La misión imposible que tenía Larraín
26.06.2008
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26.06.2008
Uno de los que más costos arriesga en este conflicto es el saliente presidente de la UDI. No tanto por su defensa a los alcaldes cuestionados, sino porque en el partido sus más críticos resaltan que no logró –o no quiso- apaciguar las pugnas internas que se arrastraban desde antes que asumiera el mando de la tienda.
“Hernán tuvo una actitud muy vacilante que influyó en este asunto. Como él es tan correcto, ha tenido que hacer y decir cosas que no lo representan”, reflexiona un dirigente de la UDI al disectar otra de las aristas de la crisis: la pérdida de liderazgo del timonel del partido, quien al abandonar el cargo precipitó la carrera Coloma-Kast, más la división entre quienes exigen “mano dura” contra los alcaldes cuestionados y los que no.
Porque mientras las complejidades judiciales y el costo político del caso son la cara más visible del conflicto, para el gremialismo no es poca cosa que en la misma pasada haya colapsado su orgánica e institucionalidad. Aunque es la segunda vez que una directiva de la UDI cae en medio de un asunto tan delicado y a escasos meses de la elección municipal –la primera fue la de Pablo Longueira, el 2004-, en esta ocasión no existe un público factor de cohesión interna, como lo fue el Caso Spiniak.
La crítica más fuerte que su partido le hace al senador Larraín es el drástico giro de su postura inicial, que era esperar lo que dijera la Contraloría antes de decidir si Plaza, Cornejo y Olavarría irían o no como candidatos, a pasar a respaldarlos prácticamente a todo evento. Como se sabe, adoptó esta segunda postura luego de la renuncia de la alcaldesa de Huechuraba, especialmente cuando los otros dos ediles amenazaron con hacer lo mismo.
Pero los problemas de Larraín comenzaron incluso antes de asumir la presidencia del partido (julio de 2006), y van más allá de la lucha en la que entonces venció a Coloma. Si bien dicho episodio generó conflictos entre este último y el resto de los “coroneles” -Novoa, Longueira y Chadwick, que se jugaron por el hoy saliente timonel-, para entonces la UDI ya estaba cruzada por resquemores que alimentaron una sucesión de “pasadas de cuenta”, y que nunca fueron zanjados.
La mayoría de éstas habían cristalizado poco después de la derrota de Lavín el 2005, cuando Cornejo demandó que los dirigentes más cercanos a la dictadura se replegaran. Eso desató una rebelión en la que –coincidentemente- se alinearon con él los alcaldes de Huechuraba y Colina, más Francisco de la Maza (Las Condes), y que fue ruidosamente aplastada por el “oficialismo” del partido, dirigido entonces por Jovino Novoa. La sublevación equivocó las formas –fue tomada como una ofensa-, y muchos de los que entonces reclamaban gruesas correcciones a la dirección y estilo opositor de la tienda optaron por aguantarse las ganas de protestar.
Al cuadro anterior se sumaba el autoexilio de Pablo Longueira, dolido por su salida de la directiva el 2004. Aunque buena parte de la colectividad le había reclamado airadamente a Lavín por esa decisión, en el fondo –y en privado- estimaban que el entonces timonel había hipotecado el caudal electoral del partido en su defensa de Novoa: uno de los más duros había sido el mismo Larraín. Desde entonces, Longueira apostó a marginarse, a hacer sentir su ausencia y declarar su interés en competir por La Moneda el 2009.
Cuando Larraín asumió el mando de la UDI se encontró con varios frentes de conflicto. Primero, las profundas diferencias entre dos bandos: los que pensaban que la cúpula gremialista estaba dispuesta hasta a olvidar sus principios en el nombre de las encuestas, contra los que estimaban que si la UDI jamás ganaría una elección presidencial si se “anclaba” a su pasado y seguía hablándole sólo a sus votantes. Segundo, la gruesa oposición interna a la candidatura presidencial 2009 de Longueira, a lo que se sumaron sus propios intereses en esa carrera.
En estas condiciones, cuando Larraín asumió el mando de la UDI se encontró con un partido con varios frentes de conflicto abiertos, que hasta entonces se habían manejado con bajo perfil.
Primero, las profundas diferencias entre dos bandos: los que pensaban que la cúpula gremialista estaba dispuesta hasta a olvidar sus principios en el nombre de las encuestas, contra los que estimaban que si la UDI jamás ganaría una elección presidencial si se “anclaba” a su pasado y seguía hablándole sólo a sus votantes.
Segundo, el partido no tenía candidato presidencial y ello lo empujó a enfrentarse con el propio Longueira. A los pocos meses de asumir, “Hernán se convenció de que tenía posibilidades” –recuerdan algunos dirigentes-, y encontró su mejor aliado por conveniencia en el núcleo de financistas, parlamentarios y alcaldes que mantenían sus críticas contra el otro contendor. En vez de declarar sus intenciones, Larraín alentó otras candidaturas –algunas hoy olvidadas, como la de la alcaldesa de Concepción, Jacqueline Van Rysselberghe, propiciada por Novoa-, lo que tensionó a la UDI durante meses.
Al constatar que una gruesa facción de su partido le daba la espalda, un molesto Longueira se bajó de la carrera en un consejo directivo ampliado en mayo del año pasado. Atrás quedaban los gestos que el derrotado aspirante le había “obsequiado” a Larraín, partiendo por el inesperado apoyo que le dio en su competencia contra Coloma el 2006.
Con todo este cuadro, en el partido apuntan que Larraín “poco quiso o poco pudo hacer” para mantener el control de la tienda, y que de esa forma menos podría haber zanjado la crisis. En vez de eso, se concentró en firmar la paz con RN, acercándose a su par Carlos Larraín. Muchos criticaron sarcásticamente que con dos “Larraínes” la oposición no hacía mucho por modernizarse, pero así y todo los dos dirigentes lograron frenar la guerrilla que por años había enfrentado a ambos partidos.
Los adherentes al presidente de la UDI sostienen que no ha sido su único logro y se quejan de lo “injustos” que sus compañeros de partido han sido con él. “Hay un montón de cosas que nadie le ha reconocido, partiendo por sus esfuerzos por detener la caída en las finanzas del partido”, dicen, recordando que después de las campañas municipales (2004), parlamentarias y presidenciales (2005), la tienda quedó con una enorme deuda que los más autocomplacientes cuantificaron en $1.300 millones y los más autoflagelantes en $3.000 millones.
Pero eso no cambió la dificultosa conducción de Larraín. Algunos dirigentes señalan que desde un comienzo tuvo que aceptar que lo acompañaran en la directiva hombres de reconocida confianza de Novoa -como el vicepresidente Gabriel Villarroel- y que sus conflictos con el secretario general Darío Paya (quien respaldó tempranamente a Kast) apuraron su caída. Pero los que conocen el trabajo cotidiano del timonel coinciden en que su perfil conciliador sucumbió a su falta de aliados internos; ello se conjugó con una independencia en sus decisiones, que lindó con el aislamiento.
“Hernán no solía consultarles mucho a Jovino o a otros dirigentes. Y cuando los problemas internos desatados con Lavín recrudecieron, muchas veces se enteraba de lo que pasaba por los diarios”, resume un dirigente. Pero el escándalo GMA ha reunido –al menos en las formas- a Larraín con los “coroneles” y otros dirigentes en su defensa a los alcaldes cuestionados, aunque no acalla otras críticas al senador.
“Después de la Contraloría dijeron que no había delitos. Cuando los prueben van a decir que no son tan graves. Y como acá somos tan creyentes, ya los estoy viendo decir que tendremos que esperar el Juicio Final”, ironiza, indignado, un parlamentario.
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