PARTE I: TESTIMONIOS APUNTAN A RELIGIOSAS MERCEDARIAS
El historial de adopciones irregulares que esconde un orfanato de monjas en Curicó
02.07.2014
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PARTE I: TESTIMONIOS APUNTAN A RELIGIOSAS MERCEDARIAS
02.07.2014
El 31 de enero de 2011, el Asilo de la Infancia San Ramón Nonato de Curicó cerró sorpresivamente sus puertas. Cinco años después de haber festejado su centenario, las religiosas de la Congregación Mercedaria pusieron fin al hogar de niñas más antiguo e importante fundado por ellas en Chile. En el enorme terreno ubicado en San Martín Nº 570, a escasas cuadras de la Plaza de Armas de la ciudad, hoy funciona un colegio. Pero en los pasillos y pabellones donde antes vivieron centenares de niñas en riesgo social, se impuso el silencio. Allí quedaron sumergidos incómodos secretos que, tras el remezón que produjo la serie de reportajes de CIPER sobre adopciones irregulares (ver aquí), hoy comienzan a asomarse entre varias capas de polvo.
Para el cierre, sólo 36 menores convivían en el recinto y las monjas mercedarias lidiaban con una abrupta disminución de vocaciones. “El motivo principal del cierre del hogar es la falta de religiosas y, por cierto, la disminución de las niñas”, dijo su última directora Nilda Campos Leiva (sor Teresita), tras anunciar la noticia.
La repentina decisión de las monjas de la congregación de origen francés le puso llave a 105 años de historia. La obra no sólo marcó a generaciones de niñas, religiosas, novicias y voluntarias que pasaron por este emblemático hogar de menores. También concitó la admiración y cariño de los vecinos de Curicó.
Así lo reconocen algunas monjas que estuvieron en el establecimiento. “La comunidad contribuía muchísimo. Sin su ayuda no hubiese sido posible sostener el hogar”, señala a CIPER una de ellas para graficar el compromiso de muchos curicanos con San Ramón Nonato. La frase revela también el que fuera uno de los aspectos más difíciles de sortear para las religiosas: la constante falta de recursos.
Detrás de la puerta que cerraron las hermanas mercedarias quedaron años de esfuerzo destinados a criar y entregar educación escolar a centenares de bebés, niñas y adolescentes abandonadas o en riesgo social. Y también historias que la férrea disciplina mercedaria silenció hasta ahora. Testimonios que dan cuenta de bebés y niños que desde ese asilo fueron entregados en adopción al extranjero y en Chile. Muchas de ellas de forma irregular.
Testimonios de personas que durante los años 70 y 80 mantuvieron vínculos estrechos con el asilo –internas, religiosas y voluntarias– apuntan a una de las superioras que lideró el establecimiento a comienzos de la década de los ‘80, sor Teresa Melo Leyton, como la autora de numerosas entregas irregulares de recién nacidos a parejas italianas. Los mismos testimonios dan cuenta del pago de comisiones por parte de los padres adoptivos extranjeros para garantizar la prioridad frente a matrimonios chilenos.
Según los estremecedores relatos, la religiosa actuó en complicidad con un juez de menores de San Fernando (Sexta Región) para obtener de manera express los documentos legales que facilitaran la salida de las recién nacidas al extranjero.
En 1983 sor Teresa Melo Leyton colgó su hábito y más tarde se fue de Chile. Hoy se desempeña como oficial administrativa en una importante repartición de El Vaticano en Roma.
De los testimonios recogidos, CIPER investigó dos historias y constató que las adopciones irregulares fueron una práctica que se desarrolló durante la dirección de sor Teresa Melo, pero también en años previos. CIPER contactó a dos personas que hoy buscan a sus padres biológicos y que fueron dados en adopción en el mismo recinto donde funcionaba el Asilo San Ramón Nonato, en el verano de 1972.
René Mestre fue arrebatado de los brazos de su madre biológica y entregado al hogar apenas nacido. En cosa de horas ya tenía una nueva familia. María Teresa Mestre alcanzó a estar poco más de tres años en el asilo y fue entregada a la misma familia días antes que René. A su madre biológica, que según algunos relatos que recogió CIPER la visitaba cada cierto tiempo en el hogar, le dijeron que la niña había muerto.
En ambos casos no hubo papeles de por medio. “No hagan preguntas”, fue la única condición impuesta por las religiosas a los padres adoptivos. Ello, sumado al secretismo de las monjas que estuvieron a cargo del establecimiento en esos años –una de ellas se encuentra retirada en un convento en la isla de Cerdeña (Italia)– les ha impedido a René y a María Teresa dar con el paradero de sus padres biológicos.
La historia del Asilo de la Infancia San Ramón Nonato aporta nuevos antecedentes a la larga y dramática lista de casos de adopciones irregulares ocurridos en distintas regiones de Chile en las décadas de los ’70 y ‘80. Pese al paso del tiempo, este oscuro y escalofriante capítulo de la historia reciente de nuestro país está lejos de cicatrizar.
Cecilia y Alejandra se conocieron por su relación con el Asilo de la Infancia San Ramón Nonato casi a fines de las década de 1970. Entre 1977 y al menos 1982 mantuvieron un estrecho vínculo con el hogar. Ambas reconocen tener sentimientos encontrados: admiración hacia la labor que allí se realizaba; y rechazo por hechos que violentaban los mismos principios que las monjas decían defender. Las dos pidieron mantener sus verdaderos nombres bajo reserva.
CIPER las contactó y conversó con ellas por separado. Ambas manifestaron temor de que su relato pudiera enlodar la trayectoria de más de un siglo del asilo en Curicó. “No quisiera que pagaran justos por pecadores”, dice Cecilia algo nerviosa.
Porque entre los recuerdos de admiración y orgullo se cuelan otros más bien sombríos que 30 años después no han podido olvidar. De allí que sus relatos emerjan como una catarsis luego de que se hicieran públicos los casos de niños dados por muertos y que fueron entregados de manera irregular a padres adoptivos.
En 1977, el hogar era dirigido por sor Teresa Campos, la misma religiosa que décadas después volvió al hogar como superiora hasta su cierre en 2011. Eran tiempos de mucho apremio económico. “Sor Teresita salía en un antiguo camión a recorrer la ciudad para recolectar las alcancías que se dejaban en distintos puntos de Curicó para obtener donaciones”, recuerda Cecilia. Con esos aportes, más una pequeña ayuda del Estado (desde 1982, del Servicio Nacional de Menores, SENAME), se lograban sortear las dificultades propias de atender las necesidades de más de 100 niñas en situación de riesgo (ver aportes del SENAME desde 1991).
Alejandra cuenta que en ese tiempo las niñas estaban divididas en grupos, por edades, y ocupaban distintos pabellones en el hogar. Había una habitación especial, llena de cunas, sólo para recién nacidas. Contigua a ella, había otra donde dormía la superiora del orfanato.
-En esa época, en el hogar había una nómina con parejas que querían adoptar niñas. Parejas de chilenos y algunos extranjeros. Pero siempre se le dio la prioridad a las parejas nacionales. Yo conocí a religiosas que cuidaban con especial esmero a las bebés en la sala cuna. Incluso algunas dormían con ellas en su dormitorio. Y fui testigo de cómo las afectaba cuando tenían que entregarlas -dice Alejandra.
Cecilia recuerda muy bien el dramatismo que envolvía a muchas de las niñas que el hogar acogía. Y afirma que por entonces los procesos de adopción se realizaban de manera transparente:
-Me tocó ver niñas abandonadas en los hospitales o incluso en las puertas del hogar. Una vez llegó una guagüita que fue encontrada en una cajita cerca del río… Yo misma fui una vez a recoger a una pequeña que había sido abandonada en el hospital.
Hasta que los procedimientos de un momento a otro cambiaron. Recién se iniciaba la década de 1980 y una nueva superiora se hizo cargo del hogar de Curicó: sor Teresa Melo Leyton. La religiosa era muy joven, aún no cumplía 30 años. Según sor Elena Ruiz, actual superiora provincial de la Congregación Mercedaria en Chile, ella “sí cumplía con todos los requisitos para dirigir una obra como esta”.
Sor Elena describe a Teresa Melo como una persona emprendedora, inteligente y capaz: “Era una buena religiosa. La orden la propone pero la confirmación viene de Roma. No por nada ella fue confirmada como superiora del hogar”.
Con la llegada de sor Teresa a la dirección del Asilo San Ramón Nonato, de manera abrupta, las parejas chilenas dejaron de frecuentarlo. No obstante, las adopciones siguieron su curso, esta vez bajo un novedoso y oscuro formato. No era el único cambio que se vivía en el hogar:
-Cambiaron las reglas, las normas e incluso el trato hacia las niñas y hacia el personal. Hubo monjas que sufrieron mucho. Bajo su mandato los tratos eran muy malos, tanto con las niñas como con las religiosas. En ese momento se quebraron muchas vocaciones entre las aspirantes (novicias) a monja. Sor Teresa les exigía mucho y todo el mundo comenzó a resentirse, a pasarlo mal -recuerda Cecilia.
De lo que no hay duda es que durante la época de sor Teresa Melo, el Asilo de la Infancia San Ramón Nonato experimentó un leve auge económico. Los apuros financieros comenzaron a ser sorteados con mayor facilidad. Fue en la misma época en que resultaba cada vez más normal ver a parejas de extranjeros visitando el asilo.
-Ella comenzó a darle prioridad de adopción a los extranjeros, en su mayoría italianos y de buena condición económica. Los primeros que llegaron al hogar se conmovían por la situación de precariedad del orfanato y hacían donaciones. A veces era dinero, a veces camas o ropa. Era una forma de agradecer por la posibilidad de adoptar una guagua recién nacida –relata a CIPER Alejandra.
Pero lo que en un principio fue un acto espontáneo de agradecimiento, pronto se transformó en requisito para llevar a cabo la adopción. Según el relato de una de las testigos, sor Teresa Melo comenzó a acelerar los trámites de adopción y a exigir dinero a cambio de las recién nacidas.
–Estaban sucediendo cosas extrañas en el hogar. Además del mal trato, ya sólo llegaba gente de nacionalidad italiana a buscar a las pequeñas para adoptarlas. Todo sucedía muy rápido y de manera sospechosa. En una oportunidad, yo estaba cuidando a dos guaguas de no más de tres meses que fueron separadas del resto que estaba en la sala cuna. Era un cuarto especial, donde dormía la superiora, al lado de la sala cuna. Yo no debía estar allí, sólo estaba ayudando a una monjita que había pasado casi toda la noche cuidándolas y que estaba cansada. Por eso, cuando sentí pasos, me escondí en el baño. Sor Teresa entró a la habitación junto a dos mujeres de nacionalidad italiana y fueron directo a las cunitas de las dos guaguas. Hablaban entre español e italiano. Y ahí una de las mujeres le dice a la superiora: “Por esta el 15%, pero por esta otra sólo 10%”. Eso me confirmó lo que venía sucediendo desde hacía tiempo –cuenta Alejandra.
Cecilia no vivió situaciones tan explícitas como ésta. Sin embargo, guarda en sus recuerdos haber escuchado conversaciones telefónicas en las que sor Teresa Melo con mucho entusiasmo relataba a terceros la llegada de nuevos lactantes:
-Ella ponía demasiado empeño en el tema de las adopciones. Tenía mucho interés en los extranjeros. Antes, el hogar no funcionaba así. Sor Teresa hablaba regularmente por teléfono con personas de otro país, supuestos padres adoptivos, y en la espera los iba preparando. “Falta poco”, les decía. Y después, junto con anunciarles “ya nació”, les decía: “es sanita”, “está gordita”. Era chocante escuchar cómo se refería a las guaguas.
Cecilia agrega otro escabroso e inédito episodio a la oscura gestión de la joven superiora mercedaria. Fue en el primer semestre de 1981 cuando una joven embarazada y soltera llegó al hogar dispuesta a dar a su bebé en adopción. Fue la misma religiosa quien la habría convencido de que entregar a su hijo en adopción era la mejor alternativa:
-Lo que sucedió con esa joven embarazada fue muy distinto a otras situaciones. Porque yo nunca vi que una mujer terminara su embarazo en el hogar. Cuando el padre de la guagua se enteró de que iban a dar en adopción a su hijo por nacer, recapacitó y quiso reconocerlo. Apenas la mujer dio a luz en el Hospital de Curicó, el padre fue a inscribir al niño con su apellido. Fue un escándalo porque el joven se encontró con sor Teresa en el mismo Registro Civil y se produjo un altercado.
Cecilia relata que en ese incidente sor Teresa iba acompañada de un juez con todo el papeleo listo para hacer la inscripción y enviar a la guagua al extranjero. La férrea actitud del padre biológico lo impidió. Cecilia supo de los entretelones porque el hermano de una de las religiosas de San Ramón Nonato trabajaba como chofer de Teresa Melo. Fue a través de esa religiosa que Cecilia se enteró además del extraño vínculo que unía a la superiora con un juez de menores de San Fernando, el mismo con el que ésta se presentó en el Registro Civil de Curicó.
–Era usual que sor Teresa viajara a San Fernando a ver a este juez. Era él quien le hacía el trámite para regularizar las adopciones y permitir que las guaguas se fueran del país. Todo sucedía en menos de una semana. Por lo general, los padres adoptivos iban al hogar, permanecían en un hotel algunos días y luego se iban a Italia con un recién nacido -señala Cecilia.
Según Cecilia, el altercado en el Registro Civil de Curicó a mediados de 1981 y los procesos irregulares de adopción impulsados por la religiosa mercedaria, no sólo fueron conocidos por algunas monjas, novicias y voluntarias del propio asilo. Los antecedentes fueron remitidos por una persona vinculada al hogar a través de una carta anónima, a la dirección superior de la congregación ubicada en Independencia 1783 (Santiago) donde hoy funciona la obra más emblemática de la orden mercedaria: el Colegio Santa María Cervellón.
En conversación con CIPER, la actual superiora provincial, sor Elena Ruiz, quien durante esos años desarrollaba sus labores como religiosa en ese mismo establecimiento educacional, se mostró sorprendida con los relatos y señaló, tras realizar algunas consultas, que en la Congregación Mercedaria nunca tuvieron conocimiento de esos hechos.
Lo cierto es que tiempo después del incidente en el Registro Civil y de la carta anónima que habría sido remitida a la superiora provincial de la congregación, sor Teresa Melo abandonó su rol de superiora del Asilo de la Infancia San Ramón Nonato. No fue el único cambio que experimentó la religiosa. Según registros oficiales de la congregación, el 3 de marzo de 1983 recibió el indulto de exclaustración desde Roma. Con 29 años sor Teresa selló ese día su vida como laica bajo el nombre de Luisa Melo Leyton, tal como se lee en el documento clerical (ver documento). Luego de haber sido admitida en el noviciado en marzo de 1977, Luisa Melo alcanzó a vestir el hábito sólo seis años.
Consultada al respecto, sor Elena Ruiz señaló a CIPER que jamás se enteró del porqué la ex superiora del asilo San Ramón Nonato puso fin a su vocación religiosa y que desde entonces no saben nada de ella: “Sentí mucho el hecho de que se hubiera ido, pero nunca me enteré de las razones que la llevaron a hacerlo. No supimos más de ella, sólo que trabajó como seglar en El Vaticano. Una vez que la persona se retira de la congregación, no se mantiene el vínculo”.
Actualmente, Luisa Melo Leyton trabaja como secretaria en el Pontificio Consejo Justicia y Paz, organismo dependiente de El Vaticano, integrado por 40 miembros y encargado de “promover la justicia y la paz en el mundo según el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia” (ver aquí).
La ex religiosa aparece además en los registros de la Pontifica Universidad Antonianum con sede en Roma como profesora invitada del Instituto Superior de Ciencias Religiosas (ver aquí). En 2004, además, se desempeñó como tesorera de la Asociación Internacional de Misioneros Católicos (IACM, por sus siglas en inglés), institución con sede en Ottawa, Canadá, y cuyo propósito es promover la asociatividad y colaboración entre misioneros católicos de distintas partes del mundo.
Ahora mismo podría estar en alguna ciudad o pueblo de Italia. Podría no conocer el español, y quizá no haberse enterado que sus verdaderos padres eran chilenos. Porque en el verano de 1972 el destino de René Mestre era impredecible. Bastó un llamado telefónico. Y una monja decidió que el bebé se quedaría en Chile.
René fue dado en adopción desde San Ramón Nonato la mañana del 2 de enero de 1972. “Aún tenía el cordón umbilical”, recuerda María Sabureau, su madre, quien valientemente decidió dar su testimonio y acompañar a su hijo adoptivo en la búsqueda de su madre biológica. Lo ocurrido con René Mestre confirma que las adopciones irregulares ligadas al Asilo de la Infancia San Ramón Nonato de Curicó no sólo se habrían circunscrito al periodo en el que sor Teresa Melo Leyton dirigió el hogar.
René Mestre Sabureau hoy tiene 42 años y busca a sus padres biológicos desde hace más de una década. Pero choca reiteradamente con una muralla de silencio edificada por complicidades que se mantienen hasta hoy.
Entre las imágenes que René ha logrado reconstruir a partir de los escasos testimonios que ha conseguido, está la de su madre biológica llorando en un auto estacionado frente a la puerta del Asilo de la Infancia San Ramón Nonato, la tarde en que fue entregado a las monjas. En esa misma imagen aparece la figura de otra mujer, su abuela biológica, quien lo saca de los brazos de su madre para llevarlo al interior del orfanato regentado por las hermanas mercedarias. Pero las personas no tienen rostro, ni olor, ni forma definida. Son sólo imágenes borrosas, inasibles… Aún así, estas le han permitido hasta hoy darle espacio a la esperanza.
-Mi madre biológica estaba llorando en la puerta del asilo. Supongo que no quería entregarme… -relata René.
Para entonces la superiora era sor Isabela Longoni. En el hogar también vivía una antigua directora del establecimiento, Nelly Letelier López, conocida en la comunidad religiosa como sor María Auxiliadora, quien sería una pieza clave en la adopción de René.
María Sabureau tiene 70 años y vive en Linares junto a René (su marido falleció en 2013). Han pasado poco más de 40 años desde que tomara a René por primera vez en sus brazos. Por ello le cuesta hacer memoria. Tras cada fragmento de su vida, que trae dificultosamente desde el pasado, respira hondo intentando no quebrarse. A ratos, mientras habla, mira a su hijo. Sus ojos café y humedecidos se cruzan con los de él de color verde pálido.
María hizo todo lo posible para poder tener hijos: “Entre 1969 y 1970 viajé frecuentemente a Santiago con mi marido a hacerme exámenes y tratamientos. Durante algunos periodos viajaba todos los meses. Uno de los tratamientos fue muy doloroso y no resultó. Me dijeron que iba a ser imposible que me convirtiera en madre. Luego de eso no seguimos intentando”.
Fue su marido, René Mestre Vásquez, quien no se resignó a la idea: tomó el teléfono y se comunicó con sor María Auxiliadora Letelier para que los ayudara. El llamado no era casual. Sor María Auxiliadora era tía de María Sabureau y también una de las religiosas con influencia sobre la directora del Asilo San Ramón Nonato.
A fines de 1971 la gestión rindió frutos. Con poco más de 3 años, Teresa, “una hermosa y alegre niñita” (así la recuerda María) llegó a inundar de felicidad el hogar de los Mestre-Sabureau. Apenas la recibieron, la inscribieron en el Registro Civil con los apellidos de sus padres adoptivos. Teresa Mestre cuenta que sólo se enteró que era adoptada a los 21 años. Hasta entonces, su mente había borrado todo el periodo que pasó en el hogar de niñas San Ramón Nonato.
–Cuando chica yo le decía a mi mamá que soñaba con monjas frecuentemente. Me llevaron a un sicólogo y me dijeron que tenía trastorno del sueño. Pero esos sueños eran mis recuerdos del hogar, y yo no sabía que eran imágenes reales. Cuando supe que era adoptada, recién comencé a recordar fragmentos de mi vida en el hogar –relata Teresa a CIPER.
La noche del 1 de enero de 1972, pocas semanas después del arribo de María Teresa a la casa del matrimonio Mestre-Sabureau en Linares, María recibió un llamado telefónico que nuevamente le cambiaría la vida. Al otro lado de la línea escuchó a su tía, sor María Auxiliadora, quien con voz algo agitada le anunció: “Vengan rápido a Curicó, tenemos a un niño recién nacido”.
René y María se subieron a su auto pocas horas después y en la madrugada recorrieron el camino que separaba su hogar en Linares del orfanato en Curicó. Lo que sí recuerda nítido María es que pasadas las 7:00, ingresó a San Ramón Nonato. Al interior había sigilo, pero de ello no se percató María.
Según el testimonio que recogió CIPER de una religiosa que también estuvo presente ese día, sor Isabela Longoni y sor María Auxiliadora estaban en una habitación donde se quedaron a solas con un bebé. El pequeño había llegado la tarde anterior en un auto donde se quedó una joven mujer llorando. Las dos religiosas habían dado la orden de que nadie se acercara a la habitación. Incluso se corrieron todas las cortinas.
–De repente vi a María Auxiliadora y a Isabela venir con un coche celeste. Ahí venía René, también vestido de celeste. Me daba algo de susto, era muy pequeño, chiquitito. Era hermoso. Me lo entregaron y me dijeron que no preguntara nada, que me lo llevara rápido -recuerda María.
Según los antecedentes que ha podido recabar René, de no haber ido los Mestre-Sabureau a recogerlo esa mañana, su destino era Italia: “Mi abuela (hermana de sor María Auxiliadora) me contó meses antes de morir que si ellos no me iban a buscar, al día siguiente sor Isabela me entregaba a una pareja de italianos”, dice René. Por eso el apuro en la llamada de sor María Auxiliadora a su pariente, María Sabureau.
La inscripción de nacimiento de René fue ilegal y se concretó en Linares tres meses y medio más tarde: el 18 de abril de 1972. En ella se lee: “Nacido el 2 de enero de 1972 a las 17:00 horas”. Y certifica que sus padres biológicos son René Mestre y María Sabureau. Uno de los testigos que firma es César Cancino Cabrera, uno de los grandes amigos de René Mestre y quien se convertiría en padrino del recién nacido (ver documento).
Teresa Mestre se enteró que era adoptada por casualidad. Fue una prima la que en medio de una pelea le enrostró la verdad. María Sabureau no quiso que René, que ya había cumplido 18 años, pasara por lo mismo y por eso decidió contarle sobre sus orígenes. Pero antes quiso buscar a los padres biológicos de sus dos hijos adoptivos. Quería entregarles la información completa.
Lo primero que hizo María fue ir al hogar San Ramón Nonato y preguntar por los padres de Teresa. Sor Isabela Longoni, la misma monja que recibió a René de los brazos de su familia biológica, ya no estaba. Hoy se encuentra retirada de la vida religiosa activa en un convento en la isla de Cerdeña (Italia). Y su pariente, sor María Auxiliadora, había fallecido (murió pocos meses después de que René fuera entregado, el 12 de octubre de 1972, en el establecimiento María Cervellón en Independencia, según los datos de su certificado de defunción).
Según el testimonio de María Sabureau, ahí, en San Ramón Nonato, una de las religiosas le comunicó que habían dejado de ver hace mucho tiempo a la madre biológica de Teresa y que no sabían nada de ella. “Alguien del hogar le dijo a la madre de Teresa que su hija había muerto y la madre dejó de ir”, dice María.
La búsqueda de los padres biológicos de René, María la inició en el Hospital de Curicó ya que lo primero que constató fue que éste no figuraba en los registros del hogar. En el hospital revisó las fichas de nacimiento de los primeros días de enero de 1972 y dio con el nombre de una mujer que dio a luz el 1 de enero:
-Era una mujer que vivía en el campo en la misma zona de Curicó. La buscamos con mi marido hasta que la encontramos. Y cuando la fuimos a ver le pregunté si ella había dado en adopción a un niño en esa fecha: me dijo que no, que su hijo ya era grande y vivía con ella -recuerda María.
Cuando María le contó a René que era adoptado, ya había agotado todas las pistas para dar con el paradero de sus padres biológicos. Incluso -cuenta- puso un aviso en una radio de Curicó:
–Me ha costado mucho superar el hecho de que no hice lo que debía en su momento: haber hablado con las monjas cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Haberles dicho que por lo menos me dijeran quiénes eran los padres biológicos de René y en qué circunstancias me lo estaban entregando. No lo hice y me arrepiento mucho…
René Mestre la mira y se emociona. Nunca pensó que en esta búsqueda de su verdadera madre tendría en ella su mejor aliada. Y lo que más le preocupa hoy es no hacerle daño.