Fuego Cruzado: Las víctimas atrapadas en la guerra del narco
22.02.2011
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22.02.2011
En una guerra siempre hay tres bandos: los buenos y los malos que se enfrentan (suele ser difícil diferenciarlos) y los otros. En este libro, la periodista mexicana Marcela Turati habla de estos últimos. De los que no quieren estar en el frente de batalla, pero que de todos modos están allí. De los muertos sin identidad, de los jóvenes que no quieren matar, de los niños que se cruzaron en el camino de una bala. En medio del boom por el narco en el mercado editorial de México, lo de Turati hace algo que desde hace mucho hacía falta: darle rostro a las víctimas.
Desde hace cuatro años, México está en guerra. Y como en toda guerra, los muertos se cuentan por miles. En los diarios del mundo se esparcen noticias que vienen de ese país y que hablan de drogas, balaceras, decapitados, fosas comunes. Y los caídos siguen sumando. Son niños, jóvenes, ancianos; hombres y mujeres. Todos resignados a la violencia, intimidados por matones o víctimas del discurso oficial que celebra que se maten entre ellos, que su destino es su responsabilidad. Todos esos muertos están condenados a ser sólo una cifra más en la creciente estadística. El contador ya supera los 30 mil.
Así como la inseguridad y el miedo van creciendo, también aumentan las publicaciones que se refieren al tema. Es cosa de entrar a cualquier librería mexicana para darse cuenta. Varias versiones sobre la vida de algún narcotraficante famoso o infame en las vitrinas; diferentes análisis de por qué el Estado ha fracasado en su intento por controlar los cárteles arriba del mesón; historias de traición, dinero y corrupción en los estantes; y novelas de una realidad que ya de por sí parece ficción en el mostrador. Narco por aquí, narco por allá. Y entre tanto bombardeo de libros sobre el tema, Fuego Cruzado: Las víctimas atrapadas en la guerra del narco, el primero de la periodista Marcela Turati (aunque es coautora de otros dos), puede resultar una ventana de aire fresco. Incluye –porque es imposible no hacerlo– un poco de todo lo anterior, pero su foco no son los tipos de las pistolas ni los de cuello y corbata en cargos importantes. Para ella, lo esencial son las víctimas. Los que apenas tienen que ver con esa guerra y les tocó vivir en medio de esas balaceras, ser vecinos de esos decapitados o habitar muy cerca –demasiado– de esas fosas comunes.
Turati sabe bien de todo aquello. Desde hace mucho que ha estado investigando para la revista Proceso el desarrollo de esta guerra en las zonas más conflictivas de México. Y durante un año siguió las distintas historias que comprende este libro.
En la presentación, la autora dice que el proyecto “nació de la urgencia por dejar constancia de los efectos de la guerra que desde hace cuatro años ocurre en México, y para rebelarme a que los violentos acaparen los espacios en los medios de comunicación y a sus víctimas se les trate como invisibles”. Entonces, entre los protagonistas de los 12 capítulos no están ni el Chapo Guzmán ni los Beltrán Leyva ni los Zeta ni los militares ni el gobierno. Ellos son parte de la historia, del oscuro entramado que da pie a que estos relatos se puedan contar.
En cambio, las voces que configuran la historia que presenta Turati vienen de los muertos que quedaron ocultos en fosas, de los colectivos de huérfanos, viudas y lisiados por la violencia, de jóvenes que escaparon a centros para no tener que matarse entre sí, de los padres de hijos baleados, de las madres de otros que fueron levantados, de los periodistas que pelean entre colegas y medios silenciados, de los hombres que plantan la amapola y de los niños atrapados en el campo de batalla. Pero Turati no se queda sólo con las voces y testimonios. Ella las escucha, la junta y las mezcla con datos, cifras, estadísticas y fuentes oficiales y no oficiales. Con este libro, las víctimas de las que todos hablan –sin hablar precisamente de ellas– dejan de ser sólo números. Siguen estando condenados, pero se rescata su identidad.