Falabella Pro: La huelga de hambre que alarmó al retail
01.02.2008
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01.02.2008
“Falabella tiene una serie de récord importantes para nosotros, pero no es por suerte: tenemos excelentes relaciones laborales sindicales y jamás ha habido una huelga en los 118 años de historia de la compañía”. Andrés León, gerente de Recursos Humanos de Falabella, lo dice orgulloso. Menos de 24 horas después de pronunciar estas palabras, el centenario récord habrá pasado a la historia.
La mañana del viernes 18 de enero, Daniela Wall, Érica Ilufi y Jeannette de Monti, todas dirigentes sindicales de Falabella Pro, comenzaron una huelga. En estricto rigor no se trató de una huelga legal, sino de una de hambre. Ocho días estuvieron sin comer, reclamando por lo que consideran prácticas antisindicales de la tienda por departamentos más grande del país.
Con esa protesta, se convirtieron en el fantasma que hace meses ronda a los empresarios del retail: ser el siguiente blanco de las movilizaciones tras el auge de los conflictos laborales contra la Ley de Subcontratación en la minería y los temporeros.
Daniela, Érica y Jeannette trabajan en la división de seguros del holding Falabella. Es una de las áreas que más se ha reforzado en los últimos años y que ofrece desde seguros de vida hasta protección de documentos, además de proveer servicios domésticos como mantención de jardines o arreglos de calefón.
Las tres dirigentes son vendedoras de seguros en el call center de la compañía. Tienen 33, 35, y 33 años respectivamente y nula experiencia previa en organización sindical. Hay quienes piensan que les faltó aprendizaje y tiempo antes de lanzarse a batallar contra un gigante; otros, que fueron mal asesoradas. La verdad es que ellas estaban dispuestas a todo.
Los problemas comenzaron hace un año, luego de que Falabella iniciara los ajustes para adecuarse a la Ley de Subcontratación. Hasta entonces, las tres formaban parte de los trabajadores de la empresa de outsourcing Recourse, que suministraba personal a Falabella Pro. Todos fueron internalizados para cumplir la normativa, pero siguieron realizando las mismas labores, en las mismas oficinas de calle Ahumada y hasta heredaron los mismos jefes. Salvo que, contrariamente a las expectativas que tenían, las condiciones salariales cambiaron. Y para mal.
-Yo estaba acostumbrada a ganar $500.000, pero subieron la meta de ventas y las comisiones cambiaron. Ahora, si no llegas al 70% de las metas, no recibes comisión. El sueldo base por media jornada es $40.000 y por jornada completa es $110.000 -cuenta Jeannette de Monti, quien de pronto se vio ganando menos que el mínimo.
Lo que había cambiado eran las tablas de comisiones: antes, cuando cumplían el 50% de la meta, recibían una comisión de $160.000, la que subía progresivamente hasta $470.000 cuando se alcanzaba el 100%; la nueva tabla sólo contemplaba ganancias extra de $84.000 a partir del 70% de la meta, aunque cuando se alcanzaba el 100% la comisión subía hasta superar los $500.000. De acuerdo a las dirigentes, la mayoría no alcanzaba el mínimo para ganar comisión.
Fue entonces cuando decidieron organizarse y formar un sindicato, el que se constituyó en julio de 2007. Reclutaron a 200 de los 800 empleados de la empresa en todo Chile y recurrieron al Centro de Estudios del Trabajo (Cetra), que encabeza Carlos Cano, para recibir asesoría en la negociación colectiva.
Las conversaciones se arrastraron durante cuatro meses y terminaron con los trabajadores en condiciones peores que las que tenían antes de formar el sindicato y en un conflicto que a todos se les fue de las manos.
En septiembre del año pasado, con la entrega del primer proyecto de contrato colectivo a Falabella, la negociación empezó a tomar forma. Ese mismo mes, la directiva del sindicato recibió las cartas de renuncia de una veintena de sus flamantes afiliados. Según las dirigentes, esa decisión fue gatillada por amenazas de despido de la empresa, la que incluso habría redactado las cartas tipo de renuncia. Con ese argumento, el sindicato rechazó la mayoría de las desafiliaciones. El fenómeno se repitió en octubre.
Desde entonces, aseguran las dirigentes, la empresa inició una campaña para convencer a los socios de salirse del sindicato. Según la denuncia que registra la Inspección del Trabajo, los jefes hacían reuniones con sus subalternos para presionarlos. Luego, acusan, se incitó a un grupo de trabajadores a que se organizara contra el sindicato. Mientras ese grupo actuaba en horas de trabajo, a las dirigentes les prohibían reunirse con sus socios durante la jornada laboral.
Según la misma denuncia, tres días antes de la votación a huelga, la encargada de capacitación de la empresa se juntó con trabajadores, los presionó emocionalmente y hasta terminó llorando frente a ellos.
Con los ánimos ya caldeados, los bandos de trabajadores se enfrentaron en una “guerra” cuya cara más visible fueron las chapitas que lucían sobre sus uniformes. Mientras unos portaban las que anunciaban el “No a la huelga”, los sindicalistas lucían los prendedores de la recién formada Coordinadora de Sindicatos del Comercio, con los logos de Falabella, Ripley y Paris, que decían: “Negociación colectiva: Yo apoyo con todo!!”.
“Días antes de la votación a Erika empezaron a gritarle en la empresa. El gerente del call center la amenazó con la fuerza pública”, comenta Jeannette. Por esos días circularon también entre los trabajadores cartas a favor y en contra de la huelga.
“Las organizaciones sindicales que han sido asesoradas por un tal Carlos Cano han terminado con lamentables consecuencias para sus trabajadores, es por ello que reconociendo a nuestra orgánica sindical como la libre expresión de las voluntades individuales de sus asociados, hacemos este llamado para poner fin a la siniestra intervención que ha tenido la asesoría de este sujeto”, decía una de las misivas.
La circular también daba cuenta de que Cano “no tuvo ningún reparo o arrepentimiento en decir ante la Asamblea que estuvo preso, como si eso fuera un triunfo y no una vergüenza”. Y bajo la firma de “Grupo de trabajadores socios y adherentes al proceso de negociación colectiva realizado por el sindicato de trabajadores de Falabella Pro Ltda.”, se pedía más información y conocer “la verdadera oferta de la empresa”.
Durante una asamblea incluso se exhibieron antiguos cheques que le habían protestado a Carlos Cano, afirman fuentes cercanas al asesor, una figura polémica que genera amores y odios dentro del mundo sindical.
El 29 de noviembre llegó el día de la votación. Fue una jornada agitada. Las dirigentes denunciaron la presencia de tres ejecutivos de la empresa para presionar a los votantes, los que fueron expulsados por el representante de la Inspección del Trabajo.
Según Daniela Wall, Érica Ilufi y Jeannette de Monti, los opositores a la huelga lograron juntar 85 firmas. Pero la prueba de que estaban presionados para ello –dicen- fue que finalmente sólo 60 votaron contra la huelga y 113 lo hicieron a favor.
Las posiciones parecían irreconciliables.
“La empresa paga 35% más que el promedio del mercado. La oferta fue súper positiva. Los beneficios se pusieron a nivel de convenio colectivo. Se mejoraron comisiones, beneficios nuevos, premios, aportes a estudios. Aún así, la directiva decidió que no era buena oferta. Cuando negocias, tienes un límite al que puedes llegar”, dice Andrés León, quien si bien es gerente de Recursos Humanos del holding, advierte que no participó en el detalle de las negociaciones de Falabella Pro.
De acuerdo a las dirigentes, Falabella no se movió de la posición de que se pagaba sobre el resto del mercado. Tampoco ofreció alzas salariales, que era lo que el sindicato buscaba. Sólo accedió a bajar el piso de las tasas de comisiones -de 70% al 50%-, aunque sin precisar los montos, que era lo que ellas exigían. La empresa tampoco se allanó a los “buenos oficios” de la Dirección del Trabajo.
La situación se puso cada vez más tensa. Otra carta, esta vez sin firma, fue más allá de las primeras advertencias y comparó lo que podía suceder en Falabella con la quema de buses en la huelga de contratistas de Codelco. “La empresa para la cuál tú trabajas tiene la obligación de velar por tu bien físico y síquico, para lo cual debe adoptar todas las medidas necesarias para brindarte protección, incluso debe recabar antecedentes de las personas agresoras y denunciarlos ante la justicia”.
La misiva anónima terminaba diciendo que los agitadores de Codelco eran “vándalos y/o delincuentes” que fueron despedidos por su mal asesoramiento “ya que no se puede confundir en estos hechos, actos de libre expresión, donde puedes expresarte libremente, pero nunca juntarlos con el vandalismo o la criminalidad”.
En ese clima, se fijó el 7 de diciembre como el día del inicio de la huelga. Mientras en la empresa circulaba la idea de que los sindicalistas impedirían por la fuerza el ingreso de los trabajadores y la situación se pondría violenta; las dirigentes decían que se obligaría a los empleados a dormir la noche anterior en la empresa, se contrataría seguridad especial para que ingresaran los “rompehuelgas” mientras los gerentes confeccionarían listas negras.
Para envalentonar a sus afiliados, las sindicalistas mandaron una carta que aseguraba que “todas las afirmaciones sobre pérdida de beneficios o derechos, si se efectuara la huelga, son falsas”. También afirmaban que los derechos ya adquiridos no podían ser retirados unilateralmente: “mienten si afirman lo contrario”.
Como ellas mismas lo comprobarían más adelante, estaban equivocadas.
Efectivamente Falabella contrató guardias para “proteger” a los trabajadores que no querían ir a huelga.
-Guardias de seguridad nos seguían y grababan todo. Hicimos la denuncia en la Dirección del Trabajo. El inspector Marcelo Faúndez dijo que era difícil demostrar hostigamiento. Y justo estábamos con él en el piso 8, cuando el guardia nos dice que no podíamos entrar por orden de la gerencia -cuenta Jeannette.
El día de la huelga, relata Jeannette, unos 30 guardias iban a buscar a la gente al casino y la llevaban a la oficina (en el Paseo Ahumada) formando “un pasillo de protección”.
-Según ellos íbamos a poner barreras, a golpearlos -cuenta Érica Ilufi.
La empresa también “facilitó” la asistencia de sus empleados enviando radiotaxis para recogerlos a sus domicilios. El resultado: pese a que la huelga se había aprobado, el día en que debía ejecutarse algunos se arrepintieron y no hubo el quórum suficiente. Presiones de la gerencia, alegan las dirigentes. Práctica que refuta tajante Andrés León:
-Votaron la huelga y no la hicieron efectiva porque la gran mayoría aceptó la oferta. No es que la empresa haya tenido dureza.
A pesar de los dichos de León, en el mundo sindical hubo sorpresa por la actitud de Falabella, empresa que se caracteriza por ser la menos dura del sector y su constante preocupación por la imagen.
¿Por qué esta vez la empresa decidió actuar distinto? Tesis hay varias. Desde que se quiso frenar con un caso ejemplificador la arremetida de la recientemente creada Coordinadora de Sindicatos del Comercio y también la incursión de Carlos Cano, que busca la negociación interempresas, lo que podría ser un polvorín para el sector. Otros, en cambio, acusan al propio Cano de llevar al sindicato a un punto extremo y sin retorno.
Si alguien pensó que con el fracaso de la huelga se ponía fin al conflicto laboral, se equivocó. El sindicato invocó el artículo 369 del Código del Trabajo de modo de mantener los antiguos contratos y poder iniciar una nueva negociación colectiva en 18 meses.
A ojos de la empresa, de acuerdo al artículo 369 “se mantienen beneficios de la negociación anterior, pero como no existen, no hay beneficios”. Las dirigentes replicaron que tenían beneficios adquiridos, los que les fueron arrebatados, como la colación que recibían todos los días en el casino de Falabella -a donde se les negó el ingreso a partir del 7 de enero-, o el seguro complementario de salud. Por considerar que opera el «principio de primacía de la realidad» en que los beneficios se adquieren por la práctica, la Dirección del Trabajo multó a la empresa con 40 UTM ($1.400.000)
Fue en ese punto preciso en que Daniela Wall, Érica Ilufi y Jeannette de Monti decidieron llevar las cosas al extremo e iniciar una huelga de hambre. Por tratarse del retail, un sector especialmente sensible para la CUT, su presidente Arturo Martínez decidió apoyar a las dirigentas, pese a que la multisindical es reacia a ese tipo de medidas.
Así, el viernes 18, Daniela Wall, presidenta, Erika Ilufi, secretaria, y Jeannette de Monti, tesorera del sindicato de Falabella Pro, llegaron con sus sacos de dormir hasta la CUT para iniciar su huelga de hambre. En una sala contigua al casino, desde donde salía un tentador olor a comida, las tres fueron chequeadas por un doctor y comenzaron su primer día de ayuno con una conferencia de prensa. Un puñado de sus compañeros de la Coordinadora de Sindicatos del Comercio marchó por el Paseo Ahumada, frente a Falabella, con un enorme lienzo en apoyo a la huelga.
La noticia fue ignorada por la mayoría de los medios de comunicación y sólo adquirió una mínima notoriedad por la visita de autoridades. «Este es el sector más rentable de la economía, los que más ganan, y son a los que más les cuesta respetar a los trabajadores, pagar mejor y más les cuesta respetar la dignidad», dijo a radio Bio Bio el diputado Carlos Montes cuando concurrió hasta la CUT. También recibieron el apoyo de Sergio Aguiló, Carlos Ominami, Álvaro Escobar y Adriana Muñoz. Y se anunció una comisión parlamentaria investigadora del sector, como la que el 2007 analizó el caso de los supermercados.
-¡De qué desarrollo económico estamos hablando si no se respeta el derecho a sindicalización! -fueron las palabras de la ministra del Sernam Laura Albornoz cuando las visitó.
Pero la visita decisiva fue la del ministro del Trabajo, Osvaldo Andrade. Corría el quinto día de huelga: “No estoy en condiciones de involucrarme en la negociación propiamente tal, pero comprenderán, ante lo dramático que es una huelga de hambre, que uno como autoridad no puede soslayar la obligación de venir al lugar donde se encuentran y conversar directamente con ellas. Me he comprometido a conversar con la empresa para ver si existe la disponibilidad de retomar un camino de diálogo”.
Paralelamente, en Falabella Pro un grupo de trabajadores disidentes a la directiva pedía un ministro de fe a la Dirección del Trabajo para censurar a las dirigentes. Para el organismo la figura era compleja, pues por un lado estaban investigando denuncias de prácticas antisindicales para debilitar al sindicato y por otro se le requería participar en el proceso para derribarlo. La Dirección del Trabajo prefirió decirle a los disidentes que mejor usaran un notario, quien finalmente dio fe de que 70 personas votaron por censurar a la directiva y sólo 46 para respaldarla. Sin embargo, legalmente se requería el 50% de los 175 sindicalizados, quórum que no se alcanzó. De haber perdido el apoyo de sus afiliados, las huelguistas habrían debido dejar su cargo y todo habría sido en vano.
Las gestiones de Andrade permitieron que se reiniciaran nuevas y duras negociaciones. Ya debilitadas por cinco días de ayuno y sin que se les permitiera la presencia de su asesor, las dirigentes volvieron a la mesa frente a la empresa.
Como el escenario se veía difícil, sus compañeros de la coordinadora que trabajan en Ripley y Paris se aprestaban a sumarse a la huelga. Incluso decían que algunos diputados estaban dispuestos a sumarse al ayuno. No fue necesario. Al octavo día se llegó a un principio de acuerdo, Falabella cedió en devolver los beneficios y las tres dirigentas depusieron la huelga. Los detalles han sido difíciles de conciliar, pues la gerencia proponía un convenio colectivo a cuatro años y el sindicato exigía un contrato colectivo por la mitad del tiempo. Además, pedían flexibilizar el cumplimiento de las metas, de modo de permitir mejores salarios por comisiones.
Al cierre de este reportaje, los trabajadores esperaban el texto definitivo con la propuesta de Falabella.
El capítulo terminará, casi con seguridad, en tribunales, pues la Dirección del Trabajo está terminando el informe de la investigación de la denuncia por prácticas antisindicales y preliminarmente consideran que «a todas luces» ésta se comprobó, por lo que terminarían poniendo los antecedentes en manos de la justicia. El inicio de un año sindical caliente para las grandes empresas ligadas al comercio.