LA INVESTIGACIÓN DEL AUTOR DEL DOCUMENTAL “EL COLOR DEL CAMALEÓN”
Inédito: el brutal entrenamiento del grupo secreto de la CNI que operaba en la Compañía de Teléfonos
22.08.2017
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LA INVESTIGACIÓN DEL AUTOR DEL DOCUMENTAL “EL COLOR DEL CAMALEÓN”
22.08.2017
Para la Stasi, el poderoso servicio de inteligencia de la República Democrática Alemana (RDA), el chileno Jorge Lübbert era agente de la DINA. Para la comunidad de chilenos exiliados en la RDA, el joven de 21 años que arribó allí en septiembre de 1978 era una víctima de la dictadura. Para su hijo, el documentalista Andrés Lübbert, un perfecto desconocido:
-Mi padre era alguien que estaba ausente. Nuestra relación fue en silencio. Hablábamos, pero no teníamos intimidad o diálogo.
Andrés captó desde pequeño que algo extraño ocurría en la historia familiar:
-Cuando éramos niños mi madre nos decía que mi papá había estado en la cárcel en Chile, pero que no había hecho nada malo. Siempre quise tener otra relación con él. Y descubrí en un momento que esa relación que no existía tenía que ver con su pasado -recuerda hoy, sentado en un café en Ñuñoa, mientras relata su historia.
Andrés arribó a esa certeza y se obsesionó. Su primer viaje a Chile fue cuando tenía 19 años.
-Vine a Chile porque quería conocer de dónde venía mi padre. Hice un pequeño documental de 40 minutos: «Mi padre, mi historia». Yo no hablaba español, era muy complicado. Y ahí mi tío y mi abuelo me contaron cosas que yo no entendía, que algo había pasado y que, por eso, mi papá se había ido de Chile. Que entró a trabajar en la Compañía de Teléfonos y que tuvo problemas ahí. Y me decían más cosas que yo no lograba entender.
Ese documental fue el primero de cuatro que Andrés Lübbert, hoy de 32 años, ha realizado para entender la historia de su padre. No es extraño que sus dudas las tradujera en películas. En su familia es habitual tomar una cámara y filmar. Su tío, el reconocido cineasta Orlando Lübbert, fue quien le abrió una ventana al pasado. En su segundo viaje a Chile le entregó un testimonio que su papá dio en 1979, poco después de llegar a Europa, como parte de una terapia. Un relato muy íntimo donde revela las verdaderas razones que lo llevaron a escapar de Chile.
En ese testimonio su padre cuenta detalles del entrenamiento que lo obligaron a seguir mientras trabajaba en la Compañía de Teléfonos de Chile (CTC), cuando tenía 21 años. En esas páginas relata cómo le enseñaron a interceptar teléfonos, a espiar a sus compañeros, a disparar, a torturar. Allí su padre revela el funcionamiento de un grupo que hasta hoy ha permanecido en una caja negra que nadie había abierto. Jamás ninguno de los hombres que Jorge Lübbert pudo identificar ha sido interpelado ni por la justicia ni por nadie. Un grupo integrado por agentes de uno de los compartimentos más secretos de la dictadura y que se dedicó a preparar a jóvenes para hacer el trabajo sucio.
Una historia que tiene su punto de quiebre en agosto de 1978, cuando el entonces oficial de Ejército Rosauro Martínez lo castiga por haber hablado del “entrenamiento”. Lo golpea, lo insulta, le pone el cañón de una metralleta en la boca y lo amenaza mientras lo sigue golpeando. Hasta que en un minuto, Jorge Lübbert se desespera, le pega una patada en la cara y le rompe el labio. Rosauro Martínez se sale de sí: “¿Quieres ver sangre?”, le grita; y lo amarra y lo coloca semidesnudo debajo de una parrilla.
Así relatará ese episodio de quiebre el propio Jorge Lübbert, en el único testimonio que hizo de lo que vivió en Chile en 1978:
“Entró a otra pieza y del interior de un cajón grande sacó un cadáver de un tipo que estaba desnudo, sangrando de la boca, de la cara, estaba tajeado entero, totalmente maltratado, muy flaco, el pelo…, tenía mechones solamente de pelo, como si hubiera tenido una enfermedad, como si se le hubiera caído el pelo. Se notaba un tipo joven pero muy envejecido…estuve una noche completa debajo de él. Me puso el cadáver encima de la parrilla y yo estuve abajo, estuve toda la noche viendo eso. Yo ahí quise morirme. Fue terrible, yo lo único que tenía era movimiento en la cabeza y me golpeaba la cabeza, yo quería liquidarme, yo no quería saber más de esto, yo no podía, era desesperante, me caía la sangre a mí en la cara”.
Jorge Lübbert supo ese mismo día que el hombre que lo torturó fue el entonces oficial de Ejército Rosauro Martínez:
“Este mismo tipo en la mañana llegó temprano. Andaba lleno de sangre. Venía histérico, y me sacó de allí. Yo no quería nada… estaba totalmente jodido. A él le llamó la atención que yo estuviera así, se reía, me tomó y me dijo: ‘Tómate este trago’. Me tiró fuera del galpón donde otros tipos que trabajaban allí me limpiaron, me lavaron, me ofrecieron desayuno y me dieron unas pastillas. ‘Para que te relajes’, me decían. ‘Nosotros somos tus amigos, ¡este gallo está loco!, ¡este gallo es peligroso! Nosotros le tuvimos miedo también, trata de no meterte más con él’, me repetían. Y ahí ese día supe el nombre del hombre que me torturó, porque otro tipo llegó ahí y me dijo: ‘Ah, estuviste con el Rosauro Martínez’. Después supe que lo habían designado guardaespalda de Pinochet. Por ahí se decía: ‘este va a ser el que va a acompañar a mi general hasta para ir al baño’. Creo que era de mucha confianza de Pinochet”.
Años después, cuando ese hombre ya era diputado de Renovación Nacional (RN) por Chillán, Jorge lo reconoció de inmediato cuando su hijo le mostró una foto que sacó de Internet (revise aquí la ficha del Ejército de Rosauro Martínez, donde se comprueba que perteneció a la DINA).
Andrés Lübbert está en Chile presentando su último documental, el cuarto que realiza sobre la historia de su padre. “Llevas toda una vida escapando, de nosotros, tu familia, y de ti mismo”, le dice Andrés a su padre al inicio de “El Color del Camaleón”, la película que se estrenó oficialmente en el Sanfic 2017 (vea aquí el trailer).
Es una historia muy personal. Y a la vez, se sumerge en las calles de Chile, en su historia, en sus horrores. Andrés dice que su búsqueda “nació de una necesidad muy fuerte de acercarme a mi padre y de tener una mejor relación con él. De entenderlo y ayudarlo. Entender su pasado. Mientras investigaba me di cuenta de que era algo importante. La justicia y la denuncia son importantes, pero no es una película de denuncia tampoco”. Andrés dice que es la historia de un padre y de un hijo.
Andrés fue testigo de cómo su padre sufría y no hablaba. Durante años, el hijo preguntaba, no había respuestas y Andrés se obsesionaba. Viajaba a Chile e investigaba. Y en ese periplo, que incluyó otros países y que duró 13 años, logró reconstruir paso a paso la historia de su padre. Desde que en 1977 Jorge Lübbert egresó de la carrera de Dibujo Técnico en el Inacap y un amigo y vecino le consiguió una práctica en la Compañía de Teléfonos de Chile (CTC). Ese vecino era Gerardo Ramírez Parga, padre de Gerardo y Guillermo Ramírez Chovar, dos militares que ocupan un lugar protagónico en esta historia.
-Él (el vecino) era también gerente del Banco Estado. Y escribió una carta a amigos que tenía en la CTC recomendando a mi padre para que entrara allí a hacer su práctica. Yo he visto la carta. Primero hizo su práctica como medio año y todo normal. Lo que hacía era dibujos técnicos de las líneas telefónicas. Mi papá diseñó el logo del telefonito de la CTC. Esas cosas hacía él. Cuando terminó el periodo de práctica, le ofrecieron que se quedara allí trabajando. Y después lo invitaron a una oficina (en el edificio donde funcionaba la DC en la Alameda) donde lo presionaron para firmar algo que él no sabe qué es. Ahí le dijeron: «Queremos que trabajes para nosotros ahora». Lo invitaron a firmar un contrato, pero era una hoja en blanco. Nunca supo lo que firmó –relató Andrés Lübbert a CIPER.
El testimonio que Jorge Lübbert elaboró en su terapia entrega detalles de esa reunión. El 2 de mayo de 1978, a las ocho de la mañana, llegó a esa oficina de la Alameda para entrevistarse con Jaime Letelier Montenegro, quien aparecía como el jefe de todo. En el despacho de este ex oficial de la Armada, había banderines de un centro de ex navales (que después identificó como el Club El Caleuche). Letelier le hizo un par de preguntas y lo llevó a una oficina contigua donde se encontraba un hombre de apellido Cano, quien puso las cartas sobre la mesa.
Ese hombre le disertó sobre su familia. Conocía cada detalle de sus actividades y de sus vidas. Cano lo amenazó. Recalcó los vínculos con la izquierda de su entorno. Sabía que su padre era militante radical, que su hermana era socialista, que su madre había sido de las JAP durante la Unidad Popular. Le habló de su hermano Orlando exiliado y le preguntó si él militaba en algún partido.
“Este tipo se levantó de la mesa, se acercó a mí y me dijo de forma violenta: ‘¿tú te has dado cuenta de que lo sabemos todo?’. Nosotros, hablaba de ‘nosotros’, y yo no sabía qué era ‘nosotros’. Le pregunté quiénes eran esos ‘nosotros’, ¿la compañía? ‘Sí claro, la compañía’, me dijo. ‘Necesitamos que trabajes para nosotros (…) tú tienes aptitudes para el trabajo, tienes muy buenas referencias’” (del testimonio escrito en terapia en 1979 por Jorge Lübbert).
Cuando Jorge Lübbert tuvo frente a él un contrato en blanco, insistió en saber de qué se trataba. Insistió mucho hasta que la situación se tornó violenta. Cano le dijo que no tenía problemas en borrar a su familia del mapa:
“Bueno, dijo, si no firmas tu familia lo va a sentir. Me amenazó con mi padre, me amenazó con mi hermano, con mi hermano que estaba en el exterior, me dijo que si yo no firmaba no tenía otra salida, que si yo salía ahora por la puerta no iba a estar más seguro”.
Jorge Lübbert firmó. Después de ese episodio lo secuestraron. Una noche, al llegar a su casa en avenida Salvador con José Domingo Cañas, en Santiago, un auto se detuvo y hombres desconocidos lo subieron a su interior. Al ver al conductor del vehículo, Jorge se calmó un poco. Lo conocía: José Miguel Pavéz Ahumada, el hermano de uno de sus compañeros en el Instituto Nacional. Lo recordó como un joven de izquierda, uno que tenía un retrato de Mao en su habitación y que luego ingresó al Ejército y fue destinado a Antofagasta. Pavéz también lo reconoció y trató de pasar inadvertido. No era posible. Esa primera vez Pavéz le dijo que estuviera tranquilo, que iba a trabajar con ellos, que no se preocupara y que lo volverían a contactar.
Andrés precisa los detalles del segundo encuentro de su padre con el grupo de José Miguel Pavéz:
-Lo llevan a la casa de Pavéz en la Villa Olímpica. Ahí había una bandera nazi, y la casa estaba llena de pequeñas figuras militares. También había dos estatuas, una de Hitler y otra de Erwin Rommel, el famoso nazi mariscal de campo. La chapa de Pavéz era «Balmaceda«, quien tenía características únicas en su vestimenta. Botas de cuero hasta la rodilla, botas militares, alemanas. Y usaba una fusta, con la que se pegaba en las botas. La tenía siempre consigo. En esa casa le dicen a mi padre que ahora tiene que hacer tareas para ellos, que ellos son el Servicio de Seguridad de la Compañía de Teléfonos.
El jefe directo de su padre en la CTC era Alfredo Ugarte Salcedo, quien le daba las indicaciones sobre qué hacer. Era su nexo con el “Servicio de Seguridad de la CTC”. Su padre le contó que Ugarte siempre lo trató de forma especial, que lo invitaba a tomar café y le contaba de sus aventuras. En una de esas conversaciones le reveló que era de Patria y Libertad. Buen trato y órdenes. Jorge Lübbert lo retrata como un intelectual, como un hombre convencido de su causa.
Andrés dice que su investigación apunta a que Gerardo Ramírez Parga, Jaime Letelier y Ugarte eran amigos. La historia los conecta. Ramírez envió a Letelier la carta de recomendación para que su padre ingresara a la CTC. Y Ugarte y Letelier pertenecían al Club Naval El Caleuche, allí durante el gobierno de Salvador Allende se daban cita los primeros conjurados del Golpe de Estado de 1973.
-La primera cosa que Ugarte le pidió hacer fue espiar a compañeros de trabajo de la CTC para ver si tenían material subversivo. Para mi padre fue raro, él dice que en un momento encontró algo, pero que no entregó el producto de su hallazgo. Para ello tenía que revisar los cajones cuando los trabajadores no estaban y cosas de ese tipo. Algo “inocente” para lo que ocurría en esos días, pero era un paso para involucrarlo, para ver si lo podía hacer –cuenta Andrés a CIPER.
Ese algo que su padre encontró era una cassette que halló en un cajón de Pedro Córdova, quien había sido dirigente sindical. Era un audio que le enviaba un exiliado con información de lo que se estaba haciendo en el exterior. Jorge Lübbert dice en su testimonio que hizo desaparecer esa cinta: “Yo dije puchas, yo les entregó la cassette y lo liquidan a este gallo”.
El testimonio del padre de Andrés continúa relatando como poco a poco el supuesto equipo de seguridad de la CTC lo fue involucrando cada vez más:
“El jefe de la división, Jaime Toro, me llamó un día a su oficina (…), él sabía que yo estaba trabajando en el servicio de seguridad, me lo dijo totalmente abierto: tú como dibujante eres la persona óptima para que pases en limpio todas estas cosas. Eran bosquejos de organigramas del servicio de seguridad de la compañía, con todos los nombres, y yo tenía que pasarlo en limpio como dibujante en un papel especial. Esta persona me puso una mesa para que trabajara en la oficina de él y ahí estuve trabajando más o menos una semana, confeccionando organigramas, pautas de trabajo y me daban mucha pega que decían era especial para mí, me alababan mucho, me decían: qué bonito quedó esto”.
A partir de ahí los encargos especiales se transformaron en un entrenamiento en otros recintos. Lejos del hangar en Carrascal donde operaba en esa época la Oficina de Control Técnico y la Subdirección de Talleres de la CTC.
Jorge Lübbert relata en su testimonio algunos pasajes de la instrucción a la que fue sometido. Un día lo llevaron a la morgue junto a otros jóvenes a quienes dice no haber conocido. En el auditorio del lugar se enfrentó a tres cadáveres:
“Salió un tipo muy alto, era boina negra con un delantal de goma y guantes de goma, nos hizo entrar a una sala grande con azulejos, donde había un olor bien desagradable, a químicos, y tres cadáveres. El tipo con un bisturí tomó los testículos de uno de ellos y los cortó. Ahí ya se me empezó a revolver el estómago, estaba totalmente pálido. El tipo se acercó a mí y me pasó la parte de un cadáver, su mandíbula, y me la puso en las manos, y ahí yo creo que perdí el conocimiento porque me desvanecí. El tipo me hizo despertar y me dijo: “Ya está bueno, esta cuestión la tenís que pasar, tenís que acostumbrarte a la muerte, tenís que conocer estas cuestiones”. Violentamente agarró el pedazo, me lo acercó y me lo refregó en la cara”.
Esa parte de su testimonio es narrado en el documental El Color del Camaleón por un actor. Jorge Lübbert, el padre de Andrés, dice en cámara que no quiere entrar en detalles, por respeto a los muertos. Pero hay otros episodios que no fueron incluidos en la cinta, y que Andrés contó a CIPER:
-Toque de queda. Noche de domingo a las 2:00 de la mañana. Llevan a mi padre y a otros militares a San Bernardo, en las afueras de Santiago y les dicen que por sus propios medios deben llegar a las 5:00 al Cementerio General (Recoleta). No tienen identificación ni nada, deben sortear todo control policial. Era una prueba. Mi papá logra llegar al cementerio por avenida La Paz, pero debía ingresar. Y él ve que alguien está trepando para entrar: un militar que estaba con él en la instrucción está escalando el muro cuando desde una patrulla de Carabineros le disparan y cae. A mi papá le dio susto y se fue.
Esa persona a quien le dispararon y que el padre de Andrés vio caer, era Guillermo Ramírez Chovar, uno de sus vecinos. Uno de los hijos del hombre que recomendó a Jorge Lübbert para hacer su práctica en la CTC. También lo entrenaban. El disparo le perforó la clavícula y debió quedar internado en el Hospital Militar. Después, a Ramírez lo felicitaron por haber cumplido las órdenes a cabalidad. En cambio, al padre de Andrés lo castigaron encerrándolo un fin de semana entero por no haber cumplido totalmente la misión.
El entrenamiento continúa. Al padre de Andrés lo llevan de noche a una casona antigua, con un capuchón para que no sepa a dónde va. La reconstrucción de hechos que realiza Andrés en su documental El Color del Camaleón concluye que se trata de la casona de República donde actualmente funciona el Museo Salvador Allende. Allí, un hombre con acento gringo le explicó a su padre cómo intervenir comunicaciones telefónicas, cómo transformar una radio en micrófono y también técnicas de sabotaje. En esa casona la CNI tenía instalada la maquinaría para intervenir los teléfonos. Ahí el hombre que lo instruyó le dijo que tenía que aprender a usar esas máquinas.
El poder del grupo que le impartía la instrucción a Jorge Lübbert parecía no tener límites en ese año 1978. Para un joven dibujante técnico de 21 años algunos de los casilleros que le abrían ante sus ojos, lo dejaban perplejo, inseguro y temeroso. Así relató en su testimonio otra de esas sorprendentes sesiones:
“Me llevaron a una sala del Departamento de Computación de la CTC. Pero en una oficina más chica, a la que solo podía entrar la gente del servicio de seguridad -y eso me lo explicaron ahí-, tenían una cabeza de computadora que salía del INE, que estaba ubicado en Vicuña Mackenna con Diagonal Paraguay. Este cabezal, dijeron, funcionaba con todos los datos que tenía la máquina principal del INE. Ellos manejaban así los datos y la información de todo lo que quieren saber de Chile y de su gente. Toda esa información –me decían- estaba en esos cabezales. El otro cabezal lo tenían muy cerca del INE, a media cuadra de una sede de la CNI. Y me dejaron en la oficina de Computación de la CTC. Me enseñaron cómo ubicar nombres, algo muy simple, con una pantalla de televisión con números y teclas. Me dieron también algunos códigos para poder sacar información. Y me dijeron: ‘Quédate aquí, haz lo que quieras’. Lo primero que se me vino a la cabeza fue poner mi nombre. Al rato salió mi nombre completo, estudios, mis familiares… Y estaban ahí todos; todos mis datos y un pequeño resumen de mi vida. A mí me dio susto eso. Apretaba otros botones y aparecía toda la información de mi padre, mi madre, mis hermanos…Hasta un viaje que hizo mi padre a Alemania aparecía allí y otro que hizo mi hermana a Estados Unidos”.
También hubo instrucción militar en ese “entrenamiento”. La recibió en El Alfalfal, en pleno Cajón del Maipo. Andrés Lübbert la describió así a CIPER:
-Eran muchos militares y mi padre iba como un civil invitado. Lo llevaron varias veces por dos o tres días para aprender a disparar, subir la montaña, simulacros de guerra con disparos, un clásico del entrenamiento militar. Ahí sí él tenía un trato especial. Había personas que lo invitaban a tomar café y tenía otro trato que los militares. Tenía pelo largo también, nunca corte militar.
Hay una imagen rescatada nadie sabe cómo de esos entrenamientos. Una foto donde se ve a su padre manipulando un FAL (fusil automático ligero), con una bandera del Ejército de fondo. Jorge Lübbert no recuerda de dónde salió esa foto. Su hijo dice que la sacó hace muchos años de una caja de recuerdos que atesora su padre.
La instrucción incluía muchas prácticas. En un tramo de El Color del Camaleón donde se parafrasea el testimonio del padre de Andrés, éste califica a José Pavéz Ahumada -el oficial de Ejército y hermano de su compañero en el Instituto Nacional-, como un sádico. Una de las escenas en que lo retrata está en su testimonio:
“Pavéz entró violentamente y me tomó de los brazos, que tenía que pasar la prueba también, que todos la tenían que pasar. Él decía que tenía el record de aguante, se ponía electricidad él mismo hasta desmayarse. Me decía que cuando recuperaba la conciencia era una sensación linda, preciosa y que ahora se sentía más fuerte. Le dije que yo no lo necesitaba para sentirme más fuerte, y ahí él se enojó y me puso electricidad hasta que me desmayé”.
No fue el único hecho de violencia que protagonizó Pavéz y que Jorge Lübbert guardó en su memoria. Hubo otros episodios donde lo vio aplicando electricidad y golpeando con su fusta a detenidos.
Andrés relata otros entrenamientos que debió pasar su padre. Hay uno que se le quedó grabado, cuando enterraron vivo a su padre en el cementerio para que templara su resistencia. O los simulacros de fusilamiento que ensayaban mezclando a los aprendices con detenidos en centros de tortura. En esas ocasiones dice que su papá vio a Guillermo Ramírez Chovar, el otro hijo de su vecino militar, que trataba de ayudarlo.
Jorge le ha dicho a su hijo que recurrentemente en los cursos de formación participaban otras tres personas similares a él, de las que solo conoció sus chapas: Hippie, Fanta (no el verdugo del Caso degollados) y Peineta.
Después que Jorge Lübbert no resistiera la “clase” en la morgue, fue castigado. Lo llevaron a una casona en Tobalaba. La investigación de Andrés determinó que esa casona podría ser Villa Grimaldi, una de las cárceles secretas de la DINA.
La escena que describe Jorge Lübbert en su testimonio parece sacada de la película La Naranja Mecánica. De aquella escena donde Alex es obligado a ver imágenes de violencia brutales:
“Ahí me dejaron solo un rato, en la cocina. Llegó una persona con delantal blanco y cara de médico, con lentes, un poco viejo, me vio, me miró un rato, me estuvo mirando y bueno yo le preguntaba qué pasa, qué pasa… El tipo me miraba como si yo fuera un bicho raro (…) Al rato después llegó otra persona, era un pelao, un soldado raso, andaba con pantalones de soldado y una polera de estas blancas. Era más o menos fortachón, me tomó y me llevó a una pieza donde me sentó en una silla muy especial, con correas… Uno quedaba como enchufado, como metido, no se podía mover. La cosa es que ahí me amarró la cabeza y yo no la podía mover. Después de eso salió esta persona y llegó el otro, con pinta de doctor y dentro de una cosita traía unos aparatitos. Me los puso aquí en los ojos, me los metió dentro de los ojos y yo no podía cerrarlos, era una cuestión realmente desagradable (…) El tipo me dijo que me quedara tranquilo, que no me preocupara, que ahora iba a ver lo que es bueno, y que si pasaba esta prueba ya estaba salvado”.
“De repente no quedó ni una luz, oscuro total, y se empezó a sentir una música bien suave que venía de atrás, una música clásica, y cada vez iba subiendo de tono, pero muy despacio… No sé si fue mucho rato, si fue mucho o si fue un momento, pero me relajé bien. Y estos aparatos que me dolían mucho, que me hacían picar los ojos y que constantemente me salían lágrimas, y yo no podía hacer ni una cosa, una sensación totalmente terrible… Bueno, de repente, la música que ya era en un tono insoportable, no quería más escuchar y bruscamente cortan la música, se ve que hay movimientos atrás, algo sentía yo y empezaron a pasar diapositivas, fotos… La primera me acuerdo siempre… La primera foto que me pusieron era la de mi familia y yo no estaba en la foto. Estaba toda mi familia y no sé por qué yo no estaba. Me la dejaron un momento ahí y yo me puse a mirar y no entendía (….) Después, me las pasaban muy rápido, así casi que ya no veía las fotos. Empecé a ver imágenes de diferentes tipos; gente jugando, niños jugando, cosas hermosas, una pareja tomada de la mano en la playa, fotos como muy típicas, todo muy tierno (…) De repente, el tono de las diapositivas empezó a cambiar, ya no eran de colores… Eran todas café, café, café y al final terminaron todas en blanco y negro, las mismas fotos… Y cada vez más marcado, o sea, el contraste total, ya había blanco y negro… Y cuando empezaron estas fotos empezaron a meter otras de la guerra en Vietnam, en blanco y negro, también muy contrastadas, muy fuertes, muy rápido, una detrás de la otra, donde salían vietnamitas degollados, norteamericanos con cabezas de vietnamitas. Había fotos de cuerpos mutilados, de norteamericanos heridos”.
“Fueron minutos donde me pasaron cientos de diapositivas. Yo no aguantaba más el dolor de los ojos, ya no aguantaba más. Yo trataba de cerrar los ojos un poco porque la música me la habían puesto de nuevo a todo full y en ciertos momentos me bajaban el volumen, me intranquilizaba y ya me empecé a desorientar, y me puse un poco violento, no quería mirar, trataba de mirar para otro lado, no podía mirar, tenía la vista al frente, ya, la última, me empezaron a poner fotos en colores, muy lindas… en colores muy bonitos, pero unas fotos horribles donde salían cuerpos mutilados, un tipo pelao al rape, con un brazo, un pedazo de brazo, comiéndolo… De repente cortan esto y empieza una película en color, era doblada en español. Yo estaba muy tenso, no quería más, me sentía mal, mal, mal… Me acordaba mucho de mi familia por la foto que me habían mostrado”.
La película que le mostraron a Jorge era sobre la guerra en Vietnam. Las escenas de los norteamericanos eran en colores, y las de los vietnamitas en blanco y negro. Las escenas que siguieron mostraban una sesión de tortura donde los asiáticos clavan cuchillos en el cuerpo de un soldado estadounidense. El padre de Andrés cuenta en su testimonio que comenzó a sentir como propio el dolor del militar torturado. La película avanza y el soldado se fuga. Logra llegar a su país, a su casa, con su familia. Todo parece feliz. Pero golpean la puerta, entran dos tipos, degüellan a su hija, matan a su mujer y a él lo desnudan y le cortan los testículos.
Han pasado varios meses y Jorge Lübbert sigue en entrenamiento. El padre de Andrés tiene un amigo. Un supuesto amigo, alguien que le conversa durante las instrucciones. Alguien que un día lo lleva al Paseo Ahumada, lo invita a una galería donde venden relojes, lo guía hasta el segundo piso y lo deja solo junto a otro hombre, quien le empieza a dictar sus resultados en los cursos del “entrenamiento”. Le dice que está bien evaluado. Es la primera persona que le habla directamente de integrar la Central Nacional de Informaciones (CNI).
El mismo “amigo” que lo llevó a la oficina del Paseo Ahumada, unos días después lo trasladó a la Escuela de Infantería en San Bernardo. Allí le sacaron una foto, le imprimieron una especie de tarjeta de identificación y le hicieron exámenes físicos:
“Me hicieron correr, me tomaron la presión, me sacaron sangre, me hicieron radiografías, me pusieron unos cablecitos aquí y me dijeron que me iban a hacer un encefalograma”.
El médico que le hace los exámenes le pregunta cómo está. Jorge Lübbert responde enojado. Le dice que no entiende, le relata cada lugar donde lo han llevado. Le cuenta lo que le han hecho. El médico le dice que no sabe de qué le está hablando. Le comunica que va a hacer averiguaciones.
Dos días después su “amigo” lo pasa a buscar y lo lleva a las instalaciones militares del Cerro Chena. Le tenían lista una pieza, con televisión, cama y equipo de radio:
“Se me dijo que ese iba a ser mi lugar de trabajo de ahora en adelante, que me tenía que integrar gradualmente y que tenía que hacer mi trabajo solamente ahí, que yo iba a tener que revisar y hacer el control de la entrada y salida de la gente de la CNI del campamento”, relata Jorge Lübbert en su testimonio.
Pero su conversación con el médico cambió los planes. Un grupo de agentes de la CNI lo subió a una camioneta, lo golpearon y lo llevaron a un hangar. Lo acusaban de haber hablado con su familia, de haber contado cosas. “Hocicón”, le decían y lo culpaban de estar “atornillando al revés”. Es en ese hangar donde Jorge Lübbert se encontró con el hombre que identificó como Rosauro Martínez, quien lo torturó y lo obligó a pasar una noche con un cadáver tibio y sangrante encima. El día del quiebre…
Su hijo Andrés cree que lo que ocurrió en ese galpón -que calcula que puede ser un hangar en Cerrillos-, terminó fortaleciendo la voluntad de su padre, quien ya había tratado de huir de Chile a través de la cordillera. Un control militar en el Cajón del Maipo lo asustó y arruinó ese primer intento de fuga.
Pero esta vez fue distinto. Apenas salió de ese recinto, decidió por primera vez hablar con sus padres. Les contó algunas cosas. No todas. Tenía 21 años. Su familia activó la red de solidaridad que operaba para salvar vidas en el Chile de la dictadura. Su padre contactó al Comité Intergubernamental para las Migraciones Europeas (CIME), organización especializada en sacar perseguidos del país. Como la familia tiene raíces en Alemania y su hermano Orlando estaba instalado en Alemania Oriental, ese fue su destino. Sacó el pasaporte el 1 de septiembre de 1978, y un día después ya volaba a Europa.
“Yo recibí a un hermano, pero pronto me doy cuenta de que estoy recibiendo a un náufrago. Me acuerdo de que me encerraba en una pieza y él ponía la cabeza aquí, yo lo sujetaba y él lloraba, lloraba, lloraba y yo terminaba llorando con él. Me suponía que lo que le pasaba era muy grave”, cuenta Orlando Lübbert, el tío cineasta de Andrés, que recibió a Jorge en Berlín Oriental.
La llegada de Jorge Lübbert a Europa no pasó inadvertida. Apenas se instaló en la RDA fue contactado por el aparato de inteligencia del Partido Socialista – “Comité Técnico” lo llamaban- para interrogarlo. Su hijo Andrés relata que “ellos le dijeron a mi padre que lo que él les contara iba a servir para ayudar a gente en Chile. Por eso mi padre fue bastante abierto y contó muchas cosas”.
La estada de Jorge Lübbert en la RDA no duró mucho. Al poco tiempo la comunidad de exiliados conocía su historia y diversas personas le recomendaron pasar al otro lado del Muro. Eso hizo. Luego le prohibieron el ingreso a Berlín Oriental. En los archivos de la Stasi estaba catalogado como un agente de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA, el organismo represivo que precedió a la CNI).
Jorge estaba parado al medio de un limbo peligroso en plena guerra fría. Al rechazo del organismo de inteligencia del socialismo alemán, se sumaba la persecución que sufría por parte de los aparatos represivos de Chile. Su hijo Andrés cuenta que un día, mientras su padre estaba en un café en Berlín Occidental, apareció un tipo con acento chileno y lo amenazó:
-Le dijo que tenía que estar listo para “trabajar con nosotros”, y le transmitió el mensaje de que todavía era parte de “ellos”. Esto ocurrió aproximadamente siete meses después de que él se arrancara de Chile.
No fue el único aviso que le pasaron en las calles de Berlín Occidental. En El Color del Camaleón el propio Jorge narra en cámara lo que ocurrió un día, al ingresar a la pensión en la que vivía: lo estaban esperando un par de tipos, otra vez chilenos, quienes lo golpearon y lo insultaron. A esos ataques se sumó la carta de una mujer, una ex compañera de trabajo en la CTC con la que tuvo un romance. En la carta que recibe Jorge en Alemania ella se saca la máscara y por primera vez le habla utilizando el ya conocido “nosotros”. Esa parte de la historia la relata su hijo Andrés:
– Ella le dice en su carta: nosotros queremos que vuelvas, tienes que tomar tal vuelo, tal día y a tal hora. Mi padre estaba tan enojado que la quemó. Esa carta la vio mi tío Orlando. Después de eso mi padre desapareció del mapa. Todos le perdieron el rastro. Lo que ocurrió fue que entre mi tío Orlando y mi padre buscaron una solución. Contactaron al secretario de Amnistía Internacional en Alemania, Helmuth Frenz (pastor luterano que participó en la creación del Comité Pro Paz en Chile y luego fue expulsado por la Junta Militar, falleció en 2011). Él lo acogió en su casa en Bonn. Frenz hizo circular una carta con información falsa, comunicando que mi padre se iba a Suecia. Pero en realidad mi padre se fue a Bochum (Renania), donde se quedó un par de meses. Desde allí viajaba a Bélgica. Para hacerse terapia con Jorge Barudy, un psiquiatra que se especializó en trabajar con personas que arrastraban traumas producto de la violencia de la dictadura.
Una pieza clave le faltaba a Andrés Lübbert para correr el velo sobre el pasado de su padre: revisar los archivos de la Stasi para indagar si su padre figuraba allí. Es lo que hace el personaje principal de la película “La vida de los otros”, y la que inspiró a Andrés a decidir revisar esos documentos. Buscó y encontró un expediente de 180 páginas. Una verdadera joya. CIPER pudo revisar algunos de esos archivos.
Cuando Jorge Lübbert llegó a la RDA, la inteligencia de la Alemania comunista ya estaba tras la pista del grupo del que el padre de Andrés formó parte en Chile desde mayo a septiembre de 1978. De hecho, una de las mayores sorpresas fue encontrar en ese grueso expediente una foto. En ella aparece todo el equipo de trabajo de Jorge Lübbert en la CTC. Jorge nunca la había visto antes (vea foto del grupo).
Lo que sí está claro es que el testimonio de Jorge entregó piezas para armar el rompecabezas. En ese expediente Andrés encontró la constatación de partes clave de su investigación y mucho más. A pesar de la contundencia que surge de esos archivos, nunca en Chile se ha investigado ni al grupo ni a las víctimas que habría dejado a su paso. Tampoco a sus integrantes, la mayoría oficiales del Ejército que llegaron a lo más alto del escalafón militar y de la política (ver recuadro).
En el expediente que halló Andrés Lübbert sobre la historia de su padre en el archivo de la Stasi, hay un acápite donde se detalla la formación que se les entregaba a los futuros agentes de la represión. Allí aparecen algunos contenidos de la instrucción teórica para el trabajo clandestino y de infiltración (“se impartía en lugares secretos”) y se menciona que los instructores eran civiles y militares. Había instrucción de primeros auxilios (a través de films estadounidenses de la guerra de Vietnam, entre otros); primeras medidas para quien ha recibido golpes eléctricos; e incluso entrenamiento para asumir una personalidad falsa. También se incluye lo que se debe hacer en caso de enfrentar situaciones extremas: suicidio, matar sin vacilar.
Y allí, en esos documentos, Andrés halló las direcciones de los lugares donde operó el grupo responsable de las torturas a Jorge Lübbert y que la Inteligencia de la RDA logró identificar: hangar de Carrascal 3420, donde funcionaba la Oficina de Control Técnico y la Subdivisión de talleres de la CTC; la oficina de Prevención de Riesgos de la CTC, en calle San Martín entre Agustinas y Moneda; La Cañada, que sería el ex edificio de la DC en la Alameda; la “Casa de Contactos Tres Álamos”; además de otros departamentos ubicados en la Villa Olímpica en calle Los Jazmines, otra del “Jefe 3 Álamos” en Isabel La Católica con Manquehue (esquina nororiente); y dos propiedades en el centro de Temuco. También se mencionan contactos en hosterías del sur: hostería en la ribera del Lago Caburga, donde el nombre del contacto aparece tarjado; hostería al lado del Lago de Todos los Santos (por el costado de los Saltos de Petrohué); refugio-casa en el Lago Caburga y “un sector militar con pista de aterrizaje a través de Angelmó” (revise aquí ese extracto del informe de la Stasi).
En total, el expediente de la Stasi describe a 50 personas del entorno de Jorge Lübbert en la CTC en ese año 1978. Allí aparece Gerardo Ramírez Parga, quien es identificado como mayor de reserva del Ejército y gerente de Racionalización del Banco Estado. Y también Alfredo Ugarte Salcedo, quien habría sido jefe de Control de Calidad de la CTC.
En medio de su terapia, Jorge Lübbert decidió instalarse en Bélgica, país en el que formó una familia e hizo carrera como camarógrafo y corresponsal de guerra en los conflictos más violentos de las últimas décadas. Su hijo Andrés relata que su padre ha estado en la Guerra del Golfo, en la segunda intifada Palestina, en los conflictos bélicos que sacudieron a Nicaragua y El Salvador en los ‘80, en las guerras en Irak y Afganistán, y que le tocó cubrir la caída de Gadafi en Libia, entre muchos otros. También ha trabajado como camarógrafo de la Comunidad Europea y le ha tocado acompañar a diplomáticos en misiones en todo el mundo.
Lo describe como un hombre sin miedo fuera de las fronteras de Chile. Dice que ha sido capturado por los talibanes, por guerrilleros de distintos países y por el servicio de inteligencia de Estados Unidos, y que lo ha soportado bien. Pero en Chile todo cambia. En El Color del Camaleón se observan los tics que le atacan el rostro cuando con su hijo recorre distintos ex centros de tortura por los que pasó. En todas esas escenas se le hace imposible ocultar el nudo que lo invade al hablar de su pasado y de su experiencia como rehén de la CNI.
Jorge Lübbert nunca ha testificado en Chile. Nadie se lo ha pedido y él jamás ha presentado una denuncia judicial. Un texto, esta vez escrito por él para un documental experimental que realizó en Bélgica a inicios de los ’80 (“Día 32”), grafica algo de lo que experimentó al iniciar un recorrido por su pasado:
“Nombres, militares, situaciones desagradables. Mi identidad casi perdida. La sensación y el olor de la muerte. Túneles, casas acondicionadas para la tortura. Animales con figura humana que tenían el poder de atormentar y de pisar la vida. En este laberinto estaba yo, torturados y torturadores, desaparecidos y aparecidos. Todo perfectamente camuflado por los servicios de inteligencia nacional y transnacional… En Chile la fuerza represiva había tratado de sacarme todo sentimiento de humanidad y despersonificarme. Yo debía transformarme en un títere más en medio de su máquina infernal… Ni la represión más sofisticada ni la maldad son capaces de destruir nuestros sentimientos y esperanzas. De lo difícil que es destruir lo humano que vive en nosotros. Como testimonio de ello nacen las imágenes-denuncia, prolongaciones de mi experiencia. Que se alzan contra esa otra simbología: la de la negación de la vida”.
La investigación que realizó Andrés Lübbert por 13 años para desentrañar el pasado de su padre, nos revela un capítulo totalmente desconocido de los servicios secretos de la dictadura en concomitancia con civiles y militares apostados en empresas del estado, que luego fueron privatizadas. Estos son los hombres que Jorge Lübbert logró identificar:
Allí estaba Rosauro Martínez, el comando del Ejército, diputado y protagonista de una de las masacres de la dictadura que recién vino a ser contada en 2014 (ver reportaje de CIPER “Neltume: los cinco conscriptos que acusan al diputado Rosauro Martínez”). En 1981, siendo capitán de la Compañía de Comandos Nº 8 del Regimiento “Llancahue” (Valdivia), Martínez dirigió en la zona de Neltume el aniquilamiento de un destacamento de guerrilleros del MIR que había creado un foco de resistencia a la dictadura de Pinochet. Para entonces, Martínez llevaba once años en el Ejército. En 1987 abandonó sus filas y fue premiado por Pinochet al designarlo alcalde de Chillán, un sillón que mantuvo hasta 1992, dos años después de recuperada la democracia. De allí saltaría a la Cámara de Diputados, siendo electo por Chillan en representación de Renovación Nacional. Fue reelecto cinco veces (1993 – 2013).
En el juicio por el asesinato de al menos tres miristas en Neltume, y que provocaron su desafuero en mayo de 2014, nunca nadie dijo que Rosauro Martínez había pertenecido a la DINA y a la CNI y que había sido guardaespaldas de Pinochet. Y menos que había integrado un grupo secreto de los organismos represivos donde se torturaba y asesinaba. Andrés tiene sus hojas de vida en el Ejército, firmadas por el propio Manuel Contreras, el jefe de la DINA (ver aquí).
Otro de los hombres del destacamento represivo que Jorge Lübbert identificó es José Miguel Pavéz Ahumada. Su hoja de vida como oficial de Ejército registra que formó parte de la CNI al menos entre 1977 y 1978, cuando Jorge Lübbert asegura haberlo visto en reuniones y sesiones de tortura. Esa hoja de calificaciones dice en el encabezado “Central Nacional de Informaciones” y está firmada por Hernán Brantes Martínez, uno de los altos mandos de la DINA y la CNI.
El entonces teniente Pavéz recibió instrucción en la Escuela de Las Américas en octubre de 1974. En la página web de Gobierno Transparente aparece hoy como asesor en planificación estratégica del Ejército con una renta de $1.300.000. Su afición a los soldados de colección y al nazismo, como observó Lübbert en su departamento en la Villa Olímpica, sigue intacto. En Pinterest tiene un perfil donde exhibe imágenes de soldados de todo el mundo, incluyendo una galería de mujeres alemanas de la Segunda Guerra Mundial. La revista Peking Review da cuenta de un viaje que hizo a China junto a su padre en septiembre de 1971, donde estuvo con el entonces embajador Armando Uribe y pudo admirar la patria de Mao.
La investigación de Andrés Lübbert, quien contó con la colaboración del periodista Javier Rebolledo, arrojó nuevas luces sobre la relación que su padre observó entre José Miguel Pavéz y los hermanos Ramírez Chovar (Gerardo y Guillermo), todos recibieron instrucción antisubversiva en la Escuela de Las Américas. Gerardo Ramírez y José Miguel Pavéz estuvieron allí juntos en octubre de 1974 y Guillermo Ramírez en 1975. Este último desfiló en una Parada Militar al frente de los comandos de la Escuela de Paracaidistas, como se observa en el documental. En 2005, siendo general, estuvo en la quina que tuvo al frente Ricardo Lagos para nombrar al nuevo comandante en jefe. No fue elegido y en 2008 asumió como comandante de la División de Educación y Doctrina del Ejército. En 2010, fue el encargado de poner orden en Concepción luego del terremoto del 27 de febrero. Luego de pasar a retiro a fines de 2011, se dedicó a los negocios. En 2012 aparece como asesor en el Instituto Geográfico Militar.
Hasta ahora ni a los hermanos Ramírez Chovar ni a Rosauro Martínez su paso por el exclusivo grupo de seguridad de Augusto Pinochet los había llegado a perturbar. Hasta ahora, con el documental de Andrés Lübbert El color del camaleón.