho también se hizo cargo ante la policía. De ese y muchos otros que parten a mediados de los ochenta, cuando era estudiante secundario y estuvo expuesto a la muerte y tortura de familiares y cercanos. Absorbió la violencia de esos años y terminó convertido en el verdugo de la transición. Un título ingrato, duro, más aún considerando que su personalidad no se correspondía con el papel que le tocó desempeñar.
Aunque tenía un arrojo admirable, a toda prueba, era un muchacho cariñoso y sensible. Incluso vulnerable. Por ello, contraviniendo normas elementales de la subversión, nunca dejó la casa de sus padres y siguió frecuentando a sus amigos de siempre, en quienes buscaba refugio y complicidad.
Una noche de marzo de 1985, en víspera del comienzo del año escolar, Ricardo Palma protagonizó la primera acción subversiva de envergadura. Acompañado por Camilo y Luciano, amigos y vecinos suyos en Ñuñoa, llegó de madrugada hasta el Liceo 9 de esa comuna para instalar una carga explosiva. Al día siguiente en ese lugar daría un discurso el ministro de Educación. Instalaron la bomba al interior del recinto y esperaron a unas cuadras la detonación, pero eso no ocurrió a la hora programada. Entonces, contraviniendo las normas de seguridad, pues ponía en riesgo su vida, Palma se ofreció para volver a entrar al liceo y averiguar lo que había ocurrido: un simple desperfecto técnico que reparó en el tiempo justo para alcanzar a escapar antes de la explosión. Tenía 16 años y usaba la chapa de Marcos.
-El Negro era intrépido, desde un comienzo fue así, arrojado. Tenía destreza física y era de los que siempre hacían más de lo que le pedían –dice Camilo.
Camilo, que es dueño de una cadena de restaurantes, recuerda la fecha exacta en que Palma ingresó a las Unidades de Combate de las Juventudes Comunistas: 6 de enero de 1985. Ese día fue el funeral de Matilde Urrutia y a Palma le correspondió marchar con Camilo delante del carro fúnebre. Ambos blandían dos banderas, una chilena y otra del Partido Comunista, y debían estar atentos a las provocaciones de la fuerza pública.
Marcos, Camilo y Luciano formaban parte de la misma unidad y eran inseparables. Tan inseparables que la primera y única vez que Palma cayó detenido en dictadura andaba junto a sus dos amigos. Era la víspera del terremoto de 1985 y fueron sorprendidos consumiendo alcohol en la vía pública. Participaban del movimiento de estudiantes secundarios y eran habituales a protestas y tomas de liceos en las que combatían con lo que tenían más a mano: piedras, barricadas, bombas molotov. También eran habituales a fiestas, conciertos y guitarreos, no así a quejumbrosas peñas folclóricas en las que abundaban las canciones soñolientas y los discursos solemnes y martirizantes.
En esas y otras cosas los tres se distinguían del militante promedio de la izquierda chilena de la época.
Palma viene de una familia de filiación comunista. Sus padres fueron activos militantes durante la Unidad Popular y siguieron siéndolo en dictadura. Ella más que él. Mirna y Ricardo eran profesores de Educación Física, aunque él siguió la carrera de policía en Investigaciones al tiempo que dirigía el ballet folclórico Pucará. Tras el golpe de Estado la casa de la familia Palma Salamanca fue allanada por militares y ambos perdieron sus trabajos y pasaron por serias dificultades para mantener a sus tres hijos.
Seis y cinco años mayores que el Negro, Marcela y Andrea destacaron como dirigentes universitarias desde fines de los setenta. Una estudiaba Filosofía en la Universidad Católica y la otra Pedagogía en la Chile. Las dos serían detenidas y torturadas en distintas épocas por la Central Nacional de Informaciones, CNI. Una en 1982 y la otra cuatro años después.
-No es algo de lo que se hablara en la familia, tampoco algo que hayamos alcanzado a hablar con el Negro, pero claramente fueron situaciones que le causaron mucho dolor –dice Marcela Palma, recordando que al momento en que fue detenida por la CNI su hermano tenía 13 años:
-Yo recuerdo haber regresado a casa tras ser liberada y ver al Ricardo mirándome con una cara de pena, como diciendo Pucha, qué te hicieron, por qué yo no estaba ahí para defenderte. Creo que a partir de esas situaciones absorbió mucha impotencia y vio amenazada su familia, que era el lugar seguro para él.
Sus hermanas fueron un factor decisivo en el camino que tomó. Tanto para impulsarlo como para frenarlo. A mediados de la década ya estaba preparado para ingresar a las filas del FPMR. Pero como para entonces ellas seguían teniendo fuertes vínculos con las Juventudes Comunistas y eran figuras públicas en política, su amigo Luciano dice que Ricardo -muy a su pesar- se vio obligado a retrasar su ingreso formal al FPMR.
Condiciones tenía. También ganas, vocación. Su hermana Marcela cuenta que de niño, cuando le preguntaban qué quería ser cuando grande, él decía militar.
Luciano recuerda el primer curso de instrucción militar en el que participó con Ricardo Palma. Un viejo militante al que llamaban Don Chuma por su parecido físico con el personaje de Condorito, los condujo hasta una parcela de Curacaví. Junto a otros estudiantes secundarios aprendieron aspectos básicos en el manejo de armas y explosivos. Muy básicos, porque únicamente contaban con una pistola de palo y otra verdadera que no era más que una reliquia. Pero lo importante de ese curso fue que Don Chuma reparó en los jóvenes con mayores condiciones para ingresar al FPMR. No podía elegir a Marcos pero sí a Luciano, que desde entonces pasó a un “nivel superior de lucha” en el que habitualmente contó con la ayuda y complicidad de su amigo y vecino.
-Vivíamos muy cerca, a tres cuadras, y mis hermanos eran amigos de sus hermanas. Entonces no teníamos secretos con el Negro. Una vez, en el pasaje de su casa, me ayudó a blindar una camioneta que luego usamos con mi grupo en una acción de hostigamiento contra un cuartel de la CNI en Ñuñoa. Él todavía no participaba de esas cosas, no podía, pero tenía muchas ganas y condiciones –dice Luciano.
En paralelo a las actividades subversivas con los amigos del barrio, Palma participaba en la célula de las Juventudes Comunistas del Colegio Latinoamericano. Según recuerda uno de sus antiguos compañeros de curso, ahí no destacaba precisamente por su oratoria y capacidad de análisis político:
-El Negro más bien era tímido, callado, y no se tomaba muy en serio esas reuniones. No le interesaban. Él era un tipo de acción, de los que iban al choque. Destacaba por eso y por el tremendo éxito que tenía con las mujeres. Esa es la verdad. En el colegio había muchas minas que andaban locas por el Negro Palma.
Al igual que su familia, el Colegio Latinoamericano resultó decisivo en el derrotero que tomó a partir de la segunda mitad de los ochenta. Más aún considerando que en ese colegio asistió al secuestro de dos de los tres profesionales comunistas que resultarán degollados en marzo de 1985. Ese hecho lo marcó profundamente. Pero más lo marcó lo ocurrido en noviembre de ese mismo año, cuando su amigo Luciano cayó en manos de la CNI.
Quienes pudieron ver a Luciano en los días posteriores a su detención lo recuerdan en un estado calamitoso. Apenas podía hablar y mantenerse en pie. Luciano sabe que su tránsito por la tortura provocó un enorme dolor en el Negro Palma. Por terceros supo que su amigo lloró y salió a disparar balazos al aire. Y hoy supone que ese dolor, que no tardó en transformarse en cólera, apuró su ingreso definitivo al FPMR.
Ricardo Palma se tomó muy en serio su carrera subversiva. Más en serio que su carrera de fotógrafo, que siguió en el Instituto Arcos tras salir del colegio en 1986. Ese año, que para el Partido Comunista sería el decisivo para la caída de la dictadura, participó en las primeras acciones armadas. Tenía condiciones y el perfil apropiado para hacer carrera y ser enviado a un curso de preparación militar en Cuba. Estuvo muy cerca de eso, pero un inconveniente de última hora, que algunos adjudican a una falta a la disciplina, lo dejó en Chile. El hecho afectó seriamente su ánimo y retrasó su ascenso en la organización.
Tampoco eran buenos tiempos. El año decisivo terminó con duros golpes políticos y policiales al FPMR que derivaron en su división del Partido Comunista. Él se quedó en la fracción Autónoma, que intensificará la lucha armada desde fines de 1988.
Es en esta etapa donde la figura del Palma Salamanca comienza a tomar relevancia. En octubre de ese año participa de una de las cuatro acciones armadas con que el FPMR-A da la partida a la Guerra Patriótica Nacional, que supone un enfrentamiento frontal y permanente con el Estado. Un año después es uno de los designados para ejecutar a Roberto Fuentes Morrison, el primero de una lista de represores que la organización condena a muerte.
En opinión de Vìctor, uno de sus compañeros de colegio, la decisión de Palma de volcarse de lleno a la actividad subversiva está impulsada en parte por una necesidad de destacar entre sus pares. Por no quedarse atrás. Varios de sus amigos estudian carreras universitarias y él, que tiene un título de fotógrafo que ejercita poco y nada, apuesta por distinguirse en su área.
-Él viene de un entorno intelectualoso, marcado por el debate político, donde no tiene mucho que decir. Es callado y tímido. No tiene pasta de líder. Entonces, mi sensación es que para subsanar eso se mete de lleno en el Frente y apuesta a posicionarse en ese lugar –opina Víctor.
Lara, una de sus amigas más cercanas, rebate ese juicio. Dice que su amigo cree sinceramente que el FPMR es el mejor camino para provocar un cambio político y social y se la juega por ello. Dice que era la opción de muchos en esos días.
Cuando se formaba parte de un grupo subversivo como el FPMR, la vida ya no era más la que era antes. Además de relacionarse a diario con el miedo y la muerte, había que abandonar familia y amigos y pasar a la clandestinidad. Esa regla elemental de supervivencia para cualquier organización subversiva jamás fue atendida por Ricardo Palma.
Marcela Palma dice que su hermano tenía un vínculo muy estrecho con su familia, especialmente con su madre y sus hermanas. Era el lugar donde se sentía seguro y acogido. También donde encontraba complicidad. En ese entendido su vida en el FPMR era prestada, dice ella:
-Él nunca quiso, nunca pudo desvincularse de su familia. En momentos críticos siempre recurría a nosotros.
Algo similar ocurría con sus amigos. Los más cercanos, especialmente los que mantuvo del Latinoamericano, intuían sus pasos. Sabían que andaba en cosas raras pero jamás le preguntaban. Había una complicidad mutua que partía por la amistad antes que por la política. Por eso le prestaban apoyo, lo amparaban, le seguían el juego. En una ocasión, cuando anunció que partía de viaje a París a visitar a una tía, le celebraron una fiesta de despedida y al día siguiente lo fueron a dejar al terminal de buses porque, según dijo, su vuelo partía desde Buenos Aires. Le creyeron la primera vez. Quizás la segunda. Pero cuando esas historias cayeron en contradicciones, o se estrellaron con el sentido común, las aceptaron sin más como cuentos del Negro.
El Negro era querido entre sus amigos. Aún lo es. Había nacido bajo el signo Cáncer y respondía a esas características: afectivo, sensible, llorón, introvertido, hogareño. Los Cáncer buscan protección, seguridad, algo que difícilmente encontraba en el FPMR. Por eso, como dice su amiga Lara, “aunque el Frente también era su vida, siempre volvía a nosotros porque necesitaba de esos afectos”.
Necesitaba de esos afectos pero también de la complicidad. A veces, para ufanarse de un revólver. Para que lo sacaran de un apuro. Para sugerir lo que haría. Eso último fue lo que ocurrió en mayo de 1990, cuando le pidió a una amiga que lo acompañara a comprar unos zapatos colegiales a una tienda Bata. El solía usar zapatillas, rara vez zapatos. Pero al día siguiente, cuando dos jóvenes disfrazados de escolares acertaron 18 tiros al cuerpo del coronel de Carabineros Luis Fontaine Manríquez, responsable de la muerte por degüello de tres profesionales comunistas, dos de los cuales estaban vinculados al colegio Latinoamericano, ella entendió sin necesidad de preguntar.
Aunque no estaba de acuerdo, Ricardo Palma aceptó participar del atentado a Jaime Guzmán con una condicionante. No dispararía. Su papel sería únicamente de contención, de modo de cubrirle las espaldas a Emilio. Este dispararía mientras el senador bajaba las escaleras del Campus Oriente tras terminar sus clases de Derecho Constitucional. El relato que Palma dio al subcomisario Barraza es explícito al respecto:
-Emilio me dijo que eso estaba acordado y que se iba a hacer así. Bueno, le dije, pero yo no quiero tener una participación directa en eso. No, me dijo, si yo soy el encargado. Tú me cubrís las espaldas. Ese era mi papel.
Si la intención era atenuar su responsabilidad ante la justicia, Palma no hubiera dicho a continuación que igualmente, aunque no pensaba disparar, terminó haciéndolo ante un cambio de planes de última hora. Ese 1 de abril de 1991, sospechando de la presencia de ambos jóvenes en las escaleras, Guzmán dio media vuelta y llegó a su auto por otro camino. Fue entonces que los dos pistoleros corrieron a la salida y en una luz roja, frente al Campus Oriente, se encontraron de frente con el objetivo a bordo del auto. Ante el riesgo de que escapara, en una decisión instintiva, Palma descargó su arma contra el senador. Lo propio hizo Emilio.
Al huir no se fue a una casa de seguridad como dictaba la norma. En Plaza Ñuñoa, a pocas cuadras del Campus Oriente, se separó de Emilio y visitó a uno de sus amigos del colegio que no tenía ningún vínculo con el FPMR. Su amigo ya estaba alertado de que llegaría a esas horas. Pero en ningún caso de lo que haría. Lo supo unos minutos después de que lo vio entrar, jadeante y tembloroso, cuando la noticia comenzó a ser difundida por los medios.
-Venía pálido, muy nervioso, pero no me comentó ninguna cosa ni yo le pregunté lo que era evidente. Se cambió de ropa, vimos juntos las noticias y al rato se fue –dice su amigo.
Al atardecer llegó a casa de su padre, donde estaba viviendo en esa época. Allá se lo encontró su hermana mayor.
Recuerda Marcela que Ricardo estaba “plano, neutro, sin manifestar ninguna emoción”. La televisión estaba encendida y los noticieros no hablaban de otra cosa que del asesinato del senador. Ricardo miraba la televisión y se frotaba las manos entre las piernas. Ese gesto, que se manifestó desde pequeño en él, significaba que estaba nervioso. Lo estaba pero no decía nada. Nadie hablaba en esa casa. Ricardo escuchó las noticias y al rato se paró y fue a encerrarse a su pieza.
Entonces Marcela partió detrás, lo abrazó y lloraron juntos, sin despegarse, por un buen rato.
*Con la colaboración del estudiante en práctica Gabriel Álvarez López