La misteriosa desaparición de un ex cadete naval en un campo guerrillero a meses de la elección de Allende
12.11.2007
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12.11.2007
Cuatro meses antes de la elección de Salvador Allende, en las postrimerías del gobierno de Eduardo Frei Montalva, el rastro de Kiko Barraza, un ex cadete naval y estudiante de Economía socialista, se perdió en la selva valdiviana al ser allanado un campamento de instrucción guerrillera. Su cuerpo nunca apareció y hasta hoy aparece vivo en el Registro Civil. Esta investigación reconstruye los dramáticos momentos de lo ocurrido hace cuatro décadas y que hasta hoy sus protagonistas habían mantenido en secreto.
A tranco rápido, abriéndose paso por un bosque tupido, Jorge Federico Kiko Barraza Barry marchó rumbo al campamento de instrucción guerrillera de Chaihuín en medio de la llovizna fría de mayo. No era la primera vez que recorría esa estrecha huella camuflada en la espesura. Kiko, de 27 años y estudiante de quinto año de Economía en la Universidad de Chile, había conducido a varios universitarios que ese verano de 1970, a sólo meses de la elección presidencial, cumplieron una muy secreta preparación militar en la selva valdiviana.
Con instructores, cabañas y polígono de tiro, Chaihuín representaba para muchos de ellos la continuación del ejemplo iniciado cuatro años antes por el Che Guevara en Bolivia, capturado y ejecutado en ese país en 1967.
Pero el verano había terminado y con él también los trabajos voluntarios que dispersaron por toda la zona rural de Valdivia a cientos de universitarios. Ya no había pantalla para la actividad guerrillera clandestina. La existencia del grupo de Chaihuín era un secreto a voces en los poblados y campos madereros más cercanos.
Por eso la premura de Barraza. Traía la orden de desalojo inmediato para los seis militantes que esperaban allí arriba por su entrenamiento. Kiko, ex cadete naval, era uno de los dirigentes del grupo más radical del PS, el que ya no confiaba en que la democracia del voto sería respetada ni por los grupos económicos ni por Estados Unidos, y había decidido prepararse para enfrentar ese momento. Pero la decisión de los principales jefes de su grupo fue replegarse. Y Barraza, disciplinado, obedeció.
El detalle de lo que ocurrió a partir de entonces ha sido reconstituido en gran parte en esta investigación en voces de sus principales protagonistas. No está claro por qué el grupo no bajó de inmediato tras la llegada de Barraza. Pudo haber sido la lluvia persistente que cayó en esos días, el tiempo que llevó guardar armas y alimentos y deshacerse de manuales. El hecho es que no partieron de inmediato. Y a la mañana del tercer día, cuando estaban próximos a emprender la marcha, Barraza anunció que antes bajaría a limpiar el primer campamento, cercano al camino maderero que bordea la costa, prometiendo regresar pronto.
Fue la última vez que el rostro inescrutable de Barraza fue visto por sus compañeros.
Unas horas después, mientras el resto del grupo esperaba su regreso, el campamento principal fue tomado por asalto por boinas negras del Regimiento Cazadores de Valdivia.
Los seis aspirantes a guerrilleros huyeron a duras penas durante tres días por el bosque y finalmente cayeron en manos de Carabineros. De Barraza no se supo más. Su huella se perdió para siempre en los bosques de Valdivia.
Jorge Federico Barraza Barry, a quien todos -dentro y fuera del partido- conocían como Kiko, pasó a ser una figura fantasmal, legendaria, misteriosa, de la que se hablará durante muchos años en voz baja. Su caso, que pareció anunciar el de cientos de otros desaparecidos tras el Golpe de Estado, ha permanecido oculto por cuatro décadas. A 37 años de ocurridos los hechos, esta es la primera vez que se reconstituye la historia del grupo que soñaba con seguir los pasos del Che Guevara en la selva austral.
En principio quiso ser marino, no guerrillero. El ejemplo de su padre, el destacado submarinista Federico Barraza Pizarro, caló hondo en el primogénito de la familia. Nacido en Valparaíso en octubre de 1942, la infancia de Kiko trascurrió entre Arica y Talcahuano, donde su padre escribió un capítulo de la historia del fútbol profesional chileno: un 21 de mayo de 1944, el entonces teniente primero de la Armada fundó junto a otros cinco oficiales de marina el Club Deportivo Naval de Talcahuano.
Kiko también fue aficionado al fútbol, aunque en el colegio destacó más como poeta. Era lo que mejor sabía hacer. Escribir versos tiernos que regalaba a familiares y compañeras de colegio. La política todavía no era un tema en su vida y menos lo fue desde que en 1958 ingresó a la Escuela Naval.
El Indio, como apodaban al cadete Barraza Barry por su piel morena y porte medio, siguió escribiendo poemas y cultivó, además del fútbol, la natación y el waterpolo. El de Kiko Barraza parecía un destino trazado en línea recta, sin interrupciones ni sobresaltos. Pero las cosas cambiaron abruptamente a fines de 1960. Por problemas de rendimiento académico y después de una permanencia de tres años y tres meses, Barraza pidió su retiro voluntario de la Escuela Naval. El 10 de marzo de 1961, un pequeño drama se desató en su familia.
-Era el que tenía más aptitudes, y además, por ser el mayor de los hombres, fue un golpe importante -dice su hermano Alejandro, quien también pasó por la Escuela Naval y corrió una suerte similar. Hoy trabaja en una empresa naviera en Santiago.
De vuelta con sus padres, instalados en Santiago en una casa institucional de la Armada en la calle Pedro Canizzio en Vitacura, el muchacho consiguió un puesto en el Banco del Estado y se relacionó con una familia vecina de raigambre socialista y afición futbolera que será decisiva para todo lo que vendrá después.
Los Durán Vidal formaban parte de una familia numerosa y diversa, de inquietudes muy distintas a la de Kiko: Mario, el mayor, estudiaba Ingeniería. Le seguían Jaime, estudiante de Medicina; Horacio, uno de los fundadores del conjunto Inti Illimani; y Claudio, que se especializará en Filosofía. Los cuatro hermanos ejercían una fuerte atracción en el barrio al que llegó a vivir el ex cadete naval. Jugaban en el “Lo Castillo Fútbol Club” y eran primos de Hernán, Pedro y Luisa Durán (esposa de Ricardo Lagos). Aparte de jugar con sus primos en el mismo club de barrio, Hernán representaba a la juventud del Partido Socialista en la comuna.
De esta forma, que en principio fue estrictamente deportiva, Kiko Barraza accedió a un mundo que hasta entonces le era completamente ajeno.
“No me cabe ninguna duda de que se hizo socialista por nosotros”, dice hoy el médico Jaime Durán Vidal, quien fue su amigo desde comienzos de los ‘60 y lo recuerda como un wing izquierdo regular, más bien malo, aunque muy impetuoso y esforzado.
-Por esto del fútbol empezó a tener conversaciones con nosotros y a interesarse por la política. En una primera instancia, y esto era curioso, él decía que era nazi, que le gustaba lo que había hecho Hitler. En el fondo, encontrábamos que aquello era más bien parte de una locura juvenil que de un análisis profundo e ideológico. Porque un día, por ahí por 1963, en una de esas marchas que se hacían contra el entonces presidente Jorge Alessandri, Kiko fue con nosotros. De ahí en adelante empezó a manifestarse y a tomar simpatía por la izquierda chilena -relata Jaime Durán.
Era el ocaso del gobierno de Alessandri, quien concluía su mandato con un fuerte descontento social, y el antiguo cadete dejaba su puesto en el Banco del Estado para matricularse en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile.
En las antiguas y señoriales dependencias de calle República, a nadie se le ocurrió decirle El Indio. Para los más amigos en el partido y fuera de él, Barraza Barry era Kiko o El Negro.
El economista Sergio Arancibia, uno de sus grandes amigos en la universidad, recuerda que desde el primer año mostró una militancia activa. “Era un hombre de pocas palabras, reservado, más bien tímido, no se destacaba como orador. Su compromiso político lo expresaba trabajando”, relata.
Ambos militaban en la Brigada Universitaria Socialista y asistieron al giro histórico que experimentó el partido desde mediados de los ‘60. Marcados por la reciente derrota electoral de Salvador Allende frente a Eduardo Frei Montalva y su “Revolución en Libertad” en 1964, y especialmente por la experiencia de la Revolución Cubana y la irrupción de la tesis del foquismo guerrillero impulsada por Ernesto ‘Che’ Guevara, los cuadros más jóvenes y radicalizados lograron importantes cuotas de influencia para imponer la vía armada como método de acceso al poder. Esa voluntad, que fue esbozada en el Congreso de Chillán de 1967, se materializó un año después con la primera huelga legal campesina que terminó con la toma del fundo San Miguel de San Felipe.
La masiva huelga, que se tradujo en la primera ocupación armada y derivó en un duro enfrentamiento entre campesinos y fuerzas policiales, dio origen a una fracción militar socialista, de carácter compartimentado y secreto, que respondió al nombre de Organa. Conformado por militantes provenientes de la Comisión Agraria y la Brigada Universitaria Socialista, el grupo liderado por Rolando Calderón y Exequiel Ponce generó una fuerte atracción entre los jóvenes militantes.
A diferencia de los elenos, que surgieron como una estructura de apoyo logístico al Ejército de Liberación Nacional (ELN) que el Che Guevara fundó en Bolivia, los cuadros de la Organa tenían un carácter menos instrumental y dependiente del régimen cubano. Transitaban por carriles distintos, en apariencia inconexos, pero en medio de la efervescencia que desataba la reforma agraria, los nexos entre ellos se fueron acercando hasta derribar diferencias políticas.
Como los elenos -representados por Arnoldo Camú, Elmo Catalán y Beatriz Allende, la hija menor del ex Presidente-, algunos de los líderes de la Organa cumplieron instrucción militar en Cuba y de vuelta transmitieron su experiencia en cursos clandestinos. Al principio de manera tímida y precaria; poco después, con el advenimiento del fin del gobierno de Frei Montalva, de forma más resuelta y organizada.
De todo este proceso, que marchó a la par con la aventura guerrillera del Che Guevara en Bolivia, participó activamente Kiko Barraza.
El antiguo cadete naval, a quien sus compañeros de partido y universidad recuerdan como un joven reservado y de bajo perfil, rasgo que a la vez inspiraba respeto, cariño y confianza, fue asumiendo un compromiso creciente con las tareas militares del partido. Su personalidad favorecía el necesario sigilo que demandan las actividades conspirativas.
Pocos supieron de su frustrado paso por la Armada, para qué decir de su afición por la poesía y su relación amorosa con una bibliotecaria de la escuela. Jaime Durán, que lo conoció muy de cerca, no recuerda haberle conocido pareja:
-Era tímido, muy aproblemado con las mujeres. Por eso nunca tuvo una polola. Había algo extraño en su estructura de personalidad. Cuando íbamos a las fiestas y bebía alcohol, se quedaba petrificado, para adentro. No decía una palabra. Kiko era una persona muy introvertida pero también muy confiable, de una gran lealtad. Muy buen amigo.
La vida íntima de Kiko Barraza fue un misterio para muchos en la Facultad de Economía y Negocios. Algunos incluso, guiados por las apariencias, creían ver en él a un muchacho apocado y de esfuerzo proveniente de alguna comuna popular. Esa faceta, en apariencia impenetrable, tenía su contraparte en su círculo íntimo de amistades, todas ellas relacionadas con la juventud del partido.
El senador socialista Ricardo Núñez, que entonces daba clases en la carrera de Sociología en la Universidad de Chile y era afín a la Organa, recuerda haber asistido a fiestas en la casa de Barraza en Vitacura. También conserva la grata impresión que le dejó el contacto con su familia y en especial Marta Barry, la madre de Kiko, a quien define como “una señora encantadora”.
Alejandro Barraza testifica que en su familia todos conocían de las actividades políticas de su hermano mayor. No era ningún secreto ni motivo de conflicto con sus padres, no obstante que éstos tenían posiciones más bien conservadoras.
Barraza sostiene que Kiko “a veces llegaba a dormir con obreros y estudiantes modestos” y que su padre, entonces encargado del Departamento de Bienestar Social de la Armada, solía prestarle su Volkswagen rojo para realizar actividades políticas.
“En la casa todos entendían y aceptaban en lo que andaba, aunque no lo compartieran”, dice su hermano Alejandro. Pero una cosa muy distinta es que su familia supiera exactamente en qué estaba involucrado.
Comenzaron a intuirlo a fines de 1969, cuando la madre de Kiko recibió una carta remitida por éste desde la entonces República Democrática Alemana (RDA), donde le decía que estuviese tranquila, que tardaría un tiempo en volver, pero volvería. Por cierto, Kiko Barraza no estaba en la RDA, sino en Valdivia.
Hernán Coloma fue uno de los últimos en ver con vida a Kiko Barraza. Coincidió con él en Valdivia, poco antes de que éste subiera al campamento de Chaihuín con la misión de desalojarlo. Coloma pertenecía a la Organa y había participado de la ocupación armada al fundo San Miguel. Esa fue su primera y única experiencia estrictamente combativa.
Después de ese bullado episodio, pasó a la clandestinidad y siguió en contacto con Barraza, a quien había conocido en la Brigada Universitaria Socialista.
Cuenta Coloma que en esos meses de clandestinidad, que se prolongaron por casi un año, en más de una ocasión Barraza lo ayudó a eludir el acoso policial. Acostumbraba a movilizarse en el Volkswagen de su padre, acompañado por su mejor amigo en la Brigada Universitaria Socialista, el estudiante de Sociología Ramón Silva, y era común que en situaciones como esas anduviese armado. Después volvieron a verse las caras en el campamento de Chaihuín.
Coloma fue uno de los dos fundadores del campo de instrucción militar. El otro fue Renato Tata Moreau, también protagonistas de la toma del fundo San Miguel. Ambos tuvieron la misión de elegir el lugar y trabajar en su implementación durante varias semanas. Ambos también pasaron largas temporadas al interior de la selva austral.
“Éramos militantes muy disciplinados”, dice Hernán Coloma, periodista y actualmente funcionario del Servicio de Vivienda y Urbanismo, SERVIU.
-Como habíamos sido probados en la ocupación del fundo San Miguel y resistimos bien la tortura, fuimos ‘mandatados’ por Rolando Calderón para que exploráramos la zona y levantáramos el campamento. La idea no fue armar un foco guerrillero. Como se venía la elección presidencial y era probable que Allende triunfara, postulábamos que ni la derecha ni Estados Unidos iban a aceptar un gobierno socialista. Estábamos seguros de que iba a venir un golpe -como de hecho ocurrió- y había que prepararse militarmente para eso.
La construcción del campamento llevó un par de meses y demandó el apoyo de una estructura formada en Valdivia y de unos cuantos lugareños que estaban al tanto de los planes. Hubo que reclutar carpinteros y trasladar víveres, materiales y pertrechos por un sendero estrechísimo y tupido que nacía en el camino maderero de la costa de Chaihuín, 38 kilómetros al sur de Corral. Debido a la espesa vegetación, no había modo de avistarlo desde el cielo. El campamento contaba con atalayas para vigías, cabañas y polígono de tiro, y tenía además una pantalla perfecta: como cada año, desde enero de 1970, cientos de jóvenes universitarios vinculados a la FECH volvieron al lugar para retomar la campaña de alfabetización en zonas campesinas iniciada el último verano. En vísperas de la más cerrada elección presidencial, la convocatoria superó todas las expectativas.
De esta última tarea, el reclutamiento y traslado de estudiantes desde Santiago, estuvo a cargo Kiko Barraza.
Entre los testimonios recopilados no hay coincidencia acerca de cuantas veces estuvo Barraza en el campamento. Lo que sí está claro es que Kiko sabía de sobra cómo llegar y que nunca permaneció demasiado tiempo arriba. Tampoco nadie tiene dudas de que todo lo que se enseñaba ahí ya lo había aprendido en su paso por la Armada.
La instrucción militar estaba confiada a un oficial de Ejército al que llamaban El Tapilla. De baja estatura -de ahí el apodo- y modo prepotente, El Tapilla estuvo encargado de la construcción del polígono y de las prácticas de tiro con rifles y revólveres. Además, apoyado por jefes como Jaime Solano y Tata Moreau, entregaba nociones básicas de defensa personal, manejo de explosivos y seguridad. En apariencia se trataba de un campamento guerrillero de proporciones.
Al dar cuenta del hecho, El Mercurio informó que el lugar estaba compuesto por “una comandancia, seis carpas dormitorio, un polvorín, una sala de clases, atalayas y puntos de vigía”. Entre las armas encontradas había morteros, dos carabinas Winchester 44, un rifle Decco calibre 22 y dos pistolas Mauser y una Tala, además de municiones, mechas, granadas, cartuchos de dinamita y relojes de tiempo. El inventario subversivo -según la misma fuente- se completaba con una bandera del Movimiento de Izquierda Revolucionario, planos de la zona, libros sobre Carlos Marx, Mao Tse-Tung y Ernesto ‘Che’ Guevara, y panfletos que proclamaban la “Guerra de Guerrillas”.
Frente a todo esto, el ministro del Interior de la época, Patricio Rojas (actual presidente del Sistema de Empresas Públicas, SEP), aseveró que “el grupo guerrillero recibía apoyo de una organización muy amplia y que sus fines eran instruir gente para un asalto al poder”.
En la intimidad, sin embargo, la realidad que se vivía al interior del campamento era bastante menos espectacular. Hernán Coloma sostiene que las armas en poder del grupo eran escasas y demasiado ligeras como para haber pretendido siquiera un enfrentamiento. Además, la preparación militar era muy elemental, y más de algún alumno tuvo que ser obligado a dejar el lugar por indisciplina, incapacidad o falta de convicción.
A lo anterior se suma un factor determinante. Si en un comienzo las cosas funcionaron con cierta normalidad, impulsados por la mística y espíritu de pioneros de la revolución que los envolvía, con el correr de los meses el ambiente se deterioró severamente. Aparte de la escasez de alimentos, que en rigor se reducían a un plato lentejas y un trozo de pan sin sal, las temperaturas fueron cada vez más bajas y las lluvias más intensas. Las pocas mujeres que llegaron por obra de Barraza habían regresado y ya nadie quería seguir leyendo libros sobre marxismo.
En estas condiciones, a partir de marzo, el campamento experimentó lo que Coloma define como “una descomposición”: acusaciones de robo de alimentos, fracciones, peleas y serias dudas acerca de la calidad de infiltrado de El Tapilla, contaminaron al grupo.
“Siempre vi a El Tapilla como un bicho de otro pozo, un infiltrado, era demasiado evidente”, sostiene Coloma, quien además, por sus contactos en la zona, tenía antecedentes de que el lugar había sido detectado.
Coloma afirma que Rolando Calderón, responsable máximo del campamento, también fue alertado. Lo propio dice haber hecho Moreau, quien viajó a Santiago a tratar el tema con la dirigencia de la Organa.
-Yo bajo a una reunión nacional de nuestro grupo, la que tenemos en el mismo local del PS, y planteo que se rompen todas las reglas de la conspiración si es que seguimos arriba. Había dado orden de hacer una cueva para guardar todas las cosas esperando el próximo año, pero resulta que discuten y deciden que el campamento sigue. Asumo la orden, pero me acuerdo que fui bastante vehemente en decir que íbamos a caer -recuerda Renato Moreau.
La orden además conllevaba una complejidad adicional. Mientras el grupo original iniciaba el descenso, Tata Moreau retornaba al campamento con cinco nuevos muchachos provenientes en su mayoría de Santiago. Habían sido enviados por disposición de la jefatura de la Organa.
-Nosotros estábamos aprestándonos a bajar cuando veo venir de vuelta al Tata. Me acuerdo que eran puros cabros chicos y ahí mismo le digo al Tata que está puro hueveando. Él me responde que cumple órdenes -testifica Hernán Coloma.
Unas semanas después, mientras recobraba fuerzas en una casa de seguridad en Valdivia, Coloma se encontró con Kiko Barraza. El encuentro fue breve, solo minutos. Kiko le alcanzó a decir que tenía orden de desalojar el campamento a la brevedad.
Rigo Quezada era uno de esos cinco cabros chicos a los que alude Hernán Coloma. Entonces tenía 19 años, cursaba último año en el Liceo 9 de El Llano y era dirigente de la Federación de Estudiantes Secundarios de Chile, FESECH. Hoy tiene 56 años y trabaja en el Gobierno Regional Metropolitano de Santiago.
Rigo llegó al campamento junto a Víctor Muñoz, un amigo del barrio que también militaba en la Juventud Socialista.
-Me acuerdo que aún era verano, porque la chapa era ir de campamento, y Víctor, como para darle seriedad al asunto, me dijo que era una cosa donde estaban metidos los cubanos –recuerda.
Ya internado en la selva austral, después de sortear un temporal, cayó en la cuenta de que el asunto no era como se lo habían pintado.
A esas alturas únicamente quedaban lentejas y el instructor brillaba por su ausencia. Mientras esperaban su llegada, Tata Moreau se ocupó de enseñar técnicas de defensa personal y manejo elemental de armamento. El resto del día lo mataban leyendo libros marxistas que a estas alturas estaban deteriorados por efecto del uso y el clima.
No hay coincidencia acerca del tiempo que permaneció ese último grupo en la montaña. Las cosas tienden a confundirse después de cuatro décadas. Lo claro es que se avecinaba el invierno y el frío y la lluvia se hacían cada vez más intensos. Quezada recuerda que su ropa estaba permanentemente húmeda y que los días transcurrían lentos y silenciosos.
Para anticipar sorpresas, en el sendero de ingreso al campamento, Tata Moreau instaló una trampa cazabobos: una pitilla disimulada en el camino, conectada a un estopín y a un detonador, alertaría de la presencia de extraños.
Los días transcurrían como siempre: húmedos, lentos, silenciosos. Hasta fines de la tercera semana de mayo… ¡Pum!
Al escuchar el estruendo de la trampa, Moreau y sus hombres tomaron posiciones. De acuerdo con lo planeado, si no había opción de arrancar ante un allanamiento militar o policial, se defenderían hasta las últimas. Esa al menos era la idea. Esa mañana de mayo, sin embargo, no hubo necesidad de ponerla en práctica.
Kiko Barraza había tropezado con la trampa.
Rigo Quezada recuerda que el antiguo cadete naval llegó bastante a mal a traer por una severa gripe y que no demoró en dar a conocer las novedades:
-Nos contó que en un ampliado del Comité Central del PS, un dirigente había reclamado por la existencia del campamento de Chaihuín. Decía que cómo era posible que mientras el partido estaba embarcado en la campaña presidencial de Salvador Allende, hubiera militantes haciendo instrucción de guerrilla en Valdivia.
Con eso quedó claro que el campamento había dejado de ser un secreto y era urgente desalojarlo. Kiko tenía una sola orden: sacarnos de ahí cuanto antes.
Por alguna razón que Quezada ni Moreau recuerdan con exactitud, el grupo no bajó a la brevedad. Incluso creyeron conveniente volver a instalar la trampa cazabobos.
Recién al tercer día de la llegada de Barraza, cuando estaban próximos a partir, éste decidió bajar a un primer campamento cercano al camino costero para deshacerse de papeles y materiales comprometedores.
A nadie le extrañó que quisiera hacerlo sin compañía. Y el resto estuvo de acuerdo en que durante la espera de Kiko, realizaran las últimas prácticas de tiro bajo el mando de Tata Moreau. Las prácticas fueron interrumpidas por un nuevo estruendo.
¡Pum!
Alguien había vuelto a tropezar con la trampa cazabobos y esta vez no era Kiko sino un grupo de boinas negras que se anunció con fuego graneado.
Los seis aspirantes a guerrilleros, siguiendo un plan de evacuación previamente trazado, huyeron con lo puesto y unas pocas armas. La idea era resistir hasta las últimas, como combatientes ejemplares, pero estuvieron muy lejos de protagonizar algo parecido a eso.
Tres días después, cuando cayeron en manos de Carabineros, la prensa informó que “sus rostros se veían demacrados” y “sus ropas y zapatos estaban totalmente despedazados”. También informó que aunque únicamente eran seis los detenidos, un contingente de 300 carabineros y un número poco menor de militares pertenecientes al Regimiento Cazadores de Valdivia seguían peinando la zona en busca de otros extremistas.
Con el correr de los días, a partir de la declaración coincidente de los detenidos, quienes nunca dieron cuenta de la presencia de un séptimo hombre, quedará establecido como verdad oficial que esos seis eran los únicos insurgentes presentes en la zona.
Recién un mes después de caer detenido, cuando le fue levantada la incomunicación, Renato Tata Moreau tuvo oportunidad de preguntar por Kiko Barraza. Hasta entonces creía que el ex cadete naval, con más preparación que todos ellos, había logrado escapar en medio de la selva y se encontraba a salvo.
-Al enterarme de que no había señales de Kiko, envío un mensaje a Rolando Calderón diciéndole que había que denunciar el caso, pero de vuelta me envían una orden de que no lo haga. Y por tanto, no lo hice…
Yo siempre esperé y peleé para que Calderón, el jefe nuestro, lo reconociera -dice hoy Moreau.
El hecho es que aunque hubo diversos operativos de búsqueda en la zona, ningún dirigente socialista reconoció jamás públicamente la desaparición de Kiko Barraza. Ricardo Calderón, que fue secretario general de la otrora poderosa CUT, hombre clave en el gobierno de Salvador Allende y hoy gobernador provincial de El Elqui, rehusó hablar con CIPER de esta historia.
En su momento, a cuatro meses de la elección presidencial, se argumentó que el caso era contraproducente para Salvador Allende, quien tenía serias posibilidades de ser electo después de tres intentos frustrados. La campaña electoral había multiplicado la agitación política en el campo y en la ciudad, exacerbando las pasiones a niveles jamás vistos. Jorge Alessandri corría solo por la derecha mientras que en la centro izquierda, Allende y Radomiro Tomic, candidato de la Democracia Cristiana, se disputaban palmo a palmo los votos.
Un mes después del descubrimiento del campamento de Chaihuín y de la desaparición de Kiko Barraza, en junio de 1970, los militantes socialistas de la Organa y los elenos se unían en una sola fracción cerrando filas detrás de la candidatura presidencial de Allende.
Mientras en el resto de Latinoamérica la izquierda marxista postulaba mayoritariamente la vía armada para llegar al poder, en Chile, la alianza de marxistas, cristianos de izquierda y radicales lograban consolidar una coalición que sólo había tenido un referente anterior en el mundo: los Frentes Populares de España y Francia.
La caída del campamento y su vinculación directa con el Partido Socialista -el mismo del candidato presidencial que prometía nacionalizar el cobre, estatizar empresas estratégicas del país y un paquete de transformaciones revolucionarias a través de la vía pacífica- complicó las aspiraciones de Allende. De ahí que el partido desconociera la filiación socialista de los seis jóvenes detenidos y, de paso, optara por mantener el caso de Kiko Barraza en completa reserva.
Tampoco ayudó la actitud asumida por la familia de Kiko. Aunque Alejandro Barraza dice que su padre realizó gestiones con el almirante Raúl Montero, quien era un gran amigo y asumió la comandancia en jefe de la Armada tras la asunción de Allende, éstas siempre se mantuvieron en un ámbito confidencial. Jamás hubo denuncia formal por el caso, ni en tribunales ni ante la prensa.
La desaparición del dirigente socialista universitario fue un hecho asumido y superado por los días frenéticos en que se sumergió el país. Sólo unos pocos siguieron ocupados de lo ocurrido en Chauhuín.
A principios de 1971, cuando recuperó su libertad, Renato Moreau se contactó con los padres de Barraza para explicarles cómo habían ocurrido los hechos.
-Yo les conté a sus padres toda la historia, tal cual… Yo sabía que el Kiko había estado en la Armada. Y cuando hablé con su padre, él trato de tirarme la lengua diciendo “bueno, todos entendemos cuando alguien traiciona que lo fusilen”. Y tuve que explicarle que no, que nosotros no habíamos fusilado a nadie, que le teníamos mucha estima…
Lo propio hizo Rigo Quezada. Ramón Silva, uno de los grandes amigos de Kilo, incluso acompañó al padre de éste en una expedición de búsqueda por la zona. No fue la única operación de este tipo. Porque uno de los máximos dirigentes de los elenos, Ricardo Maximo Pincheira, también recorrió la zona una y otra vez con un equipo de búsqueda. Tampoco encontraron su rastro. Maximo no imaginaba que tres años más tarde moriría brutalmente y que su rastro desaparecería en una fosa clandestina al decidir resistir el ataque golpista junto a Salvador Allende en La Moneda.
Ésta y otras gestiones condujeron siempre al mismo sin sentido: Jorge Barraza Barry desapareció misteriosamente, sin dejar rastro, en medio del allanamiento militar.
Otro de los hombres de esta historia que también desapareció –pero antes de que fueran descubiertos- ya que ninguno de los protagonistas del campamento y de la Organa volvió a saber de él, fue El Tapilla. Una nube de interrogantes y misterio envuelve hasta hoy al oficial de Ejército que los instruía en manejo de armas.
Renato Moreau cree factible que Kiko haya sido asesinado y hecho desaparecer por el comando de boinas negras que asaltó el campamento y “peinó” la zona. Pero a la vez postula que también es posible que huyendo del cerco militar, Barraza haya caído en un barranco. Una percepción algo parecida a la de Rigo Quezada:
-Por el fuerte resfrió con que llegó al campamento, puede que haya intentado huir del alcance de los militares y en ese intento pudo haberse perdido. Enfermo y sin alimentos, no podía sobrevivir en esa selva fría y lluviosa…
Casi nadie duda, como en algún momento algunos sospecharon por la relación de los hechos, que Kiko Barraza pudo ser un infiltrado de la Armada en el Partido Socialista. Su hermano Alejandro sostiene que en ese caso habría aparecido en algún momento, que no habría dejado que su madre viviera con una pena que la mató en vida.
Alejandro y sus hermanos, entre los que se cuenta un oficial en retiro de la Armada, prefieren pensar que simplemente enfermó y cayó muerto en algún lugar de la selva austral. Y piensan que en caso de que las cosas se hubieran desarrollado de un modo distinto, Kiko Barraza podría haber sido un marino ejemplar en vez de un mártir que nadie o casi nadie -con excepción de un grupo de campamento de verano en Valdivia que lleva su nombre.
Al menos para Moreau, uno de los últimos en verlo con vida, la desaparición de su amigo lo hace recordar cómo entendían ambos la tarea en que se hallaban inmersos: “En ese tiempo, los dos estábamos en el concepto de que íbamos a morir de todas maneras, que era muy difícil llegar al final. Entonces teníamos bastante asumido sicológicamente que cualquiera de nosotros podía caer…”
Así será, pero para efectos legales, a casi cuatro décadas de su desaparición, Jorge Federico Barraza Barry aún sigue formando parte del mundo de los vivos.
El desmantelamiento del campamento de instrucción guerrillera de Chaihuín se convirtió en mayo de 1970 en un gran acontecimiento político. En medio de un masivo despliegue policial y mediático, los seis detenidos fueron acusados de organizar una guerrilla en la selva austral. Todos eran socialistas. Pero el jefe del Partido, el senador Aniceto Rodríguez, se apresuró en afirmar públicamente: “Ninguno de ellos es militante. No cabe al partido, por lo tanto, ninguna responsabilidad”.
A solo cuatro meses de la elección presidencial, en la que el socialista Salvador Allende tenía serias posibilidades de resultar electo, la dirección del PS decidió desconocer a ese grupo de militantes. Y lo hizo para intentar cerrar de inmediato el enorme flanco en contra del candidato de la izquierda chilena que les daba la razón a sus adversarios. Estos centraban su campaña en los nexos de Allende con Cuba, el comunismo y la lucha armada para potenciarlo como la amenaza totalitaria.
Las cosas, sin embargo, no resultaron tan sencillas.
El subsecretario del Interior del gobierno de Frei Montalva, Manuel Mason, se encargó de afirmar: “Fueron los propios detenidos quienes confesaron su militancia socialista”.
No era difícil corroborarlo. Porque al menos dos de los detenidos -Renato Moreau, Rigo Quezada, Jaime Briones, Luis Alberto López, Víctor Muñoz y Sergio Torres- tenían cierta figuración política previa ligada a la colectividad de Allende. Un protagonismo del que también había dado cuenta la prensa de la época.
Moreau ya había sido detenido y procesado en 1968 por la toma armada del fundo San Miguel de San Felipe. Un año después apareció vinculado al hallazgo de la Escuela de Guerrillas de Guayacán, en el Cajón del Maipo, y volvió a ser detenido. Quezada, en tanto, era dirigente socialista de la Federación de Estudiantes Secundarios de Chile (FESECH), y, de acuerdo con un informe de Investigaciones divulgado al momento de su detención, tenía una orden de detención pendiente por “actividades subversivas”.
Con lo que no contó Aniceto Rodríguez fue con que el jefe de su partido en Ñuble, la zona de mayor efervescencia en esos momentos por la Reforma Agraria, no solo reconociera la militancia de los seis detenidos, sino que además, validara sus acciones. En medio de la suma de declaraciones cruzadas y contradictorias, un nuevo acontecimiento agregaría más incertidumbre.
Tres semanas después de lo ocurrido en la selva valdiviana, cuando aun no se aquietaban sus repercusiones, un grupo no identificado asaltó la Armería Italiana de calle Artuto Prat. El mensaje que dejaron los asaltantes tras huir con el botín aportó una nueva señal sobre la identidad política de los detenidos: Nos quitaron las armas en Valdivia, nosotros las rescatamos. Las armas son del pueblo, por eso las quitamos. Comando Lenin Valenzuela. Operación Chaihuín.
Precisamente en esos días, mientras los seis detenidos seguían incomunicados en Valdivia, las dos fracciones internas más radicales del Partido Socialista concluyeron un proceso de discusión que sería decisivo para su política militar. Frente a la exitosa marcha de la campaña de Allende, los militantes adscritos a la Organa decidieron unificarse con los elenos (ELN) en un solo grupo que adoptó el nombre del segundo. La decisión -que coincidió con la muerte en Bolivia de Elmo Catalán, uno de los principales líderes del Ejercito de Liberación Nacional en Chile, junto a Arnoldo Camú y Beatriz Tati Allende- significó una especie de tregua y un apoyo condicionado a la revolución democrática propuesta por Allende.
Tras la elección de Allende, en septiembre de 1970, será esta misma fracción unificada, junto a militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), la que nutrirá las filas del Grupo de Amigos Personales (GAP), la escolta de seguridad privada del mandatario. La misma que un año después, en enero de 1971, tomará el control del Partido Socialista.
-En enero, en el congreso de La Serena, nos tomamos el partido. Yo fui jefe de seguridad de ese Congreso donde Carlos Altamirano resultó elegido secretario general. La mayoría del Comité Central era del grupo de los elenos. Como a los 20 días yo me fui a Cuba. Tres meses después llegó a Cuba Arnoldo Camú y me anuncia que el ELN se había autodisuelto –cuenta Moreau.
Así, a la conquista política del poder le siguió la disolución formal de los elenos. Para entonces, los seis detenidos en el campamento de Chaihuín ya habían sido indultados por el Presidente Allende.
De una cierta forma, considerando los escenarios posibles, fue una suerte que los seis jóvenes sorprendidos en el campamento de Chaihuín cayeran en manos de Carabineros y no del Ejército. En caso contrario, las cosas podrían haber resultado muy distintas.
Cerca del mediodía del 21 de mayo, cuando los boinas negras del Regimiento Cazadores de Valdivia irrumpieron en el campamento de instrucción militar, se produjo un enfrentamiento armado en el que los insurgentes tenían todas las de perder. Provistos únicamente de armas livianas, entre pistolas, escopetas y carabinas, los seis militantes socialistas debieron hacer frente al fuego graneado de comandos profesionales que disparaban a matar.
De cualquier modo, el intercambio de disparos no duró mucho. Renato Tata Moreau, que estaba a cargo del campamento, asegura que al escuchar la respuesta de los rifles Winchester percutidos por sus compañeros, “los milicos se asustaron y paró el cuento, no avanzaron porque sintieron que podía ser una emboscada y podían estar en territorio minado”. Entonces, prosigue Moreau, aprovechado el alto al fuego, “doy la orden de desalojo inmediato y salimos hacia atrás del bosque, por un sendero de huida que teníamos”.
-Nos metimos sin brújula. Llovía con tal fuerza que ni siquiera se veía la copa de los árboles, y yo decía que la única forma de salir es llegar al mar, sino nos vamos a morir en esta –cuenta Moreau.
La persecución se extendió por tres días y dos noches, en medio de una lluvia intensa que dificultó las cosas para ambos bandos. Mientras los militares veían impacientes cómo se obstaculizaba la captura, los insurgentes daban vueltas en círculos, agotados, hambrientos y entumidos, sin encontrar una salida. Rigo Quezada sostiene que en esos tres días, pese a la inclemencia del tiempo y la espesura de la vegetación, los militares hacían notar su presencia con detonaciones y disparos que se escuchaban a corta distancia. En esas circunstancias, la huida era un asunto de vida o muerte. No había lugar a la rendición.
A la mañana del 24 de mayo, coincidiendo con el cese de la lluvia y los disparos, los seis jóvenes alcanzaron el camino costero. Estaba despejado y no tuvieron inconvenientes para transitar por él, rumbo al sur, durante gran parte del día. Curiosamente, pese al operativo desplegado en la zona, el único camino de acceso a la zona no era objeto de patrullaje.
A pesar de estar extenuados, la marcha del grupo continuó. Ya casi al anochecer avistaron un caserío donde contaban con apoyo. Puede que el cansancio haya hecho caer todas sus antenas de alerta. El hecho es que no vieron las ametralladoras que vigilaban el camino, y cuando les faltaba solo un pequeño trecho para llegar a la casa cercana a la playa, se encendieron los focos y surgieron las voces de mando que les ordenaba entregar las armas. De inmediato sintieron los disparos.
Pero las balas buscaban solo los pies. Y los que disparaban no eran boinas negras, sino carabineros. En rigor, era mucho más que un simple destacamento. Mientras eran amarrados entendieron que en esa casa campesina la policía uniformada había establecido el estado mayor de su puesto de operaciones.
Los pocos disparos de advertencia de la policía, que se vio sorprendida por la rendición de los seis jóvenes, marcó el fin del experimentó guerrillero de Chaihuín.
Lo que ocurrió a partir de entonces hace una clara distinción entre el accionar de una y otra institución armada. Si los seis jóvenes socialistas estuvieron muy cerca de perder la vida frente a los militares, en manos de Carabineros se sintieron seguros.
-Los carabineros no nos torturan, muy por el contrario. Había pacos que estaban del lado de Allende; había otros que nos tenían admiración. Nos tuvieron mucho respeto –afirma Moreau.
Quezada refrenda esa apreciación: “Me acuerdo que de entrada, apenas fuimos detenidos, uno de los oficiales a cargo nos advirtió que mejor le entregáramos al tiro nuestros nombres para que los comunicaran a Santiago y estuviésemos a salvo. Era una forma de salvarnos la vida frente a los militares”.
La situación pudo haber variado cuando el grupo fue traslado a la comisaría de Corral. Allí fueron sometidos a un interrogatorio por parte de funcionarios Investigaciones que llegaron hasta el puerto.
-Cuando llegan con la maletita de la corriente y comienzan los golpes, uno de los pacos que nos cuidaba enfrenta a los tiras y les dice con voz firme que se encuentran en un cuartel de Carabineros y que ahí no se le pega a nadie. Por tanto los tiras no pudieron seguir golpeándonos. Esa es la verdad: nos defendieron los pacos –recuerda Moreau.
La figura de Jorge Kiko Barraza despierta reacciones encontradas entre sus antiguos compañeros de promoción en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Al ser contactados para esta investigación, varios de ellos obviaron el contacto realizado vía correo electrónico o se limitaron a precisar que lo trataron de manera ocasional o que simplemente no lo recuerdan.
Es el caso del economista Enrique Goldfarb, quien pese a haber simpatizado en su época de universidad con la juventud del Partido Socialista, se excusó de entregar antecedentes sobre el tema. “Lo siento, estoy en otra”, dijo el actual consultor de empresas.
La desaparición de Barraza no fue un hecho de dominio público en la universidad. Únicamente sus compañeros más cercanos, ligados preferentemente al Partido Socialista, conocieron detalles del hecho, algunos ni eso.
“La desaparición de Kiko coincidió con la euforia electoral de 1970 y por eso, me temo, pasó inadvertida”, dice el consultor y ex ministro y embajador de la Concertación, Álvaro Briones, quien lo recuerda como “un devoto militante” del partido y, a la vez, de los elenos.
Como Briones, varios otros futuros economistas que militaron en la juventud del Partido Socialista en esos años conocieron de una u otra forma a Barraza Barry. Entre esos antiguos alumnos se cuentan Cristián Sepúlveda, Sergio Araneda, Adela Tarrés, Rafael Urriola, Claudio Jedlicki y Roberto Pizarro.
Este último, que se desempeña como asesor de la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales (DIRECON), fue uno de los organizadores de un acto en memoria de los 16 funcionarios y estudiantes de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile que fueron ejecutados o hechos desaparecer tras el Golpe de Estado de 1973. En ese acto de noviembre de 2001, consagrado con la instalación de un memorial, se pasó por alto la figura del antiguo cadete naval.