La historia íntima de la conflictiva familia de Pilar Pérez
04.01.2011
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04.01.2011
Humberto Díaz Cabello escuchó a la empleada que acusaba a su patrón de propasarse con ella y se indignó. Era 1974. Díaz tenía 26 años y recién se instalaba como fiscalizador en la Dirección del Trabajo. Había simpatizado con el Frente de Estudiantes Revolucionarios y fue dirigente del Pedagógico hasta el golpe de 1973. Y, aunque mantenía bajo reserva su tendencia en el nuevo empleo, sus ideas lo hacían encarar con entusiasmo la defensa de los derechos laborales. Por eso, más se enojó cuando sus colegas le dijeron que no era primera vez que oían esa queja de las empleadas de “ese español que se las traía”.
Ese español era el dueño de una conocida panadería de Providencia, en la esquina de Seminario con Rancagua: José Pérez Pérez, natural de Chaguasozo, provincia de Ourense, Galicia.
-Partí a hacer una conciliación. Él pagó todo lo que correspondía y me pareció una persona afable. Ya tenía 62 años y me pregunté por qué tenía esa conducta con sus empleadas -cuenta Díaz.
Poco después, Pérez pasó a la oficina de Díaz a formular algunas consultas. “Se hizo un asiduo”, recuerda. Con el tiempo, se dio cuenta de que el empresario era un hombre “increíblemente solo” y que buscaba excusas para entablar conversación con él, aunque los separaban 36 años. De a poco fueron construyendo una férrea amistad que se extendió por un cuarto de siglo, hasta la muerte del panadero, en 1999.
Intrigado por las conductas de las que lo acusaban sus empleadas, Díaz le preguntó directamente por qué se comportaba así. José Pérez le confidenció que desde hacía muchos años su mujer, Aurelia López Castaño, lo rechazaba. Tenían una diferencia de casi 20 años y ella, en esa época, recién rondaba los 40. Era una mujer, al decir de sus vecinos y de miembros de la colonia española, “distinguida y atractiva”. También de carácter.
Díaz recuerda que José Pérez le contaba que su esposa lo controlaba hasta en los más mínimos detalles, que le impedía visitar a su hermano Emilio -también afincado en Chile- y que le quitó todo poder sobre el negocio al instalar a su yerno, Agustín Molina, como administrador. También refiere el duro trato que tanto la suegra del panadero como su esposa le dispensaban a la hermana de José Pérez, María, quien había viajado desde España para ayudarlo y terminó convertida en “nana” de la casa.
La versión de Díaz sintoniza con las declaraciones que ha hecho la arquitecto María del Pilar Pérez López (58), la hija mayor de José Pérez, conocida como “La Quintrala” después de que en 2008 fuera imputada por el asesinato del joven Diego Schmidt-Hebbel y por el homicidio de su ex esposo Francisco Zamorano, ajusticiado junto a su nueva pareja, Héctor Arévalo (ver recuadro).
Desde la muerte de Schmidt-Hebbel se han conocido impactantes testimonios de la violencia y el odio con que Pilar Pérez se relacionaba con el resto de su familia, al punto que hasta su madre y sus hijos declararon en su contra en el juicio (ver reportaje de Revista El Sábado). Se ha consolidado la imagen de una mujer que atormentó a sus familiares para apoderarse de todos los bienes que dejó su padre, al punto de planificar la ejecución de sus parientes. CIPER rastreó el origen y los conflictos de la familia y descubrió una historia que no exculpa a Pilar Pérez de los crímenes que se le imputan, pero que apunta a que la hija mayor del empresario no fue la única fuente de los conflictos familiares y que los Pérez López eran un núcleo profundamente disociado por disputas, casi siempre atizadas por la codicia, cuyas huellas datan desde los años 50.
El relato que hizo Pilar Pérez al siquiatra del Servicio Médico Legal, Rodrigo Dresdner, sobre el origen de su rencor hacia sus familiares, va en esa dirección. Así lo testificó ese perito en el juicio:
-Describe un cuadro familiar altamente disfuncional. Describe dos bandos dentro de la familia. Retrata a una madre dominante, autoritaria, en confrontación con el padre, a quien maltrataba sicológicamente. Describe a un padre de bajo perfil, periférico, disminuido, frente a un bloque constituido por su madre, su abuela materna y sus hermanas Gloria y Magdalena. Cuenta de un padre que se pasaba la mayor parte del tiempo en la panadería trabajando, aislado del resto de la familia.
A fines de los años 20 y antes del inicio de la Guerra Civil española, decenas de jóvenes gallegos se embarcaron en dirección a América para evitar el servicio militar. Los reclutas eran enviados a defender las posesiones de España en el norte de África:
-Los mandaban a pelear con los moros y de ahí no volvía ninguno -corrobora Alfredo Sierra (75), propietario de una panadería en el paradero 18 de Santa Rosa, quien conoció a la familia Pérez en Chaguazoso.
Humberto Díaz dice que José le contaba que dejó España cuando aún no cumplía los 18 años -nació el 29 de noviembre de 1912- y que su familia vendió propiedades para pagar su pasaje en barco. Sus dos hermanos mayores, Emilio y Ceferino, ya estaban en Santiago.
Emilio trabajaba en el molino La Estampa, cuyo dueño, el español Manuel González Diéguez, no mezquinaba empleo a sus paisanos. José le contó a Díaz que partió en el mismo molino, a cargo de las caballerizas de los carretones repartidores de harina. Emilio y José escalaron hasta que les encargaron la administración de panaderías. Ceferino, en cambio, siempre fue un repartidor de pan que vivió en la pobreza.
Francisco González Olave, nieto del fundador de La Estampa, confirma el paso de José Pérez por la empresa:
-En la familia siempre conversamos sobre miembros de la colonia que empezaron en el molino y que después les fue muy bien. Don José administró una panadería en Malloco. Era muy trabajador, muy serio.
Según el relato de Díaz Cabello, Manuel González le confió inicialmente el local de Malloco a Emilio, quien ahorró y terminó abriendo su propia panadería en Talagante, donde se casó con una chilena y no tuvo hijos. Cuando dejó Malloco, la posta la tomó José.
-Don José contaba que en Malloco hizo una innovación que le permitió al molino ganar mucho dinero. Cambió las ruedas de las carretas repartidoras, que eran de aro metálico, por neumáticos. Los caballos estaban más descansados y abarcaban un área más amplia.
José Pérez le relató a Humberto Díaz que después lo pusieron a cargo de una panadería en calle Herrera, en el barrio de San Pablo y Matucana. El dueño del molino le dijo que los antiguos propietarios le debían 10 millones de pesos de la época y le propuso que trabajara hasta sanear el negocio, para venderlo después. Lo que consiguiera en la venta por sobre los 10 millones, se repartiría en partes iguales entre el molino y Pérez.
-Se hizo grandes ilusiones y trabajó mucho. Al cabo de unos años tuvo una oferta para vender la panadería por 18 millones. Cuando fue a cobrar sus cuatro millones, el hijo de Manuel González se los negó. Lo sintió como una humillación y renunció -recuerda Díaz.
El siguiente paso de José Pérez lo instalaría en Seminario con Rancagua, la esquina donde pasó casi dos tercios de su vida. Aunque los antiguos vecinos del barrio dicen que la panadería la abrieron los suegros de don José y que él llegó como un simple repartidor de pan que conquistó a la hija de los dueños, la versión de Díaz es otra.
-Él decía que contaba con el dinero que no le pagaron en el molino para asociarse con su futuro suegro. Se iba a casar con Aurelia López Castaño. Ella era una adolescente y don José ya iba para los 40. Los López Castaño venían de Argentina, pero eran conocidos de don José desde España y casi de una misma edad con él. El matrimonio se arregló y se comprometieron a hacer una sociedad 50 y 50 entre el suegro y don José para instalar una panadería.
El matrimonio civil se efectuó en la comuna de Independencia, al mediodía del 25 de octubre de 1947. De acuerdo con el certificado del enlace, ella tenía 17 años y él casi 36. La ceremonia religiosa se realizó en la iglesia de los carmelitas descalzos, en Borgoño con Independencia. El padrino fue Manuel Domínguez Diéguez, quien recuerda que cumplió ese rol a petición de su madre, emparentada con los Castaño, y que pasó un par de episodios incómodos porque a la salida de la iglesia lo confundieron con el novio, pues tenía 24 años y cuadraba mejor como pareja de la joven Aurelia.
Al final, dice Humberto Díaz, José Pérez no contó con todo el dinero que comprometió ante su suegro: “Su ingreso a la familia fue desfavorable para él. La sociedad se hizo 70 y 30 y él se convirtió en una especie de empleado con obligaciones y sin derecho a sueldo”. Al poco tiempo de instalado en Chile el suegro falleció. El timón de la sociedad quedó en manos de la suegra, María Castaño.
-Era una mujer de carácter -recuerda el panadero español Alfredo Sierra, quien en su juventud visitó la casa de los Pérez López.
Los vecinos con más años en el barrio Seminario -que prefieren la reserva de sus nombres-, aseguran que la suegra era la que llevaba las riendas y que impartía órdenes o desautorizaba a su yerno como si éste hubiese sido un empleado más.
La panadería se instaló en la esquina norponiente de Seminario con Rancagua, en un edificio de tres pisos con subterráneo, signado con el 97 al 99 de Seminario, que arrendaron a una familia italiana. Abajo se dispuso la amasandería y los hornos. En la primera planta, la sala de ventas. En el segundo piso, las oficinas. Y en el nivel superior, la casa familiar, a la que se accedía por la puerta y escalera de Seminario 97, la misma a cuyos pies se desangraría el economista Diego Schmidt-Hebbel seis décadas después.
José Pérez relataba a Humberto Díaz que a la muerte de su suegro se instaló un matriarcado.
-No se movía una hoja sin que la suegra lo supiera. Ella decidía cuándo y dónde se tomaban vacaciones, en qué momento la familia viajaba a España. Normalmente iba con su hija y sus nietas, y él se quedaba trabajando. Desde las 06:00 hasta las 10 de la noche vivía en la panadería. En el segundo piso tenía un living donde descansaba, ahí estaba su oficina. Lo llamaban a almorzar al tercer piso cuando ya habían comido todos y almorzaba solo -cuenta Díaz, quien compartió varias de esas jornadas con su amigo.
Con los años, el mando del núcleo familiar recaería en Aurelia. “Era una mujer interesante, con un tono argentino, autoritario. Don José le tenía mucho respeto”, cuenta un viejo comerciante del sector. Un miembro de la colonia española que fue proveedor de la panadería recuerda a José Pérez como un hombre muy trabajador, pero que “no se ponía los pantalones en la casa. A veces su mujer lo desautorizaba en medio de las negociaciones, en público, en el mesón, y él agachaba el moño”.
Su sobrino Guillermo Pérez, hijo de su hermano Ceferino, dice que éste varias veces visitó a José, pero que su esposa jamás lo dejó pasar a la casa: “Lo atendían en el mesón”. Él considera que su tío era buena persona, pero que su mujer no aceptaba a sus familiares y él temía contrariarla:
-Una vez a mi papá lo asaltaron y golpearon. Mi tío vino a verlo hasta que se recuperó. Le traía leche y galletas, cosas de la panadería. Ahí vio la miseria en que vivíamos en el zanjón de la Aguada, detrás de un criadero de chanchos. En otra ocasión, un hermano mío pasó por la panadería y quiso conocer al tío. Se alegró mucho, lo abrazó. Su esposa estaba en la caja y él le dijo: “Mira, ha venido mi sobrino a conocernos”. Pero ella ni lo miró.
Humberto Díaz relata que suegra y esposa le tenían prohibido a José Pérez visitar a su otro hermano, Emilio. Pero un día se “escapó” a verlo, a Talagante, y le pidió a Díaz que le cubriera las espaldas:
– A don Emilio lo conocí por 1985. Salimos a escondidas a visitarlo con la excusa de que íbamos al estadio a ver a la Unión Española. Lo estaba esperando con un cabrito al horno, porque a don José le gustaba la buena mesa pero se la tenían prohibida. Escuchamos el partido por radio, por si nos preguntaban el resultado. A mí me gusta la “U”, pero para que lo acompañara al estadio me hizo socio de Unión. Fuimos a ver partidos hasta a Rancagua, Viña y Melipilla.
No sería ese el único secreto que compartirían. María, la hermana que oficiaba de “nana”, terminó en una casa de reposo. José Pérez le contó a Díaz que no podía visitarla para no contrariar a su esposa y le pidió que fuera en su nombre a verla:
– Estaba bien atendida, pero sicológicamente destruida. Se movilizaba en silla de ruedas, pero su cabeza funcionaba bien y compartía con personas con alzheimer, seniles. Un día, llorando, me dice: “Lo único que quiero es morirme porque no soporto estar con mi cabeza buena con todo lo que tengo que ver acá, donde estoy de limosna y mi hermano no me puede venir a ver”.
José Pérez quería comprar el inmueble de la panadería, pero no le querían vender. Para presionar a los propietarios adquirió la esquina nororiente de Seminario con Rancagua, justo al frente del negocio, compra registrada en el Conservador de Bienes con fecha 16 de diciembre de 1950. Y anunció que se instalaría ahí si no le vendían. Bajo esa amenaza, logró adquirir la panadería el 9 de febrero de 1952. (ver cuadro interactivo)
En la nueva propiedad comenzó a construir un edificio de cuatro pisos con locales en la planta baja, departamentos en los pisos superiores y dos entradas: Seminario 96 y Seminario 98. En total, nueve locales y 15 departamentos. “A algunos locatarios les arrendaba por un porcentaje de las ventas, lo que los obligaba a trabajar más. Fue la primera vez que yo supe de ese sistema”, cuenta un vecino.
Ceferino sospechaba que el edificio se había construido con dineros provenientes de la herencia de los Pérez en España. Creía que su hermano y su esposa habían liquidado parte de las propiedades que su familia tenía en Chaguazoso a espaldas de él, de Emilio y de María.
Por lo menos en tres ocasiones, recuerda Guillermo Pérez, su papá fue a hablar con su tío José por la herencia:
-La primera vez, se comprometió a buscar un arreglo para repartir la herencia entre todos los hermanos y quedó de avisarle, pero no pasó nada. Lo mismo ocurrió la segunda vez. A la tercera, estaban conversando en el mesón de la panadería y salió la mujer de mi tío y echó a mi papá a la calle. Ahí mi padre la empapeló a garabatos.
Ceferino murió pensando que fue engañado por su hermano y su cuñada. “Cuando mi papá estaba agonizando, le avisamos a mi tío que si quería verlo por última vez tenía que venir urgente. Pero no vino. Y al funeral mandó un empleado con flores”, cuenta Guillermo.
Alfredo Sierra corrobora que los Pérez tenían varias propiedades en Chaguazoso: una casa “muy cómoda” en el pueblo, algunos prados para criar ganado y tierras para cultivo. No sabe qué pasó con la herencia ni si parte del patrimonio fue vendido por José y su esposa. Pero asegura que la última vez que viajó, en 1985, constató que había propiedades que seguían en manos del único hijo de Josefa, otra hermana de José, Emilio, Ceferino y María.
-Doña Josefa era la mejor cocinera del pueblo y preparaba las comidas para las fiestas. Ella murió y también su hijo, que fue mi amigo -cuenta Sierra, que confirma que la familia Pérez se extinguió en Chaguazoso, pero que aún quedan propiedades allá.
En 1968 José Pérez y Aurelia López adquirieron la casa de Seminario 95, contigua a la panadería. Dos años después iniciaron una espiral de ventas. Durante el periodo de la Unidad Popular el negocio marchó mal y José Pérez tuvo miedo de las expropiaciones, según le contó a Díaz. De acuerdo con los registros del Conservador de Bienes, entre 1970 y 1973 la familia vendió seis de los nueve departamentos de Seminario 98, dos de los seis departamentos de Seminario 96 y dos locales.
En febrero de 1972, José Pérez y Aurelia López liquidaron su sociedad conyugal y separaron bienes. Ella quedó en poder del inmueble de la panadería y la casa familiar, tres departamentos y dos locales. Su marido se quedó con la casa de Seminario 95, tres departamentos y tres locales. Al mes siguiente, inscribieron la sociedad comercial Panadería Seminario Limitada, en la que cada uno aportaba el 50% del capital.
A pesar de su aversión a la Unidad Popular, una vez instalado el gobierno militar José Pérez colaboró con el Comité Pro Paz, que daría origen a la Vicaría de la Solidaridad. Lo hizo a petición de su amigo Díaz: “Don José admiraba a Franco, pero cuando le solicité algunos canastos de pan sobrante, lo hizo de buen agrado. Me incluía piezas de cecinas y pasteles del día anterior, para distribuirlos a niños que perdieron a sus padres”.
La predilección de José por su hija Pilar era evidente. Él mismo se lo reconoció en distintas ocasiones a Humberto Díaz, argumentando que desde la adolescencia y a diferencia de sus hermanas, se rebelaba frente a su abuela y su madre:
-Pilar no aceptaba el trato de la abuela y la enfrentaba, cosa a la que don José no se atrevía. Ella era como la intérprete de don José para hacerle ver a su suegra su disconformidad. Él me comentó su preferencia por Pilar en términos de que era como el hijo varón que no tuvo. Y también cifró esperanzas en el esposo de ella, Francisco Zamorano, pensando que iba a ser su sucesor en la panadería y que con Pilar tomarían el mando. Pero se vio frustrado cuando supo que Zamorano era gay y su hija se separó.
En 1980 se sumó a la familia Agustín Molina, quien se casó con la hija menor, Gloria.
El yerno se transformó en un dolor de cabeza para Pilar Pérez, que ante sus vecinos lo acusaba de aprovecharse de la pequeña fortuna acumulada por el panadero durante toda su vida. Rápidamente se instaló como el hombre fuerte del bando contrario -su suegra, su esposa y su cuñada Magdalena-, liderando desde entonces las peleas por el manejo de las platas.
Molina había sido recepcionista en un hotel de Madrid en el que se alojó la familia durante un viaje. Pololeo con Gloria Pérez por carta y luego él viajó a concretar el enlace. Los vecinos dicen que el mismo José lo entusiasmó para quedarse, porque no quería que su hija se radicara en España.
-Después que Agustín se casó con Gloria, su suegra decidió ponerlo por sobre don José. Desde entonces, la labor de don José no tuvo que ver con los dineros. Agustín bajaba todos los días a retirar lo que había en caja y se iba al banco -señala Díaz.
Antes de la llegada de Molina, Pilar Pérez ayudaba a su padre con el manejo administrativo y lo convenció de modernizar el negocio de los arriendos, por lo que en 1985 crearon una inmobiliaria. En esa sociedad, crucial para definir posteriormente el reparto de la herencia, José Pérez quedó con cerca de un 47%, su esposa con idéntico porcentaje y las tres hijas con aproximadamente 2% cada una. Pilar, la mayor, estaba tomando el timón del negocio, cuenta Díaz, y resintió el rol que comenzó a jugar Molina.
Ella misma se lo relató al siquiatra Rodrigo Dresdner, quien lo describió así al tribunal:
-Frente a este cuadro, ella se acerca al padre, lo acompaña y lo apoya. Pasaba periodos en la panadería ayudándolo (…). Descalifica a sus hermanas por llevarle el amén a la madre y señala que ella es la única que se atreve a enfrentarla, a cuestionarla (…). Se va generando una dinámica confrontacional cada vez más aguda. Esto se habría visto agravado con la llegada de su cuñado Agustín Molina. Al respecto, señala que entre su madre y Agustín “se apropiaron de las platas”.
En un reportaje de revista Ya, Molina señaló que él ordenó las cuentas: “(Pilar) empezó a estar más controlada en el flujo de caja y ese era su punto débil. Además, lo que nunca consiguió conmigo fue que sus pataletas vencieran”. El control llegaba hasta sus gastos personales, para fiscalizar que no usara fondos de la panadería. Un comerciante vecino relata que en una ocasión vendió unos productos a Pilar y que Molina se presentó en su local para cerciorarse de cuánto y en qué había gastado su cuñada.
-Don José se refería a Agustín como “el ministro”. Decía “ya va a bajar a buscar la plata el ministro” o “tiene que ir al banco el ministro” -relata Díaz.
Suegra y yerno sospechaban que José Pérez le pasaba plata del negocio a Pilar. Y no estaban equivocados. Díaz fue testigo de aquello en varias ocasiones en que el español lo invitó a tomar desayuno con él en la panadería:
-Entre las seis y las siete de la mañana vendía a la gente que trabajaba en los alrededores, que compraban pan y cecinas para el desayuno. Ese dinero no lo boleteaba y se lo entregaba a Pilar todas las mañanas en un sobre. Ella es arquitecta y ejercía su profesión libremente, pero se quejaba de que no tenía muchos ingresos.
Pilar recompró a su nombre tres departamentos de Seminario 96 que su familia había vendido durante la UP. Dos en 1996 (uno por $25 millones y otro por $17 millones), y uno en 1999 ($25,7 millones), tres meses antes de la muerte de su papá. El resto de la familia intuía que el dinero, o parte de él, se lo había facilitado su padre y que ella se estaba aprovechando de los trastornos seniles que éste comenzó a evidenciar en la segunda mitad de los años 90.
En el juicio, el hijo de Pilar Pérez, Juan José Zamorano, contó que su madre además compró otros dos departamentos nuevos, por un valor que supera las 6.500 UF cada uno (unos $300 millones en total).
El quiebre familiar se agudizó cuando a la muerte de Emilio Pérez, el hermano de José, se supo que le había dejado su propiedad en Talagante a Pilar. Díaz conoció esa historia de primera mano:
-En uno de los viajes que hicimos a Talagante con don José, don Emilio le dijo “oye, yo no tengo heredero y creo que esto debería dejártelo a ti”. Y don José le respondió: “Mira, creo que es mejor que se lo dejemos a Pilar, porque es la más indefensa. Los demás tienen a la madre que los protege”. Yo presencié ese diálogo.
A fines de los 90, José Pérez comenzó a evidenciar síntomas de Alzheimer y dejó de atender la panadería. Los negocios quedaron en manos de Molina y su suegro pasó sus últimos días en el segundo piso, donde lo atendía una enfermera. Pilar Pérez se queja de que a ella no la dejaban visitar a su padre.
El siquiatra Dresdner aportó en el juicio la versión que Pilar Pérez le dio: “Acusa a su familia de, en un momento, prácticamente secuestrar al padre. Se queja de que lo internaron en una clínica siquiátrica sin consultarle y que posteriormente lo relegaron a un piso en la casa donde vivía su hermana Gloria. Afirma que ahí lo mantenían en malas condiciones, aislado, y que debía alimentarse solo en su habitación, mientras el resto se congregaba en el comedor”.
Humberto Díaz visitó varias veces a José Pérez en su lecho de enfermo: “Pilar me llamaba para saber si yo había visto a su padre y en qué estado lo había encontrado. A ella no la dejaban subir”.
En el reportaje de Ya, Gloría Pérez narró que su hermana Pilar se peleó con su madre porque a su juicio no cuidaban bien a su papá:
-Mi mamá un día le dijo: “Si no estás de acuerdo en cómo lo cuido, llévatelo a tu casa”. Y ella le respondió “no es espectáculo para tenerlo en mi casa”, porque mi papá además de Alzheimer tenía psicosis aguda.
José Pérez falleció en diciembre de 1999, a los 87 años. Su familia no sabía que había dejado un testamento. Así lo relató Molina en el juicio: “La madre de Pilar llamó al contador y dijo que quería dejar la parte del papá a sus tres hijas y que quería hablar con su abogado. A la semana Pilar anunció que había un testamento en que la mayoría de las cosas se las dejaba a ella”.
José Pérez dejó a su hija mayor todo lo que podía disponer libremente y redujo al mínimo legal las partes para su cónyuge y sus otras dos hijas. Su “masa hereditaria”, que correspondía a cerca de un 47% de su participación en la sociedad inmobiliaria creada en 1985, se dividió de la siguiente forma: 60% para Pilar, 20% para la madre y 10% para cada hermana.
El siguiente paso era liquidar la sociedad inmobiliaria, para entregarle a cada uno los departamentos y locales que les correspondieran en proporción a su porcentaje. Lo que debía ser un mero trámite tomó casi ocho años. Pilar Pérez declaró a La Tercera que en tres ocasiones sus familiares intentaron impugnar el testamento, pero que no lo lograron porque fue hecho antes de que su padre enfermara.
Uno de los comerciantes que alquila locales a la familia cuenta que quiso comprar la propiedad, pero Agustín Molina le respondió que no se la podía vender: “Me dijo que tenían un lío con la herencia, porque don José le había dejado casi todo a Pilar y que su suegra y Gloria querían aceptar, porque era la voluntad del papá, pero que él las había convencido de que tenían que pelear las propiedades”.
Pero una persona que conoció de cerca las extensas negociaciones asegura que fue Pilar la que retrasó el acuerdo, ya que en varias oportunidades estaban a punto de firmar y ella “pateaba el tablero”. Pilar reclamaba que entre 1999 y 2006 Molina no le había pagado las rentas por las utilidades de la inmobiliaria y exigía que esa deuda se la cancelaran con un departamento más. No obstante, las auditorías que pidió demostraron que en esos años las ganancias de la inmobiliaria costearon pérdidas de la panadería.
-Pilar era socia de la panadería, por lo que también tenía que aportar a esos pagos, así que sus rentas impagas de la inmobiliaria se anulaban. Ella reclamaba que no tenía por qué pagar por la mala gestión de Agustín, pero la auditoría indicó que la panadería venía mal de cuando la administraba don José. Cuando la tomó Agustín tendría que haberla cerrado, pero la señora Aurelia se empecinó en mantenerla. La cerraron en 2003 -dice la misma fuente.
Molina volvió a pagarle a Pilar Pérez sus ingresos por los alquileres de la inmobiliaria y en 2007 esos arriendos reportaban casi $ 3 millones, que se repartían de acuerdo a la participación de cada una de las mujeres en la sociedad: 56,9% para Aurelia López, 30,1% para Pilar Pérez y 6,4% para cada una de las otras hermanas. La división de los bienes de la herencia debía seguir la misma proporción y en eso había acuerdo, pero el problema era que Pilar insistía en que quería recibir su parte sólo en departamentos y no en locales comerciales.
El acuerdo definitivo dividió el patrimonio familiar de la siguiente forma: Aurelia López quedó con el inmueble de Seminario 97 al 99 y tres locales de calle Rancagua; Pilar Pérez obtuvo la casa de Seminario 95 y tres departamentos (que se suman a los tres que adquirió entre 1996 y 1999); Gloria López los locales de Seminario 98A y 98B y Magdalena López los locales de Seminario 96A y 96B.
La inmobiliaria se disolvió mediante una escritura firmada el 24 de octubre de 2008. Diez días después fue asesinado Diego Schmidt-Hebbel. La inscripción de las propiedades en el Conservador de Bienes bajo el dominio de sus nuevas dueñas quedó registrada el 1 de diciembre de 2008, cuando Pilar Pérez cumplía un mes detenida. Ya en la cárcel, la arquitecta traspasó cuatro departamentos a su hija Rocío antes de que fueran embargados, pero fue descubierta y finalmente la joven rescilió el contrato.
Un año después de la muerte del joven economista, el 23 de noviembre de 2009, Aurelia López Castaño vendió el edificio que albergó la panadería y su hogar durante más de 60 años. La venta quedó inscrita en el conservador bajo el número 98429 e indica que Inversiones Concepción S.A. le pagó $ 310 millones a la viuda de José Pérez Pérez.
El juicio contra Pilar Pérez se inició el 23 de septiembre pasado. El Ministerio Público la acusa de haber contratado a un sicario -José Ruz- para ejecutar a su ex marido, Francisco Zamorano, y a la nueva pareja de éste, Héctor Arévalo, crimen cometido el 23 de abril de 2008. La fiscalía también apunta a que la disputa familiar por los bienes que dejó su padre la llevaron a pagar al mismo sicario para que asaltara la casa de su madre y ejecutara a su cuñado. Agustín Molina. Pero Molina cree que Ruz pretendía liquidar a toda la familia, incluyendo a su esposa y la hija de ambos, Belén, además de su suegra.
La acusación indica que el 4 de noviembre de 2008, Ruz intentó ejecutar el plan y se encontró con la oposición del novio de Belén, Diego Schmidt-Hebbel, a quien baleó antes de escapar.
En el juicio, declararon en contra de Pilar Pérez hasta su madre y sus dos hijos, Juan José y Rocío, quienes se refirieron a ella como “la señora”. Todos la describen como una mujer fría, violenta y calculadora, que transformó la vida familiar en una pesadilla.
Entre los episodios más impactantes escuchados en el tribunal está el relatado por su nuera, Montserrat Hernando, quien acusa a su suegra de haberla empujado por la escalera:
-Cuando me doy vuelta ella está con un mortero en la mano y me empezó a pegar con una cara… de tanto odio, una mirada vacía de amor. Me pegaba y me pegaba. Yo le preguntaba qué le pasaba y seguía, con tanta rabia.
(*) En este reportaje colaboró Juan Pablo Echenique