Muertos de nadie (II): La ruta de los cadáveres sin dueño
18.11.2008
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
18.11.2008
«No, ¡pero cómo! No puede ser…» Natalia González se queda muda unos minutos. Le acabamos de informar que el padre de su hija, Jaime Cifuentes Salazar, murió hace un año y medio, que fue a dar al Servicio Médico Legal y como nadie lo reclamó, fue enterrado en el Patio 129 del Cementerio General en abril pasado. La joven mujer no puede entender. «Si hace sólo algunos días fui con todos los papeles a la comisaría nuevamente para intentar notificarlo de una demanda por alimentos -explica-, y me dijeron que si no tenía su último domicilio era imposible».
Lo increíble es que nadie le haya informado que Jaime Cifuentes murió, así como tampoco contactaron a su madre o algún familiar. Era tan fácil como buscar en su registro de Dicom, donde aparece la misma dirección donde Natalia vive ahora, un departamento en la Villa Brasilia de Santiago. Así fue como CIPER la encontró. Y allí conocimos lo que ocurrió en el último año de vida del hombre que murió electrocutado dos meses después de haberse esfumado de la vida de Natalia González.
-Fue en abril de 2007… Jaime desapareció sin avisar. Se fue sin documentos, con una mochila, un Play Station y una cartuchera con CD’s de un primo mío -dice la mujer de 23 años.
Luego de un nuevo silencio, Natalia cuenta que lo conoció hace cuatro años en una discotheque. Tuvieron una hija y vivieron juntos durante más de un año en la casa de sus padres, allí en Villa Brasilia. Durante el tiempo que estuvieron juntos, Jaime fue guardia de seguridad, vendedor de libros, copero en restaurantes y hasta trabajó en un criadero de caracoles para la fabricación de cremas. Generalmente trabajaba de noche. Durante el día -dice- se dedicaba a jugar con los primos y sobrinos de Natalia y gastar la plata en pool, juegos electrónicos, cibercafés y en dulces. Incluso se compró un órgano: le confesó que su sueño era llegar a tocarlo. Al poco tiempo lo empeñó en una botillería.
Pero de su pasado Jaime no hablaba casi nada: que sus padres vivían en Maipú, que su papá fue carabinero, que su mamá lo maltrataba al punto de amenazarlo con una pistola. Tampoco mencionó que tenía otra hija.
-Su personalidad tenía una parte medio extraña. Escondía mucho su pasado. Lo único que decía era que sus papás no lo querían -dice Daisy Soto, amiga de Jaime y Natalia.
-Nunca supe si era verdad o mentira. Era muy mentiroso, pero no se iba así no más. A lo más desaparecía un día o dos, cuando se quedaba con algún amigo. Le gustaba hacer ejercicios, usar ropa que le marcara los músculos y cremas y artículos para el cabello. Era atractivo pero muy inmaduro. A pesar de que tenía 27 años, era como conversar con un chiquillo de 14 -recuerda su ex polola.
Natalia ya había decidido terminar la relación. Pero antes, Jaime se fue. Y desde abril de 2007 Natalia nunca más supo de él. Atrás dejó a su hija, su ropa, su currículum, su carné y un documento donde aparecía la dirección de sus padres. Sólo una vez se volvió a comunicar por chat con un primo de Natalia. Le dijo que estaba viviendo en la calle, que a veces se quedaba en las hospederías del Hogar de Cristo, que le habían robado su Play Station y sus CD’s, y que lo perdonara por habérselos llevado.
Al poco tiempo, Jaime se electrocutó mientras trabajaba con el pequeño empresario textil Luis Cárdenas en el arreglo de una puerta. Lo llevaron al hospital y ahí murió. Su cuerpo quedó a la espera de que un fiscal ordenara que lo llevaran al Servicio Médico Legal (SML).
Para cuando la camioneta del SML llegó al hospital J. J. Aguirre, a Jaime Cifuentes ya le habían quitado la ropa y las pertenencias que pudo haber tenido. De todo ello no quedó registro. Habían pasado dos días desde su muerte por electrocución el 2 de junio de 2007 y así, desnudo, se cumplió con el procedimiento establecido.
-En el sitio del levantamiento se llena una planilla con el nombre del fallecido (si es que se tiene), el número de parte y oficio, la fiscalía a cargo, procedencia del carabinero que toma los antecedentes y el lugar donde lo hallaron. También se consigna la hora probable del fallecimiento, dónde y cómo fue encontrado, la orden del fiscal, si tiene o no pertenencias, la causa basal si se puede determinar y el nombre del policía que llena el formulario. Una vez aquí (SML), se vuelven a verificar los antecedentes. Se agrega la hora de ingreso y el peso del fallecido y se le pone el brazalete de identificación con el nombre, número de protocolo y el lugar desde donde fue derivado (comisaría u hospital) -explica la doctora Karime Hananías, jefa de la unidad de identificación del SML de Santiago.
El número que a Jaime le tocó fue el 1.654 porque antes -y sólo en Santiago-, 1.653 cadáveres pasaron por lo mismo en 2007. Y aunque poco después sus huellas dactilares confirmaron su nombre y apellidos, ese número lo identificaría hasta el día de su entierro. Pero para eso aún faltaban diez meses.
Las siguientes 24 horas las pasó en una de las 72 bandejas que hay en la cámara de tránsito, una habitación refrigerada entre 2ºC y 3ºC donde los muertos esperan por su autopsia por orden de llegada. Si hay muchos, los que han sido reclamados tienen prioridad. Pero por Jaime Cifuentes nadie preguntó. El martes 5 de junio de 2007, a Jaime lo abrían y vaciaban sobre una mesa de disección.
Lo primero que hizo el doctor Mauricio Silva fue revisarlo por fuera. Jaime estaba rígido y las livideces rojizas (se forman cuando la sangre decanta) se habían fijado en su espalda y la parte baja de su cuello. Ya tenía pequeñas excoriaciones en distintas partes del cuerpo y en su pecho, marcas ovaladas de los intentos de reanimación. Lo fotografiaron. Tenía los ojos y la boca entreabiertos y una barba de no más de una semana. Su rostro, aunque pálido, se veía terso, joven. Pelo de mediana longitud en su cabeza. Luego le quitaron el cuero cabelludo para ver si había lesiones en el cráneo. Después, parte del cráneo para ver su cerebro. En cosa de minutos, Jaime tenía la cabeza, el cuello, el tórax y el abdomen abiertos y dos médicos alrededor que cortaban y analizaban sus órganos.
Terminada esa primera fase, los facultativos devolvieron todo a su lugar, le drenaron la sangre y los demás fluidos y cerraron su cuerpo. También emitieron su informe: muerte por electrocución sin intervención de terceros. Para cuando el informe de la autopsia llegó a la fiscalía, Cifuentes ya llevaba dos meses en una cámara individual, aunque tuvo un breve recreo: el 19 de junio un grupo de estudiantes de la UMCE lo diseccionó.
No hay cifras claras, pero según el fiscal jefe de la Fiscalía Centro Norte, Leonardo De la Prida, en más del 90% de los casos caratulados como «Muerte y hallazgo de cadáver», no hay delito. Lo ocurrido con Jaime correspondía a ese porcentaje, por lo que el expediente se cerró. Y como nadie lo fue a reclamar, lo que pase con el cuerpo es tierra de nadie.
-Si se descarta que haya delito, no me queda nada que investigar. Me hago cargo sólo mientras el cuerpo pueda probarme algo. Y cuando no hay nadie que solicite el cuerpo, no hay a quién hacerle el certificado de «disponga» (enterrarlo, incinerarlo o usarlo en estudio). Ahí se queda entrampado hasta que el SML nos dice que necesita deshacerse de él por temas sanitarios y de espacio -dice De la Prida.
El de Jaime Cifuentes no era el único cuerpo que esperaba por alguien que lo fuera a buscar. En el grupo de 13 cadáveres que llegó en abril al Cementerio General había muertos que llegaron entre febrero de 2007 y enero de 2008. El último en sumarse fue Jorge Salazar Valdivieso. Un edema pulmonar lo tumbó a los 43 años. Los demás eran Luis Oteíza Figueroa, Raúl Aguilera Jordán, Manuel Aguayo Carrillo, Pedro Núñez Núñez, Edgardo Flandes Soto, José Cortés Contreras, Carlos Cifuentes Soto, Arnoldo Monsalve Gatica, José Sepúlveda Bernales, Juan Alberto Silva Leal y un hombre que nunca fue identificado.
A diferencia de Jaime Cifuentes -que llegó con nombre y apellidos-, al menos seis del grupo fueron parte de los 333 muertos que ingresaron sin identidad el año pasado al SML de Santiago. Entre el 01 de enero y el 05 de septiembre de 2008, 140 cadáveres llegaron como N.N. De ellos, 135 fueron reconocidos y 127 retirados: ocho esperan que algún familiar o amigo los reclame y cinco permanecen aún sin identificar.
-Un cuerpo no se entrega a la familia hasta que sea identificado -explica la doctora Hananías-. Para identificar con certeza utilizamos datos científicos e indicativos. Los primeros, permiten determinar la identidad en forma clara e irrefutable: las impresiones dactilares (se comparan con las bases de datos del Registro Civil, Carabineros, Investigaciones y/o Gendarmería), las características maxilofaciales y las muestras de ADN. Los datos indicativos se utilizan principalmente en restos óseos para determinar sexo, edad, talla. En esta categoría también están las prótesis, lunares, cicatrices, tatuajes y todo lo que ayude a definir la identidad de un cuerpo sin ser determinante. Pero mientras no tengamos certeza científica de su identidad, no lo despachamos: lo mantenemos como N.N. hasta que el fiscal dé la orden de entregarlo o inhumarlo.
A cada cuerpo que entra al SML se le toma una impresión de sus yemas, por lo que la dactiloscopia es la técnica de identificación más utilizada y, a pesar de que a veces las huellas en el Registro Civil son poco claras, la más efectiva. Para identificar por informe máxilofacial hay que obtener registros anteriores. El problema es que rara vez los ciudadanos poseen uno actualizado. Cuando es por ADN, hay que comparar la muestra con padres, hermanos o hijos, los que en muchos casos no aparecen o, simplemente, nunca fueron buscados.
El 10 de abril de este año, el SML firmó con la Policía de Investigaciones (PDI) un protocolo de cooperación e intercambio de información para facilitar la búsqueda por encargo de personas desaparecidas y de familiares de cuerpos identificados.
-La identificación del cadáver nos permite conocer su red familiar a través del Registro Civil. Con ese mapa, podemos sentar directrices para llegar a su ubicación. En el extranjero trabajamos con Interpol y las otras policías de la región para dar con el paradero de familiares. Usamos una metodología investigativa y se utilizan todos los recursos logísticos y humanos para ubicarlos -cuenta el subprefecto Segundo Leiton, jefe nacional de Ubicación de Personas de la PDI.
Leiton asegura que cerca del 5% de las personas declaradas desaparecidas llegan muertos al SML y que en muchos casos, a pesar de haber ubicado a los familiares, éstos no retiran el cuerpo porque están muy lejos, porque no son tan cercanos o no pueden costear los gastos de un entierro.
-Pero eso escapa a nuestra misión. Al ubicar a los familiares nuestra tarea ya está cumplida. Ese es nuestro rol y cumplimos con eso. El resto es un tema legal -agrega Leiton.
CIPER comprobó que ese rol no se cumple. En lo que respecta al grupo de los 13 cuerpos, entre los que estaba el de Jaime Cifuentes, en los registros de la Brigada de Homicidios de la PDI se constata que sólo con Jorge Salazar Valdivieso hubo notificación. Era huérfano y murió el 23 de enero de este año. Como no tenía familia, la policía le avisó a un amigo con el que vivió durante muchos años. Le dijeron que si quería recuperar el cuerpo, se acercara al SML. Pero éste nunca lo hizo. En cambio, le entregó la información a un notario en cuya casa Jorge hacía el aseo. Se suponía que el notario se encargaría de sepultarlo. No fue así.
En los otro once casos de personas identificadas, ningún cercano fue notificado. Las familias de dos de ellos se enteraron meses después de sus entierros, luego de ser ubicados por CIPER, lo que da cuenta de que era posible encontrarlos.
El inspector de la BH Robert Briones afirma que si no hubo notificaciones se debe a que la policía no recibió una orden del fiscal para comunicarse con las familias. Y que la tarea de dar aviso a los familiares corresponde al SML. Pero en el SML dicen que la ubicación de los cercanos al difunto es labor de las policías y la fiscalía. En la fiscalía reconocen que ellos avisan a través de la red familiar inscrita en el Registro Civil, pero aseguran que no es su responsabilidad.
-El tema es bastante informal. Si hay un pariente cerca, nos ponemos en contacto con él, si no, hay que buscar la red familiar. Pero tiene que quedar clara una cosa: la búsqueda de los familiares no es nuestra función, así que no sé si queda o no registro. Lo que sí queda es que no se ha entregado el cuerpo a nadie -explica De la Prida.
Fue el fiscal De la Prida quien el 21 de enero respondió a la solicitud que llegó dos días antes desde el SML de Santiago y liberó 10 cuerpos no reclamados y estacionados en las cámaras de refrigeración, entre los que estaba el de Jaime Cifuentes. En todos se habían realizado las pericias correspondientes y sus causas habían sido sobreseídas. Al poco tiempo se sumaron Jorge Salazar y dos más. Recién el 9 de abril saldrían en ataúdes de segunda mano (recuperados de algunas cremaciones) y repartidos en dos camionetas que los llevarían hasta el patio 129 del Cementerio General.
-Son los que están desde la sepultura 705 hasta la 717. Cualquiera que viera estas 13 tumbas pensaría que allí no hay nadie enterrado. Sólo se sabe que están usadas por el nombre que aparece pintado en la cruz -dice Raúl Rojas, jefe de seguridad y de terreno del Cementerio General, quien se encargó de recibirlos el día de su entierro.
En un funeral común -a diario hay alrededor de 35 en el Cementerio General-, la carroza fúnebre llega hasta la entrada, seguida por un séquito de dolientes. Luego sacan el cajón, lo ponen sobre un carro con coronas de flores y caminan en procesión hasta el lugar del entierro en medio de llantos y oraciones.
Pero el de Jaime Cifuentes y los otros 12 no fue un funeral común. Dos camionetas del SML llegaron hasta el mismo patio con cuatro féretros cada una, y una tuvo que ir y volver por los muertos restantes. Todo se hizo lo más rápido posible, aunque como algunos de los ataúdes eran muy anchos, tuvieron que cavar un poco más. No hubo rezos ni flores ni caras tristes: sólo siete trabajadores del patio y algunos funcionarios del SML que se quedaron hasta que los cajones fueron depositados. Antes de que los taparan, ya se habían ido.
Cuando los introdujeron en la tumba, no se mencionaron sus nombres. Lo que se escuchó fue: «Sepultura 712, protocolo 4520» y así sucesivamente.
-Lo que se dice son los números de protocolo. Nos regimos por el papel que traen del SML donde sólo aparecen el número de sepultura, el número de protocolo y el día del entierro. Ahí no existen sus nombres: son más números que personas -cuenta Raúl Rojas.
La tumba de Jaime Cifuentes sólo es igual a las que están inmediatamente junto a ella. Con las demás del patio 129 no hay mucho parecido. Es cierto que todas miden lo mismo y tienen la misma profundidad. Pero en la pequeña cruz blanca de metal que las encabeza -en la que se lee el nombre, fecha de nacimiento y data de muerte-, empieza la diferencia. En la de Jaime, por ejemplo, sólo aparece su nombre (y no completo) y el día que lo enterraron: 9 de abril de 2008. Y mientras que casi todas las demás sepulturas están cubiertas o colmadas con flores de colores, toldos, banderas de equipos de fútbol, muñecas, peluches y cualquier otro objeto que haya sido del agrado del difunto; la de Jaime sólo tiene encima maleza, tierra dispareja y dos jarrones de agua vacíos. Uno parado, el otro caído.
A pesar de los signos de abandono, Jaime Cifuentes no podría quejarse: es el único de los 13 cuerpos que llegaron el 9 de abril desde el SML que alguna vez recibió flores.
-Creo que una prima y un tío que vinieron a visitar el Cementerio fueron los que encontraron por casualidad su sepultura -dice Rojas-. A ellos les llamó la atención el alcance de nombre, así que empezaron a hacer las indagaciones y resultó que efectivamente era miembro de su familia. En los jarritos pusieron unas flores, pero no aparecieron más.
Los sepulcros del patio 129 cuestan $169.000 -aunque por un convenio, al SML le salen gratis-, son individuales y esa cantidad asegura la permanencia por 5 años. Después, sus ocupantes deben emigrar a otra tumba si sus familiares la pagan; de lo contrario, sus restos se creman y las cenizas van a parar a un incinerario común: un pozo donde se vacían los restos del crematorio.
-Y ahí se pierde la pista individual del muerto -acota Rojas.
Después de dos horas, las 13 tumbas estaban cerradas. Cristian Muñoz, uno de los sepultureros, cogió unos cardenales de una sepultura cercana y los puso encima. Al día siguiente, anotaron en las cruces sus nombres (incompletos), al tiempo que empezaba a crecer la maleza sobre ellas.
A la semana, el SML mandó dos cuerpos más. Sus cruces dicen «Hugo A. Parra L.» y «Oscar F. Rojas O.» Y el día del entierro (17/04/2008). En el patio contiguo están los 18 cadáveres que llegaron el año pasado, de los cuales 5 son N.N. Y a pesar de que este año ya han sido 24 los cuerpos no reclamados que han seguido esta misma ruta (algunos incinerados, otros inhumados), en las cámaras del SML los muertos de nadie se siguen acumulando.
Como las mujeres que cuidan las tumbas trabajan por propinas, las de ellos sólo han recibido los cuidados mínimos. La cruz del único N.N. del grupo de Jaime, fue rayada y vuelta a pintar, pero no han vuelto a poner las dos letras que indican que murió sin ser identificado. Sobre las otras sepulturas hay papeles de galletas y chocolates. Ni los perros que algunas personas abandonan en el Cementerio General se echan sobre ellas.
Raúl Rojas recuerda que uno de los cuerpos que llegó en 2007 fue rescatado por su familia ocho o nueve meses después de su entierro. Después de que CIPER le informara a la familia de Jaime sobre su muerte, las visitas podrían empezar a llegar. Quizás lo mismo suceda con Juan Alberto Silva Leal a cuya familia CIPER también notificó de su muerte. Silva fue el último del grupo en llegar a las cámaras del SML en agosto del año pasado. Y el único que tenía actividad comercial registrada.
También descubrimos otra diferencia: a pesar de estar muerto, siguió comprando en casas comerciales, arrendando una pieza en una casa de Maipú y firmando cheques que no tenían fondo. Pero esa es otra historia que ya les contaremos.
Muertos de nadie (III): El misterio de las dos vidas de Juan Alberto Silva. La familia de Juan Alberto Silva Leal también se enteró por CIPER de su muerte. Fue el 8 de agosto del año pasado. Pero al investigar su historia, nos encontramos con que después de ese día, Silva continuó endeudándose, emitiendo boletas, solicitando créditos en bancos y pagando con cheques y tarjetas en supermercados y casas comerciales. Parecía ser dos hombres distintos, pero con una sola identidad. Esta serie se cierra con el misterio de sus dos vidas: drogas, abandono, estafas y asados incluso después de morir.