México: La nueva espiral del silencio
19.11.2010
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19.11.2010
El periodista no asistió al convite, pero al lunes siguiente dos colegas le contaron lo que pasó en la bella finca. Le dijeron que los recibió un grupo de personas que los llevó a una estancia preparada para la fiesta, donde se sumó más gente, y luego, mujeres a bordo de autos de lujo. «Una voz paró la música y dijo que esto era para todos los asistentes, que lo disfrutaran: las mujeres, el alcohol y los regalos», le narraron. «La condición era que no se metieran en los negocios».
Los Zetas habían llegado a Hidalgo y así informaban a la prensa local de la nueva ley vigente.
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El poder del narco se esparció en los últimos años como un cáncer a regiones que antes no tocaba, hasta alcanzar hoy más de la mitad del país. En su avance de ciudad en ciudad, los cárteles fueron creando agujeros negros de información en el mapa, al obligar al silencio a los periodistas de cada plaza.
De Matamoros a Pachuca, de Ciudad Juárez a Sinaloa, la información que se publica sobre la guerra de la droga no suele depender del editor a cargo. Muchas veces, se define en un pacto –verbal o tácito– logrado a punta de pistola entre los medios de algunos estados y las organizaciones de narcotraficantes que dominan el área. Esos apagones informativos son lo que ha impedido a México ver las señales de alerta, tan obvias como la fiesta del 14 de febrero, que marcan el avance de la epidemia.
La Fundación MEPI realizó durante seis meses un estudio estadístico y entrevistas con periodistas de las diversas ciudades para poder trazar ese mapa, para saber dónde están los agujeros negros. Los periodistas regionales admiten que no escriben sobre todo lo que pasa en sus regiones, pero confiesan que se enfrentan a una elección difícil entre la ética de la profesión y su seguridad personal.
Hace treinta años, los síntomas de esta epidemia se veían sólo en lugares como Matamoros.
En julio de 1986, Norma Moreno Figueroa tenía sólo 24 años, pero ya era una columnista influyente del diario El Popular de esa ciudad norteña. Sus artículos divulgaban rumores e insinuaciones –no siempre bien fundamentados– que la habían vuelto una enemiga pública de muchos poderosos. Pero la gota que derramó el vaso, dicen sus colegas, fue una columna sobre el alcalde Jesús Roberto Guerra Velasco, pariente de Juan Nepomuceno Guerra, uno de los fundadores del Cártel del Golfo. Poco después de las 7 de la mañana del 7 de julio de ese año, Moreno Figueroa murió acribillada por armas automáticas frente a las oficinas del diario, junto con el director, Ernesto Flores Torrijos.
El crimen nunca se solucionó pero, para la prensa de la ciudad, su significado sigue claro hasta hoy. «Ese asesinato», dijo este año un veterano reportero local, «definió los parámetros del trabajo para todos los periodistas en Matamoros». La primera regla es nunca publicar los nombres de los capos. La investigación de la Fundación MEPI en que se basa este artículo halló que Matamoros y otras zonas de Tamaulipas bajo el control del Cártel del Golfo son un agujero negro informativo, donde la prensa local reporta prácticamente 0% de los incidentes de narcoviolencia. Las únicas excepciones, en Nuevo Laredo, son noticias sobre incidentes que suceden al otro lado de la frontera, en Texas. Con la muerte de Ezequiel Cardenas Guillén, “Tony Tormenta”, líder del Cartel del Golfo, la situación se puede volver crítica.
Pero el problema no es exclusivo de Matamoros. Hoy, en casi todas las regiones del país, el número de artículos periodísticos que mencionan la violencia de los cárteles es sólo una pequeña fracción de la cifra de ejecuciones que ocurren por mes en cada entidad. No es posible saber cuántos actos adicionales de violencia, como secuestros y asesinatos, suceden en forma paralela para los ajustes de cuenta después de una ejecución, pero se estima que el número es considerable. Gran parte de esta violencia no aparece en los medios.
MEPI monitoreó durante los primeros seis meses del año los siguientes diarios: El Noroeste (Culiacán), Norte (Ciudad Juárez), El Norte (Monterrey), El Dictamen (Veracruz), Mural (Guadalajara), Pulso (San Luis Potosí), El Mañana (Nuevo Laredo), El Diario de Morelos y Milenio (edición nacional e Hidalgo). El análisis compiló todos los artículos que mencionaban palabras clave para hablar de la violencia de la droga: «narcotráfico», «comando armado», «cuerno de chivo», etc. No fue posible comparar estos resultados con estadísticas oficiales de criminalidad, ya que las pocas que existen se contradicen entre sí, pero MEPI contrastó el total de artículos publicados con el número de ejecutados en cada ciudad. Esta comparación permite ver cuánto calla la prensa en cada una de las ciudades que más sufren la violencia de la droga en México.
Los resultados son reveladores: en la mayoría de las ciudades estudiadas, la población se entera de sólo uno de cada diez sucesos relacionados con el narcotráfico.
No es que las páginas de noticias policiales estén vacías, sino que los periódicos se enfocan en delitos menores o hechos que no tengan que ver con el mundo de la droga.
En Ciudad Juárez, por ejemplo, los sicarios de los cárteles de Juárez y de Sinaloa que se disputan la plaza asesinaron un promedio de 300 personas por mes en la primera mitad de 2010. Pero un monitoreo del influyente periódico local Norte mostró que los cárteles aparecían en sólo 30 artículos por mes, según el análisis de MEPI.
“No sacamos 80 por ciento de la información,” estima Alfredo Quijano, editor de Norte–de hecho, no publican 90% de las historias, según las cifras de esta investigación, ya que publican solo 30 de 300 incidentes.
“Nuestras notas son más simples ahora; ya no damos seguimiento», agrega. «Ahora el seguimiento es de un dia. Hace dos años estábamos peor, hemos estado viendo la forma de cómo decir las cosas y hemos encontrado formas”.
En Taumalipas, la situación es aún más crítica. En la primera mitad del año, el periódico El Mañana publicó cada mes cinco o menos artículos que mencionaran al narcotráfico y ninguno sobre ejecuciones. Sin embargo, en el estado hubo un promedio de tres ejecuciones al dia en ese periodo.
En Veracruz, un diario que intentó tenazmente escribir acerca de eventos relacionados con el narco sufrió el secuestro de uno de sus reporteros, como amenaza, que fue posteriormente liberado. El periódico hoy en dia reporta poco acerca de narco-violencia, según el análisis de la MEPI.
En Monterrey, el legendario periódico El Norte –cuyo director Alejandro Junco se exilió hace dos años en Austin tras recibir amenazas– publica sólo de 5 a 10 por ciento de las ejecuciones que ocurren en el estado. Un alto ejecutivo del periódico se sorprendió de que el número fuera tan bajo, ya que “muchas veces parece que el periódico esta lleno de historias de narcotráfico».
«Los cárteles tienen formas diferentes de controlar a la prensa», explicó un veterano periodista de Sinaloa. Pero el método que se está imponiendo hoy en muchas partes del país es el que comenzó a asomar con la muerte de Moreno Figueroa. Son las tácticas que el Cártel del Golfo creó y sus ex aliados, los Zetas, difundieron por el resto del país.
En Hidalgo, se podría decir que la fiesta de los presuntos Zetas cumplió su cometido de mantener a la prensa en silencio. Recién en octubre de 2010, México se enteró a través de un diario capitalino de la existencia en Pachuca de una capilla financiada por el jefe de los Zetas, Heriberto Lazcano Lazcano, casi un año antes.
La bonita capilla, de líneas modernas y paredes naranja fuerte, con una cruz tubular metálica de unos diez metros de altura, se impone sobre las casas chatas y el pavimento desparejo de la colonia Tezontle. Está a una hora del Distrito Federal y a 200 metros de un cuartel militar, pero hasta hace poco casi nadie afuera del barrio sabía de ella. Irónicamente, el jefe de los Zetas, nacido en Hidalgo, no ocultó su donación generosa, a pesar de ser uno de los sospechosos más buscados de México. Su nombre quedó estampado en una placa de inauguración de noviembre de 2009: «Centro de Evangelización Catequecis (sic) ‘Juan Pablo II’. Donado por Heriberto Lazcano Lazcano».
Los Zetas, ex operativos del Ejército mexicano que se iniciaron en el negocio del narco con el Cártel del Golfo, manejan su negocio en base a una estrategia militar y, como consecuencia, han influido en la manera en que los traficantes se relacionan con los periodistas. Para ellos, los medios son herramientas en una guerra psicológica.
Los periodistas les sirven a los criminales para muchas cosas, según explicó el experto en seguridad y violencia Eduardo Guerrero, de Consultores Lantia. «Multiplican la fuerza de un mensaje», dijo. También sirven para recabar información, porque con su credencial pueden entrar a muchos lugares.
«Para los narcos, es muy importante comunicarse con los enemigos y con la sociedad»
Dijo Guerrero. «Primero, lo hacen a través de cómo dejan a sus muertos. Luego, con las cartulinas y las ‘narcomantas’. Algunos usan YouTube y blogs. (Pero) los medios y la televisión son los más eficaces».
La fiesta en el rancho pudo haber servido para silenciar a los periodistas, pero también para verles la cara a figuras clave de un territorio nuevo para los Zetas. Un periodista que hace años cubre el narcotráfico en Ciudad Juárez, territorio del cártel homónimo, relató que allí solía haber «como veinte periodistas de radio, TV, prensa escrita, trabajando para los narcos». Ahora que la plaza está en disputa y concentra el 20% de las ejecuciones del país, agregó, «es muy peligroso recibir dinero de ellos».
Así como Tamaulipas estuvo entre los primeros estados en vivir la violencia contra periodistas, también es uno de los lugares donde el sistema de control a la prensa se ha profundizado más. Ocho periodistas de la entidad nororiental relataron a MEPI que los Zetas y el Cartel del Golfo los citan en forma periódica a reuniones en que les dan directivas sobre qué deben cubrir y qué no.
Algo similar sucedía en Coahuila. Poco después de que los Zetas tomaron el control de una localidad de ese estado hace unos años, el nuevo jefe de la plaza comenzó a exigir al director de un periódico que le acercara a su carro la portada que planeaba para el día siguiente. Allí, le indicaba qué artículo podía publicarse y cuál no, según relató un editor capitalino informado de la situación.
Hoy, los territorios que controlan los Zetas y el Cártel del Golfo son donde más aturde el silencio de la prensa. Según el análisis de MEPI, los medios de esas regiones difunden apenas entre 0% y 5% de los incidentes de narcoviolencia.
En julio, unos sicarios secuestraron en Torreón a tres periodistas locales y uno de la televisión nacional.
La prensa mexicana e internacional se paralizó, temerosa de que fueran asesinados. Pero un periodista sinaloense contó a MEPI que, cuando se enteró que los secuestradores eran hombres del Cártel de Sinaloa, supo que los comunicadores no iban a morir. No es que haya cárteles buenos o malos, sólo hay diferentes maneras de controlar a la prensa. Asesinar a periodistas no es el estilo de esa organización, dijo el reportero.
El grupo de Sinaloa domina hace treinta años la región de producción de cocaína y marihuana en esa entidad. Su líder, Joaquín «El Chapo» Guzmán, es uno de los mexicanos más ricos, según el ránking de la revista Forbes. La prensa en su tierra entiende que la mejor manera de funcionar es una détente, un pacto de no agresión, en que no se publican nombres ni detalles del funcionamiento de los cárteles a cambio de poder trabajar en paz, dijo un ex funcionario de la Procuraduría General de la República.
Aunque los periodistas de la región también tienen límites a lo que pueden publicar, dijo el reportero, «El Chapo aún no ha cruzado la línea de matar a periodistas».
Dentro de esos límites, el estudio de MEPI mostró que El Noroeste de Culiacán es uno de los diarios que publica uno de los porcentajes más altos de noticias sobre incidentes de narcoviolencia, alrededor del 30%.
Este año, una ola de muertes y desapariciones de periodistas en los estados más calientes de la guerra de la droga por fin llamó la atención de la sociedad nacional, incluidos los medios capitalinos. Pero hacía más de 20 años que algunos sectores advertían del peligro. En 1986, el Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa publicó en diarios capitalinos una lista de 26 periodistas asesinados desde 1971 y pidió al gobierno que protegiera a los comunicadores de los criminales y de la gente poderosa. (Hoy esa cifra queda chica al lado de los 30 desaparecidos y muertos desde diciembre del 2006).
Una pregunta salta a la vista: ¿por qué la prensa de la capital y otras instituciones nacionales no prestaron atención antes a la situación de los periodistas en riesgo?
Hay una arrogancia del D.F. hacia aquí», dijo Quijano, director del juarense Norte, quien lamentó que no se hagan esfuerzos para crear redes de colaboración entre la capital y los estados. El secuestro de los periodistas de Torreón causó que la prensa nacional dijera «basta», pero los periodistas provinciales subrayaron que uno de los plagiados era empleado de la televisora más grande del país. Quijano afirmó: «A Juárez han venido más corresponsales extranjeros que periodistas del D.F.».
A esto se suma la crisis económica que intentan capear los medios, grandes y chicos, de todo el país. Algunos medios nacionales redujeron el número de corresponsales en los estados y su cobertura sufrió las consecuencias, también muchos medios locales dependen de la publicidad oficial de gobiernos que no quieren ver una mala imagen de su estado en los periódicos.
«Nosotros perdimos 70% de la publicidad», contó Quijano. «Tuvimos que cortar la sección policiaca de dos páginas a una. Recortamos personal, pero sobrevivimos».
Esas debilidades sistémicas impidieron ver cómo, mientras tanto, el poder del narco avanzaba de estado en estado y los periodistas de cada región sufrían diferentes métodos de presión para mantenerse en silencio. Los agujeros negros informativos se esparcían por el mapa mexicano y la sociedad nacional no prestaba atención a las señales, hasta este año.
«Se dejó crecer el problema», dijo un periodista experimentado de Veracruz. «Nadie del centro vino a reportear sobre los temas en las provincias».
«Existen reproches desde el centro porque los medios en provincia se han silenciado», agregó, «pero, ¿cómo nos pueden culpar, si ellos no conocen la realidad?».
*Para ver este reportaje en el sitio de la Fundación MEPI, haga clic acá