Dos mujeres y una enfermedad
05.06.2008
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05.06.2008
Cada año, 250 mil mujeres mueren por culpa del cáncer de cuello uterino. Gracias a investigaciones como las de la doctora colombiana Nubia Muñoz, fue posible descubrir que existe un virus que lo produce y que puede detectarse antes de que se desarrolle. Pero eso no ha evitado que siga siendo la principal causa de muerte femenina en América Latina. Ahora incluso hay una vacuna que podría erradicar el problema, pero es muy cara. Por eso en las tierras de la doctora Muñoz, nueve mujeres mueren cada día por este mal. Lucelly es una de ellas y comparte con la mayoría un perfil dramáticamente común: escasos recursos, deficientes condiciones sanitarias, baja escolaridad, han tenido varios compañeros sexuales y han parido muchos hijos.
De la tercera habitación del cuarto piso del ala occidental del Instituto Nacional de Cancerología en Bogotá, sale un hedor fétido.
-Ese es el olor característico del cáncer de cuello uterino -explica Lina Trujillo, ginecóloga oncóloga.
Allí están hospitalizadas dos mujeres: una pequeña anciana con cáncer pulmonar que pelea con la máscara de oxígeno mientras respira con dificultad y Lucelly, quien emana el nauseabundo aroma. Tiene el rostro pálido y permanece conectada a una bolsa de líquidos endovenosos que gotea despacio. Al lado está su madre, Aleida, una señora de 47 años que aparenta 60 y viste una raída polera azul celeste.
-Lo que estoy viviendo no se lo deseo a nadie -dice Lucelly y comienza a llorar despacio-. A veces me enojo. Pierdo la esperanza. De por sí es duro saber que uno se está muriendo, pero lo es mucho más cuando una se está pudriendo por dentro.
Lucelly tiene 27 años y pronto será una de las 250 mil mujeres que mueren anualmente en el mundo con cáncer al cuello uterino, el segundo tumor maligno más frecuente y la segunda causa de mortalidad por cáncer en las mujeres del planeta. Nueve mujeres mueren cada día por esta enfermedad en Colombia. En su mayoría, suelen tener un perfil similar a Lucelly: escasos recursos, viven en zonas con deficientes condiciones sanitarias, tienen baja escolaridad, han tenido varios compañeros sexuales y han parido muchos hijos.
Se podría pensar que el cáncer de cuello uterino es una enfermedad exclusiva de la pobreza; pero no es cierto. Eso lo sabe muy bien la doctora Nubia Muñoz.
Fue esta mujer caleña, desde la Agencia Internacional de Investigación en Cáncer (IARC), en Lyon, Francia, quién lideró los estudios que lograron determinar la relación del virus del papiloma humano con este tipo de cáncer; uno de los hallazgos científicos en salud pública más importantes de los últimos años. Sus investigaciones le han valido múltiples premios y distinciones en todo el mundo.
Conocí a Nubia Muñoz en febrero de 2007, en Bogotá. Ese día, en la sala de juntas del Instituto Nacional de Cancerología, estábamos reunidos el director y la mayoría de los investigadores del instituto involucrados en los proyectos de cáncer de cuello uterino. Ella nos acompañaría a escuchar algunos resultados sobre la eficacia de la vacuna contra el virus del papiloma humano que produjo la casa farmacéutica Merck.
Antes de que ingresara en la sala, todos nos pusimos de pie. Espontáneamente una fila de médicos forrados en sus batas blancas esperaba la entrada de la famosa investigadora. Ella los conocía a todos, excepto a mí. A cada uno lo miraba al rostro, lo saludaba por su nombre y lo besaba en la mejilla. Cuando llegó mi turno, se detuvo, me observó desconcertada, extendió su mano y el doctor Gustavo Hernández me presentó:
-Doctora, él es Samuel Arias, el nuevo coordinador del área de investigaciones.
Lucelly nació en Tapias, Tolima, un pequeño pueblo cercano a Ibagué, a 213 kilómetros al suroccidente de Bogotá. Como su mamá se había ido a Bogotá siendo muy niña, allí vivió con su abuela hasta los 10 años, cuando abandonó la escuela y se fue a Ibagué a trabajar como empleada doméstica.
A los 15 años conoció a Rubén (20), propietario de una caseta callejera de lujos para carros. Seis meses después se fue a vivir con él.
-Tenía 15 años cuando me embaracé. Me dio mucho miedo que mi mamá me fuera a regañar o de cualquier cosa que me pudiera pasar. Él sí se puso muy contento -cuenta Lucelly desde su cama.
Con Rubén tuvo tres hijos: el mayor hoy tiene casi 11 años, el siguiente 8 y una niña que murió de meningitis cuando todavía era muy pequeña.
-Vivimos juntos como cinco años y medio y terminamos por peleas. Por celos de parte y parte. Él se iba a tomar y llegaba tarde en la noche. Yo no pensaba que él estaba con amigos… Luego, con el tiempo, los celos se me quitaron un poquito y se le fueron prendiendo a él. No me dejaba trabajar, me decía que si me estaba muriendo de hambre. Lo que no me gustaba era que tomaba mucho, sobre todo cuando nació el niño mayor. Él se iba por allá y se amanecía celebrando. Al final nos dejamos porque comenzamos a perdernos el respeto. Él me pegaba y yo no me aguantaba. “¡No me ha pegado mi mamá y me va venir a pegar usted!”, le gritaba. Cuando nos separamos él se fue para Santa Marta con los dos niños. Después me llamó y me dijo que si le dejaba llevar el otro. Le dije que sí. Me quedé trabajando en la caseta con mi cuñado.
Nubia Muñoz es pequeña, de cabello corto y gafas. Representa unos 60 años y en las escasas ocasiones en que la vi llevaba una pañoleta de seda en el cuello. Llama la atención su actitud tranquila, segura, amable y plácida. “A veces me invitan a dar conferencias colegas que sólo me conocen a través de mis publicaciones. Recuerdo que una vez en Hungría y otra en Corea, los organizadores del evento no podían creer que yo fuera el famoso ‘doctor Muñoz’. Me preguntaban que dónde estaba mi esposo, pues me imaginaban como un señor mayor”, cuenta la doctora.
Su pasión por la investigación nació en los inicios de la década de los ’60, cuando cursaba el tercer año de Medicina y aceptó –con otros estudiantes- la invitación del doctor Pelayo Correa, uno de los grandes investigadores mundiales del cáncer gástrico, profesor de patología en la Universidad del Valle, a participar en el proyecto del registro poblacional de cáncer de Cali, el primero en Latinoamérica. Su función fue recolectar la información de los pacientes con cáncer de la historia clínica en el Hospital Universitario del Valle. Sus últimos seis meses de carrera y la residencia los hizo en patología. Nunca la ejerció:
-Las autopsias me parecían terribles, sobre todo porque en ocasiones me tocaba hacerlas a pacientes que había conocido y eso era muy difícil -cuenta Nubia Muñoz.
Terminada la especialización, con el apoyo del doctor Pelayo Correa, ganó una beca que ofrecía la IARC para formarse en epidemiología en los Estados Unidos. El compromiso era que, una vez terminados sus estudios, debía regresar a Colombia y permanecer al menos dos años en el país.
En 1967 viajó a los Estados Unidos. Llegó inicialmente a Bethesda, al Instituto Nacional de Cáncer, donde trabajó con Thelma Dunn y Harold Stewart. Fue allí donde comenzó a trabajar, a nivel experimental, la hipótesis de la relación entre el virus herpes y el cáncer de cuello uterino. Un año después, viajó a Baltimore a continuar su formación en la Universidad Johns Hopkins. Allí, bajo la tutoría del doctor Abraham Lilienfeld, hizo la maestría en salud pública con énfasis en epidemiología del cáncer. “Fue un gran privilegio conocer a personas como los doctores Dunn, Stewart y Lilienfeld, quienes además de ser excelentes científicos tenían cualidades humanas excepcionales”, dice Nubia Muñoz.
Terminado el programa, era tiempo de volver a Colombia. Pero Nubia Muñoz le planteó a John Higginson, director de la IARC, que le permitiera estar un año en entrenamiento en la unidad de epidemiología de la agencia en Francia. Higginson aceptó. En 1969, viajó a Lyon:
-Allí escogí trabajar en los tipos de cáncer más importantes para los países pobres. Comencé con el de estómago y el de cuello uterino, en los que he trabajado los últimos 35 años. Inicialmente me fui a Francia por un año, me quedé treinta, más los siete desde mi jubilación -explica.
En 1972, regresó por un año a los Estados Unidos, al Instituto Nacional de Cáncer, para seguir probando hipótesis sobre las causas del cáncer de cuello uterino. “Me ofrecieron una buena posición, pero la investigación de laboratorio no me convenció mucho. Es muy fácil perderse entre las ramas y no llegar a ningún lado. Además, nunca me acostumbré al estilo de vida de los EE.UU. En Francia se vive mejor”, cuenta la doctora Muñoz, quien regresó a la IARC donde dos años más tarde sería la jefa de la unidad de epidemiología.
Parte de la decisión de hacer su vida en Europa fue por la posibilidad de disfrutar muchas cosas más allá de la investigación. A Nubia Muñoz le gusta la cocina y la buena mesa. Es experta en comida francesa, italiana y, por supuesto, colombiana. También disfruta de la amplia oferta cultural de Francia.
El prolongado trabajo científico de Nubia Muñoz y sus colaboradores ha desembocado en el importante descubrimiento de la relación del virus del papiloma humano con el cáncer de cuello uterino. Es la primera vez que se identifica un agente biológico como condición necesaria para el desarrollo de una enfermedad tumoral.
Todo comenzó en 1974, en la IARC, cuando Adonis de Carvalho, un médico patólogo brasileño, le comentó que en Recife la frecuencia del cáncer de cuello uterino era muy alta, al igual que la de condilomas o verrugas gigantes de pene, de vulva y de la región perianal. Estas lesiones son masas deformantes de los genitales producidas por tipos específicos de virus de papiloma humano.
-Hasta entonces la hipótesis que estaba explorando era la relación del virus del herpes con este cáncer; pero con la información que recibí de Brasil decidí pasar cuatro meses en Recife para realizar una encuesta y determinar qué tan frecuente era el cáncer de cuello uterino, de pene y de condilomas genitales. Entreviste unos 300 pacientes con estas enfermedades y tomé muestras de sus tumores que transporté congelados a Lyon -cuenta la doctora Muñoz.
Nubia le pidió colaboración al doctor Gerard Orth del Instituto Pasteur de París, entonces máxima autoridad científica en el tema, para que con el microscopio electrónico buscara partículas del virus de papiloma humano en las muestras de condilomas y de cáncer de cuello uterino. No se encontró nada.
También le envió muestras al doctor Harald zur Hausen, en Alemania, quien trabajaba en la búsqueda de biomarcadores tumorales de virus herpes genital. Nada. Hasta que a comienzos de los ’80, un discípulo suyo, Lutz Gissmann, logró desarrollar las técnicas moleculares que permitieron identificar fragmentos del genoma del virus de papiloma en muestras de cáncer de cerviz. Entonces hicieron falta estudios en grandes poblaciones que mostraran la diferencia de la presencia del virus entre mujeres con cáncer y mujeres sanas.
-Para eso diseñamos estudios de casos y controles y comenzamos en 1986 una encuesta en 22 países del mundo para determinar cuáles eran los tipos del virus presentes en los cánceres cervicales. Con estos estudios concluimos que el virus del papiloma humano no sólo es la causa principal del cáncer de cuello uterino, sino también una causa necesaria. Es decir, no hay cáncer cervical si no hay infección con papiloma virus -concluye Muñoz.
Y agrega: “Nuestros estudios nos proporcionaron las bases para establecer la clasificación epidemiológica del virus que nos permite diferenciar los tipos de alto y bajo riesgo. Toda esta información ha sido esencial para planificar nuevas estrategias preventivas contra el cáncer cervical”.
Los estudios de la doctora Muñoz también permitieron identificar que el virus de papiloma humano es la infección de transmisión sexual más frecuente en el mundo. Alrededor de siete de cada diez mujeres han tenido en algún momento de su vida una infección por este virus. Cerca de la mitad de las mujeres se infectan en los dos años que siguen al inicio de su vida sexual, pero en la gran mayoría de casos, en seis a doce meses, la infección desaparece. Sin embargo, en algunas mujeres la infección por tipos virales de alto riesgo se mantiene en el tiempo, lo que conduce a lesiones premalignas y posteriormente a cáncer del cuello uterino. En promedio, el tiempo entre la exposición al virus y la aparición de cáncer puede ser de 5 a 10 años.
En el hombre, en la gran mayoría de casos la infección es muy breve y autolimitada, pero cumple un rol importante en la transmisión a la mujer.
Para Nubia Muñoz no todo fue fácil en la IARC. A fines de los ‘70 se publicó un artículo que decía que en China, país con alta magnitud de cáncer de esófago, los pollos morían también con esa enfermedad, lo que planteaba la hipótesis de que pudiera existir un factor de riesgo común al hombre y a los animales domésticos. Sin embargo, en el desierto turcomano en Irán, otra de las regiones del mundo muy afectada por este tipo de cáncer, no tienen pollos, pero sí cabras, ovejas y camellos. En 1978 la doctora Muñoz fue designada para explorar qué factores podrían estar relacionados con el cáncer de esófago en ese lugar. Viajó a Irán con dos médicos endoscopistas italianos, un intérprete y un cocinero. Durante varios meses recorrió el desierto en un Land Rover y durmió en improvisadas carpas donde la cogiera la noche.
-Alguna vez, en el matadero de Teherán, descubrimos que las cabras tenían un parásito (gongylonema pulchrum) que producía lesiones en el esófago; entonces comenzamos a explorar esa hipótesis. Todas las mañanas yo tenía que examinar montañas de materia fecal que me dejaban los turcos para buscar el parásito. Al final, el parásito no resultó asociado con la enfermedad en humanos. Por todas las peripecias que viví en esa aventura, mi jefe, John Higginson, entonces director de la IARC, me dijo: “Nubia, you are the strongest man in my team” (eres el hombre más fuerte de mi equipo). La investigación siguió hasta la llegada de los ayatolas al poder, luego continuó en China. Al final se estableció que en ambos lugares había carencias nutricionales muy severas y se consumía opio. Luego de fumarlo, la gente acostumbra a raspar el residuo de la pipa, masticarlo y comerlo. El alquitrán de ese residuo es diez veces más carcinogénico que el alquitrán del cigarrillo.
Pero los momentos más difíciles en los treinta años que permaneció Nubia Muñoz en la IARC se repetían cada dos o cinco años cuando debía presentar al Consejo Científico de la agencia la evaluación del periodo anterior y el programa del siguiente. Las agendas de los miembros del Consejo –con representantes de los países que aportan recursos para el financiamiento de la agencia- no siempre coincidían con las necesidades de investigación en los países en desarrollo.
-Muchas veces tuve que luchar con ellos para que permitieran incluir proyectos prioritarios para países pobres y no sólo los que eran de su interés. Además, durante mucho tiempo fui la única mujer jefe de las quince unidades de la agencia y la única latinoamericana, y no siempre tenía el apoyo de mis superiores. Por ejemplo, un proyecto de cáncer de esófago lo iniciamos en China con diez mil dólares, luego lo retomó el Instituto Nacional de Cáncer de los EE.UU. e invirtió 10 millones de dólares. Era muy duro. Anualmente contaba con sólo cien mil dólares para financiar todos los proyectos. Con ese escaso dinero logramos desarrollar estudios sobre cáncer de cuello uterino, de estomago, de esófago y de hígado en más de treinta países, muchos en vías de desarrollo. La verdad, muchas de esas investigaciones las hicimos con migajas –afirma la doctora Muñoz.
Desde su cama. Lucelly sigue relatando su vida:
-Luego me junté con John William, el papá de mi hijo menor. Él tiene ahora 28 años y trabaja como montallantas. Pero nos dejamos como a los cuatro años porque a mí me gusta vivir sola y a él, en cambio, le gustaba vivir con la mamá. Nosotros siempre teníamos roces… Es que él me quería tener de esclava ¡y no!
En marzo de 2006, de los genitales de Lucelly comenzó a escurrir un flujo amarillo y fétido. Ella no le prestó atención hasta que se hizo evidente para los demás. La hermana la obligó a ir al hospital San Francisco. Lucelly no quería.
Como a Lucelly no le gustan los médicos ni los hospitales, nunca se afanó por hacerse la citología. Pero en los controles prenatales durante sus cuatro gestaciones, la obligaron a tomársela.
-La última que me hicieron fue en el último embarazo, hace como cuatro años. El médico del hospital me contó que estaba un poquito… un poquito mala. Me dijo que tenía que sacar cita con una doctora para que me examinara y me hiciera tratamiento. Y no me explicó nada más.
A Lucelly no le preocupó ese resultado hasta el año pasado, cuando le informaron que tenía cáncer y el médico la interrogó sobre su última citología (examen PAP o Papanicolau).
-Lo primero que sospecharon era que tenía un aborto retenido. Me dejaron hospitalizada. A los días me dijeron que tenía un cáncer. La noticia me la dieron así no más, de una me dijeron que tenía cáncer… Al rato me explicaron que era mortal, que ya lo tenía muy avanzao – Lucelly se queda callada, su mandíbula tiembla, aprieta el rostro, las lágrimas ruedan sobre sus pálidas mejillas-. El médico me dijo que me iba a morir. Lo primero que pensé fue en mis niños… se van a quedar solos.
Nubia Muñoz conoce bien las historias como la de Lucelly.
-Mientras el cáncer cervical ha disminuido en forma continua en los países desarrollados durante los últimos cuarenta años, las tasas permanecen estables o se han incrementado en la mayoría de los países latinoamericanos. Probablemente, las razones más importantes sean la carencia de programas de detección temprana bien organizados y la alta frecuencia de infección cervical por el virus de papiloma humano. En los países desarrollados, con estos programas, la mayoría basados en la toma repetida de citología cervico uterina, se ha logrado reducir el cáncer casi en un 70%; pero son programas costosos, porque se requiere que cubran la mayor parte de la población en riesgo, que tengan un buen control de calidad en cada etapa y que las mujeres diagnosticadas con lesiones sean tratadas adecuadamente. Y esto es algo difícil de hacer en los países pobres. En algunas naciones latinoamericanas existen programas de detección temprana de la enfermedad, pero han sido poco efectivos por la falta de voluntad política para mantenerlos, falta de información y conciencia acerca de las pruebas de detección, tanto de las mujeres en riesgo como del personal sanitario, y una inadecuada estructura sanitaria para detectar, diagnosticar y tratar las lesiones observadas -explica la doctora.
Nubia Muñoz afirma que la monografía publicada por la IARC en 1995, con la investigación sobre los tipos virales que producen el cáncer (dos de ellos son los responsables de aproximadamente el 70% de los casos de cáncer de cuello uterino en el mundo), fue determinante para que la industria farmacéuticas desarrollara vacunas que permitieran prevenir la infección por el papiloma virus humano.
El otro desarrollo importante generado a partir de las investigaciones lideradas por Muñoz, es la creación de pruebas moleculares específicas para la detección del ADN del virus de papiloma humano de alto riesgo. Al involucrarlos en los programas de detección temprana tendrán, seguramente, un impacto en el control de este tipo de cáncer.
El problema es que existe mucho desconocimiento y temor sobre esta prueba en la población. La sola connotación del virus de papiloma humano como infección de transmisión sexual preocupa y desconcierta tanto a los profesionales de la salud como a las mujeres y sus parejas. Muchos hombres han terminado con tratamientos innecesarios a raíz de una prueba positiva de sus compañeras. Incluso, algunos ginecólogos cuentan anécdotas de discusiones de pareja por sospechas de infidelidad luego de la entrega de una prueba positiva del virus. Incluir pruebas para la detección del papiloma virus en los programas de detección temprana requerirá un proceso de educación.
Lucelly bien lo sabe.
-Cuando mi marido se enteró de la enfermedad no me apoyó en nada. Me echó de la casa diciendo que yo era una perra, que quién sabe quién me pegó el cáncer -dice Lucelly y de nuevo llora-. Por esos días me comenzó a pegar más. Me decía que no me quejara por vivir con él, que si acaso me hacía falta techo y comida… y era cierto, nunca me faltó; pero nunca me dio dinero para una pastilla. Con decirle que fue el esposo de mi hermana y mi primer marido los que pagaron el hospital en Ibagué.
Hace un año, después de una década de investigación y desarrollo, fue aprobada una de las vacunas para evitar la infección por el virus del papiloma humano y, por lo tanto, el cáncer de cuello uterino. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que contribuirá de manera fundamental al control de la enfermedad y ha propuesto un plan de trabajo para obtener el apoyo de Naciones Unidas para su introducción alrededor de 2010 en los sistemas de salud de los países con mayor riesgo.
Dado que los estudios clínicos muestran que la vacuna no protege a quienes han adquirido la infección antes de ella y a que el mayor riesgo es en mujeres jóvenes, las verdaderas destinatarias son las niñas y adolescentes que no han iniciado su vida sexual. Esto significa que el impacto en la reducción de la magnitud del cáncer de cuello uterino sólo podrá apreciarse varias décadas después de iniciado un programa de vacunación.
Tal vez la más importante barrera para el desarrollo masivo de la vacuna es su costo actual: 300 dólares o más las tres dosis. El Ministerio de Salud de Brasil ha calculado que su compra para todas las mujeres del país que cada año la requerirían equivaldría a nueve veces el presupuesto actual para adquirir todas las vacunas que incluye el sistema gratuito.
-Con los precios actuales, veo difícil que países como los nuestros la introduzcan en sus programas de vacunación universal. Esperemos que el precio sea más accesible en unos años, cuando la Organización Panamericana de la Salud pueda negociarlo con las farmacéuticas en base a la demanda estimada para Latinoamérica. Por ahora, los programas deberán mejorarse con pruebas para detectar el virus de papiloma humano y continuar en paralelo a la introducción de la vacuna –argumenta la doctora Muñoz.
Desde que jubiló de la IARC, Nubia Muñoz tiene plena libertad para manejar su agenda. Invitada con frecuencia a muchas reuniones científicas, viaja casi siempre con su esposo, Lionel Langrand, un publicista retirado. En mayo de 2007, cuando la universidad de Antioquia le entregó el título de doctora Honoris Causa en Ciencias Biomédicas, dijo: “Con la vacuna, ahora tenemos un arma prácticamente ideal para combatir estas muertes, en gran parte prematuras, porque son mujeres jóvenes, en edad reproductiva, lo cuál es una tragedia para ellas y sus familias. Es una obligación moral llevar a la práctica los resultados de todos estos estudios”.
Hace pocos meses hablé con ella por teléfono. Regresaba de un congreso en Tarbes, al sur de Francia, donde dictó varias conferencias y al que asistieron más de mil quinientos ginecólogos franceses. El alcalde de Pau le concedió las llaves de la ciudad, distinción generalmente reservada para jefes de Estado, homenaje que dio la partida a una campaña para vacunar a las niñas de 14 años de Pau. La seguridad social de Francia cubre el 65% del precio de la vacuna (360 Euros) y las aseguradoras cubren el resto. Fue entonces que la doctora Muñoz me comentó que aún falta por recorrer un largo camino:
-En Latinoamérica hay mucha resistencia a cambiar. Tal vez sea la tradición que se ha creado alrededor de la citología, aunque no ha logrado reducir la magnitud de la enfermedad en la región. Por eso, el primer paso es educar a quienes toman las decisiones en salud pública para que se vayan preparando para integrar, de acuerdo a sus recursos y capacidades, la vacuna y las nuevas tecnologías de detección del virus de papiloma humano a los programas de detección temprana y control de la enfermedad –concluye.
Desde su cama en el hospital de Bogotá, Lucelly desespera:
-Desde hace 20 días me comenzó a doler mucho la pierna derecha y la cintura. Ya no pude volver a caminar. Antes, salía y me daba una vuelta, pero ya no aguanto estar ni sentada ni parada… Los médicos llegan y hablan entre ellos. No me han dicho qué va a pasar conmigo. Lo único que sé es que me tengo que morir muy pronto (solloza en silencio)… y tengo que dejar a mis niños solos. Pienso en ellos no más. Lo único que me preocupa de morirme son mis hijos, no quiero dejarlos abandonados. El problema es que el papá ya tiene una nueva familia, otros hijos y su mujer no quiere a los míos -dice Lucelly, quien ignora que las metástasis ya migraron a sus riñones, huesos y cuero cabelludo.
Los ojos de su madre se enrojecen e inundan de lágrimas sin llorar. Le acaricia el cabello y le dice:
-No llore que Dios no está muerto ni está enfermo. Tenga fe. Dios todo lo puede.
Tres semanas después de escuchar estas palabras de consuelo de su madre, Lucelly morirá.
*Samuel Andrés Arias es médico epidemiólogo, narrador y periodista. Hasta las cuatro de la tarde ejerce como coordinador del área de investigaciones del Instituto Nacional de Cancerología de Colombia, luego escribe relatos, crónicas y ensayos que publica en revistas como El Malpensante, Etiqueta Negra, Odradek, Revista Universidad de Antioquia y en otros medios escritos de Latinoamérica.