El costo humano que deja la paralización de Costanera Center
30.01.2009
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30.01.2009
Los planes que tenía Gustavo para 2009 estaban claros. Hace un año dejó a su mujer y sus dos hijas en Concepción y partió a Santiago para ser parte del proyecto inmobiliario más ambicioso del país: la construcción de la que sería la torre más alta de Sudamérica. La apuesta valía la pena.
La edificación de Costanera Center, el complejo de cuatro torres que Horst Paulmann y su holding Cencosud estaban construyendo desde 2006 en Providencia, prometía empleo seguro para casi 3.000 personas, buenos sueldos, uno de los ambientes más protegidos en cuanto a accidentes en el área de la construcción, además del entrenamiento en técnicas y tecnologías que por primera vez se utilizarían en Chile. Para los escogidos como partícipes del que prometía ser el hito inmobiliario en Sudamérica, era una escuela pagada que duraría hasta 2010. Sin dudarlo decidió establecerse en Santiago y traer a su familia apenas pudiera.
Gustavo lleva siete años trabajando en distintos proyectos para Salfa Corp, la empresa constructora encargada del proyecto. Aunque es comunicador audiovisual, hoy es uno de los capataces que trabajan en la única torre que sigue en faenas: la Gran Torre, la de los 300 metros de altura. Partió como fotógrafo en la compañía, pero a medida que pasó el tiempo, se interesó por la construcción e hizo cursos de interpretación de planos. De ahí, participó en obras de Salfa en Punta Arenas, Puerto Montt y otros tantos lugares del norte y sur del país. Cuando llegó a Costanera Center, se unió a los cerca de 1.600 trabajadores que durante las horas de colación salían a la calle y llenaban plazas y esquinas con sus cascos de colores y chalequillos reflectantes, hacían cola para comprar su almuerzo y eran abordados por vendedores de celulares, de televisión por cable y de planes de Isapres. A fines del año pasado llegó el momento que tanto esperaba.
Para los últimos días de 2008, Gustavo ya había arrendado un departamento y matriculado a sus dos hijas en un colegio de la capital. Ellas llegaron junto a su madre a pasar en familia las fiestas de fin de año. Fue el inicio de la instalación definitiva. Todo estaba arreglado: casa, trabajo, su familia. Hasta que en la noche del miércoles 28 de enero, encendió el televisor y vio la noticia de última hora: “Crisis económica obliga a suspender obras de Costanera Center”.
Fueron solo unos segundos. Y en cada uno de ellos su vida se fue diluyendo al mismo tiempo que el locutor anunciaba la noticia que estremeció a miles de chilenos por el anuncio de lo que se nos viene encima en materia de cesantía. Su familia ya partió de vuelta a Concepción. Y hoy viernes Gustavo entregará el departamento que arrendaba para vivir con su familia. En los próximos días anulará las matrículas de sus hijas. Todo se decidió en 24 horas. Y no porque fuera ciego ni indiferente a las señales: la paralización de las obras de verdad fue una sorpresa para él y para los que aún trabajaban en Costanera Center.
La inauguración del mall estaba programada para abril de este año. Para entonces, dijeron, dos de las cuatro torres estarían casi terminadas. Pero en octubre, el ahora ex gerente general de Cencosud, Laurence Golborne, anunció la suspensión de las faenas en tres de los cuatro edificios “hasta que las condiciones del mercado así lo ameriten”. Y surgió el rumor de despidos masivos.
CIPER fue en ese momento a Costanera Center y habló durante varias jornadas con los obreros. Días después, el 30 de octubre el holding manejado por Paulmann anunció un aumento de capital de US$200 millones y anunció un cambio en su plan de inversiones. El cambio significó dejar stand by negocios por US$300 millones y frenar su proyecto emblema, que tenía un costo por el doble de esa cantidad. Junto con el anuncio, aseguraron que no habría despidos y que los más de 2.500 trabajadores contratados para la gran obra serían redistribuidos en las secciones que continuaban construyéndose en un sistema de turnos.
Y así se hizo. Pero la promesa duró muy poco. De los 2.500 trabajadores, hoy sólo quedan 600 y de acuerdo a lo anunciado en la reunión que sostuvieron el jueves 29 de enero dirigentes sindicales con gerentes de Salfa, en dos meses no quedará ni uno ( ver recuadro).
-A cada obra que voy llego con mi grupo de confianza. Antes tenía a mi cargo 42 trabajadores –dice Gustavo–. Ahora me quedan sólo cuatro y ninguno es de ese grupo. Eso ha pasado en todos los sectores.
Antes de llegar a la obra de Paulmann, Camilo Baeza trabajó en la construcción del nuevo estadio de La Florida. Ahí le prometieron trabajo seguro hasta septiembre del año pasado, pero al terminar la obra gruesa, lo despidieron. Eso fue en junio de 2008. A los pocos días habló con un conocido que era capataz en Costanera Center. Le dijo que él y otros cuatro compañeros habían sido despedidos y que andaban buscando trabajo, que eran todos esforzados y que tenían “muchas ganas de hacer la pega y hacerse lucas”. Los contrataron con el sueldo de maestro: $500.000.
Para el 24 de octubre, Camilo era carpintero en la torre 1, una de las tres en las que se repartirían los 200.000 m² de oficinas. Mientras almorzaba junto a su compañero Luis Alberto Olivares, usaba casco rojo, chalequillo reflectante amarillo, anteojos de seguridad y gruesos zapatos amarillos. Olivares y los demás obreros de la obra también. Como la gran mayoría, ambos consideraban que las condiciones de trabajo eran del mejor nivel: a diferencia de otros lugares, donde los comedores eran sólo unos tablones que los trabajadores se tenían que armar, había mesas y sillas como las de cualquier comedor. Además, todo era muy limpio, en las duchas tenían agua caliente y pronto llegaría una mesa de pin pon. Pero lo que más les llamaba la atención, era la relación con los capataces y los jefes de obra: en sus otros trabajos “todo el día andaban con el látigo”.
-Acá, por todo el tema de la seguridad, no te pueden chicotear. Siempre te andan diciendo que hagas las cosas lento, con cuidado, así que no te pueden apurar –contaba Camilo.
Cada mañana, puntualmente a las 8:00, los obreros recibían una charla de seguridad. Les hablaban del uso obligatorio del arnés al estar sobre el metro y medio de altura, de los lentes y del casco, además de otras medidas para evitar accidentes. Cualquier falta significaba el despido inmediato. Cerca de 150 trabajadores estaban en cada grupo. Y todos se motivaban.
Para que la motivación creciera, en cada sección al interior de la obra había un cartel que indicaba el avance y la cantidad de trabajadores que participaban de esos logros. Para que todos los vieran, se instalaron casi al lado de un murallón donde se ponían las tarjetas de ingreso y salida de cada uno. Olivares dice que en ese momento había 300 personas y que era muy común ver familias casi enteras trabajando en la obra.
-Acá eso es típico: uno encuentra pega, recibe unas lucas y le empieza a dar el dato a toda la familia. Al final, hay papás, hijos, tíos y primos trabajando en la misma construcción –decía.
Por esa época fue el anuncio de freno a la obra. A pesar de que un capataz le aseguró que tendría un cupo en la redistribución, Camilo estaba asustado. No tanto por él, que era soltero, sino más bien por sus compañeros que tenían familia. Él decía estar tranquilo, que se iría a trabajar al norte en proyectos mineros. Además, ya no confiaba: en el estadio de La Florida también le habían prometido trabajo seguro e igual lo habían despedido.
Tres meses después la cosa es distinta.
Según Julio Arancibia, presidente de la Confederación de Trabajadores de la Construcción, el desempleo en su rubro ya llegó al 17,5%. Para diciembre del año pasado, los despidos en Costanera Center habían alcanzado los mil y, según su sindicato, sólo desde el lunes 26 de enero 750 personas fueron despedidas en un proceso que comenzó con el anuncio en octubre de Golborne.
La torre 1 fue la primera en paralizar la actividad. Tenía sólo ocho pisos construidos. Camilo Baeza aún está ahí junto a los 14 que quedan en su sector, los mismos que se presentan cada día a las charlas de seguridad. Dice estar aburrido, que ya no le queda trabajo por hacer, que no le salieron las opciones de trabajo en el norte y que al interior de la torre está todo desierto. Que sólo están haciendo trabajos de ordenamiento y devolución de materiales y que ya no están recibiendo bonos de producción. Además, como el finiquito considera las últimas tres liquidaciones de sueldo, Camilo pidió que lo cortaran.
-Haciendo cálculos, con las últimas tres liquidaciones me estarían dando un finiquito de más de 600 mil pesos, además de un bono por cierre de obras de $225.000. Y como no me van a dar bono de producción este mes, los necesito sí o sí ahora –cuenta solitario y cabizbajo allí donde antes almorzaba junto a decenas de compañeros.
Desde hace un tiempo, Camilo está postulando para la casa propia. Los últimos 12 años los ha pasado en el campamento Nasur, en Peñalolén, pero ya se quiere ir. Dice que está aburrido de los traficantes, de los gritos y los balazos. Le dijeron que si todo sale bien, la casa se la entregarían en 2010. Pero para que eso suceda, a mediados de marzo debe pagar $400.000 que no tiene y que, si le va mal con el finiquito, difícilmente tendrá.
Ayer en la tarde le darían la respuesta. Al salir de la obra, en murmullos dijo que le fue mal.
La paralización de Costanera Center movilizó a la prensa hacia la obra. En vez de vendedores de celulares y planes de Isapres, hay periodistas que abordan a los trabajadores que se asoman y a los que llegan a buscar su finiquito. Y se entiende: era la crisis que ya estaba encima de los chilenos. Y su primera página la marcaba el cierre de la construcción de 200.000 m² de oficinas –de los cuales 84.000 serían de alta categoría–, además de lo que anunciaba su página web: “el mall de mayor altura de Chile, con más de 300 locales comerciales; un Jumbo, un Easy, un Santa Isabel, tiendas Paris, Ripley y Falabella, un amplio patio de comidas, un paseo gastronómico con restaurantes y cafés, doce salas de cines, juegos Aventura Center con pistas de bowling, centros médicos y de salud, gimnasio y estacionamientos para recibir a 4.500 vehículos en cinco niveles”. Todo ello era lo que se prometía en la primavera del año pasado.
El 30 de octubre de 2008, Humberto le contaba a CIPER en su hora de colación que apenas saliera por la tarde se iría a juntar con su hijo para tomar unas cervezas. Llevaba cinco meses en la obra y mientras hablaba, reía. Y más que risas, eran carcajadas. Más rato diría que estaba volado, que se había fumado un pito de puro contento en su hora de colación. Sólo parecía un hombre alegre que al día siguiente estaría de cumpleaños, el número 51, y que prometía que iba a celebrar todo el fin de semana. Pero decía que era muy probable que el lunes siguiente, al acabar todo eso, tendría que volver al Costanera Center con su casco amarillo y su chalequillo reflectante del mismo color y ver cómo reubicarían a muchos de sus compañeros y despedirían a otros. Quizás, incluso él sería reubicado o despedido.
-Se está acabando la pega y no se sabe nada de lo que va a pasar –decía Humberto–. No hay nada concreto. Muchos compañeros están preocupados, principalmente los que tienen familia, cabros chicos. Es que se vienen las fiestas de fin de año y no van a tener plata. Y lo peor es que como nadie sabe, empiezan a correr los rumores. Pero yo les digo que ya están todos cagaos, que los van a echar… Hay que ver la realidad.
Humberto contaba que todo el día había palanqueo sobre el tema, y que era mejor tomarlo así. Él creía que diciéndole eso a sus compañeros, ellos se podían preparar para la noticia. Pero sobre su propia situación, reconocía estar tranquilo. Trabajó 18 años en el barrio alto, lo que le dejó una serie de buenos contactos con señoras dueñas de enormes casas que le decían que se quedara, que les hiciera el aseo, que les cuidara la vivienda. Pero no aceptaba las ofertas. Su idea era quedarse hasta las fiestas de fin de año y después renunciar.
Heraldo no paraba de reír ni de bromear. Después de unos minutos miró la hora. Se tenía que ir. Se puso el casco y se fue. Tres meses después ya no está entre los pocos que quedan almorzando junto al canal San Carlos.
Antes eran cientos los que se agrupaban. Ahora se ven sólo unas cuantas decenas.
La noticia del cierre de la obra no sólo causó revuelo en la prensa y en los trabajadores de Costanera Center. Durante la mañana de ayer, mientras los obreros que llegaban hasta la puerta de la construcción para pedir comprobante de su finiquito eran abordados por los periodistas, un camión con un logo “Edificio Neohaus” se detuvo frente al complejo de Cencosud.
-Ando buscando albañiles y jornaleros para una obra que está en San Eugenio con Ñuble –dijo el conductor al asomarse por la ventana.
De inmediato algunos trabajadores se acercaron y le pidieron sus datos. El chofer cuenta que hace unos días pusieron un aviso en su construcción, pero no llegaron suficientes postulantes. Por eso, cuando el 28 de enero salió en todos los noticiarios nocturnos que los 600 obreros que quedaban en Costanera Center quedarían disponibles, decidieron salir a reclutar gente.
Maritza también aprovechó de pedir los datos para pasárselo a sus clientes. Ella trabaja desde 2006 vendiendo almuerzo casero a los trabajadores afuera de las torres. Es una de las tres personas que aún lo hace. Cuando llegó, las obras recién se encontraban en el segundo subterráneo. Ahora, los cinco subsuelos y la obra gruesa de la torre 4 están listos, las torres uno y tres tienen ocho pisos de altura y la Gran Torre alcanzó los 23. Y así se quedarán por tiempo indefinido.
El efecto que eso tendrá no sólo afectará a las personas que trabajan al interior de la edificación. Maritza asegura que la venta de almuerzos y bebidas a la salida le ha rendido frutos jugosísimos. En octubre, cuando CIPER comenzó a visitar las torres, su puesto -una mesa plegable, una sombrilla y una silla- se veía rodeado de hombres con cascos y casaquillas reflectantes en las horas de colación. Cada día llevaba 80 almuerzos. Y los vendía todos. Desde que llegó allí al inicio de la obra, Maritza logró juntar el dinero suficiente para comprarse una minivan. Pero la crisis de Cencosud también la golpeó: ahora con suerte vende 20 platos de comida en un buen día.
-Me da pena –dice–. He trabajado en esto en varias obras y primera vez que me toca ver un cierre a la mitad. Además, los trabajadores me cuentan todo, me tienen mucha confianza. Pero esto es lo que me da para comer, así que mañana decido si sigo aquí o no. Igual ya me empecé a ir a otro lugar, aunque hoy mandé a otra persona para que se encargara de eso.
Lo mismo le ocurre a María Jesús Castillo, dueña desde hace nueve años del kiosco que está en las esquina de Holanda con 11 de septiembre. Ella se refiere a los trabajadores como mis cabros de la pobla. Ellos le dicen “mami” o “tía”.
María Jesús cuenta que muchos de los obreros han llegado desde regiones para trabajar en el megaproyecto de Cencosud y que al salir de las faenas, ella les pasaba cartones para que se acostaran a dormir una siesta sobre el pasto de la plazoleta de al lado. Además, muchos hacían cola para usar su teléfono, le preguntaban dónde conseguir hospedaje y las compras que le hacían cada día le ayudaron a salir de una serie de deudas que la tenían metida “en un hoyo económico”. Pero no sólo eso. Los ingresos que percibía le permitieron costearse una operación de un quiste. Con la paralización de los trabajos, todo eso se acabó.
A principios de diciembre un grupo de trabajadores se fue a paro en protesta por la reducción de horas extra –debido al nuevo sistema de turnos-, la consecuente disminución en los sueldos y el despido de algunos dirigentes sindicales. Los líderes del movimiento afirmaron que la movilización contó con el respaldo de 1.800 trabajadores. Salfa indicó que la paralización contó sólo con 350 operarios de los 2.700 que aún había en la obra. Sea como sea, María Jesús asegura que después de eso se hizo visible el cambio. A pesar de que la empresa constructora llegó a acuerdo con los obreros movilizados, en poco tiempo disminuyó la cantidad del personal.
-Antes se veía toda la esquina llena de gente con cascos y ese peto amarillo. Los ruidos de las herramientas y las máquinas eran todo el día algo constante. Había mucho movimiento. Pero en diciembre la cosa empezó a bajar. Ahora igual hay gente, pero casi nada –cuenta María Jesús haciendo un suspiro y exteriorizando su pena.
A Gustavo y al resto de los obreros de Cencosud se les está acabando el tiempo. Según el capataz de la Gran Torre, la orden que dieron en Salfa fue “terminar la obra gruesa hasta el piso 23”. Y en ese nivel sólo queda poner la losa. El resto del trabajo consiste en un proceso de cierre: ordenar y entregar materiales, desmantelar las grúas y dejar todo listo para que cuando Salfa se retire del lugar y Cencosud decida reactivar las faenas, la nueva “administración delegada” se encargue de las tareas de obra fina.
Después de siete años trabajando con la empresa en construcciones a lo largo del país, Gustavo estima que eso no tomará más de dos semanas. Mucho menos de los dos meses que aseguró la empresa que demorará la suspensión definitiva de las labores. En todo caso, aun cuando se cumplan esos dos meses, no es garantía de trabajo para los 600 trabajadores que quedan.
Por lo mismo, Gustavo lleva un mes buscando trabajo en otro lado, pero aún no aparece nada. Y aunque no desespera, no tiene ni la menor idea de lo que va a suceder. Piensa en volver a Concepción para estar con su familia, pero asegura que allá la cosa está peor.
También cuenta que muchos miembros de la línea de mando –jefes de sector, de obra y capataces– dicen que partirán afuera para participar en los proyectos que Cencosud tiene en el extranjero. En la mira de las inversiones de Paulmann ya están las obras para las nuevas adquisiciones en Perú y Brasil. Pero aún nada es concreto. Y para muchos, son solo lindas promesas
-Este año se ve poco auspicioso para nosotros, pero no es sólo aquí. Está pasando en todos lados. Las empresas van a usar esta crisis como excusa para despedir y abusar durante todo 2009. Y vamos a tener que aceptar sueldos mucho más bajos. Esto siempre ocurre en la construcción: las pegas se acaban. Lo mismo pasó con la crisis asiática. Y si Paulmann dejó parado un mall en Argentina por dos años, ¿por qué no podría hacer lo mismo aquí? –asegura Gustavo mirando la torre.
La noticia también llegó a través de la prensa a oídos del sindicato de trabajadores de Costanera Center. Y no tardaron en reaccionar. Ayer por la mañana, un grupo de dirigentes encabezados por su presidente, Miguel Nazar, se reunieron con directivos de la obra. La cita fue tensa y duró dos horas. Al salir, Nazar dio declaraciones a la prensa rodeado de obreros con pancartas.
-Nos enteramos ayer por las noticias de que esto se paralizaba; no así, teníamos nociones de que esa era la tendencia, habíamos visto señales en despidos de compañeros –dijo frente a las cámaras. Mientras un grupo de periodistas se apelotonaba sobre Nazar, Julio Orellana, uno de los dirigentes del sindicato que había estado en la reunión, se encontraba de pie mirando la escena.
Al acabar octubre, Orellana contaba que la empresa había garantizado que los sueldos no se reducirían y que no habría despidos masivos, sino que se crearía un sistema de turnos que funcionarían las 24 horas. En ese entonces se veía tranquilo. Hoy se ve distinto.
-Muchos de los trabajadores tenían proyectos. Algunos pretendían salir de vacaciones con sus familias; otros tienen deudas que pensaban pagar. Ayer al ver las noticias se les cayó todo eso –cuenta Orellana.
Después de la reunión, la empresa constructora se comprometió a reubicar a los obreros despedidos en las obras de mitigación vial necesarias para que Costanera Center pueda funcionar. Pero el atraso de estas obras es uno de los puntos determinantes en la decisión del cierre.
Cencosud ha estado negociando su proyecto de mitigación vial desde hace más de dos años. Pero luego de ser rechazado en octubre pasado, en diciembre reingresó una propuesta que modificaba las soluciones viales presentadas. El plan fue revisado por el MOP, Transportes, Serviu y las direcciones de tránsito de Providencia, Vitacura y Las Condes, entre otros nueve organismos. Y aunque se le realizaron 40 observaciones, fue aprobado el 5 de enero pasado bajo la condición de realizar su construcción en cuatro etapas. Tendrá un costo de US$48 millones. Pero la discusión no se ha zanjado.
Paulmann no está de acuerdo con financiar por completo las obras viales, y por lo plazos estipulados en la aprobación, lo más probable es que su entrega hubiese ocurrido en una fecha posterior a la edificación de Costanera Center. Una cosa va unida a la otra. Mientras el proyecto vial no esté concluido, ni el mall ni las torres pueden empezar a funcionar.
-Por eso el próximo martes al medio día vamos a hacer una marcha hasta el MOP. Le vamos a exigir al ministro que se acelere el proceso. Los trabajadores necesitan empezar con las obras. No se puede permitir que la crisis de los ricos le pase la cuenta a los trabajadores –dice Orellana.