La Corte del Rey Gabo
10.09.2008
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10.09.2008
El seminario sobre Calidad Periodística que organiza aquí la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano y la ceremonia de entrega de sus premios anuales tienen el aire perturbador de un déjà vu para quienes asisten todos los años. Pero es una fiesta renovada para aquellos que llegan por primera vez con los ojos y el corazón abiertos, razón principal para que los veteranos se resignen a cada nueva edición.
Encerrados siempre en el mismo hotel de siete estrellas, que tanto podría estar en Karachi como en Madrid, Alaska o la Luna, los participantes se someten a un programa recurrente. En los paneles se cuentan experiencias y se discuten propuestas, con exposiciones breves y debate escueto, bajo el reloj atento de un moderador apurado por dejar el sitio para el panel siguiente. Todo muy conceptual y reglado. Como tiene 87 años y un reconocimiento general por su obra, José Salgar dice sin medias tintas que este año allí se hablaron pavadas. Fue el primer editor periodístico de Gabriel García Márquez, que piensa lo mismo, y el primer homenajeado de la Fundación por su trayectoria. Los premios son entregados en el MARCO, un Museo de Arte Contemporáneo que nunca hay tiempo para admirar como se merecería, y el formato es el de un programa de televisión. Por ese medio la transmisión llega a todo México y a otros países.
Siempre el mismo locutor comienza por presentar al presidium, una horrenda palabra que en México se pronuncia con ingenua naturalidad. García Márquez ocupa el sitial de honor, flanqueado por el gobernador del Estado de Nuevo León, quien hace campaña entre celebridades, y por Lorenzo Zambrano, el principal accionista de la tercera cementera del mundo, CEMEX, que pone la plata para pagar los premios mejor dotados al periodismo de calidad. El tercer socio de la Fundación creada por Gabo hace tres lustros es la Corporación Andina de Fomento, CAF, que este año tuvo tanta mala suerte que su presidente, Enrique García, y su secretario, José Luis Ramírez, terminaron en el hospital, con una intoxicación alimentaria y una operación urgente de peritonitis. Completan la mesa Mercedes Barcha, quien desde siempre impera sobre García Márquez, un miembro del Consejo Rector de la Fundación y su infatigable director ejecutivo, Jaime Abello Banfi. Este año se sumó entre los patrocinantes la Fundación Carolina, creada para promover las relaciones culturales entre España y sus antiguas colonias. Cuando las formalidades terminan y la noche se disuelve en una pista de baile, el descomunal Jaime cobra la elegancia de un avión de gran porte, feliz de romper la ley de la gravedad y dejar la tierra donde todos los movimientos son penosos para mostrar en el aire su gracia y su potencia únicas, en cuanto suena un vallenato. Los finalistas y premiados suelen ser muy jóvenes y es una ternura ver sus caras radiantes cuando reciben el diploma y Gabo les toma una mano entre las dos suyas y les dice algo al oído. Aunque no les entregaran plata, y les entregan mucha, 25.000 dólares a los ganadores, se darían por bien pagados con ese momento glorioso. Después de entregar el premio y antes de la parranda final, Gabo participa en una ceremonia paralela que, aunque cueste creerlo, le da placer. Cada año se forma una cola que nadie convocó en la que centenares de regiomontanos esperan cada uno con su ejemplar de Cien años de soledad para que le aplique su firma de caligrafía seudo gótica y a veces una breve frase o el dibujo de una flor. Cuando la órbita imperturbable de la FNPI se cruza con esa realidad terrenal de vecinos endomingados que tratan con exquisita delicadeza a su ídolo, todo adquiere sentido. Ellos son felices y Gabo también.
Ese es el momento en que las rutinas ceden paso al goce. La felicidad es completa el último día, cuando a solas entre periodistas, todos los premiados cuentan cómo hicieron su trabajo, qué obstáculos tuvieron que superar y cómo debería ser el oficio que casi todos prefieren a cualquier otro. Casi, porque el proyecto del fotógrafo Alfredo Srur es poner un bar en La Boca. El periodista español Iñaki Gabilondo no le creyó porque dice que Alfredo es un reportero de raza, pero por las dudas prometió ir a tomarse unos tragos si lo inaugura. El miembro del jurado Pablo Corral Vega, de Ecuador, dijo que el secreto de la buena fotografía es la proximidad. Para hacer la mejor foto hay que acercarse y exponerse, desnudarse ante quien se va a fotografiar. Vaya si l@s premiad@s de este año lo han hecho.
La amargura no es con el oficio, sino con la forma en que las empresas quieren que se practique. Alfredo contó su experiencia con el diario La Nación, de Buenos Aires, donde le dijeron que no podía fotografiar morochos. Cuando trajo la toma de una capoeira bailada en una plaza de Palermo Viejo, su jefe le explicó que no había entendido la orden. «Cultura africana no. Sólo gente linda consumiendo.» Terminaron por echarlo de la tribuna de doctrina. El trabajo por el que fue finalista es la historia de Carlitos, un pibe de la villa del norte del conurbano donde asesinaron al Frente Vital. Carlitos estuvo preso y al salir tuvo una hija que le cambió la perspectiva de su vida. «Aprendí muchas cosas. La cárcel es un lugar muy intelectual, puro pensamiento», dijo Srur, quien es fotógrafo de este diario.
La otra nominada que asistió al seminario fue la mexicana Patricia Aridjis. Su reportaje en blanco y negro «Las horas negras» fue realizado en distintas cárceles de mujeres de su país. Las fotos de Patricia son de una gran belleza y se aproximan a esas personas no con el pintoresquismo del intruso sino con la intimidad de una compañera más, que trabajó a lo largo de siete años hasta terminar el reportaje y que conserva relación con varias de esas mujeres. Una de ellas le dijo que la fotografiara porque de ese modo podría salir de allí. Al presentar sus fotos Patricia leyó un texto que muestra la calidad de su prosa y la originalidad de su mirada. La temida cárcel es el único lugar donde ellas se sienten libres, y por eso muchas vuelven. «Afuera están perdidas. Adentro, en cambio, están a salvo de sí mismas y de la sociedad», sobre la que esta conclusión dice algo más terrible que las imágenes.
María Eugenia Cerutti había sido nominada hace dos años en el concurso de la FNPI por otro trabajo sobre la cárcel de mujeres en Ezeiza. Este año se ganó el premio mayor de fotografía por «Un barrio, demasiadas ausencias», con texto de Silvina Heguy, que se publicó en la revista peruana Etiqueta Negra, en el libro 132.000 volts, el caso Ezpeleta y en la revista Viva. María Eugenia y Silvina trabajan en la redacción de Clarín. Luego de tres años de convivencia con la gente de ese barrio bonaerense, entregaron al diario su reportaje sobre la proliferación de distintas formas de cáncer, que los vecinos atribuyen a las radiaciones de una usina de alta tensión. De 1900 habitantes que viven en once manzanas enfermaron 231 y la mitad murió. María Eugenia les pidió a los sobrevivientes que se desnudaran para mostrar las secuelas en sus cuerpos. La abrumadora mayoría de quienes aceptaron fueron mujeres, como ocurre cada vez que se trata de poner el cuerpo. El resultado es una serie de retratos muy austeros sobre un hecho tremendo, que muestran tanto la fragilidad como la dignidad de esas personas, que accedieron porque así también luchaban por sus vidas. Pero las autoras debieron esperar seis meses, hasta que un juez ordenó a la empresa que suspendiera el plan de incrementar la potencia de la subestación, para que Clarín se decidiera a publicar la investigación en su revista dominical. El miércoles el diario anunció que «Una fotógrafa de Clarín recibió en México el Premio Nuevo Periodismo». Mencionó en otro título a García Márquez y consignó que «María Eugenia Cerutti retrató los efectos sobre la salud de la contaminación». Pero la nota no menciona que la empresa contaminante es Edesur y que, pese a la publicación y al fallo judicial, insiste ahora con aumentar la tensión de la planta, mientras los vecinos exigen que la disminuya a los niveles previos a la privatización, en los malditos ’90. El tema del seminario de este año había sido la «Responsabilidad Social Empresarial», es decir el nuevo nombre de las desgastadas Public Relations, así como la oficina de personal se llama ahora Recursos Humanos.
Cristina Marcano, autora de una excelente biografía del teniente coronel Hugo Chávez integró el jurado de texto. Dijo que decidir había sido una tortura, y se la comprende al leer cada trabajo y escuchar a sus autores.
«Los olvidados del Casita» es un reportaje del muy joven periodista nicaragüense Carlos Salinas Maldonado. Luego de varios días de fuertes lluvias, se le ocurrió averiguar cómo la estaban pasando quienes habían sido víctimas del huracán Match. Descubrió que la tragedia que esa gente había pasado, cuando una ladera del volcán Casita se derrumbó sobre diez comunidades por las que pasó el alud arrasando todo, era mucho peor de lo que se sabía. Entrevistó a sobrevivientes que habían perdido hasta cincuenta familiares, a la alcaldesa que pidió ayuda al gobierno de Arnoldo Alemán y no le hicieron caso porque era de un partido opositor. El fotógrafo que lo acompañaba no pudo aguantar y salió llorando de la choza donde una mujer contaba cómo el barro se llevó a dos de sus hijas.
El peruano Juan Manuel Robles presentó una crónica desenvuelta sobre un cajero de banco que desfalcó varios millones de dólares para gastárselos en farras con las diosas de la farándula marginal del Perú. Para Juan Manuel, Cromwell es un producto de la ilusión neoliberal, de la riqueza instantánea y la salvación individual. Tal vez es demasiado joven para saber que en todo tiempo y lugar, los cajeros que desfondan un banco pasan a ser ídolos populares. Esa pretensión sociológica algo ligera no le quita mérito a su relato.
El periodista argentino Leonardo Faccio, quien vive en Barcelona, cobró 500 euros como conejillo de Indias para un ensayo clínico sobre un nuevo analgésico. Esta explotación despiadada de los inmigrantes ilegales relega a un segundo plano la de la revista peruana Etiqueta Negra, que no le pagó nada por publicar el reportaje. Durante un mes se dejó inocular mientras los médicos estudiaban sus reacciones con análisis de sangre y electrodos pegados en su frente. El ensayo se realizó en el muy famoso hospital de la Santa Creu i Sant Pau, un falso castillo medieval en la ciudad de Gaudí, al que los turistas peregrinan por sus cúpulas modernistas. Leonardo contó que ése es el único trabajo para el que no se exigen papeles y que personas sanas se someten a la prueba de medicamentos que pueden poner su vida en peligro pero que, si enfermaran, no tendrían plata para comprar. Ese texto poderoso puede ser la base para un libro a fondo sobre Big Pharma y apartheid farmacéutico.
El escritor y periodista Andrés Felipe Solano presentó «Seis meses con el salario mínimo». Luego de un desengaño amoroso huyó de Bogotá y pasó seis meses como empleado raso en una empresa textil de Medellín, contando las monedas para pagar el alquiler en una casa de familia. Así fue descubriendo las cicatrices que dejó en Medellín la guerra entre bandas de traficantes de sustancias prohibidas por las autoridades sanitarias. Su prosa es de calidad superior, pero el enfoque del reportaje no alcanza la misma consistencia. En el seminario Solano dijo que había vivido una situación límite, lo cual es elocuente sobre la situación de los periodistas de la clase media, que sienten como un peligroso descenso a los infiernos el acercamiento a la vida real de nueve de cada diez de sus compatriotas. Así se lo hizo notar su colega de la televisión de Antioquia, Natalia Acevedo, quien los fines de semana trabaja como vendedora en una tienda, porque su salario como periodista no le alcanza para vivir.
El ganador fue Cristóbal Peña con su «Viaje al fondo de la biblioteca del general Pinochet», publicado por el Centro de Investigación Periodística que dirigen Mónica González Mugica y John Dinges, CIPER Chile. Cristóbal supo que allí había un tema cuando un ex profesor le contó que lo habían contratado como perito porque luego del descubrimiento de las cuentas secretas de Pinochet en el banco Riggs, el juez Carlos Cerda quería tasar todos sus bienes. Pinochet cultivó siempre la imagen de un hombre común, sin caprichos intelectuales, pero la biblioteca de 55.000 títulos que atesoró con fondos públicos vale no menos de tres millones de dólares. Contiene incunables, documentos históricos, libros preciosos que no se encuentran en las bibliotecas públicas, ejemplares dedicados como uno del almirante argentino Fernando Milia, al «reconocido geopolítico ayer y pilar antimarxista hoy». También este trabajo puede ser la primera aproximación a un libro de fondo, al estilo de la maravillosa investigación del puertorriqueño Héctor Feliciano «El museo desaparecido», sobre el pillaje de obras de arte organizado por Hitler y Goering en la Europa ocupada. Espigando las marcas y anotaciones de Pinochet, Peña encontró esta cita del almirante de la marina nazi Erich Bauer, quien describió así al comandante de la Flota de Mar derrotado en la Primera Guerra Mundial: «Resultaba difícil adivinar su pensamiento íntimo, pues no descubría jamás sus planes a los ojos de los demás de manera abierta».
El año pasado, Monterrey fue sede del Foro Universal de las Culturas. Con ese motivo, la Fundación organizó un concurso especial, en las categorías Conocimiento, Paz, Sustentabilidad y Diversidad Cultural. El equipo de JC Online, de Pernambuco, ganó en la primera categoría con «Limites, formaçao e trabalho», un reportaje sobre la situación de los discapacitados. En Diversidad Cultural el premio fue para la periodista científica de Televisión Nacional de Chile Carol Schoihet, con un trabajo sobre «Transexualidad masculina». Es notable la diferencia de tratamiento sobre temas sexuales entre la televisión argentina, donde la mayor libertad visual no compensa la ramplonería de los enfoques, y la chilena, en la que esas cuestiones se abordan con pudor y profundidad. Las entrevistas con Michel y con su madre, que lo apoyó en la afirmación de su identidad masculina y en las operaciones necesarias para darle forma, son ejemplares. La ganadora en la Categoría Paz fue la colombiana Natalia Acevedo por su reportaje «Desenterrando la verdad», en el que acompañó a los familiares de víctimas del paramilitarismo a la exhumación e identificación de sus restos. En contraste con el modesto canal antioqueño para el que trabajó Natalia, «Terra do Meio: Brasil invisible», fue realizado por un equipo de la poderosa TV Globo, dirigido por Marcelo Canellas, quien insistió durante tres años hasta que le aceptaron el tema. En seis capítulos, el equipo penetró en cinco reservas naturales de selva virgen en la Amazonia, en el Estado de Pará, donde madereros, hacendados, pistoleros y bandidos varios corren a la población indígena y destruyen áreas naturales. Marcelo entrevistó a tres generaciones de una familia que no existe para el estado brasileño. A los 75 años, Francisco Feitosa y sus hijos y nietos nunca estudiaron, ni votaron, ni tuvieron documentos de identidad ni seguro médico. Este trabajo obtuvo el premio en la categoría Sustentabilidad.
Iñaki Gabilondo, el más conocido y reconocido periodista de su país, obtuvo el premio Homenaje, que por primera vez se entregó a un español y a un trabajador de radio. Ahora se ha pasado a la televisión, que le parece más holly- woodense, porque te pintan, te planchan, te limpian. Cuando alguien te dice que tenías la corbata corrida, ya ha interferido la lógica del espectáculo. Sus dos décadas de hacer el programa más escuchado e influyente de España le han impreso carácter. Se levantaba a las 4, pero los primeros 25 minutos despierto los dedicaba a leer un libro, sobre cualquier cosa que no tuviera que ver con el trabajo del día. Recién después empezaba a preparar el programa que iba de las 6 hasta pasado el mediodía, con dos horas de noticias duras del día y el resto dedicado a entrevistas y tertulias sobre distintos temas. Iñaki fue el plato fuerte, por su discurso de aceptación del premio y por su intervención en el seminario de ganadores. Tiene 66 años y acompañó desde el micrófono la transición de la dictadura franquista a las formas democráticas de convivencia. Sus palabras fueron una lección de periodismo y de vida, que comunicó con una sencillez que no dejó a nadie sin cautivar. Al aceptar el homenaje se rindió ante los jóvenes periodistas americanos, cuyo entusiasmo y compromiso cuestionaban su escepticismo. En Europa sabemos que en el combate entre los mercantilistas y los idealistas han ganado los malos, pero estos jóvenes te hacen pensar que tal vez la batalla no terminó. Dijo que un programa de radio es vivir en tiempo presente la realidad del misterio de un día que no se va a repetir, porque el amanecer de hoy es el último y nadie conoce la importancia de aquello que está viviendo. Aristóteles no sabía que nació en el año 382 antes de Cristo. Nadie dijo me voy a la guerra de los cien años. En La cartuja de Parma de Stendhal el protagonista está en un campo de batalla con los pies embarrados entre cadáveres, pero no sabe qué es la batalla de Waterloo ni su resultado. Los mejores compañeros son el reloj y la duda. Cada periodista tiene su ideología, pero sus puntos de vista deben ser elásticos. Hay noticias que provocan estupor a los oyentes. Yo comparto su estupor pero lo pongo en una perspectiva distinta. Mis referencias son estables, el derecho, la justicia, pero mi compañero es la duda. Digo lo que sabemos, lo que creemos y lo que nos gustaría. Y cuando no sé, digo que no sé. A veces comienzo el programa con una idea y durante su transcurso la modifico. Me pregunto si estamos en condiciones de relatar la complejidad y cómo se acomoda nuestro trabajo a la nueva vida de la sociedad. Cuando los medios buscan un rápido culpable o un rápido vencedor están a cinco segundos de la propaganda, el spot o la publicidad. A diferencia del periodismo escrito en la radio no hay tercer tiempo, para escuchar la grabación y desechar esos primeros veinte minutos que no sirven, sino la palpitación en tiempo real. Siempre hay que recordar al destinatario. El sujeto, el predicado y el verbo tenían un orden antes de que yo naciera y no pienso acabar con él. No tengo amigos políticos y trato de mantenerme a la distancia justa, porque cada metro de acercamiento a una fuente te hace perder un kilómetro de independencia. Quieras o no se produce un compromiso afectivo con la fuente, y nosotros trabajamos para la audiencia. Este tiempo de polarización es peligroso. Un alambrado puede trazarlo uno solo, pero divide a todos. Las citas no llevan comillas porque quien las transcribe no usa grabador, pero esto es exactamente lo que Iñaki dijo.
Visto y oído todo, las conclusiones son agridulces: las mujeres son superiores a los hombres, los hombres maduros a los hombres jóvenes y los brasileños al género humano.