La historia reservada de Cortés Terzi
20.02.2009
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20.02.2009
El destacado analista político Antonio Cortés Terzi, sociólogo y director ejecutivo del Centro de Estudios Avance, falleció el viernes 13 de febrero a los 56 años, víctima de un enfisema pulmonar. Reconocido como un lúcido animador del debate público, Cortés Terzi, militante socialista, convirtió la reflexión crítica hacia su partido y la Concertación en una carta de presentación que no concedió treguas. En el año 2000, a sólo 150 días de iniciado el mandato del Presidente Ricardo Lagos, punceteó al oficialismo con uno de sus más recordados artículos: «La ceremonia del adiós». La siguiente es la única intervención pública en la que abordó los aspectos más duros de su historia personal -como su detención y tortura en la Academia de Guerra- y en la que llamó a los dirigentes de izquierda a hacerse responsables de las decisiones que llevaron a la muerte a miles de militantes. Se trata de una entrevista realizada por la periodista Mónica González y difundida inicialmente por el portal asuntospúblicos.org el 9 de marzo de 2001.
Esta peculiar transición chilena ha tenido en este agudo analista político y militante socialista, a un alimentador permanente del debate. Desde una visión que no oculta sus componentes ideológicos, pero carente de amarras partidarias, ha obligado a diversos actores a profundizar en la agenda temática contribuyendo así a elevar el alicaído nivel intelectual criollo. Su pluma descarnada y los títulos de sus artículos han sido escogidos para bautizar etapas o hitos de este proceso. Como sucedió con uno de sus últimos artículos del año que terminó con respecto al futuro de la Concertación: Gobierno de Lagos: ¿proyecto histórico o ceremonia del Adiós. Y a pesar de que el nombre del Director del Centro “Avance” y editor político de Asuntos Públicos ya es conocido, no sucede lo mismo ni con su rostro ni su historia personal. ¿La razón?: su decisión de mantener una austeridad en el comportamiento que sea consecuente con el rigor que impone a su trabajo y que lo hace ser escaso en las sonrisas y en las concesiones. En sus últimos análisis ha insistido en reclamar una postura ética para encarar verdad y justicia en materia de violación a los Derechos Humanos. Y como también reclama lo mismo de los suyos –la izquierda-, fue necesario convencerlo de que era necesario que esa crítica también llevara una parte de historia personal. En esta entrevista, Antonio Cortés habla a partir de su historia, la que contiene prisión, tortura y exilio para reclamar de todos los actores la necesidad de separar subjetividad y asumir la conducción de la reconstrucción de la Nación a partir de una reflexión que devele la verdad de aquellos componentes culturales que desencadenaron el gran drama.
-En sus últimos análisis sobre Derechos Humanos ha planteado con fuerza y mucha osadía la falla ética que atraviesa a todos los protagonistas. Y pone el acento en la izquierda a la cual usted pertenece, en sus actuaciones para enfrentar la verdad, la justicia, la responsabilidad y los caminos para avanzar. ¿Por qué la insistencia en recordar el componente ético?
Sin entrar a profundizar en el nexo entre ética y política, tengo la impresión que este entrampamiento que se ha ido produciendo en el tema tiene que ver con un tipo de conductas en que cada uno de los actores ha estado jugando a las escondidas respecto de su propio pasado e historia. Se plantea un problema ético, el de la verdad política histórica y no de la verdad en abstracto, y la necesidad de poner sobre la mesa los elementos efectivos, reconocibles que han determinado la historia política del país en los últimos tiempos. En tal sentido es que veo un dilema ético acerca de la verdad y de la necesidad de ella para los efectos de una política saludable.
-¿Qué entiende por “política saludable”?
Que las relaciones entre los distintos sectores y actores converjan en aquello que se llama Nación, la comunidad en la que todos habitamos y tenemos intereses compartidos para que funcione lo mejor posible dentro de sus conflictos.
¿Cree usted que después de la fractura en la Nación provocada por la dictadura hemos logrado recrear un espacio de intereses compartidos?
Hay un proceso de reconstrucción. Uno de los grandes deterioros que sufrió el país durante la dictadura –entre los muchos que se podrían mencionar- fue precisamente lo profundo que se vio afectado el sentido de Nación. Hubo un momento en que sectores del país miraban con distancia incluso lo más simbólico del país y otros se sintieron propietarios exclusivos de él. El tema de Derechos Humanos está inmerso en una recuperación del sentido de Nación. Virtualmente algunos fuimos expulsados de nuestra condición de nacionales mientras otros creyeron que eran exclusivamente ellos y sus propiedades.
Y creyeron que las Fuerzas Armadas también les pertenecían en forma exclusiva…
Así es y creo que las Fuerzas Armadas también cometieron un error al excluir o no considerar como nacionales a determinados sectores. Por ejemplo, una de las cuestiones que todavía no aparece clara en el discurso de los institutos armados, a pesar de todos los reconocimientos que han hecho en materia de Derechos Humanos, es el concepto de “compatriotas” al hablar sobre la gente que murió o fue perseguida y torturada. Ese concepto aún no se usa y es parte de esa fractura que sufrió el sentido de Nación, algo que Chile tuvo y muy sólidamente y por lo mismo se hace más visible la pérdida.
-Un elemento no menor es que aquellos que fueron despojados de su pertenencia de la Nación sintieron que las FF.AA. no sólo no los defendían de la agresión, sino que eran la herramienta para la expulsión. ¿Cree que estamos llegando a un punto en que ese sector, el suyo, vuelva a sentir que las Fuerzas Armadas también les pertenecen?
Creo que sí. Hay un acercamiento, es un proceso y dado lo radical que fue la fractura, no es fácil. Hay una necesidad de recuperar y sentir que se pertenece a la Nación y por consiguiente las FF.AA son de la Nación y de cada uno de los ciudadanos y puedo volver a confiar en ellas. Se hace necesario comprender en toda su dimensión la experiencia terrible de quienes sufrieron persecución, exilio, tortura y no tuvieron dónde recurrir en la búsqueda de apoyo. La ayuda venía de organismos internacionales, de otros países y de instituciones del extranjero que no eran las que debieron haber defendido a los ciudadanos cuyas vidas estaban en peligro.
-Porque el Estado con todas sus instituciones se transformó en un ente adverso.
Así es y se comportó como un país ocupado, con Fuerzas Armadas de ocupación y una cultura de ocupación. Hubo casi una colonización del país.
-Usted vivió la tortura, la cárcel y el exilio pero no ha hablado nunca de su propia historia. Hablemos de ella entonces, para ser más precisos en delinear caminos de futuro.
…Sí, es cierto, no hablo de ello porque no me gusta mezclar…
-Pero si osa hacer la crítica de las responsabilidades que la izquierda no ha asumido, se hace necesario también develar algo de su historia personal. Ubiquemos primero la generación a la que pertenece.
Soy de Concepción, de la generación universitaria de los ’60. Ingresé a la Juventud Socialista el ‘67, a los 15 años, en pleno gobierno de Frei Montalva y la reforma universitaria. Militar en una organización de izquierda en esa época era un acto muy juvenil. Esa generación fue algo así como el hippismo, con otras características por cierto. Es la generación de Los Beatles, del primer viaje a la Luna, de la alegría callejera y que marchó acompañada de todos esos instrumentos propios de los tiempos de mucho cambio. Y era fácil insertarse en ese mundo por las fiestas, los pololeos, el baile, porque la actividad callejera era entretenida y no tenía componentes violentos sino más bien era una proyección de los juegos violentos infantiles. Un mundo muy juvenil y protagónico. Nosotros nos sentíamos dueños de nuestros tiempos y del futuro naturalmente.
“Interroguémonos con sentido de Nación, para indagar en ese componente de nuestra cultura que nos induce a comportarnos en determinado momento con cobardía”.
-¿Desde qué rol vivió la campaña presidencial del ’70 y el gobierno de Salvador Allende?
Como estudiante universitario y dirigente socialista regional.
-¿Fue de los socialistas que postularon “avanzar sin transar” o de aquellos que apoyaron la línea del presidente Salvador Allende?
Fui evolucionando desde mi lugar en la generación “guevariana”. Mi generación vivió la fuerte influencia del romanticismo y la utopía guevariana que tenía, en contraposición con el socialismo real, un componente juvenil altruista. Y era muy juvenil porque en su esencia era además muy irresponsable. Una cultura que no tenía nada que ver con las posturas marxistas ortodoxas. Creo que maduré muy rápidamente lo que significaba ser gobierno. Me ayudó el que fui asumiendo responsabilidades partidarias muy joven y eso me acercó a la realidad y a la tarea de gobierno. Eso también me hizo percibir la política tempranamente, porque antes era un luchador social, buscaba ser un “revolucionario”, pero el rango de la política, con su mecánica y su lógica, no las entendíamos mucho.
-Evolucionar desde la adhesión al guevarismo a una posición más política y moderada no era fácil para un socialista en esos días…
No, fueron muy pocos años y de una intensidad y una profundidad difícil de describir. Uno aprendía sobre la marcha. Y tuve que hacerlo porque a los 19-20 años ya era dirigente regional del PS en Concepción donde se vivía una especie de laboratorio de experiencia obrera en el sentido tradicional. Allí estaba la fábrica Tomé, la primera experiencia de una textil estatizada. Había dos ejes sociológicos: el cordón obrero de Talcahuano, Tomé, Penco, el carbón; y la Universidad. Eso generaba un clima muy especial porque el radicalismo tenía un sustento sociológico muy fuerte. Había cierta empatía del discurso radical con el mundo social.
-¿Se involucró en los llamados “grupos de autodefensa” del PS?
Sí, no creo que haya habido un solo joven socialista en Concepción que no estuviera vinculado a esa actividad, la que era muy generalizada en todos los partidos, una de las verdades que debemos asumir todos, incluida la Democracia Cristiana y la Derecha, con el Partido Nacional y Patria y Libertad. Era una actividad de prácticas de autodefensa y manejo de armas y una ridiculez por su precariedad.
-¿Una actividad que en los socialistas perseguía la defensa del poder constitucional o la toma del poder revolucionario?
Había visiones distintas, pero lo que dominaba en el espíritu generalizado era la defensa del gobierno y la institucionalidad. Una de las cosas no comprendidas en el ánimo masivo, y no estoy pensando en los ideólogos, era que si bien se planteaba la posibilidad de crisis que desembocara en un enfrentamiento, éste no llevaba a enfrentarse con las FF.AA. como institución.
-¿Eso explica la precariedad de la preparación de la defensa más sustantiva del gobierno de Allende que evidenció la izquierda y el PS el 11 de septiembre de 1973?
Sí, y es en ese punto donde las instituciones como el Partido Socialista, y no hablo de personas sino de instituciones, deben hacerse cargo de sus responsabilidades respecto de su propia gente. Porque se hacía un discurso de políticas que no se asumían, que no tenían consistencia efectiva. Ahí hubo mucha frivolidad en la creación de determinadas expectativas, de un clima que no se correspondía con lo que efectivamente se hacía en el terreno político, orgánico e institucional. Si se trata hoy de reconocer verdades y asumir responsabilidades, una de las cosas que institucionalmente el PS debería haber hecho es el reconocimiento de errores que fueron fatales para su propia gente. Eso no lo ha hecho ni el PS ni el PC y tampoco el MIR, como instituciones.
-¿No hubo en su zona armas y/o voluntad para defender el Gobierno de Allende?
Hubo voluntad y una incipiente estructura de autodefensa que no tenía capacidad efectiva para asumir una tarea de esa envergadura.
-¿Qué pasó con usted a partir del 11 de septiembre de 1973?
Pasé a la clandestinidad y asumí la dirección del partido regional.
-Lo dice como si fuera pasar de una etapa a otra en la plena normalidad…
Fue tan intenso el quiebre, tan profundo, que no había percepción de lo que estaba ocurriendo. Al punto que fue un continuo durante mucho tiempo. Pasé a otra etapa sin ningún quiebre emocional. Y la razón es que era tal la magnitud del desastre, que había que actuar, había que hacer cosas, había que salvar gente y salvarse uno mismo. Y al mismo tiempo había la percepción de que algo se podía revertir. A ese punto llegaba la falta de realismo respecto de lo que había ocurrido. Porque pese a toda la formación marxista de la izquierda, nosotros teníamos -y todavía tenemos- una cultura institucional que ronda en la mitología. Y el ejemplo más revelador de ello –y es además una de las cosas más impactantes que deben asumir las FF.AA.- es que hubo muchísima gente de nuestros dirigentes importantes que se entregó voluntariamente al escuchar los llamados porque confiaban en que las FF.AA., como instituciones, les iban a garantizar su integridad física e iban a respetar y hacer respetar la ley. Y muchos de ellos están hoy desaparecidos o fueron ejecutados. En cualquier otro país latinoamericano con experiencia en golpes de Estado ningún dirigente político se entrega con ese grado de ingenuidad total que estaba incorporado en nuestra cultura.
-¿Cuánto tiempo alcanzó a vivir clandestino antes de ser detenido?
Ocho meses…
-¿Cómo recuerda ese tiempo en que de la ingenuidad deben pasar a asumir que su gente, sus amigos, son ejecutados, los detienen y no se vuelve a saber de ellos o han sido brutalmente torturados?
Se sabía todo porque se llevaba el recuento de cada persona que caía y se escuchaban los relatos de los que lograban sobrevivir. Los más fieros en esa zona fueron Carabineros y la Marina. El jefe del Ejército era el general Washington Carrasco, muy moderado e inteligente. Estaba muy en la línea del general Oscar Bonilla. El estaba hacía tiempo en la zona y nos conocía. Los primeros fusilamientos bajo el pretexto de “intento de fuga” se producen en la zona controlada por la Marina, la que ocupa Tomé, Penco y Talcahuano.
-¿Por qué lo detienen en Santiago?
Porque la represión me fue cercando al punto que se me hizo imposible seguir viviendo en Concepción y debí trasladarme a Santiago a fines del ‘74. Apenas llegué me contacté con la dirección del partido que encabezaba Exequiel Ponce. Lo esencial era retomar contactos, algo que a mí no se me hacía fácil porque era penquista y Santiago no lo conocía bien. No era hábil en las calles, algo que para el militante clandestino es un elemento clave. Caí en una típica “ratonera” de la Fuerza Aérea estando en una casa ubicada en el paradero 14 de la Gran Avenida, un 4 de marzo…
-¿Ha vuelto a esa casa?
No. Cayeron detenidos varios. Primero estuve en la Escuela de Especialidades de la FACH, en Gran Avenida, y una semana después parece que les interesé y fui trasladado a la Academia de Guerra Aérea en donde sí se tomaba en serio el procedimiento con los detenidos.
-Allí los interrogatorios y el sistema estaban a cargo de Edgar Ceballos y Horacio Otaiza. ¿De qué se lo acusaba?
Nunca lo supe. Ese era un centro de interrogatorio y tortura y de lo que se trataba era de que uno entregara lo que sabía y punto. Después se intentó hacer juicios.
-¿Qué tortura le aplicaron?
Bueno…, la principal era que a uno lo colgaran de pies y manos y en esa posición le aplicaban electricidad. Recuerdo que sentía mucho miedo pero a su vez…, llega un momento en que hay una reacción de orgullo por la indignidad que se está recibiendo y racionalmente uno empieza a defender su dignidad personal tanto o más que a su gente al punto que se pierde el miedo a la muerte. Es una alternativa que se empieza a manejar como salida. Porque frente a la posibilidad de no soportar el dolor, de convertirse en un traidor, se maneja racionalmente la salida de la muerte. Y uno se empieza a preparar para que, al percibir que ya no será posible resistir más el dolor, buscar la forma de suicidarse. Y hablo de todos los que estábamos allí. Fueron 10 meses. Después nos llevaron a una casa en calle Apoquindo y después terminé en las dependencias de la FACH en Colina… Entré de 23 años y salí con 24…
“En la Academia de Guerra Aérea empecé a prepararme para que, al percibir que ya no sería posible resistir más el dolor, buscar la forma de suicidarme”
-¿Por qué y cómo sale en libertad?
Salí en libertad por efecto de la política de la Fuerza Aérea que había decidido no entregarle detenidos a la DINA. No me hicieron proceso porque yo ya tenía uno, abierto por la Marina en mi zona. Y la FACH me había ocultado a la Marina y a la DINA. Salí libre en el ’75. No recuerdo la fecha exacta. Sí recuerdo otra fecha, el día que llegué a México. Me dejaron libre cerca de avenida Grecia, lugar que yo mismo elegí. La FACH liberó a gente que sabía estaba condenada a muerte por la DINA.
-¿La FACH en ese momento entonces, salva la vida de algunos prisioneros?
Sí, nos salva la vida con actitudes que uno no se habría imaginado porque poco faltó para que nos defendieran con armas. Y eso me consta.
-Y cuándo sale en libertad, ¿qué encuentra afuera?
Uno temía temor a juntarse con los miembros de la estructura regular del partido por miedo a que la liberación fuera una trampa. Entonces había que subsistir por la vía de amigos y familiares, de manera muy precaria y siempre oculto. No estaba convencido de salir del país, pero las condiciones de temor imperante y la falta de recursos terminaron por convencerme. Se produjo la presión familiar y de amigos y decidí asilarme. México, país al que llegué un 4 de julio, fue producto de una casualidad. Los 4 me persiguen: fui detenido un día 4 de marzo, mi número en la prisión era el 4, y llegué a México un 4 de julio…
-Y en México inicia una nueva etapa.
Sí, no tenía patria, no tenía familia. La que era mi mujer debió salir de Chile hacia Europa y mi hijo pequeño quedó en Chile. La falta de familia era dolorosa pero todavía existía en la izquierda un gran sentido de comunidad que mitigaba la carencia. Había ayuda, apoyo, cariño, amigos… En la prisión había reflexionado mucho. Fue el momento de asimilar todo lo que había vivido desde los 15 años. Pensaba en el retorno y por tanto viví lo típico de todos: las maletas no se desarman. Opté por estudiar seriamente, por entender qué nos había pasado, qué debíamos hacer y me puse a estudiar. Sublimé todo mi problema con una fuerte dedicación al trabajo intelectual.
-En ese proceso de reflexión, ¿qué le pasó con su identidad socialista?
Un distanciamiento emocional no con mis amigos, sino con la estructura institucional. Había un resentimiento por parte de la generación joven que había pagado los costos… No es mi sentimiento hoy pero es lo que me pasaba entonces. Como muchos de mi generación, tenía una actitud de cierto desprecio hacia la capacidad de conducción de esa gente, sentíamos que sus liderazgos estaban agotados y ya no tenían autoridad para dirigirnos. Como eso se deja traslucir, se provocaban roces constantes y se fue produciendo un distanciamiento emocional con la estructura institucional y no con mis camaradas con los que compartía la vida cotidiana. Básicamente hubo una pérdida de respeto. En que permaneciera en el PS jugó un rol muy importante Clodomiro Almeyda. A él sí le mantuve respeto y credibilidad y mientras pude trabajar cerca de él lo hice con agrado y entusiasmo. Me considero pretenciosamente su discípulo.
-¿Cuándo volvió a Chile?
El 11 de septiembre de 1988. Cuando se levantó el exilio estaba en Argentina, a donde me había trasladado acercándome a Chile, y me puse a hacer los papeles como loco para venirme de inmediato. El exilio me hastió a tal punto que llegué a somatizar el problema. Fue muy impactante el regreso, al fin estaba en Chile, pero había un dejo de tristeza, porque como soy nacido y criado en Concepción, Santiago no era mi Chile. Los rostros que uno quería volver a encontrar no estaban, y tampoco las calles que uno quería volver a pisar. Pero desapareció aquel vacío que me impedía proyectarme. Si en el exilio no había mañana, al regresar, si bien no sabía lo que vendría, sí sabía que algo haría. No fue reconstruir, fue un renacimiento. Los 13 años de exilio habían terminado y entre los míos muchos estaban muertos, otros repartidos, no estaban en el lugar en donde los había dejado. Todavía uno no termina de reencontrarse…
-Y siguió siendo un militante socialista…
-Sí, me reintegré por la vía del trabajo intelectual con Osvaldo Puccio en el Centro Avance, que ha sido mi forma fundamental de establecer un nexo con el partido.
-¿Cuál es su principal crítica respecto de lo que la institución socialista ha dejado de hacer en este período en materia de derechos humanos?
Hay una victimización a mi modo de ver extrema y que me produce rechazo por mi propia cultura de izquierda. La fuerte influencia que tenemos en la izquierda es del racionalismo y esa fuerza nos obliga mucho más a pensar en causas, en fenómenos gruesos que en subjetividades, como quién me hizo esto, quién fue el culpable. Eso conduce a la subjetividad en la interpretación: “¡me hicieron esto a mí!”, lo que deja fuera del análisis los fenómenos más profundos. Eso es lo que me produce rechazo. Es la renuncia a pensar en la tradición del pensamiento de izquierda. A un profundo católico tengo derecho a reclamarle que piense como tal, aún cuando no comparta su visión. Esto de andarse victimizando no me cuadra incluso con mi estructura moral. Eso significa necesariamente querer responsabilizar y culpabilizar a otros…
-¿No hay que buscar las responsabilidades de los que mataron o torturaron a gente indefensa, por ejemplo?
Por supuesto que sí, pero todas esas conductas eran parte de una maquinaria desbocada, lo que no significa justificarlas. Y esa maquinaria es la que necesitamos desmenuzar y desarmar.
-¿A qué alude con lo que usted llama “victimización”?
A hacer responsable a otros y concentrarse en el sentido de ser víctimas. Quiero hacer una precisión: estoy hablando de sujetos políticos y a los dirigentes políticos les demando que se comporten como tales así como a un cirujano no le pido que me cuente sus sentimientos cuando va a operarme. A los políticos que hoy dirigen este proceso les pido que se comporten a la altura de su rol y que su subjetividad la sublimen. Porque lo que no pueden hacer es intentar conducir sobre la base de sentirse víctimas. Ese es el fondo de mi rechazo.
-¿Qué les reclama a los dirigentes hoy?
Si uno compara las actitudes que ha tenido el mundo de la izquierda en los últimos meses con las que han tenido las Fuerzas Armadas, siento que mi mundo se ha quedado atrás. Y debiera ir adelante en términos de reponer determinados reconocimientos históricos. Muchos me van a replicar que sí se han hecho esos reconocimientos, pero lo han hecho personas, individuos, pero institucionalmente ni siquiera hacia al interior del PS o de la izquierda se ha hecho el reconocimiento de los errores que desencadenaron en horrores. Molesta la impunidad con la que actúan determinados dirigentes cuyas decisiones tuvieron gran influencia en la vida o muerte de nuestros militantes. Ese es el extremo, porque está también la influencia en la destrucción de familias y en la vida miserable que debieron llevar muchos, en jóvenes que cancelaron sus proyectos. Nadie se hace responsable de todo aquello. Los dirigentes que se han equivocado en Chile pueden seguir equivocándose sin dar cuenta jamás de sus errores que tuvieron consecuencias graves. Si yo declaro una guerra no puedo después acusar que la única responsabilidad es del enemigo que mató.
-¿Y la izquierda declaró la guerra el ’73?
No, y por eso es más grave que no se reconozca que con posterioridad, en un momento determinado, hubo dirigentes que actuaron con criterios de guerra. Le puedo pedir a mi enemigo que respete las reglas de la guerra y no haga desaparecer los cuerpos, por ejemplo, pero lo que no puedo hacer es actuar como si no tuviera responsabilidad en haberlos conducido a la guerra si se me producen bajas en condiciones tan obvias que era imposible no visualizar las consecuencias.
«Institucionalmente ni siquiera hacia al interior del PS o de la izquierda se ha hecho el reconocimiento de los errores que desencadenaron en horrores. Molesta la impunidad con la que actúan determinados dirigentes cuyas decisiones tuvieron gran influencia en la vida o muerte de nuestros militantes»
-Ese comportamiento al que alude linda en la cobardía.
Qué bueno que menciona la palabra cobardía. En un momento determinado, Patricio Aylwin hizo una mención que le pudo haber costado hasta la presidencia porque la derecha se la sacó a colación: que como país habíamos carecido de coraje. Un dato que debiéramos asumir. Hay un juicio que debiéramos hacer los chilenos. Por eso creo en la necesidad de que todos los actores hablen con verdad, porque hay que hacer un reconocimiento del alma nacional que nos indujo a distintos tipos de conducta que al final convergieron en los dramas que vivimos. Porque las FF.AA. eran chilenas, estaban constituidas por ciudadanos criados y culturizados en colegios y familias chilenas y eran en su mayoría parte de la clase media. No vivían en ghettos como hoy. Entonces hay algo en la cultura chilena que hizo que hijos de esta cultura fueran capaces de actuar como sabemos. Interroguémonos en ese sentido, con sentido de Nación, para indagar en ese componente de nuestra cultura que nos induce a comportarnos en determinado momento con cobardía. Porque el asesinato es cobardía, el uso de la fuerza sobre gente maniatada, desarmada es cobardía… El silencio es cobardía. Y es una cobardía no reconocer que nosotros ayudamos a crear un clima determinado. Hay cobardía hoy en los medios de comunicación cuyos propietarios son, en su mayoría, los mismos que crearon un clima que hacía elogiable asesinar a una persona de izquierda. Medios que acuñaron frases como “¡junten rabia chilenos!” y crearon un clima en donde matar, torturar, no era condenable. Un clima de país en el que si Manuel Contreras leía cada día los diarios, se debe haber sentido héroe. No es un producto de una mente dislocada. Ese es el reconocimiento de lo que efectivamente ocurrió, ser capaces de enfrentar esa realidad: la verdad de lo que somos los chilenos, la verdad de la condición humana.
Al iniciarse la transición, cuando se entregó el Informe Rettig, Cortés descubrió perplejo que en la respuesta que entregó el Ejército, para invalidar dicha verdad, él aparecía como “asesinado por un mexicano”, uno de sus amigos. Una explicación inventada para justificar su asesinato y que se les olvidó borrar, lo que comprobó cuando hizo trámites legales y descubrió un nuevo antecedente: registraba una salida del país a mediados de 1974, siendo que en ese momento él estaba detenido y en manos de la FACH.
-¿Cómo explica su carencia de resentimiento?, ¿a que siente que le debe la vida a un grupo de militares?
No, así como no hay resentimiento sé que no les debo la vida. A mí no me mataron porque había una política que se instauró en la FACH en determinado momento, en contraposición a la DINA, y que determinó que saliera en libertad. No es un problema personal. Lo que sí es personal es el recuerdo de gestos y actitudes de gente de la Fuerza Aérea, incluso de oficiales, en los tiempos más duros de prisión, de una valentía espectacular con los presos y que iba en contra de todas las disposiciones que regían. Y estoy profundamente agradecido de ello.
“Cuando regresé, los 13 años de exilio habían terminado y entre los míos muchos estaban muertos, otros repartidos, pero no estaban en el lugar en donde los había dejado. Todavía uno no termina de reencontrarse…”
-Pide que la izquierda asuma su responsabilidad, pero la derecha no asume las suyas y esto hace más difícil aún que se genere un camino, un clima para hablar con verdad, para intentar reconstruir el sentido de Nación.
Ese es uno de los grandes obstáculos para avanzar significativamente en esta reconstrucción de Nación. La dictadura militar fue en realidad un gobierno de derecha. La derecha fue la que administró el país y en virtud de políticas de derecha; y todas las políticas de sistematización de la represión y violación de los Derechos Humanos eran congruentes a la instalación de lo que la derecha quería construir en Chile. Por consiguiente, ella primero tiene una responsabilidad política en cómo se ordenó y se dirigió el gobierno, pero luego tiene responsabilidades concretas en el manejo comunicacional que se hizo para amparar, promover y justificar la represión. Para no hablar de cómo se repartieron el país desde el punto de vista económico. Bajo el alero de las FF.AA se hicieron los negocios más oscuros de la historia nacional. Esa derecha es la que no ha dado ni un solo paso hacia la reconstrucción de Nación y sigue explicando todo lo ocurrido a partir de una mentira. Siguen sosteniendo que había una guerra declarada el ’73, que había más de 12 mil guerrilleros en el país. Dicen hasta la majadería que es imperativo analizar el contexto histórico, que existía un caos, como si en ese caos ellos no tuvieran nada que ver. No asumen la responsabilidad sobre los actos de terrorismo que promovieron y ejecutaron durante la Unidad Popular y que incluso los llevó a asesinar a un comandante en jefe del Ejército y al Edecán Naval del Presidente Allende. Para no hablar de su responsabilidad en el caos provocado por el desabastecimiento.
-¿Qué rol le adjudica al desorden social de la época?
Efectivamente había un alto grado de desorden social que tenía causas muy estructurales, al punto que Chile venía buscando un cambio radical. Lo buscó la Democracia Cristiana con la “Revolución en Libertad”, lo buscó Salvador Allende con la Unidad Popular, y también lo buscó la derecha a través de una tremenda revolución con Pinochet. Ese es el mejor indicador de lo que estaba pasando y explica que ese desorden social no se debía sólo al activismo, sino que obedecía a causas estructurales. Todas las fuerzas políticas buscaban el cambio. La derecha se ha atrincherado en una mentira poco inteligente, porque las mentiras históricas tarde o temprano terminan por derrumbarse y eso lo sabe bien alguien que ha sido torturado.