Quiénes son y cómo operan los capos de la clonación de tarjetas en Chile
20.06.2008
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20.06.2008
Aunque los principales referentes en el rubro de los fraudes con dinero plástico son colombianos y brasileños, quienes a la vez aprendieron de los rumanos y los rusos, Chile ha levantado liderazgos propios. Irrumpieron hace cinco años, a raíz de un plan para desvalijar la bóveda de un banco mediante un túnel, y desde entonces han seguido operando en un mercado que tiende a expandirse y trasciende fronteras. Una negocio millonario y febril que une a viejos hampones con expertos en informática, ex funcionarios bancarios y dueños de restaurantes, pubs y cabarets.
El llamado anónimo ingresó el 23 de octubre de 2007, según consta en el informe N° 4322 de la Policía de Investigaciones. La voz de mujer quería informar la dirección exacta del departamento de La Florida donde se encontraba viviendo Alejandro Pérez Lucic. Como no se trataba de cualquier Pérez, sino que del más buscado y célebre clonador de tarjetas de crédito, un equipo de Investigaciones se dirigió a la dirección indicada. Iban a la caza de La Roca, ni más ni menos.
Sobre el apodo hay versiones encontradas. Unos dicen que obedece a su remoto parecido con el gladiador de lucha libre Dwayne Douglas. Más verosímil resulta que haya sido apodado así por su afición a la cocaína. Esto último repiten fiscales y policías que han seguido sus pasos y le guardan cierto respeto profesional. El hecho es que a Pérez Lucic lo conocen como La Roca y su fama anima mitos y mueve voluntades.
Cinco años atrás, cuando era un promisorio ingeniero ligado a la banca, apareció liderando una banda que planeaba llegar hasta la bóveda de una sucursal del BCI en Las Condes mediante un túnel. El túnel partía desde una casa particular y había avanzado 80 metros, a pocos del objetivo.
La Roca fue presentado como cerebro y financista de la operación. Gracias a los conocimientos adquiridos como empleado de los bancos De Chile y Santander, ideó una red para generar múltiples y millonarios fraudes al sistema de tarjetas de crédito y débito. No era el primero que lo hacía, pero sí el que lo hizo por primera vez a gran escala y señaló el camino a los muchos que vinieron después. De hecho, a partir de esta operación, algunos integrantes de su banda destacarían en el mismo delito con alas propias.
En su declaración al fiscal José Ignacio Escobar, que dirige la investigación del delito por el cual fue detenido por última vez, La Roca parte por contar que es Ingeniero en Ejecución e Informática de la Universidad Católica del Norte y que en la casa matriz del Banco de Chile, donde permaneció por cuatro años desde mediados de los ‘90, aprendió “todo lo que era el sistema de información al cliente y el desarrollo de tarjetas”.
El testimonio suma dos carillas y termina con una precisión: “Deseo agregar que no gané grandes sumas de dinero con esto. Yo lamentablemente estaba metido en el vicio, soy adicto a la droga, razón por la cual gasté grandes sumas de dinero”.
La aseveración fue corroborada la tarde del 26 de octubre último por efectivos de Investigaciones. Al allanar el departamento de La Florida, ahí, escondido en un closet, encontraron a un hombre hinchado y de pelo largo, que poco y nada tenía que ver con el sofisticado estafador que había hecho fama.
Hablaba con dificultad y en el lugar donde vivía no se encontraron grandes cosas. Una pistola a fogueo. Un disco duro con diseños de cédulas de identidad y tarjetas de crédito falsificadas. Un pendrive con números de cuentas secretas de clientes. Poca cosa para el hombre a quien se tenía por el “rey de los clonadores de tarjetas”.
El rey estaba en condiciones deplorables. Su sitial ya había sido ocupado por algunos de los hombres con quienes se asoció para desvalijar la bóveda del BCI.
La Roca no hizo noticia por primera vez por el asunto del túnel. Mucho antes, hacia fines de los ‘70, fue destacado en las páginas deportivas de los diarios de Antofagasta y Calama por sus triunfos en los cien metros planos de los campeonatos de atletismo de la zona. Incluso llegó a viajar a Santiago para representar a su región en la Juegos Nacionales de esos años. Su hermana Sandra, que también era atleta aficionada, lo recuerda como un excelente velocista, además de un muchacho brillante, sano, estudioso, de promedio seis para arriba. Dice ella que él “siempre fue de los cinco primeros del curso en el colegio”, y que si había algo de electrónica que fallara en la casa, “lo que sea”, ahí estaba él para repararlo.
-Inteligente chiquillo -define su hermana, sin terminar de convencerse de lo que ocurrió con él. Sin entenderlo. Para Sandra, que es asistente social, resulta inexplicable.
Alejandro Esteban Pérez Lucic nació en Chuquicamata en enero de 1965 y es el mayor de tres hermanos. Los tres son profesionales. Su padre es profesor de liceos técnicos y su madre, dueña de casa. En el último informe de antecedentes psicosociales elaborado en abril de 2008 por Gendarmería, se lee que “con ambos refiere tener una buena relación y haber sido ‘el regalón’ de la madre”. Se lee también que “refiere vínculos estables al interior del grupo familiar” y que “logró un adecuado rendimiento académico, una buena adaptación al medio escolar y una receptividad acorde frente a figuras de autoridad”.
Su hermana cuenta que Alejandro egresó del Instituto Obispo Luis Silva Lezaeta de Calama y que en Antofagasta, mientras estudiaba Ingeniería, debieron trabajar para ayudar a sus padres. Regentando primero una pastelería y después a cargo de un café de un terminal de buses. Hasta ahí iba perfecto. Hacía deportes y jugaba pool y ajedrez con sus compañeros de universidad. Cree ella que los problemas de su hermano comenzaron a fines de los ‘90, ya instalado en Santiago, cuando se vinculó con malas juntas y terminó separado de su mujer, con la cual tiene una hija de 17 años.
Es probable que el ambiente del banco no le hiciera bien, especula su hermana, que desconoce detalles de su otra vida. El hecho es que por esa época Alejandro Esteban iba camino a convertirse en La Roca.
Si atendemos a la declaración que prestó al fiscal Carlos Gajardo en febrero último, a propósito de un caso por estafa en el pub Rey de Roma, La Roca abandonó su trabajo en el Banco Santander hacia mediados de 2003. Permaneció cuatro años ahí y estuvo a cargo de sistematizar información para la Superintendencia de Bancos. “Fue por renuncia y me fui indemnizado. Ahí me metí en el asunto del túnel de Apoquindo”.
En la misma declaración dirá que un par de años antes, en el restaurante de parrilladas Los Braseros de Lucifer, conoció a una mujer llamada Ángela Pizarro Pinochet, madre de Paula Guzmán y suegra del marido de ésta, Yamil Vidal. Los dos últimos tienen amplio prontuario por hurto y estafa.
A través de esta mujer La Roca se habría vinculado entonces con Yamil Vidal. Y por medio de éste -según la misma declaración- llegó a Francisco Casas y a Cristian Deb. Los tres son expertos estafadores y tuvieron relación con el túnel a la bóveda del BCI. Los tres también aprenderían de La Roca sobre el negocio de clonación de tarjetas, llegando a liderar sus propias bandas.
Según quedó acreditado en el proceso que llevó la jueza Eleonora Domínguez y que se encuentra en etapa de plenario, la operación fue financiada mediante estafas reiteradas con tarjetas de crédito y débito de clientes de bancos diversos. Las técnicas de defraudación fueron prácticamente las mismas que se aplican en la actualidad.
En algunos casos, mediante el acceso a información privilegiada al interior de bancos, reprodujeron tarjetas con las que giraban dinero desde cajeros automáticos o compraban artículos de valor que luego revendían. En otros, mediante un skimmer o bicho instalado subrepticiamente en locales comerciales, reproducían los tracks de tarjetas de créditos que luego eran clonadas. Aunque el proceso no lo acredita en esos términos, fuentes de la policía sostienen que La Roca cumplió un papel gravitante en el diseño de esta red de ilícitos con dinero plástico que permitió financiar el túnel. Pero no fue su única tarea.
La tarde del 30 de octubre de 2003, cuando la policía allanó la casa de Las Condes donde nacía el forado, La Roca se encontraba presente. Las declaraciones coinciden en que un año antes, utilizando una identidad falsa, el ingeniero había arrendado la propiedad y era uno de los encargados de coordinar las tareas de construcción. Distinto es que haya sido el cabecilla y gestor del plan. En su citada declaración de 2008 dijo: “La idea era de Yamil Vidal, quien me pidió que yo pusiera el dinero”.
En rigor la idea estaba copiada de un plan similar ejecutado exitosamente en Argentina. Pero eso importaba poco. Yamil Vidal fue detenido un mes antes de la caída del túnel, acusado junto con su esposa de receptación de especies robadas, y así la policía reunía las primeras pistas del premio mayor.
Por primera vez en prisión, rodeada de un áurea mítica, La Roca entendía que en el negocio de la clonación de tarjetas cada uno salva su propio pellejo.
Desde su oficina en el OS 9 de Carabineros, donde dirige un equipo especializado en la persecución de delitos económicos, el capitán Carlos Contreras sostiene que el túnel a la bóveda del BCI marca un hito en la historia criminal chilena.
-A partir de entonces, los que se dedicaban a los cheques se dieron cuenta de que el negocio de las tarjetas era muchísimo más rentable y menos riesgoso. Pérez Lucic hizo explotar el fenómeno de los fraudes con tarjetas, provocó una oleada a la que se sumaron muchos otros –señala Contreras, quien participó en la investigación y desde entonces ha seguido la pista a sus protagonistas. A fin de cuentas, juntos o por separado, cada uno ha continuado actuando activamente con el mismo modelo.
La Roca fue pionero pero no autor. La técnica de clonación de tarjetas llegó a Chile por intermedio de bandas internacionales, preferentemente colombianas y brasileñas, las que a la vez tuvieron referencias extranjeras. “Lo estandartes en esto son los rumanos y en menor medida los rusos, quienes inician el negocio. De ahí provienen varios de los primeros grandes hackers y clonadores”, señala Contreras.
El capitán de Carabineros define dos modalidades de fraudes “inteligentes” que requieren de una cierta complejidad logística, de acuerdo con los dos tipos de tarjetas.
Mediante la instalación de un skimmer o lector que reemplace al original en la entrada de un cajero automático, se clona la banda magnética de la tarjeta de débito. Y sobre el mismo cajero, a la altura del techo, una cámara de grabación continua se encarga de registrar los cuatro dígitos secretos del cliente. Con esta información, una impresora y un plástico virgen, se obtiene el doble de una tarjeta original.
Esta modalidad no requiere de una gran inversión y es ejecutada por pequeños grupos. De enero a mayo de este año se han reportado 397 denuncias, la gran mayoría de ellas en la Región Metropolitana. Gran parte de los detenidos en este rubro son colombianos.
Los chilenos en cambio prefieren trabajar con tarjetas de crédito. La especialidad implica una organización estructurada con jerarquías y roles, en la que el jefe es quien suele tener el conocimiento de informática y los equipos técnicos. Al líder le sigue el soldado o jefe de seguridad. Su primera misión es distribuir los skimmers o bichos en los locales comerciales, de modo de capturar el track de las tarjetas de clientes. Con esta información se diseña una tarjeta falsa que será utilizada en el comercio por el goma o caminante, quien se lleva un porcentaje de las ventas y suele operar con una identidad adulterada.
El último actor es el reducidor de las especies, y al igual que el caminante, es el eslabón más débil de la cadena y está más expuesto que ninguno a ser detenido. Por lo mismo, tal como ocurrió con La Roca y seguirá ocurriendo con otros, es el punto de partida de la policía para llegar a los jefes.
Poco después de que La Roca cayera por última vez, un colombiano fue detenido mientras intentaba comprar en el supermercado Jumbo de la Reina con tarjeta e identidad falsas. Su verdadero nombre es Carlos Larrota León (33) y tiene antecedentes penales en Chile y Colombia, además de un hermano detenido en Santiago por el mismo motivo. En abril de 2003, cuando el túnel estaba en ejecución, Carlos Larrota fue sindicado como el líder de una banda de clonadores de tarjetas de débito que operaba en ciudades del sur chileno.
De los hermanos Larrota no se supo más hasta la detención de 2007 en el supermercado Jumbo de La Reina.
El de Carlos Larrota parecía un incidente tan menor que ni siquiera ameritó ser destacado en la prensa. Sin embargo, a partir de una dirección de La Florida que se halló en poder del colombiano, el caso cobró una notoriedad inusitada. La dirección correspondía a la casa de Carlos Aguilera Ibarra y en ella se encontró la mayor cantidad de tarjetas falsas en la historia policial chilena. Sumaban más de 900, y a diferencia de La Roca, Aguilera no podía argumentar que no había tenido oportunidad de capitalizar las ganancias obtenidas en el negocio. Aguilera tenía prontuario por estafas y una casa con piscina, mesa de pool, joyas y relojes. También tenía un computador en el que guardaba un archivo Excel con más de 3.000 claves de clientes del banco BCI.
Una de las primeras cosas que hizo el fiscal Carlos Gajardo, que dirigió la investigación, fue tomar declaración al empresario Yuri Ossandón Martínez (44). Su nombre aparecía en la propiedad del archivo Excel con las cuentas bancarias.
Ossandón era un emprendedor ejemplar. Dueño de una consultora, de un restaurante en Providencia y de un enorme cibercafé en el centro de Santiago. No tenía antecedentes policiales ni una idea siquiera remota del modo en que ese archivo había llegado a manos de Aguilera. Eso al menos le dijo al fiscal Gajardo. Unos meses después, al ser sorprendido junto a su hermano Boris girando dinero con tarjetas falsas en cajeros del Mall Plaza Vespucio, Yuri Ossandón mostró mayor colaboración con el fiscal y la policía.
Su hermano Boris (47) fue hasta diciembre de 2006 funcionario de una de las empresas que prestaban servicios de informática al BCI para un proyecto de ampliación de los dígitos de tarjetas. En su declaración al fiscal Boris dijo que “los que trabajábamos ahí teníamos acceso remoto (a la base de datos de las tarjetas) desde las propias instalaciones de la empresa externa al banco y las mismas empresas subcontrataban personas para este proyecto específico. De hecho, en la mía se trabajó en forma clandestina con ex funcionarios del BCI, lo que estaba prohibido”.
De esta forma, como lo podría haber hecho cualquiera de los empleados de las empresas contratadas por el BCI, Boris cargó en un pendrive la base de datos del banco.
En la misma declaración al fiscal Gajardo, Boris Ossandón terminará por reconocer que junto a su hermano Yuri vendieron parte de esa base de datos a un hombre que no era Aguilera y que pagó mil pesos por cada uno de los tres mil tracks de tarjetas de débito. Vale decir, sólo por esa venta obtuvieron tres millones de pesos. Otros 200 millones fue el botín estimado que consiguieron los hermanos Ossandón al girar directamente desde cajeros automáticos, utilizando un programa logarítmico y la prueba del ensayo y error.
Ambos se encuentran detenidos en el penal Santiago Uno y para este viernes 20 de junio estaba programado el juicio abreviado que definirá su suerte. De no mediar imprevistos de última hora, el juicio les significará una pena de cinco años con libertad vigilada. Entre los atenuantes considerados en su caso se cuenta el hecho de que se allanaron a entregar nombres.
En paralelo a la investigación de los hermanos Ossandón, el fiscal Gajardo profundizó en el caso de Carlos Aguilera. Viejo conocido en el ambiente de los fraudes con cheques, Aguilera es el típico estafador que comenzó desde abajo como ladrón de poca monta y que llegó a liderar un negocio con tarjetas. Por eso no fue extraño que tras su última detención, ocurrida a fines de 2007, su rostro apareciera en imágenes captadas al interior de cajeros automático por un caso de clonación de tarjetas a cuentas del Banco de Chile que no había sido resuelto.
Aguilera no era el único estafador que aparecía girando reiteradamente desde cajeros automáticos en el mismo juicio. Entre los muchos rostros captados por las cámaras de cajeros aparecía el de Francisco Casas, socio de La Roca en el túnel al BCI.
En su declaración al fiscal, Aguilera dijo haber conocido a Casas en las visitas a la cárcel de mujeres de Santiago, donde ambos tenían parejas detenidas por estafas. Aguilera conseguía cheques para Casas, pero después de que los cheques pasaron de moda y su amigo adquirió experiencia y estatus, previa estadía en la cárcel por el asunto del túnel, se convirtió en su goma.
El último trabajó que realizó para él, y que quedó al descubierto con las cámaras de seguridad de los cajeros, tiene origen en una base de datos de CrediChile que fue sustraída por una funcionaria externa del banco.
“Me ofrecieron ganarme un porcentaje de lo que yo sacara de los cajeros automáticos. Me pasaban 100 tarjetas diarias y yo las repartía”, confesó Aguilera, quien a la vez subcontrató a sus propios gomas para la tarea.
Este último fraude afectó a más de dos mil clientes del Banco de Chile. La banda de Francisco Casas llegó a realizar 16.621 transacciones en cajeros automáticas en un par de meses, de las cuales cerca de un 30% fueron exitosas y significaron operaciones por 300 millones de pesos. La investigación forma parte de un gran juicio que agrupa varios casos que investiga el fiscal Gajardo y que tiene a 33 personas en prisión preventiva, la mitad de ellas de nacionalidad colombiana y peruana. Entre los chilenos más célebres se cuentan dos protagonistas del túnel: Cristián Deb y La Roca.
Por este caso, La Roca está acusado de pagar cuentas con tarjetas falsas en el Rey de Roma, uno de los pubs del barrio Suecia frecuentado por gente del ambiente de las tarjetas. El otro es el Louisiana.
El ingeniero declaró que en ese lugar solía reunirse con colombianos como Carlos Larrota, quien cayó comprando en el Jumbo de La Reina, y que alguna vez trabajó con Carlos Aguilera, quien fue arrastrado por la detención de Larrota. Aguilera, a su vez, declarará en contra de La Roca, a quien responsabilizó por varias de las 900 tarjetas clonadas encontradas en su poder. También dirá que el ingeniero trabajó para Francisco Casas en el diseño de hologramas de tarjetas falsas. Pero no se detuvo allí. Creyendo que Pérez Lucic lo había entregado a la policía, Carlos Aguilera se encargó de hacer lo propio con La Roca mediante el encargo de un llamado anónimo a Investigaciones. Uno con voz de mujer que llevó a los policías hasta su departamento en La Florida.
Los últimos días en libertad de La Roca fueron un delirio. Lejos del prestigio que gozó por el asunto del túnel, el hombre no tenía equipo ni jefatura. Gran parte de lo que ganaba como diseñador de tarjetas y documentos, más alguno que otro dato de tarjeta que llegaba a sus manos, era para costear el vicio. Había vuelto a separarse de una segunda mujer, a la que conoció en un night club de San Diego y con la que tiene tres hijos.
Carlos Contreras, del OS9 de Carabineros, dice que en entrevistas a ex parejas de Pérez Lucic le señalaron que “se lo tragó la noche y el mundo delictual”, que “perdió el respeto entre sus pares”, que “terminó débil y marginado, sin lograr capitalizar”.
Otra fuente, que prefiere reserva de su identidad, sostiene que en esos últimos días La Roca trabajaba para un colombiano que le pagaba con droga. “Le advirtieron que le caerían encima pero él no reaccionó, no era capaz. Pasaba todo el día sentado frente al computador”.
Más ilustrativa y optimista resulta la descripción que hicieron en Las Diosas, un cabaret del barrio Bellavista frecuentado por La Roca en esos días y en el cual tenía instalado un skimmer con la anuencia del dueño, Felipe Barriga. Llevado ante la justicia, Barriga dirá que “La Roca consumía bastante cantidad de plata” y que “siempre andaba con cinco, seis o siete personas a su lado. Se quedaban toda la noche y le pagaba las salidas a las chicas”.
Entrevistada por la policía, una de esas chicas describirá la situación en los siguientes términos: “Recuerdo haber visto a un sujeto al que le decían La Roca, quien concurría generalmente los días miércoles. Era comentario generalizado que este señor consumía grandes cantidades y todas las niñas iban a atenderlo en forma inmediata cuando llegaba”.
En la investigación también consta que era cliente frecuente de marisquerías del barrio Brasil. En una de ellas, Ocean Pacific, llegó en una oportunidad acompañado de un amigo y dos chicas a las que sorprendió con la compra de un precioso galeón a escala. Lo sorprendente no fue el galeón mismo, sino que haya sacado su tarjeta de crédito para cancelar 800 mil pesos por un barquito.
El informe de antecedentes psicosociales elaborado por Gendarmería, cuyo objetivo es evaluar una posible libertad vigilada, señala que “el señor Pérez Lucic presenta un tipo de pensamiento abstracto, pero que a la vez no le permite hacer un análisis de su conducta y consecuencias de sus actos. Se aprecia una personalidad de rasgos narcisistas acentuados y con una mirada egocéntrica de la vida, prevaleciendo sus necesidades por sobre las del resto”.
Su hermana, que es asistente social, cree que Alejandro fue influenciado negativamente en su primera estadía en la cárcel. “Como que se hizo un mito de él y eso lo impulsó a reincidir para confirmar esa imagen”. Así se explica ella que al poco tiempo de salir en libertad condicional por primera vez, tras permanecer en prisión por nueve meses, volviera a ser detenido por clonar tarjetas de crédito.
A Yamil Vidal no lo entregó nadie. Se entregó solo. No es que haya concurrido voluntariamente a un cuartel o a una comisaría. Eso está completamente fuera de su libreto. Yamil nació en 1973 y tiene prontuario por robo, hurto, estafa y asesinato. En su detención anterior al túnel se enfrentó a tiros con policías de civil. Y antes de ese suceso hizo fama junto a Paula Guzmán, su esposa, por realizar estafas con cheques en exclusivas tiendas del barrio alto. Ambos simulaban ser una pareja de novios en busca de un regalo de bodas.
Difícilmente entonces iba a ir a entregarse. Más todavía si tenía orden de detención pendiente y en esos primeros días de 2008, cuando Investigaciones le cayó encima junto a esposa y una pareja de gomas, andaba de gira por el país haciendo fraudes con tarjetas.
Se entregó sin querer, por un error infantil que aún lo tiene en prisión preventiva. Yamil pagó el alojamiento de un hotel en Puerto Varas con una tarjeta clonada, de ésas a las que la policía le seguía el rastro. Al dejar el hotel, cayó en brazos de la policía.
La pista comenzó en una farmacia Salcobrand del centro de Santiago. Frente a la denuncia de un estadounidense que apareció con múltiples compras en Chile, pese a haber usado la tarjeta únicamente en esa sucursal, Investigaciones logró la confesión de una dependiente de la farmacia. La mujer de 42 años dijo haber sido abordada por un hombre de características similares a Yamil, quien le ofreció diez mil pesos por cada vez que ella pasara por un skimmer tarjetas de crédito de clientes. Lo hizo con unas treinta desde noviembre de 2007, y a comienzos de este año Yamil y su banda ya tenían una buena base de datos para salir a caminar por diferentes ciudades de Chile. La Serena fue la escala inicial.
De acuerdo con los partes policiales, en esos primeros días la banda de Yamil llegó a promediar unos diez millones de pesos en compras por jornada. Viajaba con media docena de gomas a los que mandaba a caminar gran parte del día por centros comerciales de la región. Una de sus estrellas era Gloria Cárdenas, con antecedentes por robo y estafa, a quien un vendedor de la Relojería Suiza de La Serena describió como una mujer atractiva y de acento argentino que llegó a comprar un reloj Omega por un millón 250 mil pesos:
“Posterior a eso -testificó el dependiente- quiso adquirir una pulsera de oro avaluada en un millón 350 mil pesos, pero la tarjeta marcó monto excedido. Pasó otra tarjeta y sucedió lo mismo. También quiso adquirir otro reloj Omega pero las tarjetas no le funcionaron. De pronto se puso a hablar por celular, supuestamente hablaba con su marido y le decía ‘amor, te acabo de comprar tu reloj’”.
Las cosas en La Serena marcharon sobre ruedas hasta el 8 de enero. Ese día, cuando la jornada concluía, uno de sus gomas cayó en manos de la policía. La actitud de Guillermo Plaza, joven que compraba artículos electrónicos de manera compulsiva en Almacenes París, despertó las sospechas de una vendedora.
Plaza declarará que “las compras eran efectuadas por encargo de Yamil” y que recibía “una comisión de un diez por ciento” por el valor de cada reventa.
Pese al traspié inicial, la banda siguió caminando por ciudades del sur chileno. En cuatro días recorrieron Rengo, Concepción, Talcahuano, Temuco, Pucón, Osorno, Puerto Montt y Puerto Varas. La mañana del 29 de enero, cuando fueron detenidos a la salida de un hotel, tenían 12 tarjetas de crédito. Todas tenían origen en compras realizas en la farmacia Salcobrand.
La caída de Yamil Vidal despejó el camino a Alejandro Vanni Sarrá, el sucesor. Aunque habían trabajado juntos y compartieron a un soldado, tenían muy poco en común.
Vanni, de 28 años, es ingeniero y empresario gastronómico. Está casado con una joven brasileña, hija de una funcionaria de la embajada de Brasil en Chile, y tiene casa en un condominio de Huechuraba y un Volvo con patente diplomática. También tiene una página en Facebook con cuatro amigos.
Yamil en cambio es de la villa La Reina y entre sus amigos se cuenta Carlitos Joya, uno de los responsables del millonario robo a la bóveda del banco BICE.
Así y todo fue a través de Yamil que Vanni conoció los trucos que le permitieron independizarse en el negocio. Aunque no por mucho tiempo.
La detención de una pareja en Puente Alto, que fue sorprendida comprando grandes cantidades de aceite de cocina con tarjetas clonadas, puso al descubierto una red que conducía al dueño de un restaurante en Providencia.
En su declaración al fiscal Patricio Vergara, tomada en mayo último en Puente Alto, cuenta que dio sus primeros pasos de la mano de dos brasileños que conoció en su restaurante de General Holley, el Da Vinci. El hombre tiene una atracción especial por Brasil y su gente.
Antes de conocer a su esposa por chat, fue varias veces de vacaciones a ese país y vivió casi un año con el ex bailarín de Porto Seguro, Fabricio Almeida Vasconcellos. De acuerdo con la declaración a fiscalía de Vanni Sarrá, Fabricio fue testigo privilegiado del momento en que comenzó a involucrarse a fondo en el negocio de la clonación de tarjetas:
“Un día junto a Fabricio Almeida Vasconcellos fuimos al Mucca, estuvimos conversando con varias personas en la mesa y ahí comenté que (había) hecho una movida con tarjetas con unos brasileños y que me había ido bien”.
Mucca es uno de los restoranes más taquilleros del país, y según el testimonio de Vanni Sarrá a fiscalía, uno de sus dueños fue el nexo para conocer a Yamil Vidal.
El primero encuentro se programó en Plaza Egaña y de inmediato Yamil invitó a Vanni a la casa de un
diseñador de Peñalolén donde guardaba las máquinas para clonar tarjetas. De esa primera reunión, en que Vanni acordó diseñar hologramas para Yamil por un 15% de las compras con tarjetas clonadas, también participó el ex bailarín de Porto Seguro.
En el testimonio a fiscalía no hay relación de fechas exactas. Pero en algún momento de 2007, después de varios meses de trabajo conjunto, Vanni decidió dar el salto Aprovechando un descuido de Yamil, aquél le sustrajo a éste una base de datos con tracks de tarjetas que comenzó a trabajar por cuenta propia. Para ello también le levantó al soldado Francis Ossandón, a quien ofreció un 25% de las ganancias, diez más de lo que paga Yamil.
Los nuevos socios hicieron muy buenas migas hasta que el negocio de los aceites, que vendían a través de terceros en ferias libres, quedó al descubierto. El fraude se estimó en 200 millones y Francis y Vanni ya no fueron más amigos. Ambos permanecen en prisión y cada uno ha intentado inculpar al otro.
Como todos los lunes en los últimos meses, Sandra vuelve de visitar a su hermano en el penal de Santiago Uno. Cuenta ella que está bastante más delgado que lo que aparece en las fotos tras su última detención. Más sano y conciente, dispuesto a dar un giro definitivo a su vida. Ha vuelto a retomar la relación con su primera esposa, con la cual tiene una hija, y está preocupado de ver cómo resuelve su último lío con la justicia.
Hay también una segunda preocupación que ronda en Alejandro Pérez Lucic, La Roca.
Ricardo Kramm, experimentado falsificador y pareja de la colombiana Magali Cueto, de quien se dice que fue pareja de Pablo Escobar, acusa a La Roca de haberlo entregado a la policía. Vivían en el mismo edificio de La Florida y contaban con redes similares. Aunque aislados, ambos permanecen en el mismo penal que en estos días también alberga a Carlos Aguilera, Cristián Deb, Yamil Vidal, Francis Ossandón, Alejandro Vanni y a otros tantos anónimos caminantes, gomas y soldados.
En el rubro de las estafas y timos con dinero plástico no es necesario ser experto en informática y tener máquinas y equipos técnicos para imprimir y embozar tarjetas y documentos de identidad. Existe un nicho de técnicas artesanales que sólo requiere algo de astucia y una víctima incauta. Así al menos opera el cambiazo y la técnica del lazo libanés. Ambas operan con un principio opuesto.
La primera consiste en traba la ranura del cajero automático donde se inserta la tarjeta, de modo de que ésta acuse error y sea devuelta al usuario. La segunda requiere instalar una cinta al interior de la ranura del cajero, de modo de que la tarjeta quede atrapada momentáneamente. Lo que sigue es prácticamente igual.
En el cambiazo el victimario sugerirá a la víctima que es necesario limpiar la banda magnética de la tarjeta, y al enseñarle el modo de hacerlo, frotándola sobre sus ropas, la cambiará por otra. Después, con la confianza ganada, le dirá que vuelva a digitar la clave.
Con la técnica del lazo libanés ocurre algo similar. Cuando la víctima intenta recuperar su tarjeta, que queda atrapada por la cinta al interior de la ranura, el victimario entra en acción aconsejando volver a digitar la clave.
En ambos casos, el victimario suele ganarse la confianza de la víctima para que ésta digite la clave en presencia de aquél.
De acuerdo con el capitán de Carabineros Carlos Contreras, especializado en delitos económicos, a los afectos por estos casos realizar dos giros los últimos minutos del día y los primeros del siguiente.
La misma fuente señala que la gran mayoría de los detenidos por este tipo de engaños son peruanos y que a la fecha, en lo que va corrido del año, se reportan 12 detenidos de esa nacionalidad por cambiazos.
La policía también ha detectado una fuerte presencia de peruanos en las estafas con el uso de la información visible de las tarjetas. Los datos suelen ser copiados en centros comerciales y utilizados más tarde para compras y pagos de cuentas por Internet.